TRAS LA MUERTE DE ARAFAT:PERSPECTIVAS PARA PALESTINA.
Por EL MILITANTE. -
Wednesday, Dec. 15, 2004 at 11:37 PM
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El Militante nº 178
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Tras la muerte de Arafat
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¿qué futuro para
Palestina? |
Autor : J. M.
Municio Fecha : ( 09-Diciembre-2004 ) Categoria :
Internacional
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pasado 11 de noviembre moría en París a los 75 años, Yasir Arafat.
Encarcelado en su cuartel general de la Mukata durante los últimos
tres años, sin poder mover un dedo sin permiso israelí, humillado
sistemáticamente y finalmente muerto lejos de su patria entre
fundadas sospechas de haber sufrido un envenenamiento, su situación
era una triste metáfora de la sufrida por su pueblo durante décadas.
Desde entonces muchos han sido los análisis realizados, pero en
los medios de comunicación se ha impuesto una tesis que podemos
resumir con la portada de El País del día 12: “La muerte de Arafat
abre nuevas vías para la paz en Oriente Próximo”. La evidente
irracionalidad de este titular no ha sido óbice para que analistas,
editores, tertulianos y demás mercenarios de la pluma hayan
continuado cacareando como loros semejante sandez. También la bolsa
de Tel-Aviv acogió la noticia con subidas del 10%. Dicha
interpretación no hace sino hacerse eco de las tesis sionistas que
responsabilizan a los propios palestinos de su situación de
opresión. Esta tesis sólo tiene un objetivo: favorecer que el
sustituto sea alguien del gusto de Israel y USA, alguien dispuesto a
llevar hasta el final el camino iniciado en Oslo por el propio
Arafat, el camino que conduce a la renuncia definitiva de los
derechos democráticos nacionales del pueblo palestino.
El proceso de paz de los 90
Arafat ha muerto como mártir de su pueblo. Las
muestras de afecto hacia su líder y dolor por su muerte vistas en su
entierro reflejan que todavía gozaba de una importante base de
apoyo. Sin embargo, el callejón sin salida en el que actualmente se
halla el pueblo palestino es, en buena parte, responsabilidad
directa del propio Arafat. No tenemos espacio para analizar el
conjunto de su trayectoria política, por eso nos detendremos más en
lo acontecido en la última década, cuando la incapacidad de la
dirección de la OLP para conseguir la liberación nacional y social
de su pueblo ha sido más evidente. El llamado proceso de paz de
los 90 estaba abocado desde el principio a la actual situación.
Iniciado tras el fin de la Guerra del Golfo, en su origen
confluyeron varios factores. El imperialismo americano inauguraba su
escenificación del “nuevo orden mundial” y presionaba a Israel para
apaciguar un conflicto de décadas que amenazaba con hacer estallar
el proyecto de estabilización bajo su control de una zona clave para
EEUU. Por otra parte, la burguesía israelí buscaba dar una salida a
la primera Intifada iniciada en 1987 que llevaba a una continua
sangría de recursos para mantener el control militar de territorios
que, en casos como el de Gaza, tenían escaso valor. Así mismo la
Intifada provocaba una crisis permanente por la simpatía que
despertaba en el interior de la sociedad israelí. De otro lado,
Israel buscaba también el reconocimiento de los países árabes y con
ello jugosos beneficios para una burguesía que aspira a dominar la
región mediante el comercio en mercados hasta entonces vedados por
cuestiones políticas. El otro factor decisivo que marcó el
inicio del proceso fue la bancarrota política y económica de la OLP.
Política, pues tras varios años de Intimada, al no ser capaz de dar
una dirección consecuente al movimiento su desprestigio aumentaba en
el interior de los territorios ocupados. Económica, pues al haber
apoyado a Iraq en la guerra del Golfo se quedó sin los suculentos
fondos que recibía de los reaccionarios regímenes árabes, como el de
Arabia Saudí. Arafat protagonizó una huida hacia delante firmando
unos acuerdos que le permitieron, a un terrible precio, ofrecer
ilusión a una cansada población palestina. En estas condiciones
lo que en los medios de comunicación se nos presentó como una
negociación entre iguales no fue sino la aplicación progresiva del
programa que el imperialismo USA e Israel han trazado para la zona,
ante la impotencia de una claudicante Autoridad Palestina (AP)
(gobierno de la autonomía concedida a partir de 1993).
Hacia el abismo
Mientras Israel
(tanto con gobiernos laboristas como del Likud) continuó con su
política de asentar colonos en Cisjordania y de cerrar sus fronteras
a los trabajadores palestinos, hundiendo la economía palestina, la
AP se dedicó a centrar todas sus esperanzas en la mediación del
imperialismo USA y Clinton. Esta estrecha visión llevó
inevitablemente a que todo saltase por los aires. Las ilusiones que
las negociaciones generaron en 1991 se agotaron entre la población
palestina. Las críticas aumentaron hacia una AP envuelta en casos de
corrupción y enriquecimiento de sus miembros y que para más inri se
había convertido en la policía del imperialismo encarcelando a los
sectores críticos con los acuerdos. Por eso cuando se llegó a la
discusión sobre el estatuto final en Camp David (julio de 2000),
Arafat no pudo firmar. Su firma hubiera sido su sentencia de muerte
ante una población harta de humillaciones. La generosa oferta de
Clinton y el antiguo primer ministro laborista Barak, consistía en
reconocer una ficción de “Estado” palestino independiente. Sería un
Estado compuesto por cuatro pedazos de territorio de Cisjordania
(entre el 80% y el 90% del total del territorio) más Gaza. Un Estado
sin continuidad territorial entre sus partes, donde las
comunicaciones entre ellas estarían sometidas al control israelí.
Este Estado no compartiría fronteras con ningún país vecino, es
decir estaría totalmente rodeado por Israel. La mayoría de
asentamientos serían anexionados a Israel, quedando para debate que
hacer con 40.000 colonos que quedarían dentro del “Estado
palestino”. En esta generosa propuesta no había ninguna concesión
sobre Jerusalen y una negativa en redondo a que pudieran volver los
refugiados, con el compromiso de compensaciones económicas para
algunos de ellos. Como vemos, el Estado palestino que estaría
dispuesto a reconocer la burguesía israelí no sería más que un
conglomerado de guetos separados por colonias, carreteras y tropas
israelíes. Con este panorama tarde o temprano tenía que estallar
la tormenta. La pobreza, rabia y humillación acumuladas por la
población palestina estallaron en la segunda Intifada tras la
provocación que el líder del Likud, Sharon, organizó en la Explanada
de las Mezquitas en septiembre de 2000.
La segunda
Intifada
Desde entonces cuatro años de lucha y
represión han transcurrido. Sharon, amparado en la cruzada
antiterrorista de Bush, puso sus cartas sobre la mesa. Aniquilar
cualquier poder de la Autoridad Palestina, descabezar la Intifada,
sembrar la desmoralización mediante la represión salvaje, seguir
incorporando a Israel tierras de los territorios ocupados mediante
el levantamiento de un vergonzoso muro de separación y acabar con
Arafat buscando un sustituto que estuviese dispuesto a traicionar
las legítimas aspiraciones palestinas. Sin embargo estos planes
han chocado con la voluntad de resistencia del pueblo palestino.
La muerte de Arafat no elimina ningún obstáculo. La segunda
Intifada se dio no gracias a Arafat sino a pesar suyo. Si por él
hubiese sido se hubiera continuado el camino de la negociación sin
lucha. Israel le exigía en público el desarme de la intifada, pero
le dejaba en la práctica sin ninguna autoridad o poder real para
hacerlo. Arafat era el Bonaparte patético de la situación, oscilando
continuamente entre los sectores partidario de mantener la Intifada
y los liquidacionistas. Sus vínculos con el movimiento le hacían
comprender que plegarse sin más a los designios USA significaría
ponerse la soga al cuello, política y personalmente. Por esto Arafat
no era de fiar para Israel, como cínicamente señalaba Simon Peres en
su artículo Sobre Arafat “mantuvo vivos para el pueblo palestino
sueños y esperanzas que no tenían cabida en este mundo. No abrió el
camino para el proceso doloroso pero necesario por el que tiene que
pasar toda persona y nación, el de dejar atrás los sueños de
grandeza que solo traen desdicha...” (El País, 12 de noviembre).
En otras palabras, la burguesía israelí era consciente de que el
historial de Arafat, sus raíces entre el movimiento, hacía muy
difícil que aceptase las vergonzosas condiciones que le proponían
como solución final a décadas de conflicto.
¿Y
ahora qué?
El pequeño problema de Sharon es que
la muerte de Arafat no resolverá absolutamente nada. Al contrario.
No hay ni un solo líder palestino con la autoridad que tenía Arafat.
La batalla por su sucesión se ha abierto. El candidato de Al Fatah a
las programadas elecciones de enero es Mahmud Abbas, más conocido
como Abu Mazen. Fue primer ministro de la ANP durante cuatro meses y
el encargado de sentar las bases par la aplicación de la Hoja de
Ruta, fracasando estrepitosamente. En nuestro periódico de
septiembre de 2003 hacíamos la siguiente valoración: “es el hombre
de la CIA y el imperialismo en el gobierno palestino. Su misión es
la de desarmar la Intifada y preparar el terreno para vender las
aspiraciones nacionales y democráticas del pueblo palestino. Esto lo
entiende bien la población. Arafat mantiene un 27% de popularidad,
el jeque Yasim, de Hamas, un 25%, Barguti, líder de Al-Fatah y la
Intifada encarcelado, un 20% y Abu Mazen un pírrico 3%”. No hay
motivo para cambiar una sola coma. Abu Mazen es el candidato
moderado que buscaban Israel y el imperialismo. Sin embargo su
margen de maniobra es mínimo. Su apoyo entre la población es muy
reducido, con lo cual, si finalmente ganase se encontraría con la
misma contradicción con la que se encontró Arafat en julio de 2000.
La paz que ofrece Israel es la paz de los cementerios, una paz a
cambio de concesiones inasumibles para el conjunto del pueblo
palestino. El hecho de que Marwan Barguti, máximo dirigente de
Al-Fatah en Cisjordania, encarcelado a perpetuidad en una cárcel
israelí por su papel de dirección en la Intifada, anunciase su
candidatura a las presidenciales (aunque finalmente fuese obligado a
retirarla), refleja la desconfianza hacia Abu Mazen de los sectores
que están protagonizando la lucha contra Israel. Ya veremos que
ocurre, ni siquiera es seguro que Israel deje que las elecciones se
celebren. Lo que la trayectoria política de Arafat deja
meriadianamente claro es que la liberación nacional del pueblo
palestino jamás vendrá de negociaciones, supuestamente amparadas por
el imperialismo USA o europeo, y de un programa exclusivamente
nacionalista. La lucha por la liberación nacional va de la mano de
la lucha por la liberación social. En el marco del capitalismo lo
máximo a lo que los palestinos pueden aspirar es a un estado títere,
(sobre una cuarta parte del territorio de la Palestina histórica)
sin control de sus fronteras, con una economía dependiente del
imperialismo y la burguesía israelí, con cuatro millones de
compatriotas sin volver jamás del exilio. Ni Mazen, ni menos aún los
reaccionarios de Hamas, pueden ofrecer una salida. Es tarea de la
izquierda sacar las lecciones del fracaso de Arafat y dotar a la
Intifada de una perspectiva socialista. De lo contrario la pesadilla
puede continuar
décadas.
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