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3 . La guerrilla al poder
LA REVOLUCIÓN CUBANA: PASADO, PRESENTE Y FUTURO
Autor : El Militante
Fecha : ( 18-Diciembre-2004 )
Categoria : Cuba

E

n noviembre de 1954 Batista se hizo reelegir presidente. Mientras tanto el movimiento obrero cubano se reanimaba. En diciembre de 1955 estalló una huelga de medio millón de trabajadores de los ingenios azucareros. Tal fue la envergadura del movimiento que Batista, ante el peligro de que la zafra quedara paralizada, cedió a las exigencias de los trabajadores.

En el exilio mexicano Fidel concentra toda su atención en agrupar a los que protagonizarían el inicio del movimiento guerrillero en Cuba, entre ellos al argentino Ernesto Guevara, el Che. En septiembre de 1956, Fidel firma -por el Movimiento 26 de Julio- con José Echevarría -por el Directorio Revolucionario(1)- el Pacto de México, por el cual ambas organizaciones ofrecen al pueblo cubano su “liberación antes de 1956” mediante una insurrección seguida por una huelga general.

El 25 de noviembre de 1956, 82 personas, en la mítica embarcación Granma, parten de la ciudad mexicana de Veracruz y llegan a la costa cubana el 2 de diciembre. Tras el desembarco, varios encuentros con la policía prácticamente disuelven el grupo y sólo sobreviven 12. Por si eso fuera poco, los planes coordinados con el movimiento insurgente en el interior de la Isla, que debía dar respaldo al desembarco, como la rebelión de Santiago, fracasaron. Igual que en el asalto al cuartel de Moncada, Fidel creía que podría, con una acción espectacular, desencadenar un movimiento más amplio, pero no fue así. Algunas semanas después, en Sierra Maestra, se reagrupan y forman el primer núcleo guerrillero, entre los que se encontraban Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro.

Si hay algo que no faltaba a esos hombres era valentía. Un acontecimiento político que probablemente marcó a los dirigentes guerrilleros fue la experiencia de Arbenz en Guatemala, un general progresista que intentó una reforma agraria en un país que en la práctica era propiedad de la multinacional norteamericana United Fruit Company. El Che estaba en Guatemala cuando el derrocamiento de Arbenz en 1954, y probablemente esa fuera su primera experiencia política seria. Indignado, no comprendía como la oficialidad del régimen legalmente constituido no repartía armas al pueblo para defenderse de las columnas golpistas que se estaban organizando bajo los auspicios de EEUU y con la colaboración de dictaduras como la de Somoza en Nicaragua. A pesar de que se había apuntado a una milicia para defender al gobierno, esta nunca entró en acción.

Una de las obsesiones de los guerrilleros cubanos es que a ellos no les podía pasar lo mismo que a Arbenz. Querían una democracia de verdad, una auténtica democracia burguesa en la que ni la propia burguesía creía ni estaba realmente interesada en propiciar y consolidar.

Pero la disyuntiva no era “democracia” o “dictadura”, era revolución socialista o la perpetuación del dominio de una minoría de privilegiados, basado en la represión. Una de las peculiaridades más sobresalientes de la Revolución Cubana fue que sus dirigentes llegasen a tomar el poder sin la perspectiva de abolir el sistema capitalista y luego reorientasen la dirección del proceso antes de que la contrarrevolución pudiese reagruparse y asestar un golpe mortal a la revolución.

El propio Che, que estaba situado claramente a la izquierda del movimiento revolucionario, cuando le preguntaron, cinco años después de la revolución, si en Sierra Maestra había previsto que la Revolución Cubana tomaría una dirección tan radical, contesta: “Lo sentía intuitivamente. Desde luego no se podía prever el rumbo que tomaría la revolución ni la violencia de su desarrollo. Tampoco era previsible la formulación marxista leninista... Teníamos una idea más o menos vaga de resolver los problemas que veíamos claramente y que afectaban a los campesinos que luchaban con nosotros y los problemas que veíamos en la vida de los obreros” (Hugh Thomas, Historia contemporánea de Cuba, Ed. Grijalbo, pág. 233).

EN LA SIERRA

Los guerrilleros, que se asentaron inicialmente en Oriente, la zona más pobre y con tradición de lucha campesina, estaban enfrentados a un régimen aparentemente fuerte pero en realidad completamente corroído y putrefacto. Batista no tenía ningún tipo de apoyo social y sólo se mantenía por la represión y la inercia política.

El más que accidentado viaje y desembarco del Granma y el fracaso de los planes insurreccionales en las ciudades hacían que la perspectiva de una victoria inmediata se disipara. Tras la batalla de El Uvero, que había sido el primer encuentro ganado por los rebeldes en el que tuvieron bajas serias, la guerrilla se centró durante el mes de junio de 1957 en un plan de recuperación. Durante un tiempo no hubo combates en la sierra, pero fue un período de intensas maniobras políticas, que dio lugar al Pacto de la Sierra, firmado el 12 de julio.

Según el historiador Hugh Thomas, “Hasta entonces, desde que había llegado a la sierra, Fidel Castro había evitado dar su nombre a ningún programa. (…) Pero al haber provocado la expectación entre la clase media profesional ese silencio doctrinal no se podía prolongar. A principios de julio [de 1957] Raúl Chibás(2) y Felipe Pazos, el dirigente titular ortodoxo y el economista más distinguido de Cuba, se dirigieron a la sierra. Chibás dice que fue a la sierra para demostrar una prueba de confianza en la madurez de la lucha armada. El 12 de junio, después de unos días de discusión, surgió un manifiesto general, firmado por Fidel Castro, Chibás y Pazos. Fidel Castro había escrito la mayor parte. Hacía un llamamiento a todos los cubanos para que formaran un frente cívico revolucionario para ‘acabar con el régimen de fuerza, la violación de los derechos individuales, y los infames crímenes de la policía’; el único modo de asegurar la paz de Cuba era celebrar elecciones libres y tener un gobierno democrático; el manifiesto insistía en que los rebeldes estaban luchando por el hermoso ideal de una Cuba libre, democrática y justa. Se formulaba una petición a Estados Unidos: que se suspendiesen los envíos de armas a Cuba durante la guerra civil; y también se rechazaba toda intervención o mediación extranjera. Se consideraría inaceptable la sustitución de Batista por una junta militar. En vez de eso, habría un presidente provisional imparcial y no político, y un gobierno provisional que celebraría elecciones en el año siguiente a la toma de poder; las elecciones se celebrarían según la Constitución de 1940 y el código electoral de 1943”. En cuanto al programa económico y social, siguiendo con las observaciones del mismo historiador: “Entre otras cosas exigía la supresión del juego y de la corrupción; la reforma agraria, que llevase a la distribución de las tierras no cultivadas entre los trabajadores que no tenían tierra; el incremento de la industrialización, y la conversión de los granjeros arrendatarios y colonos en propietarios. Los propietarios existentes recibirían compensaciones. No se mencionaba la nacionalización de las empresas de servicios públicos, ni la colectivización de la tierra ni, por supuesto, de la industria” (Ibíd., págs. 148 y 149).

Las negociaciones con miembros de la oposición burguesa coincidieron con la llegada del Che del frente de guerra y supuso para él un jarrón de agua fría. “El Che se mostró prudente en los comentarios anotados en su diario el 17 de julio, pero era evidente que le desagradaba comprobar la influencia que Chibás y Pazos tenían sobre Fidel. Según él, el Manifiesto llevaba el sello indeleble de esos políticos “centristas”, la especie que despertaba su mayor desdén y desconfianza” (Jon Lee Anderson, Che Guevara, una vida revolucionaria, pág. 246). Más adelante, a pesar de su disgusto, el mismo Che justificaba el Pacto de la Sierra, pero es interesante leer atentamente su argumentación: “No nos satisfacía el compromiso, pero era necesario; en aquel momento era algo progresivo. No podía durar más allá del momento en que significara una detención en el desarrollo revolucionario… sabíamos que era un programa mínimo, un programa que limitaba nuestro esfuerzo, pero… sabíamos que no era posible realizar nuestra voluntad desde Sierra Maestra y que, durante un largo período, teníamos que contar con toda una serie de ‘amigos’ que trataban de utilizar nuestra fuerza militar y la gran confianza que el pueblo tenía ya en Fidel Castro para sus propios propósitos macabros, y… para mantener el dominio del imperialismo en Cuba, a través de la burguesía importada, tan estrechamente vinculada a sus amos norteamericanos… Para nosotros, esta declaración fue sólo un pequeño alto en el camino, teníamos que continuar nuestra tarea fundamental de derrotar el enemigo en el campo de batalla” (el énfasis es nuestro). La caracterización que el Che hace de las intenciones que tenía la burguesía antibatistiana es brillante, porque deja en evidencia que era la burguesía la que realmente necesitaba la autoridad política de los revolucionarios para su propios fines y no al revés. ¿Y cuales eran sus fines? Cambiar algo para que todo, en esencia, siguiera igual, y en todo momento, incluso en los primeros meses después de que la guerrilla tomara el poder, su único papel fue el de poner límites al proceso revolucionario, es decir tratar de detenerlo.

En realidad, el bagaje político que tanto el Che como Fidel llevan a la sierra, en relación a la política de alianzas, es un sentimiento de desconfianza hacia los desprestigiados políticos burgueses, pero no estaba basada en la convicción de que la clase obrera pudiera ser el motor central del derrocamiento de la dictadura, ni en la perspectiva del socialismo. Sin embargo, la debilidad de la burguesía era tal y las presiones que desató el proceso revolucionario por abajo fueron tan gigantescas, que de poco le sirvió a la burguesía agarrarse al clavo ardiente de los pactos. Fidel y el Che, después de la revolución, subsanaron el error rompiendo la alianza con la burguesía (o la “sombra” de la burguesía), un error que en la gran mayoría de los procesos revolucionarios ha tenido consecuencias fatales.

LA ACTITUD DEL IMPERIALISMO AMERICANO

Hacia mediados de 1957 había una división entre los diferentes organismos del imperialismo norteamericano. Los sectores ligados al ejército, por ejemplo, seguían defendiendo a Batista sin pensar en las consecuencias que tendría prolongar un régimen exclusivamente basado en la represión. Otro sector, como el representado por el nuevo embajador Smith, hacía gestos de descontento con Batista y veían la necesidad de ir tanteando el terreno para pensar en un sustituto. No tenía ningún inconveniente en tantear al propio M26, el grupo que era el candidato más serio, para jugar un papel clave a la caída de Batista.

En una carta a Fidel, del 11 de julio de 1957, Frank País(3) expresa su preocupación por el carácter de los contactos que el M26 estaba teniendo con la embajada de EEUU: “Estoy harto de tantas idas y venidas y conversaciones con la embajada y creo que nos convendría estrechar las filas un poco más, sin perder el contacto con ellos, pero sin darles tanta importancia como ahora; sé que están maniobrando, pero no veo con claridad cuáles son sus verdaderos fines” (Jon L. Anderson, op. cit.). Según el mismo libro, “el vicecónsul era Robert Wiecha, en realidad un agente de la CIA. El ‘otro hombre’ sigue siendo un misterio, pero podía ser el jefe de la CIA en La Habana o su segundo, William Williamson; ambos según Earl Smith, eran ‘pro Castro”. Posteriormente la CIA modificó esa política.

En septiembre 1957 se produce un motín naval en Cienfuegos, con conexiones con el Movimiento 26 de Julio, revelando el malestar que la situación provocaba incluso en sectores de la oficialidad. En realidad era un plan que afectaba a todos los cuarteles de Cuba, pero estuvo mal preparado y sólo triunfó en Santiago, pudiendo resistir una semana. En la sierra, la política de asesinatos del gobierno y la convicción de que los guerrilleros iban a persistir en su lucha contra la dictadura inclinaba a los campesinos hacia la guerrilla.

En el exilio se firma el denominado Pacto de Miami (10 de noviembre de 1957) con la participación de todos los partidos de la oposición burguesa y algunos individuos que se arrogan una dudosa representación en nombre del Movimiento 26 de Julio. El pacto dio lugar a una fantasmagórica Junta de Liberación Nacional. Pero los acontecimientos en Cuba siguen su propia dinámica. El Che exige a Fidel una denuncia pública de ese Pacto y amenaza con dimitir. En diciembre el Ejército Rebelde infringe una derrota importante al ejército de Batista, y Fidel Castro el 14 del mismo mes publica una carta con una crítica pública al pacto, denunciando que el acuerdo alcanzado en Miami no se oponía explícitamente a la formación de una junta militar ni a la intervención extranjera. El Pacto de Miami -que era una maniobra para desplazar al movimiento guerrillero a un segundo plano en la lucha contra Batista- se desmorona rápidamente, lo que da una idea de la tremenda debilidad y falta de autoridad de la oposición burguesa a Batista. A finales del año 1957, un año antes del derrocamiento de Batista, el Ejército Rebelde de Fidel sólo disponía de 300 hombres.

LA FARSA ELECTORAL DE BATISTA

El año 1957, a pesar de las tensiones políticas, fue un año especialmente bueno económicamente. El azúcar había producido unos ingresos de 680 millones de dólares, 200 millones más que en 1956, y más que ningún año desde 1952. Las nuevas inversiones de capital extranjero alcanzaban un total de 200 millones de dólares. A pesar de los temores de que el asunto se le escapara de las manos a Batista, el representante del gobierno de EEUU para los asuntos del Caribe, Wieland, tenía motivos para decir a un periodista: “Sé que muchos consideran a Batista como a un hijo de perra… pero lo primero son los intereses americanos… por lo menos es nuestro hijo de perra, no le hace el juego a los comunistas” (Hugh Thomas, Historia de Cuba Contemporánea, pág. 167).

El plan de Batista para dar una salida a la situación era organizar unas elecciones amañadas y aunque él no podría presentarse, sí se podría reservar un papel clave en el ejército. Una farsa descarada. Así describía la situación Hugh Thomas “…la lucha parecía un combate único, entre Batista y Castro. Los Auténticos como Grau, Prío y Varona; los Ortodoxos como Ochoa, Agramante, Bisté y Márquez Sterling; Saladrigas o Martínez Sáenz, antiguos líderes del ABC, todos quedaron fuera de juego. Los políticos de los partidos más antiguos, como los liberales (el primer partido de los primeros días de la República), que habían ayudado a Batista en todo, al final se vieron perdidos. Lo mismo ocurrió con muchos políticos que habían servido a Cuba y a sí mismos, durante los 25 años anteriores (…). En resumen, a lo largo de los años, Batista había completado lo que ellos habían iniciado: la corrupción, el gangsterismo, el paro masivo y el estancamiento económico. El pueblo cubano había perdido completamente la fe en los hombres que lo habían estado gobernando, pero, como es un pueblo de gran vitalidad, no se resignaba a una vida meramente vegetal, y guardaba en su alma un potencial enorme de fe y esperanza, que después movilizó Castro” (Hugh Thomas, Cuba: la lucha por la libertad, 1762-1970, págs. 1343-1344 del Tomo 3 -La República Socialista-, Ediciones Grijalbo, 1973).

Es difícil no ver un cierto paralelismo con la aguda crisis de autoridad que tienen los partidos burgueses hoy en muchos países de Latinoamérica, después de años de privatizaciones, empobrecimiento y saqueo de la riqueza nacional. El 1 de marzo de 1958 los obispos lanzan una propuesta de paz consistente en la formación de un gobierno provisional y el abandono de la lucha armada, que correctamente no fue aceptado por los dirigentes guerrilleros.

FRACASO DE LA ‘OPERACIÓN VERANO’ DE LA DICTADURA

Fidel Castro había anunciado una huelga general, pero sin concretar fecha. No contaba con el apoyo del grueso de los sindicatos, ni con el de los comunistas, el único grupo de la oposición con una influencia real en el movimiento obrero organizado. A pesar de que los comunistas querían participar en los comités de huelga fueron rechazados en varias ocasiones, hasta que finalmente el 28 de marzo Fidel Castro escribe para que se acepte su entrada, pero en La Habana consideran que era ya muy tarde. El hecho es que la organización de la huelga “quedó en manos de los comités de acción del 26 de Julio, sin ningún contacto verdadero con el mundo del trabajo” (Hugh Thomas, Historia Contemporánea de Cuba, pág. 175).

K. S. Karol, en Guerrilleros al poder, apunta lo siguiente: “Ellos [los guerrilleros] concibieron la huelga del 9 de abril de 1958 como una serie de acciones armadas, en varios puntos de la ciudad, a una hora determinada con pocas personas; 2.000 hombres armados pasaron en efecto a la acción a las 11 de la mañana mientras la radio anunciaba que la huelga había empezado e invitaba a todos a dejar el trabajo. La acción de masas era vista como un apoyo, nada más” (K. S. Karol, op. cit., pág. 141).

La huelga resultó un fracaso, pero tuvo enormes efectos en la situación: en relación a las tensiones entre el llano y la sierra, dentro del Movimiento 26 de Julio, se reafirmó hegemonía de la sierra, es decir de Fidel y de los dirigentes guerrilleros frente a los que desarrollaban el trabajo fundamentalmente en las ciudades. Políticamente significó una reafirmación de la autoridad de los sectores más decididos y radicales del Movimiento 26 de Julio. Por otro lado el fracaso de la huelga es interpretado por Batista como una señal de apoyo a su gobierno y se anima a lanzar una ambiciosa ofensiva militar contra la guerrilla. Pero fue una apreciación falsa y la “operación verano” que se lanzó en Sierra Maestra acabó en una derrota, con consecuencias definitivas para la dictadura de Batista.

“Las consecuencias de este revés fueron extraordinarias. El Alto Mando de Batista, que ahora era una banda desmoralizada de oficiales corrompidos, crueles y perezosos, sin experiencia de combate, empezó a tener miedo de ser totalmente eliminado por un enemigo cuyo número y paradero no sabían con exactitud…” (H. Thomas, op. cit., pág. 183). En realidad, militarmente los guerrilleros constituían una fuerza mucho más pequeña, pero “las fuerzas de Batista no podían avanzar un solo metro sin que al cabo de unos minutos llegara alguien, corriendo y sudoroso, para decírselo a Castro”. Las deserciones eran cada vez más frecuentes, incluso en el mando. En julio de 1958, la retirada de Sierra Maestra era total. Fue una desbandada tan desorganizada que los guerrilleros pudieron encontrar el código de lenguaje cifrado del enemigo y dar órdenes para despistar incluso a la fuerza aérea.

El 20 de julio se cristaliza el Pacto de Caracas, firmado en Venezuela entre el Movimiento 26 de Julio y todos los partidos de la oposición, a excepción del PSP, que seguía siendo rechazado (aunque por entonces ya había una aproximación del sector más a la izquierda del Movimiento 26 de Julio con los comunistas para cubrir el frente obrero, vista la incapacidad de los dirigentes más liberales del llano para llegar a los trabajadores), y tampoco los dos partidos que se habían prestado a participar en la farsa electoral sin ningún futuro que había organizado Batista. El pacto exigía “una estrategia común para derrotar a la dictadura por medio de la insurrección armada”, un breve gobierno provisional “que conducirá… al procedimiento plenamente constitucional y democrático; …un plan para garantizar el castigo a los culpables… el derecho de los trabajadores, el cumplimiento de los compromisos internacionales… y el progreso económico y político del pueblo cubano”. “El distinguido abogado Miró Cardona fue nombrado coordinador del Frente [de organizaciones que formaban el pacto], y Castro fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas de la revolución. El juez Urrutia fue designado ‘Presidente de Cuba en armas” (H. Thomas, op. cit., pág. 188).

EL PAPEL DE LA CLASE OBRERA EN LOS MOMENTOS DECISIVOS

La situación de la dictadura era insostenible y el propio imperialismo apostó por una “junta cívico militar”, rechazando el plan de Batista de entregar la presidencia, en febrero de 1959, al presidente Rivero Agüero, basándose en la farsa electoral que organizó en noviembre y en la que no participó ni el 30% del padrón. La toma de Santa Clara por parte de las fuerzas comandadas por el Che anuncia el inevitable desmoronamiento de régimen de Batista.

En la guerra contra Fidel Castro el ejército no sufrió más de 300 muertos, pero ya en 1958 era imposible reclutar gente para sus filas, al mismo tiempo diversos oficiales se estaban pasando del lado de los rebeldes. El derrumbe del ejército y la no intervención de los Estados Unidos eran una advertencia para Batista de que sus horas ya estaban contadas. El 31 de diciembre, frente al avance de la guerrilla en todo el país, el dictador dejó Cuba -en plena fiesta de fin de año- para refugiarse en Santo Domingo.

Frente a la maniobra de los militares para instaurar un gobierno batistiano sin Batista, Fidel llamó a la huelga general. Esta vez sí es un éxito y es secundada masivamente. La acción de la clase obrera fue entonces contundente y fundamental. “La semana de la huelga general constituye en la Ciudad Capital el elemento decisivo de la situación impidiendo a cualquiera llenar el vacío de poder (...). El Ejército Rebelde no es suficientemente numeroso como para infligir solo, sin este potente movimiento de huelga, el golpe de gracia a las viejas estructuras políticas” (K. S. Karol, op, cit., pág. 156).

La clase obrera entra con toda su fuerza en la escena política, pero a diferencia de la Revolución de 1917 no jugaría el papel central que siempre defendieron Lenin y los bolcheviques y que conformaría la base de la democracia obrera y la estructura soviética en los primeros años de la revolución rusa.

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(1). Organización de origen estudiantil que participó, en menor medida que el 26 de Julio, en el movimiento insurgente.

(2). No confundir con su hermano Eduardo Chibás, que se suicidó en agosto de 1951 y que fue fundador del Partido Ortodoxo.

(3). Frank País fue uno de los principales líderes del Movimiento 26 de Julio. Tenía la arriesgadísima tarea de organizar el movimiento de resistencia en las ciudades. Fue asesinado por la policía batistiana el 30 de junio de 1957, desencadenando una masiva huelga general de protesta en Santiago de Cuba y en las principales ciudades de Oriente.


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