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Raluya, zona de contaminación
Por Víctor Godoi* / Azkintuwe Noticias - Friday, Feb. 04, 2005 at 11:51 AM
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Raluya, es una comunidad a unos 60 kilómetros de Valdivia en Chile. En algunos de los predios se cultiva trigo, papas, árboles frutales, flores, etc. Por sus terrenos se mueve la fauna local y los animales domésticos. En algunos casos uno se encuentra con plantaciones de pino o eucaliptos, algunas forestales de hecho han comprado terrenos en los altos de Raluya, quizás pensando en el creciente mercado que entre otras cosas trajo hasta muy cerca de aquí a una Planta de Celulosa. Pero ante todo, Raluya cautiva porque su gente reúne muchos de los atributos que solemos extrañar en las grandes urbes.

Es una población pacífica, que gusta de la vida en común, que tiene una Junta de Vecinos, un Club Deportivo, una Comunidad Mapuche, la Comunidad Católica, el Comité de Productores de Papa y la Comunidad Evangélica. Los nombres se repiten en las organizaciones, las 100 personas que viven allí se conocen desde siempre y aceptan al que llega con una mirada de respeto y buena voluntad. Raluya es un lugar hermoso para conocer.

Tres kilómetros en dirección a Valdivia, la imagen cambia. Hay una mole que asemeja una ciudad más que una comunidad. Allí pasan a diario cientos o miles de personas. Pasan, porque no se quedan. Pasan en sus turnos, de ocho horas, cada uno. Mientras unos entran otros salen, mientras un gerente se sienta para un café, el otro camina pensando en qué hacer para que esta marcha continúe. Afuera el sonido no es natural, se suceden pitos, voces de mando y un constante rumor de turbina. El olor tampoco parece ser de bosques o riachuelos, es una especie de humedad que se puede oler, oír, sentir, o sea, casi todos los sentidos lo perciben...

Esa acumulación de cambios, de cosas perfectamente perceptibles, pero no propias, es tan extraña para este mundo que desde otros lugares se ha comenzado a preguntar ¿qué pasa allí? ¿No era este un modelo de país? Otros han marchado, han pintado carteles, han visitado la barrera de la planta sin invitación y han gritado que ¡paren la celulosa!

Entonces ciertos dignatarios han pedido un respiro. Nadie sabe si el respiro que mantiene en silencio a la mole se acabará en un segundo, o si ya se acabó, o si no se acabará nunca, y ya no habrán ruidos ni olores, ni imágenes, ni un sabor agrio en la boca, y ni siquiera tendremos que llegar al tacto nunca, porque no alcanzó a tocarnos…

Bueno, no todos opinan lo mismo. Dicen por estos campos que quien más tocado se sintió fue un caballero de barba que ejercía la medicina en la comuna de San José de la Mariquina. Se sintió tocado porque vio a otros tocados por nuevas dolencias, en salas de espera recurrentes, sin previsión, a medio camino de los kilómetros a píe que lo separaban de algunos medicamentos puestos en sus manos a punta de buena voluntad. Ya hablarán los analistas si esto es salud, o si es salud pública o qué es, aquí una vecina le llama buena voluntad.

La voz se le corta, todos hacemos silencio para escuchar que ha tenido que inhalarse tres veces para llegar a la reunión desde su casa cercana. Aunque ahora no sabe quien le entregará medicamentos, porque el doctor ha muerto, el último día del año en que el asma
recorrió estos caminos como no se le había tocido antes.

Cuántos otros se han sentido tocados, cuantos otros testimonios de caminos vecinales, de conversación entre portones no se conocen aún. Todo esto parece estar comenzando. Recién estamos entendiendo que los sentidos se apagan de a poco porque hasta las narices se acostumbran. Sin embargo, hay momentos críticos que son más altos que cualquier chimenea, porque suceden entre las personas, sentadas en pequeñas bancas de madera, conversando y contando para que otros escuchen antes que vuelva a pasar / Azkintuwe

*El autor forma parte del Proyecto de Información http://www.raluya.org

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