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Gulumapu: Contrapunto en Ralco
Por Hugo Infante / La Tercera - Tuesday, Dec. 14, 2004 at 7:17 PM

La realidad después del conflicto

Ayín Mapu: Actualmente hay 38 familias de pehuenches que habitan esta comunidad. Se dedican a la pequeña agricultura, cultivan algunos animales y de declaran satisfechos por acuerdo firmado con Endesa. El Barco: En este sector viven 32 familias pehuenche. En la alta cordillera trabajan en un camping turístico, pero no todos están conformes con su vida después de la negociación tras ceder sus antiguas tierras. Dos caras de una misma moneda. Una tercera, Víctor Quintremán, hijo de la emblemática Nicolasa y quién se ha hecho famoso en Santa Bárbara por dilapidar sin demora gran parte de la millonaria indemnización recibida por su familia.

Al entrar a la comunidad Ayín Mapu, el golpe de vista es impresionante: praderas de alfalfa, trigo y cebada adornadas por vacunos en 800 hectáreas de terreno fértil. Sólo interrumpen su toque bucólico dos líneas, sostenidas por decenas de torres de alta tensión, que transportan la energía generada por las centrales Pangue y Ralco al sistema interconectado central.

Ironías de la vida para las 38 familias pehuenches que fueron relocalizadas desde el sector Quepuca Ralco para el funcionamiento de la central hidroeléctrica, lo que generó polémica durante años entre los defensores de las comunidades mapuche-pehuenches que habitaban en los faldeos cercanos al río Bío Bío.

Ayín Mapu (tierra linda, en mapudungún) está a unos 15 kilómetros de Santa Bárbara y a unos 40 de Los Angeles, en la VIII Región. Sus habitantes, al contrario de lo que muchos ecologistas predecían, están conformes con su nueva vida tras las permutas y compromisos que lograron con Endesa tras años de negociar. Estas familias, que antes trabajaban de temporeras y recolectaban piñones, ahora viven de la agricultura y pequeña ganadería.

José Reyes Chihuay (44 años) fue uno de los primeros trasladados a Ayín Mapu desde Quepuca Ralco, en julio de 1999. "Allá no se hacía nada. Sólo se trataba de sobrevivir, porque los terrenos son muy rocosos. Vivíamos de algunos animalitos, como chivos. Para poder sobrevivir teníamos que salir a trabajar a Los Ángeles como temporeros en cultivos de remolacha y porotos. Lo hacíamos durante tres meses y después le íbamos a dejar cosas a la gente. Ese era nuestro sistema y no había otra alternativa".

Hoy está dedicado a sembrar trigo y alfalfa y dice que prefiere su nueva vida: "Ahora uno tiene cómo vivir, con las cosechas y los animales. Hay acceso a la medicina, porque el pueblo está cerca". Y recuerda que la gente que los criticó por su traslado, no tenía idea de cómo era la vida antes. "En los tiempos en que uno tenía su comidita, era en marzo, cuando caían los piñones. Uno se iba a la cordillera, los recogía y después los cambiaba por harina o trigo. ¡Cómo voy a aguantar a esa gente que reclama, porque los pehuenches están vendiendo sus tierras!".

Miguel Antonio Lepimán recorre sus terrenos a pie. Pasa de un lado a otro mostrando sus campos y la madera talada que comercializará. Tiene 50 años y la mayor parte de ellos los pasó en Quepuca Ralco, viviendo en las mismas condiciones que Reyes. Lepimán tampoco volvería a vivir como antes: "Acá tengo mejor vida. Voy y vuelvo en el mismo día, tengo más cosas que antes y vivo mejor. Allá podíamos criar animales, pero en el invierno se moría el ganado".

Quejas en El Barco

Treinta y dos familias residen en la comunidad El Barco, una propiedad de 18 mil hectáreas loteadas entre los pehuenches y que tiene una laguna enclavada casi al final del lugar. Para llegar, sólo se hace en vehículos de doble tracción o a caballo. Es un camino serpenteante, lleno de ripio, curvas peligrosas y pehuenches caminando largos trechos para llegar a casa.

Es una realidad geográfica que rompe el paisaje bucólico de Ayín Mapu. La posta y escuela más cercanas están en Chenqueko, a una hora caminando o a caballo. Varios residentes aseguran que Endesa los alejó más de los pueblos y, a pesar de que algunos duplicaron las hectáreas que tenían hace unos años, también reclaman que hay tierras no fértiles y que no se han cumplido ciertos compromisos cuando firmaron las permutas.

Amador Mariguán llegó el 2003 a ocupar los terrenos permutados por su padre a Endesa. Tuvo que dejar sus 14 años de vida en la capital para volver a la cordillera y ayudar a su familia a administrar la nueva propiedad. Este pehuenche fue elegido en noviembre de este año como presidente de la Comunidad El Barco y es uno de los lugareños que reclama por el trato suscrito con Endesa. Según él, no hubo una negociación justa para todos y que algunos recibieron mejores terrenos.

"A diferencia de lo que teníamos antes, estos terrenos están muy cerrados y pedregosos. En el campo que mi papá tenía en Lepoy lo que tiraba salía. Aquí en cambio, sólo sirve para criar ganado y sembrar alfalfa para forraje", explica Mariguán. Y agrega que, aparte de la permuta y el 1,8 millón que se les entregó, ya no se les brinda la ayuda con la que contaron.

"A la entrada del invierno a uno se le entregaban 10 quintales de harina, pero este año no dieron nada. Lo otro es el plan de contingencia, porque, para que a uno le den ayuda, tiene que estar hasta el cogote con nieve. He visto cómo en la bodega de la oficina hay pellet para los animales en el invierno y se está echando a perder".

Sin embargo, la empresa les habilitó en la laguna El Barco un camping que explotan y que la primera temporada fue visitado por 2.400 turistas. Y se tiene proyectada una hostería. Pero Mariguán dice que "faltan muchas cosas en el camping para la entretención del turista. La limpieza tampoco es muy buena. Tal vez sea culpa de los dirigentes anteriores, que no tuvieron fuerza para conseguir cosas para un proyecto turístico".

Otros comuneros reclaman por incumplimiento de promesas, como la construcción de bodegas. "La gente se dejó engañar con muy pocas cosas", sentencia Mariguán, mientras su vecino, José Benítez Vita, sólo pide que le entreguen su caballo ensillado y las dos vaquillas que le habían prometido.

Las aventuras de Quintremán

Víctor Torres Quintremán es una historia aparte. Tiene 28 años y es el hijo mayor de Nicolasa Quintremán, una de las últimas pehuenches que, junto a su hermana Berta, cedió parte de sus tierras ante Endesa. Ambas lograron más de 200 millones de pesos por entregar sus terrenos y comenzar con el funcionamiento de la Central Ralco.

Torres Quintremán bebe una botella de cerveza en la Hostería Las Totoras, mientras observa en la televisión cómo el animador de un show de un canal norteamericano tritura un automóvil en un desecho de chatarras, recordándole, tal vez, el triste destino de su camioneta Trail Blazer, de 29 millones de pesos. Este pehuenche mitad argentino, ya se ha hecho famoso en Santa Bárbara y entre los comuneros pehuenches por dilapidar parte del dinero entregado a su madre y provocar constantes escándalos que espantan a la comunidad.

La vida disipada de Torres anda en boca de todos los habitantes de Santa Bárbara y es lo primero que se escucha sobre los pehuenches al llegar a esta comuna. Un comentario predecible para quienes definen de "ellos" a los indígenas y "nosotros" a los chilenos.
Torres vive con su madre en un campo cercano a la comunidad Ayín Mapu y la acompaña constantemente en los trámites que debe realizar en la ciudad.

En Santa Bárbara se habla mucho de Víctor Torres. Líos con vecinos, encontrones con la policía y el famoso volcamiento de un vehículo de 29 millones de pesos, que a los 11 días de adquirido, terminó como chatarra en un taller mecánico, porque no tenía seguro.

Ahora Víctor Torres maneja un automóvil Volvo de año indeterminado y que está avaluado en sólo $ 2,5 millones. Un vehículo más para su colección que acumula en el campo de su madre Nicolasa y entre los que se cuenta un microbús que pensaba utilizar como transporte público para los sectores de difícil acceso en Ralco, pero que, lamentablemente, estaba hecho sólo para la ciudad / Azkintuwe


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