Julio López
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TROTSKY, error del Leninismo
Por reenvio // de Tokitsu - Thursday, Aug. 05, 2004 at 8:48 PM

Trotsky, un error del Leninismo A pedido de "Leonardo Mir" reproduzco el siguiente analisis desde el cual se podran entender el alejamiento y las desviaciones basicas del Marxismo que dieron lugar al cuerpo doctrinario Trotskista. El posterior exilio de Trotsky agravaria las condiciones del quehacer teorico y organico, en un contexto caracterizado por la adhesion de grupos y personajes tan disimiles como la naturaleza y el valor de las fuerzas internas en presencia. Pero esto ya es harina de otro costal, digno de un estudio especifico bien separado. Por supuesto, no adhiero en absoluto a algunos de los conceptos aqui vertidos, sobre todo cuando el autor cree util -en apoyo a su analisis- denunciar sutilmente las "practicas democraticas" de las organizaciones setentistas Argentinas. Todos sabran a que me refiero.


Democracia y oposición en el leninismo. 

Carlos Alberto Brocato

* Agradecemos especialmente a Patricia Leguizamon el habernos cedido este material inédito, solicitando a los interesados en reproducirlo ponerse en contacto para la obtención de permisos especiales de publicación. Muchas gracias. Buenos Aires, Noviembre 1, 2002.


El mito de la democracia leninista, previamente abonado por la tierra baldía institucional del marxismo que lo precedió, ha sido construido en gran parte con anécdotas propicias. Tomemos una típica, de la mitológica Historia... de Trotski. Para "demostrar" la democracia irrestricta que existió en el partido bolchevique bajo Lenin, Trotski realiza este ejercicio de imaginación: "Si nada más que en octubre se hubiese tomado versión taquigráfica de todos los debates, reuniones y controversias privadas que se sucedieron en la dirección bolchevique, las generaciones futuras podrían comprobar que sólo en ásperos enfrentamientos interiores aquélla fue adquiriendo la intrepidez necesaria para la insurrección. 

Esa misma versión taquigráfica demostraría hasta qué punto la democracia interna es indispensable para un partido revolucionario. La voluntad de lucha no reside en la frialdad de una fórmula, ni viene dictada desde arriba: una y otra vez hay que renovarla y retemplarla".(1) 

¿Este conmovedor trazo literario no nos recuerda aquel otro de Wells, ubicado en las antípodas de Trotski pero igualmente predispuesto a las descripciones institucionales inocuas? Wells, viajero por Rusia en aquel momento de que habla Trotski, asiste a una sesión del soviet de Petrogrado. Zinóviev pronuncia un largo discurso que prepara el espíritu de la asamblea para apro­bar la paz con Polonia. Wells observa: "Le siguió en el uso de la palabra un vejete que arremetió denodadamente contra la irreligión del pueblo y del gobierno en Rusia. Rusia estaba purgando sus pecados, y hasta que se arrepintiera y volviese a la religión, continuaría sufriendo desastre tras desastre. Sus opiniones no eran las de la concurrencia, pero nadie le interrumpió en su sermón.

 La decisión de hacer la paz con Polonia fue tomada por aclamación".(2) Habla bien de Wells, de su objetividad, este brochazo. Pero ¿a quién se le ocurriría deducir la existencia de una democracia pluralista en Petrogrado del hecho de que nadie interrumpió el sermón del vejete?
Una mínima exigencia teórica nos obligaría a preguntar no por estos sermones que, como hemos visto, no impidieron en lo más mínimo la votación unánime que le sucedió, sino por aquellas intervenciones que perturban el dispositivo de poder imperante. O porque tienen una potencia persuasiva con la que pueden desgajar esa unanimidad, o porque expresan a un grupo ya desgajado de ella. Los acontecimientos mostraron que el poder bolchevique pudo permitir otros sermones como el que relata pintorescamente Wells, pero que las oposiciones organizadas fueron suprimidas. Es el mismo razonamiento que le cabe a la emotiva pintura de Trotski sobre la libertad de discusión en el seno de la dirección partidaria. Por supuesto que hubo enfrentamientos, tan ásperos como los que él describe. 

Es un lugar común del mito del "periodo puro", por ejemplo, la infidencia pública de Zinóviev y Kámenev en vísperas del levantamiento y la negativa mayoritaria de la dirección a expulsarlos. (Aunque el episodio sirve para la tesis inversa, pues Lenin en la ocasión pidió la expulsión de ambos.) Pero la pregunta pertinente vuelve a ser la misma: ¿expresaban estos dirigentes algún grupo que los apoyaba orgánicamente y/o su posición persuadió a otros dirigentes con vistas a constituir un grupo orgánico? Ninguna de las dos cosas.

     Esto fue así desde siempre: en el partido de Lenin, pese a la mitología de la libertad de fracciones que existió en él antes de 1921, no hubo fracciones organizadas que disputaran su poder, nunca. Cuando éstas surgieron, por primera vez, con la Oposición Obrera y los decemistas, y, en efecto, éstas inauguraron la primera pluralidad democrática real en el interior del bolchevismo, su vida fue corta y concluyeron eliminadas en nombre de la unidad del partido, a la que "habían puesto en peligro". El mito, se inclinaría uno apresuradamente a deducir, llegó allí a su fin. Pero no. Sólo se extinguió para los que lo habían padecido en carne propia.
Antes de 1917, Lenin manejó el partido con su "puño de hierro" y como un "puño de hierro"; después de 1917 se encontró con algunas dificultades. Algunas de ellas las resolvió con la inapreciable ayuda de Trotski, que para esa fecha había abandonado su postura de 1904. La Oposición Obrera se constituyó en el otoño de 1920 (los decemistas, unos meses antes). Carr la estima como "el grupo disidente más formidable organizado dentro del partido desde los días de la Revolución".(3) Su vida legal alcanzó a no más de un semestre: en marzo de 1921 fue prohibida. Desde luego que muchos de los integrantes de la Oposición Obrera se reunían desde antes del otoño de 1920 y algunos de ellos expresaban opiniones críticas desde 1918; pero se trata, justamente, de las diferencias entre los derechos de opinión, de reunión y de asociación. El último es el clave.

     Durante el corto lapso de ese semestre, la Oposición Obrera propuso la descentralización del control de la industria y de la producción, que pasaría del Estado a los sindicatos, y reclamó "elecciones directas a todos los puestos del partido y libertad de discusión en el seno de éste con facilidad para difundir las opiniones disconformes". Es el reclamo que aparecerá de modo permanente en los grupos de oposición. El mito de que en el partido leninista se facilitaba la difusión de las opiniones disconformes choca aquí con una repetida realidad institucional, bien distinta de la respetuosa libertad de los vejetes en las asambleas públicas y de los ásperos enfrentamientos verbales en el grupo dirigente. 

Durante ese breve periodo las críticas de la Oposición Obrera, grupo encabezado por el antiguo obrero metalúrgico Shliapnikov y por la Kollontai, sobre los cuales volveremos necesariamente, circularon de manera pública. Y un folleto de la última, titulado La oposición obrera, fue distribuido entre los miembros del partido con ocasión del X Congreso (marzo de 1921). Este folleto, junto a otros materiales con los que los disidentes mostraban su resolución de organizarse con el objetivo de cambiar la política del grupo dirigente del Comité Central, aceleraron en éste la decisión de ilegalizar toda oposición en el partido.
El folleto de la Kollontai no es fácil de obtener, consigna Carr, pero como está citado extensamente en otras obras de la década, es posible reconstruir lo sustancial de sus ideas. Es por demás interesante esta observación referida a Michels: "La generalización de R. Michels acerca de las disensiones del partido, escrita originalmente antes de 1919 [Se refiere a Los partidos políticos, cuya primera edición es de 1911. C.A.B.], encaja exactamente con la oposición obrera: «El lema de la mayoría es centralización, el de la minorías autonomía»".(4) ¡Cada vez que la problemática del poder bordea la cuestión institucional aparece, y no puede sino aparecer, el centralismo! En tanto, los marxistas perplejos de hoy se dan ánimo entre sí asegurándose que el "exceso" centralista constituyó una "desviación" inaugurada por Stalin.

     Sería absurdo y prejuicioso explicarse la inocua "demostración" de Trotski, y otras por el estilo, como una astucia retrospectiva; este camino resulta inconducente para toda hipótesis seria sobre el totalitarismo bolchevique. Hay, es cierto, en la Historia de la revolución y otros textos de Trotski, una dosis de amañamiento embellecedor cuya fuente es la necesidad político-ideológica de refirmar su leninismo y aventar toda duda de que pudiera albergar críticas al primer periodo de la revolución. El pasado antibolchevique de Trotski antes de 1917 fue siempre una amenaza polémica latente contra él; a la muerte de Lenin ésta se desató y, después de la expulsión, sobrevoló todos sus pasos. Es en esta última etapa en la que Trotski repetirá, hasta su muerte, que en las controversias con Lenin éste había tenido por lo general razón.

     Pero, en rigor, esta necesidad inconsciente/consciente se entremezcla con otra, que le es enteramente afín y, probablemente, de mayor intensidad: Trotski necesita creer y hacer creer que durante el periodo en que, al lado de Lenin, lideró el joven Estado revolucionario, las cosas que sucedieron no pudieron suceder mejor. Dicho de otro modo, abrir la crítica al leninismo significaba abrir su propia autocrítica. No se trata, por lo tanto, de que sólo lo preocupara el crédito contra él que le obsequiaba al stalinismo si criticaba a Lenin. Esta intrincada madeja de responsabilidades intelectuales y sentimientos de culpa se extiende, retrospectivamente, al partido bolchevique desde su fundación en 1903, pues Trotski reconoció posteriormente las bondades de éste y el error de sus objeciones de 1904. 

Los trotskistas heredan esta madeja, por lo que su imaginario se perturba considerablemente ante la posibilidad de una crítica cuyo recorrido no podrá evitar los encadenamientos. De ahí, el sesgo "trotskizante" de ciertas autodefensas imaginarias de marxistas actuales.

     ¿Cuál es, entonces, la explicación central de esas definiciones literarias e inespecíficas de la "democracia"? Una y otra vez retomaremos el hilo de nuestra hipótesis central: se trata de la inconsistencia institucional que el concepto "democracia" exhibe en el marxismo y en el leninismo, insolvencia que se agudiza en el último por su acentuado voluntarismo. Sus definiciones son por lo general extrapolíticas. El democratismo marxista-leninista presenta un carácter predominantemente declarativo, moralizante muchas veces, grandilocuente otras, pero carente de sustancia política concreta, institucional. Se asemeja en mucho a la retórica centralista republicana de la "soberanía del pueblo", cuya continuación en el bolchevismo es la "democracia obrera" (soberanía de la clase), invocación repleta de nobles sugerencias que nunca acaba de encontrar su encarnación visible. La comprensión marxista de la "democracia" flota angelicalmente en esa nube lincolniana del "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo".(5)

     No debe sorprendernos, por consiguiente, la ineficacia conceptual de los arabescos literarios de Trotski, para el que la democracia interna se mensura por la "aspereza" de los encontronazos verbales. Nunca se aproximaron a una comprensión de la democracia que la defina por la existencia garantizada de oposiciones organizadas. Este es, obviamente, el concepto subyacente con el que he observado la fragilidad conceptual de Trotski y de Wells páginas antes. Pero esta idea de la democracia, que pone en el centro no la cuestión de la "mayoría" sino la de las "minorías" y acaba con los bordes ambiguos de la demagogia y el cesarismo, es imposible de admitir desde la concepción de Lenin. 

Esta, tanto desde la estructura de poder ultracentralizado como desde la estrategia de construcción del partido por depuraciones, rechaza una democracia entendida de este modo. Este concepto de democracia no es meramente diferente del que proclama el "centralismo democrático"; le es antagónico. El estaba en juego, por cierto, en las críticas al modelo de Lenin que le realizaron Rosa Luxemburg y Trotski en 1903-1904.

     Los textos marxistas en que pueden verificarse tanto el vacío politológico como su sustituto, el reduccionismo sociológico, son innumerables; en rigor, allí donde se hable de poder y Estado nos encontraremos con las dos insuficiencias teórico-metodológicas. Sin embargo, es en los escritos leninianos donde esta doble e inescindible certificación resulta más fácil y abundante, por la sencilla razón de que la Revolución Rusa y el nuevo Estado que se instauraba obligaron a atender esta cuestión de una manera imperiosa. 

El aspecto general del dispositivo soviético lo he considerado en otro lugar,(6) pues aquí sólo nos ocupa la continuidad centralista y el derecho de asociación. En este sentido, pues, un texto que permite la corroboración de esta sintomática ausencia es la "Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado", que Lenin presentó en el I Congreso de la Internacional Comunista, realizado entre el 2 y el 6 de marzo de 1919. Es probablemente el texto más importante sobre la cuestión. La experiencia del poder le había permitido a Lenin enriquecer las vacilaciones teóricas de El Estado y la revolución (1917) y, además, los textos posteriores permiten comprobar que Lenin no introdujo modificaciones a esta descripción de marzo de 1919.

     Pues bien, allí Lenin dedicará dos apartados taxativos a los derechos políticos: el número siete se referirá a la "libertad de reunión" y el ocho a la "libertad de prensa". En ninguna parte de este extenso documento, ni en las seis páginas que su autor añade en una intervención inmediatamente posterior en el mismo congreso, se hallará referencia alguna a la "libertad de asociación". Es dificilísimo, en verdad, encontrar referencias a este derecho en la literatura política bolchevique de la época. Sin embargo, él pertenecía a la tradición política rusa reciente y remota. 

En la revolución de febrero de 1917, el gobierno provisional surgido de ella, que representaba a los partidos de la oposición liberal con mayoría en la Duma, "cede al radicalismo reinante publicando un manifiesto en el que prometía libertad de palabra, prensa, reunión y asociación". Hasta el zar, en la revolución de 1905, en el pico de la movilización de masas, también publica un manifiesto en el que anunciaba la concesión de "una asamblea legislativa (la Duma), junto con la inviolabilidad de la persona, la libertad de conciencia, de palabra, de reunión y de asociación".(7) Después de la Revolución de Octubre, sólo se lo hallará mencionado en los partidos de oposición. Es el caso del menchevique Mártov, por ejemplo, cuando en diciembre de 1919 reclama la "restauración del funcionamiento de la Constitución... libertad de prensa, de asociación y de asamblea..."(8)

     Por lo demás, los dos derechos mencionados por Lenin son descritos en la realidad política soviética con el clásico estilo de la sociología clasista, sin consideraciones respecto de las instituciones y mecanismos que garantizaban, o deberían garantizar, su vigencia. Todo se recubre de una nebulosa declarativa, con las conocidas invocaciones a la liquidación de la "dictadura de la burguesía", lo que era cierto, y al "poder del proletariado", lo que era falso. El final del punto referido al derecho de prensa se sustenta en el mito doctrinario al que ya me he referido, aunque, considerando que se trata de marzo de 1919, ya bien avanzada la dictadura del partido, no sería arbitrario evaluarlo como una maniobra propagandística ante la audiencia mundial: "La verdadera libertad e igualdad sobrevendrán en el régimen que creen los comunistas, en el cual no existirá la posibilidad de enriquecerse a costa de otros, no existirá la posibilidad objetiva de subordinar ni directa ni indirectamente la prensa al poder del dinero, no habrá obstáculos para que todo trabajador (o grupo de trabajadores, cualquiera que sea su número) tenga y disfrute del mismo derecho a utilizar las imprentas y el papel, que pertenecerán a la sociedad".(9) 

Esta promesa de futuro idílico no tenía nada que ver, desde luego, con el monopolio estatal de prensa que, ya para esa época, ejercía el partido bolchevique. Promesa, por otra parte, que no se cumplió siquiera con la finalización de la guerra civil sino que se alejó para esa fecha por completo.(10)

El mito construido en torno del democratismo leninista declama una suerte de garantismo —en el sentido del constitucionalismo liberal— respecto de la existencia de fracciones, vale decir, una suerte de derecho de asociación para la vida interna del partido. Mito seductor y nostálgico con que se suaviza el autoritarismo leniniano y, a la vez, se rellena inconscientemente el hueco politológico marxista. Inrevisado e inrevisable, se le preserva de ese modo su potencia subterránea en el imaginario partidista. No es difícil comprender que semejante garantía para la vida fraccional es inconcebible en la concepción leniniana primitiva; la problemática fraccional aparece, en efecto, mucho después. 

El criterio de "unidad" del partido sólo se concilia, de modo abstracto-jurídico, con una vida fraccional limitada en el tiempo, para el brevísimo periodo precongreso. ¿Derecho de asociación durante dos meses?

     En rigor, la problemática fraccional en el leninismo sólo se enfrenta con la realidad política, de un modo ambiguo y latente, en 1917, después de la Revolución de Febrero y en virtud de las inéditas libertades políticas que se expanden en las principales ciudades rusas; antes de esa fecha, el partido, débil y en la clandestinidad, era ajeno a ella. Pero en verdad lo que comienza a afianzarse es el derecho de reunión, estimulado su uso por la multiplicidad de problemas a que los bolcheviques se enfrentan ya en el poder, después de Octubre. No hay todavía prácticas políticas imbuidas del objetivo consciente de constituirse en oposiciones organizadas. La "izquierda comunista" (Bujarin), que había nacido a principios de 1918 para oponerse a la paz de Brest-Litovsk, se extinguió gradualmente en el verano del mismo año. 

En el VIII Congreso (marzo de 1918), apareció una "oposición militar" que, en plena guerra civil, cuestionó la política de Trotski de fundar un nuevo ejército centralizado y de alistamiento con inclusión de oficiales del ejército zarista; no tuvo éxito.(11) Aun actuando bajo la autorización de derecho a organizarse (transitoriamente), estas oposiciones no aspiraban de hecho a una actividad estable como tal.

     En verdad, un derecho de asociación transitorio es algo tan ficticio que no puede resistir la prueba del uso. Y, en efecto, no la resistió. Una restricción semejante impide que el principio de legitimidad de las fracciones se formule en doctrina y se despliegue en institutos, o boye a la deriva en un mar de ambigüedad, que es lo que sucedió.(12) Cuando aparece el grupo del Centralismo Democrático, los llamados decemistas, en el IX Congreso (marzo de 1920), que se opusieron a la introducción del mando único en la dirección industrial, ya la problemática de oposición al centralismo leninista y sus efectos encadenados comienza a tomar cuerpo. 

Por eso en esa época surgirá la Oposición Obrera, que junto con el otro grupo constituyen los dos intentos orgánicos que empiezan a traspasar el corsé jurídico de los "dos meses". Los decemistas, a poco, denuncian los agravios que los cuadros superiores infieren a los militantes y reclaman que se investiguen los "privilegios del Kremlin".

     En la Conferencia del partido de toda Rusia que se realiza en setiembre de 1920, los líderes decemistas Saprónov e Ignatov proponen, y se aprueba, la creación de una "comisión de control", no integrable por miembros del comité central, cuya misión consistirá en recibir y examinar las quejas de toda clase, "sin que les estorbasen a sus miembros en ningún momento la posición o la función de las personas incriminadas". En el marco institucional de poder único e indiviso que ya estaba configurado, la institucionalización de esta comisión, que se haría luego tristemente famosa, no pudo cumplir el objetivo que deseaban los decemistas. El único modo de controlar el desempeño de los controladores reside en la existencia de minorías organizadas, algo imposible siquiera de pensar en el esquema leninista. Arendt ha sintetizado inmejorablemente esta relación entre mayoría y minorías en el partido leninista: "La liquidación, física o política, de la minoría política derrotada en todos los conflictos es práctica corriente en todos los partidos bolcheviques; aun más importante, el concepto mismo de la dictadura de partido único se basa en la regla de la mayoría: la captura del poder por un partido que en un momento dado fue capaz de alcanzar una mayoría absoluta".(13)

     En aquel periodo transicional puja, de modo latente, una suerte de afirmación doctrinaria de la vida fraccional; pero esa informe y vacilante doctrina no se traduce en la ley, en los estatutos, con garantías suficientes que la amplíen más allá de los dos meses, y, en el uso, en la costumbre, el derecho sugerido concluye negado. Nada impedirá, desde luego, que continúe, y con el tiempo y los problemas se intensifique, la tensión entre una práctica política que ha empezado a manifestarse pluritendencial, con la consiguiente demanda de institutos que la encaucen, y, por el otro lado, una institucionalidad interna que niega y sofoca la pluralidad. 

En esta tensión el instituto de los "dos meses" muestra permanentemente su carácter ficcional y decididamente restrictivo. Resulta inconciliable el reconocimiento "transitorio" con la condena de su "permanencia". En las discusiones sobre la "bolchevización de la Internacional Comunista", en el pleno ampliado del Comité Ejecutivo de ésta de marzo-abril de 1925, el francés Treint podrá informar, orgulloso de su "bolchevización": "Nuestro partido ha eliminado todos los errores del trotskismo: todos los errores individualistas cuasi-anarquistas y los errores de creer en la legitimidad de la coexistencia de las diversas fracciones del partido".(14)

     En 1927, ya desatada en la URSS la existencia de hecho de las fracciones permanentes, aunque la mayor parte de sus integrantes no se decida a asumirlas con ese carácter, el poder monopólico del comité central les recordará admonitoriamente la vigencia jurídica del instituto: "El Comité Central se negó a abrir inmediatamente la discusión, declarando a los secuaces de la oposición que aquélla sólo podía abrirse como lo preceptuaban los estatutos del Partido, es decir, con dos meses de antelación a un Congreso. En octubre de 1927, dos meses antes de celebrarse el XV Congreso del Partido, el Comité Central declaró abierta la discusión general. 

Comenzó la batalla".(15) La ficción jurídico-política se reduplica aquí por la última frase: la batalla ya había empezado abiertamente en 1926, pero los canonistas pretenden enmarcarla en el lapso prescrito por los estatutos. De todos modos, lo esencial del mito democrático-fraccionalista es comprobar que aun en medio de esa última y más numerosa batalla que se registró en el partido bolchevique, ni los zinovietistas ni los trotskistas, las dos principales fracciones de la Oposición Conjunta (1926-1927), se atreverán a cuestionar de derecho la restricción; sólo los decemistas y los oposicionistas obreros lo harán.
El combate de estas dos últimas oposiciones, las más radicales de todas, será en su primera etapa, por consiguiente, más político que institucional; se irá haciendo, empero, cada vez más institucional, hasta repudiar abiertamente la dictadura en el partido y en el Estado y rechazar toda complicidad y complacencia con la ficción institucional imperante. Lo que me importa ahora señalar es ese proceso contradictorio en que, contra las restricciones leninistas, se va abriendo paso el reclamo de pluralismo, que oscila de continuo del derecho de opinión o de crítica al de reunión y bordea, sin invadirlo decididamente, el de asociación. 

La prohibición de fracciones de 1921 interrumpe este proceso pero no lo clausura; intimida pero no convence. Y en 1925, cuando la conflictividad económico-social, consecuencia fundamentalmente de la NEP y la tensión campo-ciudad, inaugure una nueva fragmentación ideológica tripartita, la problemática de las fracciones se hará ya indisimulable.

     "Tres corrientes principales de opinión bolchevique se formaron en 1925. El Partido y su Vieja Guardia se escindieron en un ala derecha, una izquierda y un centro. En muchos sentidos, la división era nueva. En ninguna de las muchas luchas fraccionales anteriores había habido nada parecido. Nunca antes las líneas divisorias habían sido tan claras y estables. Las facciones y los grupos habían nacido y se habían extinguido junto con los problemas que habían dado origen a sus diferencias. Los alineamientos habían cambiado con las controversias. Los adversarios en una disputa hacían causa común en la siguiente disputa, y viceversa. Las facciones y los grupos no habían tratado de perpetuarse y no habían tenido una organización o disciplina rígidas. 

Este estado de cosas empezó a cambiar desde el levantamiento de Kronstadt, pero sólo ahora el cambio se hizo completo y general".(16) Sin embargo, hay algo que no cambiará: no echará raíces, ni doctrinaria ni legalmente, la existencia garantizada de oposiciones organizadas; se las seguirá viendo no sólo como ilegales sino también como ilegítimas.

     De esta última afirmación, que resalto en bastardilla, nace una diferencia sustancial con la apreciación general de Deutscher y, por añadidura, con la tradición político-institucional marxista que él continúa y que ensalza en su biografiado. En el Prefacio del tomo segundo, escrito en los años inmediatamente posteriores al XX Congreso de Jruschov (1956) y antes de 1959, fecha de la primera edición inglesa de la obra, Deutscher condensa de este modo su juicio sobre la lucha político-institucional de Trotski: "Pese a todos los grandes cambios que han ocurrido en la sociedad soviética desde los años veintes, o más bien debido a esos cambios, algunas de las cuestiones capitales de la controversia entre Stalin y Trotski tienen tanta vigencia hoy como entonces. 

Trotski denunció la «degeneración burocrática» del Estado obrero y enfrentó al Partido «monolítico» e «infaliblemente» dirigido por Stalin con la demanda de libertad de expresión, debate y crítica, creyendo que sólo en ésta podía y debía fundarse la voluntaria y genuina disciplina comunista".(17)
Han pasado casi cuatro décadas de estas palabras de Deutscher. Es indispensable que toda revisión crítica del marxismo se sitúe en otra perspectiva. Algunas de las cuestiones capitales que examino en este ensayo, y que desarrollo más extensamente en un libro inédito citado en nota 6, no tienen tanto que ver con las que enfrentaron a Trotski y Stalin sino con las que los abarcan por igual. No es admisible, o lo es bajo severas reservas, que Trotski haya enfrentado al partido "monolítico", ni de Stalin ni de Lenin. Salvo en 1904, posición a la que, como sabemos, renunció.

La diferencia de perspectiva con Deutscher se encuentra sugerida en el propio texto de éste. Es cierto que Trotski demandó (no en todas las circunstancias, pero es justo atribuírselo en general) "libertad de expresión, debate y crítica"; pero nunca, desde noviembre de 1917 en que "se hizo" bolchevique hasta febrero de 1929 en que fue expulsado de la Unión Soviética, demandó libertad de asociación. En su actividad política de todo ese periodo, pues, se opuso siempre a que se violara la prohibición de fracciones de marzo de 1921, no creó una fracción permanente y condenó a aquellos que intentaron crearla. Jamás defendió su principio de legitimidad.

     Todavía en 1930, cuando el oposicionista alemán Urbahns planteaba la necesidad de que el proletariado soviético luchara por todas las libertades, incluida la de organización, contra el régimen stalinista, Trotski le atribuía carácter democrático-capitalista al planteo y lo rechazaba: "Levantar la libertad de organización como consigna aislada es una política caricaturesca. La libertad de organización es inconcebible sin la libertad de reunión, la libertad de prensa y todas las demás libertades a las cuales la Conferencia de Berlín de la Leninbund se refiere vagamente y sin comentarios. 

Y esas libertades son inconcebibles fuera del régimen de la democracia, es decir, fuera del capitalismo. Hay que primero pensar las cosas hasta sus últimas consecuencias".(18) De hecho, como se ve, la implantación de tales libertades conduciría, según Trotski, a la restauración del capitalismo. No puede concluirse teóricamente de otro modo, pues, en la tradición marxista-leninista, "la" democracia es reducida a capitalismo.

     Incluso en su largo destierro (1929-1940), situación en la que sus "cambios teóricos" no pueden dejar de observarse teñidos por ese condicionamiento, resolvió demasiado tarde, en 1936-1938, la definitiva descalificación del Partido Comunista (bolchevique) y la construcción de otro. Los decemistas y la Oposición Obrera tomaron esta decisión mucho antes, en 1926-1927, pues consideraron que el partido era ya "un cadáver maloliente"; cuando lo hicieron, Trotski los repudió y los calificó de "minoría lunática del antistalinismo". 

Necesitó aún el fracaso de la política exterior de la III Internacional en China y en Alemania y la sinuosidad del stalinismo en España para decidirse a apoyar las tentativas de construcción de una IV Internacional en julio de 1936, en una conferencia que dictó en Ginebra, y al fin fundarla en setiembre de 1938 en París. El fetichismo de la "unidad del partido" lo había calado para siempre.

     La inapresable vaguedad de esta discusión entre marxistas, coloreada en unos y en otros por exaltaciones morales y condenas lapidarias, se disipa cuando la hacemos descender de aquellas nubes angelicales que ya he citado a la concretez de las instituciones. Aquí sí puede advertirse con algo de precisión la diferencia que existe entre la defensa más consecuente del derecho de crítica y la negación o soslayamiento del derecho de asociación, lo que conduce inevitablemente a la inconsecuencia democrática. Esta diferencia, que es sustancial, sólo puede ser aquilatada si se le confiere a las instituciones políticas algo más de importancia que la que el marxismo tradicional les confirió. Y este enunciado, a la vez, sólo puede ser ponderado en su verdadera dimensión si las instituciones políticas son imaginadas como la única encarnación posible de la libertad deseada. 

Es la libertad, en suma, lo que el marxismo, y en grado sumo el marxismo-leninismo, siempre desatendió, preocupado esencialmente por la igualdad. La tradición marxista antinormativista, con el desprecio politológico de que se nutre, es lo que hace comprensible la idea, común a Lenin, Trotski y Deutscher, de que una disciplina voluntaria (lo de "genuina" no es más que literatura, relleno inocuo) puede garantizarse suficientemente con libertad de expresión, debate y crítica para todos los miembros; pero prohibiéndoles que se organicen establemente como minorías o concediéndoles el derecho sólo en los fines de semana.

 II

Esta incapacidad del régimen político marxista-leninista de albergar minorías organizadas en su seno, que es lo que define su estructura institucional totalitaria, guarda una notoria similitud con el régimen burgués (y jacobino) de la revolución burguesa. El examen de esta semejanza es políticamente fecundo, como veremos en seguida. Uno de los mitos más perdurables de la revolución burguesa es el de haber instaurado plenamente los derechos políticos de que gozamos hoy. 

El mito preserva, en la mayor oscuridad, el quiebre de esa plenitud radiante. La Revolución Francesa inauguró, en efecto, la vigencia del derecho de pensamiento, de expresión, de reunión. (Hago abstracción de los vaivenes fácticos de la vigencia.) ¿Pero qué ocurrió con el cuarto derecho, que se encadena inescindiblemente con los otros en el registro de las libertades políticas: el de asociación? Este derecho fue negado taxativamente por la Revolución Francesa. El mito democrático-burgués encubre la supresión de uno de los derechos humanos fundamentales.

     El 14 de julio de 1791, la Assemblée constituante aprobaba la ley de Le Chapelier, por la que se prohibían las asociaciones obreras por considerarlas "sediciosas y atentatorias a los derechos del hombre". No hay nada que trasparente más el carácter burgués de aquella revolución y sus derechos humanos que la ley de Le Chapelier. "Todos los partidos cerraron filas cuando se enfrentaron a los problemas laborales. Por temor a los parados, los constituyentes cerraron en junio de 1791 los talleres públicos (ateliers de charité) establecidos para absorber y dar trabajo a los obreros en paro en 1789".(19) "Al proclamar la libertad económica, al prohibir la coalición y la huelga por la ley Le Chapelier, verdadera ley constitutiva del capitalismo de la libre competencia, la revolución burguesa dejaba indefensas a las clases populares urbanas en la nueva economía".(20) Le Chapelier, un abogado de los grandes intereses cañeros y cafeteros coloniales, ratificaba en su ley lo que una serie de ordenanzas reales había dispuesto antes invocando la necesidad pública y el orden: la prohibición de que los trabajadores se organizaran.
Afirmaba, además, que todas las reglamentaciones existentes del trabajo infantil y femenino y de los horarios de labor y de salarios debían ser eliminadas. El texto de la ley rezaba: "Dado que la eliminación de toda especie de organizaciones corporativas de una misma clase o profesión constituye una de las bases de la Constitución, queda prohibido restablecerlas bajo cualquier pretexto que sea... Los ciudadanos de la misma clase o profesión, los auxiliares u obreros de cualquier especie de oficio, no podrán, cuando se encuentren reunidos, designar a un presidente o secretario, o agente negociador, ni guardar registros o listas de afiliados, aprobar normas, ni formular demandas relativas a sus pretendidos intereses comunes".(21) ¡Notable enumeración que deslinda con prolijidad policial el derecho de reunión del derecho de asociación! Es posible reunirse, pero nadie debe organizarse en la reunión. Al fin, lo que se había iniciado como la abolición de los privilegios de las corporaciones artesanales, de larga tradición medieval, concluyó en su forma definitiva como "la expresión pura de la teoría burguesa del contrato: que el empresario individual negocie con el trabajador individualmente".(22)
Los jacobinos no cuestionaron esta ley. Thénon, que en su estudio sobre Robespierre sigue al pie de la letra la historiografía stalinista (projacobina), se pregunta ingenuamente por el "silencio" de su personaje en esa sesión, que le parece "contradictorio con sus principios".(23) Sin embargo, Robespierre reacciona cuando Le Chapelier intenta extender la prohibición a los clubes políticos; esto se conseguirá después de Termidor. El Código de Napoleón (1804), que continuará la doctrina, castiga "el delito de coalición obrera" en el artículo 414. En los acontecimientos revolucionarios de 1848, la burguesía refirma la prohibición del derecho de asociación al par que decreta la clausura de los clubes políticos. La ley, al fin, será derogada en 1884. Pero antes, entre 1867 y 1875, comenzarán a ser apartados los obstáculos legales que ella erigió a la asociación colectiva y a las huelgas. 

Es la enorme oleada de huelgas de 1868-1869 la que multiplica las cámaras y sindicatos y comienza a vencer la resistencia de los gobiernos burgueses. "La evolución comenzó en 1867, cuando las delegaciones obreras elegidas para asistir a la Exposición de París formaron una comisión, especie de parlamento obrero en miniatura, que reivindicó antes que nada el derecho a constituir Cámaras Sindicales".(24)

El derecho de asociación, que funda los sindicatos y partidos modernos, no emana del liberalismo ni de la revolución burguesa que aplica sus principios doctrinarios. Pese a lo que infunde el mito democrático-burgués, el principio doctrinario de las oposiciones organizadas nace del movimiento obrero y socialista y se impone con su lucha. Cerroni ha señalado bien este corte: "El «límite» del horizonte histórico-político en el que queda inscrita la Revolución Francesa me parece que está bien simbolizado por la ley Le Chapelier de 1791, que prohibía toda forma de asociación y que continuó vigente por decenios. La apertura de un nuevo horizonte histórico-político está marcado precisamente por el nacimiento de la libertad de asociación, reclamada por los «nuevos sujetos»: los trabajadores. 

Recuérdese que el Estatuto Albertino concedía la libertad de reunión, pero no la libertad de asociación. Esta, en efecto, abría las puertas a la constitución de organizaciones de defensa económica y de educación y propaganda estables, reivindicada especialmente por intelectuales, artesanos y obreros. Estas nuevas organizaciones levantaban, respecto de la Revolución Francesa, problemas que rebasaban la tradición individualista y abrían la tradición «social» o «socialista»".(25)

 III

      Hay que examinar ahora la dimensión político-institucional, con su base teórico-doctrinaria, en que se sustenta -y a la vez se legitima- la prohibición de asociación. Es indispensable este examen para entender de qué modo el partido/Estado leninista continúa el esquema burgués y quiebra aquella tradición socialista naciente que señala Cerroni. ¿Cuál ha sido la fundamentación burgués-constitucionalista de la negación del derecho de asociación? (Recuérdese a Le Chapelier: "Dado que la eliminación de toda especie de organizaciones corporativas de una misma clase o profesión constituye una de las bases de la Constitución, queda prohibido restablecerlas bajo cualquier pretexto que sea...") El sustento doctrinario aparecía en la nueva creencia triunfante de la "soberanía nacional" (Sieyès) y su correlato jurídico: la representación una e indivisa.

 La soberanía pasaba del monarca al pueblo-Nación(-Estado). Como esta soberanía era indivisible, según lo instituía la nueva legitimidad, continuaba de hecho, y no sólo de hecho, la del absolutismo monárquico. Era lo contrario de las soberanías autónomas que las comunas y sus "conjurados" de los burgos habían ejercido, desde el siglo XI y antes, contra el poder señorial, que también les negaba el derecho de asociación. En su lucha descentralizadora, las comunas y sus "cartas" alegaban reemplazar a su antiguo señor en la jerarquía feudal y se reclamaban libres de cualquier obligación de esa índole, principalmente de la servidumbre o vasallaje (comunas libres).

     En la nueva doctrina, por consiguiente, los diputados electos, al constituirse como tales en el parlamento, representaban a la nación toda y no a los electores regionales que los habían votado. Concluye con ello la práctica del "mandato", de larga tradición en las comunas y corporaciones de los burgos, y se inicia la era de la "representación". (Suele también hablarse de "mandato imperativo" y "mandato representativo", pero aquí induciría a equívoco.) Finaliza, dicho de otro modo, lo que hasta esa época se denominaba a secas democracia y comenzará ahora a denominarse "democracia directa", por oposición a la "democracia indirecta" que se inaugura y prevalecerá. De acuerdo, pues, con el postulado de la "representación política" de que el mandatario es uno y total y no representa fragmentariamente a grupos o distritos sino a la Nación entera, los integrantes de ese representante único no estarán ligados a instrucciones de los grupos o distritos que los han designado, como era lo ordinario en la costumbre del mandato. 

Tenemos así la independencia del diputado, con la consiguiente irresponsabilidad jurídica del mismo y el carácter irrevocable de la designación. Es comprensible que la práctica del mandato, con sus instrucciones y revocabilidad, se corresponda con las autonomías descentralizadas y no se concilie con la centralización republicana.

En el fondo, el dispositivo "representativo" contiene una intención restrictivo-clasista que se desoculta de continuo. Sus defensores apelarán con argumento unísono a la dificultad técnico-cuantitativa de una "gestión directa" por cuanto la "extensión" del territorio nacional y la "concentración poblacional" de las ciudades modernas lo impiden. La doctrina de la democracia directa es reducida así a una pura aglomeración asamblearia. (Este simplismo funcional hace desaparecer la cuestión de fondo: el viejo "principio social del productor", matriz de la democracia anterior, ha sido reemplazado por el "principio territorial del ciudadano", matriz de la nueva democracia: representativa, indirecta.) Hasta Rousseau, recordemos, que la defendió en contraposición a la "república de notables" de Montesquieu, por considerar que una democracia que se da representantes toca a su fin, al final de su Contrato acabará por desestimarla porque "resulta inimaginable que el pueblo permanezca reunido constantemente (!) para ocuparse de los asuntos públicos".(26) 

Para Montesquieu, una democracia sin "representantes" es un despotismo popular inminente ("No hay nada en el mundo más insolente que las repúblicas. [...] El bajo pueblo es el tirano más insolente que pueda existir."); hay que impedir, por lo tanto, que ese bajo pueblo acceda al poder. Para ello, el dispositivo "representativo" a) le cerrará al pueblo la posibilidad de ejercer el poder directo en tanto le confiere el derecho de elegir "representantes", que son los que lo ejercerán; b) restringirá el derecho de elegir de tal modo que sólo elijan aquellos capaces de elegir personas probas e ilustradas...; etcétera (supresión de mandato, revoca­bilidad...).

     Sieyès, que es el que mejor encarna la continuidad entre el régimen monárquico y el que se insinúa en 1789, adopta y aplica el esquema de Montesquieu. Este clérigo del Antiguo Régimen, que participó en la elaboración de todas las constituciones del periodo y sobrevivió a las distintas convulsiones y regímenes, concibió la nación como la única fuente de la soberanía. Se le atribuye con razón la gestación de la "soberanía nacional" como mito fundante. En la Asamblea Constituyente de 1789, en respuesta al viejo absolutismo que concedía la soberanía al rey, Sieyès propuso la nueva entidad que lo sustituiría: la nación. 

Nacía una deidad que se instalaría fuertemente en las creencias colectivas. Idea omnicomprensiva, abarcaba a los individuos y al pueblo, pero no se confundía con ellos. (Es la misma operación mítico-representativa que consumarán los bolcheviques con la idea omnicomprensiva de "clase", en la que la "dictadura de la clase" mitifica, y por consiguiente oculta, la "soberanía popular" o "proletaria" usurpada.) Empieza allí un largo contrapunto entre la soberanía de la nación y la del pueblo, impregnado de ambigüedad, controversias y mitificación. En las vivencias populares, las dos nociones son inescindibles y se internalizan en lo profundo del imaginario social. Pero el "pueblo" es una abstracción doctrinaria y su "soberanía" una pura metonimia de los juristas y políticos de la nueva clase dominante.
Las constituciones del siglo XIX se encargan de revelar la ficción política: proscriben al pueblo como elector.(27) Las libertades civiles (o económicas) que formalmente se le conceden corren parejas con las libertades políticas que se le niegan o retacean. Los diputados de la doctrina "representativa" no representarán ya más, como hemos visto, a los electores regionales sino a la "nación". He aquí la nueva religión institucional: al penetrar en el Parlamento, como poseídos por la nueva gracia secularizada, sólo pensarán y hablarán imbuidos de los intereses de la nación entera, una e indivisa. Tocados, en el umbral, por la nueva deidad, ya no responderán a intereses parciales (órdenes, regiones, estamentos, clases, grupos) sino al "interés general".

     Sieyès se especializó en fragmentar, jerarquizar y diluir la elección popular, con el propósito declarado de impedirla, articulando el mito de la "soberanía nacional" con el de la "representación". "Soñó, hasta el fin de sus días, con una constitución representativa que impidiese la corrupción y la decadencia. [...] Ya en los primeros meses de la Asamblea Constituyente, Sieyès imaginó a la representación política como un artefacto dotado de un alma especial. Solamente ese complejo mecanismo podía fabricar un gobernante ilustrado y razonable. Esta obsesión no lo abandonó nunca. Durante diez años escribió constituciones que fragmentan a la ciudadanía. 

os ciudadanos se desdoblan en activos y pasivos (unos pocos ejercen la libertad política mientras todos los habitantes disfrutan la libertad civil); las instituciones hacen de compuertas que filtran las pasiones y seleccionan a los mejores. En las constituciones donde se advierte la mano de Sieyès la elección popular se va escalonando en forma de pirámide. Decía que el poder viene de arriba y la confianza de abajo. Nada parece vincularlo al ideal de la ciudadanía participante".(28)

     Ahora bien, es esta nueva legitimidad republicana(29) de la continuidad centralista la que proporciona a los constituyentes franceses la base doctrinaria de su hostilidad manifiesta hacia todo tipo de asociación (en la realidad, las obreras) que se reclame expresión de intereses y objetivos de grupos. Es la Asamblea, y muy pronto la Convención Nacional en que se transforma con la caída de la monarquía, la que debe asumir y resumir toda representación política posible. La organización de grupos políticos fuera de ella, por tanto, constituye una alteración de la nueva legitimidad y una amenaza al poder representativo. (Nada de contrapoderes sociales, como también proponía horizontalmente Montesquieu, por afuera del "poder representativo", sino sólo "división de poderes" en su interior, vale decir verticalmente.) El poder representativo, en resumen, se abría paso instituyendo en la subjetividad colectiva, en el imaginario social, la formidable ficción de la representación una e indivisa, creencia que otorgaba legitimidad, y la sigue otorgando, a un dispositivo de poder político que, ilusoriamente, nos representa a todos por igual.

     En plena Constituyente, el barón Malouet, con el desprejuicio de que no podían gozar los burgueses revolucionarios, desnudará la ficción: "Habéis querido vincular íntimamente al pueblo con la «soberanía» y constantemente lo tentáis en ese sentido sin conferirle su ejercicio. No creo que esa concepción sea sana. Debilitáis los poderes supremos por la dependencia en que los habéis colocado de una abstracción".(30)

     Se hace comprensible, así, la aguda observación de Furet, que ha promovido tanta polémica en estos años, sobre la continuidad centralista que la Revolución Francesa consuma respecto de la centralización monárquica que la precede: la revolución "suprimió la legitimidad de la resistencia social al Estado central".(31) Ya no habrá más sujetos ni minorías que cuestionen espontáneamente el poder centralizado; no más "fracciones" (permítaseme este sugeridor juego de vocablos sobre el leninismo) en el interior del dispositivo. Estas sólo surgirán impulsadas por nuevas ideas subvertidoras del orden recién instaurado.

 IV

      Y bien, en esta perspectiva histórico-política podemos pensar ahora las peripecias de las "minorías organizadas" bajo el centralismo moderno. Preguntarnos sobre las dificultades y facilidades que encontró el derecho de asociación de esas minorías, sobre su ilegitimidad o su legitimidad restringida, sobre el constante contrapunto que establecieron entre centralismo y autonomía. En esta perspectiva, las diferencias entre liberalismo y marxismo se reducen. La distancia que el imaginario marxista les ha atribuido se achica. 

El dispositivo centralista se nos aparece por encima de tales diferencias, subordinándolas. Aquel anudamiento entre el Anciene Régime y el régimen republicano a través del Estado centralizado, se reanuda con el partido/Estado leninista. La revolución burguesa legitima socialmente el centralismo; la revolución proletaria no removerá esa creencia legitimante anidada en el imaginario social. Debe reconocérseles a los anarquistas la persistencia con que indicaron la continuidad del centralismo romano-cristiano-imperial en el de la "república representativa" (el mito de la representación, de que hablaba Kropotkin), y la protesta inescuchada con que la señalaron en la Revolución Bolchevique.

     El centralismo leninista es esa continuidad. Desterró en el partido todo pluralismo bajo la doctrina "constitucional" de la unidad (el partido uno e indiviso); depuró toda asociación opositora. La resolución de marzo de 1921, que prohibió el derecho de asociación dentro del Partido (ya estaba prohibido fuera de él, en el Estado), fue la ley Le Chapelier del bolchevismo.(32)

     En la perspectiva de largo plazo en que nos situamos, el modelo leninista y su amplia consumación histórica en la Revolución Rusa requiere hoy una ponderación precisa: quebraron la tradición socialista emancipatoria que había nacido con los "nuevos sujetos" del siglo XIX y cavaron un hiato histórico-político de consecuencias enormes.

     No debe sortearse la ligazón teórica de esta afirmación, elusión común a los denominados "marxistas críticos". El modelo leninista realiza lo que en el discurso marxengelsiano estaba ambiguamente potenciado. Marx y Engels no se interrogaron nunca, desde una perspectiva específica (político-institucional), sobre los obstáculos que podía encontrar su proclamada autoemancipación del proletariado en la reiterada devoción por el centralismo que a la vez cultivaban. Lenin se lo respondió sin ambigüedades: entronizó el centralismo y desterró toda autonomía. Condenó el sovietismo a sobrevivir con un carácter exclusivamente declarativo, del mismo orden a que condenó la doctrina de las fracciones. 

Ni siquiera ante la aguda percepción postrera (1922-1923) de las trabas que ahogaban la revolución, Lenin modificó un ápice su visión centralista. Por el contrario, la más importante de las soluciones político-institucionales que propuso en los famosos artículos últimos, incluido el "testamento", consiste en una nueva vuelta de tuerca centralizadora: la fusión de la Comisión Central de Control (organismo del partido) y la Inspección Obrera y Campesina (organismo del Estado). Esta medida, que de inmediato se implementó, llevó a su más alto grado el centralismo Estado/partido. A mayor centralismo institucional, mayor concentración de poder. Stalin sólo continuó, con su estilo, el modelo.

     Las consecuencias del hiato son inmensurables. A la hora de la realización bolchevique, se abrió la esperanza de que el marxismo fuera la realización de la diferencia imaginada entre él y el liberalismo capitalista. La ilusión utópica, el deseo redentorista estaban enlazados a esa imaginería; pero también la demanda más fundada y racional de que el poder autoritario fuera paulatinamente desactivado, de que paso a paso se conquistaran autonomías. La Revolución Rusa, después de un siglo de democracia liberal, abría la posibilidad de comprobar ante el crédito de la humanidad progresista la promesa de aquella "democracia nunca conocida". 

Era posible, pues, superar el círculo jurídico-abstracto de la "representación republicana" y su "ciudadano", reapropiarse de las formas "consejistas-directas" y del "productor" que habían regido en la larga etapa medieval y habían reaparecido fugaz y parcialmente en 1871 y 1905, combinar lo mejor de ambos dispositivos (directo e indirecto) y, en suma, inaugurar una institucionalidad de la libertad en efecto inédita, desconocida.

     Sin embargo, el viejo centralismo de la "soberanía nacional" fue reproducido por el partido/Estado leninista en la "soberanía de la clase", bajo la nueva ficción de la "dictadura del proletariado/democracia obrera", pura dictadura monocrática y monolítica. Los bolcheviques, al fin, asumieron y resumieron la clase como los liberales habían asumido y resumido la nación. Negaron y eliminaron la "asociación" de toda minoría opositora que intentara organizarse. A la "república democrática" le continuó la "república soviética", ambas mitificadas. (Los efectos humano-sociales de ambos mitos no han sido iguales.) Los bolcheviques no aguardaron más allá del segundo semestre de 1918, a menos de un año de haber tomado el poder, para comenzar a suprimir la pluralidad de listas en las elecciones de los soviets: los convirtieron en una abstracción jurídica -con la que adornaron, declarativamente, la Constitución de 1918 y la de 1923- cuya esterilidad institucional absoluta hubiera avergonzado a Marx y su crítica de la democracia burguesa. Desde ese inicio, el Congreso de los Soviets no representó a los trabajadores sino a los bolcheviques, de un modo aún más burocrático y restringido que aquel con que los parlamentos no representaban al pueblo sino a la clase política burguesa.

     Cómo no comprender que el dispositivo "representativo" haya conseguido con este hiato, que hoy se ha desocultado a los ojos de todos, el refuerzo más inesperado y contundente para prolongar su crisis y demorar la conciencia socializada de su mitificación. Con ello, la emergencia de una institucionalidad autoemancipatoria, autónoma y descentralizada se ha alejado considerablemente en el crédito masivo. Aunque, incitada por el derrumbe actual, se haya puesto a la orden del día y recobrado su luminosidad para todo pensamiento teórico liberador.

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 Notas

  1  León Trotski, Historia de la Revolución Rusa [1932-1933], t. II, Bue­nos Aires, Galerna, 1972, p. 572; la bastardilla me pertenece.
2  H. G. Wells, Rusia en tinieblas [1920], Buenos Aires, Crisis, 1973, pp. 70-7l. 
3  E. H. Carr, Historia de la Rusia Soviética, t. I: La Revolución Bol­chevique (1917-1923), vol. 1: La conquista y organización del poder, Madrid, Alianza, 5ª ed., 1985, p. 214.
4  Ibídem, p. 214, n. 26.

En la edición de Alianza, siempre que se menciona a la Oposición Obrera o se hace referencia a sus posiciones, se utiliza el adjetivo "obrerista" (p. ej., "Oposición Obrerista"); lo he sustituido en todos los casos por "obrera", en esta y en las demás transcripciones. En una versión tan cuidadosa sorprende esta traducción desafortunada. El adje­tivo "obrero, -a" no sólo es neutro en el lenguaje general sino que, en la tradición obrera justamente, se carga de sentido autoafirmativo; el sufijo "-ista", por el contrario, no sólo pone de manifiesto la condi­ción de "partidario de" (lo cual bien puede haber inducido al error), sino que, en algunos adjetivos perfilados por el uso en la tradición obrera, como en el caso de "obrerista" (también "revolucionarista" y, en algunos usos, "democratista"), puede cargarse, y en efecto se carga, de sentido irónico e incluso peyorativo. Los líderes de la Oposición Obrera habrían protestado enérgicamente por esta traducción.

 5  Véase este ejemplo actual de una evanescente "democracia de la in­mensa mayoría", perteneciente a la guerrilla marxista PRT-ERP: "En el socialismo la democracia adquiere un sentido revolucionario, porque deja de ser un sistema donde una minoría poseedora de dinero y del poder decide y condiciona de mil maneras las decisiones populares, para con­vertirse en la democracia de la inmensa mayoría, que a través de los órganos de poder popular que crean las masas, ejerce realmente el con­trol político, sobre la base de la permanente movilización de los traba­jadores" (El Combatiente, órgano oficial del ERP, nº 172, 18 de junio de 1975; cit. por Claudia Hilb y Daniel Lutzky, La nueva izquierda argenti­na: 1960-1980 (Política y violencia), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, p. 69). 

El ilusionismo y la dogmática suplen la ciencia política. Nadie sabe concretamente de qué "órganos" se trata, ni cómo se instaurará esa "democracia de la inmensa mayoría", ni cuáles son los genes virtuosos que les permitirán a las masas "crear órganos de poder popular". De cómo las masas habrían ejercido "realmente" el poder político si el PRT-ERP lo hubiera tomado, no requiere de mucha imagina­ción. Es el mito político que aún continúa utilizando la izquierda en los noventa y, desde luego, el castrismo.

 

6  La izquierda inerme (Partido y Estado en el marxismo), Volumen I: Partido y dictadura, 1993, inédito.

 7  Christopher Hill, La revolución rusa, Barcelona, Ariel, 1985, pp. 39 y 101.

 8  Cfr. E. H. Carr, op. cit., p. 192.

 9  V. I. Lenin, "Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado", leída el 4 de marzo de 1919, en el I Congreso de la In­ternacional Comunista; en Los cuatro primeros congresos de la Interna­cional Comunista, Primera Parte (vol. I), México, Cuadernos de Pasado y Presente, nº 43, 3ª ed., 1981, p. 38.

 10  El fechaje aceptado de la guerra civil y exterior es el que va de 1918 a 1920: "En el periodo de la intervención armada de los imperialis­tas y de la guerra civil de los años 1918-1920..." (L. Trotski, Histo­ria..., ed. cit., t. II, p. 273). "En enero de 1920, Inglaterra, Francia e Italia decidieron levantar el bloqueo de la Rusia Soviética" (ibídem, t. I, p. 327). "Como resultado de encarnizados combates, Wrangel fue arrojado a Crimea. En noviembre de 1920, después del heroico asalto al istmo de Perekop, el Ejército Rojo penetró en Crimea y la liberó del enemigo. La intervención y la guerra civil en Rusia habían terminado" (ibídem, t. II, pp. 268-269).

 11  Cfr. E. H. Carr, op. cit., p. 212 y ss. El reclamo de la izquierda bolchevique de eliminar a los oficiales del zarismo guarda estrecha relación con la petición de los sans-culottes de que todos los oficiales nobles fueran eliminados del ejército francés (cfr. Norman Hampson, Historia social de la Revolución Francesa, Madrid, Alianza, 1984, p. 208).

 12  La naturaleza empírica de esta ambigüedad es, y se hizo después de la Segunda Guerra Mundial, tan fuerte que condujo a muchas corrientes trotskistas europeas a eliminarla por derecho: sus estatutos reconocen la existencia permanente de fracciones, vale decir, la existencia garan­tizada de oposiciones organizadas. Los grupos y partidos trotskistas argentinos no las han reconocido hasta el día de hoy.

 13  Hannah Arendt, Sobre la revolución, Buenos Aires, Alianza, 1992, p. 167, n. 40.

 14  E. J. Hobsbawm, Revolucionarios. Ensayos contemporáneos, Barcelona, Ariel, 1978, pp. 95-96.

 15  Comité Central del P.C. (b) de la U.R.S.S., Historia del Partido Comunista (bolshevique) de la U.R.S.S., Buenos Aires, Editorial Proble­mas, 1946, p. 391. De la versión castellana de Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1939. Compendio redactado por la Comisión del Comité Central del P.C. (b) de la U.R.S.S.; aprobado en 1938 por el Comité Central del P.C. (b) de la U.R.S.S. [Se trata de la primera versión oficial, correspondiente a la era stalinista. La segunda versión ofi­cial, editada por Anteo, Buenos Aires, 1961, después del XX Congreso del PCUS (febrero de 1956), pertenece al periodo de Jruschov.]

 16  Isaac Deutscher, Trotsky. El profeta desarmado (1921-1929), t. II, México, ERA, 2ª ed., 1971, p. 216. El traductor, aquí y en todo el li­bro, establece una sinonimia entre los términos "facción" y "fracción"; se trata de un uso desaconsejable. Distingue bien Sartori, al criticar "el uso indiscriminado de «facción» para describir las divisiones inter­nas de un partido", que "fracción" es el vocablo que corresponde, como "término general neutral" (Giovanni Sartori, Ingeniería constitucional comparada. Una investigación de estructuras, incentivos y resultados; México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 38, n. 10.) "Facción", añado yo, no es un término neutral sino que alude a ciertos comporta­mientos no leales de un grupo con la asociación o partido al que perte­nece.

 17  Ibídem, p. 11; las bastardillas me pertenecen.

 18  León Trotsky, Writtings 1930-31; cit. por Nahuel Moreno, Dictadura y democracia revolucionaria del proletariado, Bogotá, Revista de Améri­ca, 1978, p. 50.

 19  George Rudé, La Europa revolucionaria. 1783-1815, Madrid, Siglo XXI, 1974, p. 301.

 20  Albert Soboul, Comprender la revolución francesa, Barcelona, Críti­ca, 1987, p. 348.

 21  Michael E. Tiger y Madeleine R. Levy, El derecho y el ascenso del capitalismo, México, Siglo XXI, 1978, p. 230.

 22  Ibídem, p. 230.

     La prohibición de las organizaciones corporativo-gremiales debe inscribirse, para su más completa comprensión, en la lógica de la econo­mía mercantil en expansión, cuestión que no corresponde analizar aquí, aunque sí advertir. Dos mercados fragmentados existían, separados entre sí: el de las ciudades medievales y el de larga distancia, que obstacu­lizaban la formación de un mercado interno unificado. Fue con la contri­bución del Estado absolutista como la burguesía vio suprimida las barre­ras de los particularismos de las guildas y corporaciones municipales, contra cuyas restricciones y tasas tanto protestaba; dejó de hacerlo cuando éstas fueron reproducidas, e intensificadas, en el nuevo mercado interno nacional, pero esta vez para su beneficio.

 Con ello, se expandió enormemente la burocracia estatal centralizada y se liquidó, además del particularismo comercial, todo un sistema político descentralizado que lo acompañaba. En ese marco debe verse el hecho de que las corporaciones artesanales, forma de organización de los productores precapitalistas, obstruían tanto la implantación de las nuevas técnicas del maquinismo como el "libre comercio" y su libertad de contratación de la mano de obra. Las corporaciones gremiales medievales reservaban para los "maes­tros" el control de esa mano de obra, por lo que ya antes de la Revolución Francesa habían estallado conflictos entre aquéllos y los obreros. Los revolucionarios burgueses, para abrir paso al desarrollo capitalis­ta, se encargaron de suprimir la potestad de ambos, además de otro tipo de agrupaciones que se habían originado en la Edad Media (p. ej., comu­nas campesinas) y que no tenían carácter estrictamente gremial.

 Esta supresión fue común a los procesos, graduales o violentos, de institu­cionalización política de la economía mercantil. La instauración social de esa economía fue en todos los casos brutalmente violenta; la "acumu­lación capitalista originaria" separó al productor directo de sus medios de producción (y subsistencia) y sometió a artesanos y campesinos a la venta de lo único que les dejó el despojo: su fuerza de trabajo, novísi­ma mercancía del ahora mercado "libre".

     Nuestro Cornelio Saavedra, que, junto con Moreno, Belgrano y otros, era mentor ideológico de la joven generación revolucionaria y, por con­siguiente, expositor de las nuevas ideas de "libertad de comercio", decía ya en 1799: "La erección del gremio debe considerarse perjudicial al beneficio público, porque enerva los derechos de los hombres, pone trabas a las industrias, es contraria a la población y causa muchos otros inconvenientes. [...] El derecho de trabajar es el título más sagrado e imprescriptible que conoce el género humano; persuadirse que se necesita el permiso de un gremio para no ser gravoso a la sociedad, para no ser ocioso, para

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(notas incompletas)
Por Leonardo Mir - Friday, Aug. 06, 2004 at 7:23 PM
leonardomir@msn.com

Gracias Tokitsu por la publicación.
Lo estoy leyendo. (Observo que al final las notas están incompletas, supongo que será un error al subir el texto. De ser posible, por favor, completarlas.)
L.M.

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Muy bueno el artículo...a Leonid "Tatoo" Brezhnev le encantó
Por El Oligar.....K - Saturday, Aug. 07, 2004 at 12:11 AM
oligarch@fastmail.fm

Muy bueno el artícul...
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yo estoy un poco bebido como para revisarlo, pero el camarada BREZHNEV lo leyó y aprobó, así que enhorabuena camaradas!!

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Buenísimo el artículo....aprobado por el camarada Leonid "tatoo"BREZHNEV!!!
Por El Oligarkvy - Saturday, Aug. 07, 2004 at 1:55 AM
oligarch@fastmail.fm Brezhnev@risedown.com

Buenísimo el artícul...
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tiene el sello de calidad de LEONID...que más se puede pedir....yo estoy muy ebrio como para emitir opinion....

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che, seria buena una critica desde el marxismo
Por juan salvo - Saturday, Aug. 07, 2004 at 11:56 AM

Y no desde la socialdemocracia. Criticas desde el marxismo a Trotsky y al troskismo existen y mucho mejores que esta. Por ejemplo, la siguiente:

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Mario Roberto Santucho
Por qué nos separamos de la IV Internacional
Agosto de 1973



En su reunión de julio, el Comité Ejecutivo del Partido Revolucionario de los Trabajadores votó, ad referéndum de nuestro VI Congreso la resolución de separarse de la IV Internacional.

Para la mejor comprensión por parte de los compañeros lectores sobre esta importante decisión, queremos reunir en esta nota los principales antecedentes de la misma.

El V Congreso de nuestra organización votó. entre otras resoluciones, el mantenimiento de la adhesión a la IV Internacional, contra el cual se habían pronunciado varios Congresistas. Posteriormente, para una mejor comprensión del sentido de este voto, el Comité Central encargó al compañero Miguel que resumiera en una minuta los puntos de vista sostenidos por la mayoría en el debate del Congreso, incluyéndose la misma en el folleto de divulgación de sus resoluciones.

Tomamos de esa minuta algunos párrafos centrales: "Nuestro punto de vista es que desde la experiencia leninista de la Tercera Internacional, quedó más clara que nunca la necesidad de un Partido Revolucionario Internacional que centralizara mundialmente la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, necesidad día a día más apremiante por las características de la época en que vivimos, con el capitalismo férreamente centralizado bajo la égida del imperialismo yanqui, la lucha revolucionaria desenvolviéndose en algunos teatros con contenido y forma internacional (sudeste asiático) y la notoria interinfluencia de los distintos procesos revolucionarios, anticapitalistas y antiimperialistas que se desarrollan en cada país, en cada región y en cada continente".

"El movimiento trotskysta. es necesario aclararlo, agrupa a sectores heterogéneos. Desde aventureros contrarrevolucionarios que se sirven de su bandera prostituyéndola hasta consecuentes revolucionarios".

"...es necesario tener claro que, efectivamente, la IV Internacional tiene enormes limitaciones y una tradición escasamente reivindicable".

"Podemos resumirla diciendo que la histórica tarea de mantener vivo el internacionalismo leninista, de conservar y desarrollar la teoría y la práctica de la revolución permanente, hubo de ser asumida en las condiciones de predominio absoluto del stalinismo, por pequeños círculos de intelectuales revolucionarios cuya marginación real de la vanguardia proletaria y de las masas -pese a importantes esfuerzos por penetrar en ellas- impidió su proletarización y otorgó un carácter pequeño-burgués al movimiento trotskysta. Esta realidad determinó que el opone de la IV Internacional al movimiento revolucionario mundial se limitara al nada despreciable de custodio de aspectos esenciales del marxismo-leninismo abandonados y pisoteados por el stalinismo, y lejos de jugar un rol práctico revolucionario de importancia, cayera en numerosas oportunidades en puntos de vista reformistas, ultraizquierdistas e incluso, sirviera de refugio a toda clase de aventureros contrarrevolucionarios, consecuencia y, a su vez, causa de la marginación de la que habláramos".

"Mas, el proceso de renovación y desarrollo a que nos referimos, que demuestra suma pujanza, implica necesariamente una transformación de la Internacional y de sus partidos en una dirección proletaria.

Implica un cambio radical en su composición social, el abandono progresivo de las características pequeño burguesas todavía dominantes, una participación plena y protagónica en distintas revoluciones nacionales. El futuro del movimiento trotskysta depende de la capacidad de la Internacional, de sus Partidos nacionales, para asimilar esta transformación, realizarla consciente y ordenadamente."[1]

Corresponde ahora analizar si la Internacional y sus partidos han sido capaces de asimilar y desarrollar esta transformación. Pero antes nos remitiremos brevemente a los antecedentes de la Internacional.




EL SURGIMIENTO DE LA IV INTERNACIONAL
Después de su expulsión de la Unión Soviética en 1929, León Trotsky comenzó a dar forma internacional a la oposición que venía desarrollando contra el stalinismo.

A esta tarea desarrollada por el gran luchador revolucionario, corresponde atribuirle el mérito de haber mantenido vivas las banderas leninistas del internacionalismo revolucionario y de la democracia proletaria, de haber desarrollado una crítica consecuente y generalmente acertada de los graves errores del stalinismo que contribuyeron a la frustración de la Revolución en Europa y de haber tratado tesoneramente de construir una nueva vanguardia proletaria. Pero también cabe señalar en ella un error capital; que contribuye decisivamente a la frustración de ese proyecto de desarrollar una nueva vanguardia revolucionaria a escala mundial.

León Trotsky, aferrado a las tradiciones revolucionarias del marxismo en Europa, no advirtió todo el profundo sentido de la definición de Lenin, acerca de que "la cadena imperialista se rompe por su eslabón más débil" y no sacó todas las consecuencias de su propia teoría de la Revolución Permanente. No comprendió, en suma, que el eje de la revolución mundial se había desplazado a los países coloniales y dependientes.

No comprendió que, mientras en Europa la Revolución se estancaba y retrocedía, en Asia, en cambio, continuaba en vigoroso ascenso, dirigida por partidos y hombres que, a pesar de militar formalmente en la III Internacional Stalinista, supieron mantener viva la teoría y la práctica del marxismo-leninismo, construir sólidas organizaciones proletarias de vanguardia, y ponerse a la cabeza de las masas oprimidas de sus países y conducirlas finalmente a la victoria sobre el capitalismo imperialista.

Sus discípulos chinos, por ejemplo, llamaron varias veces su atención sobre la correcta dirección de la guerra revolucionaria por Mao Tsé-Tung, apoyada sobre las masas campesinas oprimidas. Pero Trotsky lo esperaba todo de los obreros urbanos y desconfiaba de los ejércitos campesinos dirigidos por el Partido Comunista Chino.

En Vietnam, existió un partido trotskysta, relativamente fuerte y prestigiado entre las masas, que en 1936 concurrió a elecciones en Frente Único con el Partido Comunista Indochino. Sin embargo, poco después se produce la ruptura y los trotskystas vietnamitas llegaron a enfrentarse abiertamente con el Partido de Ho-Chi-Minh justamente cuando éste comienza a desarrollar la guerrilla.

Trotsky apenas prestó atención a estos importantes hechos, mientras dedicaba un tiempo desmedido a las pequeñas disputas y problemas de sus partidarios europeos, especialmente franceses.

"Los grupos minúsculos que no pueden ligarse a ningún movimiento de masas no tardan en ser presa de la frustración. No importa cuánta inteligencia y vigor puedan poseer, si no encuentran aplicación práctica para una y otra cosa están condenados a malgastar su fuerza en disputas escolásticas e intensas animosidades personales que desembocan en interminables escisiones y anatemas mutuos. Una cierta dosis de tales riñas entre sectas ha caracterizado, por supuesto, el progreso de todo movimiento revolucionario. Pero lo que distingue al movimiento vital de la secta árida es que el primero encuentra a tiempo, y la segunda no, la saludable transición de las disputas y las escisiones a la auténtica acción política de masas."

"Las disensiones similares a ésta, en las que prácticamente es imposible separar lo personal de lo político, vinieron a ser una dolencia crónica de la mayoría, si no de la totalidad de los grupos trotskystas; el ejemplo francés fue infeccioso porque, aparte de otras razones. París era ahora el centro del trotskysmo internacional. Las personalidades, por regla general, tenían tan poco peso, los motivos de disensión eran tan insignificantes y las disputas tan tediosas, que ni siquiera la participación de Trotsky les confieren suficiente importancia para que merezcan un lugar en su biografía".[2]

El principal biógrafo de Trotsky refleja así, con toda precisión, las características del trotskysmo en la época de su surgimiento y que constituiría en él un mal endémico. Lo que le falta precisar a Deutscher, aunque se desprende claramente de sus palabras, es la raíz de clase de estas características. Ellas constituyen una manifestación clarísima del individualismo pequeño-burgués, propio de los intelectuales revolucionarios no proletarizados por el desarrollo del partido. Por esta razón encontramos, como señala acertadamente Deucscher, tales características en los comienzos de codo movimiento revolucionario, cuando los intelectuales constituyen la mayoría o la totalidad de la militancia.

Pero cuando la vanguardia obrera penetra en sus filas, imprimiéndole su sello de clase, la organización y sus componentes no obreros se proletarizan y se produce la "saludable transición a la acción política de masas".

El trotskysmo no pudo concretar tal transición por las razones ames apuntadas. Mientras Trotsky concentraba sus esfuerzos en Europa y "tales fruslerías devoraban gran parte de su tiempo y de sus nervios", en China, en Vietnam, en Corea, las masas se batían firmemente contra el imperialismo, forjando en la guerra sus organizaciones proletarias. ¡Cuánto más útil hubiera sido allí el aporte de Trotsky, su invalorable experiencia, atesorada en años de militancia revolucionaria, templada en la Revolución de Octubre y la Guerra Civil!

Así, agobiado por el triple peso del retroceso de las masas en Europa, la persecución stalinista y sus propios errores, el trotskysmo siguió desarrollándose al margen de la práctica real de la lucha de clases.

Y en esas circunstancias surge, precisamente, la IV Internacional, fundada en 1938. Dejemos hablar otra vez a Deutscher:

"Durante todo el verano de 1938 Trotsky se mantuvo ocupado en la preparación del 'Proyecto del Programa' y de las resoluciones para el 'Congreso Constituyente' de la Internacional. En realidad éste fue sólo una pequeña conferencia de trotskistas celebrada en la casa de Alfred Rosiner en Perigny, una aldea cercana a París, el 3 de setiembre de 1938. Estuvieron presentes 21 delegados que decían representar a las organizaciones de 11 países."

"Naville rindió el 'informe sobre los progresos realizados' que debían justificar la decisión de los organizadores en el sentido de proclamar la fundación de la Cuarta Internacional. Sin proponérselo, sin embargo, Naville reveló que la Internacional era poco más que una ficción: ninguno de sus llamados Ejecutivos y Burós Internacionales había sido capaz de trabajar durante los últimos años. Las 'secciones' de la Internacional contaban con unas cuantas docenas o, a lo sumo, uno? cuantos centenares de miembros cada una."[3]

Mientras vivió Trotsky, la IV logró mantener cierta unidad de acción. Después de su asesinato, el 20 de agosto de 1940, las disputas y escisiones se hicieron interminables y atomizaron a la organización.

No obstante, tras el XX Congreso del PC soviético, en el que el propio Khruschev denunció los crímenes de Stalin, el trotskysmo experimentó un cierto reflorecimiento.

En nuestro V Congreso decíamos: "El resurgimiento del trotskysmo a partir de la defenestración de Stalin en la URSS se ha polarizado en la IV Internacional a que pertenecemos, quedando al margen la casi totalidad de los grupos aventureros y contrarrevolucionarios que se reivindican trotskistas. Reconocidos por el propio Partido Comunista de la Unión Soviética los aspectos negativos de Stalin, ello constituyó una dramática confirmación de las raíces sanas y correctas del movimiento trotskysta y favoreció dos procesos simultáneos: a) la reunificación de la mayoría del movimiento trotskysta, entonces muy atomizado, debilitado y desprestigiado, concretada en el Congreso de Reunificación de la IV Internacional de 1963; b) La revitalización del trotskysmo por la doble vía de un nuevo y más amplio prestigio, que posibilitó el ingreso a sus filas de la juventud revolucionaria y del traslado del eje de lucha desde el enfrentamiento y denuncia del stalinismo (...) hacia la problemática revolucionaria contemporánea". (Minuta citada).

Las esperanzas que entonces poníamos en la proletarización y renovación del trotskysmo se han visto frustradas. Las manifestaciones más claras de esta frustración son tres: la composición de clase de la IV, la actividad fraccional desarrollada contra nuestro Partido y el sostenimiento de posiciones teóricas que se apartan del marxismo-leninismo.




PEQUEÑA-BURGUESÍA Y FRACCIONALISMO
La composición de clase de la IV se puede medir con facilidad por la composición y orientación política de sus dos partidos más numerosos: el Socialist Warker's Party (SWR Partido Socialista de los Trabajadores) norteamericano y la Liga Comunista de Francia (LCF).

El SWP es un partido que cuenta en sus filas con algunos miles de militantes de origen pequeño-burgués, intelectuales, profesionales y estudiantes. Su vinculación a la clase obrera es escasa o nula y su actividad principal se desarrolla en los círculos intelectuales y en los movimientos "marginales", como el movimiento de liberación femenina. Constituyen desde hace muchos años el ala derecha de la Internacional. Por otra parte, no deja de ser significativo en sí el hecho de que el Partido más fuerte de la Internacional se haya desarrollado en el país mas reaccionario del mundo, mientras sus fuerzas son insignificantes en todos los países coloniales y dependientes.

La LCF es una organización de alrededor de 2.300 miembros, un 10 por ciento de ellos obreros, otro 20 por ciento empleados o profesionales y el 70 por ciento estudiantes. Su única intervención importante en !a lucha de clases en Francia se registró en las movilizaciones de 1968.

Un sector de la dirección de este Partido es precisamente el que desarrolló contra nuestra organización un trabajo fraccional en 1971 y 1972. Sobre esta última cuestión no nos extenderemos aquí, puesto que ya hemos publicado un folleto informativo sobre el tema.

Baste señalar que éste culminó con la formación del grupo que actualmente trata de usurpar e! nombre de nuestro Partido y del Ejército Revolucionario del Pueblo, añadiéndoles el aditamento "Fracción Roja".

Más importante es tratar aquí las profundas diferencias ideológicas que reflejan el carácter pequeño-burgués de la IV Internacional y constituyen el trasfondo de las actividades contra nuestro Partido, al mismo tiempo que marcan la imposibilidad de continuar trabajando por la construcción de una organización proletaria revolucionaria internacional en el marco de la Cuarta.

A) DEFINICIÓN IDEOLÓGICA

Para nosotros el socialismo científico, la teoría revolucionaria del proletariado, ha sido elaborada en lo fundamental por Marx y Engels. Lenin ha realizado a esta teoría aporres esenciales, especialmente la teoría científica del partido revolucionario, que justifican plenamente la designación del socialismo científico como marxismo-leninismo.

MaoTsé-Tung, Ho-Chi-Minh, Giap, Le Duan, KÍm-II-Sung, Fidel Castro y el Che Guevara han realizado grandes aportes al marxismo-leninismo, en el curso de su experiencia como dirigentes de la revolución en sus países, sobre todo en lo que hace a la teoría de la guerra revolucionaria y a la construcción del socialismo. León Trotsky, también ha hecho aporres valiosos, especialmente la teoría de la revolución permanente y la caracterización de la burocracia y del fascismo. Otros aportes menores podemos encontrar en Antonio Gramsci y otros y en todos los que con aciertos y errores han luchado y luchamos por el triunfo de la revolución socialista. Pero ninguno de estos aportes justifica ya el cambio de designación a la teoría científica de la clase obrera.

Esta no es una mera cuestión de nombres, sino que la IV Internacional, al sostener que el trotskysmo "es el leninismo de nuestro tiempo", desvaloriza los aportes de otros revolucionarios y maneja el pensamiento de Trotsky en bloque, negando sus errores. Carecen así de orientaciones correctas para una serie de cuestiones, especialmente aquellas relacionadas con la lucha armada.

B) CARACTERIZACIÓN DE LOS REVOLUCIONARIOS VIETNAMITAS Y CUBANOS

La IV niega el carácter de verdaderos y completos partidos marxista-leninistas a los compañeros vietnamitas y cubanos. Nuestros fraccionistas llegaron al extremo de caracterizarlos como "partidos de base amplia" al estilo del Partido Socialdemócrata Alemán (!), mientras ponían como modelo de construcción de partido en nuestro tiempo a la Liga Comunista de Francia. Esto es evidentemente desconocer el abecé del marxismo, que basa en la práctica toda caracterización. Y a nadie puede caber duda alguna sobre lo que vietnamitas y cubanos han hecho en el terreno de la práctica revolucionaria.

C) LUCHA DE CLASES EN EL PARTIDO

Este es un punto complejo e importante, en el que se entremezclan en un solo haz, los métodos de construcción de una organización verdaderamente proletaria, el centralismo democrático y los medios de conocimiento del Partido.

Empecemos por esto último. Un Partido revolucionario, para ser tal, debe conocer la realidad en la que se mueve. La fuente de ese conocimiento, como lo han enseñado reiteradamente Marx, Lenin y todos los revolucionarios, es la propia práctica, la actividad transformadora del mundo. O sea, en el caso de los revolucionarios, la actividad destinada a transformar las estructuras de la sociedad.

La práctica está, a su vez, orientada por la teoría, por el marxismo-leninismo, que no es otra cosa que la acumulación del conjunto de las experiencias prácticas de la Revolución y de los elementos de análisis científicos de la sociedad, que surgen del conjunto de la práctica social.

Pero, a su vez, la teoría, el marxismo-leninismo, no es un método abstracto, una herramienta que sirva para cualquier uso, al modo en que por ejemplo, se utilizan las notas musicales indistintamente para escribir un tango o una zamba.

La utilización correcta de la teoría depende del "punto de vista" con que se aplica. Sólo ubicándose en el punto de vista del proletariado la clase a que corresponde tal ideología y teoría científica de la revolución, se puede obtener el resultado correcto.

Ahora bien, en el curso de la actividad revolucionaria, ante una cuestión cualquiera, surgirán entre los compañeros opiniones diferentes. Esto es lógico y justo. Esas diferencias de opinión reflejan las diferentes experiencias de cada compañero. Es muy natural que frente a un determinado problema no opinen lo mismo un obrero tucumano que uno cordobés, un compañero que trabaja en una gran fábrica, que el que lo hace en un pequeño taller, el de un frigorífico que el de una planta química.

La confrontación de esas diferencias de opinión, a través de una discusión franca, amplia, sin trabas de ningún tipo, permitirá entonces capear la realidad en todos sus matices, arribar a una opinión común más justa, más correcta, más rica. Por eso se dice que el Partido es el "intelectual colectivo" de la Revolución. Este es el polo de la democracia en el centralismo democrático, el aspecto que permita la elaboración justa de la línea partidaria con el aporte de todos los compañeros.

Pero esto es a condición de que realmente "se quiera" llegar a una opinión común, que todos los que participan en la discusión lo hagan desde "el punto de vista proletario", atendiendo al interés superior de hacer avanzar a la Revolución.

Cuando la discusión "se empantana", cuando las diferencias se vuelven irreductibles y devienen en duros enfrentamientos de tipo personal, entonces esto quiere decir que alguna de las panes "no quiere" realmente llegar al acuerdo. Y si no quiere llegar al acuerdo, esto refleja un "interés social", un punto de vista "no proletario", que tiene su base material en intereses burocráticos o pequeño-burgueses, que son introducidos en la organización por sus elementos no proletarios o, excepcionalmente, por elementos obreros que se han desclasado. De esta manera esos elementos se transforman en correa de transmisión de las presiones de clases hostiles es sobre la organización del proletariado, de esa manera la lucha de clases en el conjunto de la sociedad se refleja como lucha de clases en el seno del lamido.

Cuando se llega a este punto, las contradicciones en el seno de la organización ya no pueden resolverse por la vía habitual, la discusión, la autocrítica y la crítica, sino que es necesario resolverlas mediante una enérgica liquidación de estas corrientes no proletarias: primero derrotándolas ideológica y políticamente, para así "curando el mal, tratar de salvar al enfermo", y en caso de persistir en sus posiciones antiobreras, expulsadas sin contemplaciones del seno de la organización como se extirpa un tumor para que no infecte a la mayoría sana del organismo.

No es siempre fácil detectar acertadamente y a tiempo, cuándo las diferencias de opinión se transforman en lucha de clases en el seno del Partido.

Es necesario orientarse permanentemente por la opinión de los obreros, consultar el mayor número de opiniones posible para tener una visión más amplia y justa de la realidad. Y la piedra de toque para diferenciar las corrientes de opinión sanas de las tendencias fraccionistas y antipartidarias es precisamente la práctica, el respeto del centralismo democrático en sus dos aspectos: amplia libertad de discusión en la elaboración, rigurosa disciplina centralizada en la acción.

Si ante un problema más complejo que otros una minoría no tiene argumentos suficientes para convencer de sus posiciones a la mayoría, y no está a su vez convencida de las posiciones de ésta, la actitud correcta es acatar la disciplina de la organización, continuar desarrollando la militancia tenazmente con la línea que en ese momento detenta la mayoría.

En la práctica, entonces, los compañeros de la minoría podrán comprobar la validez de las opiniones y si fuera acertada la opinión de la mayoría, rectificar la propia suya. Si, por el contrario, en la práctica se demostrara como justa la opinión de la minoría -lo que ha sucedido a veces en la historia de la revolución- será entonces en esa misma práctica, ejercida de una manera leal y respetuosa de la disciplina partidaria, cómo la minoría tendrá oportunidad de demostrar la corrección de sus posiciones y logrará oportunamente la rectificación de la línea.

Esto es posible, precisamente sobre la base, como hemos señalado, de un común punto de vista proletario, de la intención de todos, mayoría y minoría, de servir únicamente a los intereses de la revolución.

Cuando una de las partes tiene un interés social ajeno al interés de la clase obrera, cuando está situada en un punto de vista no obrero, sólo entonces cristalizan las diferencias en tendencias fraccionistas, se viola la disciplina y la legalidad partidaria y se debita la lucha de clases en la organización.

Hasta aquí, en apretada síntesis, la posición leninista sobre la lucha de clases en el seno del partido, que nuestra organización ha mantenido teórica y prácticamente de manera consecuente.

La IV Internacional, por el contrario, opina que esta posición es "burocrática", "stalinista", que se utiliza el rótulo "pequeño-burgués", para perseguir a los compañeros dentro del Partido. Reclaman, en consecuencia, la libertad de constituir permanentes tendencias diferenciadas en el seno de la organización, que discutirán sus distintas opiniones de manera permanente ante la "opinión pública" del Partido.

La piedra de toque para caracterizar estas corrientes no es ya para ellos la práctica misma de la organización, sino el debate permanente, la "continua discusión de ideas" con la única salvedad de un formal acatamiento de la minoría a la mayoría, llegando incluso a expresar públicamente las diferencias.

Consecuentemente, nuestros fraccionistas exigían como condición para ingresar al Partido, un elevado nivel teórico, a fin de poder participar en sus permanentes debates internos. Trababan así el ingreso de cuadros obreros, que, aunque conozcan perfectamente por su práctica sus intereses de clase y estén dispuestos a luchar por ellos, a causa de su explotación no pueden tener grandes conocimientos teóricos antes de ingresar al Partido y sólo en su seno pueden adquirirlos.

Esta posición no es marxista, no es materialista dialéctica, sino idealista y tiene una raíz de clase claramente pequeño-burguesa.

El intelectual pequeño-burgués, que no sufre en carne propia la explotación y se acerca a la revolución a partir de una posición humanista, moviéndose por ideas, tiene una fuerte tendencia a enamorarse de las ideas por las ideas mismas, a manejarlas de una manera abstracta en la discusión permanente.

Al obrero, en cambio, que experimenta día a día la explotación, le interesan la discusión y las ideas pero de una manera concreta, como forma de mejorar su práctica para acabar más pronta y eficazmente con la explotación de su clase y de toda la humanidad.

D) ELABORACIÓN TEÓRICA

Para nosotros, como para todo marxista serio, la teoría, en cualquier terreno, sólo puede surgir de la práctica. Ya Marx señalaba, en sus "Tesis sobre Feuerbach": "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo." (Tesis XI. Publicadas como apéndice en eI libro de Engels Ludwig Fewerbach y el fin de la filosofía clásica alemana). La teoría revolucionaria, en consecuencia, sólo puede surgir de la práctica revolucionaria y su elaboración sólo se puede realizar en el Partido revolucionario.

La IV Internacional, por el contrario enfatiza el aspecto del análisis, sosteniendo que se puede conocer y elaborar teoría al margen de la práctica y que esa es precisamente la función de una dirección revolucionaria internacional.

Por cierto que nosotros también sostenemos como un deber de internacionalismo revolucionario conocer, opinar e "intervenir" en las revoluciones de otros países, intercambiando experiencias y apoyo moral y material, coordinando la lucha contra el enemigo común. Pero esto sólo puede hacerse sobre la práctica de la revolución en el otro país.

O sea que, mal podemos opinar nosotros sobre el Congo, por ejemplo, si no existe un Partido hermano congolés en cuya práctica podamos basarnos para conocer y opinar.




CONCLUSIÓN
Como vemos, todas las importantes diferencias apuntadas hacen a aspectos capitales de la lucha revolucionaria. Por otra parte, todas ellas están íntimamente relacionadas y tienen una única raíz de clase: el carácter pequeño burgués de la IV Internacional, su negativa a proletarizarse. Teniendo en cuenta esto y todos los demás aspectos que hemos resumido aquí, nuestro Partido ha tomado la resolución que mencionamos al comienzo de esta nota.

Esta ruptura no debilita sino que fortalece nuestra inquebrantable decisión de luchar por la construcción de una nueva Internacional revolucionaria, aportando a esa tarea todo lo que esté dentro de nuestras modestas fuerzas.


NOTAS

1- Destacado por El Combatiente.

2- Isaac Deutscher, El Profeta Desterrado, pp. 65-66.

3- Isaac Deutscher, obra citada, pp 379-380. El autor ha tomado los datos de "Los Archivos", de Trotsky

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hambre, hambre
Por carolino natalio - Saturday, Aug. 07, 2004 at 1:06 PM

Ojo que viene Juan Galgo ladrando a ras de su presa.
guau guau guau guau guau
cucha cucha cucha, Salvo

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a Tokitsu
Por Leonardo Mir - Saturday, Aug. 07, 2004 at 8:35 PM
leonardomir@msn.com

"Stalin sólo continuó, con su estilo, el modelo".
Creo que esa breve frase resume el espíritu del artículo.
Si bien el artículo es bastante extenso está redactado de tal forma que no ofrece muchos puntos de verificación. Falta la otra campana, es decir, se hacen afirmaciones que se explican por la via de los mismos hechos contados a su manera por el autor. Pero no hay un verdadero análisis marxista que se atenga a la multiplicidad de factores en juego y a su íntima relación. Todo se reduce a "la voluntad de Lenin de instaurar una dictadura de partido". No hay guerra civil, no se la ve por ningún lado en este artículo; no hay 14 ejércitos "Blancos" combatiendo a la naciente república soviética. No hay ninguna de las dificultades "reales" que condicionaron todo el proceso.
Entonces la crítica pierde todo el valor que pudiera tener. Solo deja dudas por aquí y dudas por allá.

En cambio es excelente el artículo de Alexei Goussev "La clase imprevista" que publicaste en otro hilo y que yo puse (sin tus agregados) en:
http://argentina.linefeed.org/news/2004/08/215110.php
, he ahí una verdadera crítica al trotskimo.
Saludos



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platos recalentados
Por Xr - Monday, Aug. 09, 2004 at 3:25 AM

"Stalin sólo continuó, con su estilo, el modelo".
Esa breve frase no es más que un lugar común, repetido ritualmente desde hace muchas décadas por toda la centroizquierda democratizante (y contrarrevolucionaria). Naturalmente, hubo entre ellos muchos que, habiendo apoyado al stalinismo -en nombre de la "defensa de la revolución socialista"- esperaron hasta que el descrédito del stalinismo fuera irreversible para acordarse de que la culpa de todo la tenía Lenin ¿Y por qué no Marx¿ ¿Y por qué no los jacobinos? etc...). No deja de ser impresionante el hecho de que este tipo de críticas arrecien en el seno de la izquierda cuando el stalinismo es ya un perro muerto y corresponde, por lo tanto, la rehabilitación histórica de Trotski, que fue la némesis de Stalin. En algún sentido este tipo de "críticas" permanecen dentro de la órbita de la dependencia ideológica del stalinismo.
Verdaderamente es lamentable ver a indigentes morales e intelectuales como Tokitsu y Mir -de quienes dudo mucho que tengan la menor idea de qué es la militancia revolucionaria- repitiendo lugares comunes de la reacción política mientras hacen turismo doctrinario "de izquierda" y posando de tener la posta cuando en realidad no hacen más que exponer su inmensa ignorancia y necedad queriendo enseñar desde el púlpito aquello de lo que no saben nada (cosa que, incluso, en el caso de Mir he dejado demostrada hace ya muchos meses).
Nos son los únicos, pero insectitos como ustedes contribuyen a hacer de este sitio una mierda, irrespirable para cualquier auténtico luchador.

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Rehabilitación Histórica de Trosky?
Por Leonid Brezhnev "Nuestro Padre y Prooved - Monday, Aug. 09, 2004 at 3:57 AM
Movimiento_Stalin_Vive@hotmail.com

Rehabilitación Histórica de Trosky? jajaja, no se puede rehabilitar lo que no existe!.

Troskos: váyanse a organizar "luchas sociales" entre los vendedores de artesanías y fumadores de porro de Plaza Serrano, que no les da el cuero para más!

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calmate Xr
Por juan salvo - Monday, Aug. 09, 2004 at 4:08 AM

Si lees de vuelta lo que dijo Leonardo Mir vas a ver que él no está de acuerdo con lo que dice el artículo de Brocato, y además lo refuta.

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despreciable Xrete
Por villurkia - Monday, Aug. 09, 2004 at 8:54 AM

¡Como! no era que te resultaba imposible seguir escribiendo en un sitio de "descerebrados"?. Y nosotros que nos habiamos tomado en serio tu saludo de adios, viejo choto mentiroso.
¿Y son los grandes sucio-listas como vos que nos van a garantizar el respeto y la libertad de expresion si llegase a triunfar "tu" revolucion?.
Segui pasandote fruta con Salvo "desde el marxismo" en alguna cabina telefonica pero deja de aburrirnos con tus mamotretos pedorros.

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Villur-kia, error de la naturaleza
Por juan salvo - Monday, Aug. 09, 2004 at 9:08 AM

Si te aburren los mamotretos, no entres y listo. Problema solucionado. Mal te podes quejar de lo que dicen otros cuando vos a lo unico que entras a indymedia es a putearme a mi.

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Pudo haber sido otra cosa..?
Por a - Monday, Aug. 09, 2004 at 9:16 AM

Pareciera que todos intentan introducir a presion sus deseos en la historia. Creo que fue Borges quen dijo que la historia es un material maleable moldeado a su gusto por las generaciones presentes. El tema es que aqui muchos se reclaman del "materialismo historico"...Igual esta bueno rediscutir el proceso sovietico aunque es al repedo usarlo para justificar politicas actuales. La toma del poder del estado para "dirigir' un proceso revolucionario no tiene cabida alguna en la epoca de la critica radical de la multitud a la representacion. Discutir y rediscutir la Revolucion Bolchevique equivale a la tarea de los paleontologos, solo quedan huesos fosilizados de los que se puede inferir formas, tamaños e imaginar constumbres. Lo esencial de comprender es que este tipo de bicho esta absolutamente extinguido, nunca veremos uno vivo a menos que los nostalgicos de Xor y Salvo inventen un parque jurasico.

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Bueno, indymedia argentina es una especie de JURASSIC PARK...
Por El Oligarca - Monday, Aug. 09, 2004 at 9:25 AM

hay fósiles enterrados por todos lados.....JUANSALVUS REX, POLO-DÁCTILOS......

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Queda peor todavia
Por villurkia - Monday, Aug. 09, 2004 at 9:33 AM

El peor de todos:
Xretus Podricantropus Reptilus....
enemigo de cualquier "Erectus Posibilis" real

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un honor
Por polo - Monday, Aug. 09, 2004 at 10:21 AM

que el oligarca me llame fosil enterrado es para mi, un gran honor, ahora pregunto, de donde te sacaste el fosil, o sea, mi fosil.....
que no duela.

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ehhh, Oligarca
Por Villurquia - Monday, Aug. 09, 2004 at 10:42 AM

Fuera de joda. Decinos si es verdad (o era broma) que Juan Salvo anda tirando virus por los buzones electronicos.
Se agradecera respuesta.

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A mí me llegó un worm de la sig.dirección:
Por El Oligarca - Monday, Aug. 09, 2004 at 11:01 AM
oligarch@fastmail.fm

juansalvo1917@yahoo.com.mx

tenía un archivo zip adjunto, de ésos que ni necesitas pasarle el scan para darte cuenta que és un virus, bastante burdo , por cierto, tipo spam.

Para futuros víruses, amenazas, desafíos pugilísticos y puteadas, mándenlas a la Dirección Oficial del Movimiento:

Movimiento_Stalin_Vive@hotmail.com

Ahí el camarada Comisario de Selección de Correspondencias y Eliminación de víruses (y troskistas) hará la selección previa del material.

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Al señor Xor
Por Leonardo Mir - Monday, Aug. 09, 2004 at 5:27 PM
leonardomir@msn.com

Señor Xor:

Parte usted del error de considerar que yo estoy de acuerdo con el artículo “Trotsky, error del leninismo”.
Tal vez, luego de haber sido advertido por Juan Salvo haya usted vuelto a leer mi intervención. Como no es seguro que de una segunda lectura saque usted en esa segunda oportunidad la conclusión acertada se lo dejo aclarado aquí sin más trámite: Yo no estoy de acuerdo con el contenido de ese artículo.
Sé que esto no basta. Seguramente exigirá usted que yo realice una completa autocrítica y que me autoadministre un digo castigo por expresarme de modo tal que usted haya sido inducido a error. Muy bien. Reconozco no haber sido lo suficientemente claro, al menos para la capacidad de personas como usted y le pido por lo tanto perdón a usted y a todos los lectores de Indymedia que puedan haberse confundido en cuanto a mis apreciaciones.
Pero presiento que todavía esto aún no sea del todo suficiente. Ya que usted afirma haber demostrado anteriormente que yo no se nada -y, lo que es peor, que soy absolutamente incapaz de aprender, ¡incluso del propio Xor que ha intentado enseñarme!- y teniendo en cuenta que yo sería un indigente moral e intelectual, el justo castigo hacia mi persona sería –para conformarlo a usted, señor Xor- no volver a escribir nunca más en Indymedia.


La verdad es que me parece que el señor Xor exagera un poco cuando opina que yo no tengo la menor idea de qué es la militancia revolucionaria. Tal vez yo no sepa tanto como él, pero sí creo saber algunas cosas. Por ejemplo, que pretender erigirse en el ganador de las discusiones descalificando al interlocutor, aporta poco al objetivo de dirimir una cuestión o a hallar una solución o un acercamiento a la verdad. También me parece que intentar descalificar al que no está de acuerdo conmigo, más aún teniendo en cuenta el hecho de que -en principio- estaríamos polemizando o discutiendo con el objetivo común declarado de aportar a la causa revolucionaria es, por un lado, una mala enseñanza para quienes observan ese modo de polemizar; pero además, descalifica también a quien actúa de esa forma, y erige una barrera entre sus argumentos –los del descalificador- y la mente de los eventuales receptores de esos argumentos.

Señor Xor: no se a qué se refiere usted al decir que yo me dedico al turismo doctrinario “de izquierda”. He de suponer que lo que quiere manifestar es que mis intervenciones son una forma de descanso o que publico mis opiniones por mero placer, y que el carácter de las mismas es falsamente de izquierda.
Yo opino –por el contrario- que es usted quien presenta falsas posiciones “de izquierda”, y, además que –lamentablemente para usted- parece no encontrar placer en esta actividad.
No tengo necesidad de ocultar que a mi sí me resulta placentero dedicarme a indagar acerca de la realidad y descubrir que no sólo es esta una actividad necesaria sino también, posible. Considero que se trata de una labor noble y constructiva. Voy a serle aún más franco. Mi ambición última es lograr convencer a la mayor cantidad posible de trabajadores de lo acertado de mis posiciones. Es una tarea ardua y difícil. A veces se encuentra uno con gentes como usted: autoritarios, despreciativos, en gran parte ignorantes, dogmáticos y altaneros. Cuando me topo con personas de su catadura tiendo a bajar la guardia y me siento tentado a insultarles, a arrojarles todo mi odio por demostrar tanta estupidez o malas intenciones. Por lo general logro contenerme. Intento ser razonable y tengo en consideración que si la persona con la que estoy discutiendo es verdaderamente un enemigo o si se trata de un pobre repetidor de consignas e ideas mal aprendidas, o -lo que no es posible descartar-, de una persona poseedora de una personalidad trastornada; no debo rebajar la forma de expresión de mis ideas a la calaña del oponente, teniendo en cuenta que estamos discutiendo en forma pública y que debo tener presente en todo momento mi objetivo por sobre mi subjetividad tal vez molesta o dolida.
Desearía que reflexione usted sobre estas palabras mías, aunque posiblemente le resulten en una primera lectura, chocantes, falsas, pretenciosas, huecas o insultantes. (Seguramente usted podrá encontrar otros calificativos más para agregar).
Pero tal vez en esta otra oportunidad usted no cometa el error anterior y lea la presente en dos ocasiones en vez de sólo una, antes de escupir su odio nuevamente hacia mi persona. Tal vez, sólo tal vez –digo-, leyendo detenidamente la presente y, al menos como un acto (…un tanto hipócrita, no lo neguemos) –decía-, como un acto… correctivo, o, como decirlo… para no quedar descolocado ante mi respuesta (eso, eso, para no quedar descolocado) a lo mejor usted es capaz de expresarse en términos un poco más civilizados y es capaz de exponer sus ideas sin necesidad de intentar descalificarme como persona.
Después de todo ya ha hecho usted esto anteriormente (me refiero a intervenir más civilizadamente luego de algún brulote), aunque no dudo tampoco que a usted no le faltará muñeca para una contestación demoledora. La opción es suya.

Ahora bien, si luego de meditar usted sigue pensando que yo soy “un insectito” que contribuyo a hacer de este sitio “una mierda, irrespirable para cualquier auténtico luchador”, entonces, de ser verdaderamente usted un auténtico luchador, le advierto que corre entonces el cierto peligro de asfixiarse; por lo cual y por su bien, le aconsejaría que no vuelva usted por estas páginas, no sea cosa que le ocurra una desgracia. Pero si continúa usted entrando a esta página que usted considera de mierda e irrespirable para cualquier auténtico luchador, plantéese entonces la posibilidad de que usted no sea quizás, un auténtico luchador.


Saludos.

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Estimado señor Leonardo
Por Brutus - Monday, Aug. 09, 2004 at 5:59 PM

Me ha ocurrido el no compartir muchas de sus opiniones -siempre debidamente planteadas reconozco- pero tras la atenta lectura de su respuesta al susodicho Xor me plazco en descubrir otra persona, esa con la que solemos deleitarnos en cualquier imprevisto de la vida diaria.
Su respuesta es certera, digna y suscita mis deseos de felicitarlo.
¿Como podemos ser revolucionarios y ser como Xor; eso es, sin ser humanos en primer lugar?
muy solidariamente

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y el Morenismo qué?
Por CamaLeon Truchi - Sunday, Dec. 08, 2013 at 11:58 PM

la ponzoña del social liberalismo,
un horror del desbarranque trotskysta imperial;
el tiempo es cruel, hablando a distancia
o con los hechos de hoy

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