Julio López
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ANTES Y DESPUÉS DEL CANJE
Por guille - Monday, Mar. 14, 2005 at 1:49 PM

EL MISMO CICLO PERVERSO DE LA DEUDA ¿Quiénes festejan?

El gobierno ha considerado un éxito el canje de deuda y Lavagna es casi tan elogiado como Cavallo en la etapa inicial de la convertibilidad, cuando se firmó el plan Brady. En aquellos tiempos se aseguró, como ahora, que se había resuelto "definitivamente" el problema de la deuda. Hubo un alivio inicial en los primeros años y luego comenzó a crecer un espiral de vencimientos y refinanciaciones, produciendo más endeudamiento, hasta que la situación explotó en el 2001.

¿Quiénes festejan el canje actual? Los grandes grupos empresarios de la Argentina, en particular aquellos ligados a las afjp porque el canje perpetúa la privatización de las jubilaciones, que provocó quebrantos fiscales por 65.000 millones de dólares entre 1994 y 2001. También festejan muchos banqueros internacionales, como David Mulford, del First Boston, y Williams Rhodes, del Citibank, que han comprobado que hoy pueden volver a hacer negocios con la Argentina, como los hicieron en los 90. No es para menos: al final el canje garantizó ganancias especulativas inmediatas del quince por ciento y a partir de ahora algunos bonos ofrecen un rendimiento anual del once por ciento, contra el dos por ciento internacional. En cambio, los trabajadores, la clase media, incluso las pymes, no tienen motivos para festejar: son la parte de la Argentina que deberá pagar para que el país todo salga del default.

Lavagna dijo que el país debe ahora unos 125.000 millones de dólares, equivalente al 72,4 por ciento del PBI. El ministro excluyó del total los 20.000 millones que no ingresaron en el canje porque "pueden permanecer impagos indefinidamente" (si se incluyen, la deuda sube a 145.000 millones). En 2001, la deuda equivalía al 57 por ciento del PBI. Ahora sería del 72 por ciento u 85 por ciento, según los números que se tomen (incluyendo o no los veinte mil millones). Pero Lavagna "corrigió" el PBI de 2001 por el valor del dólar de 2005. Así elevó la deuda de 2001 al 113 por ciento del PBI para afirmar que ahora bajó al 72,4 por ciento. Más allá de los trucos estadísticos, hay consenso en los aspectos principales: 1) la deuda representa hoy no menos del 75/80 por ciento del PBI. 2) Hoy esta deuda se está pagando con el superávit fiscal, mientras a fines de los 90 se refinanciaba porque había déficit fiscal. ¿Hay motivos para festejar?

Desde ahora hasta el 2010 vencen 70.000 millones de dólares del total de 125 mil millones de deuda. Solo este año habrá que pagar 13.020 millones de dólares y otros 14.000 en 2006 a los organismo internacionales. En otros términos: para cumplir con esos pagos, habrá apretón fiscal, sea como aumento de la recaudación o como nuevos ajustes del gasto. Si los organismos financieros refinancian los vencimientos de capital, los pagos podrían disminuir de trece mil millones a unos 4.500. Pero igual habría que pagar 8.500 millones, más del cinco por ciento del PBI, mientras el superávit previsto para este año es de 6.000 millones de dólares. Para cubrir los 2.500 millones que faltan habrá que usar excedentes fiscales acumulados por el superávit de 2004 y, cuando éstos se agoten, el gobierno volverá a endeudarse. Una vez más: ¿hay motivos para festejar?
Lejos de perder protagonismo, el FMI adquirirá una mayor relevancia que durante la etapa del default. En la hipótesis más optimista, tras el canje el país deberá sostener una tasa de crecimiento mínima de cinco por ciento anual y, al mismo tiempo, mantener un superávit fiscal de tres por ciento durante una década. Revisando la historia es casi un imposible: el promedio de crecimiento del PBI de los últimos treinta años es de 1,5 por ciento y el resultado fiscal promedio de dicho período es un déficit de 2,4 por ciento.

Persiste de este modo la misma lógica perversa que rigió la vida económica del país durante los últimos treinta años. Con ese sesgo el endeudamiento externo se duplicó, pasando de 61 a 140 mil millones de dólares entre 1991 y 2001. Mientras, la expansión de los capitales locales que se radicaban en el exterior se aceleraba y el stock de los capitales fugados pasaba de 55 a 139 mil millones de dólares en el mismo lapso. Se constató entonces que por cada 100 dólares de endeudamiento externo total se fugaron al exterior 105 dólares. El creciente endeudamiento sirvió para que los grupos radicados en el país pudieran financiar la fuga del excedente. Y las cargas de esa deuda fueron y son pagadas por las clases populares. El gobierno no dice que, dada la regresividad de la estructura tributaria argentina, serán las clases populares las que harán el esfuerzo para pagar la deuda y que este rasgo contribuye a acentuar la ya grosera desigualdad en la distribución del ingreso.

La crisis del 2001 y la comprobación de que el país no cayó por un precipicio tras la declaración del default abrían posibilidades políticas para investigar a fondo la legitimidad del endeudamiento y profundizar la desconexión de los organismos financieros internacionales. Sin embargo, el canje emprendido por Kirchner y Lavagna legitima una vez más una deuda fraudulenta que ya fue pagada varias veces. Entre 1976 y 2000 Argentina pagó 212.280 millones de dólares entre amortizaciones e intereses, pero la deuda subió de 7.875 a 169.066 millones. La parte no dolosa de la deuda, si existió, fue pagada hace tiempo.

Las anomalías jurídicas acumuladas en la gestión del endeudamiento argentino son innumerables y han sido enumeradas por el conocido fallo del juez Ballesteros. Esas irregularidades surgieron durante la etapa de la dictadura de 1976, pero se repitieron en todas las refinanciaciones posteriores. Como sus antecesores, el gobierno oculta esa estafa y los legisladores oficialistas cajonean toda investigación posible sobre las más de 400 irregularidades comprobadas. Con el slogan de "negociar de otro modo", como si la deuda fuera un problema "técnico", el gobierno prefirió mantenerse dentro de una lógica financiera, lógica que, para un país periférico, de insignificante importancia en el comercio mundial y casi nula consideración en el concierto internacional, resulta desde el principio una batalla perdida.

La deuda es un problema esencialmente político y no financiero, y así debe abordarse si se quiere salir de la trampa de esa lógica financiera, que conduce irremediablemente a la capitulación del deudor. Por estas razones, la deuda después del canje es igual a la deuda tras el canje: es ilegítima, inmoral e impagable. Por eso también sigue siendo justo y necesario impulsar un proyecto de ley para declarar "odiosa" a la deuda externa, considerarla ilegítima y suspender su pago. Es el único camino para evitar que dentro de pocos años se repitan, agravadas, las crisis que cada diez años viene detonando el ciclo de la deuda que rige a la sociedad argentina.

PeCe eFeJotaCe

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