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SEMBLANZA DE UN REVOLUCIONARIO ARGENTINO
Por Reenvio, de José Luis Dios - Thursday, Sep. 09, 2004 at 1:21 AM

José "Joe" Baxter dio sus primeros pasos en el MNR-Tacuara, antes de pasar por Tupamaros e integrarse posteriormente al PRT-ERP, donde organizo la "Fraccion Roja". Desde el PRT tuvo a su cargo el enlace con el secretariado unificado de la IV internacional. Fallecio a raiz de un accidente aéreo en un vuelo entre Buenos Aires y Paris. El entrevistado Pérez Iriarte, que lo conocio muy de cerca, es uno de los mas destacados dirigentes historicos del movimiento Uruguayo "Tupamaros". La entrevista va rubricada por el gran periodista y testigo memorioso de la historia, Roberto Bardini, autor del reciente libro "Tacuara, la sangre y la polvora".

A 30 años
de la muerte de Joe Baxter

(entrevista a Alberto Pérez Iriarte
especial para rodelu.net) 13-07-2003

Una rosa roja en un casquillo de obús chino
disparado en Vietnam

por Roberto Bardini

“Fue en 1964. Yo era un gurí de 14 años cuando unos muchachos argentinos se alojaron en la casa de mi mamá, en Montevideo. Después me enteré que andaban prófugos de la policía. Eran militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara y habían asaltado un banco en Buenos Aires. Entre ellos se encontraba Joe Baxter, a quien traté casi hasta el último día de su vida”.

Quien así habla se llama Alberto Pérez Iriarte y es un uruguayo de 55 años naturalizado suizo. Desde 1978 vive en Ginebra, donde es vicepresidente del Partido Socialista local y edil (consejero municipal) por la comuna de Lancy, en el cantón de Ginebra.

El 11 de julio de 2003 se cumplieron tres décadas de la muerte de José Baxter en un accidente aéreo en el aeropuerto francés de Orly. Los recuerdos de adolescencia y juventud de Pérez Iriarte trazan un retrato de ese argentino polémico con un itinerario político también polémico: se inició en el nacionalismo católico, se convirtió al peronismo combativo, pasó al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y terminó en la Fracción Roja, perteneciente a la Cuarta Internacional (trotskista).

Entre su fuga de Argentina luego del atraco al Policlínico Bancario en agosto de 1963 –la primera acción de guerrilla urbana en Argentina– y sus últimos días, José Baxter se entrevistó en España con el ex presidente Juan Domingo Perón, en Egipto con el mandatario Gamal Abdel Nasser y en Argelia con el estadista Ben Bella. En Madrid tuvo un breve amorío con la actriz norteamericana Ava Gardner. También se entrenó militarmente en Cuba y en China, participó de un combate en Vietnam –donde fue condecorado por Ho Chi Minh– y vivió exiliado en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular encabezada por Salvador Allende. En esos diez años de vivir en la cuerda floja, usó tres o cuatro identidades diferentes.

Para muchos, Baxter fue un “aventurero” o –para expresarlo de modo rioplatense– un “chanta”. Algunos dicen, sin aportar pruebas, que era “agente de algún servicio de inteligencia”. Pérez Iriarte, en cambio, tiene otra imagen de este hombre que pareció encarnar la consigna “vivere pericolosamente”, expresada por Nietzche y retomada por Benito Mussolini: “Contra lo que opinan muchos, para mí el gordo sigue siendo un personaje legendario, casi como Lawrence de Arabia o André Malraux”.

Pérez Iriarte usa lentes de aro redondo, exhibe bigotes “a la francesa” con las puntas hacia arriba, tiene aspecto bonachón y parece un próspero petit burgueois parisino del siglo XIX. Pero las apariencias, como se verá más adelante, engañan. En su juventud, recibió entrenamiento guerrillero para unirse a las fuerzas del «Che» Guevara. El representante socialdemócrata utiliza bastón, a causa de una leve renguera: en 1969, cuando tenía 21 años, la policía uruguaya le pegó un balazo en una pierna. Y en los años siguientes logró esquivar muchos tiros más.

A continuación, el testimonio de Pérez Iriarte (se eliminaron las preguntas para dar continuidad al relato):

Dos balazos en la puerta de calle

“Mi madre, que era viuda con dos hijos, tenía una gran amiga argentina, Elvira Campos, la esposa de Alberto Campos, el representante de Perón en Uruguay. Campos viajaba casi todos los meses a ver a Perón en Madrid, donde estaba exiliado, y a Ginebra, porque allí estaban las fuentes financieras de la Resistencia Peronista. En aquella época residían en Montevideo muchos perseguidos peronistas, políticos y sindicalistas.

“Mamá alquilaba una o dos habitaciones de nuestra casa, a veces por solidaridad y otras directamente por complicidad. Es decir, sin declarar que tenía «huéspedes». La policía llevaba un control diario, llamado «Formulario de población flotante», para los archivos del servicio de migraciones. Los hoteles y casas de pensión debían llenar ese formulario una vez registrados los turistas.

“Mi abuela materna, que era italiana, tenía una casa grande y también rentaba habitaciones. La mayoría de los cuartos se alquilaba a los peronistas asilados. Esa casa, en la calle Río Branco 1394, había sido de Baltasar Brum en su época de presidente del Uruguay. Cuando Gabriel Terra dio el golpe de Estado de 1933, fue ahí a pedir la rendición de Brum, con la casa rodeada desde la Avenida 18 de Julio hasta la calle Colonia por policías, bomberos y periodistas. Brum, que era un gran demócrata, colorado y francmasón, salió con dos pistolas y se suicidó en la puerta de calle delante de todo el mundo.

“Nosotros vivimos en la Rambla República del Perú, a 50 metros del Rambla Hotel. Luego nos mudamos a la otra punta de Pocitos, a 26 de Marzo y Buxareo. Y fue entonces cuando empezaron a llegar «los porteños». Venían Héctor «Pajarito» Villalón; Fernando Torres, el abogado de la CGT; el salteño «Chango» Mena, un guerrillero «uturunco»; el sindicalista textil Andrés Framini, todos amigos de Alberto Campos. Unos paraban en la casa de mi abuela y otros en la de mamá.

“Hasta que un día, Campos y el «Chango» Mena, tuvieron una conversación con mi madre. Esa noche, ella nos habló a mi hermana y a mí, y nos dijo que iban a venir unos argentinos, pero que no debíamos hacerles preguntas. El asunto nos intrigó mucho, pero entendimos. Ya estábamos con mi hermana empezando a militar en la Asociación de Estudiantes del Liceo Joaquín Suárez, de Pocitos. Y yo había ocupado el Liceo en la primera lucha por el boleto estudiantil en los transportes.

En esa época fui cofundador de la Federación de Estudiantes de Secundaria de Montevideo, que luego se convirtió en la CESU (Confederación de Estudiantes de Secundaria del Uruguay).

Los muchachos peronistas

“Los primeros muchachos argentinos que llegaron a casa fueron cuatro. Recién muchos años después supe sus verdaderos nombres. Pero hoy que ya es de conocimiento público y varios libros los han citado, puedo decirlo: se trataba de Carlos Arbelos, Jorge Cataldo,  Alfredo Roca y Rubén Rodríguez. Nos ayudaban a preparar los exámenes para el liceo y salían a caminar de noche conmigo y mis amigos por la Rambla de Pocitos. Pero no hablábamos de política.

“En aquellos días de 1964, mi madre y Elvira Campos tenían conversaciones con otras mujeres amigas. Así fue que, de confidencia en confidencia, llegó a mis oídos que los muchachos que estaban en casa semi «enterrados» eran «revolucionarios». ¡Habían asaltado un banco para juntar dinero! También supe que había algunos «peronistas de izquierda» en lo de mi abuela. A veces los veía en algún café de Pocitos conversando con otros que yo no conocía.

“Después llegó Joe Baxter y más tarde José Luis Nell. Y comenzó a haber un cierto movimiento de los muchachos entre la casa de mi abuela y la mía.

“También había otros peronistas exiliados que vivían en apartamentos de la calle Chucarro y la calle Charrúa. Se reunían en un lugar llamado el Boliche del Cahamadoira, donde almorzaban a mediodía. Luego Alberto Campos pasaba a fin de mes y pagaba la comida de todos. También había una parrillada argentina detrás del Parque Rodó, donde se hacían asados y se cantaba la Marcha Peronista. Nos invitaban a esas reuniones y a veces la homenajeaban o le agradecían a mi vieja al final de la cena. La querían mucho a doña Gladys, que en aquella época tenía 40 años.

“Pero estos argentinos no eran como los que estaban escondidos en casa. La de 26 de Marzo y Buxareo era una casa «de confianza», a la que venían los ilegales, los clandestinos, los que tenían documentos «yutos». Los muchachos que estaban en casa eran «diferentes». Eran del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara. La imagen de Tacuara en Uruguay era la de la primera Tacuara, un grupo nacionalista católico con algunos rasgos antisemitas.

“En Uruguay, como en Argentina, el nombre de Tacuara está asociado hasta hoy erróneamente al conservadurismo católico más que a la de izquierda revolucionaria. En Montevideo no se sabia que había distintas tendencias. El sector de Alfredo Ossorio era el ala más próxima a la tendencia impulsada por Joe Baxter, pero la que entró en la historia política fue la Tacuara «nacionalista de izquierda» fundada por Joe Baxter, José Luis Nell, Jorge Caffatti, Carlos Arbelos y otros. Cuando el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) se desarticuló, sus militantes fueron cofundadores de la gran mayoría de las nuevas organizaciones revolucionarias de Argentina y de Uruguay.

Un “hermano mayor”

“Joe Baxter llega a mi casa el Primero de Mayo de 1964, día de paro general festivo y día en que se comen tortelines en casa. Lo recuerdo como si fuera hoy. Los muchachos nos presentan a «Salvador Ballesteros». Pero el ambiente está muy tenso. Yo intuyo que se trata del jefe del grupo. Tiempo más tarde supe que había estado escondido en las islas del Paraná o del  Río Uruguay.

“Es un tipo grande, con un gran bigote, pecoso. Tiene una conversación rápida, graciosa, con ironías porteñas. Es amable y muy respetuoso. Nada se escapa a su mirada. Yo quedo muy impresionado con ese personaje que tiene bajo el brazo «Times» y «Le Monde Diplomatique». Al otro día se va para la casa de mi abuela. Luego lo veo allí. Después comienza a venir seguido a la casa de Pocitos. Me pide que vaya hasta el semanario «Marcha» y retire un ejemplar que está a nombre de «Ballesteros». Yo voy, y ese gesto se convierte en un rito que repetiré durante meses. Me envía al diario «Época», llevo sobres y paquetes, traigo periódicos y libros. Una tarde me invita a tomar un café en el bar Bahía, en la rambla de Pocitos. Hablamos de mi situación estudiantil y familiar.

“Un día, los muchachos de Tacuara se van de casa y Joe viene a instalarse. Como mi madre había alquilado una habitación a otro argentino, comparto con Joe mi habitación. Charlamos mucho y jugamos al ajedrez. Un día le cuento que tengo una presentación sobre Grecia en mi curso de historia. Me dice: «Yo te ayudo». Le cuento que el profe es reaccionario, hijo o nieto de Zorrilla de San Martín. Joe me dice: «OK, Atenas contra Esparta». Y me ayuda a armar una exposición oral genial sobre Esparta y sobre los esclavos en la «democracia» ateniense.

“Otro día me dice quién es, me habla de su juventud y su familia, de la lucha continental. Yo siento que he ganado un hermano mayor. Más tarde, su familia y la mía se hacen amigas. Mi madre ayuda a su madre a venir a Montevideo. Mary, su hermana es mi amiga y un poco, también, como una hermana más. «Ñata», su mamá, me adora. Yo viajo a Buenos Aires, me hospedo en su casa y duermo en la habitación de Joe. Y leo los artículos de los diarios, guardados por la familia Baxter, sobre el gordo. Veo las fotos en las revistas, leo sus discursos y declaraciones a la prensa.

“Traigo cosas de Argentina para Joe. Luego él viaja a Europa y lo acompaño al aeropuerto de Carrasco. Me deja varios encargos, paquetes para entregar en Montevideo. Y dos transmisores de radio. También debo esconder en casa un sobre con documentos. Abro uno, que dice: «Comando estratégico de Fronteras - Movimiento Revolucionario Peronista».

“Joe regresa de su viaje y me cuenta: fue a ver a Perón a Madrid, Nasser lo invitó a El Cairo, estuvo en Argelia con Ben Bella. En España, tuvo un amorío pasajero con la actriz Ava Gardner. Ahora debe reunirse en Punta Carretas con el ex presidente del Brasil, Joao Goulart, exiliado, en Montevideo. Yo voy con Joe, para dar cobertura en ese encuentro. Son la ocho de la mañana de un día frío y ventoso. Un VW escarabajo, blanco, está estacionado en el extremo de Punta Carretas. Baja un tipo, cebando mate con un termo bajo el brazo. Joe me presenta y le habla de mí con elogios. Luego me voy, con la consigna de recorrer el perímetro y advertir si hay gente con aspecto de «tiras».

“Luego Joe y los muchachos se van de Uruguay. Tiempo después supe estuvieron recibiendo entrenamiento militar en China. Unos meses después, regresan y vuelven a irse, menos Joe y Rubén. Pero Joe viaja mucho y nunca me dice a dónde. Un día, me trae un regalo: es la cápsula vacía de un proyectil de mortero chino disparado en Vietnam. Años más tarde, en Cuba, me enteraré que estuvo en Vietnam, que entró disfrazado de militar al Club de Oficiales del ejército norteamericano en Saigón, que participó del copamiento de ese lugar durante la ofensiva del Thet y que Ho Chi Minh le entregó una medalla por su valor.

“En esa época, también vienen a casa muchos uruguayos, que –luego supe– fueron fundadores de Tupamaros. Y también vienen de la Federación Anarquista Uruguaya, del Partido Socialista y del Movimiento Revolucionario Oriental.

Bautismo de fuego

“En septiembre de 1964 participé en la gran manifestación contra la decisión del gobierno uruguayo de romper relaciones con Cuba. Fue una tremenda refriega con la policía, desde el Palacio Estévez hasta la Universidad. Yo ya había participado en enfrentamientos con la policía, cuando las protestas contra el golpe de estado de ese año en Brasil, pero esta vez fue muy dura. Ocupamos la Universidad y durante tres días quedamos «sitiados» y fuimos violentamente reprimidos por los coraceros y los granaderos.

“Ese fue mi «bautismo de fuego». Desde la Universidad llamo por teléfono a Joe. Me pide que le describa la situación adentro y le cuento la dificultad que teníamos para aguantar el control de la puerta principal, donde los compañeros «anarcos» de Bellas Artes peleaban duramente. Entonces Joe me empieza a dar una serie de consejos, que van a cambiar el cauce de la refriega por el control de la entrada y por alejar a los milicos del cerco. Me dice que utilicemos el plomo de los cables de teléfonos como perdigones para las ondas de horqueta y los tubos de luz fría como proyectiles desde las azoteas, para que el vidrio lastime a los coraceros. También me indica que busque en el depósito de limpieza productos químicos para fabricar una receta sustitutiva a la del cóctel Molotov.

“Comunico todo esto a Marcelino Guerra y Jorge Errandonea, de Bellas Artes. Y montamos nuevos grupos en los techos y en la puerta principal. «El Cabeza» Ramírez dirige a nuestros arqueros de hondas, con munición de plomo en lugar de piedras y logran desalojar a los coraceros de la entrada. A la segunda noche, los menores de edad –que éramos siete– somos evacuados y fichados por la policía, acompañados por nuestras madres. Al tercer día, luego de una negociación entre la Federación de Estudiantes Universitarios y el ministro Tejera, se levanta el cerco y 300 estudiantes pueden abandonar la Universidad sin ser identificados.

“Así era la amistad con Joe. Muchas veces fui el hermano menor, que lo escuchaba. Luego vinieron otras grandes manifestaciones, con choques con la policía, como las protestas estudiantiles de 1965 contra la intervención norteamericana en Santo Domingo y las de solidaridad con Vietnam. Joe me aconsejaba como moverme adentro de las manifestaciones: ir bien vestido y con otro saco o impermeable en el brazo, para cambiar de aspecto una vez terminada la bronca.

“A ese señor no lo conozco”

“También íbamos mucho al cine. Recuerdo que vimos juntos «Lawrence de Arabia», «El Cid» y «Doctor Zhivago». Éramos muy compinches.

“La ultima vez que estuve con Joe en Uruguay, fue en mi casa el 23 de diciembre de 1966, al otro día de la muerte de Carlos Flores en un tiroteo con la policía. Fue el primer tupamaro muerto en combate. Joe cambió en nuestra última conversación en Montevideo. De manera solemne, pensando que ya no nos volveríamos a ver más, me anunció que los tiempos habían cambiado y que empezaba la lucha frontal con el imperialismo. Y se fue. Ninguno de los dos lo sabía, pero volveríamos a reencontrarnos en Cuba, en 1968, y en Chile, de 1972 al 73.

“Al día siguiente, 24 de diciembre, fuimos presos mamá, mi hermana y yo. El diariero de la esquina nos denunció a la policía porque había reconocido las fotos de Joe y los muchachos de Tacuara, además de Raúl Sendic, Jorge Manera Lluveras y otros.

“La casa de mi abuela, en la calle Río Branco, también fue visitada muchas veces por los servicios de inteligencia cuando en 1966 la policía buscaba a Joe. Una vez los policías de civil vinieron con una fotografía del gordo y la vieja, una napolitana pícara, les dijo que no podía reconocer la cara porque era una foto muy chica y ella no veía bien. Dos horas después volvieron con una foto enorme de Joe y ella la observó largo rato y les dijo que no conocía a «ese señor». Ella, que los domingos le cocinaba ravioles.

Tras los pasos del “Che”

“A principios de 1967, me integro al Movimiento Revolucionario Oriental (MRO), que era una organización de origen blanco, nacionalista, de la izquierda revolucionaria. A fines de ese año sube al gobierno la ultraderecha en la figura de Pacheco Areco e ilegalizan los partidos de izquierda y clausuran sus medios de prensa en diciembre de 1967. En enero me detienen durante una pintada callejera cerca de la Facultad de Medicina. A pesar de ser menor de edad, me meten preso durante 20 días en el Cuartel de Piedras Blancas.

“Al salir, yo tenia 18 años de edad. Con otros 10 ó 15 militantes de la juventud del MRO, fundamos el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER). El 90 por ciento éramos de Pocitos y la mitad habíamos ido al liceo Joaquín Suárez Nº 7 de ese barrio.

“A finales del 1967, yo ya era un «guevarista» convencido, seguidor de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Fue entonces cuando me invitaron a participar con los que se prepararían para apoyar al «Che» en cualquier lugar del mundo. Y luego de algunas peripecias por Europa, que no vienen al caso, partí hacia Cuba, vía París, para integrarme a la vanguardia latinoamericana que crearía el «segundo Vietnam» en América Latina.

“Yo tenía 20 años. La mayoría de edad en Uruguay se otorgaba a los 21. Cuando fui a sacar el pasaporte, necesité la autorización de mi madre para viajar al exterior. Es decir, necesité el permiso de mi mamá para integrarme a la revolución continental. Y fue así que el 2 de enero de 1968 me encuentro en la Plaza de la Revolución de La Habana junto con un grupo selecto de compañeros uruguayos, brasileros, paraguayos y argentinos. Sólo nombraré a una compañera, que ya no está: Soledad Barret.

“Años mas tarde, Daniel Viglietti, le dedicó una canción. La vida de Soledad fue trágica. Secuestrada por un grupo de extrema derecha uruguaya, en 1962 o 1963 le dibujaron esvásticas en cada muslo. Vivió clandestina y a los saltos en varios países. Se entrenó con nosotros, con la fortaleza del mejor hombre del grupo. Y terminó asesinada en Río de Janeiro, en un allanamiento. La ametrallaron durante cinco minutos. Estaba embarazada: esperaba su primer hijo.

“En la cafetería del Hotel Habana Libre me encuentro por casualidad con compañeros de John William Cooke, que habían estado en mi casa de 26 de Marzo y Buxareo. También veo a una pareja de argentinos, García Elorrio y su compañera Casiana Ahumada, que eran de la revista «Cristianismo y revolución».

“Ellos me contactaron con Joe, que estaba instalado con Ruth, su compañera boliviana, en una casa de Miramar. Ruth había escrito un libro para Casa de las Américas sobre la Republica Dominicana. Y allí retomamos nuestra amistad como si nos hubiéramos separado ayer. En Cuba fui testigo del nacimiento de Mariana, la hija de ambos. La casa de ellos siempre estaba llena de gente. El gordo andaba vestido con el uniforme verdeolivo de oficial cubano y una pistola 45 en la cintura. Por las tardes, íbamos a la cinemateca del ICAIC y luego nos separábamos, cada uno a sus obligaciones.

“En 1969 regreso a Montevideo. El 17 de octubre, a los 21 años, caigo herido de bala. Voy preso en medio del estado de sitio, con una parálisis total de mi pie derecho. Me salvaron la femoral pero no el nervio ciático.

“Entre 1970 y 1972 siguen pasando por Montevideo argentinos de diferentes organizaciones políticas. Ya no venían a casa, pero llamaban por teléfono y les encontrábamos alojamiento. En particular, recuerdo a Gustavo Rearte, con quien conversamos mucho acerca del gordo Baxter.

Reencuentro en Chile

“En 1972, la policía allana mi casa y la de mi familia. Huyo a Buenos Aires con mi madre. Los ex tacuaras nos ayudan y consiguen casas para alojarnos. Poco a poco nos vamos para Santiago de Chile, donde nos reciben con cariño. En aquella época, entrar a Chile por Mendoza era emocionante.

“La Unidad Popular nos da casas y nos ayuda a encontrar trabajo. Y allí vuelvo a reencontrar a Joe. Me cuenta que ha roto con el PRT-ERP y me habla de la Cuarta internacional. Veo que nuevamente su cabeza funciona a cien kilómetros por hora. Voy a su oficina en Santiago y conozco sus nuevos compañeros. Viene el «tancazo» de junio del 73 contra Salvador Allende. Salimos todos a la calle. Yo iba arriba de un tractor y saludo a Joe, que camina rápido por la Alameda. Todo se acelera de nuevo. El gordo me dice: «Nos la van a dar con todo». Seguimos viéndonos y me cuenta que ha decidido irse de Chile. Cuando llega el día, como tantas veces en Uruguay, lo llevo al aeropuerto. Nos despedimos con un abrazo de hermanos el 10 de julio de 1973.

“Al día siguiente, el avión en que Joe viajaría de París a Bruselas para ver a Ernst Mandel se estrelló en el aeropuerto de Orly.

Protagonismo, ética y acción

“Joe viajaba con pasaportes falsos desde hacia 10 años. Tenía un récord de supervivencia en la clandestinidad. Vivió la historia latinoamericana de aquella época en carne propia, en cuerpo y alma a la vez, como un «sufista». Es decir, lo que existía era lo aparente y lo aparente era lo que no existía. La ideología era para él como una nave para viajar a la acción. El protagonismo, al estilo de Malraux o Lawrence de Arabia, era su arma de combate. Para muchos, su evolución ideológica fue muy heteróclita. Hoy lo critican algunos «puristas» que han olvidado sus propios orígenes y no se avergüenzan de sus actuales posturas.

“El gordo tenía una ética revolucionaria propia. La acciones deben ser «limpias», decía. «No deben morir ni soldados, ni policías, ni compañeros». En aquella época, sólo los tupamaros y el MIR de Chile lograron respetar esa moralidad en el combate, y únicamente al principio, en los primeros años de los operativos iniciales, al estilo Robin Hood. Hoy el subcomandante Marcos, en México, hace de ese principio su doctrina.

“Así, a los 25 años de edad perdí a mi hermano mayor, de 33. Joe nunca supo que dos meses después Salvador Allende moría un 11 de septiembre, casi como murió Baltasar Brum en la calle Río Branco, enfrentando a los golpistas con honor. Brum y Allende fueron masones. Cuando en 1963 Joe vivió en casa de mi abuela, dormía en la habitación que había sido el despacho de Brum en 1933. Son 40 años de una habitación que unió sin querer a dos hombres tan diferentes.

“Hoy, Joe descansa por fin en el cementerio británico de Buenos Aires. Quizás alguien depositó una flor el 11 de julio.

“Mi madre, que siempre recibió el reconocimiento de los muchachos de Tacuara, cumplió 80 años en abril. En la cómoda de su dormitorio está la cápsula del proyectil de mortero que Joe nos trajo de Vietnam. Yo sé que dentro de ese casquillo –que vino de tan lejos traído por un argentino- el 11 de julio ella colocó una rosa roja".
 
© Roberto Bardini
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