La controversia política venezolana,
polarizada en dos bandos absolutamente irreconciliables,
alcanza un nuevo, y tal vez definitivo capítulo el
próximo 15 de agosto, con la celebración del referéndum
revocatorio del mandato presidencial de Hugo Chávez
Frías. Tras su irrupción y meteórico ascenso al poder,
el ex teniente coronel paracaidista se somete nuevamente
al juicio popular que él mismo dispuso en un mandato
constitucional. Para consternación de los grupos
opositores de Venezuela y para sorpresa de los
observadores internacionales reunidos en Caracas, el
presidente Hugo Chávez está a punto de obtener una
victoria aplastante el 15 de agosto en un referéndum
concebido para conducir a su derrocamiento. Elegido
por primera vez en 1998, cuando era un coronel casi
desconocido, armado con poco más que retórica
revolucionaria y un programa socialdemócrata moderado,
Chávez se ha convertido en el líder de la emergente
oposición latinoamericana a la hegemonía neoliberal de
Estados Unidos. Estrecho aliado de Fidel Castro,
rivaliza con el dirigente cubano en sus feroces
denuncias de George W.Bush, una estrategia que es bien
acogida en la gran mayoría de la población de América
Latina, donde sólo las elites reciben bien las recetas
económicas y políticas ideadas en Washington.
Mientras que Chávez conserva su popularidad después
de seis años como presidente, el apoyo a los dirigentes
abiertamente proestadounidenses de América Latina, como
Vicente Fox en México y Alejandro Toledo en Perú, ha
quedado reducido a la nada. Hasta el presidente de
Brasil, Lula, que permanece neutral, no sale muy bien
parado en las encuestas. La noticia de la victoria
de Chávez en el referéndum será recibida lúgubremente en
Washington. Chávez llegó al poder después de que el
sistema político tradicional se hubiese autodestruido en
la década de 1990. Pero los restos del antiguo régimen,
en especial los atrincherados en los medios de
comunicación, han mantenido una lucha constante contra
él, en un país en el que las antipatías racistas
heredadas de la era colonial no están nunca muy
soterradas. Chávez, con sus rasgos indios y negros y un
acento que revela sus orígenes provincianos, es visto
con simpatía en los barrios de chabolas, pero es
aborrecido por quienes viven en las ricas zonas
residenciales de blancos, que temen que movilice contra
ellos a la empobrecida mayoría. El esperado triunfo
chavista será la tercera derrota de la oposición en
igual número de años. Las dos primeras fueron
resultado de tentativas espectacularmente
contraproducentes para sus opositores, que sólo
sirvieron para hacer que se atrincherase en el poder.Una
intentona de golpe de estado en abril de 2002, con un
trasfondo fascista que recordaba la época de Pinochet en
Chile, fue derrotada por una alianza de oficiales leales
y grupos civiles que se movilizaron de forma espontánea
y exigieron con éxito el regreso de su presidente.
La inesperada restauración de Chávez no sólo alertó
al mundo sobre la existencia de un inusual
experimento de izquierdas, por no decir revolucionario,
que está teniendo lugar en Venezuela, sino que
también llevó a la mayoría pobre del país a entender
que tenía un Gobierno y un presidente que valía la pena
defender.Chávez logró retirar a oficiales de alto rango
contrarios a su proyecto de implicar a las fuerzas
armadas en progamas para ayudar a los pobres y eliminó
la amenaza de nuevo golpe. El segundo intento de
derrocamiento -la prolongada huelga de diciembre de
2002, que se extendió al cierre patronal de la
empresa petrolera estatal, Petróleos de Venezuela,
nacionalizada desde 1976- también acabó por favorecer al
presidente. Cuando fracasó la huelga (con sus ecos de la
de los propietarios chilenos de camiones, respaldada por
la CIA, contra el gobierno de Salvador Allende a
comienzos de los 70), Chávez consiguió despedir a los
sectores más mimados de un personal laboral
privilegiado.Los enormes excedentes de suministro de
crudo que producía la empresa fueron redirigidos a
nuevos e imaginativos programas sociales. Se fundaron
por todo el país innumerables proyectos o «misiones»,
que recordaban el clima de los primeros años de la
revolución cubana. Con ellos se combate el
analfabetismo, se da ulterior educación a quienes no
terminan los estudios básicos, se promueve el empleo, se
proporcionan alimentos baratos y se extiende la atención
sanitaria gratuita en las zonas pobres de las ciudades y
el campo, con la ayuda de 10.000 médicos cubanos.
Edificios sobrantes de la compañía petrolífera se han
reutilizado como sede de una nueva universidad para los
pobres y se ha desviado dinero del petróleo para fundar
Vive, un innovador canal de televisión que está ya
rompiendo los tradicionales moldes estadounidenses de
los medios de comunicación latinoamericanos. Los
opositores tachan los nuevos proyectos de «populistas»,
un término habitualmente usado con intención peyorativa
por los científicos sociales de Latinoamérica. Sin
embargo, ante la tragedia de la extrema pobreza y el
abandono en un país con unos ingresos procedentes del
petróleo comparables con los de Arabia Saudí, es difícil
ver por qué un gobierno democráticamente elegido no debe
embarcarse en programas para ayudar a los más
desfavorecidos. Su impacto está a punto de
comprobarse en la consulta popular del 15 de agosto.
Vote «sí» para echar a Chávez de la presidencia,
vote «no» para mantenerlo en ella hasta las próximas
elecciones presidenciales de 2006. La oposición,
políticamente dividida y sin ninguna figura carismática
que pueda competir con Chávez para liderar su campaña,
sigue comportándose como si tuviera la victoria segura.
Les gusta imaginar que pueden obtener un triunfo
comparable con el de los antisandinistas en Nicaragua en
1990. La campaña chavista por el «no» ha sacudido el
país, poniendo en juego todas las habilidades de
Chávez como estratega militar y organizador político.
Un empujón en la inscripción, que recuerda la
tentativa de introducir a negros en el censo
electoral de EEUU en los años 60, ha producido cientos
de miles de nuevos votantes. Lo mismo ha sucedido
con una campaña para conceder la ciudadanía a miles de
inmigrantes que llevaban largo tiempo en el país. La
mayoría optarán por Chávez, y los partidarios del
presidente están ya patrullando los barrios y las
regiones más remotas del país para sacar votos el 15 de
agosto. Una inesperada ventaja para Chávez ha sido
el espectacular aumento de los precios del petróleo en
el mundo. Como me explicó hace unos días, ahora puede
dirigir los ingresos extra a los pobres, tanto en el
país como en el extranjero, pues Venezuela
suministra petróleo a precio reducido a los países de
América Central y el Caribe, incluyendo a Cuba. Le
ha ayudado también el cambio en el clima político de
América Latina. Antaño percibido por sus vecinos como un
estrafalario, ahora se parece más a un hombre de estado
latinoamericano. En todo el continente, se ha convertido
en el hombre al que hay que observar. Ante una
victoria de Chávez, puede que la oposición, desesperada,
recurra a la violencia. Su asesinato, recientemente
insinuado por el ex presidente Carlos Andrés Pérez,
o el uso de fuerzas paramilitares del tipo de las que se
desencadenaron hace pocos años en Colombia, son siempre
una posibilidad. No obstante, los sectores más
civilizados de la oposición se aplicarán, si hay suerte,
a la difícil tarea de organizar una fuerza electoral
adecuada para enfrentarse a Chávez en 2006.
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