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Manifiesto de los Exégetas
Por Leonardo Mir -
Wednesday, Aug. 18, 2004 at 2:05 AM
leonardomir@msn.com
Presento a continuación un documento escrito en 1946 por "Peralta" (Benjamín Peret) expulsado de la IV Internacional junto a "Munis" y Natalia Sedova por sus profundos desacuerdos y por la incapacidad de la IV de aceptar estas críticas en su seno
"PERALTA" [PERET, Benjamín]: "Le "Manifeste" des exegetes". ["El "Manifiesto" de
los exégetas"]. Editorial Revolución, México DF, 1946.
Quisiera tratar desapasionadamente el "manifiesto" de la preconferencia de la IV
Internacional del pasado abril. Pero sólo se puede constatar que no aporta
ninguna solución real a los problemas actuales del movimiento obrero y de la
revolución socialista a la que apunta este último, porque a estos problemas, ese
texto opone un análisis basado en postulados que una crítica rigurosa reduciría
a la nada, provocando el desplome de todo el edificio teórico, agrietado a
medida que se construía. Primero debe subrayarse que este "manifiesto" sólo
tiene de manifiesto el nombre. Es el documento de la beata vanidad, un
interminable diploma de autosatisfacción que se otorgan sus redactores en nombre
de nuestra Internacional: todo es lo mejor en el mejor de los mundos troskistas
puesto que todo lo que dijimos “se ha verificado”, y si, por ventura, la
realidad se bate en duelo con algunas de nuestras previsiones, se echa un púdico
velo sobre esta fastidiosa realidad que se obstina en contradecirnos con la
esperanza de que modifique pronto su aspecto.
¿Es este un método revolucionario? ¿Podremos educar así a las masas? ¿Nos
estamos preparando realmente para ser el partido mundial de la revolución
socialista? Digamos enseguida que no y que, por este camino no llegaremos nunca.
Por el contrario, es así como pasaremos, impotentes, al lado de situaciones
revolucionarias sin poder hacernos oír por los trabajadores, indefinidamente
condenados a nuestro raquitismo actual. Haber tenido razón desde la a hasta la z
(y no es el caso) sin que la clase obrera se haya dado cuenta durante siete
años, es evidentemente haberse equivocado, a menos que la clase obrera no haya
permanecido tan lejos de nosotros que aparezcamos como energúmenos
ultraizquierdistas a los que no comprende, y esto también significaría que nos
hemos equivocado.
Pero si la clase obrera no ha venido a nosotros, en Europa por ejemplo (dadas
las dificultades materiales para un pequeño partido de hacerse oír en
condiciones de ilegalidad que han prevalecido durante toda la guerra) es
sencillamente porque la falsedad de los puntos de vista que sostuvimos al inicio
de la guerra ha sido sensible para la mayoría de los trabajadores, que no veían
ninguna razón para defender a la URSS, simple aliado de Hitler o del
imperialismo anglosajón. Por otra parte, el mantenimiento por parte de nuestra
organización de posiciones periclitadas, ha tenido por consecuencia una
pusilanimidad de los dirigentes que no han sabido aprovechar las distintas
circunstancias que se les han ofrecido desde el comienzo de la guerra pues en
todos los casos, encadenados por consignas caducas, les ha faltado audacia,
tanto para analizar la situación como para sacarle partido. Así pues nos hemos
equivocado y nuestro deber inmediato e imprescriptible, en tanto
revolucionarios, es buscar las fuentes de nuestro error sin intentar engañarnos
suponiendo que se trata de errores secundarios.
En realidad, en lugar de entregarse a un trabajo crítico, los redactores del
"manifiesto" han recogido piadosamente los textos sagrados que han sometido a
una exégesis detallada puesto que declaran fríamente, aunque de forma implícita,
que nuestras tesis de antes o del inicio de la guerra, en su conjunto, han
resistido la prueba de los hechos, lo que es una falsedad irritante.
Es ahí donde el "manifiesto" ha fallado más. Un manifiesto ante todo debe tener
capacidad de agitación, ser breve y resumir en frases brillantes la situación
del momento para expresar consignas de movilización. Salta a los ojos que este
"manifiesto" en lugar de agitar, se limita a sumir al lector en un profundo
sueño.
EL
PACTO STALIN-HITLER.
En primer lugar, este "manifiesto" parte de la idea preconcebida, aunque no
expresada, de que no ha sucedido nada desde 1939, que la guerra sólo ha sido una
pesadilla al despertar de la cual uno se encuentra en el mismo punto de partida
que antes; un "Estado obrero degenerado" enfrentado a unos imperialismos
empeñados en perderle. De esta posición se desprende forzosamente una táctica
errónea que reposa, por otra parte, en la idea de la necesidad de una educación
incesante de los trabajadores. De este modo la cuestión no es ya mostrar a los
trabajadores la necesidad de derribar al capitalismo para instaurar un poder
obrero que conduciría la sociedad hacia el socialismo. Todo trabajador europeo,
cuando se rasca el barniz pequeñoburgués que el capitalismo a veces ha sabido
aplicarle con la complicidad, ya sea de los reformistas, o bien hoy de los
estalinistas, demuestra saber que no es posible otra salida para la crisis. En
consecuencia nuestra táctica de frente único por ejemplo, sólo por esto, ha
perdido todo significado, pues los millones de trabajadores que siguen a los
reformistas y a los estalinistas no obedecen más que a la ley del menor esfuerzo
inherente a todo hombre, y los partidos "obreros" saben aprovecharse cultivando
esta pereza. Así pues, por una parte los trabajadores siguen en tan gran número
a los traidores a causa de una pasividad que no hemos sabido sacudirnos, por
otra parte, a causa de nuestra insignificancia numérica, consecuencia de lo
inadecuado de nuestra propaganda, y por último, ambas causas unidas impiden que
los obreros vengan a nosotros, pues estiman con razón que nosotros en la
actualidad no somos más que los representantes de una izquierda del estalinismo,
del que estamos insuficientemente diferenciados y con el que no hemos roto
claramente. Además, estas posiciones sostenidas pese a toda evidencia, sin
análisis previo que las justifique, - que no puede existir - encadenan a los
redactores del "manifiesto" a una tolerancia frente al estalinismo, que roza a
veces la capitulación, pues les impulsa a enmascarar los hechos más llamativos,
aquellos contra los que el deber más urgente sería el de enfrentarse
enérgicamente y extraer las necesarias conclusiones. Es así como, en el pasaje
relativo al "auge y caida del imperialismo nazi", se oculta púdicamente el pacto
Hitler-Stalin, que es mencionado sólo episódicamente. ¿Por qué? Sencillamente,
porque si fuera cierto que "la labor del Estado nazi fue la de aplastar a la
clase obrera en Alemania y dominar la Europa capitalista", sería falso que su
tarea haya sido "aplastar a la URSS", en tanto que heredera de la revolución de
Octubre. Aliándose a Hitler, Stalin le ha ayudado poderosamente a aplastar a la
clase obrera alemana y a preparar su masacre. ¿En efecto, que podían pensar los
trabajadores alemanes, para quienes Rusia encarnaba la tradición revolucionaria
de 1917, situados de repente frente al pacto de su opresor nazi con el "padre de
los pueblos", sino que interesaba a la clase obrera alemana batirse contra las
"plutocracias" occidentales, puesto que Stalin se enfrentaba a ellas? No podía
tratarse más que de una "genial" maniobra táctica en espera de la hora de la
revolución socialista. ¿En fin, era mejor silenciar ese pacto y no comentarlo ni
denunciar el carácter imperialista que la posterior actitud de Moscú a puesto en
evidencia? En efecto, si en 1939, este pacto podía aún aparecer como una de esas
repugnantes maniobras tan propias del estalinismo, hoy no tienen más sentido que
el de un nuevo giro a la derecha, que sitúa definitivamente al estalinismo en el
plano imperialista. El reparto de Polonia con Hitler, seguido por la absorción
de los Estados bálticos, y luego de Besarabia, no era para Stalin, como bien
hemos visto, más que una manera de echarles mano, puesto que hoy domina,
directamente o por mediación de sus títeres generalmente aliados de la canalla
reaccionaria, toda la Europa oriental.
No existía entre la Alemania hitleriana y la Rusia estalinista ninguna
contradicción inherente al régimen de propiedad imperante en uno y otro país. De
otro modo ese pacto hubiera sido imposible. Intentad imaginar -- lo que es
evidentemente insensato -- un pacto Lenin-Hitler. El solo acoplamiento de estos
dos nombres hace rechazar sin más esta hipótesis. Pero si tal hipótesis es
insensata y si el pacto Stalin-Hitler ha sido realidad, es porque entre la época
de Lenin y la de stalin se han producido tales modificaciones que no pueden ser
consideradas cuantitativas, sino cualitativas. ¿El deber de los redactores del
"manifiesto" era el de escamotear esas modificaciones, o bien el de iluminarlas
para que la Internacional pudiera discutir y tomar las resoluciones adecuadas?
Evidentemente debían haberlas expuesto con el máximo detalle, no en un
manifiesto que tiene un objetivo bien distinto, sino en un estudio preciso y
riguroso, del que debían pedir a la Internacional que discutiera las
conclusiones, en lugar de situar a ésta frente a posiciones intangibles, pues
declarar como hacen que "la URSS, este vasto sector del mercado mundial
sustraido a la explotación capitalista en 1917, está siempre en pie", supone
resucitar una contradicción hoy abolida, y afirmar que la guerra no tuvo
ninguna influencia sobre la URRS y que sigue siendo un "Estado obrero
degenerado" como antes, como si esta degeneración, obediente al deseo de los
redactores del "manifiesto", pudiera mantenerse igual que antes de la guerra,
permanecer inmutable, en lugar de evolucionar como lo hubiera hecho de todas
formas, incluso sin guerra. Y si a esto se añade que la URSS "amenaza engullir a
otros muchos países situados en sus fronteras", no se hace en realidad, más que
denunciar la tendencia expansionista del Kremlin sin osar confesarlo francamente
ni recordar que todo país imperialista actúa igual si le es posible. La opresión
rusa simplemente ha sucedido, en esos territorios, a la opresión nazi, el
partido stalinista al hitleriano, la Gepeú a la Gestapo, sin que las masas se
hayan beneficiado en nada. Siguen siendo las víctimas del stalinismo como lo
fueron del nazismo.
Pero volvamos al pacto Hitler-Stalin. Para justificar su actitud de derviches,
los redactores del "manifiesto" nos citan las tesis de la IV Internacional al
inicio de la guerra donde se decía que la contradicción entre la URSS y los
Estados imperialistas era "infinitamente más profunda" que entre estos últimos,
por lo que concluyen que "sólo a partir de esta estimación puede explicarse el
estallido de la guerra de Hitler contra la URSS después del pacto
Hitler-Stalin". ¡Sólo así! Pero Hitler y Mussolini en su correspondencia no
aluden ni una vez a esta famosa contradicción, a decir verdad exactamente
parecida a la que opone al imperialismo alemán con su cómplice y rival
anglosajón. ¿Existía alguna contradicción entre dos sistemas de propiedad cuando
Mussolini atacó al imperialismo francés en junio de 1940? Evidentemente no más
que el que existía cuando Stalin atacó al Mikado en 1945. En efecto, los dos
cómplices no habían previsto, para justificar su agresión, más que metas
estratégicas: los recursos agrícolas de Ucrania necesarios para la continuación
de la guerra, al igual que Stalin, hoy se prepara para la próxima masacre
sometiendo la mitad de Europa a su yugo, absorbiendo el petróleo del norte de
Irán, intentando dominar China, los Dárdanelos, Grecia, etc. Por otra parte, los
redactores del "manifiesto" no imaginan ni por un instante que la IV
Internacional haya podido equivocarse cuando la burocracia estalinista intentaba
aún disimular el sentido de su evolución cubriendo sus empresas con una máscara
táctica que la situación internacional le facilitaba usar. Pero esta máscara se
ha usado tanto que el tiempo la ha convertido en una tela de araña que ya no
esconde nada. ¡Qué les importa a los redactores del "manifiesto" que, con los
ojos de la fé, reconstruyen la máscara a partir de la tela de araña! Mantener
hoy esta posición es atarse las manos frente al estalinismo, que ya no puede
combatirse eficazmente si se sigue defendiendo a Rusia, pues uno a modelado a la
otra, y ambos no forman ya más que un todo contrarrevolucionario coherente a los
ojos de las masas de Europa oriental y de parte de Asia.
El pacto Hitler-Stalin marca un giro definitivo en la historia de la
contrarrevolución rusa, consecuencia de sus victorias sobre el proletariado ruso
y mundial, y su paso al plano de la rivalidad interimperialista. Significa que
ya no queda nada de la revolución de Octubre, que la burocracia ha adquirido
posiciones políticas y económicas únicamente destructibles por la vía de una
nueva revolución proletaria en Rusia. Sostener en la actualidad una política en
defensa de la URSS, cuando los acontecimientos de los últimos años muestran su
falsedad, es en realidad inclinarse ante la contrarrevolución staliniana y
dejarle el campo libre para burlar, oprimir y encadenar a las masas, es
orientarse hacia la capitulación.
LA
DEFENSA DE LA URSS, LA OCUPACION DE EUROPA ORIENTAL Y EL PAPEL DEL STALINISMO.
"La defensa de la URSS coincide en principio con la preparación de la revolución
proletaria... Sólo la revolución mundial puede salvar la URSS para el
socialismo. Pero la revolución mundial encadena inevitablemente la evicción de
la oligarquía del Kremlin." Estas palabras, que tuvieron alguna vez sentido, hoy
no lo tienen, y repetirlas hasta la saciedad bajo una u otra fórmula equivale
exactamente a declamar una piadosa letanía. Los redactores del "manifiesto"
están ahí puesto que "la burocracia busca asegurarse una posición privilegiada a
costa de las masas". “Busca”, es decir que aún no la tiene, pero entonces esos
millonarios "soviéticos", que la prensa estalinista de dos mundos ha ensalzado a
bombo y platillo, son pues un mito y un mito también los millones de
trabajadores-esclavos que la burocracia estalinista desplaza, como rebaños de
bueyes, desde un punto a otro de Rusia; pero si no son mitos, hay que admitir
que la burocracia estalinista no sólo "busca asegurarse una posición
privilegiada a costa de las masas" sino que lo ha conseguido ya apropiándose de
toda la plusvalía, sin la cual ¿de dónde esos millonarios soviéticos habrían
extraído sus millones?
Subrayemos además que esas posiciones de los burócratas estalinistas han
superado desde hace tiempo el estado de privilegiados, pues se han servido
precisamente de los privilegios que habían usurpado al principio de su evolución
contrarrevolucionaria para izarse por encima de las masas como una verdadera
clase cuya estructura definitiva está aún en vías de formación. Sin embargo
quizás se prefiere sostener que la contrarrevolución rusa ha constituido una
casta y no está creando una clase. Es igualmente posible, pero no cambia en nada
el problema. En efecto, la diferencia esencial entre una clase y una casta
reside en que la clase tiene por misión histórica desarrollar el sistema de
propiedad que la ha engendrado. Tiene pues, al comienzo de su reinado una
trayectoria a recorrer progresivamente. Fue el caso de la clase burguesa hoy en
decadencia, y visto bajo este ángulo, a la capa dominante de la sociedad rusa no
puede dársele el nombre de clase sin adoptar la teoría del colectivismo
burocrático. Esta decadencia de la clase dominante encadena, en ausencia de una
revolución social que transtorne de cabo a rabo las relaciones de propiedad, la
decadencia de todo el cuerpo social. Es en este terreno donde surgen las castas,
auténticos productos de la podredumbre general. El tipo clásico es el de los
brahmanes hindúes, que provienen de la prolongada decadencia de la civilización
de la India. Esta casta de brahmanes tiene un carácter religioso que, a primera
vista, parece diferenciarla suficientemente de las estratificaciones sociales
que se están formando en la Rusia estalinista; sin embargo si miramos con mayor
atención vemos que este carácter religioso está en vías de elaboración en Rusia.
Los fantásticos honores con los que se rodea a la persona de Stalin tienden
evidentemente a convertirlo en el jefe de un nuevo rito, una especie de profeta.
La existencia de los creadores de religiones ha sido rodeada de fábulas de la
misma naturaleza que las que envuelven a Stalin. El inca era "hijo del sol", el
emperador de China, "hijo del cielo", Stalin es el "sol de los pueblos", el
"padre de los pueblos".
Puede señalarse otra diferencia entre casta y clase: esta última, producto de
una revolución social, ha adquirido poco a poco "derechos" que a sus ojos,
constituyen la justificación de su dominio. En cambio, la casta, nacida de la
decadencia de la sociedad, cuando todo, desde las ideas hasta las clases y la
propiedad, han sufrido un lento proceso de disolución, no hay nada en el pasado
que justifique, inclusos a sus propios ojos, su dominio. No encontrando ninguna
respuesta en la tierra, debe necesariamente encontrarla en el cielo de donde
extrae su mito.
A nuestro parecer la situación interior rusa ‘desconfía’ tanto de la posibilidad
de creación de una clase sobre la base del capitalismo de Estado existente hoy
en Rusia (en consecuencia, no muy diferente de la clase burguesa que conocemos
en el resto del mundo) como de una casta de carácter religioso. En realidad, la
burocracia estalinista combina hoy estas dos formas sociales. Todavía no se
identifica con ninguna de ellas y sólo el ulterior desarrollo de la situación,
tanto en Rusia como en el resto del mundo, le permitirá afirmar una u otra
tendencia. Pero si la burocracia estalinista llega a formar una clase, ya no
podrá jugar en todo caso el papel progresivo de toda clase en su período
ascendente puesto que ésta - subespecie de la clase burguesa, repitámoslo - se
insertará fuertemente en la burguesía mundialmente considerada y no podrá servir
más que a precipitar su decadencia. A menos que se admita la teoría del
colectivismo burocrático que, por nuestra parte, rechazamos.
Por supuesto, todo esto sólo tiene validez, en ausencia de una revolución
proletaria triunfante.
De todo lo anterior se desprende que la revolución socialista, a la que tienden
espontáneamente todos los pueblos de Europa, es para la burocracia rusa una
auténtica pesadilla que debe disipar cueste lo que cueste para poder sobrevivir
y prosperar, y de ahí la necesidad que tiene de abatir la revolución socialista
en todos los sitios donde brote, bajo pena de sucumbir ella misma. El ejemplo de
la revolución española es, desde este punto de vista, particularmente
clarificador.
En julio de 1936, los trabajadores españoles se apoderaron de todo el aparato
económico del país, disolvieron todas las instituciones burguesas, incluida la
justicia, la policía y el ejército. El Estado burgués desapareció entonces como
un fantasma a las primeras luces del alba. Lo que subsistía en Madrid, no
gobernaba sino es con el permiso de los comités obreros. Pero el stalinismo está
vigilante y acaba de aplastar en el cascarón el movimiento revolucionario de las
masas francesas (junio de 1936). Se levanta contra las milicias obreras en favor
del ejército burgués, contra los comités en favor del Estado burgués, trabaja
infatigablemente para crear, bajo su control, un gobierno de unión nacional
(gobierno Negrín) bajo cuya protección asesina y encarcela a los revolucionarios
antes de entregar la revolución a Franco, que acabará su obra, permitiéndole
guardar vagamente las apariencias y dejando paso libre a la guerra imperialista,
que ayuda a desatar con el pacto Hitler-Stalin, y que una revolución triunfante
en España hubiera impedido.
Recordemos que los procesos de Moscú comienzan con la revolución española y dan
todo su sentido a la acción que el stalinismo va a emprender en la península.
Constituyen una auténtica oferta de servicios dirigida a la burguesía mundial. A
esta burguesía, la burocracia staliniana le dice: "Mirad, la revolución ha
terminado; hemos asesinado a quienes la llevaron a la victoria. Estamos bien
organizados en todo el mundo y somos capaces de hacer lo mismo donde sea
necesario. Confiad en nosotros, estamos tan interesados como vosotros en
mantener el orden capitalista. Y sólo nosotros podemos salvarlo". Y lo probaron
de nuevo en España como más tarde lo probaron en Europa, en el momento de la
"liberación", en los territorios que ocupan y en los que dominan los partidos
stalinianos.
El papel de la burocracia staliniana no ha sido pues el de "arruinar una serie
de posibilidades revolucionarias", sino el de ayudar a aplastar, o aplastar a
conciencia todo movimiento revolucionario desde el momento que representara
algún peligro para la burguesía, y por lo tanto para la propia burocracia.
[...]
CONCLUSIONES.
En resumen, y para concluir, la IV Internacional no será capaz de cumplir su
misión revolucionaria si no abandona sin reservas la defensa de la URSS en favor
de una política de lucha sin cuartel contra el capitalismo y su cómplice, el
stalinismo.
Para
conducir victoriosamente esta lucha, hay que desvelar a cada paso y en la
práctica el carácter contrarrevolucionario de la burocracia rusa que se erige en
el interior [de Rusia] como una clase en vías de formación, que oprime [en el
exterior] a Europa oriental y Asia. Hay que desenmascarar la mentira de sus
"nacionalizaciones" y "reformas" agrarias, desarrollar la fraternización entre
ocupantes y ocupados, declarando claramente que ni unos ni otros no tiene nada
que defender en Rusia, sino que destruirlo todo igual que en cualquier Estado
capitalista, así como a los agentes del Kremlin participen o no en el gobierno.
La fraternización entre ocupantes y ocupados debe ser el tema central de nuestra
agitación en los territorios ocupados, sea cual fuere la potencia ocupante. Es
la única forma de combatir el chovinismo tanto entre los vencidos como entre los
vencedores, y de preparar un frente internacional de los explotados contra los
explotadores. Al mismo tiempo, la evacuación de todos los territorios ocupados,
incluidos los ocupados por los rusos, debe exigirse con una creciente
insistencia.
En el resto del mundo, debemos mostrar en todo momento que el stalinismo sólo es
el agente nacional de la política exterior del Kremlin, cuyos intereses son
siempre opuestos a los de la revolución socialista, que sería su definitiva
ruina; que la suerte de los trabajadores le es totalmente indiferente; que es el
mejor defensor de la burguesía nacional porque no prevé más porvenir que el
ligado a la suerte de la contrarrevolución rusa.
Por lo
tanto, la consigna del gobierno PS-PC-CGT para Francia, y toda consigna similar
en cualquier otro país, debe ser abandonada pues no apunta más que a romper el
empuje revolucionario de las masas entregando la vanguardia a la Gepeú.
La política de frente único de organización a organización en la etapa presente,
debe ser abandonada en lo que concierne a los partidos "obreros" tradicionales.
Debe ser sustituida, desde ahora, por proposiciones de frente único a las
organizaciones obreras minoritarias que sean susceptibles de dar resultados
inmediatos, como por ejemplo los anarquistas. Sin embargo, el frente único, en
tareas precisas e inmediatas debe ser preconizado sin desfallecer en la fábrica,
en la localidad y si fuera posible en la región.
Nuestro programa transitorio debe ser podado del mismo modo. Debe desaparecer
por el momento, la reivindicación relativa a la Constituyente, y también todas
las consignas que reposan en una concepción progresiva de nuestro programa para
las masas en la actual etapa. El mundo atraviesa hoy una crisis revolucionaria
aguda y nuestra organización debe prepararse para las luchas decisivas que se
avecinan, ya que no puede esperarse ningún desarrollo del capitalismo, sea o no
sosegado. Así pues debemos plantear, popularizar y explicar sin descanso la
consigna de la formación de consejos obreros democráticamente elegidos en los
lugares de trabajo, a fin de que pueda ser aplicada a la primera ocasión. A esta
consigna deben añadirse todas las consecuencias que implica: formación de
milicias obreras que obedecen únicamente a los comités elegidos por las masas,
desarme de las fuerzas burguesas, congreso de los comités obreros, disolución
del Estado burgués y creación del Estado obrero.
Al mismo tiempo, en el plano económico, la agitación debe insistir
fundamentalmente en la escala móvil de salarios, unida a la escala móvil de
horas de trabajo sin disminución de salario, y en todas sus ramificaciones:
puesta en marcha por los obreros de fábricas cerradas por los capitalistas,
embargo del haber de los capitalistas por los obreros empezando por los
beneficios de guerra y del mercado negro, y por último la confiscación de las
fábricas y las tierras por los comités obreros democráticamente elegidos en los
lugares de trabajo.
Tal debe ser nuestro programa actual. Sólo así los trabajadores comprenderán que
"no existe otra salida que la de unirse todos bajo la bandera de la IV
Internacional" [...]. Ha llegado el momento en que las consignas de propaganda
que antes venían como conclusión de nuestros manifiestos, han de transformarse
en consignas de agitación inmediata. Lo precedente constituye la política clara
y precisa de una vanguardia que se orienta resueltamente a la realización de las
tareas revolucionarias y se prepara a guiar el proletariado a la toma del poder
en cada país, de donde saldrá la constitución de los Estados Unidos socialistas
de Europa y del mundo, consigna final de la IV Internacional. Sin embargo, esta
consigna no debe ser imprecisa, como una tarea lejana cuya realización vendrá a
su tiempo. Desde ahora mismo debe preparase un plan de producción para
satisfacer las necesidades de las masas en la medida que los contactos
internacionales lo permitan, por ejemplo entre el proletariado de los países de
Europa occidental. Nuestros grupos y partidos deben tomar la iniciativa. Tal
plan, opuesto a los proyectos de miseria y de opresión de la burguesía tendría
un poder de atracción considerable para todos los trabajadores, pues mostraría
concretamente las posibilidades que se desprenden de la destrucción del poder
burgués y del establecimiento de los Estados Unidos socialistas y del mundo.
México,
septiembre 1946.
Leonardo Mir
Por Para los militantes de la izquierda -
Thursday, Aug. 26, 2004 at 6:49 PM
leonardomir@msn.com
Este documento escrito hace 58 años no solo mantiene una vigencia superlativa sino que señala tal vez la principal equivocación de León Trotsky, quien en su estudio acerca de la burocracia ("La Revolución traicionada", 1936), no llegó a extraer todas las consecuencias de su propio análisis.
Por eso, este documento se inscribe en una línea superadora del trotskysmo, al cual ni se lo debe tratar dogmática e indulgentemente ni tampoco condenar echandolo al trasto de lo viejo o inservible, ni mucho menos rebajándolo al nivel de corrientes contrarrevolucionarias como el estalinismo, corrientes a las que el trotskysmo se enfrentó a costa inclusive de la muerte de muchos de sus dirigentes y militantes. La esencia del trotskysmo es su ligazón con el marxismo.
Pero la posición a asumirse ante el trotskysmo, a la vez que se recoge lo mejor de el, debe ser lo suficientemente crítica como para ponerse a la altura de las circunstancias.
La revolución no se llevará a cabo portando estandartes de ídolos sagrados, sino mediante la lucha basada en la aplicación del materialismo dialéctico.
Todo militante crítico e interesado en la revolución debe conocer este documento, difundirlo entre sus compañeros y meditar colectivamente acerca de su contenido.
Al momento de ser escrito, eran tan solo un puñado quienes compartían sus argumentos, e inclusive debeiron sufrir la expulsión (1949) de las filas trotskystas por intentar llevar a cabo una discución en torno a estas ideas.
Hoy la historia les ha dado la razón.