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Unidad con quien y para que....
Por para afiliados al PJ ? - Tuesday, Feb. 08, 2005 at 9:12 PM

Por Fernando Ramón Bossi, Secretario General del Proyecto Emancipación, miembro de la Secretaría de Organización del Congreso Bolivariano de los Pueblos.

Apuntes para la discusión Política
SOBRE LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA
O NOS UNIMOS...

La integración Sudamericana es el paso insoslayable para el desarrollo sustenta-ble con justicia social de nuestros pueblos. El gran proyecto bolivariano no sólo tiene hoy vigencia por la justeza de sus posiciones, sino también porque le ha lle-gado su tiempo histórico. ¿Qué quiero decir con esto? Simplemente que en los tiempos en que vivimos, en medio de la globalización neoliberal, nada es más ur-gente que avanzar hacia la unidad de Nuestra América. “O nos unimos o nos hun-dimos”, ha señalado en varias oportunidades el Presidente Chávez, y lo acertado de

esta frase radica precisamente en alertar sobre esa otra posibilidad cierta, tre-mendamente cierta, que es la posibilidad de hundirnos más aun. La crisis en nues-tra región está desatada, algo nuevo está por nacer pero no acaba de nacer y algo viejo está muriendo pero no acaba de morir.

La cuestión está planteada de esta manera. Lo nuevo que está naciendo es la unidad latinoamericana caribeña y la segunda independencia; lo viejo que está muriendo es la desintegración y la explotación imperialista. Partera y enterrador son los sujetos necesarios para los tiempos presentes.

Pero este sistema que no se resigna a morir continúa frenando la irrupción del nuevo ciclo; y aún conserva fuerzas como para reponerse de la agonía y seguir actuando descabelladamente. La Revolución entonces, tiene que abrirse camino en esta etapa, poner las cosas en su lugar y hacer estallar los principios rectores del orden establecido por el moribundo sistema actual. Sin Revolución, no sólo el nacimiento se retarda, sino que probablemente se pueda involucionar hasta gra-dos imprevisibles. La Revolución se presenta como una tarea insoslayable y a los revolucionarios latinoamericanos-caribeños les tocará la nada fácil labor de impul-sarla.

O NOS HUNDIMOS...

El hundirnos más aún, significaría la desintegración total de Nuestra América, la refragmentación regional a partir de la disputa Inter.-imperialista que hoy solapa-damente se presenta. La “cabeza del iceberg” ya aparece a partir de expresiones incipientes pero con honda raíz histórica, agazapada y solo a la espera de ser ac-tivada por la poderosa maquinaria financiera, mediática y militar del poder del Nor-te. Ahí está el conflicto latente de la región de Guayas en Ecuador; la Triple Fron-tera en Paraguay; la “Media Luna” (Trinidad, Beni, Santa Cruz de la Sierra y Tarija) en Bolivia; y en menor medida gracias al freno a las tendencias divisionistas que significan los gobiernos populares de Brasil, Venezuela y Argentina, en Río Gran-de Do Sul, el Zulia y la Patagonia respectivamente.

La globalización neoliberal ha llevado a las potencias capitalistas a una nueva ca-rrera armamentista e intervencionista que se presenta descaradamente por parte de los Estados Unidos y su aliada Inglaterra y encubierta por cantos de sirenas desde el bloque continental europeo (Francia y Alemania). Japón, por otro lado, no queda al margen de esta disputa, pero con un área de influencia más reducida. China se presenta como la gran preocupación para el poder hegemónico tradicio-nal; Rusia, pieza clave para el bloque continental europeo, se encuentra en pro-fundo debate para definirse entre las presiones de la UE y EEUU u optar por una salida independiente. El resto del mundo está en la mira de las necesidades de la gran burguesía internacional, ansiosa de nuevos mercados, de mayores márgenes de ganancia y de mayores niveles de explotación por consecuencia.

¿Cómo disputar nuevos mercados cuando estos cada vez se restringen más? ¿Cómo adueñarse del petróleo, fuente vital de energía, hoy en manos de países “poco confiables”? ¿Cómo garantizar el pago de la deuda externa por parte de naciones cada más empobrecidas, justamente por la carga de una deuda siempre fraudulenta? ¿Cómo controlar regiones ricas en biodiversidad y minerales impres-cindibles para el desarrollo de las tecnologías de punta? Estas son las preguntas que hoy desvelan a los gobiernos imperialistas.

A partir de la reelección de Bush, Estados Unidos ha definido claramente su políti-ca exterior: se profundizará el intervencionismo y la prepotencia de las armas. Mientras tanto, el capitalismo europeo, no menos imperialista, en una suerte de discurso por “izquierda”, “anti-Bush”, disputa la hegemonía yanqui presentando al mundo la opción de un “capitalismo humanizado”. Opción fácilmente desmentida con sólo señalar sus “humanitarias” acciones en el África, los Balcanes y otras regiones del planeta.

¿Cuál es el proyecto del imperialismo para América Latina y el Caribe? ¿Cuál es el remedio inmediato para el moribundo sistema yanqui? En líneas generales no es otro que la búsqueda de la recolonización de su “patio trasero”; que Latinoamé-rica se convierta de una vez por todas en una reserva funcional a los intereses financieros e industriales de Norteamérica.

El problema: los gobiernos que defienden la dignidad nacional, la tradición inde-pendentista y el espíritu solidario del pueblo, bases constitutivas de lo que está por nacer.

Ya en los años 80 Henry Kissinger, en su Memorandum 200, planteaba que había que hacer algo para frenar el crecimiento de la población en los países del Tercer Mundo y en particular de América Latina y el Caribe. No podía ser que los habitan-tes de estos remotos confines del planeta estuvieran consumiendo cada vez más los recursos reservados para la población norteamericana. Planteaba en ese do-cumento que había que premiar a los países que combatieran el alto índice de natalidad. ¿El objetivo de esta propuesta de control de la natalidad era que no si-guiera creciendo la pobreza? No, el objetivo era que los pobres no se adueñaran y usufructuaran de las reservas naturales, los alimentos, el agua potable, la energía, etcétera. Las riquezas naturales de cualquier lugar del mundo, siguiendo la lógica imperialista, tienen un solo dueño: los Estados Unidos. El concepto de “soberanías restringidas” aparece así como consecuencia de la necesidad del gobierno de EEUU de adueñarse todo lo que para ellos es útil y necesario.

Es fácil de vislumbrar cuál es el proyecto yanqui para Nuestra América: maquila-doras, mano de obra regalada, materias primas para sus fábricas de alta tecnolo-gías, gobiernos sumisos, fuerzas armadas convertidas en fuerzas policiales, re-fragmentación nacional, incentivando las autonomías regionales, y disponibilidad total de recursos naturales. A su vez, contempla la incorporación de un mercado no subestimable de entre 50 y 60 millones de habitantes con un alto poder adquisi-tivo. Para el resto, o sea entre 450 y 460 millones de habitantes, se les ofrece la lucha entre la inclusión como mano de obra barata consumidora de excedentes chatarra o la marginalidad.

A este proyecto perverso, le sobran 250 millones de habitantes. La solución a este problema, para la maquinaria fascista del Imperio no es otra que el genocidio: por hambre, enfermedad, guerra, delincuencia, drogadicción, alcoholismo, etcétera.


LA UNIDAD LATINOAMERICANA ES UNA TAREA ESENCIALMENTE PATRIOTICA Y ANTIIMPERIALISTA

El enemigo principal de la unidad de Nuestra América es el imperialismo y las oli-garquías nativas. Sin derrotar a esos agentes del atraso, la miseria y la posterga-ción, será imposible cristalizar el sueño bolivariano. No hay espacio para reformas o meros maquillajes.

Se puede entender que en momentos determinados, bajo circunstancias apre-miantes y contemplando una correlación de fuerzas adversas, se permita “nego-ciar” algunos aspectos secundarios; pero no se puede transigir en los principios rectores, en el rumbo estratégico y en la confrontación con el enemigo principal. El comandante Chávez, en Venezuela, está dando una lección fundamental a todos los revolucionarios de Nuestra América y del mundo. Nada ni nadie ha apartado al líder venezolano y a la Revolución Bolivariana de su objetivo estratégico. Paso a paso se ha avanzado, palmo a palmo se han conquistado espacios de poder antes en manos del enemigo. La Revolución Bolivariana es por acción y declaración an-tiimperialista, popular, nacional, democrática y humanista.

Lamentablemente en otras regiones de Sudamérica no se percibe ese carácter. Tanto el presidente Kirchner en Argentina como su colega Ignacio Lula da Silva del Brasil, se debaten en una peligrosa suerte de “negociación” con los enemigos históricos de los sectores populares. No por esto vamos a firmar ningún tipo de certificado de defunción a los gobiernos populares de Argentina y Brasil –a lo su-mo eso tendrán que hacerlo, ni antes ni después, sus respectivos pueblos-, pero no podemos dejar de observar con profunda preocupación que ni Lula ni Kirchner les señalan objetivos claros a sus seguidores.

Chávez, desde el primer día de su gobierno –antes también, por supuesto- manejó un diálogo transparente con su pueblo, que incluía temas tan fundamentales co-mo: Revolución, refundación de la República, lucha contra la pobreza, soberanía, democracia participativa, justicia social e igualdad, antiimperialismo y protagonis-mo popular. A nadie le quedan dudas de que el gobierno bolivariano marcha hacia objetivos bien concretos y lo esencial en esto es que quien lo sabe perfectamente es el pueblo venezolano. De ahí su apoyo, compromiso y permanente moviliza-ción. La relación entre el conductor y las bases es transparente: el conductor orienta, instruye, se nutre del pueblo, pone el ejemplo y planifica estratégicamente.

En los casos de Kirchner y Lula nada de esto se da. Es cierto que todo los proce-sos son diferentes y que no hay calcos ni modelos a imitar; pero lo que marcamos aquí es simplemente un “llamado de atención”, una preocupación que debe moti-var a todos los revolucionarios de Nuestra América y especialmente a los argenti-nos y brasileños.

Ambos presidentes cuentan con suficiente apoyo popular y con buenas intencio-nes para gobernar. También ambos deben enfrentar poderosísimos intereses de las oligarquías nativas y el imperialismo. ¿Qué elemento puede desequilibrar ese “empate” entre el pueblo y los factores tradicionales de poder? Creemos que so-lamente la movilización popular puede fortalecer a los componentes más decididos de ambos gobiernos y debilitar a los agentes internos que pretenden defraudar las expectativas del pueblo. Ahí radica la importancia las organizaciones patrióticas y revolucionarias que acompañan tanto a Lula como a Kirchner. En el caso de Ar-gentina, las agrupaciones sociales y políticas nucleadas en el Frente de Organiza-ciones Populares, tienen un papel relevante que jugar. Lo mismo las fuerzas más consecuentes con los postulados históricos del PT de Brasil.

REFORMA O REVOLUCIÓN

En el caso de Venezuela como el de Cuba, no caben dudas de que el proceso revolucionario avanza. Los gobiernos progresistas de Brasil y Argentina han dado señales claras de no querer transitar por el camino del neoliberalismo y la depen-dencia al poder estadounidense. El próximo gobierno de Tabaré Vázquez en Uru-guay se sumará a las posiciones de Kirchner y Lula. Los cinco gobiernos plantean fortalecer la integración Latinoamericana. Eso no es poco. Un bloque de países, en torno a un Mercosur ampliado, significaría un salto trascendente hacia grados más profundos de unidad. Contra eso está trabajando el imperialismo norteameri-cano y, en menor medida el capital europeo.

Venezuela es el país que más se ha comprometido con los ideales bolivarianos de unidad. Hoy es el eje motor del proceso integrador, no sólo por los hechos concre-tos que así lo demuestran, sino también porque esos hechos van acompañados de una prédica concientizadora. Se hace y se explica porqué se hace y para qué se hace. El Presidente Chávez está proveyendo de un cuerpo teórico y práctico al tema de la integración. Nadie, hasta el momento, ha transmitido tan claramente a los pueblos sobre la necesidad de la unidad. Lo común, antes de Chávez, era que se firmaran acuerdos, discursos protocolares, alguna ofrenda floral y nada más. Todo al margen del pueblo y con escasísima relevancia mediática.

Con Chávez y su constante prédica concientizadora todo ha cambiado. Es el pue-blo y sus organizaciones quienes deben velar para que los acuerdos entre países hermanos prosperen y no sucumban en las trincheras de la burocracia. “Estos acuerdos –ha señalado el primer mandatario venezolano en su reciente visita a la Argentina- son para beneficio de los pueblos, de los más pobres”.

La Revolución entonces, es la fortaleza que Chávez demuestra para poder enfren-tar a los poderosos, al enemigo principal, al imperialismo. La unidad latinoameri-cana caribeña es el paso insoslayable para derrotar al artífice de nuestros males. Y eso lo entiende Chávez a la perfección.

¿Qué destino les deparará a aquellos que no definen y expresan claramente cuál es el rumbo de sus gobiernos?, ¿podrán enfrentar las presiones imperialistas sin movilizar a las masas populares?, ¿se podrán sostener sin mensajes claros hacia el pueblo? ¿Es posible en la América Latina y Caribeña de hoy alcanzar bienestar con un simple proceso de reformas?

El imperialismo ya ha demostrado su ferocidad contra la Venezuela Bolivariana. Ni bien la Revolución comenzó a avanzar sobre la sinrazón del orden establecido por la IV República, la oligarquía y el gobierno norteamericano actuaron, sin éxito para bien del pueblo, pero en una constante línea de agresividad. La fortaleza del go-bierno consistió en el tremendo respaldo popular activo, gracias a la conciencia revolucionaria de las grandes mayorías. ¿Podrán los gobiernos progresistas, con el pueblo desmovilizado, enfrentar con éxito la embestida imperialista cuando cho-quen los intereses nacionales con los de las oligarquías vendepatrias? La historia nos enseña que no hay nada peor para los gobiernos que mostrar debilidad ante los poderosos.


LA VIA MUERTA

Los gobiernos progresistas de América Latina, si optan por la mera reforma o el “capitalismo humanizado” estarán perdidos. Nada indica con certeza que esta sea la decisión tomada, pero pocos elementos indican que se haya optado por la vía revolucionaria de liberación nacional. El antiimperialismo lleva a la Revolución y no hay unidad latinoamericana sin combatir al imperialismo, como tampoco habrá salida para nuestros pueblos sin integración. Revolución, antiimperialismo y uni-dad de Nuestra América son pilares estructurales del proceso de cambio, a favor de los pueblos, en nuestra región.

La vía muerta es aquella que intenta eludir el rumbo del necesario proceso de transformación que necesita América Latina y el Caribe. ¿Se pueden generar los cambios impostergables conviviendo con el sistema de dependencia y privilegio para unos pocos? La gran tentación para algunos gobiernos tibios es creer que se puede generar ciertos focos de bienestar para la gente sin confrontar con las mul-tinacionales, el gran capital y el imperialismo. ¿Pero desde dónde se le podrá exi-gir a los poderosos que respeten las medidas de carácter social que puedan im-pulsar los gobiernos progresistas? ¿Desde qué poder?

El problema se plantea cuando se pretende emprender políticas de justicia social y soberanía sin chocar con los intereses antipopulares y antinacionales. Esa es una faceta. La otra es que los gobiernos deben de frenar también los niveles de explo-tación que sufre el pueblo y los recursos de la Nación por parte de las clases privi-legiadas y el imperialismo. La cuestión es clara: enfrentar a los sectores parásitos y especulativos para poder desarrollar a los sectores laboriosos y productivos.

Ya decía el General Perón que no se puede alcanzar la soberanía política sin an-tes alcanzar la independencia económica. Mucha razón tenía en esto. Pero para alcanzar la independencia económica se necesita poder político y ese poder radi-ca sustancialmente en el pueblo. No en el pueblo en abstracto, sino en el pueblo conciente, organizado y movilizado. Esa es la clave y ese el gran desafío. Hugo Chávez así lo entendió, es de esperar que tanto Lula, como Néstor Kirchner y Ta-baré Vázquez también lo comprendan.


AISLAR A CHÁVEZ Y EMPRENDER LA REFORMA

La vía muerta es el gatopardismo declarado: discursos progresistas, cambios su-perficiales, promesas tradicionales, golpes de efecto mediáticos y asistencialismo institucionalizado. El imperialismo trata, a toda costa, de tentar a Brasil, Argentina y Uruguay para que opten por la vía muerta. Para esto deben aislar a Venezuela –y también a Cuba, se entiende-.

Antes de tomar ninguna medida más drástica –intervención militar o magnicidio- los Estados Unidos pretenden armar un “cordón sanitario” que proteja a los go-biernos latinoamericanos del “virus” bolivariano. Sus operadores: Uribe por dere-cha y Lagos por izquierda. Uribe acaudillando a sus aliados naturales (Gutiérrez, Toledo, Maduro, Mesa, Saca, Fox, etc) y Lagos, con una tarea más difícil, conven-cer sobre las bondades del “modelo chileno” (neoliberalismo progresista) a Kirch-ner, Lula, Vázquez, Torrijos, Duarte y Fernández.

Ante esta situación ¿quiénes podrán acompañar decididamente a Chávez en la búsqueda de una integración seria y con soberanía? Los presidentes progresistas deberán ir definiéndose. En una primera etapa, felizmente, parece que Chávez ha tomando la delantera. Los acuerdos alcanzados entre Venezuela y otros países de la región así lo indican. ¿Dejarán los yanquis que la fuerzas de cohesión genera-das desde la tierra de Bolívar sigan creciendo sin traspié? Difícilmente.

Para contrarrestar la ofensiva imperialista que se avecina se tendrá que contar, necesariamente, con los pueblos y sus organizaciones naturales. Aquí la tarea de los revolucionarios en la coyuntura: evitar que aislen a Chávez de Kirchner, Lula y demás gobiernos progresistas de la región.


SOLO EL PUEBLO SALVARÁ AL PUEBLO

Esta vieja consigna, siempre en la voz de las masas populares movilizadas, tiene hoy una vigencia absoluta. Sin protagonismo popular no habrá Revolución, ni inte-gración latinoamericana caribeña, única solución para romper las cadenas que nos atan al Imperio, ni siquiera habrá reforma. El valor de las masas en movimiento es inconmensurable; desatar esa tremenda fuerza patriótica, creativa y transformado-ra debe ser la misión de las organizaciones revolucionarias del continente.

Desde algunos espacios, bien intencionados pero carentes de voluntad revolucio-naria, se intenta minimizar la necesidad de coordinación, formación, articulación y disciplinamiento de las fuerzas populares. Parece ser que, si bien se entiende que el enemigo principal es el imperialismo yanqui, no se actúa en consecuencia. Co-mo si se impusiera la sensación de que el imperialismo yanqui morirá por muerte natural, por mero envejecimiento y no por la acción directa, conciente y combativa de las masas populares.

La historia nos enseña que ningún imperio cayó sin la acción de los pueblos orga-nizados. Fueron los “bárbaros”, organizados en ejércitos, quienes arrasaron con el Imperio Romano; fueron los pobres de Francia, organizados en “clubes políticos” quienes destruyeron el orden monárquico-feudal de la nobleza y el credo; fueron los jóvenes revolucionarios cubanos quienes organizados en guerrilla voltearon el régimen corrupto del cipayo Batista, fueron los proletarios y soldados quienes bajo la dirección de la fracción Bolchevique terminaron con el poder de los zares en Rusia; fueron los campesinos vietnamitas organizados en Ejército Popular de Libe-ración quienes derrotaron al imperialismo yanqui en Asia... Podríamos seguir mencionando decenas de casos más.

Son los pueblos, organizados bajo una conducción revolucionaria quienes produ-cen los grandes cambios, las verdaderas revoluciones. Si bien en esto no se pue-de desconocer los procesos de desgaste, decadencia y descomposición que su-fren en su seno los propios imperios, quienes en definitiva dan el golpe final, son los pueblos. Más allá de quienes luego puedan aprovechar o usufructuar el triunfo popular. Esa es otra historia.

Y los pueblos se organizan de la forma en que las circunstancias facilitan. En mo-mentos en torno a movimientos sociales, en otros, alrededor de partidos políticos y también en circunstancias particulares a través de la lucha armada. Así lo indica la experiencia en Nuestra América.

Es por ello que, ante los desafíos del momento, la organización de las masas po-pulares debe estar acorde a las necesidades históricas. Si la gran tarea de los re-volucionarios latinoamericanos caribeños es la Revolución, la lucha antiimperialis-ta y la unidad de América Latina y el Caribe, ¿porqué no impulsar un movimiento patriótico, democrático, humanista y revolucionario de dimensión latinoamericano caribeño? ¿No estamos maduros todavía para intentar solucionar los problemas latinoamericanos-caribeños con nuestras propias fuerzas, sin tutelajes de ningún tipo? Un movimiento internacional, desde esta región del planeta, será un aporte invalorable en la lucha contra la globalización neoliberal y en pos de un nuevo equilibrio entre las naciones en base a la multipolaridad.

El Libertador Simón Bolívar intentó en su lugar y época materializar el sueño de una Patria Grande con justicia e igualdad. Para esto creó un ejército sudamericano que fue la organización de masas del momento. A la idea no le había llegado su tiempo y el proyecto fracasó. ¿No será hoy la hora indicada para el encuentro en-tre esa idea y el momento histórico? Y si esto fuera así ¿qué esperamos los revo-lucionarios para organizarnos continentalmente?



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