A CIEN AÑOS DE LA PRIMER GRAN REVOLUCIÓN RUSA.
Por EL MILITANTE. -
Saturday, Jan. 15, 2005 at 8:07 PM
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1905: Balance y Perspectivas |
Prefacio de 1919
|
Autor : León Trotsky Fecha
: ( 12-Marzo-1919 ) Categoria : Historia
|
l
carácter de la revolución rusa era la cuestión principal alrededor
de la cual se agrupaban, según la respuesta que daban, las diversas
corrientes de ideas y organizaciones políticas en el movimiento
revolucionario ruso. En la propia socialdemocracia esta cuestión
provocó, desde que a causa del transcurso de los acontecimientos
comenzó a plantearse de una forma concreta, las divergencias de
opiniones más grandes. Desde 1904, estas divergencias de opiniones
se han expresado en dos corrientes básicas: el menchevismo y el
bolchevismo. El punto de vista menchevique partía del principio de
que nuestra revolución era burguesa, es decir, que su consecuencia
natural sería el paso del poder a la burguesía y la creación de las
condiciones de un parlamento burgués. El punto de vista de los
bolcheviques, en cambio, aun reconociendo la inevitabilidad del
carácter burgués de la revolución venidera, planteaba la creación de
una república democrática bajo la dictadura del proletariado y del
campesinado.
El análisis social de los mencheviques
se caracterizaba por una superficialidad extraordinaria y, en
principio, iba a caer en analogías históricas aproximativas --el
típico método de la pequeña burguesía «culta»-. Las advertencias de
que las circunstancias del desarrollo del capitalismo ruso habían
provocado grandes contrastes entre sus dos polos y habían condenado
a la insignificancia a la democracia burguesa, no impedían a los
mencheviques, como tampoco lo hicieron las experiencias de los
siguientes acontecimientos, buscar incansablemente una democracia
«auténtica», «verdadera», que tendría que ponerse a la cabeza de la
«nación» e introducir condiciones parlamentarias, a ser posible
democráticas, con vistas a un desarrollo capitalista. Los
mencheviques intentaron siempre y en todas partes descubrir indicios
de desarrollo de una democracia burguesa, y cuando no los
encontraron se los imaginaron. Exageraban la importancia de
cualquier declaración o discurso «democrático» y subestimaban, al
mismo tiempo, la fuerza del proletariado y las perspectivas de su
lucha. Los mencheviques se esforzaron tan fanáticamente en encontrar
una democracia burguesa dirigente de forma que quedase asegurado el
carácter burgués «legal» de la revolución, que ellos mismos se
encargaron, con más o menos éxito, durante la revolución, cuando no
apareció ninguna democracia burguesa dirigente, de cumplir con los
deberes de aquélla. Está completamente claro que una democracia
pequeño-burguesa sin ideología socialista alguna, sin un estudio
marxista de las relaciones de clase, no podía actuar, en las
condiciones de la revolución rusa, de otra forma que como actuaron
los mencheviques como partido «dirigente» en la revolución de
febrero. La ausencia de una base social seria sobre la que apoyar
una democracia burguesa se demostró en las personas de los mismos
mencheviques: caducaron rápidamente y fueron barridos por la
continuación de la lucha de clases, ya en el octavo mes de la
revolución.
A la inversa, el bolchevismo no estaba
contagiado en lo más mínimo por la creencia en el poder y en la
fuerza de una democracia burguesa revolucionaria en Rusia. Desde el
principio reconoció la significación decisiva de la clase obrera en
la revolución venidera, pero su programa se limitaba, en la primera
época, a los intereses de las grandes masas campesinas sin la cual
-y contra la cual- la revolución no hubiese podido ser llevada a
cabo por el proletariado. De ahí el reconocimiento (interino) del
carácter demócrata burgués de la revolución.
Según su
apreciación de las fuerzas internas de la revolución y de sus
perspectivas, el autor no pertenecía, en aquel periodo, ni a la una
ni a la otra corriente principal del movimiento obrero ruso. El
punto de vista adoptado entonces por el autor puede ser formulado de
una manera esquemática como sigue: Correspondientemente a sus tareas
más próximas, la revolución comienza siendo burguesa, pero luego
hace que se desplieguen rápidamente potentes antagonismos de clases
y sólo llega a la victoria si traspasa el poder a la única clase
capaz de colocarse a la cabeza de las masas oprimidas: el
proletariado. Una vez en el poder, el proletariado no quiere ni
puede limitarse al marco de un programa demócrata burgués. Puede
llevar a cabo la revolución sólo si la revolución rusa se prolonga
en una revolución del proletariado europeo. Entonces se superará el
programa democrático burgués de la revolución, junto con su marco
nacional, y la dominación política temporal de la clase obrera rusa
progresará hacia una dictatura socialista permanente. Pero si Europa
no avanza, entonces la contrarrevolución burguesa no tolerará el
gobierno de las masas trabajadoras en Rusia y empujará hacia atrás
al país -muy por detrás de la república democrática de obreros y
campesinos-. El proletariado, pues, llegado al poder, no debe
limitarse al marco de la democracia burguesa sino que tiene que
desplegar la táctica de la revolución permanente, es decir anular
los límites entre el programa mínimo y el máximo de la
socialdemocracia, pasar a reformas sociales cada vez más profundas y
buscar un apoyo directo e inmediato en la revolución del oeste
europeo. Esta posición debe ser desarrollada y fundada por este
trabajo, reeditado ahora y que fue escrito en 1904-1906.
El autor ha defendido, durante una década y media, el
punto de vista de la revolución permanente, pero al evaluar las
fracciones en lucha mutua dentro de la socialdemocracia cometió un
error. Como entonces ambas partían de las perspectivas de una
revolución burguesa, el autor creía que las divergencias de
opiniones no eran tan profundas como para justificar una escisión.
Al mismo tiempo esperaba que el transcurso posterior de los
acontecimientos demostraría claramente a todos, por un lado, la
falta de fuerzas y la impotencia de la democracia burguesa rusa, y
por el otro lado, el hecho de que al proletariado le sería
objetivamente imposible mantenerse en el poder dentro del marco de
un programa democrático; y que, en suma, ello haría desaparecer el
terreno de las divergencias de opinión entre las fracciones.
Sin pertenecer a ninguna de las dos fracciones
durante la emigración, el autor subestimaba el hecho cardinal de que
en las divergencias de opiniones entre los bolcheviques y los
mencheviques figuraban, de hecho, un grupo de revolucionarios
inflexibles por un lado, y por el otro una agrupación de elementos
cada vez más disgregados por el oportunismo y la falta de
principios. Cuando estalló la revolución en 1917, el partido
bolchevique representaba una organización centralizada fuerte, que
había absorbido a los mejores elementos entre los obreros
progresistas y de la intelligentsia revolucionaria y que se
orientaban, en su táctica, de completo acuerdo con la situación
internacional y con las relaciones de clase en Rusia -después de una
breve lucha interior hacia una dictadura socialista de la clase
obrera. La fracción menchevique, en cambio, había madurado, en
aquella época, justo lo suficiente para realizar -como ya hemos
mencionado- las tareas de una democracia burguesa.
Al
editar de nuevo su trabajo, el autor desea, no sólo explicar
aquellos fundamentos teóricos de base que, desde los comienzos del
año 1917, le permitían a él y otros camaradas que estuvieron durante
una serie de años fuera del partido bolchevique, a entrelazar su
propio destino con el del partido (esta declaración personal no
sería un motivo suficiente para una reedición del libro), sino
también recordar aquel análisis histórico-social de las fuerzas
motrices de la revolución rusa, según el cual la conquista del poder
político por la clase obrera podía y tenía que considerarse como
tarea de la revolución rusa -y esto mucho antes de que la dictadura
del proletariado llegase a ser un hecho consumado-. El hecho de que
ahora podamos editar sin modificaciones un trabajo escrito en 1906 y
formulado en sus rasgos básicos ya en 1904, es una muestra
convincente de que la teoría marxista no está del lado del apoyo
menchevique a una democracia burguesa, sino del lado del partido que
de hecho realiza actualmente la dictadura de la clase obrera.
La instancia última de la teoría sigue siendo la
experiencia. El hecho de que los acontecimientos en los cuales
participamos ahora y las formas de esta participación estuviesen ya
previstos, en sus rasgos básicos, hace una década y media, es una
prueba irrefutable de que la teoría marxista ha sido aplicada
correctamente por nosotros.
En el apéndice
reproducimos el artículo «La lucha por el poder», que apareció en el
periódico parisiense Nache Slovo [Nuestra Palabra] 35 del 17 de
octubre de 1915. El artículo tiene una función polémica: en él se
parte de la crítica de la «carta» programática del líder del
menchevismo «a los camaradas de Rusia», y se llega a la conclusión
de que, en la década posterior a la revolución de 1905, el
desarrollo de las relaciones de clases minaba más aún las
aspiraciones mencheviques por una democracia burguesa, habiendo
unido, por el contrario, más estrechamente el destino de la
revolución rusa con la cuestión de la dictadura de la clase obrera.
¡Hay que ser testarudo para hablar, todavía, después de una lucha
ideológica de años, del «aventurerismo» de la revolución de octubre!
Cuando se habla de la relación de los mencheviques
con la revolución, no se puede evitar el mencionar la degeneración
menchevique de Kautsky, que expresa ahora en la «teoría» de los
Martov, Dan y Tsereteli su propia decadencia teórica y política.
Después de octubre del 1917 oímos decir a Kautsky que la conquista
del poder político mediante la clase obrera, también sería la tarea
histórica del partido socialdemócrata pero que -dado que el partido
comunista ruso no ha llegado al poder entrando por la puerta ni a la
hora prevista en el horario de Kautsky- se debería dejar la
república soviética a la corrección de Kerenski, Tsereteli y
Chernov. Esta crítica pedante reaccionaria de Kautsky, debe haber
sorprendido aún más a los camaradas que han vivido con plena
conciencia el periodo de la primera revolución rusa y que han leído
el artículo de Kautsky de 1905-1906. Entonces comprendió y reconoció
Kautsky (seguramente no sin la influencia bienhechora de Rosa
Luxemburgo) que la revolución rusa no podría terminar en una
república democrática burguesa, sino que tendría que conducir, dado
el nivel alcanzado por la lucha de clases en el interior del país y
la situación internacional del capitalismo, a la dictadura de la
clase obrera. Kautsky hablaba entonces directamente de un gobierno
obrero con mayoría socialdemócrata. No se le ocurría hacer depender
el transcurso real de la lucha de clases de combinaciones
superficiales y temporalmente limitadas de la democracia política.
Kautsky comprendía entonces que una revolución comienza primeramente
con el despertar de masas de millones de campesinos y
pequeño-burgueses, y ni siquiera de un golpe sino lentamente, capa
por capa; que, en el momento en que la lucha entre el proletariado y
la burguesía capitalista se acerca a su momento decisivo, se
encuentran todavía amplias masas campesinas a un nivel primitivo de
desarrollo político, dando sus votos a los partidos políticos de las
capas intermedias, que precisamente reflejan únicamente el atraso y
los prejuicios del campesinado. Kautsky comprendió entonces que el
proletariado, una vez que ha llegado a la conquista del poder por la
lógica de la revolución, no puede aplazar sus funciones
arbitrariamente por un tiempo indefinido, ya que con esta renuncia
dejaría el campo libre a la contrarrevolución. Kautsky comprendió
entonces que el proletariado, si tiene el poder revolucionario en
sus manos, no hará el destino de la revolución dependiente del
estado de ánimo pasajero de las masas menos conscientes y
despiertas, sino que, al contrario, convertirá toda la autoridad
pública que se concentra en sus manos en un aparato de ilustración y
organización de estas masas campesinas más atrasadas e ignorantes.
Kautsky comprendió que llamar a la revolución rusa una revolución
burguesa y limitar sus tareas consecuentemente, significa no
comprender nada de lo que pasa en el mundo. Reconoció correctamente,
junto con los marxistas revolucionarios de Rusia y Polonia, que -si
el proletariado ruso conseguía el poder antes que el europeo-
debería aprovechar su posición de clase dominante no para traspasar
urgentemente sus posiciones a la burguesía, sino para apoyar
poderosamente la revolución proletaria en Europa y en todo el mundo.
Todas estas perspectivas internacionales, penetradas por el espíritu
de la doctrina marxista, no se hacían dependientes, ni para Kautsky
ni para nosotros, de cómo y por quién votaría el campesinado en
noviembre y diciembre de 1917 en las elecciones de la así llamada
Asamblea Constituyente.
Ahora, cuando las
perspectivas trazadas hace 15 años han llegado a ser realidad,
Kautsky niega a la revolución rusa el acta de reconocimiento con la
argumentación de que no ha sido librada en la comisaría política de
la democracia burguesa. ¡Qué hecho más asombroso! ¡Qué increíble
envilecimiento del marxismo! Puede decirse con todo derecho que la
decadencia de la Segunda Internacional ha encontrado una expresión
aun más horrible en este juicio filisteo sobre la revolución rusa de
uno de sus más grandes teóricos, que a causa del acuerdo respecto a
los créditos de guerra del 4 de agosto.
Kautsky
desarrolló y defendió durante décadas las ideas de la revolución
social. Ahora, cuando ha estallado, se aparta lleno de espanto. Se
resiste al poder soviético en Rusia y adopta una postura hostil
contra el movimiento poderoso del proletariado comunista en
Alemania. Kautsky se parece desconcertantemente a un maestrillo de
escuela miserable que describe, año tras año, en las cuatro paredes
de su clase enmohecida, a sus alumnos la primavera y luego, cuando
por fin al final de su actividad pedagógica, sale una vez a ver la
naturaleza en primavera, no reconoce la primavera, se enfada (lo que
pueda enfadarse un maestrillo de escuela) e intenta demostrar que la
primavera no es ninguna primavera sino sólo un gran desorden de la
naturaleza, puesto que atenta contra las leyes de las ciencias
naturales. ¡Qué bien está que los obreros no se fíen de este
pedante, equipado de tan alta autoridad, sino que se fíen de la voz
de la primavera! Nosotros, los discípulos de Marx, seguimos
convencidos, junto con los obreros alemanes, de que la primavera de
la revolución ha empezado en completo acuerdo con las leyes de la
naturaleza social y, al mismo tiempo, con la teoría marxista; ya que
el marxismo no es el puntero de un maestrillo de escuela que está
por encima de la historia sino el análisis social de las vías y
formas del proceso histórico tal como se realiza en realidad.
No he modificado los textos de los dos trabajos
impresos --de 1906 y de 1915-. Originariamente quería completarlos
con notas que acercasen la representación al momento actual. Pero al
leer el texto he abandonado este proyecto. Si hubiese querido entrar
en detalles hubiese duplicado con las notas el tamaño del libro,
para lo cual, en la actualidad, me falta el tiempo; además, para el
lector semejante «libro de dos pisos» hubiera sido incómodo. Pero
creo que lo principal es que el razonamiento se aproxima, en sus
rasgos esenciales, a la situación actual y el lector que se someta a
la molestia de estudiar este libro con más atención completará, sin
esforzarse, la representación con los hechos necesarios de la
experiencia de la revolución actual.
L.
Trotski 12 de marzo de 1919 Kremlin
Lea el texto completo de esta gran
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