Revoluciòn agraria en Venezuela
Por EL MILITANTE -
Friday, Feb. 18, 2005 at 12:27 PM
EL MILITANTE - Versíon
para imprimir | |
LA REVOLUCIÓN AGRARIA EN VENEZUELA
|
REALISMO
REVOLUCIONARIO FRENTE A UTOPÍA REFORMISTA |
Autor : Alan Woods Fecha :
( 18-Febrero-2005 ) Categoria : Venezuela
|
l
movimiento bolivariano es un movimiento de masas que se originó como
un movimiento por la revolución democrática nacional, es decir, una
revolución que defendía el programa de la democracia avanzada, pero
que no desafiaba las bases del capitalismo. Sin embargo, el avance
de la revolución inevitablemente ha entrando en conflicto con los
intereses creados de la oligarquía. A cada paso, las
reivindicaciones de las masas, tanto en la ciudad como en el campo,
chocan con el llamado “sagrado derecho de la propiedad”. El futuro
de la revolución depende de la resolución de esta contradicción.
Los marxistas, naturalmente, apoyamos la revolución
democrática nacional y aplaudimos el coraje de Chávez al luchar
contra la oligarquía venezolana y el imperialismo. Incluso sobre
bases capitalistas, fue tremendamente progresista, fue y sigue
siendo nuestro deber defenderla. Si no lo hacemos sería una
traición. Pero siempre hemos señalado la verdad elemental, para que
la revolución triunfe, tarde o temprano tendría que ir más allá de
los límites del capitalismo, tendría que expropiar a los
terratenientes y capitalistas venezolanos.
La
experiencia ha demostrado que teníamos razón. A cada paso, la
Revolución Bolivariana se ha enfrentado con la resistencia feroz de
los terratenientes y los capitalistas, apoyados por el imperialismo.
Para superar esta resistencia se ha tenido que basar en las únicas
clases verdaderamente revolucionarias: los trabajadores y los pobres
urbanos de las ciudades y los campesinos en el campo. Ahora en el
campo está comenzando una etapa decisiva de este conflicto.
La distribución de la tierra es una vieja aspiración
de los pobres en el campo venezolano. Los campesinos desean trabajar
la tierra y mejorar su nivel de vida. Pero esta aspiración
justificada se enfrenta a la feroz resistencia de los grandes
terratenientes, que, junto con los banqueros y los grandes
capitalistas, constituyen la piedra angular de la oligarquía
venezolana. En Venezuela no es posible ningún avance real hasta
que se haya roto el poder de esta oligarquía. Esa es la importancia
real de la revolución agraria.
Reformas
modestas
El intento de avanzar hacia la reforma
agraria ha expuesto a quemarropa el dilema central de la Revolución
Bolivariana. No es simplemente una cuestión de modificar la
situación existente. Esta debe ser eliminada: la estructura
económica y social agraria debe ser completamente transformada. Como
en cierta ocasión dijo el socialista español Largo Caballero: no
puedes curar un cáncer con una aspirina. Por esta razón, los
campesinos venezolanos, como sus hermanos y hermanas en las
ciudades, están sacando conclusiones muy revolucionarias.
A principios de enero, el presidente Chávez anunció
nuevas medidas destinadas a profundizar y extender la reforma
agraria, un componente esencial de la Revolución Bolivariana. El
alcance de las reformas es bastante modesto, se concentran en la
cuestión de las haciendas poco explotadas. Con la ley de la tierra
de 2001 el gobierno puede gravar o apoderarse de los terrenos
agrícolas no utilizados. Las autoridades venezolanas han
identificado más de 500 granjas, incluidas 56 grandes haciendas,
ociosas. Además todavía quedan por inspeccionar otras 40.000
granjas.
Estas medidas son muy modestas y son escasas
para lo que hace falta si se quiere cumplir la necesidad elemental
de la revolución democrática nacional. Aún así, se han encontrado
con los aullidos de rabia de los enemigos de la revolución. La
oposición ha acusado al Estado de “invadir la propiedad privada” e
introducir “medidas comunistas”. Las protestas de la oposición
venezolana son templadas en comparación con los aullidos de rabia de
los medios de comunicación internacionales. El 13 de enero la
revista The Economist publicaba un artículo atacando la
reforma agraria de Chávez. El motivo de su ira fueron las medidas
tomadas por el gobierno para investigar el rancho El Charcote, en
Cojedes, un estado perteneciente a las llanuras del norte de
Venezuela, que está gestionado por Agroflora, una subsidiaria de un
gran monopolio británico de la alimentación.
El Grupo
Vestey es el propietario de este enorme rancho formado nada menos
que por 13.000 hectáreas (32.000 acres) de pastos y bosques, así
como otra docena de ranchos en otras zonas del país. Tiene
inversiones en carne de vaca y azúcar en Argentina, Brasil y
Venezuela. Es un ejemplo típico de la forma en que las grandes
empresas extranjeras se han apoderado de sectores clave de las
fuerzas productivas en el continente y extrayendo beneficios.
The Economist admite que la actual familia
propietaria de la empresa es famosa (o más bien infame) en Gran
Bretaña por su larga historia tanto de evasión de impuestos como por
la carne. Sin embargo, defiende su derecho absoluto a mantener su
tierra, ya que el nombre de El Charcote “se remonta a un siglo y ha
sido refrendado por los tribunales”. El artículo describe de una
manera colorista y con detalle la espectacular forma en que se
desarrolló la inspección:
“El 8 de enero, el
estruendo de los helicópteros sobre el rancho anunciaba la llegada
de Johnny Yánez, el gobernador chavista de Cojedes, llevando con él
la primera ‘orden de intervención’ del país contra una propiedad
rural. Iba acompañado de unos 200 soldados y comandos policiales muy
armados. El señor Yánez, antiguo capitán del ejército, anunció que
la propiedad privada ‘era un derecho pero no un derecho absoluto’”.
Ahora una comisión estatal tiene tres meses para
decidir si el rancho es improductivo o que no cumple la legalidad y
de este modo puede ser transformado en cooperativas campesinas bajo
los términos del decreto de reforma agraria de 2001. Dos días
después, el presidente Chávez, creó una comisión similar a nivel
nacional. Su tarea es acelerar y cumplir la orden de llevar a cabo
la reforma agraria.
La cuestión de la reforma agraria
en América Latina es algo incuestionable. En Venezuela, más del 75
por ciento de la tierra agrícola está controlada por menos del 5 por
ciento de los terratenientes. La propiedad rural es un cáncer que
arruina la vida a millones de personas. Incluso el derechista The
Economist reconoce que la “desigual distribución de la tierra es
una de las causas históricas de la amplia desigualdad que
caracteriza a las sociedades latinoamericanas”. Como dice el
presidente Chávez, esto es una injusticia a la que se debe poner
fin. No puede haber ningún futuro para la Revolución Bolivariana sin
esto. Pero un asalto frontal a la propiedad de los terratenientes
inevitablemente planteará la cuestión de la expropiación de los
bancos y las industrias. Por eso los imperialistas han encendido las
luces de alarma sobre estas medidas propuestas.
¿Perjudicará a la producción la reforma agraria?
Los críticos burgueses de la reforma agraria
dicen que la política de Chávez tendrá un efecto negativo sobre la
producción agrícola:
“Hostigando al sector privado”,
dice The Economist, “el gobierno simplemente ha intensificado
la dependencia que tiene Venezuela del petróleo, y todas las
distorsiones que la acompañan. El gobierno dice que Venezuela
importa el 70 por ciento de la comida. La oposición contesta que las
importaciones de comida se han quintuplicado desde que Chávez llegó
al poder, mientras que la producción agrícola ha caído”.
Los enemigos de la revolución corren por todos los
lados gritando sobre la amenaza de la inversión y la productividad,
cuando en realidad lo que les preocupa es otra cosa. Lo que
realmente asusta a The Economist es que las promesas del
presidente han animado a los campesinos a invadir granjas. Ha sacado
a las masas rurales de su sopor y las ha llevado a la lucha
revolucionaria. Eso está cuestionando el “sagrado principio de la
propiedad privada” y, por lo tanto, está suponiendo un gran paso en
dirección a la revolución socialista. Esta es la perspectiva que
provoca pánico a la oligarquía y sus maestros imperialistas.
The Economist cita con horror las palabras de
Johnny Yánez: “La justicia social no se puede sacrificar por
tecnicismos legales”. El artículo añade siniestramente: “Este asalto
sobre los derechos de propiedad es probable que espante la
inversión”. El artículo continúa con su retahíla de desgracias:
“Detrás de El Charcote todavía pastan los rebaños de
ganado de Brama. La empresa Vestey normalmente suministra el 4 por
ciento de la carne consumida por los venezolanos. Ha sido pionera en
las mejoras genéticas del rebaño nacional. Pero Diana dos Santos, la
jefa local de la empresa, dice que en el El Charcote se ha invadido
todo menos un pequeño paso; la producción de carne ha caído. Más de
mil intrusos han instalado viviendas precarias temporales y han
plantado grano en la hacienda. Ellos apoyan al presidente, pero
desprecian a Yánez. Así que podrían ser desahuciados a favor de
otros clientes políticos de más confianza. Y en pocos años esto a su
vez acabaría en suburbios urbanos mientras que Venezuela perdería
una fuente de riqueza”.
¡Así que ahí lo tenemos! Los
imperialistas de gran corazón como la familia Vestey llegaron a
Venezuela con las mejores intenciones del mundo. Su único objetivo
en la vida es servir a la población venezolana, alimentarla con
deliciosa carne de vaca, mejorando constantemente el rebaño nacional
con todo tipo de “mejoras genéticas” (recordemos el tipo de mejoras
genéticas introducidas por los granjeros capitalistas británicos en
Gran Bretaña que nos dio la bendición del mal de la vaca loca). Si,
por casualidad, han ganado un puñado de bolívares con métodos
honrados, por supuesto es una cuestión secundaria, que no debe
interesar al gobierno bolivariano ni al contribuyente británico.
La actitud de los “demócratas” pequeñoburgueses
Tan claro como el cristal es el caso de la
reforma agraria en Venezuela que incluso los grupos
pequeñoburgueses, que no se destacan por su amor a Hugo Chávez y la
Revolución Bolivariana, han tenido que aceptarla de mala gana. El
grupo venezolano de derechos humanos PROVEA ha dado la bienvenida a
la guerra del gobierno venezolano contra las grandes propiedades,
calificando como “positiva” la voluntad política demostrada por el
gobierno y los gobernadores de la oposición.
Sin
embargo, los revolucionarios deberían ser conscientes de donde
proceden estas alabanzas. Los “demócratas” burgueses de PROVEA no
son amigos de la Revolución Bolivariana y su alabanza es un cáliz
envenenado que ofrecen a la revolución, no para ayudarla sino para
paralizarla y hacerla ineficaz.
Al gobierno se le
está pidiendo que sea “inclusivo” en su política agraria y evite la
violencia rural. Es decir, se lo invita a representar los intereses
de todas las clases, tanto de los terratenientes como de los
campesinos. Se lo invita a que sea un cordero y se tienda cerca del
lobo. Se lo invita a cuadrar el círculo. En pocas palabras, se lo
invita a hacer lo que no puede hacer. ¡Y esos que defienden esta
estupidez realmente se consideran grandes “realistas”! Si las
consecuencias no fueran tan serias resultaría muy divertido.
¡Cuando alguien recibe una nota de apoyo de estas
personas es muy aconsejable que se lea la letra pequeña! Y en la
letra pequeña leemos lo siguiente:
“El proceso
debería realizarse dentro de la ley y rechazar la posibilidades de
que otros órganos que no sean los establecidos en la Ley de
Desarrollo de la Tierra y Agrario inicien procesos de expropiación
de la tierra agrícola”.
¡Qué valiosas perlas de
sabiduría! Los hipócritas de PROVEA nos leen lecturas piadosas sobre
el “dominio de la ley” pero olvidan convenientemente que durante
años los terratenientes venezolanos han estado golpeando, torturando
y asesinando campesinos que se atrevían a cuestionar su autoridad y
reclamaban sus derechos. Los terratenientes no se sienten vinculados
al “dominio de la ley” y lucharán con cualquier medio a su
disposición para impedir que se lleve a cabo un programa agrario
significativo. Quien niegue esto es un loco o un bribón.
Los campesinos no son locos y no permitirán que los
estafen elegantes abogados y demagogos “democráticos”. Ellos saben
que la tierra nunca será suya si no luchan por ella, y a menos que
acaben con la brutal resistencia y el sabotaje de los
terratenientes. También saben por su amarga experiencia que sus
intereses no pueden estar garantizados con medidas burocráticas y
sonoros discursos bonitos pronunciados por hombres con trajes
elegantes en Caracas. Saben que si la reforma agraria no es apoyada
con un movimiento enérgico desde abajo, seguirá siendo papel mojado,
como todas las otras leyes del pasado.
Por lo tanto,
los campesinos se están organizando. Están tomando iniciativas para
tomar la tierra de los grandes terratenientes. Los verdaderos
demócratas no se opondrán a estas iniciativas sino que las apoyarán
entusiastamente. ¡Sólo un burócrata corrupto o un agente de la
contrarrevolución teme las iniciativas revolucionarias de los
trabajadores y los campesinos! Estas iniciativas son las que han
salvado una y otra vez la Revolución Bolivariana. Aquellos que
buscan sofocar las iniciativas de las masas, consciente o
inconscientemente, intentan debilitar la revolución, privarla de su
principal fortaleza y fuerza motriz. El día que estas personas
triunfen la revolución estará condenada.
Sofistería legalista
Estos
improbables “amigos de la población” continúan: “Los gobernadores
estatales pueden promover y facilitar procesos que correspondan con
el Instituto Nacional de Tierras y proporcionar apoyo técnico
pero no pueden entregar títulos de propiedad o tocar la tierra a
través de la expropiación.
Los derechos de
propiedad del dueño de la tierra deben ser respetados junto con
procesos legales, con medidas administrativas justas y
transparentes, el pago oportuno y con una compensación justa.
En el caso de las tierras ociosas, los propietarios
deben tener garantizada la expedición de certificados agrícolas
mejorables, como establece el artículo 52 de la Ley de Desarrollo de
la Tierra y Agrario”. (El subrayado es mío).
Estos
abogados “inteligentes” saben que la ley puede dar marcha atrás,
llegar al fondo o volverse del revés. Sí, ellos han estudiado en sus
libros de texto legales durante muchos años, han aprobado todos sus
exámenes y han conseguido mucho dinero utilizando y abusando de la
ley. Han convertido la ley en su propiedad privada, algo que
representa una vaca muy cara que da leche muy deliciosa para una
minoría privilegiada. Pero las masas hambrientas, los campesinos
pobres, el trabajador, el desocupado, han conseguido muy poco de
ella.
La Revolución Bolivariana ha hecho mucho para
rectificar esta situación. Ha roto la vieja constitución de la
oligarquía y la ha sustituido con una constitución nueva y más
democrática. Eso es bienvenido, pero por sí solo no es suficiente
para cambiar la situación de las masas y eliminar las injusticias
del pasado, algo que desean apasionadamente muchos bolivarianos.
La Constitución Bolivariana es sólo un arma en manos
de la población. Pero un arma es algo inútil si no sirve para
luchar. En las manos de los abogados y burócratas, las Constitución
Bolivariana puede fácilmente quedar reducida a un trozo de papel,
algo que puede retorcerse, “interpretarse” y convertirse en papel
mojado. Después de todo, incluso la constitución más democrática del
mundo tiene poderes limitados. Establece ciertos límites dentro de
los cuales se puede llevar a cabo la lucha de clases. Eso es
importante porque puede dar un alcance mayor o menor a los
trabajadores y campesinos que quieren llevar adelante su propia
lucha. Lo que nunca puede hacer es actuar como un sustituto de la
lucha de clases.
Para que una constitución
democrática signifique algo debe contar con el apoyo desde abajo de
la acción de masas. Sin eso, sólo será una cáscara vacía, un
cascarón vacío de todo contenido real, los huesos sin vida de un
esqueleto. Sólo el movimiento revolucionario de los trabajadores y
los campesinos puede poner carne en estos huesos y dar verdadero
contenido a la democracia. Por lo tanto decir que los campesinos
venezolanos deben limitarse a lo que es aceptable para los abogados,
aceptar “controles”, moderar sus reivindicaciones a lo que
consideran “razonable” los burócratas, en pocas palabras, sentarse y
esperar a que la tierra se la sirvan en un plato, sería eliminar la
posibilidad de que se pudiera llevar a cabo en Venezuela una genuina
reforma agraria.
La línea de argumentación de estas
damas y caballeros legalistas es el punto máximo de su arrogancia e
insolencia respecto a las masas. Como mencionamos arriba, ellos nos
informan que los “gobernadores estatales pueden promover y facilitar
los procesos que corresponden al Instituto Nacional de Tierra y
proporcionar apoyo técnico pero no pueden entregar títulos de
propiedad o tocar la tierra a través de la expropiación.
La primera parte de esta frase es seguramente
redundante. Se supone que todos los gobernadores estatales
democráticos están legalmente obligados a llevar a cabo las
decisiones del gobierno legalmente elegido. ¿Por qué hay que decir
esto? A menos por supuesto que haya gobernadores que están
colaborando con los grandes terratenientes y la contrarrevolución
para sabotear las decisiones del gobierno de Caracas.
¿Existen estos gobernadores? Por supuesto que sí,
precisamente por eso los campesinos no confían en que ellos lleven
adelante un programa agrario adecuado. Por eso precisamente los
campesinos han decidido -muy correctamente- organizar y emprender
sus propias iniciativas. Eso es lo que provoca la indignación de los
“demócratas” del PROVEA y otros contrarrevolucionarios, abiertos o
encubiertos.
El “sagrado derecho de propiedad”
Sobre todo, protestan los “Amigos del Pueblo”, no
se deben expropiar las grandes haciendas. ¿Por qué no?
¡Porque sería una violación del sagrado derecho a la propiedad
privada! Pero en un país donde el 75 por ciento de la tierra
productiva está en manos de sólo el cinco por ciento, los
terratenientes, ¿cómo es posible tener una verdadera reforma agraria
sin violar el llamado “sagrado derecho a la propiedad privada”?
Renunciar a esto sería renunciar a toda idea de reforma agraria
en Venezuela. Y eso es lo que le gustaría a nuestros hombres
“democráticos” trajeados, aunque la cortesía (y el temor a las
masas) les impide decirlo abiertamente.
Estas damas y
caballeros parlotean sobre la “compensación justa”. Pero si alguien
tiene derecho a una compensación justa, son los millones de
campesinos que han sido explotados, estafados y oprimidos durante
siglos por los terratenientes que se han enriquecido a costa de la
población. Sus ranchos y mansiones se han construido sobre la
sangre, el sudor y las lágrimas exprimidas a generaciones de
hombres, mujeres y niños pobres. Y ¿de dónde consiguieron por
primera vez su riqueza? La tierra no era suya desde el principio.
Fue arrebatada a la población nativa con violencia y engaños. ¿Dónde
estaba entonces la “compensación justa”?
Estos
sofistas “inteligentes” intentan cegarnos con detalles legales. Pero
la historia de América Latina demuestra que la clase parasitaria de
los terratenientes nunca ha demostrado la más mínima consideración
hacia los detalles legales cuando se trata de sus propios intereses
egoístas. Consiguieron la tierra a través de la violencia y la han
mantenido desde entonces con la violencia. Lo que fue robado a la
población debe ser devuelto a la población. La cuestión de la
compensación no tiene nada que ver aquí. Los terratenientes han
conseguido sus fortunas sobre la espalda de la población. No merecen
ni un solo céntimo más.
PROVEA dice que el gobierno
no puede repartir títulos sobre tierras privadas, si no se ha
emprendido con los procedimientos de expropiación de antemano y
cumplido el Artículo 115 de la Constitución relacionado con la
expropiación de tierras consideradas de interés social o utilidad
pública. La conversación sobre detalles legales es sólo una cortina
de humo destinada a confundir la cuestión, igual que frases como
éstas:
“En el caso de las tierras ociosas, los
propietarios deben tener garantizada la expedición de certificados
agrarios mejorables, como establece el Artículo 52 de la Ley de
Desarrollo de la Tierra y Agrario”.
Nuestros amigos
de PROVEA nos dicen que la revolución debe hacer esto y
debe hacer aquello, y que no puede hacer esto ni
puede hacer aquello. ¿De veras? Pero la esencia de la revolución
es que expresa la voluntad de la población; que defiende los
intereses de la mayoría sobre los de la minoría. Las leyes
elaboradas en el pasado fueron hechas por la minoría adinerada para
defender su propio poder y privilegios.
Una
revolución que se deje paralizar por estas leyes no merecería en
absoluto el nombre de revolución. Sería sólo un juego burocrático,
un fraude y una ilusión. Cuando las masas votaron por una mayoría
aplastante el pasado mes de agosto a favor de la Revolución
Bolivariana, no tenían la intención de que sus intenciones,
claramente declaradas, fueran frustradas por sus enemigos que,
después de ser echados por la puerta delantera, ahora están buscando
volver a entrar por la puerta trasera. Después de haber sido
derrotados en una batalla abierta, están recurriendo a maniobras e
intrigas, ocultándose detrás de la ley y utilizando tácticas
dilatorias. Si aceptamos esto, significaría subordinar la voluntad
de la mayoría a las maquinaciones de una minoría rica y
privilegiada. La democracia se reduciría a una frase hueca. El rabo
menearía al perro. Desgraciadamente para ellos, las masas no tienen
la intención de permitir que esto ocurra.
Los
campesinos se movilizan para la acción
Recientemente recibimos de El Topo obrero
un informe interesante del Congreso Campesino Venezolano firmado por
E. Gilman. Este breve informe demuestra claramente la verdadera
actitud que se está desarrollando por la base, no sólo entre los
trabajadores, sino también entre sus aliados naturales, los
campesinos pobres. En él leíamos lo siguiente:
“Caracas: El 5 y 6 de febrero se reunió en Tucari la
‘Conferencia Campesina en Defensa de la Soberanía Nacional y por la
Revolución Agraria’, patrocinada por el Frente Nacional Campesino
Ezequiel Zamora. Casi 100 delegados se reunieron en la Cooperativa
Berbere, que es una granja colectiva gestionada en gran parte por
campesinos negros.
Aunque había un apoyo universal
para el presidente Hugo Chávez, la Ley de Reforma Agraria fue
duramente atacada ya que sólo permite expropiar tierras superiores a
5.000 hectáreas y estas tierras necesitan estar sin cultivar para
que pueda ajustarse a la ley. Los campesinos criticaron al Instituto
de Reforma Agraria, que dicen es muy lento y burocrático, que los
propietarios de los latifundios están reduciendo bosques enteros de
tierra mientras el Instituto de Reforma Agraria toma una decisión.
También muchos han recibido semillas defectuosas del Instituto.
Muchos campesinos que han tomado las tierras directamente se han
quejado de que los jueces locales están al lado de los
terratenientes y utilizan a la policía local para echarlos de la
tierra [...]
La conferencia discutió la necesidad de
la autodefensa armada así como la posibilidad de la guerra de
guerrillas si se produce una invasión estadounidense. Defendieron la
necesidad de crear granjas colectivas en lugar de dividir la tierra.
Hubo una discusión sobre la necesidad de la contabilidad y la
disciplina con aquellos que se niegan a trabajar. La conferencia
decidió crear una escuela en la granja Berbere para enseñar
agricultura colectiva.
Los campesinos discutieron
bloquear la Autopista Panamericana para conseguir el cumplimiento de
sus reivindicaciones. La única nota discordante fue la de la
alcaldesa local que dijo a los campesinos que debían tener más
paciencia y que la ley era como un ‘padre que pone leyes a su hijo’.
Su propuesta de paciencia fue unánimemente rechazada. Muchos
campesinos dijeron que sentían una ‘revolución dentro de la
revolución’, que era necesario tener un verdadero poder popular”.
Estas pocas líneas dicen mucho más que todos los
libros y artículos que han aparecido sobre la Revolución
Bolivariana. Aquí vemos la relación dialéctica entre las masas y la
dirección que está tomando Hugo Chávez. El gobierno aprueba una
reforma agraria reflejando la presión de las masas.
Los campesinos se toman muy en serio esta medida y
presionan para conseguir sus reivindicaciones. Expresan el “apoyo
universal al presidente Hugo Chávez”, pero al mismo tiempo, señalan
las limitaciones de la nueva ley. Es bienvenida, pero no ha ido
suficientemente lejos. Por lo tanto, deciden ayudar al gobierno para
que vaya más allá y emprenden acciones desde abajo.
El anuncio de las medidas ha promovido cientos de
invasiones de tierras y se han encontrado con el asesinato de
docenas de activistas campesinos a manos de los terratenientes y sus
agentes. Pero todavía es muy poca la tierra adjudicada. Esto es
admitido honradamente por algunos funcionarios. “Esa es la
autocrítica que debe hacerse la revolución”, dice Rafael Alemán,
el funcionario a cargo de la investigación en El Charcote. “No
hemos impulsado hacia delante este proceso”.
Esta
necesidad no debe sorprendernos. La maquinaria del gobierno es lenta
y voluminosa. La burocracia no puede ser un instrumento adecuado
para el cambio revolucionario. Arrastra sus pies, cumple sus
obligaciones sin entusiasmo, incluso sabotea las leyes aprobadas por
el gobierno bolivariano. En sus filas hay muchos escuálidos y
contrarrevolucionarios encubiertos. Los campesinos no confían en
ellos y tienen derecho a no hacerlo. Critican al Instituto de
Reforma Agraria por su lentitud y métodos burocráticos que ayudan a
los propietarios de los latifundios a sabotear las reformas. Saben
-y toda la población también- que ¡sólo el movimiento revolucionario
de masas puede llevar a cabo la revolución!
Desplegando un infalible instinto revolucionario,
responden a los críticos de la reforma agraria de una manera que
demuestra un nivel muy elevado de madurez política. Los enemigos de
la reforma agraria dicen: la división de las grandes haciendas de
tierra en pequeñas parcelas campesinas individuales dañará la
productividad y causará el caos y el hambre. Los campesinos
responden: estamos a favor de la expropiación de las grandes
haciendas, pero no insistimos en su división en una multitud de
pequeñas propiedades campesinas. Defendemos la creación de granjas
colectivas sobre las que se pueda cultivar la tierra en común,
utilizando todas las ventajas de la maquinaria moderna, la
tecnología y las economías de escala. ¡Para hacer esto no es
necesario que la tierra sea propiedad de un puñado de ricos
parásitos!
Los campesinos revolucionarios no son
locos. Entienden totalmente la necesidad de la contabilidad y la
disciplina en las granjas colectivas. Deberán ser gestionadas
democráticamente por los propios productores. Aquellos que se
nieguen a trabajar recibirán medidas disciplinarias del resto del
colectivo, que está interesado en establecer un alto nivel de
productividad, y con este objetivo proponen la creación de escuelas
en las granjas para enseñar la ciencia de la agricultura. ¿Qué tiene
que ver esta actitud enormemente responsable con la grotesca
caricatura de “campesinos ignorantes” saboteando la producción
agrícola científica que los apologistas occidentales de los
terratenientes nos presentan?
¿Reformismo o
revolución?
Algunos sectores de la dirección han
intentado calmar los nervios de la oposición, asegurando que las
medidas actuales no amenazan la propiedad privada. El vicepresidente
José Vicente Rangel ha dicho a los granjeros y rancheros que sus
títulos están en orden y que sus tierras productivas no tienen “nada
que temer”. Pero estas afirmaciones no sirven para calmar los
temores de las clases propietarias o para reducir su implacable
hostilidad hacia la Revolución Bolivariana.
En un
reciente informa aparecido en V.headline.com leemos lo siguiente:
“El gobernador del estado de Carabobo, Luis Felipe Acosta Charles,
está haciendo los preparativos para afrontar un violento torrente de
apropiaciones y ocupaciones ilegales de tierra que ha dividido al
progubernamental Movimiento Quinta República (MVR).
Con camisetas rojas y utilizando jerga
revolucionaria, la gente ha invadido la propiedad privada y tierras
supuestamente ociosas en todo el estado de Carabobo. El Secretario
de Seguridad Pública ha confiado en la organización de controles
preventivos en todas las zonas y la utilización del diálogo con los
ocupantes ilegales.
El gobernador ha sido acusado de
vacilación a la hora de afrontar el problema y ha reaccionado
preparando un decreto de emergencia para establecer puntos de
control para impedir que la población de otros estados invada
tierras y propiedades. La Guardia Nacional y la policía del estado
se unirán al plan y el objetivo es asegurar una evacuación pacífica
de las tierras... parte de la operación es expulsar a los ocupantes
ilegales, profesionales o políticos, y perseguirlos”.
Por supuesto, es necesario distinguir entre las
ocupaciones de tierra realizadas por los campesinos sin tierra y las
actividades fraudulentas llevadas a cabo por los llamados “ocupantes
ilegales profesionales”, que en algunos lugares han invadido
parcelas para venderlas más tarde. Estas actividades son obra de
parásitos y contrarrevolucionarios, por lo tanto deben ser
condenadas. Pero, en primer lugar, es un error utilizar estos
incidentes para intentar condenar las ocupaciones de tierra en
general y, en segundo lugar, la única forma de impedir casos de
ocupaciones de tierra fraudulentas es desarrollar y extender las
genuinas ocupaciones revolucionarias de tierra, organizadas por los
comités campesinos elegidos democráticamente.
Todo
demócrata revolucionario verdadero tiene el deber de apoyar la
revolución agraria. Pero para tener éxito, hará falta tomar las
medidas revolucionarias más enérgicas. Los campesinos no pueden
depender de lo que les entregue la burocracia. Saben que sólo pueden
depender de su propia fuerza. Por eso están organizándose y
preparándose para emprender la acción directa y tomar posesión de la
tierra.
La movilización revolucionaria de los
campesinos es la única garantía para que la reforma agraria de la
Revolución Bolivariana sea puesta en práctica, si no permanecerá
como un papel mojado, un pedazo inútil de papel guardado en el
despacho de algún burócrata de Caracas. Los campesinos son personas
realistas. Entienden que, independientemente de las leyes aprobadas
en Caracas, los terratenientes no entregarán el poder, la tierra y
los privilegios sin luchar. ¡Si quieren la tierra tendrá que luchar
por ella!
PROVEA dice más de lo que pretende cuando
pide al Ministerio Público que acelere las investigaciones de los
asesinatos de numerosos activistas sociales en el campo. ¿Qué
significa eso? Sólo esto: que en el campo se está luchando ya una
guerra civil sangrienta; que cada día los terratenientes y sus
pistoleros a sueldo están asesinando a dirigentes campesinos con
total impunidad; que para los campesinos pobres el “dominio de la
ley” es sólo una frase vacía. Y ¿qué solución proponen nuestros
amigos ilustrados para este problema? Pedir al ministerio que
“acelere sus investigaciones”. Es una sugerencia loable y en
principio no tenemos nada contra ella. Pero los campesinos saben que
las ruedas de la justicia se mueven lentamente y que los agentes
armados de la contrarrevolución lo hacen rápidamente. Lo que está en
juego son sus vidas y deben hacer algo para defenderse.
Todo el mundo sabe que en los últimos años muchos
campesinos han sido asesinados por los terratenientes y sus bandas
armadas. En el informe del congreso campesino leemos lo siguiente:
“A finales de octubre de 2003, en Barinas, 120 policías ayudaron a
los grandes terratenientes a destruir una escuela en la tierra
ocupada y le entregaron al terrateniente 240.000 libras de grano
producidas por los campesinos”. Este no es un caso aislado. Los
reaccionarios terratenientes están movilizándose para derrotar a los
campesinos, pare defender su poder y privilegios. Para ello no dudan
en recurrir a la violencia. Tienen dinero, armas e influencia. Y,
como demuestra este informa, cuentan con la ayuda de sectores del
aparato del estado.
Aquellos que predican la
moderación y la contención a los campesinos para evitar una guerra
civil en el campo están olvidando un punto. El punto es que ya
existe una guerra civil en el campo. Ésta sólo se puede detener
con la acción decidida de los propios campesinos, apoyados por sus
aliados naturales, sus hermanos y hermanas de las ciudades, la clase
obrera. Los campesinos no se quedarán con los brazos cruzados
mientras las bandas reaccionarias pagadas y armadas por los
terratenientes los golpean, intimidan y asesinan.
“La
conferencia discutió la necesidad de la autodefensa armada así como
la posibilidad de la guerra de guerrillas si hay una invasión
estadounidense”. ¡Sí! Pero el enemigo de los campesinos venezolanos
no es sólo el imperialismo estadounidense. ¡El enemigo está en casa!
La oligarquía venezolana no es otra cosa que el agente local del
imperialismo norteamericano. En la medida que ella posea la tierra,
los bancos y los puntos clave de la industria, las conquistas de la
revolución nunca estarán a salvo, y la revolución agraria seguirá
siendo un espejismo.
¡El campesinado debe armarse!
Ese mensaje lo ha lanzado en más de una ocasión el presidente
Chávez. Es el momento de ponerlo en práctica. Lo que hace falta no
es una guerra de guerrillas, sino la autodefensa organizada, la
creación de comités campesinos elegidos democráticamente en cada
pueblo, armados con cualquier arma que puedan obtener para defender
a la población contra las bandas armadas de la contrarrevolución.
Los comités deberían unirse sobre bases locales, de distrito y
nacionales, a su vez, deberían unirse con los comités de
trabajadores en los centros urbanos.
Esta es la única
forma de transferir pacífica y ordenadamente el poder a la población
en el campo. Los comités campesinos pueden jugar un doble papel:
primero, movilizar y organizar a las masas campesinas para acelerar
la implantación de la revolución agraria, después, establecer el
control democrático sobre la administración y gestión de las
haciendas colectivizadas. No hay otra forma posible.
La revolución agraria, si quiere triunfar, debe
desafiar el poder de la oligarquía, y no sólo en el campo. Para que
la producción agrícola no sufra un daño irremediable, las granjas
expropiadas deben ser gestionadas en líneas colectivas. Eso sólo se
puede conseguir si tienen garantizada la financiación necesaria,
créditos baratos, fertilizantes, tractores y cosechadoras baratos,
camiones para el transporte y mercados garantizados para sus
productos. Eso sólo se puede conseguir si están integrados en un
plan global de producción.
El primer paso en su
consecución es la nacionalización de los bancos. Sin el control
sobre las finanzas y el crédito, es imposible controlar y planificar
la economía. Sería como intentar conducir un automóvil sin frenos,
acelerador o palanca de cambios. La nacionalización de la tierra y
los bancos son medidas absolutamente necesarias, incluso como parte
de una revolución democrática nacional. Pero después surgiría la
siguiente pregunta: ¿por qué pararnos aquí? ¿Por qué no expropiar
las grandes empresas que todavía están en manos privadas? (No
estamos interesados en las pequeñas).
La razón por la
cual la oligarquía y los imperialistas tienen pánico a la reforma
agraria es precisamente porque entienden la lógica subyacente, es
decir, que pone un signo de interrogación sobre el llamado derecho
divino a la propiedad privada. ¡Eso es absolutamente correcto! En
lugar de defender y garantizar a los terratenientes y capitalistas
que no tienen nada que temer, la Revolución Bolivariana debería
poner como primer punto del orden del día la expropiación de la
propiedad de la corrupta y degenerada oligarquía venezolana.
El presidente Chávez ha declarado correctamente que
el capitalismo es esclavitud. Dijo que el futuro de la Revolución
Bolivariana debe ser el socialismo. Estamos de acuerdo con él en un
cien por cien. Públicamente también apoyó la teoría de la revolución
permanente de Trotsky. ¿Qué dice esta teoría? Dice que en las
condiciones moderas las tareas de la revolución democrática nacional
(“democrática burguesa”) no las puede llevar a cabo la burguesía,
que la revolución democrática nacional sólo puede triunfar si se
transforma en una revolución socialista.
La
historia de Venezuela -y la de toda América Latina- durante los
últimos doscientos años es una confirmación gráfica de esta
afirmación. Sobre la base del sistema esclavista no hay salida
posible. Es necesario romper con el latifundismo de una vez por
todas. Ese es el significado real de la consigna: revolución
dentro de la revolución. ¡Esa es la única salida! .
Londres, 16 de febrero de 2005
| |
argentina.elmilitante.org