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Hacia una nueva definicion de la importancia estrategica de la clase trabajadora (I)
Por Jorge Sanmartino - Tuesday, Feb. 15, 2005 at 12:34 PM
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La experiencia y el conflicto en la identidad de clase / Hacia una nueva definición de la importancia estratégica de la clase trabajadora (Parte I) por Jorge Sanmartino*

En las últimas décadas vivimos un auge de las teorías de los llamados 'nuevos movimientos sociales', que vendrían a sustituir a las tradicionales organizaciones obreras -en particular los sindicatos- como sujetos sociales de cambio.

Estas teorías consideran todo el proceso de conflictividad social como una traslación del conflicto capital-trabajo hacia nuevos sujetos auto-productivos. Ahora el conflicto de clase debe ser definido en base a nuevas coordenadas que expresen el movimiento hacia la auto-producción de la vida, esto es, hacia una 'alternativa social' propias, escapando de las redes sociales y políticas del capitalismo. Un planteo radical de esta perspectiva es el No-Trabajo, la huida de las relaciones salariales para autogobernar en comunidad la satisfacción de las necesidades.

Los ejemplos paradigmáticos de estos planteos son los campesinos sin tierra en Brasil o los movimientos Piqueteros, las fábricas ocupadas y las asambleas populares en Argentina (1).

Las teorías posmarxistas, por otro lado, han insistido, no en la desaparición de la clase trabajadora, sino en que esta constituye sólo una más de la pluralidad de identidades que pueden ser mucho más determinantes en la experiencia de sus vidas que la de pertenecer a una clase.

En un caso es posible constituir sujetos autónomos al margen de las relaciones mercantiles y de explotación. En otro, estas mismas relaciones parecen no tener efectos importantes en la capacidad de los sujetos de constituir identidades que surgen de otros conflictos, quizá más relevantes.

Es paradójico que estas caracterizaciones puedan tener peso intelectual en el mismo momento en que esas relaciones sociales mercantiles y de explotación se han expandido y enraizado en todos los poros de la sociedad. Existen por supuestos identidades sociales no constituidas por las relaciones de explotación, y ellas son parte de problemas que deben ser encarados por el movimiento socialista, pero incluso las mismas zonas extraeconómicas, que se encuentran fuera de las relaciones de explotación y venta de la fuerza de trabajo, están hoy cada vez más subordinadas a la esfera mercantil (2).

El posmarxismo ha ofrecido una oposición simétrica a la teoría del reflejo del marxismo vulgar en el que los discursos políticos y la ideología son un reflejo directo de las relaciones sociales. Así el concepto de 'representación' fue radicalmente eliminado y reemplazado por el de 'articulación', siendo que ahora son los discursos políticos lo que constituyen las situaciones de explotación. Esta inversión idealista es la base para un hiperpoliticismo democrático, erradicando todo conflicto clasista por una pluralidad de conflictos sin jerarquías diferenciales. Como lo ha definido Terry Eagleton en su rechazo del posmarxismo 'Es ciertamente verdad, como adecuadamente insiste el posmarxismo, que la posición político-ideológica del esclavo no es un mero 'reflejo' de su situación material. Pero sus posiciones ideológicas tienen realmente una relación interna con esas condiciones, no en el sentido de que estas condiciones sean la causa automática de aquellas, sino en el sentido de que esta condición es su razón' (3).

Lo que se representa nunca es la relación social 'bruta', espontáneamente reflejada, sino que está mediada por la práctica ideológico-política. Los discursos políticos 'producen sus propios significados', conceptualizan la situación de diferentes maneras'. De ahí que el posmarxismo ha dado un paso ilícito al ir más allá y asegurar que toda situación socioeconómica es el resultado de una articulación específica de discursos políticos. Esta 'exorbitancia del lenguaje' posestructuralista rompe todo lazo entre las posiciones de clase y los discursos ideológicos. Pero si todo discurso se vuelve contingente podría ser pura casualidad que la inmensa mayoría de los capitalistas rechacen las ideas de los socialistas revolucionarios, o que una posición étnica opresiva resulte probablemente en un discurso de liberación racial. Eagleton concluye '¿Se nos pide que creamos que la razón por la que alguna personas votan a los conservadores no es porque temen que un gobierno laborista pueda nacionalizar sus propiedades, sino que su estima de la propiedad está creada por el acto de votar al partido conservador? (…) La política y la ideología se convierten de este modo en prácticas puramente auto-constituidas y tautológicas. Es imposible decir de dónde surgen; simplemente caen del cielo. Como cualquier otro significante trascendental' (4).

El peso que han adquirido teorías de este tipo están relacionadas a dos grandes procesos asociados: en primer lugar a transformaciones profundas y duraderas de las relaciones de producción caracterizado por un creciente proceso de relocalización productiva, auge de la economía de servicios, imposición de nuevos métodos de trabajo, etc. Y en segundo lugar pero determinante, a una serie de derrotas y retrocesos fundamentales de las luchas de la clase trabajadora y de los sindicatos, que han perdido peso social y político, por lo menos desde mediados de los años '70.

Esta es la razón por la cual la izquierda marxista parece haber quedado totalmente a la defensiva, aferrándose a la única demostración palpable del rol insustituible de la clase trabajadora en la sociedad contemporánea: la expansión permanente de las relaciones salariales, más allá del debilitamiento de la industria o del declive universal de las condiciones de vida y las conquistas políticas y económicas a las que estuvo sometida: Asistimos a una expansión nunca vista de las relaciones de explotación y del número de asalariados en todo el mundo (5).

Quizá por ese motivo, exageradamente expresado en las visiones más esquemáticas dentro del marxismo, es que se ha recaído en un campo simétricamente opuesto al anterior, rescatando el concepto clasista desde una posición unilateralmente sociologista. Al haber quedado defendiendo en soledad durante una década y media la capacidad revolucionaria de la clase obrera exclusivamente por su posición estratégica en las relaciones de producción, se ha caído en un error inverso: se le ha dado a las posiciones estructurales de clase un status teórico tal elevado que se ha llegado a subestimar las determinaciones históricas, concretas, de las experiencias y las luchas reales de la clase obrera. No es casualidad que en nuestro país un planteo unilateralmente basado en la posición estructural, haya subestimado e incluso despreciado el proceso de recomposición clasista más importante del período menemista-delaruísta: el movimiento de desocupados.

Parecería suficiente con demostrar que no existe el tan mentado 'fin del trabajo' para tranquilizar el alma marxista. En esta visión mecanicista sería suficiente con reafirmar la existencia del trabajo asalariado para resolver los problemas que sin embargo dicha reafirmación plantea. Dicho de otro modo, el problema no se resuelve con autoafirmar sociológicamente las posiciones de clase, -allí la cosa recién empieza-, sino en comprender sus procesos concretos, la lucha práctica, la política como elementos constitutivos de lo que se denomina formación de clase.

Para una interpretación que sólo reafirma la estructura clasista como fin último, la misma presencia obrera alcanza para 'centralizar' los conflictos sociales. Por eso una visión clasista estrechamente sociológica tiende a caer permanentemente en el espontaneísmo obrerista: tanto esperar que la clase obrera 'entre en escena' que se espera de ella con su sola presencia, más allá de sus formas de lucha, su conciencia, su organización, resuelva tareas que nosotros depositamos en ella, como si los trabajadores asalariados fuesen un ente unitario por su esencia. Ese espontaneísmo exige que los objetivos más amplios de la emancipación social se encuentren en forma directa y completa en su propia naturaleza, dictada por su posición en las relaciones de producción. Así como el peor marxismo determinista exige como complemento una teleología de la historia, también aquí la clase parece estar provista de un objetivo último predefinido, innato a una posición de clase, obturando la propia definición de clase como proceso y como relación.

Estamos ante dos frentes opuestos, aquellos que en el campo del post (anti) marxismo niegan el carácter estratégico de la identidad de clase y aquellos otros que le asignan una, mecánica y directamente extraída de las condiciones de producción (6).

El debate ya no está puesto en la cuestión sobre el tan discutido 'fin del trabajo', sino en las condiciones en que esa masa de trabajadores asalariados que están asociados a las relaciones sociales de producción y que constituyen como en EEUU el 82% de la Población Económicamente Activa, o en Argentina donde alcanza al 73%, son capaces de constituirse como clase y como movimiento obrero en la lucha de clases.


Identidad y unidad de clase


La cuestión es la siguiente: ¿cómo es posible que trabajadores que permanecen bajo relaciones sociales de explotación, pero que se encuentran en distintos lugares de producción, que vivencian una disputa permanente entre ellos por la venta de su fuerza de trabajo, que son puestos en competencia mediante el escalafón y las categorías, que pertenecen a ramas de producción y servicios completamente distintas, que están divididos por el nivel de sus ingresos, sus posiciones de producción y responsabilidad, sus calificaciones y competencias, que en muchos casos poseen culturas y tradiciones distintas, que provienen de diferentes geografías e idiosincrasias, llegan a pensarse y a organizarse como una clase? Si remitiéramos esta pregunta a las mismas relaciones sociales de explotación comunes estaríamos dando vueltas en un círculo vicioso, porque volveríamos exactamente a donde habíamos partido, la existencia sociológica de un porcentaje nunca visto históricamente de asalariados en el mundo, que son su presupuesto.

El campo de la infraestructura sólo nos habilita a pensar una referencia material, pero nos exige volver nuestra mirada sobre los procesos que se encuentran en las mismas relaciones sociales antagónicas, a comprenderlas como relaciones en conflicto, es decir, nos exige concentrarnos en las experiencias y las luchas que los trabajadores se ven obligados a librar.

E. M. Wood rescatando el concepto de formación de clase planteado por E. P. Thompson sostiene que 'las determinaciones objetivas no se imponen por sí mismas sobre una materia prima en blanco y pasiva, sino sobre seres históricos, activos y concientes. Las formaciones de clase surgen y se desarrollan 'a medida que los hombres y las mujeres viven sus relaciones productivas y experimentan sus situaciones determinadas, dentro del conjunto de relaciones sociales', con su cultura y expectativas heredadas' (7). Lejos de separar la estructura y la historia, es necesario articularlas de modo que las formaciones de clase puedan definirse, como un proceso estructurado.

Hay un caso que puede servir de ejemplo. Una visión obrerista va a tender a rechazar cualquier identidad de clase que no sea inmediatamente estructural, en los hechos a negarle el carácter proletario o a subestimar su influencia y propósitos por no poder 'parar la producción', como ha ocurrido con ciertas corrientes obreristas en nuestro país respecto al movimiento de desocupados. Pero en un sentido el movimiento piquetero fue mucho más 'centralizador' clasista que los trabajadores ocupados de la industria. Fueron capaces incluso de articular una alianza social anunciada como 'piquete y cacerola'.

Como la historia no es un reflejo condicionado de la estructura, sino que participa activamente 'modificando las circunstancias' lo que tenemos de específico en nuestro país es que un sector de clase puesto al margen de las relaciones de explotación directas, se ha colocado durante más de 5 o 6 años en el centro de la vida de una sociedad compleja y moderna como la Argentina. Con todas sus particularidades, límites y potencialidades, un sector de la clase sociológicamente marginal se constituyó en políticamente central. Un marxismo pobre no podría asimilarlo.


Los límites del obrerismo espontaneísta


Como vimos, la identidad y unidad proletarias no nacen automáticamente de la posición estructural, que son sólo su presupuesto material. Un ejemplo que nos es familiar es el del corporativismo sindical. Las conquistas sindicales de un sector de la clase trabajadora pueden resultar en la división y ruptura de la solidaridad de clase, que es funcional a la reproducción de las relaciones sociales de producción. Tal es el caso de los acuerdos obrero-patronales frente al consumidor. El sindicalismo deviene en muchas ocasiones en anti-socialismo, es decir en un instrumento burgués contra el conjunto del proletariado. Rosa Luxemburgo polemizó con Berstein y Schmidt al respecto. 'Por otra parte, el intento de los sindicatos de fijar la escala de la producción y los precios de las mercancías es un fenómeno reciente. Recién ahora hemos sido testigos de intentos semejantes. Y fue nuevamente en Inglaterra. Por su naturaleza y tendencias, dichos intentos se asemejan a los que describimos más arriba. ¿Para qué sirve la participación activa de los sindicatos en la fijación de la escala y costo de producción? Sirve para formar un cártel de obreros y empresarios contra el consumidor y, sobre todo contra el empresario rival. Su efecto en nada difiere del de las asociaciones comunes de empresarios. Fundamentalmente ya no tenemos un conflicto entre el capital y el trabajo sino la solidaridad del capital y el trabajo contra el conjunto de los consumidores. Desde el punto de vista de su valor social, parece ser un movimiento reaccionario que no puede constituir una etapa en la lucha por la emancipación del proletariado porque es lo opuesto a la lucha de clases'.

Como se ve la lucha que nace naturalmente del metabolismo de la reproducción capitalista en torno al valor de la fuerza de trabajo puede dirigirse por caminos divergentes. De uno u otro depende la dispersión o la capacidad dirigente de masa del proletariado. En Argentina la lucha por el salario -a veces incluso muy radicalizada- incluyó una aceptación de los términos en que la clase dominante encuadró al movimiento obrero en sindicatos estatizados y el partido peronista (8).

Aquí puede verse la relevancia del planteo de Lenin exigiendo que las luchas económicas no sean libradas a sí mismas y se las eleve a la 'lucha política sociademócrata'. Lenin sostuvo que 'La clase obrera espontáneamente gravita hacia el socialismo; pero la ideología burguesa que está muy extendida (y revive continuamente y de diferentes maneras) espontáneamente se impone sobre el obrero en un grado todavía mayor' (9). Es decir, mientras que la base estructural puede facilitar por la misma vivencia de la explotación una posición clasista en los trabajadores (y sólo en ese sentido Lenin dice que 'tienden al socialismo'), sin embargo las conclusiones que se saquen de dicho conflicto están mediadas por las condiciones políticas e ideológicas imperantes en la sociedad capitalista, aquellas que son según Marx las ideas de la clase dominante. No sólo por la capacidad estatal y los recursos culturales de la burguesía, sino también porque las relaciones sociales aparecen en el capitalismo fetichizadas como relaciones entre cosas, así como se oculta bajo un contrato comercial entre compradores y vendedores de mercancías la desigualdad de base que se opera en las relaciones de producción. Incluso cuando estos mecanismos llegan a ser cuestionados por los explotados, la clase capitalista es capaz de imponer nuevas conclusiones políticamente falsas: aquellas que desvían el objetivo hacia los inmigrantes, las minorías o bien a la naturaleza inevitable de la explotación, generando la desmoralización u otros sentimientos de impotencia y resignación.

Por todos estos factores es que a pesar de que las relaciones productivas materiales favorecen espontáneamente las ideas socialistas en los trabajadores que vivencian la explotación, sin embargo los resultados pueden ser opuestos, reforzando la dominación y la subordinación. Ahí está el valor actual del planteo leninista, porque la oposición y superación de las 'ideas de la clase dominante' que se imponen cotidianamente a la clase obrera exigen ser procesadas en el mismo nivel en que la clase capitalista impone las suyas: en el de las concepciones e ideas que forman la conciencia de los hombres. Esto requiere de un esfuerzo de carácter político e ideológico que es la única garantía de preservar la identidad y la unidad más allá de los vaivenes de la lucha.

No se trata de reproducir la separación espacio-temporal entre la conciencia y la espontaneidad o entre los ámbitos epistemológicos del sujeto y el objeto, sino de ponerlos en movimiento dialéctico en el que ambos son momentos de un mismo proceso. Como lo dice Alan Shandro: 'Sin embargo, la tesis de Lenin resiste cualquier identificación simple con la distinción entre espontaneidad y conciencia, con la distinción entre base y superestructura. En el curso de su argumento, la vanguardia conciente es convocada tanto a fomentar el movimiento obrero espontáneo como a combatirlo. La ambivalencia aparente de esta posición está basada en una valoración de la espontaneidad misma como embrión de la conciencia socialista y (al mismo tiempo, N. de R.) repositorio de la ideología burguesa' (10).

Lenin parte de que hay una profunda asimetría en el juego de correspondencias entre las posiciones estructurales y la conciencia política. Las últimas décadas vieron este proceso llevado al paroxismo, registrando una expansión global sin precedentes de las relaciones capitalistas y de las cuales podía inferirse un crecimiento correspondiente de la conciencia y la organización de clase, aunque fueron el resultado y al mismo tiempo la causa de desmoralización, crisis y retrocesos.


Del siglo XIX a la crisis mundial


Hemos sostenido que la unidad y la identidad de clases no devienen de una correspondencia directa con la posición estructural. Es verdad que Marx había sostenido que las tendencias inherentes al desarrollo capitalista creaban un progresivo crecimiento del proletariado, un permanente impulso a la proletarización de las clases medias, una tendencia a la miseria creciente. Ya desde el Manifiesto Comunista Marx había anticipado que la burguesía, mediante la expansión de la industria creaba al mismo tiempo a su propio sepulturero, el proletariado. Incluso en su concepción de lo que debía ser un partido de la clase trabajadora creía que se constituiría en una 'representación política' del conjunto de la clase, la cual conquistaría primero en los sindicatos -tal como en Inglaterra- una trinchera económica masiva. La tendencia a la homogeneización social del proletariado estaba asegurada por la lógica intrínseca del movimiento del desarrollo capitalista.

Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX esto parecía extenderse a los derechos sindicales y políticos de la clase trabajadora, en los que crecía exponencialmente, sobre todo desde 1890 con el fin de la crisis y la anulación de las leyes antisocialistas en Alemania, las tasas de sindicalización y los derechos laborales, así como el crecimiento de los partidos socialistas.

Fueron estas condiciones sociales particulares las que llevaron a los socialistas europeos de la segunda generación, alistados en la II Internacional, a tomar unilateralmente las tendencias descritas como elementos unificantes del desarrollo capitalista. Así, parecía que los países avanzados mostraban el itinerario inexcusable por el que deberían pasar los más atrasados, como producto de los efectos inevitables de leyes necesarias del desarrollo capitalista. Las conquistas económicas debían seguir generalizándose eternamente, los derechos políticos expresarían este crecimiento, y la unidad y conciencia de clase iría progresando conforme se irían reforzando con el crecimiento permanente y la expansión de la industria y el comercio capitalista. Esta visión era compartida, en general tanto por el ala ortodoxa de Kautsky como la revisionista de Berstein.

Para el primero la creciente concentración de la riqueza simplificaba la diversidad y complejidad de los sectores de clase, unificando la identidad clasista y su expresión política, el partido socialista. Si las tendencias económicas espontáneas homogeneizaban y polarizaban la lucha de clases el crecimiento orgánico de la clase trabajadora no era más que la expresión de las 'leyes de hierro' de la necesidad histórica, de la cual se deducía la inevitabilidad del socialismo.

En la segunda variante, las tendencias económicas y la estructura del estado tendían a complejizarse (lo que más tarde Hilferding llamaría 'capitalismo organizado'), aunque en su totalidad la clase trabajadora podía conquistar gradualmente posiciones políticas estables. Berstein sintetizó su planteo antirrevolucionario con la célebre frase 'el movimiento lo es todo, el fin no es nada'. El revisionismo acompañaba la misma creencia en que el crecimiento orgánico del capitalismo llevaría a una posición automáticamente cada vez más independiente y relevante a la clase obrera, aunque en el primero la conclusión era revolucionaria y en el segundo reformista. Ambos estaban abandonados a la creencia muy fuertemente arraigada del evolucionismo social. El sentido de un progreso ascendente estuvo profundamente arraigado en las condiciones sociales y en la experiencia del momento. En el campo filosófico esto se expresó en un marxismo de fuerte contenido positivista, expresión en la creencia en leyes sociales ineluctables inherentes de la historia y de la economía. La catástrofe de la guerra mundial, la crisis y parálisis del movimiento obrero, la debacle social-patriota de la mayoría del socialismo alemán y europeo demostraba que no había linealidad progresiva en la historia y que el hiato entre la expansión de las relaciones productivas y la capacidad clasista de resolverlas no eran idénticas, ni el segundo un reflejo del primero. ¿Había sido el mismo Marx responsable de este materialismo mecanicista? En definitiva fue el joven Marx quién había formulado en términos filosóficos la idea que el proletariado poseía una esencia revolucionaria y que ella debía a la larga reunirse con su realidad aparente. Pero ¿posee verdaderamente el proletariado una esencia? Evidentemente los términos feuerbachianos en los que formula el problema exigían algún medio para que esencia y apariencia coincidan: allí estaba la historia, ese viejo topo, para reunirlas definitivamente. Pero si ni la historia ni ninguna otra personificación hacían nada (La sagrada familia) que no hiciesen los hombres por sí mismos, es la política, no la filosofía, el camino para reunir a los trabajadores con sus tareas históricas concientes. Rechazando implícitamente la idea de una clase esencial, de una dimensión revolucionaria intrínseca a su condición estructural un Marx que podría ser denunciado por 'hiperbolchevista' afirma que 'En su lucha contra el poder unido de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase más que constituyéndose él mismo en partido político distinto y opuesto a todos los antiguos partidos políticos creados por las clases poseedoras' (11).

Marx rechaza la existencia objetiva de la unidad clasista, que sólo se impone gracias a la mediación de la conciencia, y sólo gracias a ella cobra existencia efectiva. Esto ha sido censurado vehementemente por el amplísimo campo antileninista, que denunció la más mínima distinción entre la clase y el partido a la que consideraba como una operación de exteriorización de éste respecto a la clase, una dualización y una 'rigidización' de los polos que en Marx estaban en movimiento (12). Esta visión sesgada unilateraliza el planteo de Marx que es como mínimo complejo y circunstanciado.


Lenin y Rosa Luxemburgo


Las tendencias que nacen de las condiciones del desarrollo capitalista son profundamente contradictorias, como lo son las mismas relaciones sociales de producción. Mientras en un lado tenemos una tendencia a la homogenización social, por el otro tenemos la recreación constante y permanente de la fragmentación y la división social. La clase obrera se divide, se separa en múltiples fragmentos y sectores, con una diversidad fatal de intereses, representaciones e identidades.

Rosa Luxemburgo atacó el principio evolucionista e ingenuamente unitario de Kautsky a raíz del debate sobre la huelga de masas. Para ella en épocas de paz social, cuando las condiciones no son revolucionarias, el proletariado se encuentra separado y dividido. 'En Alemania ocurren todos los años y todos los días choques violentos y brutales entre obreros y patrones sin que la lucha traspase los límites de un distrito o una ciudad, o incluso una fábrica (…) Ninguno de estos casos cambia súbitamente a una acción de clase mancomunada'. La cuestión cambia abruptamente en los períodos revolucionarios, en los que las luchas económicas aisladas confluyen en un torrente revolucionario general. 'Por el contrario, solamente en el período revolucionario, cuando los cimientos y los muros sociales de la sociedad de clases se ven sacudidos y sometidos a un constante proceso de descomposición, cualquier acción política de clase del proletariado puede hacer emerger de su pasividad a sectores enteros de la clase obrera' (13).

En Alemania cualquier lucha convocada por los 'jefes del comité ejecutivo del partido' arrastrará sólo a las capas sindicalizadas. La huelga de masas espontánea unirá a los trabajadores sindicalizados con aquellos sectores más sumergidos que 'en épocas normales se abstienen de participar en la lucha sindical'.

Esta conclusión no es tanto política como estructural: 'en el curso pacífico y 'normal' de la sociedad burguesa la lucha económica se fragmenta y se disuelve en una multitud de luchas individuales en cada rama de producción y en cada empresa' (14). Para Rosa Luxemburgo sólo las situaciones revolucionarias pueden imponer a los trabajadores una perspectiva general del movimiento de la clase, en la que cada lucha particular, local y aislada, es vista por las masas movilizadas como parte integrante del torrente revolucionario. Sólo la lucha revolucionaria generalizada puede unificar y constituir una conciencia de clase unitaria y colectiva. La huelga de masas obliga a 'salir del taller, la mina y la fundición, y superar la atomización y la decadencia a las que se ve condenado el proletariado por el yugo cotidiano de la explotación del sistema' (15).

Pero Rosa adolecía de una falla espontaneísta fatal, igual que Trotsky antes del '17 en el que el partido revolucionario podía ser a lo sumo un acelerador del proceso, o en tiempos de paz, un educador. Para ella lo que unifica, le otorga identidad y forja la conciencia de clase colectiva del proletariado es la acción revolucionaria espontánea de las masas. De ahí que ningún partido como el que quería Kautsky, ninguna organización socialdemócrata que acumulara y preservara su aparato conservador podía unifica a la clase, sólo la huelga general de masas tal como se había dado en la revolución de 1905 en Rusia. Ese es el motivo por el cual la revolucionaria polaca denunció la táctica de la 'guerra de desgaste' kautskiana, en la que el crecimiento del partido y los sindicatos, y la preservación de ellos como conquistas de todo el proletariado se había erigido en el principio fundamentalmente conservador puesto que cualquier acción les resultaba a los dirigentes socialdemócratas una amenaza, con el peligro de que el gobierno los declare ilegales o les cierre sus diarios, desafuere a sus diputados y clausure sus centros culturales. El aparato lo es todo, la acción revolucionaria nada. Rosa denuncia la falsa unidad de clase impuesta por un aparato conservador desde arriba y exige que se mire a Rusia, donde la espontaneidad de la huelga de masas unificó y le dio un sentido clasista revolucionario a toda la lucha económica dispersa que la clase obrera venía dando aisladamente. Las conquistas de la clase las consigue mil veces mejor esas acciones que el aparato de los partidos y los sindicatos mediante las batallas pacíficas y cotidianas.

Pero ¿cómo actuar, cómo asegurar el advenimiento de la huelga de masas? En definitiva, ¿quién asegura la recomposición revolucionaria de la unidad de clase del proletariado fragmentado y disperso? La respuesta de Rosa Luxemburgo está en el advenimiento inevitable y necesario de la crisis capitalista, cuya consecuencia es la huelga revolucionaria de masas. En ella cada huelga, como en la Rusia de 1905, es parte del todo revolucionario, sobrepasando el estrecho marco económico-reivindicativo. En ese sentido el partido-proceso característico de Luxemburgo y del Trotsky previo al '17 revela limitaciones semejantes al economicismo ruso criticado por Lenin.

Mientras que Rosa Luxemburgo libra la batalla fundamental contra el reformismo y el conservadurismo solapado de Kautsky, unilateraliza la acción espontánea, que no puede ofrecer una continuidad sustancial y sobreponerse a los vaivenes inevitables de la lucha de clases. ¿Cómo sobreponerse a las alzas y las bajas inevitables de la acción de masas? ¿Cómo aglutinar las lecciones del pasado y forjar la unidad clasista del futuro?

Lenin posee en este punto una claridad superioridad sobre Rosa. Puesto que el punto de partida de la recomposición revolucionaria es la estrategia, y sólo una clara perspectiva socialista puede reconstruir teórica y programáticamente la unidad clasista que no puede encontrarse en las relaciones sociales de producción ni consolidarse en el flujo inestable de la situación revolucionaria de masas, sólo puede ser reconstruida en una dialéctica constante y concreta entre las luchas ideológicas y políticas y el movimiento espontáneo revolucionario de las masas, que nutre y se nutre del partido.

El espontaneísmo de Luxemburgo obliga a depositar en las leyes inexorables de la causalidad histórica la reconstrucción de la dispersión de intereses de clase, mientras que en Lenin sólo la acción estratégico-política pueda lograr que la unidad espontánea de la situación revolucionaria se constituya en unidad teórica y programática, es decir en la superación política conciente del capitalismo. Por eso a Rosa le falta, como reflejo de la subestimación partidaria, el momento de la insurrección como arte, que no es un fruto directo de la situación revolucionaria, sino una expresión de la capacidad socialista conciente coagulada en partido.

Trotsky resuelve en 1905 la contradicción entre la tarea democrático burguesa de la revolución y la clase portadora de una solución eficiente. Incluso va más allá de la fórmula bolchevique y sostiene en base al desarrollo desigual y combinado específico de la sociedad rusa, la posibilidad de la dictadura del proletariado. Ella no deviene como en la ortodoxia socialdemócrata de una correspondencia entre el desarrollo orgánico del capitalismo y su conclusión lógica en el crecimiento correspondiente de los intereses clasistas, sino en las deformaciones y las rupturas, los quiebres y las desigualdades que constituyen la arena de la lucha de clases rusa. Pero en el modelo de 1905, igual que Luxemburgo, el campo de la recomposición unitaria de clase parecía nacer directamente de la situación revolucionaria. El 'partido-proceso' de Trotsky podía acelerar los ritmos, no mucho más. En esto paradójicamente se acercaba fatalmente a la visión de Plejanov. Mientras que el proceso objetivo parecía estar dominado en Trotsky por el desarrollo desigual que imponía un desplazamiento de las tareas de una clase en otra (y esa es la diferencia sustancial con el menchevismo y su lógica fusión posterior con el bolchevismo), en el terreno de la recomposición política partidista se mantenía al revés en una correspondencia mecánica entre la clase de conjunto y su representación política.

Lenin tiene una respuesta distinta, porque la unidad política exige constituirse estratégicamente mediante el partido que defiende los intereses históricos de la clase trabajadora. Lenin no subestima la acción espontánea de masas, la unidad revolucionaria de la clase en la acción, no ve en el soviet un peligro 'a lo Kautsky'. Al revés su conclusión es que el soviet se ha demostrado no sólo en la más formidable demostración del espíritu y la organización revolucionaria de las masas, sino también embrionariamente en un contrapoder revolucionario al poder capitalista. Lo que exige Lenin es que no se deje librado el movimiento revolucionario a las vicisitudes de la lucha espontánea. Mientras Rosa pone énfasis y denuncia el anquilosamiento burocrático de la socialdemocracia alemana, Lenin exige que se reconozca que la lucha económica espontánea no alcanza a superar la parcelación, dispersión, el localismo y el provincianismo de la lucha económica. Los intereses históricos de la clase obrera sólo pueden expresarse mediante el conocimiento de las contradicciones sociales en su conjunto, lo que requiere un reconocimiento de las variadas luchas del conjunto de las clases de la sociedad, del papel del estado, y un entrenamiento político por parte de los sectores obreros avanzados. 'La conciencia de la clase obrera no puede ser una conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y opresión, de violencia y abusos de toda especie, cuales quiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, precisamente desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde ningún otro (…) Quien oriente la atención (…) y la conciencia de la clase obrera exclusivamente, o aunque sólo sea con preferencia, hacia ella misma, no es un socialdemócrata, pues el conocimiento de si misma, por parte de la clase obrera, está inseparablemente ligada a la completa nitidez no sólo de los conceptos teóricos -o mejor dicho, no tanto de los conceptos teóricos como de las idas elaboradas sobre la base de la experiencia de la vida política- acerca de las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual' (16).

Ese y no otro es el sentido de la 'conciencia desde afuera' de Lenin, tergiversada hasta el cansancio. En los hechos el espontaneísmo revolucionario de los soviets conciliadores (Alemania) no contradice el planteo de la 'conciencia desde afuera' de Lenin, sino que lo somete a una prueba rigurosa incluso en las condiciones extremas de la revolución alemana, donde la espontaneidad de masas es capaz de desplegar capacidades creativitas inimaginables en períodos de paz. Pero el partido orgánico que le representaba como 'expresión política' de la 'unidad de clase' ahogó los soviet y los subordinó a la República de Weimar.

La incapacidad de los trabajadores de superar espontáneamente al aparato reaccionario de la socialdemocracia que ellos mismos construyeron es el que favorece a Lenin por sobre Luxemburgo, consolidando la importancia estratégica del campo de fuerzas de la política partidista, puesto que aunque la revolución alemana puso frente a frente a los trabajadores ante el desafío de reconstruir las bases de la sociedad desde un punto de vista de clase, es decir exigió del proletariado asumirse como unidad revolucionaria, el momento decisivo hizo estallar esa unidad estratégica en mil pedazos.

Mientras tanto, en Rusia, liderados por los bolcheviques, el proletariado logró una insurrección victoriosa y con ello consolidó la unidad de intereses que la revolución de febrero había puesto al alcance de las manos.

Notas:
1) Ver Nuevas radicalidades políticas en América Latina, H. Ouviña, Cuadernos del Sur 37.
2) Para una relación entre esta caracterización y su relación con los movimientos feministas y de derechos civiles, Capitalismo contra democracia, Cap. 9, E. M. Wood, Siglo XXI, 2000.
3) Ideología, Terry Eagleton, Editorial Paidós Básica, pág. 260.
4) Idem. Pag. 267.
5) Para un panorama de la expansión del mundo del trabajo La clase trabajadora en el siglo XXI, Chris Harman.
6) De ahí que en las posiciones más dogmáticas los docentes o los trabajadores de la salud que no son, según algunas interpretaciones, directamente productivos, sean ubicados en un estatuto inferior al obrero de la industria, interpretando a la clase trabajadora según los mismos parámetros y modelos que a la clase obrera rusa de principios de siglo XX.
7) Capitalismo contra democracia, pág. 110, E. M. Wood, Editorial Siglo XXI.
8) Lo observamos en la década del '70 en Argentina, donde los jefes sindicales tuvieron un éxito parcial en bloquear desde los grandes sindicatos la confluencia del movimiento obrero con el movimiento estudiantil desde la resistencia a la dictadura de Onganía partir del '66, que sin embargo se dio en los sectores independientes de las burocracias dirigentes.
9) ¿Qué hacer?, Lenin. Ediciones Nuestra América.
10) Lenin y la hegemonía: los soviets, la clase trabajadora y el partido en la revolución de 1905, Alan Shandro, Razón y Revolución Nº 9.
11) Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores, K. Marx, Londres 1871.
12) Isac Johsua denuncia esta rigidización leninista del movimiento entre la clase y el partido repitiendo el argumento ya suficientemente rebatido sobre la supuesta separación y oposición entre la clase y la conciencia. Retour vers le futur, Critique communiste Nº 173.
13) Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, pag. 221, Ediciones Pluma.
14) Idem. Pag. 245.
15) Idem. Pag. 239.
16) ¿Qué Hacer?, Lenin, pag. 123. Ediciones Nuestra América.


* Jorge Sanmartino es integrante del EDI y de Socialismo Revolucionario.



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Grande jorgito!!
Por Ariel - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 12:50 AM

Aunque no te conoce nadie a mi me gusta el alfajor Jorgito!!!

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Jorgito light
Por Izquierda dietética - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 10:44 AM

¡Los alfajores Jorgito son buenísimos porque tienen edulcorante! ¡Son re-livianos y no joden a nadie!
¡Igualitos a quien les da el nombre!

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sectas antisocialistas
Por un socialista más - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 11:04 AM

No entiendo por que cuando alguien aporta al movimiento socialista saltan los sectarios a atacarlo. ¿O no se enriquece el movimiento socialista si considera el sujeto revolucionario también a las maestras dado que los socialistas tienen varios cargos en las directivas de los sindicatos docentes? ¿O esas sectas que hablan del proletariado industrial como los bolcheviques rusos no se dan cuenta que nuestro movimiento socialista se enriquece, en primer lugar, si nos consideramos todos alas del movimiento socialista? ¿Por que seguir diferenciando a reformistas, revolucionarios y centristas y no considerarnos todos (pero todos, eh!) parte del movimiento socialista?

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Me faltaba la propuesta
Por un socialista mas - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 11:10 AM

Y para que no digan que son un fraccionalista termino con una propuesta: hacer un solo y gran Movimiento Socialista que desde ahora se llame MS y una juventud que se llame JS.

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q lindos q son...
Por los chicos...del ptx - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 11:26 AM

q lindos...los chicos antipiqueteros del ptx ofuscaditos...vengan boludos a explicarnos sus teorìas del centrismo y todas esas sartas de pelotudeces...o digan abiertamente q los "piqueteros son negritos..." y q la "izquierda es bolsonera" como decian en la secta

CHE, DE ONDA, PERO SANMARTINO ES UN POCO MAS RECONOCIDO POR SUS ELABORACIONES Q EL GORDITO...Q NADIE SABE BIEN DE Q SE ESCONDE...

y ademas las elaboraciones son un poco mas interesantes q las tesis de sociologia...¿o no?

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el trotskismo está caduco
Por un socialista más - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 2:54 PM

Aunque no coincido con el tono, que no es acorde a un debate entre quienes luchamos por las ideas emancipatorias, creo que el que me precede está en lo cierto cuando ataca al PTS de insistir con eso del proletariado como sujeto de la liberación social y no ven que el movimiento piquetero y el asambleario, por ejemplo, también son parte de él. Esto no es posmarxismo, pero creo que hay que decirlo sin ambagues: el trotskismo está caduco por su teoría del sujeto de cambio revolucionario. Incluso diría yo que el mejor Trotsky es aquel más parecido a Rosa y su teoría del partido-proceso. La clase trabajadora, en el sentido amplio y abarcativo del término, está recomenzando de nuevo. Por ello, hasta que haya hechos verdaderamente definitorios como una nueva guerra mundial como la del 14 y una guerra civil como la del 17, ¿porque no unir a los "bolcheviques", "mencheviques" y eseristas de izquierda" de hoy en un mismo espacio de construcción?

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Me olvida otra vez
Por un socialista más - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 2:59 PM

Una últiam cuestión: para ser honesto intelectualmente quiero decir que sobre esa vieja catagoría trotskista de "centrismo", pienso, pienso y no se me ocurre nada.

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Un socialista extraviado
Por ^--^ - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 3:43 PM

El “socialista menos” que critica las posiciones del PTS no cae en la cuenta de que está defendiendo la tesis del fondo del PTS: que los piqueteros-desocupados no forman parte de la clase obrera. Este es un error garrafal, ya que los desocupados forman parte del conjunto de individuos cuyo único modo posible de subsistencia (normal, quiero decir, en términos económicos) es la venta de su propia fuerza de trabajo. Y esa es la definición más exacta de la clase obrera.
En ese sentido, el problema no sería el presunto “obrerismo” del PTS, sino que su obrerismo es de cartón pintado: no toma en cuenta a la clase real, ni tampoco los intereses generales de la clase, sino un ícono cultural de la clase obrera.
En cuanto al movimiento asambleario, no resiste comparación con el movimiento piquetero. No pudo o no supo ganarse un lugar en los procesos políticos, pero sí supo echarle la culpa de ello a los partidos de izquierda. Veremos en el futuro, pero dudo que ningún movimiento asambleario pueda avanzar si sus ejes de debate pasan por la preocupación acerca de los propios juanetes en vez de por el modo de organizarse para derrocar el régimen existente e instaurarse como organizaciones de poder popular junto a otras organizaciones de lucha.
A pesar de sus osadas afirmaciones, no se vé que el “socialista menos” demuestre de ninguna manera que la clase obrera (en su totalidad) haya dejado de ser sujeto del cambio histórico. No aporta pruebas ni argumentos de ninguna clase (salvo los que entiende mal, como que los piqueteros no son clase obrera, o los que no se sostienen, como su apelación al movimiento asambleario que, ése sí, no llegó a ser sujeto de ningún cambio histórico, al menos hasta ahora).
Por lo demás, aunque el “socialista menos” declara caduco al trotskismo, en sus planteos lo que se deja ver sería que todo el marxismo-leninismo estaría caduco. Porque, además de ser anti-histórico, el planteo de unificar todas las corrientes socialistas que la propia historia separó usando el filo acerado de la revolución, rechaza en bloque toda la teoría y la práctica marxista, es decir al socialismo como alternativa de poder real al capitalismo.
Otra cosa sería plantear, si la coyuntura y la expectativa popular lo justificaran, la consigna por un partido de los trabajadores (en su conjunto). De momento no existen los elementos que justifiquen ese planteo y, en todo caso, la generalidad del planteo no pasa por un acuerdo entre tendencias políticas “socialistas” sino por una cuestión de clase y de lucha, más allá de rótulos que pueden ser totalmente ambiguos (como lo es la palabra “socialista”, que se puede aplicar tanto a Laporta como a Lenin).
Un último error es la suposición de que los “hechos definitorios” son simplemente objetivos como las guerras mundiales, u objetivarlos (como llamar guerra civil a la revolución rusa del 17) en vez de considerar que la actividad, la organización y la conciencia políticas pueden ser (y a menudo lo han sido) el verdadero hecho definitorio en un sentido revolucionario.
Es muy probable que si pensás en la palabra centrista y no se te courre qué puede significar, es porque vos mismo seas un caso notorio de centrismo. En fin, antes de discutirlo, pensá un poco más, buscá fuentes sobre esa idea, etc.

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Eureka
Por un socialista mas - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 6:56 PM

Gracias al compañero que me llama extraviado recurrí a Trotsky y encontre una definicion suya sobre centrismo: dice una cosa y hace otra. Por ejemplo, el compañero que me antecede que parece ser de PO se manifiesta en contra de unir a reformistas y revolucionarios en una misma organizacion, pero lo que hace es muy distinto ya que llegó a proclamar una dirección unificada con Castells y el PC en la Asamblea Nacional de trabajadores. ¿esta bien asi, señor profesor?

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Y otra vez me olvidaba
Por un socialista mas - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 7:02 PM

Seimpre me queda algo "en el tintero". Con lo del 17, no me refiero a la revolucion rusa en general, sino a la guerra civil que desencadenó en particular, en la que los mencheviques se pasaron al campo de la contrarevolución. Yo no comparto el leninismo trotskismo entendido en su versión jacobinista, pero el profesor del partido obrero debería darse cuenta de la importancia que le daba Trotsky, desdichadamente, a la guerra civil. ¿o no?

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Alumno
Por ^--^ - Wednesday, Feb. 16, 2005 at 7:52 PM

No hubo ninguna guerra civil en el 17. Los mencheviques tampoco "se pasaron" a la contrarrevolución, sino que ya eran contrarrevolucionarios de antes, su política lo era. Apoyaban a los gobiernos de coalición con la burguesía y permanentemente buscaban atacar y proscribir a los bolcheviques.
Lo que los mencheviques y eseristas hicieron en octubre del 17 fue negarse a aceptar las posiciones votadas por mayoría en los soviets, y esas posiciones incluían el pasaje total del poder a los soviets. Eran democráticos cuando estaban en mayoría y no tan democráticos cuando los trabajadores los dejaron en minoría.
Yo no soy profesor de nada, pero vos tenés mucho que estudiar. No creo que se pueda comparar un frente o un acuerdo práctico de lucha con una unificación partidaria. La tradición marxista y la leninista distinguen muy bien una y otra cosa. Lo digo por tu comentario sobre la ANT.
Pero, si mirás un poco más de cerca, vas a ver que la ANT se parece más al tipo de acuerdo que yo declaré preferible: un acuerdo basado en la pertenencia de clase y en la voluntad de lucha, y no en autodenominaciones vagas como "socialismo". Castells se mantuvo dentro de la ANT meintras respetó los acuerdos programáticos y reivindicativos. Cuando no fue así debió abandonarla e incluso se dio algunos topetazos (como aquella vez que quiso que Piumato hablara en un acto de la ANT y tuvo que irse él junto con Piumato).
Que yo sepa, jamás el PO, ni ningún otro partido de izquierda, se planteó la unificación partidaria con Castells. Pero además, me parece completamente esquemático y mezquino juzgar el valor de toda la trayectoria de Castells por lo que Castells está haciendo actualmente. Empleando esa lçogica, habría que negar todo valor a Madres de Plaza de Mayo porque hoy apoyan a Kirchner. No es así.
No soy ni profesor ni del PO, pero si me preguntás, yo estoy a favor de acuerdos frentistas lo más amplios que sea posible, siempre que sea entre organizaciones de lucha de los explotados. Precisamente, planteada así la unidad (y no una unificación partidaria) se tiende a excluir a las reformistas o, al menos, a los reformistas que llevan adelante una política reformista, mientras es posible incorporar a la lucha, para hacer una experiencia conjunta, a tendencias que por su programa son reformistas o no son revolucionarias pero se ven arrastradas a la lucha por la crisis política y social. Así entendida la unidad es siempre progresiva y contribuye a elevar la conciencia de conjunto de las masas.

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