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El escritor ante sus jueces
Por Gonzalo Martré - Saturday, Sep. 04, 2004 at 9:12 PM
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El autor de "Los símbolos transparentes", novela clásica del 68 mexicano, defiende su derecho a saber por qué el FCE rechaza su trilogía "El Chanfalla"

Gonzalo Martré
EL ESCRITOR ANTE SUS JUECES


El escritor (considerado básicamente como novelista, cuentista o poeta), desde antes de su primera publicación debe someter su obra a sus jueces, entendiendo como tales a los siguientes especímenes de dudosa probidad:
1) Dictaminadores de empresas editoriales
2) Críticos de suplemento cultural, revista cultural y resúmenes anuales. Suelen actuar como dictaminadores.
3) Reseñistas de página cultural y suplemento cultural en periódicos. También suelen ser dictaminadores.
4) Antologadores (especie híbrida que contiene genes ponzoñosos de las tres categorías anteriores).
Ellos como dictaminadores se erigen en ministerios públicos, jueces, modistos, ministros de culto que sentencian o absuelven, que culpan y exculpan sin mediar la voz o la información de los directamente afectados.
El escritor ante sus jueces (como en cualquier estado totalitario que se aprecie) no tiene defensa; debe sufrir los fallos elaborados bajo juicio sumario, secreto y sin derecho a réplica, mucho menos a amparo. Este edificante sistema de juicio funciona así:

CUANDO EL DICTAMINADOR ES JUEZ

El juicio se lleva a cabo en el más absoluto secreto, por lo cual se presta a venalidad excesiva.
El escritor presenta su obra al editor. El editor le explica que su obra deberá de someterse al dictamen de un “Comité de lectura” o de una “Junta dictaminadora” o de algún otro eufemismo que en realidad descubre un sistema autocrático y discrecional de juicio y sentencia. Añade que del fallo de esta entidad abstracta dependerá que su obra sea aceptada. Esto es: la sentencia podrá serle favorable o adversa.
El juicio -secretísimo- dura de uno a tres meses. El jurado (llamémosle así al “Comité de lectura” realiza sus sesiones en el más profundo anonimato: nadie, salvo el editor, conoce la identidad de los miembros del jurado. El fallo es inapelable: no se admiten alegatos ni amparos.
Cuando la sentencia es favorable al autor, todo es felicidad. Al autor así agraciado no le importa la personalidad del jurado, porque su obra aprobó aquel largo y misterioso juicio.
El desenlace injusto, oprobioso, unilateral e ignominioso se presenta cuando el autor recibe un dictamen negativo siendo su obra probadamente valiosa.
Si el autor, inconforme con el fallo, solicita se le muestre copia para incorporar correcciones y mejoras a su original o para impugnar el fallo si está muy seguro de la valía de su obra, le niegan tal oportunidad. O sea: la empresa editora conculca sus derechos ciudadanos y humanos en nombre de un supuesto secreto de manejo privado de documentos que no deben hacerse públicos, como si se tratara de los documentos clasificados del Pentágono, los archivos del 68 o de la guerra sucia de los setenta. Ridículo; pero real.
Si el autor, indignado con el fallo, porque estima que su obra es valiosa y merecedora de publicación, pregunta por la personalidad del jurado calificador, le contestan (en todos los casos) que la política de la empresa es ocultar su identidad. No lo dice, pero deja suponer que así el dictaminador queda a salvo de resentimientos, odios y posibles venganzas futuras. Estamos ante un jurado anónimo e impune.
El escritor rechazado, en un 99% de los casos retira su original, cabizbajo y compungido. Queda ignorante de las causas de su rechazo. Es un ser indefenso, débil y vejado. Sabe que de protestar será fichado e integrado a las listas negras de los autores conflictivos. Sus probabilidades de futuras publicaciones en otras editoriales disminuirán peligrosamente.

CUANDO UN CRÍTICO LITERARIO ES JUEZ

El crítico sí da la cara. Normalmente es miembro de alguna capilla, cenáculo o mafia literaria, y como tal se siente dueño de la verdad literaria, y pontifica: esta obra es buena o mala por tal y tal. Su lenguaje es críptico y encubre su ignorancia con citas y más citas de ensayistas célebres, preferentemente extranjeros y en la mayoría de los casos en su idioma original. Reúne estos “ensayos” en libros que supone marcarán la pauta del buen quehacer literario para la posteridad. Aprueba o condena sin más.
No se crea que por el hecho de abandonar el anonimato el crítico es vulnerable. Nada de eso. Si un autor denostado pretende impugnar determinada crítica a un libro suyo y manda su réplica a la revista donde apareció, por lo común no se la publican. O la arrinconan en la sección de “Cartas de los lectores” resumiéndola a sus anchas y restándole importancia. Y se echa a la mafiecita encima. Lo hacen víctima interna del escarnio, o al menos del ninguneo.
El escritor así maltratado no obtiene respuesta cabal a su inconformidad ni salida a su indignación, y en cambio pasa a engrosar la lista de los autores “conflictivos”.
Los “críticos” de esta especie son muy afectos a entonar loas y salmos elogiosos a los miembros de su mafiecita. Quien no pertenece a su mafia favorita simplemente no existe.

CUANDO UN RESEÑISTA ES JUEZ

El reseñista es un sujeto cuya velocidad de lectura lo faculta para leer un libro diario –no importa su extensión-, resumirlo en una o dos cuartillas y emitir fallo.
Este campeón de la lectura rápida publica normalmente en la sección cultural de los periódicos o de revistas no especializadas en cultura. Generalmente es un solapípedo, prologófago y cuartaforroso que desayuna solapas, come prólogos y cena cuartas de forros.
Con frecuencia recibe el libro directamente de la editorial, acompañado de un chequecín. En tal caso sus fallos son laudatorios. Libro que no le mandan (con o sin cheque) simplemente no lo reseña. Para que no se note la coincidente frecuencia de sus reseñas favorables, esporádicamente se mete en Sanborn’s: lee en media hora un libro de 200 páginas y emite una reseña negativa, la merezca o no el autor.
Críticos y reseñistas también funcionan como dictaminadores, y no desdeñan acatar consignas de los gerentes editoriales en el sentido de aceptar o rechazar un libro, por malo o bueno que sea. Los jueces, cuando dictaminan sobre un libro son modistos; si el autor está desfasado de la moda literaria imperante, el juez lo declara enemigo de las letras, no importa cuan bien esté escrito el libro. Inútil que el autor reclame su derecho a disentir estilísticamente, el juez le aplica penas severas.

CUANDO EL ANTOLOGADOR ES JUEZ

Normalmente el antologador es un torvo crítico literario cuyo criterio es muy parcial, amañado por intereses personales y por motivaciones subjetivas. Una antología de compilador con estas características deja fuera a los enemigos y a sus antagonistas literarios; en cambio, mete a sus amigos y consentidos de la moda actual imperante. Un ejemplo típico de lo anterior es la antologacha del Chóforo, pésimo producto que tan sólo una empresa paraestatal podía subsidiar.

EL ESCRITOR ES UN SER INERME

Ante semejantes jueces, los escritores, reos no confesos, inocentes pero convictos, pierden todos los juicios porque no saben defenderse ni tienen defensores –ya no a comisión, ¡ni siquiera de oficio!
Los editores utilizan a estos jueces draconianos para rechazar obras de indudable valor literario, que objetan por motivaciones oscuras, espurias y bastardas.
No obstante, existen excepciones a esta regla. Hay dictaminadores que se niegan a aceptar las consignas de los editores y emiten un fallo favorable (aunque haya recibido consigna de darlo negativo) o adverso (aunque la consigna haya sido darlo favorable). Son casos de honradez intelectual que desembocan por lo común en la segregación del dictaminador “desobediente” a la editorial donde dictaminaba.

LOS DEFENSORES DEL ESCRITOR NO EXISTEN
El escritor inconforme está solo. Difícilmente cuenta con el apoyo de otros escritores por los intereses y miedos en juego. Si los llama a solidaridad le vuelven la espalda. Temen a la crítica establecida porque esta ha perdido su carácter analítico imparcial y se usa como vehículo para el descrédito o el ensalzamiento artificioso de los escritores.
Existen dos organismos integrados por escritores: la Asociación de Escritores de México y la Sociedad General de Escritores Mexicanos. El primero tuvo su importancia hace 40 años; pero desde que lo presidió Andrés Henestrosa en 1974 perdió fuerza y credibilidad pues el tipo supeditó la organización a sus intereses políticos. Los escritores de renombre dejaron de asistir a las muy esporádicas sesiones, y aunque no renunciaron a la organización, desertaron de ella. En la actualidad está en manos de escritores muy jóvenes que la tomaron como trampolín de sus aventuras literarias y políticas, convirtiéndola en un triste membrete que no representa a nadie. La segunda es una organización poderosa económicamente, pero agrupa en su mayoría a escritores de guiones y argumentos televisivos y cinematográficos. La literatura no está ausente, pero representa una pequeña sección que no influye en las decisiones generales. La SOGEM es más bien una organización de defensa ente los patrones y su especialidad es la vigilancia de los asuntos contractuales. Es más sindicato que organización intelectual y artística.
Ninguna de las dos se atreve a romper lanzas en defensa de la dignidad y los derechos humanos de los escritores en contra de la intolerancia y la injusticia. Sin defensores efectivos, temeroso de que el rechazo se haga público y cause su devaluación literaria, el escritor calla. Así se vuelve paradójico cómplice del tribunal y con su silencio alienta a los jueces venales a seguir dictando sentencias injustas.

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

Como se mira, el escritor enfrenta juicios sumarísimos sin recurso de apelación y no tiene defensores ¡ni de oficio!
A sabiendas de todo lo anterior este humildísimo escritor tuvo la feliz ocurrencia de acudir al desayuno que la SOGEM le ofreció en abril de 2002 a la recién nombrada directora general del FCE con el fin de medirle el agua a las macetas. Pudo así tener el privilegio inconmensurable de oír las palabras doctas de la licenciada Consuelo Guerrero de Luna (perdón por el lapsus: Consuelo Sáizar Guerrero-, quien entre el café y las tortillas sudadas prometió “cambios profundos” en el FCE. Iluso, llegó a pensar que la egregia y flamante directora general aboliría las prácticas nefandas antes descritas, tan manidas en el FCE que alejaron por cerca de tres décadas a docenas de autores.
El autor, pues, llegó loco de contento/con su cargamento (trilogía de 1050 páginas) hasta el castillo del Ajusco. Conociendo lo mañoso que es Adolfo Castañón @ Fito Kosteño, le advirtió a la ínclita licenciada con nombre de cantante de rancheras, que no pusiera la trilogía en manos de este torvo sujeto. Ella prometió verbalmente buscar un procedimiento imparcial. La Magnífica no cumplió. A través de Fito Kosteño le hizo saber por escrito al modestísimo escritor que su “Comité de lectura” había rechazado su trilogía después de ímprobas revisiones.
Este insignificante escritor dejó de lado el silencio y la sumisión como salida obligada. Se inconformó; buscó apoyos que se hicieron públicos y realizó un acto de protesta insólito; en casi 70 años de vida del FCE ningún autor se había encadenado frente a un local del FCE en una feria del libro.
Defendí, defiendo y defenderé el derecho inalienable de todo autor a saber por qué le rechazan su obra.

EL MISTERIOSO CASO DEL “COMITÉ DE LECTURA” DEL FCE

1° El 27/08/02 Fito Kosteño tuvo a bien comunicarme por escrito que “...nuestro comité de lectura en esta nueva gestión de la editorial, luego de algunas deliberaciones, ha resuelto no dar curso positivo a su propuesta de reeditar los libros referidos”.
2° Este indefenso y entelerido narrador no mafioso intuyó que el “comité de lectura” era el propio Fito Kosteño, quien se había tomado la mezquina venganza de rechazarlo malévolamente, por lo que prefirió dirigirse a La Augusta en carta de 29/8/02: “Como literato mexicano, requiero de usted sea tan amable de describirme la composición física de su ‘Comité de Lectura’, la minuta de sus deliberaciones y el texto del acta en la cual figuran las conclusiones razonadas a que llegó respecto a la obra propuesta”.
3° Mi intuición pasó a certeza porque de repente el “Comité de Lectura” se esfumó, y fue sustituido por una salida ambigua. Véase la siguiente carta (9/9/02) en la cual Su Altísima Majestad ni lo menciona y cambia su versión del rechazo: “Con relación a su solicitud para que el FCE publique su trilogía de El Chanfalla, lamento que el resultado no haya sido favorable. Le puedo decir que los compromisos contraídos por la anterior administración nos reducen de manera significativa las posibilidades de nuevas contrataciones y además hemos decidido tomar como norma editorial para esta administración el dar prioridad en la publicación a obras inéditas”.
4° Finalmente, en carta dirigida a la Asociación de Escritores Hidalguenses que intervino en la cuestión, lo que negó en primera instancia es reconocido ya: “Tenemos presente la importancia del trabajo del maestro Martré, pero la situación actual de nuestros programas nos impiden considerar el proyecto en el mediano plazo”.
Tres rechazos de más a menos en nombre del capricho, la soberbia y la ineptitud.
5° Las normas editoriales del FCE, aprobadas por su Junta de Gobierno el 21 de diciembre de 1978 y en vigencia actual, estipulan claramente en su punto 4 que “Se procura especialmente difundir las obras de autores nacionales o acerca de temas mexicanos, siempre que se ajusten a las normas de calidad y al propósito de universalidad establecido”. No hablan de caprichitos ni de decisiones unilaterales arbitrarias.
Mi trilogía cumple y con creces estas condiciones. ¿Qué espera esta prófuga del comal y cantante de rancheras para acatar este objetivo fundamental del FCE?
Su Arrogante Majestad Chelo I, Reina de las Memelas de la Feria de Acaponeta, de oficio mercachifle de libros, no obstante carecer de los mínimos requerimientos intelectuales y valores creativos, recibió como gracioso regalo
-muy acorde con estos tiempos de ataques a la cultura- la dirección general del FCE, y en el acto se propuso adoptar posturas equívocas cometiendo arbitrariedad y media.
Este desgraciado autor optó por buscar apoyos que horadaran la “prioridad” alegada por la eximia cantante de rancheras, y así han transcurrido varios meses sin lograr hacerla cambiar de opinión.
Insisto: defiendo el derecho inalienable de todo autor a saber por qué le rechazan su obra; su derecho a oponer tercerías que puedan analizar los dictámenes; su derecho a denunciar las triquiñuelas que esgrimen las editoriales para impedir la publicación de su obra.

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