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Tan lejos de Trotsky los T...
Por REENVIO / tokitsu - Tuesday, Aug. 03, 2004 at 11:42 AM

Siguiendo la trayectoria del màximo lider politico-militar Soviético, cuesta creer que sus seguidores contemporàneos hayan terminado reduciendo el pensamiento y la estrategia de tan lucido revolucionario a la expresion fanatica de grupusculos egocéntricos inoperantes y doctores en teologia proletaria desprovistos de toda relevancia.. El breve prologo que tramito a continuacion nos muestra cuan lejos se situan nuestras sectas trotskystas del pensamiento y la accion revolucionaria de quién consagrara la victoria de los pueblos de Russia contra el Zarismo.

ESCRITOS MILITARES

Guerrilla y ejército regular ( prologo )

por Luis Carreras

Entre las obras que Trotsky tenía proyectado escribir y que su asesinato a manos de un sicario de Stalin le impidió realizar, se contaba la historia del Ejército Rojo. No cabe ninguna duda que de haberío hecho, su experiencia personal, su profundo conocimiento de los acontecimientos, en los que fue figura principal, sus dotes de historiador y su magnífico estilo habrían dado como resultado un complemento indispensable de su Historia de la revolución rusa.
El libro que el lector tiene ahora en sus manos está compuesto con algunos documentos de los escritos militares, de discursos y proclamas referentes a la guerra civil y que con el título de Cómo se ha armado la revolución fueron publicados en Moscú en 1922 en una edición de cinco volúmenes, para desaparecer luego de la circulación -sin haber sido editado en ninguna otra lengua- no bien la burocracia encabezada por Stalin quiso echar un velo sobre el pasado. Innecesario es decir que esos escritos, ni siquiera en su totalidad, podrían sustituir, una historia orgánica, acerca de la creación del Ejército Rojo. No obstante, tienen el valor de aproximar al lector de manera directa a los hechos en el mismo momento en que se produjeron y revelar en toda su complejidad los múltiples problemas que la revolución debía enfrentar.
A diferencia de las revoluciones que debían seguirla algunas décadas más tarde, la Revolución de Octubre de 1917 tuvo que construir su instrumento de defensa partiendo de una situación a la que no se vieron abocadas ni la de China, ni la de Cuba, ni la de Yugoslavia. Es decir, crear un ejército sobre las ruinas de otro, que la misma revolución había colaborado en destruir. De los escritos y documentos aquí presentados surgen con claridad todas las dificultades que esa circunstancia agregó a las nacidas de la tragedia y el atraso del país, la falta de cultura en la población y la necesidad de hallar rápidamente soluciones en un terreno -el militar- donde la clase obrera y aún su vanguardia carecían completamente de experiencia.
Para tener una idea clara de lo que ello representó para el naciente estado obrero, nada mejor que recordar la situación por la que atravesaba la revolución durante los años en que vieron la luz los escritos, proclamas y discursos de Trotsky.
Firmada en marzo de 1918, la paz de Brest-Litovsk no tuvo las consecuencias que esperaba el gobierno bolchevique. A pesar de haber aceptado las duras condiciones impuestas por el imperialismo alemán -uno de cuyos resultados fue el rompimiento de los socialrevolucionarios de izquierda con el gobierno obrero y su paso a la oposición- los bolcheviques no pudieron ponerse de inmediato a la tarea de levantar la economía del país. Apenas habían transcurrido unas semanas de firmada la paz, cuando la revolución se encontró combatiendo en todos los frentes y en una lucha desesperada por sobrevivir.
Una cronología sumaria de los principales acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia durante el año 1918 dará una idea del peligro que corrió entonces la joven república. El 3 de abril, tropas japonesas desembarcaron en Vladivostock; al día siguiente, los turcos se apoderaron de Batum, sobre el Mar Negro; a fines de ese mes, los alemanes ocupan Jarkow y gran parte de Ucrania -el granero ruso- y forman un gobierno a cuyo frente colocan a Skoropadsky; el 12 de mayo, en el otro extremo, al norte del país, el mariscal Mannerheim arroja a las tropas rojas de Finlandia; el 25 del mismo mes, tropas checoslovacas prisioneras se sublevan e inician una campaña contra los soviets, la que culmina el 7 de agosto con la toma de Kazán. El primero de agosto, unidades británicas se habían adueñado de Arcángel, mientras otras de la misma nacionalidad y procedentes de Persia ocupan Bakú, en el sur.
Rodeada por todos lados por una docena de ejércitos enemigos y sin otra ventaja militar que la nacida de la separación forzada de sus contrincantes, la revolución pudo sin embargo superar sus dificultades a lo largo de dos años y medio de lucha, pasar a la ofensiva más tarde y terminar finalmente con quienes pretendían aplastarla.
Si se deja a un lado el apoyo internacional que el proletariado mundial prestó al nuevo estado con sus movilizaciones, huelgas, protestas, etc., tres fueron los factores que más contribuyeron al triunfo del primer estado obrero en la lucha contra sus enemigos de dentro y fuera de Rusia.
El primero por su importancia lo constituyó el heroico comportamiento de las vanguardias obreras y campesinas, sin cuyo entusiasmo, abnegación y espíritu de sacrificio la victoria habría sido imposible. Sin duda, ese fue un factor esencial. Aunque desangradas por los años de guerra imperialista, las masas rusas respondieron al llamado del poder soviético. Y sobre todo en los primeros momentos, cuando la desorganización del ejército, la carencia de oficiales expertos y la desesperación propia de las derrotas parecían indicar el próximo fin de los soviets, fue esa adhesión de las masas a la revolución la que decidió el destino de ésta.
Pero no menos importante fue el segundo factor, la política y la acción del partido bolchevique. La hazaña pocas veces vista de organizar, disciplinar e infundir confianza en millones de soldados que pocos meses antes arrojaban sus armas y huían ante el avance de los alemanes, solo puede explicarse por un cambio completo en la moral de los trabajadores y campesinos. Ese cambio fue producto sobre todo de la política revolucionaria del partido dirigido por Lenin. Obligados a recurrir de nuevo a la guerra, los bolcheviques que poco antes habían firmado la paz de Brest-Litovsk convencidos de que las masas rusas no aceptarían luchar contra los imperialistas alemanes, debieron comprobar no sin asombro cómo aquellas respondían ahora con fervor a sus llamados para defender la revolución. Sin embargo, ese cambio en el espíritu de los combatientes no encerraba ningún misterio. La revolución de octubre, con sus conquistas y sobre todo con la entrega de la tierra al campesino, les había dado una razón para luchar y morir. Eso explicaba, en última instancia, el cambio en la conducta de los trabajadores y campesinos rusos.
La acción personal de Trotsky -el tercer factor importante-completó la abnegación de las masas y la política del partido bolchevique. Sin la presencia del creador del Ejército Rojo, tal vez la historia no habría sido lo que fue, así como tampoco lo habría sido sin la presencia de Lenin en los días decisivos de octubre. A quienes consideren este juicio como exagerado y opinen que los grandes hombres surgen cuando las circunstancias lo requieren, habrá que recordarles que si bien es cierto que la historia crea sus personajes no lo hace en forma automática y que en fin de cuentas son los hombres con su actividad consciente -producto de sus conocimientos, su carácter, su valor y constancia- los que le imprimen una u otra dirección en los momentos culminantes. Por su energía personal, su profunda comprensión de los problemas históricos, su fuerte voluntad, Trotsky no podría haber sido fácilmente sustituido en el papel que le tocó desempeñar; resulta por lo tanto lícito preguntarse si su ausencia habría-sido suplida por el peso de los otros dos factores que he mencionado.
Nadie como Lenin supo apreciar la importancia del papel desempeñado por Trotsky en la defensa de la revolución.
-¡Y bien -dijo Lenin, dando un puñetazo sobre la mesa-, cítenme ustedes el hombre que sea capaz de levantar, en el plazo de un año, un ejército casi modelo y que, además, haya conseguido conquistarse el respeto de los especialistas militares! ¡Pues, nosotros lo tenemos! ¡Nosotros lo tenemos todo! ¡Y hemos de hacer maravillas!
Estas declaraciones que Gorki pone en la boca del líder bolchevique prueban a las claras, frente a todas las falsificaciones del stalinismo, el juicio que la labor de Trotsky merecía al máximo dirigente de la revolución rusa.
Al igual que en todos los problemas a que debía hacer frente el poder soviético, el militar también debía provocar fuertes discusiones en el seno del partido gobernante y en especial en sus cuadros más elevados. Como lo recuerda el autor de los documentos aquí incluidos, la vida real colocaba al partido ante la necesidad de cambiar drásticamente sus posiciones en un terreno de tanta importancia para la suerte del estado obrero. Era lógico por lo tanto que esos cambios hallaran grandes resistencia. Lo mismo que los otros partidos obreros que integraban la Segunda Internacional. los bolcheviques habían luchado durante años por la desaparición de los ejércitos permanentes y en favor del armamento de la población, solo para verse obligados, ya en el poder, a pronunciarse contra esta solución poco viable en la defensa de la revolución en un país atrasado. Era pues natural que las cumbres del partido se resistieran con distintos argumentos a quien -Trotsky- propugnaba enérgicamente ese cambio.
La discusión sobre ejército acuartelado o ejército territorial no era sin embargo la única que enfrentaba a Trotsky con la mayoría de los expertos o semiexpertos militares en el partido. Se planteaba también otra acerca del papel que en las nuevas fuerzas armadas debía asignarse a la vieja oficialidad del zarismo, a los llamados "especialistas militares". Ambos problemas -como Trotsky lo recuerda- estaban íntimamente relacionados. Si las guerrillas populares -forma que tomaba el ejército territorial- podían prescindir hasta cierto punto de una oficialidad altamente capacitada, ello era absolutamente imposible en cambio en un ejército centralizado, que debía enfrentar tarea de mucho mayor envergadura.
En su autobiografía, Trotsky mismo ha relatado hasta qué punto debió luchar dentro del partido para imponer sus ideas frente a los "viejos bolcheviques" que continuaban aferrados a concepciones inaplicables. Con frecuencia, y ante la traición de algún oficial zarista, los partidarios de la no participación de los especialistas militares solían apelar a la autoridad de Lenin para volcar la balanza a su favor en la discusión con Trotsky.
En una oportunidad Lenin preguntó a éste si no sería conveniente prescindir de los antiguos oficiales, recibiendo como contestación una rotunda negativa. Y poco más tarde entre ambos dirigentes se produjo el siguiente diálogo:
-Me preguntaba usted si no convendría que separásemos a todos los antiguos oficiales. ¿Sabe usted cuantos sirven al presente en nuestro ejército?
-No, no lo sé.
-¿Cuántos, aproximadamente, calcula usted?
 -No tengo idea.
-Pues no bajarán de treinta mil. Por cada traidor habrá cien personas seguras y por cada tránsfuga dos o tres caídos en el campo de batalla. ¿Por quién quiere usted que los sustituyamos?
Poco después Lenin hizo una defensa calurosa de la política militar aconsejada por Trotsky. Los escritos y discursos de Trotsky solo llegan hasta fines de la guerra civil. Sin embargo, tal vez convenga recordar rápidamente cómo, a partir de la muerte de Lenin, el nacimiento y consolidación de una casta burocrática en la Unión Soviética se reflejó también profundamente en la estructura, la ideología y la moral del Ejército Ruso.
El ejército en la época de Lenin y Trotsky estaba impregnado de la doctrina bolchevique. Era, y así lo declaraba expresamente el juramento que debían prestar todos sus integrantes, el brazo armado de la revolución proletaria. Internacionalista y socialista, obligado sin embargo a luchar contra las mismas masas explotadas de otros países a las que el partido que lo dirigía trataba de ayudar, el Ejército Rojo rechazaba hasta la más leve traza de patriotismo nacional. No era el ejército de Rusia; era el ejército de la revolución.
También aquí, como en todas las otras esferas de la vida rusa, el stalinismo llevó a cabo una profunda contrarrevolución. El ejército dejó de ser el brazo armado de la revolución para convertirse en el instrumento de la casta nacionalista ahora en el poder. No es de extrañar, por lo tanto, que también se modificara su estructura, la relación entre la base y la dirección. La tendencia del estado obrero en sus primeros años había sido la de hacer desaparecer gradualmente todas las desigualdades en el organismo que como ningún otro de las sociedades de clase mantiene rígidas diferencias entre los que dan las órdenes y los que las reciben. El objetivo del bolchevismo era lograr la elegibilidad de los mandos por los soldados, lo que solo podría conseguirse luego de un largo proceso histórico señalado, entre otras cosas, por la educación de las masas. El stalinismo necesitaba obligadamente invertir esa tendencia. La casta explotadora que no permite a los trabajadores ningún derecho en las fábricas, menos aun podría permitírselos en el ejército. A pesar de que el desarrollo económico y cultural iba creando las condiciones para la elegibilidad de los mandos, la burocracia tomó un camino totalmente opuesto. En 1935 restableció los grados, desde el de subteniente hasta el de mariscal, abolidos por la revolución de octubre e inexistentes durante los dos años y medio de guerra civil, durante los cuales la revolución tuvo que luchar contra los ejércitos de las potencias capitalistas. Lo que la revolución no necesitaba, para Stalin era imprescindible, si quería crearse una base más sólida en el seno de las fuerzas armadas. La posterior decapitación del Ejército Rojo en los años anteriores a la segunda guerra mundial prueba cómo ni aun así el dictador del Kremlin podía confiar en la lealtad del arma que en un momento había sido el brazo armado de la revolución internacional.

Luis Carreras

 



 

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