LA REVOLUCIÒN CUBANA:PASADO,PRESENTE Y FUTURO.
Por EL MILITANTE. -
Thursday, Dec. 16, 2004 at 10:05 PM
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1 . II. Cuba antes de la revolución
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LA REVOLUCIÓN
CUBANA: PASADO, PRESENTE Y FUTURO |
Autor : El Militante Fecha
: ( 16-Diciembre-2004 ) Categoria : Cuba
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n Cuba
se concentraban, y de forma extrema, muchos de los rasgos esenciales
(históricos, sociales, económicos y políticos) de los países
latinoamericanos y eso tuvo una expresión clarísima en el también
peculiar desarrollo que tuvo la revolución de 1959. A la burguesía
cubana la podríamos considerar paradigmática de la sumisión hacia el
imperialismo que ha caracterizado históricamente a todas las
burguesías latinoamericanas. Es importante, en ese sentido, abordar
algunos aspectos de la historia de Cuba.
Cuba fue una
de las primeras islas descubiertas por Cristóbal Colón en los
últimos años del siglo XV y desde entonces, durante casi cuatro
siglos, permanecerá bajo el dominio español. En el siglo XVIII se
acrecienta el interés de Inglaterra por la “perla antillana”,
culminando con la invasión de 1762. Los ingleses permanecerán un año
en la Isla y desde entonces serán determinantes para su desarrollo
económico, sustituidos algunas décadas después por EEUU. En este
período se inicia la explotación masiva de los latifundios para el
cultivo de caña de azúcar y tabaco, por medio de la profusa
utilización de esclavos.
A principios del siglo XIX
el movimiento por la independencia se extiende por toda América
Latina, salvo algunas excepciones, entre ellas, Cuba. El
comportamiento de las clases dominantes de la Isla estaba
determinando por el miedo a que su aislamiento respecto al resto del
continente pudiera facilitar la represión española y por el temor a
que una revolución por la independencia desencadenase una rebelión
de esclavos similar a la acontecida en Haití. Además, la colonia
estaba atravesando un largo período de gran crecimiento económico,
en conexión directa con la economía norteamericana. A mediados del
siglo XIX Cuba era el principal productor de azúcar del mundo, y
EEUU el principal comprador.
La élite criolla no
aspiraba a la independencia, más bien le atraía la posibilidad de
convertirse en un Estado de la Unión Americana. Ese deseo, apoyado
por algunos círculos de la burguesía de Washington, era muy
significativo de las características de la clase dominante cubana,
completamente dócil al capitalismo norteamericano.
LA PRIMERA GUERRA CIVIL (1868-1876)
La realidad socioeconómica cubana era una
expresión condensada de la teoría del desarrollo desigual y
combinado que Trotsky explica muy bien en su Historia de la
Revolución Rusa. En Cuba la penetración tecnológica y financiera
de los países capitalistas avanzados no sólo no entró en
contradicción con el sistema esclavista empleado en la Isla, sino
que lo intensificó aún más. Fue sólo a finales del siglo XIX, cuando
el sistema esclavista entró en declive.
Ese fue el
telón de fondo de la confrontación que dio lugar a la primera guerra
civil por la liberación nacional y que duró de 1868 a 1876. Un
sector de la clase dominante, compuesto sobre todo por cafetaleros,
azucareros medianos y ganaderos, de la parte oriental de la Isla, la
más atrasada, se sentía en condiciones de clara desventaja respecto
a los grandes hacendados de la parte occidental. No contaban, como
ellos, con la utilización intensiva de la mano de obra esclava, ni
con la misma capacidad de renovación tecnológica, ni con el control
del aparato estatal. Sin embargo, a pesar de que la guerra contó con
las ilusiones y la participación popular, no culminó en una
revolución democrático-burguesa. El ejército español dispuso en
aquella ocasión del apoyo de EEUU, y para la élite social del
Occidente de la Isla era preferible que Cuba siguiera como una
colonia española a la desestabilización social que la independencia
pudiera provocar. Los hacendados de Oriente acabaron abandonando la
lucha por la independencia a cambio de algunas concesiones de la
Corona española, traicionando a la base que había conformado el
movimiento: los esclavos liberados y los campesinos.
Estos acontecimientos y toda la historia posterior
hasta la propia revolución de 1959, ponían en evidencia que la clase
dominante cubana era incapaz de poner en práctica las tareas de la
revolución democráticoburguesa como en Francia en 1789 y otros
países occidentales, cuando consolidaron el Estado-nación como la
base del desarrollo capitalista. En pocas palabras era incapaz de
lograr un desarrollo industrial con una base propia, distribuir la
tierra a los campesinos y de la creación de una democracia
parlamentaria relativamente estable, todo eso en el marco de un
Estado nacional.
En la época moderna no es posible
que la burguesía nacional de los países ex coloniales, aparecida
demasiado tarde en la escena de la historia, sea capaz de resolver
estas tareas. Esa es una realidad confirmada no sólo en Cuba sino en
todos los países de desarrollo capitalista tardío. La burguesía
nacional no puede realizar una eficaz reforma agraria, dado que está
ligada económica, social y políticamente a los grandes
latifundistas. Es, además, incapaz de desarrollar una verdadera
industria nacional, puesto que ella misma asume el papel de
subsidiaria de las multinacionales y de la banca internacional. En
la medida que el capitalismo en esos países está ligado a una
extrema explotación de la mano de obra y al saqueo de los recursos
naturales del país no hay cabida para largos períodos de estabilidad
y democracia burguesa parlamentaria.
LA
INDEPENDENCIA DE CUBA
José Martí, poeta y
fundador, en 1892, del Partido Revolucionario Cubano (PRC), encabezó
la segunda guerra de liberación nacional. Su movimiento contó con un
amplio respaldo popular (trabajadores, la población de origen
africano, la pequeña burguesía urbana, los pequeños propietarios,
los campesinos tabacaleros…). A la reivindicación de independencia
se unían toda una serie de demandas de tipo social. A pesar de tener
muchas limitaciones, el programa de Martí tenía un marcado carácter
progresista en la medida que apelaba a la intervención de las masas
para alcanzar reivindicaciones de tipo democrático nacional. Además,
se dio cuenta de que la independencia formal de la corona española
alcanzada por los demás países latinoamericanos no lo resolvía todo,
era necesaria una “segunda independencia” que liberase al país del
asfixiante dominio del creciente imperialismo norteamericano.
Sin embargo, el proyecto de José Martí de una Cuba
independiente de España y de los Estados Unidos, democrática y
libre, se frustró. Tras la temprana muerte del líder cubano, en mayo
de 1895, bajo la metralla del ejército español, la dirección del PRC
supeditó el movimiento de liberación a la burguesía y los
terratenientes, que propiciaron a su vez la intervención de EEUU en
la guerra. A pesar de todo, la lucha de Martí dejó una larga
tradición revolucionaria en Cuba, basada en el antiimperialismo y la
apelación a las masas a luchar, que entroncará con el Movimiento 26
de Julio que funda Fidel en 1955.
La represión
indiscriminada del ejército colonial no logró frenar la creciente
ira de la población contra la dominación española y efectivamente,
los norteamericanos deciden intervenir en Cuba aprovechando la
formidable ocasión, con la excusa de la defensa de la independencia
de la Isla. En poco tiempo los norteamericanos hicieron entrar en
razón a los militares españoles y el 10 de diciembre de 1898, con el
tratado de París, tomaron posesión del país.
El
gobierno de los Estados Unidos consideró a Cuba como un protectorado
y rehusó reconocer y compartir el poder con los representantes de
los insurgentes nombrando directamente a los administradores de la
Isla.
En 1901 el senado norteamericano votó la
enmienda Platt, que se insertó como apéndice a la primera
Constitución Cubana en la Asamblea Constituyente, compuesta por los
mejores exponentes de la burguesía liberal de La Habana, dejando en
evidencia el carácter sumiso y conservador de esta clase social. Uno
de los artículos de la enmienda Platt señala que: “(...) el gobierno
de Cuba acepta que los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de
intervención con el fin de conservar la independencia cubana y el
mantenimiento de un gobierno adecuado a la protección de la vida
humana, de la propiedad y las libertades individuales(...)”
Con esta enmienda EEUU ratificaba su absoluto dominio
sobre Cuba que duraría varias décadas. Es verdad que en 1902 los
marines regresaron a casa y que Cuba se convirtió, formalmente, en
una república independiente, pero los norteamericanos siguieron
influyendo poderosamente en la política de la Isla y en el ámbito
económico mantuvieron, e incluso incrementaron, su dominio. Si en
1895 las inversiones norteamericanas fueron de 50 millones de
dólares, en el año de la independencia, 1902, éstas ascendieron a
100 millones de dólares y la United Fruit Company adquirió 7.500
hectáreas de tierra al precio de 50 centavos de dólar por hectárea.
En 1909 el 34% del azúcar producido en el país
provenía de plantaciones propiedad de los Estados Unidos, el 35% de
plantaciones de propiedad europea y sólo el 31% de propiedad cubana,
las cuales pagaban hipotecas a bancos norteamericanos. Las empresas
multinacionales controlaban enormes territorios. En el campo, toda
la actividad económica giraba entorno a las grandes plantaciones, de
las que dependía la gran mayoría de los campesinos. Los pequeños
propietarios estaban también condicionados por ese dominio
aplastante.
EL SURGIMIENTO DE LA CLASE OBRERA Y
SUS ORGANIZACIONES
Los presidentes que se
sucedieron en aquellos primeros años de “libertad” -entre tentativas
de golpes de Estado, de intervenciones militares norteamericanas y
fraudes electorales- eran, en general, poco más que simples títeres
del Tío Sam. El período que va desde la Primera Guerra Mundial a los
años 20, fue también una época de expansión económica, por la cual
Cuba se convirtió en el primer productor mundial de azúcar.
Paralelamente se desarrollaron las primeras huelgas
de masas, sobre todo en el sector del tabaco, que llevaron en 1920 a
la formación de la Federación Obrera de La Habana, el primer
sindicato obrero.
En 1921 se desató una nueva crisis,
determinada fundamentalmente por la caída del precio del azúcar de
22,6 a 3,7 centavos la libra.
Los gobernantes a duras
penas pudieron contener el descontento social y las protestas se
sucedían una tras otra. En febrero de 1924 se fundó el Sindicato de
Ferroviarios, que poco después organizó una huelga de tres semanas.
Las universidades estaban en constante agitación.
El
año 1925 comenzó con una gran oleada de huelgas, entre ellas la más
importante fue la de los obreros textiles, sofocada a balazos. El
mismo año se funda la Confederación Nacional de Trabajadores, que
agrupa a los sindicatos de diversos sectores.
En
agosto de 1925 se forma el Partido Comunista Cubano (PCC) por
iniciativa de algunas decenas de obreros cubanos, estudiantes
universitarios y un grupo de obreros emigrados. El partido nacía en
un momento favorable para el crecimiento de una fuerza
revolucionaria de masas en el país, pero también en medio del
proceso de degeneración burocrática de la Internacional Comunista,
que significó una ruptura total con las tradiciones bolcheviques que
llevaron al triunfo de la Revolución Rusa en octubre de 1917. Se
depuró la Internacional Comunista de todo dirigente poco dispuesto a
arrodillarse ante Stalin, mientras la línea política oscilaba entre
la colaboración de clases con la “burguesía progresista” en los
países coloniales y el sectarismo más disparatado en los países
capitalistas avanzados.
El año 1925 también fue el
del fin de los gobiernos “democráticos” en Cuba. Dos años antes, el
presidente Zayas había sido puesto bajo la tutela de una comisión
norteamericana presidida por el general Crowder, que en el fondo
detentaba el poder real. Dicha mafia apoyaría la candidatura del
general Gerardo Machado para presidente. Este último será el
prototipo de los futuros dictadores latinoamericanos, mezclando
grandes dosis de demagogia con la más brutal represión contra los
opositores. Muchos dirigentes comunistas son asesinados
sistemáticamente, como fue el caso del fundador y dirigente del
Partido Comunista y de los sindicatos cubanos Julio Antonio Mella,
en Ciudad de México en 1929.
La crisis de 1929 golpeó
duramente a Cuba. La producción de azúcar se mantenía en sus niveles
más altos mientras que el precio llegaba al mínimo histórico de 0,71
centavos la libra. Esto determinó un notable incremento de la lucha.
En 1930 una huelga general en el Occidente de la Isla
hizo tambalear el régimen de Machado. El 19 de abril 50.000 personas
se manifestaron en La Habana contra la dictadura. El año siguiente
los comunistas lograron hacerse con el control de la Central
Nacional Obrera Cubana (CNOC), antes dirigida por los
anarcosindicalistas.
LA REVOLUCIÓN DE 1933
En la víspera del estallido revolucionario de
1933 existían en Cuba todas las condiciones para una reedición de un
octubre ruso de 1917, es decir, para la toma de poder por parte del
proletariado cubano, aliado con los campesinos y otras clases
oprimidas.
El país vivía un estado de enorme atraso
combinado con algunos aspectos de la más moderna economía
capitalista. Los norteamericanos habían construido una eficiente red
de transportes, mientras la mayor parte de los trabajadores del
campo eran asalariados, por ende no había un número muy
significativo de pequeños propietarios campesinos. El 57% de los
cubanos vivía en la ciudad.
La Habana era una de las
metrópolis más importantes de Centroamérica y las Antillas. El 16,4%
de la población económicamente activa estaba constituida por
obreros, un porcentaje superior al de Rusia en 1917. Además habría
que añadir un 37% de los trabajadores del sector terciario.
La clase obrera era la única que, frente a la
ineptitud de la burguesía nacional, podía liberar la Isla del
dominio del imperialismo y de su subdesarrollo. Para salir del
atraso en el que se había enquistado el desarrollo social y
económico de Cuba era necesario proceder al derrocamiento de la
burguesía, a la nacionalización de la economía y a su gestión por
medio de un plan centralizado de producción que respondiese a los
intereses de la inmensa mayoría de la población. Realmente, la única
clase que tenía la fuerza potencial y podía asumir tal programa de
forma consciente, era la clase obrera.
El papel que
durante muchos años jugó la dirección del PCC es fundamental para
entender las peculiaridades del proceso revolucionario cubano.
Paradójicamente, el partido no tuvo un papel determinante en la
revolución de 1959. Tampoco en la situación revolucionaria de los
años 30 el partido planteó la perspectiva de una revolución de
carácter socialista en el país. La razón que explica este hecho no
reside en su debilidad, de hecho el PCC era uno de los partidos
comunistas más fuertes de América Latina. En los años 40 contaba con
80.000 militantes sobre una población de seis millones, una cifra
nada desdeñable si tenemos en cuenta que el Partido Bolchevique, en
febrero de 1917 sólo contaba con 8.000 sobre una población de más de
cien millones.
Pero, ¿cuál era la política de la
dirección de PCC en 1933? Como todos los demás grupos dirigentes de
los partidos comunistas de América Latina, formados bajo las
directrices estalinistas, confiaban en una alianza con una
imaginaria “burguesía nacional antiimperialista” y en “una
revolución democrática, liberal y nacionalista” (S. Tutino,
L’Ottobre cubano, pág. 65).
En la primavera de
1933 estalla una gran huelga general impulsada por la CNOC. La
posición de Machado se hacía cada vez más insostenible y la
posibilidad de una intervención norteamericana se reforzaba. En esta
coyuntura la postura de la dirección del PCC no fue reforzar una
línea de independencia de clase con el fin de liderar una
alternativa socialista frente a Machado. Por el contrario basándose
en el argumento del mal menor, César Vilar, comunista y secretario
general de la CNOC, acordó un pacto con el dictador por el que puso
fin a la huelga. El objetivo declarado fue evitar la intervención de
los EEUU.
En agosto estalló la huelga en el sector
del transporte. Tras una semana, Vilar nuevamente intenta frenar el
movimiento con un acuerdo, pero la huelga no se suspendía. Machado
intentó emplear al ejército pero los militares rehusaron intervenir.
En la parte oriental los trabajadores formaron
sóviets(1) en algunos ingenios azucareros. La escalada de
movilizaciones había alcanzado un punto culminante y la población se
lanzó masivamente a la calle reclamando el fin de la dictadura.
Finalmente Machado fue destituido.
En su lugar entró
un gobierno filoamericano, con Carlos Manuel Céspedes al frente,
pero el movimiento, a pesar de la caída de Machado, no se detuvo. Un
grupo de suboficiales, con el apoyo de los estudiantes y de algunas
capas de la pequeña burguesía radical derribaron al gobierno de
Céspedes y colocaron en el poder a una junta de cinco personas
presidida por Grau San Martín, profesor universitario y viejo
opositor de Machado. El líder de los militares era el sargento
Fulgencio Batista.
La dirección del PCC, sintiendo
que otros personajes y formaciones políticas se estaban aprovechando
del proceso revolucionario que se había abierto, da un improvisado
giro de 180 grados a su política. Pero ya era demasiado tarde para
evitar el desperdicio de una ocasión de oro. Intentan remediar toda
la política oportunista anterior lanzando la consigna de “todo el
poder a los sóviets”, sin ninguna preparación previa y cuando el
movimiento estaba ya en reflujo. Además, el partido había gastado
mucho de su prestigio a causa de su posicionamiento a favor de
Machado, no sólo entre la pequeña burguesía, también entre la clase
obrera. Esa situación facilitó la represión del ejército contra la
militancia comunista, que pagó con su sangre los errores políticos
de su dirección.
EL PCC Y LA POLÍTICA DE FRENTE
POPULAR
Batista y los militares maniobraron para
controlar la situación. Para enero de 1934 se deshicieron del
gobierno de Grau sustituyéndolo por hombres más manejables. Empezaba
así el primer paso de Batista hacia el poder.
Producto de la derrota de la revolución, el
movimiento obrero y campesino tardaría algún tiempo en recuperarse.
De manera paralela se inicia un período favorable en la economía, lo
cual le permite al gobierno hacer algunas concesiones, como la
jornada de 8 horas. De cualquier modo en 1935 cerca del 25% de la
población era aún analfabeta y en un porcentaje similar estaba
desocupada.
El PCC, en la clandestinidad, trata de
reflexionar sobre sus errores pasados. Sin embargo, la línea
aprobada en el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935),
que supuso un nuevo viraje político de 180 grados y la confirmación
de los frentes populares, terminó por anular al PCC como
organización revolucionaria. El frente popular es una política que
implica la búsqueda de alianzas a toda costa con partidos y
personalidades de la burguesía “antifascista” o progresista,
verdaderos o (casi siempre) supuestos. En la táctica del frente
popular las organizaciones de la clase obrera renuncian al programa
de lucha contra el capitalismo y a sus métodos naturales de combate
(fortalecimiento de los consejos obreros, toma de empresas bajo
control obrero, formación de milicias independientes del Estado
burgués, etc.) en aras de su alianza con la supuesta burguesía
antifascista, que en la práctica no aporta nada a la lucha contra el
fascismo. Esa orientación no tiene nada que ver con una política de
frente único entre las diferentes organizaciones de la clase obrera
contra el enemigo fascista y la diferencia es cualitativa.
La política de frente popular, que entre otras cosas
llevó a la ruina a la Revolución Española de 1936-39, fue aplicada
celosamente también en Cuba. En diciembre de 1936, Blas Roca,
secretario general del partido escribía: “La misma burguesía
nacional, entrando en contradicción con el capitalismo que la
sofoca, acumula energías revolucionarias que no se deben dejar
perder (...) Todos los estratos de nuestra población desde el
proletariado a la burguesía nacional pueden y deben formar un amplio
frente popular contra el opresor extranjero” (S. Tutino, op. cit.,
pág. 148).
La invitación a formar la alianza se
orientó hacia Grau y su Partido Revolucionario Auténtico (de
carácter burgués), el cual sin embargo no aceptó la alianza.
BATISTA Y EL PCC
De 1937 en
adelante Batista, aconsejado por el entonces presidente de EEUU
Rooselvelt, concede una cierta apertura democrática e impulsa un
mayor control del Estado sobre la economía, especialmente en la
producción de azúcar y tabaco. Repentinamente, el PCC, que definía a
Batista como un “traidor a la nación y siervo del imperialismo”
efectúa otro giro de 180 grados. “Batista había comenzado a no ser
el principal exponente de la reacción” afirmaba Blas Roca en julio
de 1938 y continuaba: “El estallido revolucionario que en septiembre
de 1933 lo indujo a revelarse contra el poder no ha cesado de
ejercitar una presión sobre él” (citado en Guerrilleros al
poder, de K. S. Karol, 1970, pág. 83)
El gobierno
de Batista recibió la etiqueta de “democrático” por parte de
Rooselvelt y en esa coyuntura la burocracia estalinista no quería
entorpecer sus relaciones económicas y políticas con el mandatario
norteamericano. Ahora los principales enemigos de Cuba eran los
fascistas pero no Batista (¡!). Como muestra de agradecimiento el
PCC fue legalizado en 1938. Cuando en noviembre del 1939 se llevaron
acabo las elecciones para la Asamblea Constituyente, se confrontaron
dos coaliciones: Batista y los comunistas por un lado y los
Auténticos de Grau y el ABC por el otro. Ganaron estos últimos y el
PC obtuvo el 10% de los votos aproximadamente. El año siguiente
Batista se hace elegir presidente de una manera no muy limpia y para
1942 dos comunistas, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez,
entraron al gobierno.
En ese período el PCC cambia de
nombre, pasándose a llamar Partido Socialista Popular, y figuraba
entre los partidos más a la derecha de la Internacional Comunista.
El II Congreso del PSP consideró oportuno saludar al presidente
Batista con estas palabras: “(...) Deseamos reiterar que puede
contar con nuestro respeto, afecto y estima por sus principios de
gobernante democrático y progresista” (S. Tutino, op. cit., pág.
171). La crítica al imperialismo estadounidense pertenecía al pasado
y, sosteniendo la inutilidad de las nacionalizaciones de las
propiedades extranjeras, se proponía “la colaboración en un programa
de economía expansiva que aceptaría pagar intereses razonables para
las inversiones extranjeras, principalmente inglesas y
norteamericanas” (S. Tutino, op. cit., pág 179). Los sindicatos, en
80% de los cuales los comunistas habían conquistado una posición
dirigente, publicaron un folleto con el título “La colaboración
entre los empresarios y los obreros”. Efectuando un posterior viraje
político los dirigentes del PSP ofrecieron su colaboración al nuevo
presidente Grau San Martín, para después ser desechados y pasar a la
oposición en 1946. La sucesión de giros, vacilaciones y traiciones
por parte de los dirigentes que se suponían “herederos de las
tradiciones de Octubre” en Cuba, constituye un caso paradigmático
del desastre que el estalinismo provocó en el conjunto del
movimiento revolucionario de América Latina.
Un
partido que tenía una influencia decisiva en el movimiento obrero
cubano y cuya dirección, en nombre del comunismo y de las
tradiciones revolucionarias de Octubre, practicaba la más
despreciable política menchevique y de colaboración de clases no
podía menos que dejar su impronta en la política cubana.
Con esa trayectoria nos podemos imaginar lo difícil
que era para los trabajadores y los campesinos cubanos de la época,
hacerse una idea de las auténticas ideas del comunismo y de la
táctica bolchevique. Las ideas de Marx y de Lenin estaban sepultadas
bajo toneladas de tremendas aberraciones. Para toda una generación
de jóvenes que entraron en política bajo el signo de la lucha
antiimperialista, los zigzag del PCC cuanto menos causaban
indiferencia, cuando no abierto rechazo. Para muchos, los comunistas
eran demasiado “flojos” con el imperialismo americano y para otros,
aunque la noción del comunismo y de la Revolución de Octubre podían
ejercer un poderoso atractivo, conocer su auténtico desarrollo y
asimilar sus valiosas lecciones era una tarea casi imposible.
JULIO ANTONIO MELLA
Es muy
interesante contrastar la política de la dirección del PCC descrita
más arriba con la que propugnaba su secretario general Julio Antonio
Mella. Su asesinato en México, en 1929, truncó la posibilidad de que
el partido adoptase una política genuinamente leninista, claramente
contrapuesta a la política estalinista de alianza entre las clases.
Citamos algunos párrafos de sus escritos que se comentan por sí
mismos:
“(…) en su lucha contra el imperialismo -el
ladrón extranjero- las burguesías -los ladrones nacionales- se unen
al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender
que es mejor hacer alianza con el imperialismo que al fin y al cabo
persigue un interés semejante. De progresistas se convierten en
reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para
tenerlo a su lado las traicionan cuando éste, en su avance, se
convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el
nacional” (de La lucha revolucionaria contra el imperialismo.
¿Qué es el ARPA?).
“Los revolucionarios de la
América que aspiran a derrocar las tiranías de sus respectivos
países, no pueden desconocer esta verdad; los que aparenten
desconocerla es porque su ignorancia, o su mala fe, les impide ver
la clara realidad. No se puede vivir con los principios de 1789; a
pesar de la mente retardataria de algunos, la humanidad ha
progresado y al hacer las revoluciones en este siglo hay que contar
con un nuevo factor: las ideas socialistas en general que, con un
matiz u otro, se arraigan en todos los rincones del globo” (de
Imperialismo, tiranía, sóviet).
“La causa del
proletariado es la causa nacional. Él es la única fuerza capaz de
luchar con probabilidades de triunfo por los ideales de libertad en
la época actual. Cuando él se levanta airado como nuevo Espartaco en
los campos y en las ciudades, él se levanta a luchar por los ideales
todos del pueblo. Él quiere destruir al capital extranjero que es el
enemigo de la nación. Él anhela establecer un régimen de hombres del
pueblo, servido por un ejército del pueblo, porque comprende que es
la única garantía de la justicia social (…) Sabe que la riqueza en
manos de unos cuantos es causa de abusos y miserias, por eso la
pretende socializar (…)” (de Los nuevos libertadores).
“Los comunistas ayudarán, han ayudado hasta ahora
-México, Nicaragua, etc.- a los movimientos nacionales de
emancipación aunque tengan una base burguesa-democrática. Nadie
niega esta necesidad, a condición de que sean verdaderamente
emancipadores y revolucionarios. Pero he aquí lo que continúa
aconsejando Lenin al Segundo Congreso de la Internacional: ‘La
Internacional debe apoyar los movimientos nacionales de liberación
(...) en los países atrasados y en las colonias, solamente bajo la
condición de que los elementos de los futuros partidos proletarios,
comunistas no sólo de nombre, se agrupen y se eduquen en la
conciencia de sus propias tareas disímiles, tareas de lucha contra
los movimientos democrático-burgueses dentro de sus naciones. La
I.C. debe marchar en alianza temporal con la democracia burguesa de
las colonias y de los países atrasados, pero sin fusionarse con ella
y salvaguardando expresamente la independencia del movimiento
proletario, aún en lo más rudimentario” (de La lucha
revolucionaria contra el imperialismo. ¿Qué es el ARPA?).
Mella reconocía la existencia de dos nacionalismos:
el burgués y el revolucionario. “El primero desea una nación para
vivir su casta parasitariamente del resto de la sociedad y de los
mendrugos del capital sajón; el último desea una nación libre para
acabar con los parásitos del interior y los invasores imperialistas,
reconociendo que el principal ciudadano en toda la sociedad es aquel
que contribuye a elevar con su trabajo diario, sin explotar a sus
semejantes” (de Imperialismo, tiranía, sóviet).
INESTABILIDAD POLÍTICA Y MISERIA SOCIAL
Entre 1939 y 1945 se había duplicado el PIB
nacional, pero la burguesía cubana era incapaz de elaborar un plan
de desarrollo que liberase la economía cubana de la dependencia de
la caña de azúcar, que representaba el 80% de las exportaciones. De
este modo toda la economía estaba condicionada a las fluctuaciones
internacionales del precio de este producto en el mercado mundial.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Cuba afrontaría
una nueva crisis. Las luchas políticas y la inestabilidad económica
minaban gravemente la “democracia” cubana. Por otro lado, el
gangsterismo estaba al orden del día, financiado directamente desde
la presidencia de la República, que enviaba 18.000 dólares al mes a
los grupos de acción, bajo la forma de “asignaciones particulares”.
En 1947, denunciando la corrupción del gobierno de Grau, el senador
Chibás y otros destacados miembros del ala más nacionalista de la
burguesía, fundaron el Partido del Pueblo Cubano, llamado más
conocido como Partido Ortodoxo, al que se adhiere el joven
universitario Fidel Castro.
Algunos años antes de la
revolución, Cuba era sin duda un paraíso para los ricos turistas
americanos, pero también era un infierno para la mayoría de la
población, a pesar de ser considerada una de las naciones con mayor
bienestar en América Latina.
Entre 1950 y 1954 el
ingreso medio per cápita en el estado más pobre de los Estados
Unidos, Mississipi, era de 829 dólares, mientras en Cuba era de sólo
312 dólares, esto es 6 dólares a la semana. Un cuarto de la
población era analfabeta y el porcentaje de niños que estudiaban era
más bajo que en los años 20. En 1954 el 15% de las casas de la
ciudad y sólo el 1% de las del campo tenían baño.
Al
mismo tiempo, en La Habana circulaban más Cadillac que en cualquier
otra ciudad del mundo. Menos de 30.000 propietarios poseían el 70%
de los terrenos agrícolas, mientras que el 78,5% de los campesinos
ocupaban sólo el 15% del total.
Los terrenos
cultivados directamente por sus propietarios no sumaban ni el 33% de
la superficie total. El latifundismo era aún más claro en el cultivo
de caña, donde 22 grandes propietarios poseían el 70% de las tierras
cultivables.
“… La existencia de un fuerte núcleo de
propietarios agrícolas confirma la fuerza de penetración del
capitalismo en el campo cubano. (...) El proletariado agrícola
cubano estaba totalmente desplazado de la tierra; este estaba muy
propenso a exigir la propiedad de la tierra” (M. Gutelmon, La
política agraria de la Revolución Cubana 1959-1968, págs. 20 a
23). Los habitantes de Cuba sumaban en aquellos años un poco más de
seis millones. En 1957 los asalariados agrícolas eran 975.000, de
los cuales al menos un tercio no trabajaban más de 100 días al año.
El historiador Hugh Thomas habla de “cuatrocientas
mil familias del proletariado urbano” en los años 50. Según estos
datos el porcentaje de la clase obrera urbana representaba un 20% de
la población económicamente activa. Si se añaden los proletarios
agrícolas, los empleados estatales, etc., la mayoría de la población
trabajadora cubana estaba constituida por asalariados, buena parte
de ellos organizados sindicalmente. Con ese peso en la sociedad, la
clase obrera cubana estaba en condiciones de disputar a la burguesía
el poder, de jugar un papel protagonista en el proceso de
destrucción del capitalismo, arrastrando tras de sí a los campesinos
pobres y parte de las clases medias arruinadas. Pero como vimos
anteriormente, el PCC no iba a jugar el papel que jugaron los
bolcheviques en 1917 con una correlación social mucho más
desfavorable.
GOLPE DE ESTADO DE BATISTA Y ASALTO
AL CUARTEL DE MONCADA
Se acercaban las elecciones
de 1952, que con toda probabilidad le darían el triunfo a los
ortodoxos, aliados en aquel momento con los comunistas. La situación
se escapaba de las manos al imperialismo norteamericano, por lo que
en marzo de ese año, sin titubeos, apoyó el golpe de Estado de
Batista.
La oposición al golpe era muy fuerte entre
estudiantes e intelectuales. El 26 de julio de 1953 un grupo de
aproximadamente 120 jóvenes agrupados en torno a Fidel asaltan el
cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, con el fin de desencadenar
un movimiento social que propiciase el fin de la dictadura. Aunque
acabó en la muerte y el fusilamiento de la mayoría de sus
participantes y en el encarcelamiento de los supervivientes (entre
ellos Fidel y su hermano Raúl), el asalto tuvo un enorme papel
propagandístico y la figura de Fidel pasó a ser muy conocida. La
fuerte campaña internacional por la liberación de los encarcelados
de Moncada, unido a la necesidad del régimen de dar una imagen de
normalidad, propicia su liberación dos años después, tras la que se
exilia a México y funda el Movimiento 26 de Julio. En 1956 rompe
definitivamente con el Partido Ortodoxo.
La proclama
que habría sido leída por los insurrectos una vez tomada la estación
de radio, si no hubiese fracasado el plan, recitaba así: “La
Revolución declara su firme intención de poner a Cuba sobre el plano
del bienestar y la prosperidad económica (...). La revolución
declara el estricto respeto a los trabajadores y la instauración de
la total y definitiva justicia social, fundada sobre el progreso
económico e industrial bajo un plan nacional bien ideado y
sincronizado (...) La revolución reconoce y se basa sobre el ideario
de Martí (...) y adopta el programa revolucionario de la Joven Cuba,
de los radicales ABC y del PPC [los ortodoxos] (...) La revolución
declara el absoluto respeto por la constitución dada al pueblo en
1940 (...) En nombre de los mártires, en nombre de los sacros
derechos de la patria (...)” (H. Thomas, Storia di Cuba,
1973, Pág. 625).
La reclamada Constitución de 1940
estaba llena de hermosas palabras pero nada más. El mismo Hugh
Thomas escribe en su libro, analizando el programa de Moncada:
“Todas estas medidas eran muy poco radicales y de por
sí no habrían satisfecho la exigencia de una independencia
internacional de Cuba; no se hablaba de nacionalización de la
industria del azúcar, una medida que habría estado ciertamente
justificada dada la singular estructura de tal industria y del hecho
de que la nación depende de ella en enorme medida, y que en el
programa, por ejemplo, de los laboristas ingleses, habría estado en
los primeros lugares” (H. Thomas, op. cit., pág 628).
Este programa, confirmado posteriormente en el famoso
discurso “La historia me absolverá” hecho por Fidel Castro durante
el proceso, si bien revelaba muy claramente una voluntad de lucha
por reformas profundas, no tenía incluida la necesidad de la lucha
por la transformación socialista de la sociedad.
El
ideal de Fidel estaba profundamente inspirado en Martí, el de un
desarrollo próspero, socialmente justo e independiente de Cuba, pero
sin que ello conllevase la ruptura con el capitalismo ni implicase
una política de independencia de clase. Sin embargo, la historia
nunca se repite exactamente del mismo modo. En la época de Martí la
clase obrera apenas podía jugar un papel político independiente.
Medio siglo después la clase obrera ya tenía un peso decisivo en la
sociedad y eso tendría implicaciones en el futuro desarrollo del
proceso revolucionario cubano. La Revolución Cubana fue una clara
confirmación de la teoría de la revolución permanente. Como escribió
el dirigente revolucionario ruso León Trotsky en La revolución
permanente en relación a las revoluciones en los países de
desarrollo burgués retrasado “la solución íntegra y efectiva de sus
fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede
concebirse por medio de la dictadura del proletariado (…)” (León
Trotsky, La revolución permanente).
........
(1). Sóviet. El rasgo
más esencial del sóviet es que es un órgano de lucha y de
participación de la clase obrera que constituye un elemento de poder
que desafía al poder del Estado burgués. Aunque surja de una lucha
parcial, amplía sus funciones a tareas de organización social en un
determinado barrio, fábrica, ciudad, etc.
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