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Disparen contra la Aníbal Verón, por Hernán López Echagüe
Por Hernán López Echagüe - Monday, Jul. 01, 2002 at 10:52 PM

Son días cargados de incertidumbre y desazón. La lectura de revistas y periódicos, plagados de análisis desprovistos de sustancia y nervio, y, en particular, de grotescas mentiras, no hace más que magnificar la sensación de vacío y desabrimiento.

Disparen contra la Aníbal Verón
por Hernán López Echagüe

Son días cargados de incertidumbre y desazón. La lectura de revistas y periódicos, plagados de análisis desprovistos de sustancia y nervio, y, en particular, de grotescas mentiras, no hace más que magnificar la sensación de vacío y desabrimiento. La desinformación, avivada por la hipocresía y la pereza intelectual de los grandes medios de comunicación, es el lugar común. Las radios escupen infamias. Las pantallas sueltan imágenes y frases engañosas. Una realidad irrefutable que algunas organizaciones de piqueteros han sabido resumir en una consigna que todavía puede observarse en muros y paredes del gran Buenos Aires: “El gobierno nos mea y los medios dicen que llueve”.
Se habla acerca de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón con una ligereza y malicia insultantes. “Grupo violento y radicalizado”, dicen, con una mueca de desprecio. Mal no le vendría a más de un periodista hacerse una escapada a Lanús, a Solano, a José C. Paz, a Almirante Brown, a la localidad de Allen, en Río Negro, para conocer al menos alguno de los MTDs que forman parte de la Coordinadora. Se encontrarían de cara a un mundo impensado. Cientos de familias sin empleo que, desde la nada, cada día, las patas hundidas en el barro de un asentamiento, intentan sobrevivir con dignidad e hidalguía al gran naufragio argentino. Los emprendimientos que están llevando adelante, con el único sostén de los paupérrimos plan trabajar, y, por sobre todas las cosas, merced a una entrega y esfuerzo dignos del aplauso, del abrazo, son incontables. Comedores escolares, panaderías, bloqueras, talleres de herrería, cursos de lectura, huertas comunitarias y decenas de proyectos signados por el vehemente deseo de un futuro mejor.
A causa de un libro en el que estoy trabajando, tuve la buena fortuna de conocer, y entablar una férrea relación, con los miembros del MTD-Lanús. Pablo, Carlos, Pocho, Nelson, Flor, Luis, Alejandro ... y Darío, el tipazo Darío Santillán. Recuerdo el primer encuentro, en el barrio La Fe, Monte Chingolo, todos sentados en círculo, el trasero apoyado sobre improvisadas banquetas montadas con tablones astillados y bloques de concreto. Corrían los últimos días de febrero. El calor era insoportable. Me decía Pablo: “Tenemos como características la horizontalidad, la autonomía y la democracia directa. Horizontalidad, porque en el MTD no existen puestos jerárquicos, no hay presidentes, ni secretarios generales, etc. Sí coordinadores de tareas. En el MTD todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, nadie está por encima de otro. Autonomía, porque somos una organización que no responde a los intereses de ningún partido político, grupo religioso, central sindical u otro tipo de organización. Democracia directa, porque las decisiones del movimiento son tomadas en Asambleas Barriales, donde todos pueden llevar sus propuestas, dar su opinión y cada participante del movimiento tiene un voto. Allí se eligen o remueven delegados o coordinadores de tareas, se construyen los criterios del MTD y se deciden los planes de lucha. La consigna del MTD es Trabajo, Dignidad y Cambio Social. Porque creemos que podremos revertir esta realidad, no con un cambio de gobierno, sino con un cambio de sistema de sociedad donde no haya ningún ser humano por encima de otro, donde no existan ni ricos ni pobres, donde la tierra, el trabajo, la salud, la justicia y la educación estén en manos del pueblo y realmente podamos decidir nuestro futuro”.
A diferencia de la clase política, y de buena parte de la sociedad, los miembros de la Aníbal Verón han comprendido, y aprehendido con extrema sabiduría, los episodios de diciembre de 2001, es decir, las muertes, el quiebre brutal del obsoleto sistema de representatividad política; el hastío, en fin, hacia toda forma tradicional de la política. Han comprendido que todo está por hacerse. Y en esa lucha por construir un mundo más llevadero, donde imperen el trabajo y la dignidad a partir de un profundo y definitivo cambio social, se mueven con una alegría y una convicción desmesuradas.
Darío era el símbolo andariego de este novedoso y bienvenido estilo de militancia social. Era un muchacho repleto de vida y grandeza. Ojos claros, de color índigo, ojos apasionados, ojos jugados. Suficiente era observarlo para caer en la cuenta de que en ese cuerpo robusto, más allá de una timidez quizá arcaica, había aires de futuro. Porque Darío gozaba cada abrazo, cada apretón de manos, cada vez que hacía referencia a la lucha que llevaba adelante. No pretendía mucho. Una vida digna. Para él y para todos. Tenía, he sabido ahora, veintiuno.
Aquella calurosa tarde de febrero me condujo por las calles embarradas del barrio La Fe mientras me contaba todos los aprietes de la policía, y de los matones del justicialismo de la zona. Allá, me decía de manera muy apocada pero decidida, apretaron a Juan, una camioneta, tres tipos con armas largas por la ventanilla. Y sonreía con cierta resignación. Después llegamos a la guardería que había construído el MTD-Lanús. Y charlamos. De todo. Pude reconocer en él a un nuevo hermano.
Nos reencontramos a mediados de abril, en el piquete de Donato Alvarez y Condarco, en Monte Chingolo. Un miembro del Servicio Peninteciario Nacional había baleado a Juan Arredondo frente a la Municipalidad de Lanús. Y Darío parecía más firme y seguro de sí mismo. El tercer encuentro ocurrió el primero de Mayo. Un saludo al pasar, porque no había mucho tiempo para la charla. El cuarto, y último, fue diez días atrás. En una reunión del MTD-Lanús, cuando ya el gobierno había lanzado la advertencia: “No permitiremos más cortes de rutas”. Mientras caminaba hacia el lugar vi a Darío, su espalda, su pelo largo, el perfil de su barba acaracolada, caminando junto a su novia, más baja, claro. Darío con su brazo derecho sobre el hombro de ella. Minutos después estábamos en una especie de galpón. Delegados de la Aníbal Verón. Y un mate. Y un par de bromas y después cómo organizar ésto y aquéllo. Luego, ya en la panadería del MTD, Darío que aparece, y me abraza, y abraza a todos los que lo rodean, cuando Luis echa a andar la mezcladora.
A Darío, al grandote y generoso Darío, lo mataron. Un artero disparo en la espalda. La prensa de siempre, la que suele obviar las razones de la barbarie, la que suele tomar partido por un estado de cosas que favorece la podredumbre, la miseria, el conformismo, la prensa que suele anteponer el dinero y la buena vida a la información veraz, ha dicho que hubo incidentes. Incidentes. Vaya manera de resumir, de modo arbitrario y jodido, la feroz represión que le atravesó la espalda a Darío, mató a Maximiliano, e hirió decenas de personas que no hacían otra cosa que manifestarse en reclamo de pan, de trabajo, de salud.
En un país apestado de dirigentes y funcionarios afectos al arte de la sofistería, Darío cometió un pecado imperdonable: el de la solidaridad, el de la entrega absoluta, el pecado de permanecer hasta último momento junto al cuerpo malherido de un compañero.
Además de varios heridos, en su corta historia la Coordinadora Aníbal Verón tiene ya tres muertos. El primero fue Hugo Javier Barrionuevo, asesinado en la madrugada del 6 de febrero por Jorge Bogado, puntero político del justicialismo del partido de Ezeiza, durante un corte de ruta en Esteban Echeverría. Ahora, Darío y Maximiliano.
Muchos miembros de la Aníbal Verón han debido escapar de su hogar a las apuradas, temerosos de que, como sucedía en tiempos de dictadura, los sorprenda un violento e ilegal allanamiento. ¿En qué país de morondanga vivimos? En un país donde los medios ponen el grito en el cielo por las vidrieras y los autos rotos, pero callan que en Monte Chingolo, en Solano, en José C. Paz, en diversos rincones del gran Buenos Aires, cientos de desocupados se encuentran viviendo sumergidos en el terror, a la espera de que un auto sin chapa, con cuatro anteojitos negros en su interior, aparezca de improviso. A la falta de empleo, al hambre, a la exclusión, nuestros gloriosos gobernantes han sabido sumarle el terror.
¿Cómo habrá de continuar todo? Difícil saberlo con exactitud, aunque causa ya un hondo pavor siquiera imaginarlo.
Porque los hechos mueven a pensar que el poder político ha puesto sus ojos en la Aníbal Verón. No toleran tanta autonomía, tanta horizontalidad. No les cabe en la cabeza que un movimiento de tamaña envergadura carezca de un líder y rechace todo tipo de alianza con cualquier fuerza política. Por eso Duhalde y su corte celebran la existencia de un D´Elía, de un Alderete. Con ellos se puede negociar a solas.
Manolo Quindimil, intendente de Lanús, suele padecer los efectos de la obstinada democracia horizontal que caracteriza a los miembros del MTD-Lanús. Un día, harto ya de ver una cara diferente en cada audiencia, el viejo Quindimil les dijo: “Por favor, muchachos, estoy viejo, me van a marear, me van a matar del corazón ¿Por qué no eligen a un representante fijo y se dejan de embromar?. Todo seria más fácil, ¿no les parece?”.
Por todo esto, porque son el emblema de un estilo de militancia social fundado en la pureza, en el idealismo, en la pasión por la vida, en la solidaridad más inquebrantable (principios, claro está, que el poder político considera subversivos, improcedentes) es muy importante que no los abandonemos a su suerte. Que los acompañemos en su lucha, que no es otra que la nuestra.

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