Julio López
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El error u horror de Holloway "la revolución (con "r" minúscula)"
Por Victor - Saturday, Jan. 22, 2005 at 8:13 PM

" La próxima vez que el capital nos amenace: "Me voy" ¿cómo decirle: "Sí, vete, vete para siempre, y llévate a tus amigos contigo, que se vayan todos"? Esta es la cuestión de la organización de nuestro hacer, este es el problema de la revolución (con "r" minúscula)." El capitalismo ,el estado capitalista te echa a la calle ,no se va de la calle, el FMI y la OMC EN TODO EL MUNDO NO TE PERMITIRiAN JAMAS OGANIZARTE EN CUANDO la FORMA AUTOGESTIVA CRECe LO SUFICIENTE ES DECIR SI NO FRACASA...IRAK ES LA RESPUESTA del capitalismo real

La pregunta
¿Es la lucha zapatista una lucha anticapitalista?
( 1 ) Por John Holloway

La marcha de los zapatistas es la marcha de la dignidad. No fue: es. Y no sólo de los indígenas, sino de todos.

La dignidad es una marcha. "Es y está por hacer, es camino por recorrer" (Palabras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- el 27 de febrero del 2001 en Puebla, Puebla.) Es un "duro y peligroso viaje, un sufrir, un vagabundear, un salirse del camino, un buscar la patria oculta, un movimiento repleto de interrupciones trágicas, hirviente, entrecortado por saltos, erupciones, promesas solitarias, cargado de manera discontinua por la conciencia de la luz." (Bloch, 1964, p. 29).

La dignidad no marcha por una carretera recta. El camino por recorrer son múltiples caminos que se hacen al andar: caminos, entonces, que resisten definición. Más que una marcha, es un caminar, un andar.

Un caminar, pero no simplemente un pasear. La dignidad es siempre un caminar en contra de: en contra de todo lo que niega la dignidad.

¿Qué es lo que niega la dignidad? Todo lo que nos impone una máscara y nos encarcela dentro de la máscara(2). El mundo indigno nos dice: "Tú eres indígena, por lo tanto eso es lo que puedes hacer"; "tú eres mujer, por eso haces lo que haces"; "tú eres homosexual, por eso te comportas de esta manera"; "tú eres viejo y sabemos cómo son los viejos". El mundo indigno nos encierra dentro de una definición. Nos dice: "tu caminar llega hasta aquí, no puedes ir más lejos". Y nos dice: "tienes que caminar por la carretera, no por donde quieras". El mundo indigno nos limita, nos define, nos define de una forma que no es externa, sino que penetra nuestra existencia misma.

Pero ¿de dónde viene esta imposición de máscaras? ¿Es racismo? ¿Es sexismo? ¿Es homofobia? Es todo eso. Pero es más que eso. Todos estamos obligados a llevar máscaras. Todos estamos atrapados en un tiempo lineal, homogéneo, un tiempo que va solamente hacia adelante, en una línea derecha, un tiempo que niega nuestra creatividad, nuestra capacidad de hacer-de-otra-forma. No sólo los indígenas sino todos estamos obligados a ver la misma película todos los días. "Queremos que la vida sea como una cartelera cinematográfica, de la cual podemos escoger una película diferente cada día. Ahora nos hemos levantado en armas porque, por más de quinientos años, nos han obligado a ver la misma película todos los días". (Subcomandante Marcos, La Jornada, 25 de agosto de 1996). Pero sí hay un cambio en la película que estamos obligados a ver todos los días: se vuelve más y más violenta. Se vuelve más claro cada día que el tiempo lineal que nos lleva hacia adelante, que la carretera recta en la cual estamos obligados a caminar, conduce directamente a la autodestrucción de la humanidad.

¿Qué es esta fuerza que nos encierra dentro del tiempo lineal, que nos obliga a caminar en la carretera directa hacia la autodestrucción, que encarcela nuestro hacer dentro de una máscara de ser? ¿Qué es lo que niega nuestra dignidad?

Es el rompimiento de nuestro hacer. Nuestra dignidad es hacer. Nuestra dignidad es nuestra capacidad de hacer y de hacer-de-otro-modo. Las hormigas no tienen dignidad: hacen, pero no pueden proyectar un hacer diferente para mañana. Para ellas el tiempo es lineal. Pero "lo que hacía que nuestro paso se levantara sobre plantas y animales, lo que hacía que la piedra estuviera bajo nuestros pies" (EZLN, Comunicado del 1 de febrero de 1994) es que nosotros sí tenemos la capacidad de hacer-de-otro-modo, de crear. Podemos proyectar que vamos a hacer algo nuevo y lo podemos hacer. Esta capacidad es siempre social, aún cuando parece ser un acto individual. Nuestro hacer siempre supone el hacer de otros, en el presente y en el pasado. Nuestro hacer es siempre parte del flujo social del hacer en el cuál lo hecho por unos fluye en el hacer de otros.

Pero en la sociedad actual, el flujo social del hacer está roto. El capitalista toma lo que se ha hecho y dice "¡esto es mío, ésta es mi propiedad!". Al agarrar lo hecho, rompe el flujo social del hacer, ya que el hacer siempre construye sobre lo hecho. Al agarrar lo hecho, el capitalista puede forzar a los hacedores a venderle su capacidad de hacer (la cual se convierte en fuerza de trabajo), de tal forma que él les dice ahora lo que tienen que hacer. Con eso los hacedores pierden su capacidad de hacer-de-otro-modo: ahora tienen que hacer lo que les dice el capitalista.

El capital es un proceso de separar. Separa lo hecho del hacer, y por lo tanto separa a los hacedores de lo hecho y de su propio hacer. En el mismo movimiento, los hacedores están separados de la riqueza que han creado y de su capacidad de hacer-de-otro-modo. Nosotros (porque somos nosotros los hacedores) somos hechos pobres y robados de nuestra humanidad. El capital es un proceso de separarnos de la riqueza de la creación social humana, de nuestra humanidad, de nuestra dignidad, de la posibilidad de ver otra película mañana.



Al separar a los hacedores de la capacidad de hacer-de-otro-modo, el capital subordina el hacer a lo que es. El capitalismo es el reino de "así son las cosas", "así es la vida", "tú eres una mujer y las mujeres son así", "tú eres indígena y así son". Detrás del racismo, del sexismo, de la homofobia hay un problema más general: la dominación de las máscaras, de la etiquetas, de las identidades. Detrás de la negación particular de la dignidad ("tú eres un indígena, una mujer") hay una negación más general de la dignidad: "tú eres lo que eres y nada más". La respuesta de la dignidad es: "somos lo que somos y mucho más". La dignidad es la lucha en contra de su propia negación: la lucha por la dignidad empieza como lucha en contra de una negación particular de la dignidad (discriminación contra indígenas, contra mujeres), y sigue y sigue hacia el reconocimiento mutuo de las dignidades, la unión de las dignidades. Los caminos se cruzan, se juntan, se dividen y se juntan, fluyen en el mismo sentido. Todas las dignidades, si son consecuentes, se vuelven no solamente contra negaciones particulares de la dignidad, sino contra la negación general de la dignidad que nos impone una etiqueta y subordina nuestro potencial como humanos a esa etiqueta. El camino de la dignidad nos lleva no solamente en contra del insulto particular sino también más allá, en contra del insulto general. Y el insulto general es el etiquetar a la gente, la subordinación del hacer al ser. Y este insulto terrible que ahora amenaza con extender la negación de la humanidad a la destrucción total de la humanidad; este insulto terrible surge simplemente de la forma en la cual el hacer está organizado, del hecho de que el capital es proceso de separar lo hecho del hacer,de apropiarse de lo hecho, con todo lo que conlleva.



La lucha de la dignidad por la dignidad, entonces, es una lucha anticapitalista. Pero esto no se debe convertir en una etiqueta nueva ("yo soy socialista, tu eres un liberal", "yo soy un comunista, tu eres un revisionista"). La lucha en contra del capital es una lucha en contra del proceso de separación que es el capital: el proceso de separar lo hecho del hacer, la riqueza que creamos de nosotros, la subjetividad y la dignidad de nosotros. La lucha por la dignidad es la lucha en contra de la separación, la lucha para (re)unir lo que separa el capital, la lucha por otra forma de hacer, otra forma de relacionarnos el uno con el otro, como sujetos activos, como hacedores. La lucha por la dignidad es la lucha para emancipar el hacer del ser, la lucha para hacer explícito el flujo social del hacer. La lucha por la dignidad es la lucha para crear una sociedad basada en el reconocimiento de la dignidad, en lugar de una basada en la negación de la dignidad.

¿Cómo lo podemos hacer? ¿Es realmente posible? Podemos luchar, tenemos que luchar, por supuesto, pero ¿es realmente posible crear una sociedad basada en la dignidad, una sociedad que va más allá del capitalismo? ¿Es posible construir otras formas de hacer dentro del capitalismo? ¿No tenemos que destruir el capitalismo primero para crear esta posibilidad? ¿Es posible crear y expandir espacios de dignidad? ¿No es inevitable que estos espacios sean reprimidos o absorbidos por el capital? ¿Es realmente posible crear y extender espacios de dignidad a tal punto que destruyan al capitalismo y creen una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad?

Antes se pensaba que la única forma de crear una sociedad mejor era tomando el poder estatal, destruyendo al capitalismo y construyendo la sociedad nueva. Pero no funcionó. No funcionó porque concebía el cambio radical como un cambio llevado a cabo por parte de los trabajadores, mientras que el concepto de dignidad hace claro que la construcción de una sociedad digna
sólo puede ser un proceso de autoemancipación.
En segundo lugar, no funcionó porque la noción de tomar el poder estatal se basaba en la idea de que el Estado era el centro de la sociedad, que el mundo capitalista era la suma de muchas sociedades diferentes, cada una con su Estado en el centro. El desarrollo capitalista mismo ha subrayado que no es así (y que nunca fue así):
la sociedad capitalista es una sociedad global apoyada por una multiplicidad de Estados, de tal forma que ningún Estado está en el centro de la sociedad.

No podemos pensar en el cambio social radical como algo que se lleva a cabo desde arriba, desde el Estado. La revolución sólo puede ser construida desde abajo. Pero ¿cómo podemos construir la dignidad en una sociedad que niega a la dignidad de forma sistemática? ¿Cómo podemos hacer la dignidad tan fuerte que destruya a la sociedad que la niega?
No es cuestión de la Revolución, pero tampoco es cuestión simplemente de la rebeldía(3): es cuestión de la revolución (con "r" minúscula)(4). La Revolución (con "R" mayúscula), entendida como la introducción del cambio desde arriba, no funciona. La rebeldía es la lucha por la dignidad y existirá mientras se niegue la dignidad. Pero no es suficiente. Nos rebelamos porque somos humanos. Pero no queremos simplemente luchar contra la negación de la dignidad, queremos crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad. Nuestra lucha, entonces, no es la lucha por la Revolución, ni simplemente por la rebelión sino por la revolución. Lo importante ahora es hacer una separación clara entre revolución y toma del poder estatal. Tenemos que replantear la cuestión de la revolución, pero de una forma que no se confunda con la conquista del Estado. Pero ¿qué significa eso y cómo lo hacemos? En esta lucha revolucionaria no hay modelos, no hay recetas, simplemente una pregunta terriblemente urgente. No una pregunta vacía, sino una pregunta llena de mil respuestas.
Fisuras: éstas son las mil respuestas a la pregunta de la revolución. Por todas partes existen fisuras. Las luchas de la dignidad desgarran el tejido de la dominación capitalista. Cuando la gente se levanta en contra de la construcción del aeropuerto en Atenco, cuando se oponen a la construcción de la carretera en Tepeaca, cuando se levantan en contra del Plan Puebla Panamá, cuando los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se oponen a la introducción de cuotas, cuando los obreros hacen huelga en contra de la introducción de ritmos más rápidos de trabajo, todos están diciendo
"¡NO, aquí No, aquí el capital no manda!". Cada No es una llama de dignidad, una grieta en el mando del capital.

El No es el punto de partida de toda esperanza. Pero no es suficiente. Decimos No al capital pero el capital sigue atacándonos, separándonos de la riqueza que creamos, negando nuestra dignidad como sujetos. Pero nuestra dignidad no es tan fácilmente negada.
El No tiene un ímpetu que nos lleva hacia adelante.

Las luchas que dicen No muchas veces van más allá de eso. En el proceso mismo de luchar contra el capital, se crean otras relaciones sociales. Los involucrados se dan cuenta que no están luchando simplemente contra una imposición particular del capital, sino que están luchando por otro tipo de relaciones sociales. Especialmente en los últimos años, muchas luchas han puesto gran énfasis en el desarrollo de estructuras horizontales, en la participación de todos,
en el rechazo a estructuras jerárquicas que reproducen las jerarquías del capitalismo
: de ahí el "mandar obedeciendo" de los zapatistas, las asambleas horizontales de los estudiantes de la UNAM, las Asambleas Barriales de Argentina, las estructuras desarrolladas por el movimiento "globalifóbico" en todo el mundo, el compañerismo desarrollado en las huelgas, etcétera. Muchas veces estos son experimentos muy explícitos y concientes, formas de decir "no estamos solamente diciendo No al capital, estamos desarrollando otro concepto de lo que es la política, estamos construyendo otra trama de relaciones sociales, estamos prefigurando la sociedad que queremos construir".

Pero esto no es suficiente. No podemos comer discusiones democráticas. No sirve si, después de la discusión democrática en la asamblea barrial o en el frente zapatista en la noche, tenemos que vender nuestra capacidad de hacer (fuerza de trabajo) al capital al día siguiente y participar activamente en el proceso de separación que es el capital. Pero aquí también, el ímpetu de la lucha nos puede llevar más lejos, del hablar al hacer.

Las luchas que no solamente dicen No, sino que crean otras relaciones sociales en su práctica, dan otro paso cuando empiezan a organizar un hacer diferente. Las asambleas barriales en Argentina están avanzando de la discusión y la protesta a tomar sus propias vidas en sus manos al ocupar clínicas que han sido abandonadas, casas que están vacías, bancos que han huido, para proveer un mejor servicio de salud, lugares para vivir, centros de reunión. Cuando las fábricas cierran, los obreros no están simplemente protestando sino ocupándolas para producir cosas que se necesitan. La fisura se vuelve no simplemente un espacio de rechazo, no simplemente un espacio para desarrollar estructuras horizontales sino para construir otras formas de hacer. Este paso es muy importante porque concentra nuestra atención en
lo fundamental, que es la organización del hacer.

Pero esto no es suficiente. Las fisuras muchas veces son muy pequeñas, los haceres alternativos son aislados. ¿Cómo conectar estos proyectos alternativos, entre sí y con la sociedad en general? Si se hace a través del mercado, terminan dominados por el mercado. No se puede hacer a través de la introducción de una planificación central porque esto supone estructuras que no existen y que no pueden existir en este momento. La articulación se tiene que hacer desde abajo, de forma experimental. En Argentina actualmente, el movimiento de trueque en sus mejores manifestaciones es un intento de desarrollar otras formas de articulación entre productores y consumidores (prosumidores), pero todavía está en sus inicios.

El propósito del movimiento revolucionario es hacer explícita la riqueza del hacer social.
Pero ahora el capital nos separa de esta riqueza, se coloca como portero del hacer social, diciéndonos que para tener acceso a esta riqueza tenemos que obedecer las reglas del capital, los cálculos de la ganancia. ¿Cómo podemos burlar al portero, encontrar otras formas de conectarnos con la riqueza del hacer de tantos millones de personas en todo el mundo que, ellos también, están diciendo o quisieran decir NO a la lógica social de las conexiones capitalistas?

En cada momento, el Estado se ofrece como respuesta a nuestras preguntas. El Estado dice: "Véngan a mí, organícense a través de mí, yo no soy el capital. Yo puedo dar la base para otra organización de la socializad". Pero es una mentira, un truco.
El Estado sí es el capital, una forma del capital.
El Estado es una forma de relaciones sociales específicamente capitalista. Ese Estado está tan fuertemente integrado a la red global de relaciones capitalistas que no hay forma de construir una socialidad anticapitalista a través del Estado, sea cual sea el partido que ocupe el gobierno. El Estado nos impone las relaciones jerárquicas que no queremos; el Estado nos dice que tenemos que ser realistas y aceptar la lógica capitalista y los cálculos del poder, cuando sabemos muy bien que no queremos esta lógica y estos cálculos. El Estado dice que resolverá nuestros problemas, ya que nosotros no lo podemos hacer, nos reduce a víctimas, niega nuestra subjetividad. El Estado es una forma de reconciliar nuestras luchas con la dominación del capital, pero no se dejan reconciliar. El camino estatal no es el camino de la dignidad.

Ciertamente hay muchas situaciones en las cuales podemos aprovechar los recursos del Estado -como cuando los piqueteros cierran calles para obligar al Estado a darles fondos que ellos usan para desarrollar otras formas de hacer. También existen situaciones en las cuales puede tener sentido votar por un partido en lugar de otro, para defender o para crear más espacio para nuestro movimiento. Pero el Estado no provee, no puede proveer, la socialidad alternativa que parece ofrecer. Las empresas estatales, por ejemplo, no ofrecen otra organización del hacer: transforman el hacer en trabajo y lo subordinan al movimiento del capital de la misma forma que en cualquier empresa (en eso no hay gran diferencia entre la ex-Unión Soviética, Gran Bretaña o México). Aún si hay situaciones en las cuales queremos usar el Estado, como usamos el dinero, es importante tener claro que el Estado, como el dinero, es la encarnación de relaciones que niegan nuestra dignidad. No es a través del Estado que podemos crear una sociedad basada en la dignidad.

¿Cómo entonces? La pregunta nos atormenta. Las viejas soluciones no funcionaron, no pueden funcionar. Pero ¿existe una solución que pueda funcionar? ¿Es realmente posible que la lucha contra la negación de la dignidad nos lleve a una sociedad basada en la dignidad, una sociedad en la cual el poder social del hacer esté emancipado (una sociedad comunista)? La certeza no está de nuestro lado. La certeza no puede estar de nuestro lado, porque la certeza existe solamente ahí donde la dignidad humana está negada, donde las relaciones sociales están totalmente cosificadas, donde las personas están totalmente reducidas a máscaras. La única certeza para nosotros es que la dignidad significa luchar contra un mundo que niega la dignidad.

Llamas de dignidad, relámpagos, fisuras en la dominación capitalista. Miren el mapa del capitalismo y vean qué tan desgarrado está, tan lleno de fisuras, de llamas de revuelta. Chiapas, Buenos Aires, Sao Paulo, Cochabamba, Quito, Caracas, y así en todo el mundo. Nuestra lucha es para extender los tiempos-espacios de las fisuras, soplar el fuego de la revuelta. A veces las llamas iluminan el cielo tanto que podemos ver claramente lo que nos da esperanza: los dominadores dependen de los dominados, el capital depende de nosotros, de su capacidad de transformar nuestro hacer en trabajo que pueda explotar. Es nuestro hacer que crea el mundo, es el capital que corre detrás tratando de contener nuestra fuerza. Nosotros somos el fuego, el capital es el bombero.
En términos más tradicionales: la única fuerza de producción es la fuerza creativa del hacer humano, y las relaciones capitalistas de producción luchan todo el tiempo para contenerla.

El capital nos tiene miedo. El capital huye de nosotros. La huida y la amenaza de huida son el núcleo de la dominación capitalista. Los señores feudales no huían de sus siervos: si los siervos no se portaban bien, los señores se quedaban y los castigaban, muchas veces físicamente. Pero en el capitalismo es muy distinto. El capital nos dice todo el tiempo: "Si ustedes no se portan bien, me voy". Vivimos bajo un estrés terrible, bajo la amenaza constante de que nuestros amos se vayan a ir y nos dejen. Y muchas veces el capital sí se va y entonces millones de personas se quedan en el desempleo, regiones o países enteros quedan sin inversión, generaciones enteras quedan sin la experiencia de la explotación directa. Bajo el neoliberalismo, esta amenaza de la huida y esta realidad de la huida se vuelven más y más centrales: la movilidad del capital es mucho más grande que antes. Más y más claramente, el capital nos dice "pórtense como robots, hagan todo lo que les digo, o me voy". Más y más, el capital huye del hecho de que no somos robots, huye de nuestra dignidad.

Dignidad y capital son incompatibles. Mientras más avanza el caminar de la dignidad, más huye el capital. Cuando se levantan los indígenas, el capital huye. Cuando los obreros ocupan las fábricas, el capital huye. Cuando los estudiantes se rebelan contra la reestructuración de la educación, el capital huye. Cuando parece que un gobierno de izquierda podría introducir medidas que afecten las ganancias, el capital huye (y el gobierno cambia de opinión). Por eso, la cuestión de la respuesta que damos a la huida del capital es crucial para la lucha de la dignidad (aún más básica que la cuestión de la represión, porque la represión siempre se presenta como respuesta a la huida del capital). ¿Qué le vamos a contestar cuando el capital dice "pórtense bien o me voy"? ¿Qué vamos a decir cuando el capital se va?

¡Que huya! ¡Que se vaya! Esto es lo genial de la consigna argentina "¡que se vayan todos!" El capital domina amenazándonos con que se va a ir. Bueno, pues, que se vaya. Podemos vivir perfectamente bien sin él.

¿Sí, podemos? Esta es la gran pregunta. El capital no es simplemente un proceso de cerrar fisuras. Al irse y amenazar con irse, abre también fisuras potenciales. Si el capital amenaza demasiado, los trabajadores pueden ser llevados a decir "órale, vete, nosotros nos quedamos con los edificios y el equipo". Cuando el capital se va, dejando regiones enteras, la gente es llevada, por necesidad y por decisión, a encontrar otras formas de sobrevivir, otras formas de hacer. Las personas son impulsadas a construir relaciones sociales que apuntan más allá del capital. Las fisuras se abren como resultado de nuestras luchas abiertas pero también por la huida del capital ante nuestra dignidad.

Pero ¿cómo podemos sobrevivir sin nuestros explotadores cuando ellos controlan el acceso a la riqueza del hacer humano? Este es el gran desafío. ¿Cómo podemos fortalecer las fisuras de tal forma que no sean bolsas de pobreza sino una forma realmente alternativa de hacer que nos permita decir al capital "pues sí, vete"? La próxima vez que el capital nos deje desempleados, ¿cómo le podemos decir: "Muy bien, ahora puedo dedicarme a algo que tenga sentido"? La próxima vez que el capital cierre una empresa, ¿cómo podemos decir "Vete entonces, ahora podemos usar el equipo y los edificios y nuestros saberes de otra manera"? La próxima vez que el capital nos diga "ayuden a los pobres bancos o el sistema financiero se va a caer", ¿cómo podemos decir "Que se caiga, tenemos mejores formas de organizar nuestras relaciones"? La próxima vez que el capital nos amenace: "Me voy" ¿cómo decirle: "Sí, vete, vete para siempre, y llévate a tus amigos contigo, que se vayan todos"? Esta es la cuestión de la organización de nuestro hacer, este es el problema de la revolución (con "r" minúscula).

¿Qué significa "revolución"? Es una pregunta, solamente puede ser una pregunta. Pero no es una pregunta que se quede parada. No es una pregunta que se atore en un lugar, sea ese lugar San Petersburgo o la selva Lacandona o Buenos Aires, ni en un momento, sea ese momento 1917 o el primero de enero de 1994 o el 19 y 20 de diciembre del 2001. No es una pregunta que se pueda contestar con una fórmula o una receta. Es una pregunta que sólo se puede contestar en la lucha, pero la reflexión teórica es parte de la lucha. Es una pregunta con una energía, una rabia y un anhelo que no la deja descansar. Empujemos la pregunta hacia adelante todo el tiempo, lo más que podamos, con cada acción política, con cada reflexión teórica. Preguntando caminamos, eso sí, pero caminamos con rabia, preguntamos con pasión.


Referencias:
Bloch, Ernest. (1964), "Tübinger Einleitung in die Philosophie", Bd. 2 (Frankfurt: Suhrkamp)
Holloway, John. (2002), "Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder", (Buenos Aires y Puebla: Herramienta/ UAP)


Notas

(1) La pregunta del título fue propuesta por el comité editorial de la revista. Algunas de las ideas presentadas aquí están desarrolladas en mi libro: Holloway (2002). A Eloína Peláez muchas gracias.

(2) Para el subcomandante Marcos, una sociedad digna sería una sociedad en la cuál la gente 'no tenga que usar una máscara … para relacionarse con los demás'.Entrevista con Cristián Calónico Lucio, 11 November 1995, ms. p. 61.

(3) En su entrevista del 9 de marzo de 2001 con Julio Scherer, Marcos dice que "nosotros nos ubicamos más como un rebelde que quiere cambios sociales. Es decir, la definición como el revolucionario clásico no nos queda." (Proceso, 11 de marzo de 2001, p. 14). Marcos tiene razón en rechazar el viejo concepto de Revolución, pero el concepto de rebeldía no es suficiente para conceptualizar el desafío de transformar el mundo. La distinción entre Revolución y revolución me parece más atinada. Ver la siguiente nota.

(4) En "La Historia de los Espejos" (La Jornada, 9/10/11 de junio de 1995, p. 17 (11 de junio), el subcomandante Marcos habla de la revolución que "será, primordialmente, una revolución que resulte de la lucha en variados frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con grados diversos de compromiso y participación." Dice que usa "minúsculas, para evitar polémicas con las múltiples vanguardias y salvaguardas de "LA REVOLUCION".

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º
Por º - Sunday, Jan. 23, 2005 at 6:43 PM

"El capital nos tiene miedo. El capital huye de nosotros. La huida y la amenaza de huida son el núcleo de la dominación capitalista."
Preguntale a los irakies cuanto miedo que les tiene el capital.
Debo confesar que Irak aclara muchas dudas acerca de lo que es el capitalismo real sobre todo cuando ya vimos lo que es el comunismo real version stalin

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STALIN ES ANTICOMUNISTA
Por EL TROSKO - Tuesday, Jan. 25, 2005 at 11:34 AM

COMPAÑEROS, STALIN NADA TIENE KE VER CON EL COMUNISMO, LOS METODOS DE COLECTIVIZACION FORZOSA NADA TIENE KE VER CON LO KE PROPONIAN LENIN Y TROSKI , SINO KE ESTABAN AL SERVICIO DE LA CASTA BUROCRATICA KE SE ESTABA FORMANDO Y NO DEL SOCIALISMO,LA URSS ANTES DE YETSIN ERA SOCIOLOGICAMENTE ABLANDO UN ESTADO OBRERO , PERO POLITICAMENTE ABLANDO UN ESTADO BUROCRA- ,TICO ,SU DERRUMBE NO SE DEBE A LA SUPERIORIDAD ,DEL CAPITALISMO SINO A LA POLITICA ,TRAIDORA ,DE LA BUROCRACIA

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Será mejor que te calles, lacra contrarrevolucionaria
Por El Oligarca - Tuesday, Jan. 25, 2005 at 12:22 PM
movimiento_stalin_vive@hotmail.com

mejor vete a festejar la caída del Muro con Reagan y Tatcher, que fué lo único reelevante que hicieron en los últimos 80 años.....

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Burocracia NO
Por ANARCA - Tuesday, Jan. 25, 2005 at 7:50 PM

Lo mejor que aportan loos autonomos es la horizontalidad
el problema sigue siendo como conservar lo libertad de opiniones en medio de una guerra

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El estalinismo no es "obrero" ni "socialista"
Por Leonardo Mir - Tuesday, Jan. 25, 2005 at 8:34 PM

1) "Sociológicamente" hablando la URSS antes de Yeltsin era una sociedad en la que existían obreros, existían burócratas y existían pequeños propietarios.
2) El estado estaba en manos de los burócratas.
3)El sistema económico era un sistema de economía planificada.
4) Quien planificaba la economía eran los burócratas.
5) En su propio interés.

Decir que "sociológicamente" era un estado obrero es una falacia, y no cualquier falacia. Fue -y parece que sigue siendo- un error enorme del trotskysmo. Un error teórico que le lavaba la cara al estalinismo.

Bajo el terror estalinista, la "casta" -como acostumbran llamarla todavía algunos camaradas- explotaba a los obreros tanto como lo hacían los capitalistas en los estados burgueses. (Para más datos léase por ejemplo, "La Revolución traicionada" de León Trotsky).

La "defensa incondicional de la URSS", esa consigna tan cara a los "trotskystas" (y lo pongo entre comillas porque pienso que en realidad eran -y son todavía algunos- trotskystas dogmáticos) no significaba otra cosa que decirle a los obreros del mundo que "eso" que existía en la URSS era el socialismo, el socialismo real. Claro que "algunas cosas habían salido mal y había que corregirlas", faltaba "democracia", democracia obrera, claro. Pero ese era un tipo de estado al que los obreros conscientes del mundo deberían defender "incondicionalmente".

Ese error teórico contribuyó al mantenimiento del estatus-quo. Contribuyó a que tras él se cometieran otros errores teóricos: se llegó a sostener ¡que el estalinismo era progresivo!, ¡que había que hacer entrismo en él!, ¡que las masas harían las revoluciones con las direcciones que tuvieren a mano!, y toda otra sarta de barbaridades.

En fin, no se pueden seguir sosteniendo esas mismas barbaridades. Si hasta hace 10 o 15 años nos contábamos con los dedos de una mano los que denunciábamos esos despropósitos teóricos hoy dia la situación ha cambiado, pero no debemos bajar la guardia y deberemos seguir combatiendo al dogmatismo, esa especie de sombra teórica "izquierda" del estalinismo.

Ser trotskysta no significa creer en la inmaculada validez de todo lo que Trotsky escribió, como ser marxista tampoco significa recitar de memoria a Marx. Llamarse trotskysta o marxista no debería ser más que una expresión coloquial (expresión "corriente" o "informal") utilizada en vez de "materialista histórico y dialéctico" que resulta un poco más complicado. Pero un auténtico marxista o trotskysta debe poseer un espíritu crítico y científico que partiendo de los conocimientos previos sea capaz de corregir errores y encontrar verdades más plenas.

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no sólo eso
Por otro marxista - Tuesday, Jan. 25, 2005 at 11:57 PM

También se llegaron a decir cosas (y Trotsky mismo afirmó algo parecido en En Defensa del Marxismo) que la invasión y ocupación de un país por el ejército rojo era un "mal menor".

Y claro, como había que sostener lo del "bonapartismo proletario", se comparaba la invasión de Polonia por la URSS (y más tarde la ocupación de Europa del Este, incluso la de Afganistán) con las guerras napoleónicas que "mal que mal" expandieron la revolución.

Es muy pero muy triste que todavía desde el troskismo se le siga lavando la cara no sólo al estalinismo (fascismo pintado de rojo, si me preguntan a mí) también a la dictadura de Galtieri ya que "objetivamente enfrentó al imperialismo, y ante el Brasil fascista y la Inglaterra democrática hay que apoyar al Brasil fascista".

Hoy el troskismo es la única variante del marxismo-leninismo que sostiene posiciones de principio aceptables (revolución permanente, internacionalismo proletario, independencia de clase), pero hay que sacarlo a rastras de la miseria teórica en que se encuentra. Los trabajos de Rolo Astarita sobre el programa de transición y el morenismo son aportes buenísimos en ese sentido.

Pero también son necesarios análisis históricos más críticos del bolchevismo (es anacrónico y estúpidamente reaccionario seguir reivindicando el comunismo de guerra con la excusa de la analogía con los jacobinos). En este sentido, en esta web se ha publicado un artículo muy interesante llamado "El socialismo irreal" y también hay uno en la página del MAS ("URSS: stalinismo y troskismo").

Es imprescindible además una actualización de la filosofía marxista a los descubrimientos científicos del siglo XX, tarea que prácticamente está en pañales (recordemos que el marxismo fue creado a partir de la filosofía alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa del siglo XIX). En este último sentido, los trabajos de Sexta Tesis (http://www.6tesis.com.ar) aportan bastante, sobre todo el de la crítica a la ley de la negación de la negación. Por Indymedia, una persona que viene proponiendo este debate desde hace tiempo es Xor, citando la teoría de los sistemas intencionales.

Sería buenísimo que por lo menos uno de estos debates pudiera darse semanalmente en estas páginas en vez de el típico chiquitaje de "uh, el PTS dice que el PO es autoproclamatorio".

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Sí,
Por Leonardo Mir - Wednesday, Jan. 26, 2005 at 12:54 AM
leonardomir@msn.com

en la página de la Liga Comunista organización a la que pertenece Rolo Astarita y el que suscribe se encuentran valiosos documentos teóricos, económicos, históricos y políticos. Hay otros documentos que se publicaron en la Revista "Debate Marxista" que habría que digitalizarlos y publicarlos.
La página del G.P.M. es imperdible http://www.nodo50.org/gpm/

En relación a Sexta Tesis discrepo contigo, a mi criterio se trata de un neo estalinismo cubierto con ropajes modernos y pseudo superadores. Si es de tu interés puedo pasarte la correspondencia que mantuve con ellos en torno su "Crítica de la ley de la negación de la negación" y en torno a "El hombre nuevo".

Saludos.

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para leo
Por I - Wednesday, Jan. 26, 2005 at 2:50 AM

dos cosas: si pasas algo sobre los de 6tesis te lo agradezco; esa critica tuya a esa critica suya de la ley de la... (igual me parece que tienen ciertos analisis buenos indudablemente)
segundo, te paso este articulo, segun veo algo viejo del PO en el que citan a Astarita (por ahi vi que estuvo antes en el MAS y que también estuvo en la LSR), bienvenidos los comentarios:

EDM 23 - Marzo 99

Laclau, Astarita y Tarcus
Una cruzada contra el socialismo


No es la primera vez que sucede, pero Octubre hoy (1), de Ezequiel Adamovsky, vuelve a probar que la intelectualidad de la cosmopolita Buenos Aires regularmente llega con algunos años de retraso a las modas intelectuales que recorren el mundo.

Adamovsky nos presenta un conjunto de entrevistas con el objeto de indagar "un balance retrospectivo de la idea comunista y de la experiencia soviética, y la relación de ambos con la historia de la tradición socialista". Así pasan por sus páginas, entre otros, el historiador británico Robin Balckburn, editor de la New Left Review; el argentino Ernesto Laclau y el ruso Boris Kagarlitsky.

Para desgracia de Adamovsky, su libro aparece a fines de 1998, es decir, doce años después del inicio de la perestroika, ocho años después del ascenso de Yeltsin al poder y, no menos importante, un año y medio después de la ya famosa devaluación del bath tailandés. Es decir, que Adamovsky nos entrega una ‘indagación’ sobre las causas del fracaso del ‘comunismo’ cuando lo que ha vuelto a ponerse al día, si no al rojo vivo, es la completa impasse del régimen capitalista mundial.

Después de una década de ‘mercado’, ‘democracia’ y ‘nacionalismo’, Rusia se encuentra hoy infinitamente peor que en 1986: acumula quince años de continua caída de la producción; luego del derrumbe de agosto, su PBI se ha reducido a 125.000 millones de dólares, el 40% del argentino, en tanto su presupuesto anual de gastos ha caído por debajo del de Nueva York. Desde el punto de vista de las masas, esta barbarie puede sintetizarse en sus estadísticas demográficas, que muestran el caso único en el mundo moderno de una expectativa de vida que cae y de una tasa de mortalidad que aumenta en todos los segmentos sociales (por sexo, por edad) (2). Pero, al mismo tiempo, asistimos al hundimiento de naciones enteras –Indonesia, Corea, Brasil– que eran presentadas hasta hace poco como el ejemplo del capitalismo triunfante en la periferia. En estas circunstancias concretas, continuar rumiando sobre el ‘fracaso del comunismo’, haciendo completa abstracción del derrumbe de la Rusia restauracionista y de la economía mundial capitalista como un todo, es una capitulación ideológica frente al terror ‘mediático’ sembrado por el imperialismo mundial.

En este sentido, el libro de Adamovsky aparece incluso claramente démode. Sale a la luz en una etapa en que esa ofensiva ideológica y política del imperialismo ha comenzado a diluirse y a mostrar, cada vez más abiertamente, el carácter ilusorio del ‘fin de la historia’, entendido como la clausura de la época socialista revolucionaria abierta por la Revolución de Octubre de 1917. Pero el objetivo a que apunta este libro de entrevistas a ‘izquierdistas’ es, precisamente, declarar la inviabilidad histórica de la revolución proletaria y del comunismo.

El hilo conductor del libro son las preguntas que Adamovsky formula a sus entrevistados y que el propio autor sintetiza en la Introducción: "la impasse actual de la lucha radical por la emancipación social echa dudas sobre una Historia centrada en este motivo. Particularmente, se encuentra fuertemente cuestionada la idea de que la clase obrera sea el sujeto emancipatorio o de que exista una emancipación (así en singular) posible…". Adamovsky manda, de este modo, al paredón a toda la cultura greco-judía, cuyo tema central es esa emancipación (desalienación) humana.

El autor/compilador invita a sus entrevistados a ‘repensar´ (es decir, a ‘despensar’) la Revolución de Octubre, la experiencia comunista, el papel de la clase obrera en la sociedad actual y la teoría marxista a partir de una conclusión exactamente determinada a priori, es decir de un prejuicio: "la posibilidad de concebir un bloque simbólico-social-no homogéneo como posible sujeto de un proyecto socialista".

Para ello, Adamovsky propone una ‘re-escritura de la historia de Octubre’ sobre la base de cuatro ítems. Uno, "una condena sin ambiguedades a ciertos métodos dictatoriales usados por los bolcheviques y al reconocimiento que tuvo la concepción leninista del Partido en la posterior burocratización de la experiencia soviética". Segundo, "abandonar la concepción tan arraigada dentro de la tradición socialista según la cual existe una relación necesaria e inmediata entre el lugar de un sujeto en las relaciones de producción y su identidad. No existe ningún motivo a priori por el cual un sujeto deba pensarse como partícipe de una clase". Tercero, "es necesario reconsiderar la manera en que la identidad de clase fue articulada con otras: las (varias) identidades nacionales, religiosas y étnicas presentes en el ’17, la identidad de género, la identidad campesina, etc.". Cuarto, "resulta fundamental reinscribir al Partido Bolchevique en la historia de la tradición revolucionaria rusa. En la larga gestación y difusión de la conciencia revolucionaria que produjo a la Revolución de Octubre, este partido fue uno más entre varias organizaciones socialistas (de hecho, bastante pequeño)". El propósito político del compilador es tan claro que en seguida se ataja: "las propuestas que quedan aquí expresadas, dice, no significan escribir una nueva historia antibolchevique de la Revolución Rusa"…

Adamovsky no emprende una crítica contra la degeneración stalinista de la URSS sino contra la Revolución de Octubre, fingiendo ignorar que la posibilidad de la contrarrevolución, de la degeneración y de la restauración han estado presentes en todas las transformaciones históricas, por lo menos desde las guerras médicas, en los siglos sexto y quinto anteriores a la ‘era cristiana’. Para Adamovsky, la Revolución de Octubre necesariamente debía conducir a la dictadura staliniana, sin preocuparse por aclarar si la revolución francesa debía conducir necesariamente a Napoleón y a la restauración de Luis XVII; o si la inglesa de 1640 a la restauración de Carlos II y luego a la monarquía constitucional.

En lo que llama sus "líneas generales para la escritura de la historia de Octubre", Adamovsky liquida (pero sólo por escrito) la idea de que la clase obrera sea el sujeto histórico del socialismo y pone en su lugar (pero sólo por escrito) a la remanida colaboración de clases. Silogismo mediante, Adamovsky niega luego la necesidad de la construcción de partidos obreros, de la revolución proletaria, la necesidad del Estado obrero (dictadura del proletariado), el comunismo y, en última instancia, al marxismo. No hay que olvidar que, según el mismo Marx, lo verdaderamente original de sus descubrimientos, "lo nuevo que aporté", la ‘marca en el orillo’ del marxismo, fue la demostración de que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado, la cual no es más que la transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases (3).

Pero Adamovsky ni se molesta en considerar siquiera el sistemático fracaso de las tentativas pequeñoburguesas, no obreras, socialdemócratas o nacionalistas, es decir las emprendidas por el matusaleniano "bloque simbólico-social-no homogéneo". El hundimiento del sandinismo, el cual representó la tentativa más extrema de efectivizar ese bloque en un marco insurreccional y de guerra civil, provocó por esto mismo el extraordinario repliegue derechista de la pequeñoburguesía izquierdista en toda América Latina a partir de los ‘80.

A fuerza de tanto ‘releer’, ‘repensar’ y ‘reescribir’ la historia de Octubre, es inevitable que se vuelvan a presentar como ‘novedosos’ viejos mitos. Adamovsky y sus entrevistados ‘redescubren’ a los utopistas, a los anarquistas, a Kautsky y hasta a Duhring ( Horacio Tarcus) y a Bernstein. En esta revisión, aun así, hay algunas afirmaciones de antología, como la de Ernesto Laclau, que responsabiliza a Octubre por el ascenso de Mussolini y Hitler, con lo cual copia servilmente la tesis fundamental del revisionismo histórico alemán (Ernst Nolte, La guerra civil europea).

Es inútil recordarle a Laclau que fueron los partidos de la socialdemocracia europea los que dividieron al movimiento obrero al enfrentarlo en la Primera Guerra Mundial, alineándolo detrás de los bandos nacionales rivales, o que si al hitlerismo se lo hubiera enfrentado con los métodos démodes que Lenin y Trotsky usaron contra Kornilov y los ejércitos blancos, el mundo no habría conocido la barbarie nazi. También es inútil recordarle que la causa fundamental de la "instalación de un régimen burocrático-totalitario" fue la traición de la socialdemocracia alemana en 1918 y 1923 y la intervención militar de las potencias imperialistas ‘democráticas’ que desangró a la clase obrera rusa; o que, a pesar de la pesadísima losa de la incompetencia, la imprevisión y la corrupción de la burocracia, el monopolio del comercio exterior, la propiedad estatal y la ecomomía planificada permitieron que la URSS derrotara al nazismo y se convirtiera en una potencia industrial. O, finalmente, que la masacre de Tiananmen fue la obra de una burocracia tan anticomunista, tan restauracionista y tan partidaria del ‘mercado’… como el propio Laclau.

Para Laclau, la Revolución de Octubre habría sido la causa de todos los males de este mundo. Por eso propone ‘superar’ la idea misma de revolución –que, "en un sentido, no ha existido nunca"– para reemplazarla por "la única alternativa realista: una mezcla pragmática de control social (democrático) y mecanismos de mercado", es decir la dictadura del capital. Desgraciadamente, Laclau no ilustra acerca de las razones por las cuales su ‘única alternativa realista’ ha llevado al mundo moderno a su actual derrumbe social y político. Laclau pone en duda también que exista alguna posible "emancipación humana", es decir que reduce la condición humana al aparato digestivo.

Para llegar a sus conclusiones, el propio compilador y la mayoría de sus entrevistados se ven obligados a ‘forzar la máquina’. Fanáticos de la ‘globalización’, hacen completa abstracción de la economía y de la política mundiales en el proceso del derrumbe de la utopía reaccionaria de construir el "socialismo en un solo país" formulada por la burocracia. Por eso son incapaces de ver las causas del colapso de la URSS en la relación dialéctica entre la pretensión de superar las contradicciones creadas por un socialismo autárquico con el concurso del imperialismo, de un lado, y las contradicciones propias de la economía mundial, del otro. En consecuencia, tampoco logran ver la relación dialéctica entre esa integración creciente al orden imperialista y la resistencia de las masas contra los planes del FMI (Polonia), ni tampoco, la relación entre los movimientos de masas contra el ‘ajuste’ y la ‘flexibilización’ en el Este y en el Oeste. La función ideológica de esta metodología es evitar la caracterización del derrumbe de la URSS y de los restantes estados obreros burocratizados como una expresión de la crisis del régimen capitalista mundial en su conjunto.

Con todo, lo más notable es que, en su intento de hacer la ‘reescritura’ centroizquierdista de Octubre, Adamovsky termina en el mismo campo ideológico de la burocracia stalinista que hundió a la URSS. Sin ‘releer’ ni ‘reescribir’ nada, los burócratas rusos ya habían llegado a las conclusiones de Adamovsky con quince años de anticipación, si tomamos como punto de partida a Gorbachov, o con 43 años de avance, si consideramos la tentativa autorreformista de Kruschev en 1956.

Segunda parte: la naturaleza social de la URSS y de la Rusia actual

Adamovsky dedica un capítulo de su libro a la naturaleza social del régimen soviético. Para esto ‘conversa’ con los economistas Rolando Astarita y Ricardo Graziano sobre . Se trata de una ‘conversación’ completamente inútil: el lector buscará sin éxito saber qué piensan Astarita y Graziano sobre la naturaleza social de la Rusia actual, es decir en qué se ha transformado la vieja URSS. Ni uno ni otro atinan a dar una caracterización del régimen actual ni a descubrir cuál es el sentido de la transformación operada en la ex-URSS.

Pero no es posible saber qué es Rusia hoy sin definir qué fue la URSS, sin caracterizar a través de qué negaciones y de qué movimientos internos una formación social se transformó en otra, cuáles son las leyes internas de ese movimiento y cuáles son los elementos de ruptura y de continuidad entre una y otra. Dicho de otra manera, la Rusia actual se encontraba contenida ‘en germen’, como tendencia o como posibilidad, en las contradicciones internas de la vieja URSS.

Sobre esta cuestión decisiva, ni Astarita ni Graziano tienen nada para decir. Para ellos, la URSS fue una cosa; Rusia podría ser otra diferente o quizás la misma, pero no dicen nada. Entre ambas, no se sabe qué diablos ha pasado... si es que ha pasado algo.

Astarita define a la URSS como una "formación económico-social burocrática", donde "la burocracia era ya una capa social explotadora (...) Insisto en la explotación —necesita reforzar Astarita— porque no se trata de un problema de distribución del excedente, solamente, sino que está vinculado a relaciones de producción burocráticas, no socialistas".

Que la burocracia es explotadora no es una novedad; ya Trotsky lo había señalado en La Revolución Traicionada al explicar cómo se apropiaba de una parte creciente del ingreso nacional. Pero la ‘insistencia’ de Astarita significa que supone que existen otros mecanismos de explotación burocrática diferentes de la mera distribución. ¿La burocracia extraía alguna forma de plusvalía a la clase obrera soviética? ¿A través de qué mecanismos económicos? ¿A través de qué intercambios? Desgraciadamente, Astarita no lo explica ni podría hacerlo porque la explotación burocrática es —y sólo puede ser— una explotación distributiva, que tiene como base el lugar que ésta ocupa en el aparato del Estado que controla la producción. Se trata de una forma de explotación inestable, insegura porque, precisamente, no se apoya en la propiedad. Por eso, Trotsky pronosticó que la burocracia buscaría consolidar su posición explotadora transformándose en propietaria.

La afirmación de que en la URSS habrían existido "relaciones de producción burocráticas" es, simplemente, un contrasentido en sus propios términos. Equivale a afirmar que en la URSS existieron ‘relaciones de propiedad burocráticas’, en la medida en que éstas no son más que la expresión jurídica de las relaciones de producción. Pero precisamente lo que caracteriza a la burocracia es que no obtiene sus privilegios de la propiedad —sea a título privado o colectivo— sino del lugar que ocupa en el aparato estatal.

Esto explica que Astarita no pueda decir nada sobre la Rusia de hoy: simplemente no puede explicar los motivos por los cuales la burocracia habría marchado a la restauración del capitalismo, es decir, a la disolución de la propia formación económico social.

Astarita ni siquiera logra retomar las tesis de Burnham, criticadas por Trotsky en la década del ‘30. Burnham veía en el ‘capitalismo burocrático’ un nuevo fenómeno histórico de carácter general, que se desarrollaba simultáneamente en la URSS y en las grandes potencias capitalistas. Para Burnham, el papel creciente de los burócratas estatales (en la época del New Deal y del keynesianismo) y de los gerentes profesionales (sobre los accionistas) autorizaba a hablar de una nueva formación económico-social en la cual éstos tenían preeminencia sobre los propietarios del capital. Los países de desarrollo tardío, como la URSS, estaban obligados a pasar directamente, sin escalas intermedias, al grado más alto de burocratización, aquel que tiene como base la estatización de la economía. Esta teoría sirvió como base a numerosos trabajos —como los de Jan Tinberger— que pronosticaron una "convergencia" entre los dos regímenes sociales, el capitalista y el soviético. No es necesario abundar sobre el monumental fracaso de estos pronósticos.

Astarita empeora notoriamente estos planteos al agregarle una gruesa dosis de stalinismo. Su nueva ‘formación económico-social’ ya no tiene pretensiones de universalidad; se trataría de un fenómeno específicamente ruso: la ‘formación económico-social burocrática ... en un solo país’. En otras palabras, en una economía mundial dominada por el capitalismo, la burocracia habría logrado desarrollar una formación social original, es decir un nuevo estadio histórico del desarrollo social, de naturaleza puramente nacional. Esta fenomenal contradicción es la consecuencia del abandono del método hegeliano-marxista que analiza a las partes en relación dialéctica con el todo.

¿Cuál es la relación de esta nueva ‘formación económico-social’ con la economía mundial? ¿Es una relación anticapitalista o procapitalista o encierra a las dos contradictoriamente? Astarita ni se lo plantea; para él una cosa es una cosa y otra es otra. Al razonar antidialécticamente, haciendo abstracción del mercado mundial, Astarita deja a su ‘formación económico-social’ girando en el vacío, sin pasado y sin futuro.

Rusia hoy

Carente de una caracterización propia sobre el régimen social de la Rusia actual, Astarita ataca al Partido Obrero: "Hoy todavía hay grupos trotskistas que siguen planteando que Rusia sigue siendo un Estado obrero en descomposición. Y yo hoy critico a Trotsky pero, al lado de estas barbaridades, es un gigante del pensamiento. No puede decirse que hay responsabilidad intelectual de Trotsky porque estos descendientes hayan llegado a estas barbaridades del pensamiento". Vease bien que, para Astarita, Trotsky es un gigante solamente cuando se lo compara con los bárbaros, es decir que es casi un analfabeto o ni siquiera.

Pero el PO no ‘sigue’ caracterizando a Rusia como un Estado obrero degenerado en disolución; ha empezado a caracterizarlo así a partir de la perestroika y de la victoria de Yeltsin.

Astarita, que se ha tomado una larga década para llegar a la conclusión de que no sabía qué era la URSS y como todavía no sabe qué es la Rusia actual, se siente con autoridad para criticar al partido que fue el primero en señalar que, con el golpe de agosto de 1991, "la Unión Soviética, en tanto unidad estatal efectiva, ha dejado de existir, y lo mismo debe decirse de la URSS como un Estado obrero. Aunque la propiedad de los medios de producción continúa en manos del Estado, este hecho está vaciado de contenido desde el momento en que el régimen político es restauracionista" (4). Apenas un poco después, esta idea se completaba: "estamos ante un Estado obrero en completa disolución, es decir ante un Estado no obrero" (5).

No nos tomamos ni una década, ni un año, ni un mes, ni una semana: apenas 48 horas después del golpe dijimos, negro sobre blanco, que el estado obrero degenerado había dejado de existir. ¿Cómo puede ‘seguir siendo’ algo que ha dejado de existir, es decir, que ha dejado de ser?

No sólo indicábamos que el Estado obrero degenerado había entrado en un proceso de disolución —en dirección al capitalismo— que lo hacía a través de un gobierno pro-capitalista, un régimen político mafioso-democratizante y un aparato del Estado que seguía en manos de la burocracia que atacaba conciente y abiertamente las bases sociales del estado obrero para imponer mutaciones capitalistas a las formas de propiedad (6).

Pero bajo la Perestroika y aún después de ella, todas las tendencias trotskistas incluida aquella que por entonces contaba con Astarita en sus filas— ¡nos denunciaban porque sosteníamos que el Estado obrero había desaparecido! Para ellas, el Estado obrero seguía en pie porque la propiedad continuaba estando estatizada. Les respondíamos que bajo un régimen político restauracionista como el de Yeltsin, "la propiedad estatal (no capitalista) queda reducida a una ficción jurídica, que en la vida real sirve para la acumulación privada; si no directamente capitalista, sí introductoria del capitalismo, en la forma de reservas de divisas, créditos, licencias y mercados junto al capital extranjero" (7). Sería bueno que Astarita mostrara las pavadas que escribió una década atrás y las comparara con sus pavadas presentes.

La posibilidad de la evolución de la URSS en un sentido capitalista —es decir, la posibilidad de la disolución del Estado obrero degenerado— estaba presente en la caracterización trotskista de la naturaleza del Estado obrero. Mejor dicho, sólo a partir de la caracterización de la URSS como un Estado obrero —es decir, como un régimen transitorio entre el capitalismo y el socialismo— era posible plantear la hipótesis de la restauración del capitalismo en Rusia. Ninguno de los que impugnaron la caracterización de la URSS como un Estado obrero degenerado fueron capaces de pronosticar su posible derrumbe y la restauración del capital.

Para Trotsky, en ausencia de una extensión de la revolución mundial y de una revolución política en el interior de la URSS, la degeneración burocrática del Estado obrero debía conducir, con seguridad, a la restauración. La existencia indefinida de una sociedad transitoria entre el capitalismo y el socialismo no es viable. La restauración del capitalismo era una de las alternativas históricas planteadas por la naturaleza social contradictoria de la URSS como régimen de transición. La otra era la revolución política.

"Régimen de transición" no significa, como supone Astarita, siguiendo a su maestro Nahuel Moreno y al propio Stalin, que se trataba de "la transición al socialismo". Astarita no ha logrado superar las concepciones de la corriente a la cual perteneció: para el morenismo no había vuelta atrás; la ‘marcha hacia el socialismo’ era irreversible, sólo que la dominación de la burocracia la hacía más lenta y penosa. El morenismo nunca caracterizó a la burocracia como restauracionista; al contrario sostenía que "defendía al Estado obrero con métodos burocráticos". Identificaba al socialismo como una combinación de propiedad estatal (es de propiedad no capitalista en una sociedad con Estado, o sea burocrática) con democracia (el famoso ‘socialismo con democracia’, es decir un régimen de delegación del poder), y no, como Marx y Lenin, con la extinción del Estado (8).

Dialéctica

Astarita está en lo cierto cuando sostiene que para entender la cuestión de la URSS hay que operar a través de negaciones. Pero no, como hace él, a través de negaciones escolásticas ("no es esto, no es lo otro...") sino dialécticas (9).

¿Qué significa que la URSS era un "estado obrero"? No que fuera socialista como siempre supuso el morenismo sino que era un régimen transitorio. Lenin lo caracterizó como "un estado burgués sin burguesía"; otras veces, como un "estado no-burgués". Con el triunfo del stalinismo, el Estado obrero degeneró; tenemos, en consecuencia, un "estado no-burgués degenerado". La disolución del "estado obrero (no-burgués) degenerado", como consecuencia de los ataques a la propiedad estatal, al monopolio del comercio exterior y a la planificación por parte del propio estado y de su régimen político, significa que ese "estado obrero" (degenerado) se niega a sí mismo; es decir que deviene un "no estado obrero". En consecuencia, estamos frente a un "estado no-no-burgués". Esta doble negación es mucho más fácil de resolver en la gramática que en la vida real. La doble negación del Estado burgués —primero por la revolución proletaria; luego, la negación de ésta por la restauración capitalista— no significa que Rusia haya retornado aún al punto de partida, es decir al capitalismo.

La burocracia ha destruido al Estado obrero, pero no ha restaurado el capitalismo. El sistema capitalista es mucho más que la propiedad privada. El simple cambio de los títulos jurídicos, con toda la importancia que tiene, es por sí mismo incapaz de crear el conjunto de las relaciones sociales que están ‘adheridas’ a la propiedad privada capitalista de los medios de producción, o sea, la vigencia de una economía mercantil plenamente desarrollada. El capital es una relación social histórica; los propietarios y los no-propietarios de los medios de producción y los primeros entre sí no solo se relacionan en el mercado sino que son, históricamente o socialmente, su resultado. Las ‘reformas’ no alcanzan para definir el destino de la transición ni al régimen social como capitalista.

Los burócratas se han apropiado de las empresas, pero no han creado un proceso de acumulación, es decir, no son capital invertido; sin inversión no hay reproducción, condición elemental para la estabilidad de cualquier régimen social. Las empresas privatizadas carecen de mercados en el exterior (salvo los grandes pulpos energéticos); Rusia carece de un sistema bancario porque los bancos están quebrados (fugaron los depósitos al exterior); no tiene moneda ni circulación monetaria; las operaciones se realizan en base al trueque; Rusia carece de un sistema legal que reglamente los litigios de propiedad y hasta un sistema de contratos; las empresas no pagan el salario a sus obreros; el estado no paga salarios ni jubilaciones y los ‘empresarios’ no pagan impuestos ni sus propias deudas. No hay quiebras (aunque todas las empresas están quebradas). "Después de diez años de ‘reformas de mercado’, el mercado no es el elemento unificador de la economía rusa: ese papel lo juega la intervención directa de los estados imperialistas" (10).

Las últimas informaciones señalan que, mientras los bancos rusos han declarado la imposibilidad de pagar su deuda con los acreedores internacionales, continúan las huelgas obreras. Es todo un dato de la característica de la nueva etapa transitoria de restauración que, en algunas de estas luchas, los obreros ‘nacionalicen’ las fábricas y las pongan a funcionar bajo su control obrero (11).

Todo esto indica que el destino final del régimen social restauracionista ruso todavía no ha sido zanjado. La restauración del capitalismo está plagada de crisis catastróficas, revoluciones y contrarrevoluciones.

La etapa contrarrevolucionaria-revolucionaria abierta por la restauración rusa vale también para todos los estados obreros degenerados, es decir en disolución, como China, Europa del Este, Vietnam y Cuba.

La clase obrera rusa

En su pretensión de acumular cargos contra el trotskismo sin demostrar nada (12), Astarita la emprende contra la clase obrera rusa. Dice, sin que se le mueva un pelo, que "la clase obrera no había defendido la Unión Soviética".

Es un hecho reconocido que los obreros de todo el mundo defienden la propiedad estatal, incluso cuando ésta tiene un carácter claramente capitalista. Sin ir muy lejos, en Argentina los telefónicos fueron a la huelga contra la privatización de la ENTel estatal, al igual que los ferroviarios, los aeronáuticos, etc. Lo mismo ha sucedido en toda América Latina y en Europa.

¿Es decir que los únicos obreros de todo el mundo que no habrían defendido la propiedad estatal, que no se habrían opuesto a las privatizaciones, fueron los rusos? Astarita necesita de este recurso para ‘demostrar’ que los obreros no consideraban a la URSS como propia y que, por lo tanto, no era un estado obrero. Habría que concluir de aquí que la defensa de la ENTel por los telefónicos significa que los obreros consideraban a la telefónica estatal como propia y a la Argentina estatizada como un ‘estado obrero’.

Detrás del esquema de Astarita, existe algo que sólo puede ser calificado, con el riesgo de quedarse corto, como de una ignorancia extrema.

Todas las revueltas obreras en la URSS y en toda Europa oriental —desde el levantamiento de Berlín en 1953 a las actuales huelgas mineras de Siberia— tuvieron, sin excepción, un contenido social anticapitalista. Los obreros, desde Berlín para acá, se opusieron sistemáticamente a la aplicación de las normas de producción y de confiscaciones propias del capitalismo que pretendía imponerles la burocracia. El mayor ejemplo fue la huelga general polaca de 1980 contra los intentos de Gierek de aplicar los planes dictados por el FMI. La revolución polaca fue detonada por los ‘agentes’ del FMI.

A quienes, como hoy Astarita, niegan el fenómeno de la revolución política y disuelven la crisis (de la URSS) en términos de ‘tecnología’, ‘presión’ o ‘modelos de acumulación’, les recordábamos hace ya mucho tiempo que "fueron las luchas tenaces y persistentes de las masas en Polonia, en Hungría, en Checoslovaquia, en Alemania Oriental, las que determinaron la inviabilidad política concreta de los regímenes burocráticos". La burocracia, decíamos, lanzó la política restauracionista "antes que para resolver sus problemas económicos, como una medida de defensa contra la revolución proletaria y como un reclamo de apoyo al imperialismo contra esa revolución" (13).

La burocracia, que sobre este punto tenía una percepción mucho más clara que Astarita, se vio obligada a dar cuenta de este ‘problema’ a la hora de proceder a la privatización de la economía estatal. Por eso recurrió a un mecanismo sui generis: distribuyó gratuitamente entre toda la población rusa un ‘voucher’ (cupón) que le daba derecho a una porción de la propiedad estatal. Esta ‘privatización’ fue muy criticada de palabra por el capital mundial, pero fue apoyada en la práctica ante la necesidad de mantener ante los obreros la ficción de que ellos podían mantener el dominio de las fábricas privatizadas. Comenzó luego un proceso demoledor de desorganización económica para obligar a los obreros a desprenderse de los ‘vouchers’ para poder subsistir. Esto explica también el papel esencialmente financiero y bancario del ‘capitalismo ruso’, ya que fueron los bancos, tanto ‘rusos’ como internacionales, los que concentraron la ‘compra’ a precios de regalo de esos cupones.

El temor de la burocracia a la reacción obrera se explica porque todas las luchas obreras tuvieron el contenido social de la defensa del estado obrero (o de lo que quedaba de él) contra su destrucción por la burocracia. La tesis de Astarita según la cual ‘la clase obrera no defendió a la URSS’ está refutada por dos décadas y media de levantamientos obreros en el Este, cuando en Occidente se pasaba por un período de mayor estabilidad económica.

Ocurre que la corriente de la que proviene Astarita, el morenismo, siempre sostuvo que la revolución política tenía un carácter exclusivamente superestructural, formal, democratizante, es decir, privado de todo contenido social. Astarita, como Moreno, conciben la degeneración del estado obrero como un fenómeno puramente político (ausencia de democracia soviética) y no como una degeneración social (tendencia a la restauración). La revolución política —es decir, la regeneración de la dictadura del proletariado— es, sin embargo, un fenómeno histórico, político y social, aunque no se planteara modificar el carácter estatal de la propiedad (14).

La lucha contra la restauración capitalista no sólo está presente de manera objetiva en las huelgas que hoy recorren a toda Rusia. También lo está en forma subjetiva en la capa más politizada y consciente de la clase obrera. Ya se ha mencionado que, en ciertas regiones rusas, los obreros en huelga ‘nacionalizan’ las fábricas. Pero hay otras expresiones muy significativas, como las del comité de huelga de la fábrica automotriz de Samara, que a mediados del año pasado emitió un manifiesto en el que denunciaba a la "mafia de comunistas y demócratas" y reclamaba, textualmente, que "todo el poder debe ser transferido a las manos de los comités de huelga revolucionarios, que serán plenamente responsables ante las asambleas obreras". El manifiesto de Samara terminaba así: "Abajo los comunistas y los demócratas. Viva el poder obrero. Viva la revolución" (15).

Esta es la clase obrera que, según Astarita, no defendió al Estado obrero.

Crisis mundial

Cualquier análisis un poco serio muestra que, de la degeneración y la destrucción del estado obrero, Rusia ha pasado sin escalas a la barbarie. ¿Cuál es la razón por la cual la burocracia y el imperialismo no han podido establecer en Rusia relaciones plenamente capitalistas?

"La razón de fondo —explicábamos hace ya un tiempo— es que la producción (rusa) es excedentaria en el mercado mundial, sobresaturado de mercancías (…) La ‘asimilación’ de la privatizada industria rusa al mercado mundial —y consecuentemente, la plena transformación capitalista de Rusia— requeriría un mercado mundial en expansión, capaz de recibir sus mercancías y abrir un curso de desarrollo productivo e industrial. Así se extendió históricamente el capitalismo por el mundo. El carácter destructivo y parasitario que ha asumido la ‘transición’ rusa obedece, en cambio, a una de las características esenciales de la crisis capitalista, de la cual la propia ‘transición’ es un componente fundamental: la destrucción de una parte sustancial de la capacidad productiva instalada a nivel mundial" (16).

El carácter inconcluso del proceso político y social restauracionista de Rusia se puso abiertamente de manifiesto en ocasión de la cesación de pagos declarada por Yeltsin a mediados del año pasado. Entonces quedó en claro que "el régimen de la oligarquía restauracionista ha llegado a su fin con la bancarrota de sus bancos y el choque abierto con la banca occidental con motivo del congelamiento de la deuda pública y externa. Las alternativas fundamentales son: una restauración capitalista bajo comando extranjero y un gobierno cipayo, o una nueva revolución socialista, lo que exige una maduración excepcionalmente rápida de la clase obrera (…) En ausencia de una revolución socialista, Rusia puede sufrir una desintegración nacional (que) llevaría a una crisis mundial sin precedentes, ya que se desataría un enfrentamiento político mayor por el reparto de los despojos rusos" (17).

Bajo otras condiciones políticas y sociales, vuelven a plantearse, nuevamente, las mismas alternativas fundamentales que ante el colapso de la perestroika y el golpe de agosto de 1991: revolución o contrarrevolución, la restauración capitalista o una nueva revolución social y una revolución política. En última instancia, la crisis mundial es lo que confiere un carácter abierto al destino del restauracionismo y lo que, en consecuencia, define a Rusia como un "estado obrero degenerado en disolución".

Notas

1 . Ezequiel Adamovsky, Octubre hoy. Conversaciones sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto y 80 de la Revolución Rusa; Ediciones El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1998. Todas las citas, a excepción de las que se indican aparte, pertenecen a este libro.

2 . Ver Luis Oviedo, "El carácter social de la Rusia actual"; en En Defensa del Marxismo, N° 18, octubre de 1997.

3. Carlos Marx, Carta a Weydemeyer (5 de marzo de 1852), en Correspondencia, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973.

4 . Jorge Altamira, "Revolución y contrarrevolución en la URSS", en Prensa Obrera, N° 339, 29 de agosto de 1991.

5 . Jorge Altamira, "Adónde va la ex URSS", en Prensa Obrera, N° 348, 28 de diciembre de 1991.

6 . Un anticipo práctico del planteo de la destrucción del Estado obrero por la burocracia soviética lo formulamos en ocasión del golpe que llevó a Jaruzelsky al poder en Polonia en 1983: "la disolución de hecho del PC y la militarización del Estado, de un lado, y la vinculación de la masa obrera a Solidaridad, del otro, configura una situación muy instructiva para la comprensión del Estado obrero burocrático. Es que aquí no queda duda del carácter no obrero del aparato del estado y su semejanza extraordinaria con las dictaduras militares burguesas. El caso extremo de Polonia revela el carácter no obrero de todos los aparatos del estado de los Estados obreros y su semejanza con las formas totalitarias de dominación fascista (…) El carácter ‘obrero’ del Estado (sólo) está dado (aquí) por el carácter del régimen de propiedad estatal, no privado. Un régimen burocrático cuya función no esté ligada al régimen de propiedad estatal no configura un estado obrero…" (Prensa Obrera, N° 43, 15 de diciembre de 1983).

7. Idem anterior.

8. Nahuel Moreno desarrolló abusivamente estas ‘ideas’ en su libro "La dictadura revolucionaria del proletariado". Ver la crítica formulada por Aníbal Romero en En Defensa del Marxismo, nº 13, julio de 1997.

9. No es casual que, en la crítica a las posiciones de Astarita sobre la naturaleza de la URSS, nos veamos obligados a señalar, reiteradamente, el carácter antidialéctico de su pensamiento. Esto porque, como señalara Trotsky en la discusión de mediados de la década del ‘30 contra los que dentro del trotskismo norteamericano levantaban posiciones similares a las de Astarita, la cuestión de la URSS, por su naturaleza contradictoria, pone a prueba la capacidad dialéctica de los individuos y los partidos.

10. Prensa Obrera, N° 498, 13 de junio de 1996.

11 . Ver Jorge Altamira, "Renacionalizaciones en Rusia", en Prensa Obrera, nº 617, 25 de febrero de 1999.

12 . En este camino, no duda en ‘truchar’ las citas de Trotsky. Astarita dice que "Trotsky llega a plantear, en La Revolución Tracionada, que El Capital de Marx se había demostrado en la práctica con la planificación soviética" para impugnar la tesis, que falsamente le adjudica a Trotsky, de que "hay cierto impulso pro-socialista en la estatización por sí misma" y "que la estatización y la planificación económica –aún burocrática– permitía un gran desarrollo en la URSS".

Lo que dice textualmente Trotsky es que "el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital sino en una arena económica que constituye la sexta parte del globo". Es decir, que la todavía corta experiencia soviética, en condiciones de guerra civil y de aislamiento internacional, era un anticipo, un adelanto, una ‘entrega a cuenta’ de las posibilidades de la planificación. Esto es muy distinto a decir que El Capital se materializó en la planificación soviética. Que Trotsky sólo podía plantear la cuestión de esta manera salta a la vista si se lee la idea que escribió inmediatamente a continuación de la que Astarita tergiversa: "Aún en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior, quedaría como prenda de porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia" (La Revolución Traicionada, Editorial Crux, La Paz, sin fecha).

Por cierto, la dictadura de la burocracia destruyó la planificación, pero responsabilizar por esto a Trotsky —el primero en señalar su naturaleza destructora del Estado obrero— tiene la misma ‘profundidad’ que acusar a Lenin por el ascenso del stalinismo.

13 . Jorge Altamira, "La crisis mundial. Informe al V° Congreso del Partido Obrero"; en En Defensa del Marxismo, n° 4, setiembre de 1992.

14. Es claro que Astarita es más que nunca un morenista. Pero no se piense que es un morenista ‘pasado’; es un morenista ‘orgánico’ como lo revela el hecho de que su ‘evolución’ ideológica corre paralela a la de la propia organización a la que perteneció. Así, Astarita reivindica los planteamientos abiertamente antitrotskistas que formuló el dirigente del Mas Andrés Romero acerca de la naturaleza de los Estados obreros burocratizados (ver la crítica de Archibaldo Mompez, "¿Existió la Revolución de Octubre?", en En Defensa del Marxismo, Nº 17, julio de 1997.

Astarita y Romero comparten la tesis de que la URSS no era, desde la década del ‘30, un estado obrero degenerado; que la burocracia había creado nuevas relaciones sociales y nuevas formas de explotación; y, finalmente, que ‘Trotsky se equivocó’ porque la estatización de los medios de produción no alcanza para definir el carácter obrero de un Estado. Olvidan que este criterio ‘económico’ era de Moreno, no de Trotsky. Para éste, la URSS era un estado obrero no simplemente porque la economía estuviera estatizada sino porque esa estatización era el resultado de la expropiación de la burguesía por la revolución proletaria.

Esta coincidencia política de fondo entre un declarado crítico de Trotsky (Astarita) y un dirigente del Mas (Romero) es una clara indicación política de que esta vertiente morenista marcha aceleradamente a renegar formalmente del trotskismo (en la práctica ya lo ha hecho hace mucho).

15 . Reproducido en Prensa Obrera, nº 586, 28 de mayo de 1998.

16 . Luis Oviedo, "El carácter social de la Rusia actual"; en En Defensa del Marxismo, n° 18, octubre de 1997.

17 . Jorge Altamira, "Rusia o la bancarrota del capitalismo mundial"; en Prensa Obrera, n° 599, 3 de setiembre de 1998.

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Por che leo mir - Monday, Jan. 31, 2005 at 7:24 AM

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encontre otra
Por che leo mir - Monday, Jan. 31, 2005 at 7:34 AM

http://www.rebelion.org/internacional/rubiales201201.htm

y buscando en google hay otras cosas, como una respuesta a la critica que ace al p.t. etc.

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