Julio López
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RELACIONES SECRETAS DE LA IGLESIA CON LA ESCUELA DE MECANICA
Por en P12 - Sunday, Feb. 27, 2005 at 2:09 AM

Baseotto no está solo El nuevo libro de Verbitsky resuelve un viejo enigma sobre el rol del cardenal Bergoglio en el secuestro de dos jesuitas. El Silencio. De Paulo VI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA revela la seducción que Massera, ejercía sobre Paulo VI y la colaboración en el programa de “recuperación” de prisioneros de la Armada, por la cual un campo de concentración funcionó en una propiedad eclesiástica. El obispo castrense Baseotto no está solo.

Entre el jueves 13 y el viernes 14 de mayo de 1976, fuerzas de la Armada camufladas como si fueran del Ejército, secuestraron de sus domicilios y lugares de trabajo en la ciudad de Buenos Aires a cinco jóvenes catequistas y a los esposos de dos de ellas. Las mujeres trabajaban en la comunidad eclesiástica de base organizada por varios sacerdotes jesuitas en la villa Belén, del Bajo Flores. Diez días después también fueron secuestrados dos de los sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Ambos dependían del provincial de la Compañía de Jesús, Mario Jorge Bergoglio, el actual arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina.
Su antecesor Juan Carlos Aramburu, fallecido hace pocos meses a los 92 años, le había quitado la licencia para decir misa a Yorio, integrante del equipo de pastoral de villas de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Por eso, la mañana del domingo 23 de mayo de 1976, cuando las tropas irrumpieron en la propia villa del Bajo Flores, quien oficiaba el servicio, en un ranchito que estaba a 50 metros de la casa de Yorio, era otro sacerdote, Francisco Bozzini. Por la ventana Yorio vio pasar una fila de cascos. Más de cien soldados habían bajado de patrulleros policiales y camiones militares. Los jefes de la tropa se trataban con grados del Ejército. Pero los soldados que los acompañaban le dijeron al párroco Rodolfo Ricciardelli que eran infantes de Marina de la ESMA. Coparon la villa y al concluir la misa separaron a ocho catequistas, compañeros de los secuestrados la semana anterior. También a Yorio y a Francisco Jalics, otro jesuita que vivía con él en la villa. Los insultaban y no les daban tiempo a contestar. No les interesaba obtener respuestas:
–¿Qué piensa de Pinochet?
–¿Fue amigo del padre Mugica?
–¿Por qué nos trata mal la gente de la villa?
–¿Ustedes les enseñan eso?
–¿Conocés a esta mujer?
La pobreza espiritual
Les mostraban una foto de la ex religiosa Mónica Quinteiro, una de las secuestradas. Yorio respondió que la conocía desde 1967. Antes de dejar los hábitos “en 1974 organizó en la villa una comunidad de treinta religiosos”, a la que él se sumó. Sin contemplaciones lo metieron en un auto y le colocaron una capucha de lona. Al bajar del vehículo lo llevaron hasta un recinto con una cama en la que lo sentaron y le engrillaron los pies. En ese lugar oscuro y estrecho pasó días. “De tanto en tanto entraban para insultarme y amenazarme. No podía dormir ni me llevaban al baño. Me tenía que hacer encima y no me permitían cambiarme de ropa. Perdí la noción del tiempo. Un día me dieron una inyección que me durmió.” En estado de sopor y pánico escuchó una voz a su lado que musitaba:
–Ay Orlando.
Le pareció reconocer a Mónica Quinteiro.
“Ponían en marcha un grabador y me interrogaban dormido. Me preguntaron por Mónica Mignone y por mi trabajo en la villa.”
–Vos no sos guerrillero pero al vivir en la villa unís a los pobres y eso es subversivo –le dijeron.
Cuando pudieron hablar entre ellos, Jalics le dijo que el 25 de mayo por una ventana abierta pudo escuchar la arenga de una formación militar dirigida al personal de la ESMA. En otro de sus interrogatorios entre sueños, Yorio debió contestar preguntas de un hombre que no era militar. Esa persona culta, con conocimientos de psicología y de la Iglesia, le predicó el Evangelio según Massera:
“Me dijo que yo era un cura idealista pero que mi error era interpretar materialmente las Escrituras al ir a vivir con los pobres. Que Cristo hablaba de pobreza espiritual. Que quedaría libre pero que debía pasar un año sin mostrarme, en un colegio, trabajando en otra clase social, porque había penetración marxista en América latina”.
El sacerdote Francisco Bozzini tomó contacto con la esposa del almirante Horacio Mayorga, a quien conocía de su parroquia, y con varios militares junto a los que había escalado el Aconcagua. Bozzini confirmó así dónde estaban sus compañeros. Cuando se presentó en la ESMA reconoció a varios de los autores del operativo. A través de un oficial envió la comunión a Yorio, quien la recibió en su lugar de cautiverio sin saber quién se la mandaba hasta muchos años después, cuando se encontró con Bozzini en Roma.
Luz verde
“Yo estoy a su popa”, escuchó decir Yorio, de un auto a otro, cuando lo sacaron de aquel lugar y lo llevaron con los ojos vendados a una casa arbolada en la que pasaría los siguientes cinco meses. Hijo de un militar y conocedor de los cuarteles, sabía que así no se hablaba en el Ejército. El jefe de Operaciones de la Armada, almirante Oscar Montes negó que la Armada tuviera a los catequistas, pero reconoció que “a esos capellanes tercermundistas sí, los detuvo la Infantería de Marina. Uno de ellos es muy peligroso”.
–Muy interesante, porque Massera lo niega. Vamos avanzando –celebró Emilio Mignone, padre de otra de las catequistas secuestradas.
Los dos jesuitas permanecieron en una habitación a oscuras, con los ojos cubiertos y encadenados a una cama, que sólo abandonaban para ir al baño. Los interrogatorios continuaron en forma esporádica pero sistemática, a cargo de personas sin estado militar, que venían de tanto en tanto y tenían un conocimiento especializado en las cuestiones de la Iglesia y sus militantes.
Mignone denunció “la siniestra complicidad” eclesiástica con los militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. Según el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos” y lo ejemplifica con la detención de Yorio. “Una semana antes de la detención, el arzobispo Aramburu les había retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta claro que la Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra él. Sin duda, los militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta peligrosidad. ¡Qué dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas!” Bergoglio se encontró muchos años después con Mignone luego de una misa de jueves santo en la Catedral. “Intenté hablarle, pero Mignone tenía una posición tomada y no quiso escucharme”, dice.
Dos versiones opuestas
Alguien que estuvo muy cerca de Mignone en aquellos años, la ex abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales Alicia Oliveira, es amiga de Bergoglio, quien apadrinó a sus tres hijos. Su hermana María Susana Oliveira trabajaba con la hija de Mignone y Yorio en la villa del Bajo Flores. Oliveira sostiene que Bergoglio avisó del peligro en ciernes a Yorio y Jalics. “Pero lo desobedecieron. Cuando los secuestraron, Bergoglio averiguó que los tenía la Armada y fue a hablar con Massera. Al día siguiente aparecieron en libertad.”
Un sacerdote de la Compañía de Jesús refutó esa versión: “¿Aparecieron al día siguiente? ¿Quiere decir que esperó cinco meses para reclamar? La Marina no se metía con nadie de la Iglesia que no molestara a la Iglesia. La Compañía no tuvo un papel profético y de denuncia porque Bergoglio tenía vinculación con Massera. No son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica Mignone, de cuyo secuestro la Compañía nunca formuló la denuncia pública. Otros dos curas, Luis Dourrón, que luego dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también actuaban en el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los secuestraron. Cuando salieron los dejó librados a su suerte, y otros como Miguel Hesayne y Jorge Novak tuvieron que protegerlos”, sostiene el sacerdote.
Bergoglio corrige la cronología de Oliveira. “Lo de los cinco meses no es cierto. Me moví desde el primer día y vi dos veces a Videla y otras dos a Massera, pese a lo difícil que era en ese momento conseguir audiencia con ellos. Me dijeron que no sabían qué había ocurrido y que iban a averiguar. Cuando tuve información de que estaban en la ESMA, pedí una nueva audiencia con Videla y se lo comuniqué. Videla dijo que el Ejército y la Marina tenían comandos separados, que iba a hablar con Massera, pero que no era fácil.”
Un laico que durante la dictadura intervino desde organismos de la Iglesia en la denuncia en el exterior de las violaciones a los derechos humanos, agrega detalles sombríos: “Por los datos íntimos que poseían y las preguntas que le hicieron en la ESMA, Yorio cree que Bergoglio o alguien muy próximo estaba presente en los interrogatorios. Si Yorio se salvó fue porque intervino el Vaticano. Bergoglio fue un entregador y muchos miembros de la Compañía debieron exiliarse. Algunos fueron torturados, como Juan Luis Moyano Llerena, detenido cuando aún era seminarista, quien salvó la vida por gestiones de su padre, que había sido ministro de Economía.”
Orlando Yorio nunca se recuperó por completo. Trabajó en el obispado de Quilmes pero se sentía amenazado y se radicó en el Uruguay, donde murió en 2000. Poco antes evocó su relación con Bergoglio. “No tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario.” Los dos sacerdotes “fueron liberados por las gestiones de Emilio Mignone y la intercesión del Vaticano y no por la actuación de Bergoglio, que fue quien los entregó”, sostiene Angélica Sosa de Mignone.
Alicia Oliveira cree, en cambio, que su amigo el cardenal Bergoglio les ordenó a los sacerdotes que se alejaran de la villa para preservarlos. “No le obedecieron y los separó de la Compañía.”
Pregúntenle al Provincial
Yorio fue separado de sus cátedras de teología en la facultad de los jesuitas de San Miguel “sin proceso y sin razones académicas, por adherir a la teología de la liberación. Desde San Miguel y el provincialato se hacía correr por debajo, sin darme lugar a defenderme, que yo era comunista, subversivo y guerrillero y que andaba con mujeres. Rumores que llegaban de inmediato a los sectores sociales que en ese momento manejaban el poder y la represión. Francisco Jalics varias veces hizo notar el peligro. En ese sentido advirtió por escrito a varios jesuitas del peligro al que la Compañía me estaba exponiendo, y haciendo notar que el responsable era Bergoglio”.
El húngaro Jalics vive en una casa de oración de Alemania. Una persona que aceptó transmitir algunas reflexiones de Jalics con acuerdo del sacerdote dijo que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Un obispo le confesó a Jalics que eraBergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos”. Bergoglio lo niega: “Nunca pude haberlos caracterizado como guerrilleros o comunistas, entre otras cosas porque nunca creí que lo fueran”.
Continúa Yorio: “Habíamos ido a vivir a la villa del Bajo Flores con aprobación y con mandato de Bergoglio. Y eso significaba un gran compromiso con mucha gente. Yo tenía 30 catequistas, algunos hoy desaparecidos, estaba comprometido con el grupo de sacerdotes villeros, por nuestra casa pasaban religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos con los pobres. Jalics daba retiros espirituales a 500 personas por año. A los pocos meses de habernos enviado a la villa, Bergoglio empezó a decirnos que sobre él pesaban fuertes presiones desde Roma y desde la Argentina para que disolviéramos dicha comunidad y abandonáramos la villa. Como Provincial podría habernos ordenado que saliéramos de allí, pero no quería asumir esa responsabilidad. Quería que nosotros dejáramos nuestros compromisos en forma voluntaria, que asumiéramos abandonar a los pobres, después de darnos el mandato de ir allí. No puedo defenderlos, decía. Sabía que me podían matar, por esa desprotección en que nos dejaba la Iglesia dirigente, como ocurrió con Carlos Mugica y el obispo Angelelli. Por último, Bergoglio vino de Roma con una carta del general de los jesuitas, Pedro Arrupe, quien nos ordenaba que en 15 días dejáramos la villa. Fue a fin de febrero de 1976, el miércoles de ceniza, antes de que comenzara la cuaresma, luego de dos años de tironeo. A Jalics lo trasladaban fuera del país, y debíamos cortar todos nuestros compromisos. Le hice notar a Bergoglio el escándalo y la cobardía que implicaba abandonar de modo tan brusco todo lo emprendido. Me contestó que la solución era que pidiéramos salir de la Compañía. En ese caso él gestionaría que nos dejaran unos meses más en la villa, para poder retirarnos en orden. Entonces le pedimos al General salir de la Compañía, pero nunca llegamos a conocer la respuesta. Para salir necesitábamos un Obispo que nos recibiera y nos protegiera. Pasamos dos meses buscando un Obispo benévolo. Todos nos atendían bien pero pronto venía un aviso de que había graves informes secretos contra nosotros, por lo que no nos podían recibir en sus diócesis. Cuando queríamos saber por qué, nos respondían que le preguntáramos al Provincial”.
Cuando le comunicaron que el cardenal Aramburu había decidido suspenderlos a divinis, Yorio recurrió a Bergoglio. “Me dijo que eran berretines del cardenal, pero que no me preocupara y siguiera celebrando en privado. El viernes el obispo de Morón Miguel Raspanti recibió en su diócesis a otro sacerdote jesuita de nuestro grupo, Luis Dourrón, pero a Jalics y a mí no. El domingo nos chupó la Armada.” Años después, Yorio recibió a través de un canonista un mensaje de Aramburu: “Que él no me había entregado”. Yorio dice que nunca tuvo “indicios para pensar que Bergoglio nos liberó, al contrario. A mis hermanos les avisó que yo había sido fusilado, para que fueran preparando a mi madre. El secretario del vicariato castrense, Emilio Grasselli, les informó a los sacerdotes villeros que ya habíamos muerto”, dice.
A su juicio, Bergoglio “tenía comunicación con Massera, le habrían informado que yo era el jefe de los guerrilleros y por eso se lavó las manos y tuvo esa actitud doble. No esperaban que saliera vivo”. Más aún, sospecha que Bergoglio estuvo presente en la casa operativa de la Armada en la que pasaron varios meses. “Una vez nos dijeron que teníamos visita importante. Vino un grupo de gente. Jalics sintió que uno era Bergoglio”, dice.
–¿Cómo lo sintió? –En esas circunstancias uno hasta reconoce al carcelero por los latidos del corazón.
Cuenta de conciencia
En octubre de 1976, Yorio y Jalics fueron drogados y conducidos en un helicóptero hasta un bañado en Cañuelas donde despertaron rodeados de pastizales. “Fue en vísperas de la reunión del Episcopado con Martínez de Hoz”, dice Yorio. El 16 de julio de 1985, cuando declaró como testigo ante la Cámara Federal que juzgó a Videla, Massera & Cía., Yorio dijo que al recuperar su libertad se escondió en una Iglesia y se comunicó con Bergoglio, a quien por entonces no consideraba cómplice de lo sucedido. Ante los jueces, Yorio también dijo que Bergoglio había hecho gestiones por su libertad ante Massera. “Al salir yo pensaba que era jesuita todavía. Los jesuitas hacemos algo que se llama la cuenta de conciencia, le contamos al superior hasta las cosas más íntimas. Yo lo cumplí hasta último momento, porque creía en Bergoglio. En el interrogatorio en la ESMA me hicieron alusión a que ya no era sacerdote. Al quedar libres, el propio Bergoglio vino a verme y me avisó que no era más jesuita, porque él había hecho el trámite sin necesidad de que yo me molestara, para comodidad mía, que estaba escondido. Pero después en Roma supe que me habían expulsado. Ese día Bergoglio reconoció que una serie de jesuitas había hablado con los obispos para que no nos recibieran pero que él ya lo había arreglado y que había conseguido que un obispo me recibiera.” Era Jorge Novak, en cuya diócesis de Quilmes Yorio estuvo desde entonces, salvo tres años que pasó en Roma. “Bergoglio no me quería mandar a Roma, pero por presión de mi familia y de Novak salí. Estaba escondido, porque hubo una orden de Videla de buscarme. Había razzias.”
Bergoglio afirma que a raíz de “problemas” ocurridos en la comunidad del Barrio Rivadavia, frente a la villa del Bajo Flores, había dispuesto que los sacerdotes debían dejar esa comunidad o la Compañía. En el momento del secuestro Yorio ya no era jesuita, pese a lo cual hizo todas las gestiones para conseguir su libertad, dice.
–¿Por qué debían dejar la villa?
–La villa no, la comunidad jesuita del Barrio Rivadavia. De hecho otros sacerdotes jesuitas siguieron en las villas y la Compañía no se los prohibió.
Los documentos
Bergoglio me hizo llegar algunos documentos que defienden su posición. Uno es un manuscrito de Yorio en el que anuncia su decisión de abandonar la Compañía de Jesús. Otro, fechado el 19 de marzo de 1976 en Córdoba por el Consultor Provincial de la Compañía, padre Luis Totera, dice que Bergoglio les dijo “que tuvieran especial cuidado, que se estaba gestando un golpe militar y que, aunque los padres Yorio y Dourrón no pertenecieran más a la Compañía, les aconsejaba que, de suceder tal evento, por previsión y para mayor seguridad de ellos, vinieran a hospedarse en una casa de la Compañía, donde serían bien recibidos”. Ese documento está fechado cinco días antes del golpe, pero no hay modo de saber si realmente fue escrito entonces o constituye una justificación posterior antedatada.
El último documento es una carta de descargo del provincial argentino al provincial alemán, Juan Hegyi, quien había reclamado al General de la Compañía por lo sucedido con Jalics y Yorio. “Noto que el Padre Jalics (y quizás también el padre Yorio) tiene la impresión de que fueron acusados de alguna forma sobre algunos puntos”, dice Bergoglio en esa nota del 19 de agosto de 1977. Los rumores que han corrido de que “algunos de los padres del grupo habría tenido contactos con los grupos extremistas” le parecen inexactos e injustos. También considera “una ligereza muy grande” la “acusación de falsa doctrina” contra Jalics, ya que sus escritos yclases cuentan con el imprimatur y el nihil obstat eclesiástico y le “hacen bien a la gente”. Concluye con palabras de pesar por los sufrimientos del “buen padre Jalics” en “sus seis meses de detención, siendo inocente” y de comprensión por sus sentimientos por “haber sido sospechoso de contacto con guerrilleros o mala doctrina”.
Cuando Yorio llegó a Roma, “el secretario del general de los jesuitas me sacó la venda de los ojos. El padre Gavigna, colombiano como el provincial posterior Alvaro Restrepo, había estado en la Argentina, fue maestro de novicios, me conocía bien. El me informó que yo había sido expulsado de la Compañía. También me contó que el embajador argentino en el Vaticano le informó que el gobierno decía que habíamos sido capturados por las Fuerzas Armadas porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno que al menos uno de nosotros era guerrillero. Gavigna le pidió que lo confirmara por escrito, y el embajador lo hizo”.
En el desprolijo y saqueado archivo de la Dirección de Culto de la Cancillería no figura esa correspondencia. Hay en cambio otros documentos que esclarecen la conducta de Bergoglio y que permiten releer bajo una luz distinta todos los anteriores. El 4 de diciembre de 1979, Bergoglio dirigió una nota a la Dirección Nacional de Culto. Jalics debía volver al país desde Alemania para renovar su pasaporte. “A fin de evitar un viaje tan costoso me dirijo al señor Director Nacional de Culto a fin de ver la posibilidad de hacer la renovación desde aquí”, pedía. Dos semanas después el Director de Culto Católico de la Cancillería, Anselmo Orcoyen, “en atención a los antecedentes del peticionante” opinó que “no debe accederse de conformidad a lo solicitado” (subrayado en el original). Adjuntó al memo la carta de Bergoglio, los datos personales de Jalics, fotocopia de su pasaporte y una nota de pocas líneas, en la que Orcoyen también puso su firma. Dice que Jalics tuvo “actividad disolvente en Congregac. religiosas femeninas (Conflictos de obediencia)”, que fue “detenido en la Escuela de Mecánica de la Armada 24/5/76 XI/76 (6 meses) acusado con el Padre Yorio”. Que es “sospechoso contacto guerrilleros”; que “vivían en pequeña comunidad que el superior Jesuita disolvió en febrero de 1976 y se negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el 19/3, recibieron 2 la expulsión, el padre Jalics no porque tiene votos solemnes. Ningún Obispo del Gran Buenos Aires lo quiso recibir”. Al pie hay dos líneas que terminan con cualquier duda sobre el rol de Bergoglio. “Estos datos fueron suministrados al señor Orcoyen por el propio padre Bergoglio, firmante de la nota, con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que solicita.”
Las imágenes de Mignone y Alicia Oliveira dejan de contradecirse y se funden en una, documentada y atroz.

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