En memoria de la Comuna de París
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En memoria de la Comuna de París |
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Autor : Greg Oxley Fecha :
( 05-Diciembre-2004 ) Categoria : Historia
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Comuna de París de 1871 fue uno de los episodios más grandes e
inspiradores de la historia de la clase obrera. Fue un gran
movimiento revolucionario en el que los trabajadores de París
reemplazaron el Estado capitalista por sus propios órganos de
gobierno y ostentaron el poder político hasta su caída en la última
semana de mayo. Los trabajadores parisinos lucharon, en unas
condiciones extremadamente difíciles, para poner fin a la
explotación y la opresión, para reorganizar la sociedad sobre bases
completamente nuevas. Hoy en día, para los socialistas es importante
aprender las lecciones de estos importantes acontecimientos.
Veinte años antes del advenimiento de la Comuna, tras
la derrota de la insurrección obrera en junio de 1848, el golpe
militar del 2 de diciembre de 1851 llevó al poder al emperador
Napoleón III. Al principio, el nuevo régimen bonapartista parecía
inquebrantable. Los trabajadores fueron derrotados y sus
organizaciones prohibidas. A finales de la década de los sesenta,
sin embargo, el fin del auge económico y la recuperación del
movimiento obrero debilitaron seriamente al régimen. Se hacía
evidente que sólo podría sobrevivir algún tiempo en base a una una
nueva guerra. En agosto de 1870 los ejércitos de Napoleón III
marcharon contra Bismarck. La guerra, según Napoleón III, permitiría
a Francia conquistar nuevos territorios, debilitar a los enemigos
internos y poner fin a la crisis financiera e industrial que asolaba
el país.
Guerra y revolución
No
obstante, ocurre con frecuencia que la guerra conduce a la
revolución y no es una relación casual. Una guerra aparta a la clase
obrera de su rutina diaria, las masas examinan más detenidamente las
acciones del Estado, de los generales, de los políticos y de la
prensa en un grado infinitamente superior que en tiempos de paz. Eso
es así particularmente en el caso en una derrota. El intento de
Napoleón III de invadir Alemania fue su perdición. El 2 de
septiembre, cerca Sedan —en la frontera oriental de Francia— el
ejército de Bismarck capturó al emperador junto a 100.000 soldados.
En París, las masas tomaron las calles de la capital para exigir el
fin del imperio y la proclamación de una nueva república
democrática.
La llamada oposición republicana estaba
aterrorizada por este movimiento de las masas, pero a pesar de todo,
el 4 de septiembre se vieron obligados a declarar la república. Se
formó un nuevo "gobierno de defensa nacional" cuya figura clave era
el general Trochu. También estaba en el gobierno, Jules Favre, un
representante típico del republicanismo capitalista y declaró
públicamente que no cederían a los prusianos "ni una sola pulgada
del territorio, ni una sola piedra de nuestra fortaleza". Las tropas
alemanas rápidamente rodearon París y establecieron un cerco sobre
la ciudad. El pueblo apoyó inicialmente al nuevo gobierno en nombre
de la "unidad" contra un enemigo extranjero. Sin embargo, esta
unidad tardó poco en romperse.
A pesar de las
declaraciones públicas, el Gobierno de Defensa Nacional no creía que
fuera posible defender París. Fuera del ejército regular, una
milicia formada por 200.000 personas —la Guardia Nacional— estaba
decidida a defender París, pero los trabajadores armados dentro de
París eran una amenaza mayor para los intereses de clase de los
capitalistas franceses que el ejército extranjero que estaba a las
puertas de la ciudad. El gobierno decidió que lo mejor sería
capitular ante Bismarck tan pronto como fuera posible. Sin embargo,
el fervor patriótico de los parisinos y de la Guardia Nacional
impidieron al gobierno decirlo públicamente. Trochu quería ganar
tiempo y contaba con los efectos sociales y económicos causados por
el asedio para romper la resistencia de los trabajadores parisinos.
Mientras tanto el gobierno empezó a negociar en secreto con
Bismarck.
Según pasaban las semanas aumentaba la
hostilidad hacia el gobierno. Comenzaron a circular rumores sobre
las negociaciones con Bismarck. La caída de Metz el 8 de octubre fue
la chispa que provocó una nueva manifestación de masas. El día 31
varios contingentes de la Guardia Nacional encabezados por los
Blanquistas atacaron y ocuparon temporalmente la Asamblea Nacional.
En ese momento, los trabajadores aún no estaban preparados para
actuar contra el gobierno y por eso la insurrección quedó aislada.
Blanqui huyó y Flourens el valeroso comandante de los batallones de
Elleville fue encarcelado.
En París el hambre y la
pobreza producto del asedio estaban provocando consecuencias
desastrosas y cada vez era mayor la necesidad de romper el cerco. El
intento de salir y tomar Buzenval, el 19 de enero, acabó en otra
derrota. Trochu dimitió y fue sustituido por Vinoy que en su primer
discurso pidió a los parisinos que no "tuvieran ilusiones" en la
posibilidad de derrotar a los prusianos. Quedaba en evidencia que el
gobierno intentaba capitular. Los clubs políticos y los Comités de
Vigilancia pidieron armas a la Guardia Nacional y marcharon hacia el
Hôtel de Ville. Otros destacamentos fueron a la prisión a liberar a
Flourens. La presión desde abajo obligó a los demócratas de clase
media de la Alianza Republicana a exigir un "gobierno popular" que
organizara la resistencia efectiva contra los prusianos. Sin
embargo, cuando la Guardia Nacional llegó al Hôtel de Ville,
Chaudry, representante del gobierno, gritó furioso a los delegados
de la Alianza y bastó para que los republicanos se dispersaran. Los
guardias bretones, leales al gobierno, atacaron a los Guardias
Nacionales y a los manifestantes que intentaban oponerse a esta
traición. Los Guardias Nacionales tuvieron que retirarse.
Este primer choque armado con el gobierno marcó el
final de la Alianza Republicana a pesar de que el movimiento contra
el gobierno amainó temporalmente. A partir del 27 de enero el
Gobierno de Defensa Nacional pudo seguir con sus planes de
capitulación ideados desde el principio del asedio.
París y la Asamblea Nacional
Las zonas rurales de Francia estaban a favor de
la paz y los votos del campesinado en las elecciones de la Asamblea
Nacional de febrero dieron la mayoría a los candidatos conservadores
y monárquicos. La Asamblea nombró jefe de gobierno a un empedernido
reaccionario: Adolphe Thiers. El choque entre París y la mayoría
"rural" de la Asamblea era inevitable. La contrarrevolución abierta
levantó cabeza, espoleando, a su vez, la revolución. Los soldados
prusianos estaban a punto de entrar en la capital y esto dio nuevos
bríos a las protestas. Los trabajadores y los sectores más pobres de
la población apoyaban las manifestaciones armadas de la Guardia
Nacional, denunciaban a Thiers y a los monárquicos como traidores y
defendían una "lucha a muerte" por la defensa de la república. Los
acontecimientos del 31 de octubre y el 22 de enero representaban un
pequeño anticipo del nuevo camino que emprendería el movimiento.
Toda la clase obrera parisina, ahora sí, estaba preparada para la
rebelión.
La reaccionaria Asamblea Nacional provocaba
constantemente a los parisinos, a los que calificaba de criminales y
asesinos. Anuló la paga, de por sí muy baja, de los Guardias
Nacionales, a menos que demostraran que eran "incapaces de
trabajar". El cerco dejó a muchos trabajadores en el desempleo y
prestar servicio en la Guardia Nacional era la única alternativa al
hambre. El gobierno obligó a pagar en 48 horas todos los alquileres
atrasados y las deudas, esto representaba una amenaza inmediata de
bancarrota para los pequeños comerciantes. París se vio privada de
su estatus como capital de Francia, transferida a Versalles. Estas
medidas y muchas otras golpearon a los sectores más pobres de la
sociedad pero también provocó la radicalización de la clase media
parisina, cuya única esperanza de salvación real ahora era el
derrocamiento revolucionario de Thiers y la Asamblea Nacional.
Transformación en la Guardia Nacional
La rendición a los prusianos y la amenaza de la
restauración monárquica transformó la Guardia Nacional. Se eligió el
"Comité Central de la Federación de Guardias Nacionales" que
representaba a 215 batallones, equipados con 2.000 cañones y 450.000
armas de fuego. Aprobaron unos nuevos estatutos en los que se
declaraba "el derecho absoluto de los Guardias Nacionales a elegir
sus dirigentes y revocarlos tan pronto como perdieran la confianza
de sus electores". En esencia, el Comité Central y sus
correspondientes estructuras en cada batallón fueron precursores de
los soviets de trabajadores y soldados, que aparecieron en Rusia
durante las revoluciones de 1905 y 1917.
La nueva
dirección de la Guardia Nacional tuvo que poner a prueba su
autoridad con rapidez. Cuando el ejército prusiano entró en París,
decena de miles de parisinos armados se reunieron con la intención
de atacar al invasor. El Comité Central intervino para evitar una
lucha desigual para la que no estaban preparados. El éxito del
Comité Central asentó firmemente su autoridad y se le reconoció como
la dirección del pueblo. A Clément Thomas, el comandante nombrado
por el gobierno, no le quedó otra alternativa que dimitir. Las
fuerzas prusianas ocuparon parte de la ciudad durante dos días y
después se retiraron.
Thiers había prometido a los
Rurales de la Asamblea restaurar la monarquía. Su tarea inmediata
era poner fin a la situación de "doble poder" en París. Los cañones
bajo la dirección de la Guardia Nacional, y en particular los de
Montmartre, posición desde la que se dominaba la ciudad, eran toda
una amenaza a la "ley y el orden" capitalistas. A las 3 de la
madrugada del 18 de marzo, el gobierno envío a 20.000 soldados
regulares a tomar estos cañones que estaban al mando del general
Lecomte. Los tomaron sin apenas dificultad. Sin embargo, la
expedición partió sin tener en cuenta la necesidad de llevar los
medios necesarios para transportar los cañones. A las 7 de la
madrugada todavía no habían llegado los aparejos. Las tropas se
encontraron rodeadas por una multitud de trabajadores incluidos
mujeres y niños, en ese momento entró en acción la Guardia Nacional.
La multitud desarmada, los Guardias Nacionales y los hombres de
Lacomte se lanzaron acusaciones mútuas en medio de una densa
reunión. Algunos soldados empezaron a confraternizar con los
Guardias Nacionales. Lecomte ordenó a sus hombres disparar a la
multitud. Nadie disparó. Los soldados y los guardias nacionales se
aplaudían mutuamente y se abrazaban. A parte de un breve intercambio
de fuego en la plaza Pigalle, el ejército se desmoronó ante los
Guardias Nacionales sin ofrecer la menor resistencia. Lecomte y
Clément Thomas, el ex comandante de la Guardia Nacional que había
disparado a los trabajadores en 1848, fueron arrestados. Soldados
furiosos les ejecutaron poco después.
Thiers no había
previsto la deserción de sus tropas. Presa del pánico, huyó de París
y ordenó al ejército y a los servicios civiles abandonar la ciudad y
los fuertes circundantes. Quería salvar lo que quedaba del ejército
y evitar el contagio del París revolucionario.
El
viejo aparato del Estado estaba fuera de juego y la Guardia Nacional
tomó los puntos estratégicos de la ciudad sin encontrar ninguna
resistencia. El día 18 por la tarde, se formó un nuevo gobierno
revolucionario basado en el poder armado de la Guardia Nacional.
Gobierno revolucionario
La
primera disyuntiva a la que se enfrentó el Comité Central fue qué
hacer con el poder. ¡No tenían "mandato legal" para gobernar!
Después de mucha discusión, estuvieron de acuerdo en quedarse en el
Hôtel de Ville durante "unos cuantos días" durante los cuales se
organizarían elecciones municipales (comunales). Al grito de "¡viva
la Comuna!" los miembros del Comité Central expresaban el deseo de
delegar el poder cuanto antes. La cuestión inmediata sobre la que
decidir era qué hacer con Thiers y el ejército, en retirada hacia
Versalles. Eudes y Duval propusieron que la Guardia Nacional les
persiguiera para acabar con lo que quedaba de las fuerzas de Thiers.
Sus llamamientos cayeron en saco roto. La mayoría del Comité Central
eran hombres muy moderados, sin el temperamento ni las ideas
necesarias para las tareas que les había impuesto la historia.
El Comité Central inició las negociaciones con los
antiguos alcaldes y con varios "conciliadores" para fijar la fecha
de las elecciones. Esto centró su atención hasta que finalmente se
celebraron el 26 de marzo. Thiers utilizó este valioso tiempo.
Comenzó una campaña de propaganda y mentiras contra París, dirigida
a las provincias, y, con la ayuda de Bismarck, reforzó la cantidad
de armas, de soldados y de moral para preparar un nuevo ataque sobre
París.
La recién elegida Comuna sustituyó la
dirección de la Guardia Nacional por un gobierno oficial del París
revolucionario. El gobierno estaba formado por personas relacionadas
con el movimiento revolucionario de una u otra forma. La mayoría se
podrían describir como "republicanos de izquierda", empapados de la
nostalgia idealizada del régimen jacobino de la Revolución Francesa.
De sus 90 miembros, 25 eran trabajadores, 13 pertenecían al Comité
Central de la Guardia Nacional y 15 a la Asociación Internacional de
Trabajadores. Los blanquistas, hombres enérgicos siempre dispuestos
a medidas extremas y dramáticas pero con ideas políticas muy vagas,
y los internacionalistas eran una cuarta parte de la Comuna. El
propio Blanqui estaba en una prisión provincial. Los pocos miembros
electos abandonaron sus puestos con distintos pretextos. Otros
fueron arrestados cuando se descubrieron sus nombres en los archivos
de la policía y fueron identificados como antiguos espías del
régimen imperial.
Construyendo una nueva sociedad
La Comuna eliminó todos los privilegios de los
funcionarios estatales, congeló los alquileres, los talleres
abandonados pasaron a estar controlados por los trabajadores, aprobó
medidas para limitar el trabajo nocturno, garantizar la subsistencia
de los pobres y los enfermos. La Comuna declaró que su objetivo era
poner fin a "la anarquía y la competencia ruinosa entre los
trabajadores por el beneficio de los capitalistas" y la
"diseminación de los ideales socialistas". La Guardia Nacional
estaba abierta a toda la población y organizada, como ya hemos
visto, en líneas estrictamente democráticas. Se ilegalizaron los
ejércitos "separados y aparte del pueblo". Se requisaron los
edificios públicos para aquellos que no tenían un techo bajo el que
cobijarse. La educación pública era para todos, lo mismo ocurría con
los teatros, los centros de cultura y aprendizaje. A los
trabajadores extranjeros se les trataba como hermanos y hermanas,
como soldados de la "república universal del trabajo internacional".
Se celebraban reuniones día y noche, en ellas miles de hombres y
mujeres normales debatían sobre todos y cada uno de los aspectos de
la vida social y sobre cómo organizar la sociedad en interés del
bien común.
El carácter social y político de esa
sociedad, que poco a poco tomaba forma bajo el escudo de la Guardia
Nacional y la Comuna, era incuestionablemente socialista. La
ausencia de cualquier precedente histórico, la ausencia de una
dirección y un programa claro, combinado con la dislocación social y
económica de una ciudad asediada, necesariamente suponía que los
trabajadores caminasen a tientas a la hora de ocuparse de los
requerimientos concretos que implicaba la organización de la nueva
sociedad. Se ha escrito mucho sobre la incoherencia, la pérdida de
tiempo y energía, sobre los errores del pueblo parisino en las diez
semanas que estuvo en el poder dentro de los muros de una ciudad
asediada. La mayoría son verdad. Los comuneros cometieron muchos
errores. Marx y Engels fueron muy críticos con los comuneros por no
tomar el control del Banco de Francia, que seguía pagando millones
de francos a Thiers para armarse contra París. Sin embargo, la
mayoría de las iniciativas importantes tomadas por los trabajadores
apuntaban en dirección a la completa emancipación social y económica
de la población asalariada como clase. Ante todo, a la Comuna le
faltó tiempo. El camino hacia el socialismo fue cortado por el
regreso del ejército de Versalles y el terrible baño de sangre que
puso fin a la Comuna.
El aplastamiento de la
Comuna
Sin duda, la Comuna subestimó la amenaza
que representaba Versalles, ni intentó atacar ni tampoco se preparó
seriamente para su defensa. A partir del 27 de marzo comenzaron los
intercambios ocasionales de disparos entre las posiciones del
ejército de Versalles y las murallas que rodeaban París. El 2 de
abril, un destacamento de comuneros que se dirigía a Courbevoie fue
atacado y tuvo que regresar. Los prisioneros capturados por las
fuerzas de Thiers fueron fusilados. Al día siguiente, debido a la
presión de la Guardia Nacional, la Comuna lanzó una ofensiva contra
Versalles. Sin embargo, a pesar del entusiasmo de los batallones de
comuneros, éstos carecían de preparación política y militar serias
—se pensaba claramente que, como el 18 de marzo, el ejército de
Versalles se pasaría a la Comuna al ver la Guardia Nacional— lo que
les condenó al fracaso.
Esta derrota no sólo provocó
muertes y heridos entre ellos Flourens y Duval, asesinados cuando
fueron capturados por el ejército de Versalles, el optimismo
fatalista de las primeras semanas dio lugar a un sentimiento de
peligro inminente y derrota, lo que acentuó las divisiones y la
rivalidad entre los mandos militares.
El ejército de
Versalles entró en París el 21 de mayo de 1871. En el Hôtel de la
Ville, los comuneros no consiguieron organizar una estrategia
militar seria, y ahora, en el momento decisivo, la Comuna
sencillamente dejó de existir, dejando toda la responsabilidad en
manos del ineficaz Comité de Seguridad Pública, completamente
ineficaz. A los Guardias Nacionales se les permitió ir a luchar a
sus localidades; esta decisión junto con la ausencia de un mando
centralizado, impidió el aglutinamiento de una fuerza comunera seria
capaz de ofrecer resistencia al empuje de las tropas de Versalles.
Los comuneros lucharon con tremendo valor y finalmente el 28 de mayo
fueron derrotados. Las fuerzas de Thiers provocaron una terrible
carnicería en la que murieron más de 30.000 hombres, mujeres y
niños, en las semanas siguientes asesinaron aproximadamente a otras
20.000 personas. Los escuadrones de fusilamiento continuaron
trabajando durante el mes de junio, asesinando a todo aquel
sospechoso de haber cooperado con la Comuna.
Marx y
Engels siguieron de cerca los acontecimientos de la Comuna y sacaron
muchas lecciones del primer intento de construir un Estado obrero.
Sus conclusiones se pueden encontrar en los escritos publicados bajo
el título La guerra civil en Francia con una notable introducción de
Engels. Antes del 18 de marzo declararon que, debido a las
circunstancias desfavorables, la toma del poder representaba "una
locura desesperada". Sin embargo, los acontecimientos del 18 de
marzo pusieron el poder en manos de los trabajadores. De forma
abrupta, la clase obrera de París no sólo tuvo que luchar por
mejoras inmediatas, sino por una "república universal" que pusiera
fin a la explotación, a las divisiones de clase, al militarismo
reaccionario y a los antagonismos sociales. En la Francia moderna,
como en todos los países industrializados del mundo, las condiciones
materiales para la consecución de estos grandes objetivos hoy son
incomparablemente más favorables que en 1871. Ahora nuestro deber es
crear una base firme para conseguir la sociedad por la que lucharon
y murieron los hombres y mujeres de la Comuna.
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