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II VERDADES SOBRE LA REVOLUCIÓN Y EL MARXISMO
Por Luchador Anarquista - Saturday, Feb. 12, 2005 at 6:34 PM
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¡Guay de la próxima revolución si ella se entretiene en reanimar esos hediondos cadáveres, si una vez más logra arrastrar las masas a ese juego macabro! No engendrará sino otros Hitlers, que crecerán sobre la podredumbre de sus ruinas. Y, otra vez, “su luz se extinguirá para el mundo”.

II VERDADES SOBRE LA REVOLUCIÓN Y EL MARXISMO, por Volin.

Para ver lo que ha devenido luego la Revolución rusa, comprender el verdadero papel del bolchevismo y discernir las razones que, una vez más en la historia humana, transformaron una magnífica y victoriosa revuelta popular en un lamentable fracaso, es justamente preciso ante todo compenetrarse bien de DOS VERDADES, por desgracia no lo bastante difundidas aún y cuyo desconocimiento priva a la mayor parte de los interesados del verdadero medio de comprensión.

PRIMERA VERDAD: hay contradicción formal e irreconciliable, hay oposición entre la verdadera Revolución que tiende a expandirse -y debe poder hacerlo de modo ilimitado para vencer definitivamente-, de una parte, y la teoría y la práctica autoritarias y estatistas, de la otra. (...) La sustancia misma de la verdadera Revolución social es el reconocimiento y la realización de un vasto y libre movimiento creador de las masas laboriosas liberadas de todo trabajo subordinado. Es la afirmación y la expansión de un inmenso proceso de construcción, basado en el trabajo emancipado, en la coordinación natural y la igualdad elemental. En el fondo, la verdadera Revolución social es el comienzo de la verdadera evolución humana, esto es, de una libre ascensión creadora de las masas humanas, basada en la vasta y franca iniciativa de millones de hombres en todas sus actividades. Esta esencia de la Revolución es instintivamente sentida por el pueblo revolucionario. Ella es más o menos netamente comprendida y formulada por los anarquistas.
Lo que resulta automáticamente de esta definición de la revolución social, definición que no se podría refutar, no es la idea de una dirección autoritaria (dictatorial o no), idea que pertenece por entero al viejo mundo burgués, capitalista, sino la de una colaboración a aportarle en su evolución. Se desprende de ello, pues, la necesidad de una circulación enteramente libre de todas las ideas revolucionarias, de verdades sin disfraz, de su búsqueda libre y general y de su experimentación, como condiciones esenciales de una acción fecunda de las masas y del definitivo triunfo de la revolución.
Ahora bien: en la base del socialismo estatista y del poder derivante, está el no reconocimiento formal de estos principios de la revolución social. Los rasgos característicos de la ideología y la praxis socialistas estatistas (autoridad, poder, estado, dictadura) no pertenecen en absoluto al porvenir, sino que forman parte totalmente del pasado burgués. La concepción estatista de la revolución, la idea de un tope, de una culminación prefijada del proceso revolucionario, la tendencia a poner dique, a petrificar este proceso y, sobre todo, -en lugar de reservar a las masas laboriosas todas las posibilidades de un movimiento y una acción amplias y autónomas-, a concretar de nuevo en manos de un estado, de un puñado de nuevos amos, la evolución futura, todo ello reposa en viejas tradiciones, caducas rutinas y modelos desgastados, que nada tienen en común con la verdadera revolución. Una vez aplicado ese modelo, los verdaderos principios de la revolución son fatalmente abandonados. Ahí es entonces el renacimiento, bajo otra forma, de la explotación de las masas laboriosas, con todas sus consecuencias.
Está fuera de duda, pues, que el avance de las masas revolucionarias hacia su emancipación real, hacia la creación de nuevas formas de la vida social, es incompatible con el principio mismo del poder estatista.(...) La revolución socialista autoritaria y la Revolución social siguen dos procesos inversos. Fatalmente, la una debe vencer, y perecer la otra. O bien la verdadera Revolución, con el libre y creador flujo de su enorme marea, arrancándose definitivamente a las raíces del pasado, triunfa sobre las ruinas del principio autoritario, o bien es éste el que vence, y entonces las raíces del pasado traban la verdadera Revolución, que no puede realizarse.(...)


La SEGUNDA VERDAD -conjunto lógico de verdades, más bien- completa la anterior, aportándole algunas puntualizaciones:

1) Todo poder político crea, inevitablemente, una situación privilegiada para quienes lo ejercen. Viola así, desde el comienzo, el principio igualitario y hiere el corazón de la Revolución social, movida, en gran parte, por ese principio.

2) Todo poder político deviene inevitablemente fuente de otros privilegios, aunque no dependa de la burguesía. Al apoderarse de la Revolución, dominarla y embridarla, EL PODER SE VE OBLIGADO A CREAR SU APARATO BUROCRÁTICO Y COERCITIVO, indispensable para toda autoridad que quiera mantenerse, mandar, ordenar; en una palabra: gobernar. Rápidamente, atrae y agrupa en torno a sí toda suerte de elementos aspirantes a dominar y explotar. Forma así UNA NUEVA CASTA DE PRIVILEGIADOS, primero políticamente y de seguida económicamente: dirigentes, funcionarios, militares, policías, miembros del partido dominante (especie de nueva nobleza), etc., individuos dependientes de él y, por tanto, dispuestos a sostenerlo y defenderlo contra todo y contra todos, sin el menor miramiento a los principios o a la justicia. Expande por doquiera el germen de la desigualdad, infectando bien pronto al entero organismo social, que mayormente pasivo a medida que siente la imposibilidad de combatir la infección, acaba por devenir, también él, favorable a la regresión a los principios burgueses, bajo nuevo aspecto.

3) Todo poder procura más o menos asir las riendas de la vida social. Sofocado todo espíritu de iniciativa por LA EXISTENCIA MISMA DEL PODER, y en la medida en que éste es ejercido, predispone a las masas a la pasividad. El poder comunista, que, por principio, concentra todo en sus manos, es, en este aspecto, un elemento realmente corruptor. Hinchado de autoridad, imbuido de su pretendida responsabilidad (que ha asumido por su cuenta), teme todo acto independiente. Cualquier iniciativa autónoma, le resulta sospechosa, amenazante; se siente, ante ella, fastidiado, disminuido. Quiere empuñar el timón, y empuñarlo sólo él. Toda otra iniciativa se le antoja una injerencia en su dominio y sus prerrogativas. Cosa insoportable. Y la menosprecia, rechaza, pisotea, o bien la vigila y castiga, con lógica y persistencia despiadadas y abominables.
Las inmensas fuerzas creadoras nuevas en incubación en las masas, quedan así inutilizadas. Y esto tanto en el dominio de la acción como en el del pensamiento. En este último, el poder comunista se distingue sobre todo por una intolerancia excepcional, absoluta, que no halla equivalente sino en la de la antigua Inquisición. Porque en otro plano, este poder se considera igualmente como el único portador de la verdad y la salvación, no admitiendo ni tolerando contradicción alguna, ningún modo de ver o de pensar fuera del propio.

4) Ningún poder político es capaz de resolver efectivamente los gigantescos problemas constructivos de la Revolución. El poder comunista, que se apodera de esta enorme tarea con la pretensión de realizarla, es particularmente lastimoso en este aspecto. Quiere, en efecto, y pretende poder, dirigir toda la actividad formidable, infinitamente varia y móvil, de millones de seres humanos. Para lograrlo, ha de poder abarcar, en todo instante, LA INMENSIDAD INCONMENSURABLE Y MOVIENTE DE LA VIDA: poder conocer todo, y todo comprenderlo, penetrarlo, verlo, preverlo, emprenderlo, vigilarlo, arreglarlo, organizarlo, dirigirlo. Y se trata de un número incalculable de necesidades, intereses, actividades, situaciones, combinaciones y transformaciones; problemas, pues, de toda suerte y de todo momento, en movimiento continuo.
Pronto, no pudiendo ya mantener cabeza, el poder acaba por no entender nada ni nada arreglar o dirigir del todo. Y en primer lugar se muestra absolutamente impotente para reorganizar la vida económica del país, que se disgrega rápidamente. Pronto, completamente desorientado, se debate desordenadamente entre los restos del régimen caído y la impotencia del nuevo sistema anunciado.
La incompetencia del poder acarrea prontamente, en las condiciones así creadas, un verdadero desastre económico. Es la paralización de la actividad industrial, la ruina de la agricultura, la destrucción de todo vínculo entre las diversas ramas de la economía y la ruptura de todo equilibrio económico y social. Resulta de ello por de pronto, fatalmente, una política de compulsión, sobre todo respecto a los campesinos, para obligarlos a seguir, a pesar de todo, alimentando a las ciudades. La escasa eficacia del procedimiento, especialmente al principio, y la resistencia pasiva a que acuden los campesinos, hace dominante la miseria en todo el país. Trabajo, producción, transporte e intercambios, todo se desorganiza y cae en estado caótico.

5) Para mantener la vida económica del país en un nivel soportable, no le queda al poder, en definitiva, sino la coerción, la violencia, el terror, a los que recurre cada vez más amplia y metódicamente. Pero el país sigue debatiéndose en espantosa miseria, rayana en el hambre.

6) La flagrante impotencia del poder para dotar al país de normal vida económica, la manifiesta esterilidad de la revolución, los sufrimientos, físicos y morales, creados por tal situación para millones de individuos, una violencia que recrudece a diario en arbitrariedad e intensidad: tales son los factores esenciales que bien pronto cansan y asquean a la población, levantándola contra la Revolución, con lo que se favorece el recrudecimiento de un espíritu y de movimientos neutros e inconscientes -hasta entonces vacilantes y más bien favorables a la Revolución- a tomar netamente posición contra ella, y mata finalmente la fe en muchos de sus mismos partidarios.

7) Tal estado de cosas no sólo desvía la marcha de la Revolución, sino también compromete su defensa. En lugar de organismos sociales (sindicatos, cooperativas, asociaciones, federaciones, etc.), activos, vivaces, normalmente coordinados, capaces de asegurar el desenvolvimiento económico del país y organizar, al par, la defensa de la Revolución por las masas mismas contra el peligro de la reacción (relativamente anodina en estas condiciones), se tiene de nuevo, a los pocos meses de la desastrosa práctica estatista, un puñado de aventureros en el poder, incapaces de justificar y fortificar la revolución que ellos han mutilado y esterilizado horriblemente. Y se ven obligados ahora a defenderse ellos mismos, y sus partidarios, contra enemigos cada vez más numerosos, cuya aparición y creciente actividad son, sobre todo, consecuencia del fracaso gubernamental.
En lugar de una defensa natural y fácil de la Revolución social, afirmándose gradualmente, se asiste así, una vez más, a este espectáculo desconcertante: el poder en quiebra, defendiendo su vida por todos los medios, aun los más feroces.
Esta falsa defensa es, naturalmente, organizada desde arriba, con ayuda de los antiguos y monstruosos métodos políticos y militares ya experimentados: sujeción absoluta de toda la población, formación de un ejército regular ciegamente disciplinado, creación de institutos policiales profesionales y cuerpos especiales ferozmente adictos, supresión de las libertades de palabra, de prensa, de reunión y sobre todo de acción, instauración de un régimen de represión, de terror, etc. Se trata, de nuevo, de domar y embrutecer a los individuos para obtener una fuerza enteramente sometida. En las anormales condiciones en que se desarrollan los acontecimientos, todos esos procedimientos adquieren rápidamente alto grado de violencia y arbitrariedad. La decrepitud de la Revolución avanza con celeridad.

8) El poder revolucionario en quiebra choca inevitablemente, no sólo con los enemigos de derecha, sino también con los adversarios de izquierda, todos los animados por la verdadera idea revolucionaria pisoteada, que luchan por defenderla y por cuyo interés atacan al poder.
Probado el tóxico de la dominación, la autoridad y sus prerrogativas; persuadido él mismo y tratando de persuadir al todos de que es la única fuerza realmente revolucionaria llamada a obrar en nombre del proletariado; creyéndose obligado y responsable ante la Revolución, cuya suerte confunde con la propia por una aberración fatal, y procurando para todos sus actos explicaciones y justificaciones, el poder no puede ni quiere confesar su fracaso y desaparecer. Al contrario, cuanto más amenazado y en falla se siente, tanto más se encarniza en defenderse. A cualquier precio quiere mantenerse dueño de la situación, confiando siempre en salir del trance y arreglar las cosas.
Perfectamente consciente de que se trata, de una manera u otra, de su existencia misma, el poder acaba por no distinguir ya sus adversarios de los enemigos de la revolución. Más guiado cada vez por un simple instinto de conservación, e incapaz de retroceder, empieza a descargar golpes, en un in crescendo de ceguera e impudicia, a tontas y a locas, a derecha como a izquierda. Golpea sin distinción a cuantos no están con él. Temblando por su propia suerte, aniquila las mejores fuerzas del porvenir. Ahoga los movimientos revolucionarios que, inevitablemente surgen de nuevo. Suprime en masa a revolucionarios y simples trabajadores, culpables de querer realzar el estandarte de la Revolución social. Al obrar así, impotente en el fondo, únicamente fuerte por el terror, necesita ocultar su juego con. astucia, mentir, calumniar, hasta tanto juzgue ventajoso no romper abiertamente con la Revolución y conservar intacto su prestigio, por lo menos en el extranjero.

9) Pero, traicionada la Revolución, no es posible apoyarse en ella. Ni lo es tampoco permanecer suspendido en el vacío con el solo sostén de la fuerza precaria de las bayonetas y de las circunstancias.

Estrangulada la Revolución, el poder se ve obligado, pues, a asegurarse, cada vez más clara y firmemente, la ayuda y el apoyo de elementos reaccionarios y burgueses, dispuestos, por cálculo, a ponerse a su servicio y pactar con él. Sintiendo desmoronarse el suelo bajo sus pies, progresivamente distanciado de las masas, rotos los últimos lazos con la Revolución, creada toda una casta de privilegiados, de grandes y pequeños dictadores, de serviles, aduladores, advenedizos y parásitos, e impotente para realizar nada realmente revolucionario y efectivo, tras de haber rechazado y aplastado las fuerzas nuevas, el poder necesita, para consolidarse, atraer a las fuerzas antiguas, cuyo concurso procura con creciente frecuencia y mayor voluntad. Solicita de ellas acuerdos, alianzas y unión y, no teniendo otra salida para asegurar su vida, les cede posiciones. Son las nuevas simpatías que busca en reemplazo de la perdida amistad de las masas. Cierto que espera traicionarlas algún día, pero, en tanto, se va encenagando de más en más en una acción antirrevolucionaria y antisocial. La Revolución ataca con creciente energía al poder, y éste, con feroz encarnizamiento, valido de las armas que ha forjado y los órganos represores que ha creado, combate a la Revolución, que acaba de ser definitivamente vencida en la desigual lucha. Se ha llegado al fin de la pendiente: es el abismo. Y la reacción se instala triunfalmente, horrorosamente maquillada, impúdica, brutal, bestial.

Quienes, aún no han comprendido estas verdades y su implacable lógica nada han comprendido de la Revolución rusa. He aquí por qué esos CIEGOS LENINISTAS, TROTSKISTAS Y TUTTI QUANTI, son incapaces de explicar pasablemente la bancarrota de la Revolución rusa y del bolchevismo, que ellos se ven forzados a confesar. No hablamos de los comunistas occidentales: éstos quieren permanecer ciegos, y están dispuestos, por no haber comprendido ni aprendido nada de la Revolución rusa, a repetir la misma secuela de nefastos errores: partido político, conquista del poder, gobierno (obrero y campesino), estado (socialista), dictadura (del proletariado) ... ¡Vulgares estupideces, criminales contradicciones, chocantes contrasentidos!.
¡Guay de la próxima revolución si ella se entretiene en reanimar esos hediondos cadáveres, si una vez más logra arrastrar las masas a ese juego macabro! No engendrará sino otros Hitlers, que crecerán sobre la podredumbre de sus ruinas. Y, otra vez, “su luz se extinguirá para el mundo”.

Extraído de “La Revolución Desconocida”, de Volin
(Libro segundo, tercera parte, capítulo II: “La pendiente fatal”)

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