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La guerra que a nadie le importa
Por JOSE GONZALEZ PINILLA - Wednesday, Aug. 18, 2004 at 5:33 PM
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La Prensa de Panamà presenció una mañana angustiante en plena montaña de Chimán. Indígenas pintados de guerra, disparos de colonos y un bosque en peligro. La lucha entre legales de los bosques y los ocupantes que quieren talar para cultivar.

Cuando empezaron a sonar los primeros disparos, me tiré al piso. Habíamos llegado hasta allí, luego de inspeccionar la zona junto a los wounaan, pero el clima se volvió de guerra cuando en las montañas de Río Hondo, en el distrito de Chimán, indígenas y colonos se encontraron cara a cara.
Sin embargo, esta tragedia que explotó en mis narices y que nadie sabe cuándo terminará, empezó mucho antes.

El domingo 15 de agosto por la noche, los indígenas se reunieron en la comunidad de Río Hondo, en la casa comunal, con la esperanza de que efectivos de la policía cumplieran con la promesa de ir a escuchar sus denuncias, después de haberlos dejado esperando en dos ocasiones. Ya estaban hartos de que los colonos no solo se metieran en sus tierras, sino que también talaran los bosques.

Luego de casi dos horas de reunión, los indígenas decidieron dividirse por sectores para poder abarcar las montañas de Río Hondo y Río Platanares para tumbar algunos cultivos de arroz y quemar los ranchos de colonos construidos en tierras boscosas.

A la 7:10 a.m. del lunes 16, un contingente de nativos, que no superaba los 10, partió hacia la serranía con machete en mano.

"Hay que llegar hasta donde los colonos tienen sus casas", dijo Leonides Quiroz, vocero de la comunidad de Río Hondo, quien llevaba arroz sancochado en un cartucho. "El camino es largo y algo hay que comer", agregó.

Los wounaan recorren las montañas varias veces por semana para vigilar el área. A falta de guardabosques, ese trabajo lo deben hacer ellos.

Mientras algunos avanzaban con pasos ligeros, otro grupo aprovechaba el tiempo de descanso para fabricar una especie de casco de camuflaje con hojas de tallo.

La travesía se hacía cada vez más difícil, por la densidad de árboles y plantas. Sin embargo, hay partes donde la vegetación está totalmente seca, por la tala de árboles. "Esto produce que los monos tengan que emigrar y que los ríos se llenen de basura", dijo un veterano wounaan.

Cada vez aumentaba el número de wounaan. Ya no eran unos 10, como al principio, sino que aumentaron hasta casi 30. Aparecían como fantasmas detrás de los grandes árboles que tienen más de 50 años de existencia y que ellos dicen defender.

Caras rayadas, pasamontañas, hojas de plantas, pañuelos, todo servía para evitar ser identificados.

Luego de dos horas y media de recorrer un camino imposible, los wounaan, en su propia tierra, encontraron árboles pintados con aerosol de color blanco con la leyenda: "afuera, este es el límite".

Sin embargo, los nativos siguieron avanzando. Un par de indígenas dio la alerta, a eso de las 9:30 a.m., de que a media hora de distancia había presencia de colonos.

La información hizo que el grupo avanzara con rapidez. "Hay que llegar antes de que se vayan. Ellos vienen esporádicamente y casi nunca hemos sostenido algún tipo de reunión para resolver el problema", explicó el vocero de los wounaan, Leonides Quiroz.

A poco de llegar al ranchito de los colonos, los wooman se pusieron en movimiento. "No hagan ruido... vamos por acá, ustedes suban por aquel lado", decía un nativo que tenía la cara pintada con rayas negras y portaba un rifle con culata de madera, deteriorado.

Minutos después, los indios salieron de la selva, como en las películas y rodearon el pequeño rancho.

"Somos de El Valle de Tonosí (en los Santos)", exclamó con fuerza el colono, quien tenía en su mejilla derecha una cicatriz de casi tres pulgadas y estaba acompañado por su hijo.

"Usted tuvo problemas en Darién y a ahora viene a causar problemas aquí", le gritó Quiroz.

Los demás nativos comenzaron a gritar cada vez con más fuerza: "¡hay que tumbar la choza!".

De pronto, el santeño, que portaba una motosierra, la encendió y, como un loco, comenzó a atacar a los nativos, mientras que su hijo, con dos machetes, se abalanzaba hacia cualquier cosa que se moviera cerca suyo.

El colono que portaba la máquina no pudo evitar los machetazos, uno por la espalda y otro en la mano izquierda.


Entre la tribu también había niños y jóvenes que usaron hojas de tallo como camuflaje.
"¡Agarra la sierra, agárrala!", le gritó a su hijo el desesperado santeño, que tenía la mano izquierda ensangrentada, y como podía, intentaba evitar las pedradas.

Un tercer colono, que se encontraba en un cultivo cerca del escenario, escondido, comenzó a dispararle a los indígenas. Doce fueron los nativos que resultaron heridos con perdigones.

"¡Dale plomo, dale!", le gritaban los indígenas a su compañero, que portaba un arma viejísima. Antes de que huyeran los santeños recibieron perdigones. La escena era angustiante.

"¡Le dieron al pastor... lo hirieron en el brazo", vociferaba con desperación un niño wounaan de casi 12 años, a otros tres que se encontraban refugiados detrás de unas matas de tallo.

Los colonos no resistieron el ataque y se esfumaron entre los herbazales. Leonides no sabía qué hacer, estaba desesperado al ver a su ‘hermano’ con el dedo mutilado.

"Vámonos de aquí, necesitamos evaluar la situación. Ustedes lleven a los heridos para la casa", ordenó Quiroz. Antes de partir, los wounaan cantaron victoria mientras la choza de los colonos era reducida a cenizas. Y para rematar la tarea, presos de la ira, los nativos hasta le dispararon al perro de los santeños que, mal herido, corrió detrás de sus dueños. Si las autoridades no intervienen, los enfrentamientos seguirán.



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