Nacionalismo y guerra en la ex Yugoeslavia
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¿UNA MALDICIÓN SOBRE LOS BALCANES?
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Nacionalismo y
guerra en la ex – Yugoslavia |
Autor : Goran M. Fecha : (
30-Enero-2005 ) Categoria : Historia
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l baño
de sangre que tuvo lugar en la antigua Yugoslavia durante la última
década se ha interpretado de muchas formas diferentes y por
distintos teóricos burgueses. El único hilo común a todas estas
perlas de sabiduría fue en alguna ocasión la ingenuidad, en su mayor
parte bien calculada, y el interés en extender prejuicios y
estupideces. En un intento de explicar la continua guerra, los
medios de comunicación recurrieron a lo “étnico”, “religioso”,
“civil” y en algunos casos incluso “tribal”. Como marxistas,
luchamos contra estas malas interpretaciones que surgen de una falta
de comprensión de las causas y la naturaleza de la oleada de
violencia que asoló los Balcanes durante los años noventa.
Hoy, bajo la influencia de la derecha, la ruptura de
Yugoslavia es utilizada comúnmente como prueba de que un estado
multiétnico es una utopía en los Balcanes y que cualquier intento de
establecer el socialismo finalmente llevará al desastre. Nosotros
entendemos que la cuestión nacional es sólo una excusa para las
guerras que desmembraron Yugoslavia, guerras que en primer lugar
fueron guerras de clase. Representaron el esfuerzo colectivo
de las burocracias estalinistas locales y el imperialismo contra la
clase obrera yugoslava en su conjunto, un esfuerzo que no tenía
raíces reales en la religión o la nacionalidad. Para comprender esta
idea es necesario mirar el desarrollo histórico de los Balcanes.
Formación tardía de los estados nacionales
Cualquiera que tenga oportunidad de viajar por
estas tierras consideradas tradicionalmente como parte de la
Península Balcánica (las repúblicas ex – yugoslavas, Bulgaria, la
parte europea de Turquía, Albania y Grecia), puede atestiguar que
esa es una zona diferenciada de Europa con una herencia, historia,
población y costumbres relativamente similares. Por otro lado, esta
zona geográfica está dividida con numerosas fronteras estatales
creadas artificialmente, con religiones diferentes y chovinismos
locales.
La superficie total de los Balcanes es tan
grande como Alemania o España. Sin embargo, esta región del sureste
europeo tuvo un desarrollo histórico particular que la separa de los
países europeos occidentales industrializados. A pesar de la lógica
económica del capitalismo, esta región nunca consiguió desarrollar
un mercado común unificado. Europa sufrió una transformación
drástica en los siglos XVIII y XIX con la aparición en la escena
mundial de una nueva clase: la burguesía. La burguesía jugó un papel
progresista en esa época porque consiguió derribar las estrechas
fronteras feudales y formar estados nacionales modernos.
Los Balcanes, sin embargo, entraron en la escena
histórica atascados entre los imperios austro-húngaro y otomano (y
más tarde la Rusia zarista), bastiones de la reacción en una Europa
revolucionaria que en su zona sureste mantuvo el estrecho grillete
del atraso feudal.
A principios del siglo XIX, con
los primeros síntomas de deterioro del una vez poderoso Imperio
Otomano, aparecieron los primeros intentos de crear estados
nacionales independientes en los Balcanes. Las burguesías locales,
en comparación con sus homólogas occidentales, eran muy débiles y
estaban formadas principalmente por pequeños comerciantes, unidos
orgánicamente a la oligarquía feudal y totalmente dependientes de
apoyo de las fuerzas imperialistas, independientemente de si
procedían del este o el oeste. Después de la retirada del Imperio
Otomano, la Rusia zarista fue especialmente perniciosa para el
destino de sus “hermanos”. Jugó un papel importante como
“protectora” de los eslavos. Desde el otro lado, el Imperio
Austro-Húngaro comenzó su colonización disfrazada de ilustración
cultural y de una misión histórica de liberar la península del
atraso turco. León Trotsky pasó parte de su vida viajando por los
Balcanes como corresponsal de guerra para el diario ruso
Kievskaya Mysl, describiendo con las siguientes palabras la
astuta política austriaca:
“La política de Austria en
los Balcanes combina naturalmente la rapiña capitalista, la
obtusidad burocrática y la intriga dinástica. El policía, el
financiero, el misionero católico y el agente provocador se reparten
el trabajo entre sí. Todos juntos están llamados al cumplimiento de
una misión cultural”. (León Trotsky. The Balkan Wars. p. 44).
Las Guerras Balcánicas (1912-1913), en las cuales la
joven burguesía balcánica aunó fuerzas para echar a Turquía hacia el
este, más tarde se convirtieron en guerras de liberación nacional y,
al mismo tiempo, conquistas imperialistas depredadoras destinadas a
capturar territorios y a las pequeñas poblaciones que dejaba Turquía
tras de sí.
Los principales participantes en esta
conquista fueron Serbia, Bulgaria, Montenegro y Grecia, todas ellas,
como buitres, tomaron algunos pedazos del antiguo Imperio Otomano.
Serbia, por ejemplo, “recuperó” el control sobre la zona conocida
como “Antigua Serbia” ¾ hoy
Kosovo ¾ , entró en el
norte y centro de Macedonia mientras el ejército de Montenegro
tomaba Sandzak y llegaba a Albania. Una vez que terminaron con
Turquía, las clases dominantes serbia y búlgara comenzaron a luchar
entre sí para tomar el control de los territorios recién
“liberados”. Durante esta época de continuo cambio de fronteras
nacionales, los ejércitos nacionales emprendieron las llamadas
limpiezas étnicas en un intento de crear artificialmente estados
nacionales. Sin embargo, en el contexto europeo, las clases
dominantes de los Balcanes aún eran pequeñas. Las potencias
imperialistas utilizaron los nuevos estados balcánicos como peones
de ajedrez para acabar con el imperio turco y, al mismo tiempo,
controlar estrictamente el crecimiento de cada uno de ellos. Tan
pronto como parecía que uno de ellos potencialmente se podía
convertir en una potencia regional, cortaban sus aspiraciones y
reorganizaban las fronteras según sus propios deseos. A Albania se
le entregó su “soberanía” en una conferencia de paz celebrada en
Londres como una forma de evitar su ascenso frente a Serbia y de
este modo obtener una salida al Mar Adriático.
Como
marxistas, basándonos en el materialismo histórico, no vemos la
nación como un “un estado de espíritu eterno” de cierto grupo de
personas. Si en 1839, por ejemplo, el Lazar serbio daba una orden en
los campos de Kosovo diciendo: “¡Adelante serbios!”, los caballeros,
que se reunían alrededor de las cruces cristianas, y sus nobles
locales parecían no entender nada. La “nación” y, por lo tanto, el
nacionalismo, son categorías y productos históricos de las
revoluciones burguesas y la creación de estados nacionales. En
contraste a la percepción metafísica, nosotros somos conscientes de
que en el fondo lo que unifica a pueblos diferentes en una misma
nación con un idioma y cultura similares, es un largo período de
vida conjunta bajo la misma formación económica capitalista. Lo
mismo ocurrió con los pueblos coloniales esclavizados de África y
Asia donde la explotación imperialista de diferentes pueblos provocó
el surgimiento por la fuerza de una nación unificada.
Los numerosos ocupantes, la ausencia de un mercado
común, la división de territorios y los continuos cambios de
fronteras, impidieron un proceso de desarrollo similar en los
Balcanes y, por lo tanto, creó las condiciones previas para las
divisiones, el atraso económico y la carnicería étnica que ha hecho
famosa a esta región. De la misma manera que en Oriente Medio, las
fronteras en los Balcanes son creaciones artificiales ideadas en
salas de conferencia llenas de humo donde las potencias
imperialistas dividen de manera perversa poblaciones enteras. Los
Balcanes eran y siguen siendo una semicolonia dentro de Europa.
Después de la retirada de Turquía, la política
económica de Austria fue dirigida conscientemente a impedir
cualquier desarrollo de una base industrial independiente en los
países balcánicos vecinos. Los bajos aranceles para los productos
agrícolas y el ganado hicieron que las economías de estos países
permanecieran atadas y dependieran de Austria para los productos
industriales elaborados. Los desfavorables términos comerciales y
las concesiones sobre los recursos naturales locales garantizadas
por la obediente aristocracia y burguesía balcánica, convirtieron
esta región en un lisiado económico a la cola del resto de Europa. A
principios del siglo XX la región en su conjunto contaba con sólo el
2,5 por ciento de la producción industrial europea. La mayor parte
de la industria estaba relacionada con el procesamiento básico de
los productos agrícolas y concentrada en las zonas occidentales de
la región. El 80 por ciento de la población estaba formada por
campesinos atados con relaciones feudales a la tierra y los kulaks.
“Yugoslavia” como creación imperialista
La lógica económica del desarrollo capitalista
llevó a las clases dominantes de los estados balcánicos a la
creación de un mercado más amplio, con la intención de romper el
estrecho sistema y permitir un mayor crecimiento de las fuerzas
productivas. Esta tendencia, reflejada en los intentos de crear una
“Gran Bulgaria” o una “Gran Serbia”, fortaleció a los chovinistas
locales y provocó enfrentamientos sangrientos. Por otro lado, la
idea del paneslavismo se extendió y popularizó durante un cierto
período, pero en realidad era sólo una fachada que escondía la fea
cara de la Rusia zarista y sus intereses en la región. La mezcla de
intereses de las diferentes fuerzas imperialistas también jugó un
papel en la inestabilidad de la estructura estatal. Con constantes
golpes de estado, derrocamiento de dinastías, asesinatos, etc., los
Balcanes se convirtieron en el centro global de la intriga y un
lugar donde estos terremotos políticos cotidianos se explicaban
mediante teorías conspirativas.
La población de los
Balcanes se encontró una vez más en bandos diferentes en la Primera
Guerra Mundial. Bulgaria se alineó con las potencias del Eje en un
intento de recuperar los territorios perdidos en las conferencias de
paz después de las Guerras Balcánicas, mientras que Serbia se puso
al lado de los Aliados y salió del matadero como “ganador” pagando
un precio terrible en sangre. Con el colapso de la monarquía
austro-húngara, se planteó la cuestión de qué hacer con los
territorios que estaban bajo su dominio en los Balcanes
occidentales. Como precio por sacrificar a su propia población, la
monarquía serbia consiguió jugar el papel de policía en el monstruo
de Frankenstein creado por el imperialismo: Yugoslavia. Como un
intento de resolver de alguna manera la cuestión nacional en la
región, las potencias victoriosas decidieron construir una nueva
nación en el corazón de los Balcanes.
Por supuesto,
esta tarea histórica era imposible de conseguir con un decreto desde
arriba y el estado recién formado, no consiguió resolver ninguno de
los acuciantes conflictos nacionales ni apartar la región de su
herencia medieval. La burguesía serbia demostró ser totalmente
incapaz de desarrollar las fuerzas productivas y unificar a los
diferentes pueblos que vivían en la zona, esto la hizo incapaz de
cumplir la misión histórica que le había asignado el imperialismo.
Los socialistas de la época etiquetaron correctamente a la primera
Yugoslavia como un “calabozo de los pueblos”.
En
época de crisis económica mundial y con una posición de partida
pobre, las perspectivas para desarrollar una democracia
parlamentaria burguesa moderna eran mínimas. La monarquía serbia
tuvo que gobernar de una manera autoritaria, prohibiendo los
partidos políticos y suprimiendo las diferentes nacionalidades y
derechos culturales. En esta atmósfera, creció la resistencia de las
burguesías croata y eslovena que se apoyaron en las masas campesinas
dentro de sus repúblicas desarrollando tendencias chovinistas para
contrarrestar a Belgrado y su centralización del poder. El rearme y
las renovadas ambiciones de la clase dominante alemana durante los
años treinta sólo sirvieron para empeorar la situación. El futuro de
la burguesía Yugoslava estaba sellado.
La Segunda
Guerra Mundial
La burguesía demostró ser
totalmente incapaz y poco dispuesta a defender el territorio
controlado por el ejército invasor nazi. Una parte de la burguesía
junto a la familia real tomaron las maletas y escaparon a occidente
donde los esperaban sus cuentas bancarias. La capa más reaccionaria
de la clase dominante se puso entusiastamente al servicio de las
fuerzas ocupantes.
Las fuerzas armadas yugoslavas no
hicieron nada y la ocupación se completó en once días. Partes de la
clase dominante de cada una de las nacionalidades formaron sus
propias unidades armadas que, directa o indirectamente, estaban bajo
el mando de los nazis. Los estragos de la limpieza étnica
aparecieron una vez más. Al ver que el proyecto de una burguesía
unificada yugoslava de nuevo hacía aguas, las burguesías locales
comenzaron a intentar establecer sus propios estados nacionales
pequeños bajo protección extranjera. Con el apoyo de los fascistas
alemanes e italianos se instauró un régimen fascista títere en
Croacia, éste inmediatamente comenzó un genocidio contra los judíos,
los gitanos y los comunistas serbios y croatas. En Serbia, el
gobierno de Milan Nedic y los escuadrones militares de Dimitrije
Ljotic, con la excusa de “salvar la nación serbia” ayudaron a los
nazis a apresar a los judíos y abiertamente participaron en el
genocidio. Belgrado fue la primera ciudad de Europa que fue
declarada “judenfrei” [libre de judíos]. Por otro lado, parte de la
casta de oficiales del ejército serbio decidió formar una fuerza
armada independiente, el llamado movimiento chetniks, que
supuestamente representaban la parte “antifascista” de la burguesía
serbia y leal al rey en Londres. Otras nacionalidades también tenían
sus propias bandas armadas pro-fascistas, por ejemplo, la milicia
musulmana de Bosnia bajo la cobertura de la Ustashe o las bandas
albanesas de Balli Kombetar en Kosovo respaldadas por los italianos.
La única alternativa a toda esta locura en forma de
movimiento guerrillero vino de la dirección del Partido Comunista
Yugoslavo. El movimiento de la clase obrera tenía profundas raíces
en los Balcanes. Junto con la masa de campesinos se desarrolló una
joven clase obrera en las ciudades, ésta rápidamente adoptó el
pensamiento más progresista de occidente, de la misma manera, desde
los inicios del siglo XX se fundaron también los primeros partidos
socialdemócratas. La Revolución de Octubre en Rusia encontró un gran
eco entre la juventud, los trabajadores y los campesinos de los
Balcanes. El rápido avance económico entre las dos guerras
mundiales, la reforma agraria y un progreso social y cultural más
amplio en la Unión Soviética, gracias a la economía planificada, se
convirtieron en una alternativa atractiva a la depresión capitalista
y el atraso feudal.
Inmediatamente después de la
Primera Guerra Mundial, el Partido Comunista consiguió una gran
popularidad en Yugoslavia. En 1920 el partido tenía 60.000
militantes y fue tercero en las elecciones de ese año con el 12% de
los votos. Sin embargo, en el período posterior de depresión, el
partido se vio obligado a trabajar en la clandestinidad. Los
comunistas eran perseguidos, la dirección fue encarcelada, liquidada
o se tuvo que ir al exilio. No sólo cambió el partido por la presión
de la clase dominante yugoslava. El fortalecimiento de una capa
burocrática privilegiada en Rusia durante los años veinte y treinta,
personificada en la figura de José Stalin, convirtió la
Internacional Comunista y todas sus secciones en seguidores
obedientes de sus órdenes. No había una línea política clara
constante. En lugar de avanzar en la perspectiva de la revolución en
cada país, los partidos nacionales fueron utilizados por las
manipulaciones según los intereses de la política exterior
estalinista y la construcción del socialismo en la “Madre Patria”.
El partido yugoslavo no escapó de este proceso de
degeneración política y regularmente sufría purgas y pérdidas de
democracia interna. El propio Josip Broz Tito llegó a la jefatura
del partido en una de estas purgas estalinistas después de la
liquidación de su anterior dirigente, Milan Gorkic. A pesar de todo,
bajo la dirección de un organizador con talento como era Tito, el
partido consiguió construir una sólida red clandestina y con varios
cuadros experimentados. Al inicio de la ocupación contaba con 12.000
militantes clandestinos y unos 30.000 jóvenes comunistas organizados
en una sección juvenil separada: SKOJ.
Después de la
invasión se crearon pronto unidades armadas. Sin embargo, a pesar
del ambiente popular dentro de la militancia y la disposición a
luchar, la decisión de iniciar una lucha activa se retrasó. El papel
que Moscú dio inicialmente a los partisanos fue el de una pequeña
fuerza guerrillera cuyo deber era ralentizar el avance del ejército
alemán, no tenía que llevar a cabo la liberación nacional, ni hablar
de revolución social. Stalin todavía tenía su pacto con Hitler y
estaba intentando evitar la inevitable invasión alemana. Sólo
después del ataque a la Unión Soviética se dio luz verde para
iniciar una lucha abierta.
¿Qué tipo de lucha fue y
cuál fue su línea política? Según la orientación de la Internacional
en ese momento, la táctica del Frente Popular era la obligada para
los comunistas que supuestamente luchaban contra el fascismo junto
con el sector “progresista” de la burguesía. ¿Cómo se concretó esta
táctica en el caso de Yugoslavia? Los partisanos supuestamente
tenían que luchar unidos con el movimiento chetnik del general Draza
Mihailovic y juntos dirigir la lucha de “liberación nacional”. En
este contexto, la “liberación nacional” significaba echar al
ocupante sin ningún tipo de cambio de las relaciones socioeconómicas
existentes en el país. Durante la guerra, Moscú reconoció
oficialmente al gobierno provisional yugoslavo en Londres y a la
corona como representantes oficiales de la población yugoslava.
Radio Moscú regularmente otorgaba el mérito de las exitosas acciones
partisanas a los chetniks, seguía la línea oficial Aliada de
reconocer al movimiento chetnik como el movimiento antifascista
oficial dentro de Yugoslavia. Los chetniks disfrutaban del apoyo
político, económico y logístico de Washington, Londres y Moscú. La
Unión Soviética se negó hasta 1944 a dar ayuda material a las
unidades de Tito. El imperialismo mundial, la burocracia soviética y
Tito llegaron a un acuerdo silencioso. Después de la liberación, el
rey y su banda de políticos regresarían al país y las cosas
continuarían como de costumbre, mientras Tito y Moscú se
contentarían con poner fin a la existencia clandestina y con que el
Partido Comunista tuviera una fuerte presencia en el parlamento
yugoslavo. Sin embargo, todo el mundo, incluidos los nazis,
infravaloraron el factor más importante en la ecuación: las masas
yugoslavas.
El movimiento partisano resultó ser muy
popular. Propagando la igualdad nacional y explotando el amplio
sentimiento antifascista, las unidades partisanas atrajeron como un
imán a las masas campesinas de todas las nacionalidades,
especialmente a la juventud. A finales de 1942 el ejército partisano
contaba con 150.000 combatientes. Un año después ese número se
duplicó. ¡Al final de la guerra en el corazón de los Balcanes había
800.000 personas armadas!
Los partisanos se
convirtieron en un movimiento social de masas. Cientos de miles,
oprimidos durante décadas bajo la dictadura, finalmente ganaron en
amor propio y en convencimiento de que podían cambiar la sociedad
con sus propias manos. Este tipo de presión desde abajo cambió
inevitablemente la línea política de la dirección del partido.
¿”Liberación nacional” o revolución social?
Paso a paso, la batalla por la liberación
nacional creció hasta convertirse en una revolución social.
Basándose en las masas, la dirección del partido comenzó a sentirse
lo suficientemente fuerte como para ignorar diferentes aspectos de
los dictados de Moscú. De acuerdo con la orientación general de la
táctica del Frente Popular, en lugar de soviets de trabajadores y
campesinos formados sobre un criterio de clase, estos soviets
incluían a los representantes de los partidos burgueses anteriores a
la guerra. Sin embargo, Tito buscaba aliados fantasmas en forma de
una “burguesía progresista” que estaría dispuesta a luchar
decididamente contra los fascistas. Los que tenían cuentas
corrientes en el extranjero habían desaparecido hacía mucho tiempo,
los que se quedaron habían apoyado al ejército invasor, no importaba
lo progresistas que fueran, porque esto garantizaba la continuación
de los derechos de propiedad dentro del país, algo que era más
deseable que basarse en las guerrillas comunistas y las masas
hambrientas.
En este vacío, sin participación real de
la burguesía en estructuras paralelas de poder, los partisanos
abrieron el camino para, en cuestión de meses, eliminar todas las
reliquias de la Edad Media, lo que la burguesía fue incapaz de hacer
durante décadas de parlamento. El 29 de noviembre de 1943, el
organismo representativo más elevado de los comités antifascistas
(AVNOJ) declaró a Yugoslavia como república. En los territorios
libres se aprobaron leyes que garantizaban la nacionalización de la
propiedad de los “colaboradores fascistas”, lo que en la práctica
significaba la expropiación de los capitalistas y kulaks locales.
Las fábricas reanudaron su producción para el frente y fueron
puestas bajo el control de los trabajadores. Las mujeres rompieron
siglos de viejos grilletes patriarcales uniéndose en masa a las
filas partisanas y participaron activamente en la lucha.
Por primera vez, las minorías nacionales también
tuvieron la oportunidad de participar en la vida política sobre la
base de la igualdad. Se reabrieron las escuelas y comenzaron las
primeras campañas de alfabetización de las masas campesinas en los
territorios controlados por los partisanos.
Moscú no
estaba entusiasmado con estos movimientos de los partisanos. La
mayor prioridad de Stalin en ese momento era mantener la coalición
con los Aliados y no quería asustarlos con ningún síntoma de
“exportar” la revolución. Por ejemplo, una carta que la Comintern
envió a Tito en 1942 decía lo siguiente: “¿Por qué ha creado esta
‘brigada proletaria’? En el momento actual nuestro deber principal
es unificar todas las tendencias antifascistas”.
La
táctica de Moscú demostró, sobre el terreno, ser un completo
desastre. La cooperación con los chetniks en la práctica era
imposible. Las unidades del general Dragoljub Mihailovic estaban
pasivas y desorganizadas. Desde diciembre de 1941 los chetniks
llevaron a cabo ataques regulares contra los partisanos. Mihailovic
sobrestimó demasiado la disposición de la burguesía serbia a luchar
contra el ocupante. Ante la ausencia de un respaldo serio de la
clase dominante o la monarquía, todos ellos se basaron en las capas
más atrasadas del campesinado y una pequeña capa de kulaks. En 1943
gran parte de la actividad chetnik se basaba en la eliminación de
los partisanos con la colaboración abierta de los fascistas y la
limpieza étnica en las zonas mixtas con población no serbia.
Divididos en numerosas fracciones, sin una línea de mando clara y
centralizada, los chetniks degeneraron hasta el punto que la
burguesía mundial tuvo que abandonarlos y comenzar a apoyarse en la
única fuerza que era capaz de oponerse eficazmente a los fascistas.
Hasta el día de hoy, este hecho sigue siendo una espina para la
burguesía serbia, cuyos ideólogos normalmente explican este giro
histórico con diferentes teorías conspirativas. Sin embargo, la
realidad es mucho más simple y dolorosa para ellos. Enfrentada a la
amenaza del fascismo, la burguesía mundial abandonó a sus
degenerados hermanos serbios y apoyó pragmáticamente a sus enemigos
naturales. Pero sólo por el momento.
“Nacionalismo
yugoslavo” o Internacionalismo obrero
Los
partisanos se convirtieron en una fuerza imposible de ignorar. A
pesar de la dirección estalinista, el movimiento partisano fue el
fenómeno más progresista jamás visto en los Balcanes. Por primera
vez en la historia aparecía un movimiento en el mismo corazón de los
Balcanes que, sin discriminar, reunía a todas las nacionalidades,
todas las religiones e incansablemente hacía avanzar la sociedad.
Después de la guerra, Tito se enfrentó a una decisión
histórica. En 1945 en Potsdam, Stalin, Roosevelt y Churchill
confirmaron su acuerdo para dividir Europa. Según este plan
Yugoslavia sería una zona de influencia dividida por la mitad.
Todavía siguiendo ciegamente la escuela estalinista y de frente
popular, los comunistas yugoslavos recurrieron a la burguesía y
formaron el llamado gobierno Tito-Subasic, incluso aunque ellos
podían haber tomado fácilmente el poder. Esta correlación de fuerzas
de clase no podía durar mucho. La burguesía no estaba preparada para
sentarse en esta silla caliente, con las masas armadas echando el
aliento en su nuca. Los representantes de la burguesía abandonaron
el gobierno y los trabajadores y campesinos se hicieron cargo del
país. El Partido Comunista estableció el monopolio estatal del
comercio exterior y nacionalizó la mayoría de las industrias.
Acontecimientos similares ocurrieron en los países
vecinos. En Albania, un movimiento popular partisano similar al
yugoslavo llevó a cabo una revolución. En Bulgaria, el Ejército Rojo
y las fuerzas de resistencia locales tomaron el control. En Grecia e
Italia, movimientos comunistas armados de masas estuvieron a punto
de tomar el poder. Con la total derrota de las clases dominantes
balcánicas, se crearon las condiciones por primera vez en la
historia para eliminar las fronteras y la formación de una
federación balcánica, más amplia y unificada, sobre bases
socialistas. Esta era una opción realista y de sentido común. Era
algo muy sencillo para los dirigentes de los partidos comunistas
locales, a pesar de sus antecedentes estalinistas, considerar
seriamente esta posibilidad y dar los pasos concretos en esta
dirección. Tito, Georgi Dimitrov y Enver Hoxa discutieron la
posibilidad de que Bulgaria y Albania se unieran a la “nueva
Yugoslavia”. Sin embargo, lo último que quería la burocracia
moscovita era ver la creación de una Federación Socialista de los
Balcanes que pudiera servir de alternativa a la “cuna del
socialismo” y sacudiera sus posiciones privilegiadas.
Con la Guerra Fría calentándose y una ofensiva
imperialista a escala mundial, el Ejército Rojo tuvo que responder y
llevar a cabo nacionalizaciones no planeadas en Europa del Este, de
este modo, en estos países se crearon satélites soviéticos. La
dirección yugoslava, al ver como la “madre patria” trataba a estas
naciones en su “esfera de influencia”, rompió con Stalin, se basó en
las masas y, en parte, en el imperialismo mundial.
Grecia e Italia cayeron fuera de la línea dibujada
por Roosevelt, Stalin y Churchill en las conferencias de Yalta y
Potsdam. El destino de las revoluciones en estos países estaba, por
lo tanto, sellado. Siguiendo el catastrófico consejo de Moscú, los
comunistas italianos entregaron sus armas y dieron el poder a la
burguesía. En Grecia, al principio los comunistas cometieron el
mismo error y después dieron un giro ultraizquierdista comenzando
una insurrección tardía. En esta situación, Tito cerró la
frontera yugoslava con Grecia y se negó a ayudar a los partisanos
griegos pro-Moscú. Albania y Bulgaria, bajo la presión de Moscú
rompieron relaciones con Belgrado y cada partido en la región giró
hacia dentro y a la construcción del socialismo en su propio patio.
Tito abandonó la idea de una federación más amplia y comenzó a crear
el “camino yugoslavo hacia el socialismo”, la llamada “autogestión”.
La construcción del socialismo en un solo país
Manteniendo la revolución dentro de las fronteras
yugoslavas, Tito básicamente llegó a un compromiso y decidió llevar
a cabo las tareas que la burguesía fue incapaz de realizar. El nuevo
estado supuestamente se basaba en la “hermandad y la unidad”, eso
significaba la creación de una nueva nación yugoslava unificada como
alternativa al odio y las divisiones étnicas. Durante mucho tiempo
parecía que Tito lo había conseguido. La nueva Yugoslavia era una
formación cualitativamente diferente a la anterior. La abolición del
mercado, la economía planificada, la expropiación de la propiedad
privada y el monopolio del comercio exterior crearon las condiciones
para al avance más dinámico de la historia de los Balcanes. Sin
embargo, este estado desde el principio estaba deformado, en el
sentido de que nunca existió la verdadera democracia obrera y que
todas las decisiones importantes se tomaban detrás de las puertas,
basadas en las consideraciones de la burocracia del partido. La
historia demostró que sobre esta base estaba limitado el potencial
para un auge económico. Sin la posibilidad de un flujo libre de
información o de tomar decisiones democráticamente, pronto
aparecieron problemas de distribución y reparto. Sin embargo, hasta
finales de los años setenta el contexto permitió desarrollar las
fuerzas productivas. A pesar de los abusos burocráticos, las
inversiones desaparecidas y la ausencia de democracia obrera, la
“Yugoslavia socialista” en sus primeras tres décadas de existencia
consiguió unas tasas de crecimiento impresionantes. Una sociedad
agrícola se convirtió en una economía industrializada moderna. El
progreso real no se medía simplemente por el crecimiento del PIB.
Los yugoslavos disfrutaban de unos niveles elevados de protección
social, escolarización y leyes laborales. La economía planificada
permitió al gobierno prestar una atención especial a las regiones
históricamente menos desarrolladas, como fueron el caso de Kosovo,
Macedonia y Montenegro. En pocos años, gran parte de estas
comunidades dieron el salto desde una estructura feudal y patriarcal
a tener un proletariado urbanizado.
En las primeras
tres décadas de progreso, el Partido Comunista disfrutó del
aplastante apoyo de todas las capas de la sociedad. Por lo tanto,
estaba en situación de garantizar cierto nivel de libertad de
expresión no visto en otros países del bloque del Este. Liberadas de
los dogmas de la cultura del realismo socialista, florecieron
distintas minorías nacionales que históricamente no habían tenido la
oportunidad de una expresión autónoma que garantizara su autonomía
religiosa y cultural. En esta atmósfera y con el progreso económico,
la nacionalidad como categoría política perdió cualquier significado
importante. Las migraciones de trabajadores y estudiantes entre
centros urbanos de diferentes repúblicas y los matrimonios mixtos
eran algo normal. Las etiquetas nacionales y religiosas
desaparecieron de la mente de las personas. Parecía que finalmente
se había establecido la nación yugoslava con una base fuerte en un
estado común.
En la primera década de la posguerra no
era tan obvio la existencia de una capa privilegiada. En los años
cuarenta y cincuenta los privilegios que disfrutaban los burócratas
del partido estaban en consonancia con el subdesarrollo general del
país. La mayoría de los burócratas del partido podían conseguir un
departamento relativamente mejor, un chofer personal y la
oportunidad de pasar sus vacaciones en la costa adriática. Al mismo
tiempo, el espíritu revolucionario colectivista desarrollado durante
los años de guerra se mantuvo dentro de una buena parte del partido
y entre los antiguos combatientes. Los militantes del partido
normales, los que llevaron a cabo la revolución, detestaban
cualquier tipo de privilegios y sentían malestar moral hacia
cualquier tipo de abuso de posición para beneficio personal. En la
cultura partisana de la guerra, la aspiración de enriquecerse era
algo vergonzoso. Los principios éticos y la moral revolucionaria
eran una cosa y la realidad material algo totalmente diferente.
Cuando las fuerzas productivas de la sociedad
crecieron, se sentaron las bases para los privilegios de una capa
superior en la dirección del partido. Ya en los años sesenta esta
creciente capa comenzaba a asfixiar el desarrollo de la economía
yugoslava. Sofocando la distribución de capital y producción, además
de ahogar la distribución de mercancías basada en las necesidades de
vida reales, esta capa burocrática se convirtió en un freno para la
economía. La mala gestión de la producción y la corrupción ahogaron
cualquier tipo de crecimiento sano. A finales de los años sesenta ya
estaba claro que el camino hacia el socialismo no estaba asegurado.
Como siempre, los estudiantes actuaron como un barómetro, son la
primera capa que indica el fermento existente dentro de la sociedad.
Las manifestaciones estudiantiles de 1968 fueron el primer grito
contra esta tendencia. Las consignas contra la “burguesía roja” y la
reivindicación del regreso al genuino marxismo, reflejaban
claramente la profunda insatisfacción que sentía la población y la
creciente polarización de la sociedad.
“Socialismo
de mercado”
La burocracia, enfrentada a
crecientes contradicciones dentro de la sociedad, en lugar de
regresar al genuino marxismo como exigían los estudiantes, giró
hacia la liberalización de la vida económica. Sin una línea política
clara, la posición independiente respecto a la URSS llevó a la
burocracia titista a acercarse al imperialismo.
Antes
que cualquier otra nomenclatura de Europa del Este, el
partido yugoslavo estableció relaciones con organizaciones
económicas imperialistas como el FMI o el Banco Mundial. En un
intento de luchar contra la ineficacia, en los años sesenta el
partido introdujo toda una serie de reformas y en 1974 aprobó una
nueva constitución. La liberalización del comercio exterior, el
mercado laboral y el plan descentralizador se camuflaron con el
disfraz de perfeccionar la “autogestión”, que supuestamente daría
más capacidad de decisión a los trabajadores. Los comités de
autogestión obrera que ya existían caían fácilmente presa de la
naciente tecnocracia administrativa. La liberalización creó
oportunidades sin precedentes para la corrupción y el
enriquecimiento personal. Las grandes empresas estatales se
dividieron en pedazos y de este modo se triplicó la burocracia. La
descentralización de la vida política y económica llegó a tal nivel
que cada parte autónoma del país podía libremente pedir créditos en
los mercados de capital extranjeros. El FMI no vio frustrado su
intento de distribuir la responsabilidad de los numerosos créditos
contraídos. En este contexto, aumentó la rivalidad de las
burocracias de las diferentes repúblicas que tendieron a establecer
negociaciones independientes con las distintas instituciones
económicas imperialistas, y de este modo mantener el mayor control
posible de su propia república.
En los años ochenta
el creciente déficit externo y el aumento de la inflación comenzaron
a enturbiar las ya delicadas relaciones económicas. Para intentar
reducir el déficit y pagar la deuda, el gobierno decidió reducir el
consumo general y llevó a cabo el primer programa de restricción
económica impuesto por el FMI. Las regiones del país más atrasadas
económicamente fueron las primeras en sentir las repercusiones de
esta política.
La clase obrera de Kosovo y Macedonia,
y finalmente otras, comenzaron a sentir el impacto de las
“reformas”. La nacionalidad volvió a aparecer en escena como un
factor político y la burocracia tuvo que aplicar las medidas más
duras para sofocar la desobediencia. En 1981 una oleada de protestas
sacudió Kosovo. Frente a la insurrección de la minoría albanesa,
Belgrado tuvo que purgar el partido y estructuras de gobierno
locales y ahogó brutalmente las protestas. Comenzó una oleada de
emigración desde Kosovo. Los trabajadores albaneses y los serbios se
enfrentaron a una elevada tasa de desempleo y a la presión política
que ejercía Europa Occidental sobre Serbia. La burocracia explotó
esto en los medios de comunicación y en una campaña de propaganda,
culpando de todo a los separatistas albaneses, los acusaron de
obligar a la minoría serbia a abandonar la región. El separatismo
albanés se convirtió en un chivo expiatorio para los acuciantes
problemas económicos de la región.
La muerte de Josip
Broz Tito llevó a más desestabilización. Durante décadas, Tito
gobernó de una manera típicamente bonapartista basándose, en los
momentos críticos, en las diferentes capas dentro de la sociedad
yugoslava y en las burocracias de las distintas repúblicas, de este
modo conseguía el equilibrio. Bajo su autoridad absoluta las
contradicciones de clase y los conflictos entre las burocracias
regionales quedaron encubiertos y bien ocultos. En los años ochenta
aparecieron las condiciones para la explosión final de las
contradicciones que se habían acumulado durante décadas. Después de
cuarenta años de relativa estabilidad, la sociedad yugoslava una vez
más entró en una fase revolucionaria.
Las raíces
del nacionalismo moderno
Desde principios de los
años ochenta los niveles de vida en Yugoslavia comenzaron a
descender profundamente, al final de la década habían caído un 40
por ciento haciéndoles retroceder al nivel de mediados de los años
sesenta. La clase obrera yugoslava respondió a esta presión con una
serie de huelgas. En los primeros nueve meses de 1987 se organizaron
más de 1.000 huelgas por todo el país en las que participaron
150.000 trabajadores de todas las nacionalidades. ¡En 1989 el número
de trabajadores en huelga subió hasta los 900.000! La clase obrera
yugoslava una vez más se encontró en un punto de inflexión
histórico. O llevaban a cabo una revolución política y creaban las
condiciones para un nuevo crecimiento económico y el mantenimiento
de las conquistas revolucionarias intactas rompiendo los grilletes
de la burocracia, o serían ahogados en sangre y regresaría el
capitalismo.
Los años ochenta fueron definitivamente
años donde el partido finalmente perdió su “inocencia”. Las
diferencias entre los trabajadores, la elite del partido y la
tecnocracia administrativa alcanzó su punto máximo. Con el tiempo,
las aspiraciones de la capa burocrática, cada vez más alienada, eran
mucho más grandes. La casta titista desarrolló una cultura interna y
un sistema de valores en el que imitaba a las clases dominantes de
occidente. Una parte de esta capa ya tenía relaciones bien
establecidas con diferentes mentores occidentales y tenían cuentas
corrientes en el extranjero donde ingresaban el dinero conseguido
con el abuso de sus posiciones y con los privilegios que
disfrutaban. La burocracia se convirtió en una correa de transmisión
utilizada por el imperialismo para presionar a la clase obrera
yugoslava.
La clase obrera perdió todas las ilusiones
y comenzó a abandonar en masa el partido. Ya en 1985 se calculaba
que sólo uno de cada once trabajadores semicalificados y uno de cada
cinco trabajadores calificados, era militante del partido. En 1987
sólo el 8 por ciento del Comité Central estaba formado por
trabajadores. Por otro lado, el 95 por ciento de los directores de
empresa y el 77 por ciento de la intelectualidad eran militantes del
partido. La población común comenzó a mirar al Partido Comunista
como un lugar de arribistas y directores, no como un instrumento a
través del cual podrían expresarse. Sin embargo, fuera del partido
tampoco había mucho espacio para expresarse. La tradición de una
organización sindical independiente había dejado de existir en los
años cuarenta. La burocracia estalinista estaba aterrorizada ante
cualquier organización de los trabajadores al margen de la
estructura del estado. El papel de los sindicatos en la
“autogestión” yugoslava estaba dedicado a la organización de
acontecimientos culturales, vacaciones y distribución de comida.
Generaciones enteras de trabajadores crecieron si ninguna
experiencia real en la lucha de clases. La clase yugoslava era
“ingenua” con un bajo nivel de conciencia de clase y por lo tanto
era una presa fácil.
Al principio estas protestas
tenían una visión espontánea y progresista. Aunque las principales
reivindicaciones no iban más allá del terreno económico, los
trabajadores instintivamente eran pro-Yugoslavia y anti-burocracia.
Los trabajadores de todas las nacionalidades marchaban juntos con
imágenes de Tito y banderas yugoslavas. Horrorizada por el
movimiento de la clase obrera, la burocracia dominante en todas las
repúblicas no tenía otra opción que intentar capear esta oleada de
insatisfacción y aprovecharse de ella. La forma más fácil de hacer
esto fue jugar la vieja carta del chovinismo, de este modo la
burocracia sembró el germen del nacionalismo. Creando conflictos
étnicos y utilizando los medios de comunicación como propaganda para
la extensión de odio de las burocracias de las diferentes
repúblicas, pudieron dividir el movimiento en líneas nacionales. Con
el nacionalismo, la burocracia se salvó en una situación
prerrevolucionaria. De repente los responsables del desempleo y de
la caída de los niveles de vida en Servia no estaban sentados en el
parlamento serbio, sino que eran croatas o albaneses. El mismo
escenario se reprodujo en cada una de las repúblicas echando la
responsabilidad de la situación sobre la población de otra
nacionalidad. La dirección de las diferentes repúblicas abandonaron
fácilmente la “hermandad de sangre y la unidad” y comenzó a utilizar
la histeria nacionalista. Todo el mundo quería abandonar el barco
hundido. El imperialismo, por supuesto, dio la bienvenida con los
brazos abiertos a estas fuerzas y las alentaron. La burocracia de
cada república tenía su ángel guardián en los aliados burgueses
occidentales.
Cuando limpiamos toda la basura
destinada a desviar la atención: nacionalismo, líderes carismáticos,
religión, generales renegados, limpieza étnica, mujaidines, ustashe,
chetniks, mafia y teorías conspirativas, está claro que la división
de Yugoslavia y las distintas guerras se pueden explicar por una
transformación socioeconómica básica. La propiedad colectiva de los
medios de producción y la economía planificada, simplemente se
convirtieron en camisas de fuerza para el creciente apetito de las
castas burocráticas.
Durante décadas imitaron el
estilo de vida de las clases dominante de occidente y cuando se
enfrentaron al estancamiento económico, un sector de la burocracia
decidió “abandonar sus ideales”. El proceso subyacente es la
transformación de los ex – burócratas en capitalistas que
aprovecharon un momento histórico para convertirse en la clase
dominante de sus propias repúblicas. Milosevic, Tudjman y compañía,
sólo eran los representantes de esta capa ambiciosa y el reflejo de
esta capa en la cúpula del Partido Comunista. Ellos eran políticos
que utilizaron una situación revolucionaria para dar golpes de
estado en sus propias repúblicas, purgaron a los viejos cuadros
titistas que todavía tenían ilusiones en una Yugoslavia unificada, y
comenzaron a dirigirse hacia la tierra prometida del capitalismo.
Toda contrarrevolución es sangrienta y la yugoslava
no fue una excepción. Las clases dominantes tenían que llevar a cabo
la acumulación de capital inicial y dividieron las zonas de
influencia utilizando métodos gangsteriles, pero sobre todo tenían
que destruir la idea de una Yugoslavia unificada. Los monstruosos
crímenes cometidos en los años noventa en la ex – Yugoslavia no
fueron una coincidencia, ni delirios de mentes enfermas. Debía
derramarse sangre para acabar con cualquier esperanza de una
república unificada. Hoy, si se pregunta a cualquier trabajador de
las antiguas repúblicas qué piensa de la antigua Yugoslavia, te dirá
que es una idea noble pero imposible. Una gran estado con una
economía planificada en el corazón de los Balcanes era una espina
para el imperialismo después de la ruptura de la Unión Soviética. El
nacionalismo era un arma perfecta para su destrucción y para acabar
con todas las conquistas del movimiento partisano. Yugoslavia tenía
que ser crucificada. Su población debía ser castigada por la herejía
cometida hace cincuenta años, cuando se atrevió a abolir el
capitalismo e intentó tomar su destino en sus manos. El ejemplo de
Yugoslavia debía convertirse en algo horrible para los demás pueblos
de los Balcanes y del resto del mundo, de una vez por todas debía
quedar claro que el socialismo era “imposible”.
Lo
que no era posible construir era el socialismo en un solo país. Como
marxistas defendimos una Yugoslavia unificada y su economía
planificada, pero sólo como un buen punto de partida para una
Federación Socialista Balcánica más amplia. Por supuesto, nuestra
tarea es defender a la antigua Yugoslavia y sus conquistas frente a
todas las mentiras y distorsiones de los elementos procapitalistas y
nacionalistas. En última instancia, Yugoslavia era un estado
nacional. Es verdad que era un estado más progresista que los
actuales estados pequeños, semicoloniales, nacidos del derramamiento
de sangre y la carnicería étnica. Pero cuando se ven las cosas desde
este ángulo quedan mucho más claros los procesos que se
desarrollaron en los años noventa. El nacionalismo yugoslavo, que
defendía la “autogestión” como camino hacia el socialismo y que
todos los yugoslavos debían estar orgullosos de ello, simplemente se
convirtió en caminos nacionales hacia el capitalismo.
Dada la situación de los burócratas o de algunos
trabajadores con baja conciencia de clase, no era muy difícil girar
y comenzar a estar más orgullosos de ser macedonios o eslovenos que
yugoslavos. A albaneses, turcos, rumanos y otros pueblos no eslavos
que vivían dentro del país no les era fácil sentirse “eslavos del
sur”. La situación comenzó una espiral descendente, no en 1991, sino
mucho antes, cuando Tito y otros líderes balcánicos decidieron
construir muchos tipos de “socialismos” nacionales diferentes, cada
uno en su propio país.
Hoy, quince años después, la
“balcanización de los Balcanes” no ha terminado todavía. Quizás al
imperialismo le gustaría por el momento “estabilizar” la zona, pero
es demasiado tarde. Se ha abierto la caja de Pandora. Las divisiones
y los derramamientos de sangre no se detendrán hasta que los
trabajadores de los Balcanes se separen completamente de los
partidos pro-capitalistas, nacionalistas, y comiencen a construir su
propia organización que no reconozca las fronteras.
El movimiento partisano es un enorme hito histórico
que las clases dominantes no pueden calumniar y ocultar por mucho
tiempo bajo la alfombra. La clase obrera de la antigua Yugoslavia,
con su rica herencia de luchas, volverá a descubrir su historia y
comenzará una nueva lucha. Debemos mirar más allá de la “hermandad
de sangre y la unidad”, hacia el “internacionalismo obrero”. La
clase es lo que nos une y nos pone en el mismo lado de la barricada,
no los ancestros eslavos. En la lucha, la división de las personas
sólo puede tener una base: capitalistas y trabajadores. Todo lo
demás no tiene interés para nosotros.
Artículo
enviado por el camarada Goran M. desde Belgrado
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