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La Refundacion de la UBA
Por Eduardo R. Saguier - Thursday, Sep. 30, 2004 at 5:13 PM
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¿Con que derecho las autoridades universitarias, incluida la CONADU y la FUBA, se van a oponer a que el poder político asuma su indelegable responsabilidad, tome cartas en este grave asunto de la educacion superior, donde le va la vida como nación, e intente cerrar la brecha geografica existente, restituyendo la unidad largamente perdida, mediante una verdadera refundación fisica y pedagógica de la UBA?

La Refundación de la UBA

A propósito del proyecto de Deslocalización y Relocalización de la UBA numerosas respuestas y críticas han recaído sobre el mismo. Entre las mas numerosas son aquellas que estigmatizan al Proyecto como utópico e irrealizable, por cuanto según ellas atenta contra el principio de la autonomía universitaria.

Para estos críticos toda reforma o modificación de las estructuras universitarias debe partir de las propias autoridades de la universidad, pues según ellas las autoridades políticas que presumen de alguna responsabilidad no tienen nada que hacer ahí. Hete aquí que nos encontramos ante un verdadero nudo Gordiano, que para peor, no encuentra quien lo corte.

Es decir, para estos eternos estetas del “no se puede”, enfermos de un etnocentrismo corporativo y mafioso, el poder político es un extraño que carece de toda relevancia y cuya única responsabilidad es la de proveer los recursos financieros que hagan posible la impertérrita continuación del escenario y ritual académicos, aunque estos hayan perdido toda relevancia científica en el concierto académico internacional y aún continental.

Sin embargo, numerosos intelectuales del centro y de la periferia vienen diagnosticando desde hace décadas (Campbell, 1969; Barry, 1981; y Becher, 1989) un creciente malestar intelectual con graves derivaciones para la creatividad y la originalidad del conocimiento, para el cual la terapia y los remedios deben ser mas de naturaleza política y organizativa que puramente académica o epistemológica. En efecto, para Campbell (1969) y Barry (1981) este malestar debe ser atribuido tanto a los planes y organigramas basados en carreras y facultades, como a los basados en especialidades y departamentos. Para ellos la pertenencia a estas tribus o camarillas internas actúa “…como una poderosa fuerza centrifuga al promover la alineación y la distancia artificial aun entre especialidades estrechamente relacionadas” (Becher, 2001, 64)

En el caso preciso de la UBA este “malestar” existe acrecentado a grados insospechados, por cuanto dicha distancia disciplinar se halla potenciada física y geográficamente desde hace décadas, sin que nadie y menos aun las autoridades universitarias de turno se preocupen por alertar al estudiantado y a la comunidad universitaria de esta ficción suicida. Cuando a fines de la década del 20 y del 40, del siglo pasado, la Facultad de Derecho se mudó de Catedral al Sur (Moreno y Defensa) al barrio de Recoleta, se aisló a los estudiantes de Derecho del contacto con los estudiantes de Ciencias Exactas, residentes en la Manzana de las Luces. Mas luego, cuando en la década del 50, la Facultad de Ingeniería se escindió de la Facultad de Ciencias Exactas, y en 1956 se mudó del barrio de Recoleta al edificio de la ex Fundación Eva Perón (Paseo Colón), se privó a los ingenieros primero del contacto con los estudiantes de matemáticas y física, y luego del contacto con los de derecho y ciencias sociales. Asimismo, cuando en la década del 60, en plena Revolución de los Bastones Largos, las Facultades de Arquitectura y Ciencias Exactas se mudaron de la Manzana de las Luces a la Ciudad Universitaria de Núñez, se privó a los urbanistas del contacto con los sociólogos y se separó a los biólogos de los bioquímicos, y una sorda explicación vino a atribuir la mudanza al potencial insurreccional del estudiantado universitario, que según la Doctrina de la Seguridad Nacional era preciso prevenir dispersando física y geográficamente las unidades académicas de la UBA. Mas aun, cuando en la década del 70, durante la primavera Camporista y de las denominadas Cátedras Nacionales, la Facultad de Psicología se desmembró de la Facultad de Filosofía y Letras, y se mudó al edificio de la calle Independencia --privando a los psicólogos del contacto con los antropólogos-- ninguna argumentación científica y técnica se dio para explicar tamaña fractura disciplinar y geográfica. Por otro lado, cuando a comienzos de la década del 80, luego de haberse recuperado la Universidad de la noche negra de la Dictadura Genocida, la Facultad de Ciencias Sociales se independizó de la Facultad de Filosofía y Letras, privando a los politólogos y comunicólogos del contacto con historiadores, geógrafos y filósofos, las autoridades universitarias tampoco brindaron aclaración alguna al estudiantado acerca de dicho acto fratricida. Y cuando a fines de dicha década, en plena conspiración Neoliberal, la Facultad de Filosofía y Letras se mudó al barrio de Caballito, abandonando el Barrio Clínicas y privando a los geógrafos e historiadores del contacto con los economistas, y a los críticos literarios y lingüistas del contacto con sus propios Institutos residentes en plena City, tampoco las autoridades universitarias dieron explicación alguna y se atribuyó la rápida movida a motivos puramente espaciales, cuando había sido público y notorio que existían otras alternativas edilicias que subsanaban dicho déficit.

En otras palabras, las sucesivas y seculares fracturas pedagógicas, y las reiteradas mudanzas edilicias y geográficas fueron gangrenando la unidad de la UBA, y con ella la esperanza de una auténtica e interdisciplinaria formación universitaria. Así estamos hoy, con la Universidad de Buenos Aires fragmentada en infinitos espacios inconmensurablemente distanciados unos de los otros, resignados a adoctrinar audiencias cautivas, y reducidas a cotos de caza y a expedir patentes de corso cada vez menos redituables. O mas prosaicamente, nos encontramos con la Universidad definitivamente destruida, con el agravante que las autoridades universitarias parecieran aceptar resignadamente esta funesta realidad suicida sin atreverse a ensayar la más mínima opinión al respecto, y reduciéndose a reclamar una triplicación presupuestaria, que al no explicitar el destino de los fondos reclamados, abre la suspicacia sobre la existencia de un agujero negro ciego, clientelar e insalvable.

¿Con que derecho entonces, las autoridades universitarias, incluida la CONADU y la FUBA, se van a oponer a que el poder político asuma su indelegable responsabilidad, tome cartas en este grave asunto, donde le va la vida como nación, e intente cerrar la brecha existente, restituyendo la unidad largamente perdida mediante una verdadera refundación física, geográfica y pedagógica de la UBA?

Eduardo R. Saguier
http://www.er-saguier.org



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