Julio López
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La ocupación inmoral de Santiago reconoce como cómplices necesarios a repugnantes cipayos
Por DATA - Tuesday, Mar. 29, 2005 at 10:50 AM

La ocupación inmoral...
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Por suerte la hora de la liberación ha llegado. Como en la Europa desangrada de posguerra, Santiago del Estero asiste alborozada a la retirada definitiva de los ocupantes que la destruyeron y redujeron a despojos inmerecidos. Los “maquís” lugareños finalmente triunfaron y los echaron, templados en fronteras incómodas y desiguales en la resistencia contra el opresor, en la fragua diaria de la denuncia y el hostigamiento de los intrusos, de la extranjería interior, del invasor langostero y cínico que con su prepotencia y un autoritarismo sin límites pretendió sin éxito destruir las esencias más hondas de la santiagueñidad, modificar la cultura de un pueblo fundador de la Patria, imponer con el terror y la presión desembozada incorporar los modelos políticos propios de la foraneidad, pulverizando nuestras propias y autónomas construcciones sociales.



Pero si el ocupante huye despavorido ante la dignidad altiva de los santiagueños, la resistencia debe continuar con el mismo celo e idéntico empeño para denunciar a los traidores colaboracionistas y a los repugnantes cipayos que allanaron el camino del invasor, recibieron a raudales sus ominosas prebendas, o soñaron insanos y extraviados el sueño imposible de convertirse en la siniestra heredad de los ocupantes.



Ahí están ahora, sinuosos y ubicuos, intentando un reacomodamiento inviable que la hidalga sociedad santiagueña jamás consentirá, y algunos de ellos -en la reedición ominosa de las traiciones cometidas- mordiendo impotentes la mano del amo. Otros, cual Judas redivivos, reclamando una humillante e indigna piedad, buscando desesperados conchabos de ocasión, que los corruptos se los lleven a Buenos Aires, que les consigan un mísero sitio para su subsistencia, para disimular a la distancia el repudio unánime que seguramente les tributará la ciudadanía, y para evitar la descompostura moral que les provocará la hora heroica de la restauración provinciana y el final definitivo de sus tropelías y pillajes.



Ahí está por ejemplo, en esa galería siniestra de los definitivos impresentables, GustavoYocca, el que alguna vez se consideró el elegido y con insania de orate se soñó “sucesor”, el mismo que está denunciado por estafas repetidas con cheques sin fondo, y al que lo ayudaron a levantarse del lodo pegajoso de su pasado delictivo sus amigos del alma, Pablo Lanusse (el falaz cruzado libertario, que lo único que hizo en un año fue mentir con desvergüenza y cercenar libertades y derechos), y Pablo Fontdevilla (el fallido aprendiz de Richelieu, oscuro manipulador y gobernador desde la sombra), quienes ordenaron a la justicia “independiente” a frenar sus juicios.



Como un estigma lo acompañará por siempre su frondoso prontuario de quiebras fraudulentas en más de una empresa, su condición inocultable de testaferro de Victorio Curi, verdadero emblema de la corrupción santiagueña y socio fundador del clientelismo y la cultura prebendaria, conocido nocherniego de antros y lugares equívocos, adicto irredento al alcohol y a las drogas.



La memoria del pueblo, que siempre se escribe con tinta indeleble, jamás olvidará que el afamado escribano jamás pudo probar ante la justicia dónde estuvo la noche en que desapareció Leyla Nazar, aunque todos lo consideran como el más asiduo habitué de Saravah, el último de los lugares donde fue vista la infortunada jovencita.



El ansia desmedida del poder lo introdujo de la mano en los ámbitos más sórdidos de la política. Modelo de coherencia, con la complicidad aviesa de la intervención federal intentó quebrar al PJ, pretendiendo con chantaje una candidatura que repudió toda la dirigencia. Era el mismo Gustavo Yocca que meses antes de la llegada de la langosta federal, había intentado ser candidato a intendente de Carlos Juárez, al que luego -disciplinado lenguaraz del discurso oficial- no dudó en denostar como al político maldito del siglo.



Por si todo ello fuera lauros de dignidad y honestidad insuficientes, ¿desconoce el imaginario colectivo y los entendidos en la materia que su escribanía está seriamente sospechada de haber cometido varios delitos en la venta de tierras fiscales y otro tipo de transacciones inmobiliarias, en las que se burló la ley en forma desembozada, al amparo de poderosas influencias y vergonzantes cobijos?



Lanusse y Fontdevila, su principal secuaz en el pillaje, están directa y claramente involucrados en todo este proceso vergonzoso, que lastima la dignidad de los santiagueños.



Porque fueron ellos los que resucitaron la patria contratista y los que pusieron en manos de Victorio Curi y de un puñado de sus socios incondicionales la friolera de 400 millones de pesos. Fue, por cierto, a través de “transparentes licitaciones públicas”, en el lapso de varios meses, como para disimular la magnitud del despojo.

El procedimiento fue el mismo que tanto denostaron los heraldos de la calidad institucional: sobrevaluación de precios en más de un 40 por ciento, el “retorno” reglamentario del 6 por ciento, y la lista más que restricta de los amigos que pudieron gozar de la abultada prebenda.



Otro cipayo, acaso el mayor, que quedará improntado para siempre en la galería de los indeseables de la sociedad, es el no menos famoso Pocho Castiglione, que conculcó con la mayor desvergüenza los principios fundacionales del diario que heredó mediante ardides de maleante y comprobadas irregularidades, y lo convirtió en un devaluado boletín oficial del elenco de ocupación.



Estafó a sus propia familia y hoy está denunciado penalmente por sus propios familiares.

Y la propia intervención federal, en reconocimiento a sus incondicionalidad de lacayo, y acaso suponiendo con ingenuidad que el apellido Castiglione aún reviste ciertos residuos de nobleza y nombradía y alcurnia, frenó -mediante la complicidad de otra jueza obediente- la intervención federal del matutino, pese a los abusivos desmanes financieros que engrosan un voluminoso expediente en Tribunales.



Este acaudalado profesional de la Medicina, en cuya hombría de bien sólo él cree, llegó a engañar con argucias inimaginables a sus propios parientes para que le vendieran sus acciones, sin el mínimo decoro de advertirles que en realidad se las estaban transfiriendo al mismísimo Victorio Curi.



Nadie ignora en el ambiente de los medios que la escritura pública de dación de pago, otorgada ante la escribanía del propio Yocca, a quien varios de los primitivos socios del diario sindican como el “nuevo socio”, junto a la repetida figura de Curi y del arquitecto Miguel Jorge, deliberadamente omitió consignar la obligación de que Pocho, y los restantes beneficiarios de las daciones, entre ellos su hermano Julio César “Toto” Castiglione, epígono de la clerecía lugareña, debían asumir las hipotecas y los embargos que pesaban sobre los bienes del diario.



Amante de la rectitud y extremadamente fiel al juramento hipocrático, no sabemos si algún día podrá Pocho aventar la generalizada sospecha pública de que impedía, mediante maniobras verdaderamente delictivas, el correcto funcionamiento de los tomógrafos de los hospitales públicos, para que los estudios de alta complejidad pudieran realizarse únicamente en su consultorio particular.



El rico anecdotario de los cruzados que llegaron para moralizar Santiago y devolverle la dignidad perdida, se alimenta también -entre otros hechos repugnantes- con el caso de los catorce millones de pesos que un ignoto arquitecto, obvio testaferro del restaurado Curi, le pidió a varias empresas contratistas de vivienda como coima reclamada por “Pablo”…



¿Y que decir de la graciosa dación de 260.000 pesos que acaba de consumar Lanusse a favor de su propio canal de televisión, el mismo que había sido adjudicado ilegalmente, contrariando toda la legislación vigente en la materia?



Una crónica no es la historia. Apenas si puede comprender los hechos desde la perspectiva inmediata. La historia los mira desde lejos, los escudriña desde el futuro, los interpreta en toda su compleja interioridad con el auxilio invalorable del tiempo.

Y finalmente da su veredicto, que es inapelable.

Ese día llegará, porque justo es que llegue.

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