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EL futuro de las drogas
Por Santiago Tena Fernández - Friday, Feb. 11, 2005 at 10:34 PM

En los últimos años resulta muy notorio el descenso del precio de las drogas ilegales, de especial relevancia cuando se compara con la subida del precio de las drogas legales. Esta realidad unida a los resultados de las encuestas de población consumidora que revelan aumentos notables, y a las crecientes cantidades decomisadas, indica que las políticas basadas en la prohibición y la abstinencia no están funcionando. En este escrito de política económica se articula una explicación al fracaso de la actual política, y se sugiere una alternativa para encauzarla.

El ideal del mercado libre

La Biblia del liberalismo económico “La riqueza de las Naciones” de Adam Smith, publicada en el 1776, recoge la esencia de la ciencia económica liberal que inspira a los gobiernos actuales. La grandeza de la visión liberal reside en su simplicidad, y aunque no explica el detalle de todos los fenómenos económicos, facilita un marco conceptual sobre el que construir. Es como la teoría de la gravitación universal de Newton, por la misma época, que sin explicar todos los fenómenos de la física, provee un marco explicativo adecuado sobre el que cimentar nuevos y prometedores enfoques, y en esencia, dicha física newtoniana aplicada a los objetos convencionales es correcta.

Algunas ideas básicas del liberalismo económico:

(1) la demanda tira de la oferta

(2) El precio queda determinado por el punto de corte entre oferta y demanda, y es proporcional a la cantidad demanda, e inversamente proporcional a la cantidad ofertada

(3) Para un país, el máximo beneficio, la máxima riqueza para la nación, como dice el tío Adam, se obtiene dejando que se establezca el equilibrio entre oferta y demanda, sin intervenciones del estado, o de los inversores/productores en forma de monopolio (proveedor único que fija un precio abusivo) o en forma de oligopolio (pocos proveedores que se ponen de acuerdo para fijar precios abusivos)

Restricciones al liberalismo mercantil

En su época las ideas de Smith resultaron deslumbrantes. Pero ha llovido mucho desde entonces. Concretamente, a finales del siglo XIX se desarrolla una nueva tecnología comercial, conocida como mercadeo, en inglés marketing. Básicamente el marketing tiene como objetivo revertir el primer principio del liberalismo económico: que la demanda de un producto tira de la oferta.

El marketing consiste en que sea la propia oferta la que cree su demanda, o cuanto menos, la estimule, al aumentar artificialmente una demanda que sin marketing sería menor o inexistente. Así, gracias a la publicidad, la distribución, empaquetado y una exposición sugerente se estimula la venta.

Pero se han producido ulteriores desarrollos que han ido distorsionando aun más los principios básicos del liberalismo. También fue a finales del siglo XIX cuando surge la necesidad de legislar la cuestión de las patentes. Según el liberalismo smithiano, la competencia entre los productores lleva al menor precio posible, y esto beneficia al consumidor. Pero ¿Qué sucede cuando la puesta a punto de un producto de alto valor añadido acarrea muchos años de investigación? Una copia barata puede arruinar a la empresa que se tomó el trabajo de producirlo, que no podrá recuperar el dinero invertido en su investigación y desarrollo (I+D). Sin una cierta garantía para el productor original, sin una protección de la competencia, esos fabricantes de alto valor añadido dejarán de innovar y el desarrollo de nuevos productos se detendrá. Para legislar esa protección se creó la ley de patentes. La ley de patentes garantiza un monopolio temporal, según ley de propiedad intelectual, para que quien investigue pueda fijar un precio más elevado del que tocaría en el caso de competencia perfecta, que supone ajustar el precio al coste de producción más un beneficio que no tiene en cuenta la larga inversión en I+D. Esto es relevante en el desarrollo de nuevos medicamentos por parte de la industria farmacéutica, por ejemplo.
Aplicado al mundo de las drogas susceptibles de utilización lúdica, supondría la invención de nuevas moléculas más seguras, con menos efectos secundarios y mas ajustadas a las necesidades recreativas del usuario.

Aparte de la ley de patentes, como tiro de gracia al principio del liberalismo económico que supone que muchos productores y muchos compradores ajusten el precio más beneficioso según equilibrio en oferta y demanda, sucede a menudo el surgimiento de monopolios y oligopolios.

Y es que el capitalismo irrestricto lleva implícita la semilla de su propia destrucción. En esto no se diferencia en nada de otros sistemas dinámicos, como los seres vivos o las estrellas. Los seres vivos nacen con el destino escrito de su propia muerte. Lo mismo le sucederá a nuestro sol, que consume hidrógeno a una velocidad tal que acabará agotado dentro de unos cuatro mil millones de años. Los modelos económicos, políticos o sociales no son una excepción. La acumulación del capital, característica de nuestro modelo económico, conduce a la aparición del monopolio (un único productor) u oligopolio (unos pocos productores que se ponen de acuerdo para subir precios).

Esta concentración de poder económico es consecuencia de lo que se conoce como "factor de escala", que quiere decir que cuanta más cantidad se produce, menor es el coste unitario de producción. Así, cuando un nuevo productor quiere entrar en el mercado, no puede competir por que sus costes de producción son demasiado elevados respecto del gran productor bien establecido. Esto se conoce como “barrera de entrada”. Para evitar la tiranía de los monopolios y oligopolios que lesionan la libre competencia, pilar básico del modelo económico capitalista, los gobiernos legislan para limitar su poder.

En la misma obra de Adam Smith se anotaba una restricción necesaria a la libre competencia para asegurar la defensa de la nación. Se trata de la producción de armas, que debe quedar en manos del estado, o de algún oligopolio que se pliegue a sus exigencias. En el siglo pasado también se incorporó la defensa de la salud pública, y se creó el sistema de salud nacional, cuyo objetivo era maximizar el bienestar de la población. Y en este último aspecto debiera encuadrarse la gestión de las drogas, algo que en la actualidad NO está sucediendo.

Adam Smith critica las acciones de los gobiernos y de los productores que lesionaban los principios del liberalismo. En un ejemplo sorprendente, desde nuestra óptica prohibicionista actual, comenta como la Compañía de las Indias Orientales, que tenía el monopolio de la producción y comercio de las colonias y países asiáticos, elevaba artificialmente el precio del arroz o del opio, alternativamente, a base de reducir o aumentar la superficie cultivada en función de las expectativas de negocio para uno u otro producto. Según Adam Smith, de no haber existido ese monopolio de la Compañía de las Indias Orientales (CIO), la producción de arroz y opio se habría ajustado a la demanda al menor precio que rindiera beneficios suficientes para el productor.

Y es que en los siglos XVIII y XIX el opio se comerciaba como el café, como un producto de consumo más, sin que surgiera "epidemia de drogadicción" alguna. Y por lo visto Smith consideraba que el precio del opio todavía era demasiado alto como consecuencia del monopolio de la CIO y de las estrategias de los productores que para ella trabajaban.

Un Mercado ultraliberal de drogas

Pero volviendo al aquí y al ahora. Resulta que datos de diferentes fuentes muestran que las drogas han reducido su precio real (ajustada la inflación) en los últimos 10 o 20 años, algunas de forma espectacular. La prensa del Reino Unido y de los EEUU ha recogido datos a este respecto, mostrando que el precio de las drogas sigue una escala descendente bien establecida.

Desde el punto de vista de la economía liberal, que el comercio aumente mientras los precios disminuyen responde al modelo ideal del libre mercado, el del liberalismo smithiano en el que todos ganan. La libre competencia propicia que los consumidores ganen por que consiguen mejores precios, mientras que por su parte, los productores ganan pues consiguen un beneficio repartido de forma equitativa entre todos ellos.

Y aunque en el caso de las drogas ilegales se suele hablar de merma de calidad, lo cierto es que más que pérdida, lo que se produce es una variabilidad bastante impredecible de dicha calidad. Es decir, lo que sí se produce es un descontrol de la calidad, que sube o baja respondiendo a contingencias muy fortuitas y probablemente locales. Pero a groso modo, la calidad se mantiene por la misma razón por la que los precios bajan: por que hay competencia.

Y es que el mercado de drogas ilegales, al quedar al margen de la intervención estatal, del marketing, de la ley de patentes y de la formación de monopolios y oligopolios, se parece más que ningún otro al ideal del mercado perfecto que abogaba Adam Smith.

Resulta que los cultivos sustitutivos que quiere imponer el primer mundo al tercero, con el objetivo de erradicar las drogas de raíz, no funcionan. Y no funcionan por dos motivos. En primer lugar por que las infraestructuras de las regiones productoras son tan precarias, con ausencia de carreteras practicables, que no admiten el transporte de productos agrícolas frescos. Entonces la única alternativa viable son los productos de gran valor añadido y escaso peso, fáciles de conserva y transportar, como las hojas de coca, el cáñamo o la amapola papaver. En segundo lugar los campesinos del tercer mundo ganan varias veces más con los productos ilícitos que con los lícitos. Esto refleja la realidad de unas relaciones comerciales entre el primer y el tercer mundo más equitativas con los productos ilícitos que con los lícitos. Así las drogas ilícitas producidas por el tercer mundo representan un comercio más justo, pues suponen cultivos de alto valor añadido para los productores.

Si un campesino planta café o cacao, ambas drogas excitantes legales, productos ricos en xantinas, cafeína en el caso del café y teofilina y teobromina en el caso del cacao, dicho campesino estará sometido al monopolio de la Nestle.

La Nestle es un poderoso cliente que intermedia en la comercialización de esos productos. Cuando un cliente concentra tanto poder de compra, puede fijar precios bajos, de subsistencia para los productores y entonces se dice que tiene “poder de mercado”. Los campesinos, si deciden plantar el arbusto de la coca, por ejemplo, su comprador será alguno de los muchos clanes intermediarios en el procesado, transporte y distribución del preciado alcaloide cocaína, que para ganarse al campesino le ofrecerá un precio razonable. Y aunque puede suceder que estos clanes fuercen violentamente a los agricultores a trabajar para ellos, lo cierto es que los mayores beneficios de los cultivos ilícitos suelen ser estímulo suficiente para fidelizarlos.

Cuando el gobierno de los EEUU se enorgullecía de haber acabado con el cártel de Medellín, o con Pablo Escobar, o cuando la DEA se sentía pletórica por descabezar a algún clan importante de la mafia, no era consciente que estaba abortando la aparición natural del monopolio u oligopolio de las drogas, llevando a dicho mercado un poco más cerca del ideal liberal de Adam Smith. Veamos las consecuencias.

Mercado 1 Prohibición 0

Por que el ideal liberal de la competencia perfecta supone gran número de productores y distribuidores capaces de competir por el mercado. Es decir, la atomización del negocio de la droga lleva a la competencia y a unos precios más bajos. Resumiendo, LOS GRANDES "EXITOS" POLICIALES DE HOY, SON EL FRACASO DE LA POLÍTICA REPRESIVA DE MAÑANA. Esta es la gran paradoja de la prohibición. La predicción de Adam Smith se hace realidad.

Siguiendo con el análisis económico del fenómeno de las drogas, resulta que el coste de producción en origen de la materia prima de las drogas ilícitas es del orden del 2 % del precio final. Es decir, que si la policía consiguiera interceptar la mitad de las drogas, bastaría con doblar la producción en origen para compensar esas pérdidas. Y para doblar esa producción, sería suficiente con elevar un poco el precio en origen de la materia prima. Pongamos que la hoja de coca, o la resina de cannabis se pagara un 50% más cara en origen. El coste de producción en origen pasaría del 2% actual al 3%. Ese aumento de tan sólo un 1 % en el coste de producción de la materia prima es perfectamente asumible para los intermediarios, sin necesidad de trasladarlo al cliente final.

Pero es que si la policía consiguiera decomisar el 50% de la droga traficada, el valor a precio de mercado de una cantidad tan colosal sería tal, que el riesgo moral en los cuerpos policiales se dispararía. Con esas inmensas cantidades de mercancía a precio de oro, podrían enriquecerse a base de devolver cantidades significativas de decomisos al mercado.

Resumiendo, con la bajada del precio de las drogas estamos asistiendo a la acción de las leyes de la oferta y la demanda según el modelo liberal más puro, el ideal smithiano de hace más de dos siglos, anterior al advenimiento de las tecnologías del marketing, de la ley de patentes y del intervencionismos estatal.

Así el fenómeno de las drogas tiene una doble vertiente, la penal y la económica. En la cuestión penal, se trata de un control social basado en la vigilancia y el castigo de la población. En la cuestión económica, al excluir la economía de la droga del control estatal, o de cualquier poder centralizado, monopolio u oligopolio, se favorece el equilibrio entre oferta y demanda del modelo liberal que alcanza los precios más bajos posibles.

La vertiente del control social es en todo similar a la Inquisición. La segunda vertiente, la económica, es en todo similar al liberalismo mercantil más ideal.

Así el aumento de los consumos de drogas, muy notable en el caso del cannabis, éxtasis y cocaína, no se debe tanto al efecto reclamo provocado por unos medios de comunicación sensacionalistas, o por un efecto rebote de la propaganda antidrogas que las anuncia como fuentes de placer incontrolable. Los consumos crecen por que dichas sustancias tienen objetivamente propiedades que las hacen apreciadas. Pero como en el pecado va la penitencia, objetivamente también, tienen propiedades que las hacen indeseables. Y estos efectos secundarios empiezan a ser manifiestos una vez se han consumido con suficiente frecuencia o en cantidades elevadas. Y en esto no son diferentes a cualquier otro fármaco susceptible de un uso crónico o creciente.

Las drogas representan un mercado que está al margen de las técnicas del marketing, de monopolios y oligopolios, tanto desde el lado productor como distribuidor o minorista, de las leyes de patentes y de intereses estatales como es el caso de la industria de defensa o de la salud.
Todo ello como consecuencia de su ilegalidad. Por esta razón se cumplen con ellas las leyes del liberalismo económico, y se produce el fenómeno previsto por Adam Smith, que consiste en un beneficio compartido de forma más igualitaria por todos los implicados en su producción, distribución, venta y consumo. Esto se traduce en drogas baratas y beneficios limitados distribuidos a todo lo largo de la cadena productiva.

El futuro de las drogas ilegales

Así pues ¿Cuál es el futuro de las drogas ilegales? La tendencia es clara, más abundancia a menor precio hasta alcanzar el punto de saturación de todo el mercado potencial, situación a la que nos vamos acercando.

En cuanto a la combinación de drogas disponibles en el mercado negro, lo que se conoce como mix de productos, el futuro apunta a un probable aumento de las drogas de síntesis más baratas de producir y de transportar, y una selección por parte de los consumidores de aquellas drogas menos peligrosas.

En este sentido, un reciente estudio norteamericano revela una mayor incidencia de problemas mentales entre los consumidores de anfetaminas que entre los consumidores de cocaína, el doble en los primeros respecto de los segundos . Es paradójico que la cocaína se considere legalmente como una droga más peligrosa que las anfetaminas y penalmente se castigue en consecuencia. En contraste, es razonable, y así parece registrarse, que allí donde ambas sustancias están disponibles a precios competitivos, la gente suele preferir la cocaína a la anfetamina.
Así es que las fuerzas del mercado priman el punto óptimo en la relación calidad/precio de cada sustancia. Es lo que en el documento "Repensar las drogas" del grupo IGIA, que ya tiene más de quince años, se califica como homeostasis (equilibrio dinámico), según el cual las leyes del libre mercado primarán al mejor producto. Esto explica, por ejemplo, que la heroína lleve tantos años a la baja.

Resulta inapelable la realidad de unos precios descendentes y unos consumos crecientes. Y todo ello a pesar del endurecimiento penal, el acoso a los consumidores y sus lugares de reunión, el Plan Colombia o Afganistán o Ketama o India o Birmania o Ámsterdam, si existieran. A pesar de los flamantes radares en el estrecho, la vigilancia por satélite, la construcción de más cárceles, los proyectos de cultivos sustitutivos, de erradicación forzada, la propaganda antidroga, las multas, el cierre de afters y la intensificación de la vigilancia en los lugares de ocio.

Así, en la actual situación, parece obvia la necesidad de un cambio de política para que la administración empiece a asumir su responsabilidad en la defensa de la salud de los consumidores de drogas, en lugar de seguir fingiendo tanta indignación y preocupación. Se trata de que las instituciones que a todos nos representan tomen cartas en este asunto mediante el:

(1) Control de la oferta en calidad y precio, sometiendo a vigilancia toda la cadena de producción y distribución, y limitando o prohibiendo el uso de técnicas de marketing, estimuladoras de la demanda

(2) Control de la demanda a base de formar, informar y, llegado el caso, efectuando seguimiento médico a aquellos consumidores que así lo soliciten por no ser capaces de gestionar de forma autónoma su propia salud. Se trata de que los consumidores dispongan de los conocimientos médicos y farmacológicos básicos que les capaciten para decidir con conocimiento de causa, y que les permitan reconocer con antelación los efectos nocivos derivados de un consumo excesivo.

De la gestión a la indigestión

En conclusión, la política actual, basada en la abstinencia y la prohibición como únicas respuestas para gestionar el consumo de las drogas actualmente ilegales, es una tortilla de dos ingredientes altamente indigestos, a saber:

(1) Liberalismo irrestricto del mercado de drogas, derivado del descontrol actual que favorece el acceso a menores de edad, personas sin formación ni información de lo que están tomando y con ausencia de los controles de calidad más elementales. Es un ejemplo de aquel dicho de "los extremos se tocan", o como una dinámica de control estricto acaba derivando en el descontrol absoluto.

(2) Criminalización y acoso por parte de una mayoría social hacia una minoría, sin que existan razones objetivas que lo justifiquen, dada la menor entidad de los problemas de salud derivados del uso de drogas ilegales en comparación con las legales. En este sentido las leyes prohibicionistas, lejos de proteger la salud de los consumidores, consiguen su penalización y son en realidad leyes que persiguen a quienes no respetan las costumbres, pues entonarse con drogas ilegales es un desafío al uso de los embriagantes tradicionales; alcohol, tabaco y café. Cabe preguntarse si es propio de una sociedad avanzada mantener antes la costumbre que la razón como criterio penal. Y es que es propio de sociedades retrógradas utilizar las leyes para reprimir los cambios sociales. Las nuevas generaciones, por naturaleza inconformistas, tienden a ampliar y diversificar el uso de sustancias psicoactivas incorporando nuevas drogas que inevitablemente caen fuera del estrecho marco legal actual.

Un enfoque regulador del fenómeno de las drogas de aplicación progresiva y fruto del diálogo social, rompería la dicotomía prohibición-legalización facilitando puntos de encuentro entre distintas posturas ideológicas. No se trata de derogar un control social por otra parte inevitable, sino de fortalecerlo a base de adaptarlo a las características de una sociedad avanzada. Sociedad que ejercita dicho control a través de la educación y no del castigo, que se guía por criterios de eficacia económica y no de despilfarro, y que se legitima en el respeto al individuo y no en la imposición despótica.

Un enfoque que se materializará en un mercado de las drogas regulado por el estado siguiendo unos criterios de salud, que son los que se aplican en cuestiones de farmacia, y que por extensión debieran incluir al mercado de las drogas ilegales. Se trata de aceptar la realidad de un uso lúdico de drogas para regularlo de la manera menos gravosa para el individuo y la sociedad. Es deseable, por no decir perentorio, que una auténtica gestión del fenómeno de las drogas se vaya imponiendo sobre la actual política, que es una tortilla compuesta de dos ingredientes; represión y mercado ultraliberal. Dos ingrediente a cual más indigesto.

Firmado: Santiago Tena Fernández
Manager Consultor de Sistemas de Información
Colaborador de Energy Control


http://www.ieanet.com/boletin/opinion.html?o=165

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