Julio López
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La mentira del PP español
Por madrid - Monday, Mar. 22, 2004 at 4:26 PM

PÁSALO.

Así terminaba el mensaje que recibí en torno a las tres de la tarde
anunciando una concentración silenciosa por la verdad frente a la sede del
PP en la calle Génova. Así comenzaba algo que con el paso de las horas iba
difundiéndose minuto a minuto. Por cada mensaje que la gente recibía, se
enviaban diez, quince, veinte mensajes más. Hubo gente que recibió hasta
diez mensajes de grupos de gente diferente: familia, trabajo, lugar de
estudios, gente del colegio, del barrio, y esos mensajes se multiplicaron
hasta el infinito, propagándose como las llamas de un incendio por efecto
del viento. A las seis de la tarde un despliegue policial protegía la sede
del partido y sus efectivos pedían la documentación a todo manifestante que
llegaba. Media hora después, sin embargo, la concurrencia de tantos
madrileños sobrepasó la capacidad policial y una hora más tarde la calle
Génova era un hervidero de gente gritando de rabia y pidiendo explicaciones
al gobierno de la nación. Había gente que lloraba, otros expresaban su
indignación a gritos, mentirosos, asesinos, te dijimos no a la guerra;
vuestra guerra, nuestros muertos; no estamos todos, faltan doscientos;
mentirosos, vosotros tenéis chofer, nosotros cercanías; lo sabe todo el
mundo menos nosotros; los muertos no se utilizan, basta de manipulación, y
queremos salir en La Primera.

La prensa que se encontraba tras el cordón policial era mayoritariamente
extranjera, y había un gran despliegue de antenas parabólicas de cadenas
televisivas europeas. De las calles adyacentes y bocas del metro salía cada
vez más gente de todas las edades y razas que se unían a la concentración,
que de silenciosa al final no tuvo casi nada porque se nos hacía difícil
permanecer callados cuando se pretendía celebrar un minuto de silencio.
Siempre alguien lo rompía con algún grito: mentirosos, asesinos. Las
lágrimas y la indignación se propagaban de igual modo que la información. La
gente estaba pegada a sus transistores y los móviles sonaban sin parar para
transmitir información a la gente, que a su vez propagaba las noticias, que
corrían de boca en boca. Cuando Rajoy declaró a los medios que la
concentración era ilegal e ilegítima, y acusó a sectores del PSOE de haberla
organizado, la multitud rugió y contestó: "nos han convocado los
asesinados", y "la voz del pueblo no es ilegal". Cómo íbamos a ser ilegales,
cuando el gobierno seguía mintiendo, ocultando información y violando los
derechos más elementales del pueblo: el derecho a la libertad de expresión y
al derecho a la información. En TVE 1, Cine de Barrio.

En Génova pasaban las horas y los ánimos se iban encendiendo cada vez más.
Seguía llegando gente, y no se veían banderas de partidos políticos ni
sindicatos. Sólo pancartas improvisadas con cartones y bolígrafos. Tampoco
la gente cantaba; todo eran gritos de dolor e indignación. El jefe
antidisturbios confesaba a un reportero de la SER que no podían disolver la
concentración por la fuerza porque éramos ya más de 5 mil personas y no era
cuestión de cargar contra la muchedumbre donde había ancianos y niños. Cada
vez que algún miembro de la sede se asomaba a la ventana la gente rugía y
pedía la verdad, y mientras, seguían llegando noticias de concentraciones
espontáneas en todas las ciudades de España. Las nueve de la noche y nadie
se movía de allí, pese al frío. Nos llegó una nota que circulaba en manos
de todo el mundo: A las doce en sol. Pásalo.

De pronto otra noticia que se propaga entre la gente: dos hindúes y tres
marroquíes detenidos por su relación con los supuestos asesinos en Lavapiés.
Los servicios de inteligencia por un lado y el gobierno por otro. Españoles
en el extranjero, amigos de todos los puntos del planeta seguían mandando
noticias de las principales cadenas televisivas del mundo: Bush lamenta que
el apoyo de España a su guerra contra Irak haya tenido estas consecuencias
para Madrid. En cambio, el gobierno no lo lamenta, sino que oculta toda la
información y llama a la calma, e insiste en que en la jornada de reflexión
el pueblo no puede salir a la calle para expresarse. Rugimos más aún: no nos
vamos, sal al balcón, da la cara, PP responsable, PP culpable, vuestra
guerra, nuestros muertos, vosotros tenéis chofer, nosotros Cercanías,
vosotros, fascistas, sois los terroristas. Diez de la noche y la gente sale
hacia Sol tomando las calles sin permiso.

Yo me voy a Lavapiés para cenar un poco y ponerme algo de abrigo porque ya
no siento las manos del frío. La plaza está vacía, y al llegar a la calle
Cabeza nos encontramos con una chica joven que, en la puerta de su casa,
aporrea una cacerola con la cabeza alta y el semblante grave. Tímidamente
salen a los balcones vecinos que salen a aporrear las cacerolas. Primero es
un suave tintineo, después comienzan a abrirse los balcones de todas las
calles y comienza un zumbido ensordecedor que se expande por todo el barrio.
Bajamos a la plaza, que comienza a llenarse de gente que aporrea sus
cacerolas, sartenes e instrumentos con fuerza. Aparece una cámara de
televisión alemana, mientras la plaza y las calles están llenas de gente
protestando sin palabras, y en un momento precioso hasta parece que seguimos
todos el mismo ritmo. Un ritmo fúnebre y contundente, seco, duro, lleno de
rabia y solemnidad. Y marchamos todos hacia Sol, donde ni siquiera podemos
entrar porque Madrid está en la calle. Siguen volando las noticias, siguen
multiplicándose los mensajes de solidaridad con las protestas de otras
ciudades, siguen propagándose las noticias. La policía ha cargado contra la
gente en Zaragoza y en Barcelona. Están estudiando suspender las elecciones,
ha aparecido en manos del PP, de repente, un vídeo en el que Al Quaeda
reivindica el atentado, y la gente comenta asombrada e indignada que no
salimos en los medios. En la SER comentan que pese a la toma de las calles
por parte de la ciudadanía, no van a seguir retransmitiendo para mantener la
calma y no calentar los ánimos. La censura del siglo XXI. Las cámaras, los
micrófonos, y las luces desaparecen; solo quedan los reporteros alemanes
que trabajan a destajo, y nosotros gritando, y todas las calles que
desembocan en Sol colapsadas. No hay banderas, no hay partidos, no hay
magnetófonos, no hay organizadores, no hay órdenes. La multitud avanza
espontáneamente hacia Atocha y la policía se retira discretamente. La calle
es nuestra y caminamos por donde queremos, cortando el tráfico. Nadie rompe
cristales, nadie destroza el mobiliario urbano, Madrid avanza cívicamente y
Ansuátegui ordena invisibilidad. La policía apaga las sirenas, y las
lecheras apenas son percibidas. "Veniros con nosotros", grita alguno a los
uniformados, que no se atreven ni a mirarnos a los ojos. La rabia está en el
grito, en las palabras. La gente exige que el gobierno informe, que los
medios informen, la gente exige que el gobierno asuma su responsabilidad, y
que deje de mentir a un país entero, que a través de Internet y los
teléfonos móviles va conectándose con el mundo entero. Los medios nacionales
ningunean la protesta y dejan claro de qué lado están. La gente alza sus
móviles para que los que escuchan al otro lado perciban el ambiente que hay
en Madrid. Más de un millón de personas bajan hacia Atocha por la calle del
Prado y por la calle Atocha. Y circula otro papel: a las dos en punto cinco
minutos de silencio. Pásalo.

Todos al suelo. Silencio sepulcral. No hay cámaras. Miles de velas
encendidas, y se rompe el silencio con el grito lleno de orgullo: viva
Madrid, y todos gritamos, viva, viva Madrid. Aznar escucha, el pueblo está
en lucha, y las riadas humanas avanzan hacia el Congreso. En la radio solo
se oye música y resúmenes del partido del Real Madrid. Las voces ya cascadas
por el paso de las horas, los pies doloridos, y no hay miedo, no hay
policía, solo el helicóptero rugiendo encima de nuestras cabezas, y una
sensación de euforia al ver que somos tantos, que somos incontables.
"También estuvimos en la manifestación de ayer", decían algunos cartones a
modo de pancarta. Frente al congreso, las lecheras protegiendo el recinto
sagrado donde unos cuantos toman las decisiones sin preguntar. La gente
vuelve a gritar, dijimos no a la guerra, dijimos no a la guerra, vuestra
guerra, nuestros muertos, un pozo de petróleo por un pozo de sangre,
embushteros, tve= nodo, urdaci nazi, queremos la verdad.

Pasamos el congreso, llegamos a la Gran Vía, seguimos por Hortaleza. La
gente sale de los bares, los pubs y las discotecas. Unos se unen, otros
provocan preguntando qué pasa y por qué tomamos las calles, y Madrid avanza
imparable bajo la atenta mirada del helicóptero. Los porteros de las
discotecas desde las que sale música evasiva y alegre nos miran alucinados,
tratando de proteger los imperios del alcohol y la música entretenida.
Llegamos a la sede del PP de nuevo, y la gente, pese al cansancio, sigue
aullando. Cuatro, cinco de la mañana, y la gente grita hoy protestamos,
mañana os cesamos, a la hora de votar se tiene que notar, asesinos,
mentirosos.

Agotada regreso a casa. En Sol hay cientos de velas encendidas, y decenas de
ramos de flores y carteles, cartas, gritos de papel donde la gente demuestra
su solidaridad y su cariño. La gente se arrodilla, enciende más velas, y
todo está en silencio. Siguen las pancartas colgando de todos los rincones
de la Puerta del Sol; los servicios de limpieza esta vez respetan el dolor
de una ciudad entera que llora a sus muertos. Banderas de todas partes del
mundo, y escritos en árabe, no al terrorismo, PP responde, mensajes de las
familias de los fallecidos, basta de horror, queremos la verdad, televisión
manipulación, y cuatro mendigos apoyados contra la pared, rodeados de velas,
en silencio. El pueblo llora, el gobierno miente. Lucía no te olvidaremos
nunca. Papá te quiero. Esta no es nuestra guerra. Agotada, no puedo ni
moverme de allí. Porque si la gente expresaba la rabia ante la mentira en la
calle Génova, allí se concentra el dolor, el silencio, velas encendidas y
flores congeladas del frío que hace.

Esto es lo que sucedió en Madrid la víspera de las elecciones. Y si en los
medios no se quiso recoger esta toma de las calles por parte del pueblo
madrileño, por lo menos que se difunda por la Red lo que pretende ser
acallado y ocultado. Porque algo ha cambiado desde anoche: ya no tenemos
miedo. Ni en Madrid, ni en el resto de las ciudades, ni los pueblos. Y no
necesitamos partidos políticos que organicen manifestaciones: ya sabemos que
Internet y los móviles cuentan lo que no cuentan los medios oficiales, y ya
sabemos que tenemos una herramienta de comunicación, la del boca a boca,
para expresarnos. Se nos han negado los derechos fundamentales que reconoce
nuestra Constitución, y el pueblo ha pagado caro la incursión de su gobierno
en una guerra por petróleo. Un pueblo que nunca ha tenido problemas con el
mundo árabe, un pueblo que se indigna ante la mentira y los insultos del
candidato a la presidencia de España. Madrid demostró que está llena de
gente de todas las nacionalidades, edades y condiciones sociales que son
sensibles, y fue anoche la verdadera democracia, la de la soberanía del
pueblo, en la que la gente se expresaba libremente.

Pásalo

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