Solidaridad con los trabajadores de Vialidad
Por EL MILITANTE -
Wednesday, Apr. 06, 2005 at 12:22 PM
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Juan Pablo II ha muerto |
Fiel servidor de los
poderosos, enemigo de los oprimidos |
Autor : Juan Ignacio
Ramos Fecha : ( 05-Abril-2005 ) Categoria : Varios
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“La
religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un
mundo despiadado, y el alma para los que están vacíos. Es el opio de
los pueblos” Karl Marx
Después
de una agonía de días y una decadencia física de meses, Juan Pablo
II, el Papa más anticomunista y reaccionario que ha pisado la curia
vaticana desde los tiempos de Pio XI, ha muerto. Tras 28 años de
pontificado caracterizado por una involución de todos los aspectos
de la vida eclesial, la figura de Juan Pablo II está siendo cubierta
con la púrpura del elogio y la adulación más empalagosa. Una campaña
en la que los medios de comunicación rivalizan por fabricar una
biografía desmedida de un hombre al que sólo los más poderosos del
planeta pueden guardar gratitud. Los oprimidos, los explotados y los
marginados del mundo entero sólo han cosechado el despecho y los
consejos farisaicos del mandatario del Vaticano: “Os salvaré del
pecado, pero no de la injusticia” ha sido su máxima pontifical.
Fin de la entradilla
Son días
de acentuada propaganda religiosa. Toda la maquinaria de poder de la
Iglesia Católica está funcionando a plena potencia, vertiendo una
avalancha de manipulación, distorsión y envilecimiento de la verdad
que da testimonio del importante papel que juega en el engranaje del
sistema capitalista. Hace 150 años Marx explicó que la
dominación de la clase capitalista no se sustenta tan sólo en el
aparato represivo del Estado. Eso se reserva en especial para los
momentos de enfrentamiento abierto contra los trabajadores. Entre
tanto, la burguesía, como las clases dominantes que la precedieron,
despliegan todo un arsenal de coacción y sometimiento sobre las
clases oprimidas en el que los prejuicios, la ignorancia y los mitos
religiosos siempre han jugado un papel destacado. La Iglesia
católica nunca ha defraudado en ese sentido. Financiada por los
capitalistas, ha nutrido de fundamento ideológico y justificación
teológica a la explotación del hombre por el hombre. Siempre
dispuesta a respaldar activamente a la burguesía en cualquier rincón
del mundo contra los que han osado rebelarse, la Iglesia Católica ha
constituido la espada espiritual del capital. Juan Pablo II ha
sido un digno defensor de esta tradición. Su ascenso a la máxima
dignidad pontificia fue una estrategia planificada y dirigida
militarmente por el Opus Dei. Desde su arzobispado en Cracovia,
Karol Wojtyla fue arropado por la Obra y cortejado como
conferenciante en muchos de los seminarios de su Centro Romano.
Corrían los primeros años de la década de los setenta y el futuro
Papa daba forma a su perfil ideológico: la Iglesia debía fundirse
con el Estado, actuando en todas las esferas de la vida civil,
siempre desde una óptica ultra conservadora; en materia teológica,
abandono de la apertura del Concilio Vaticano II y vuelta al
tradicionalismo; máxima jerarquización y autoritarismo en la vida
interna de la Iglesia; rechazo de los derechos democráticos de la
mujer (divorcio, aborto); y por encima de todo, una visceral actitud
anticomunista que le acompañaría hasta la tumba. Karol Wojtyla,
una vez elegido Papa gracias a las buenas artes del entonces
arzobispo de Munich, Cardenal Ratzinger, tardó muy poco en devolver
el favor: el Opus Dei conquistó la cúpula eclesial colocando a
destacados peones al frente del gobierno del Vaticano. Todo ello
cristalizó en la canonización de Monseñor Escrivá de Balaguer y la
elevación del Opus a la categoría de Prelatura personal,
convirtiendo de esta manera a la Obra en el auténtico comité
ejecutivo que ha gobernado la Iglesia con mano firme, aunque no
electa, en estos últimos 28 años.
¿El enterrador
del “comunismo”?
Si algo esta destacando en estos
días de exaltación papal, ha sido la insistencia de la totalidad de
los medios de comunicación, comentaristas y periodistas, en asignar
a Juan Pablo II el papel de enterrador del “comunismo”. Así parece
que se escribe la historia, mintiendo sobre el pasado de la forma
más descarada con el objetivo de que la población no entienda nunca
las tareas del presente y del futuro. La crisis y el colapso de
la URSS y de los demás estados obreros deformados, que no del
comunismo, fue el producto de la incapacidad de la burocracia
estalinista para hacer avanzar la sociedad en líneas progresistas.
La decadencia económica que se arrastraba desde finales de los años
sesenta sufrió un agravamiento decisivo a mediados de los ochenta,
con una caída general de las condiciones de vida de la población. La
asfixia autoritaria de la burocracia no impidió que en muchos de
estos países, las masas se rebelaran espontáneamente demandando
mejoras sociales y derechos democráticos. Incluso en Polonia, el
movimiento de los trabajadores de los astilleros de Gdansk y de
otras localidades obreras no tenía en sus inicios el carácter pro
capitalista que posteriormente le han asignado. Pero la naturaleza
aborrece el vacío, y ante la ausencia de una dirección
revolucionaria que orientase aquella rebelión en el objetivo de
reestablecer las auténticas condiciones de la democracia obrera,
toda una capa de arribistas y oportunistas, muchos de ellos salidos
de los seminarios y con financiación imperialista pudieron auparse a
la dirección del movimiento. Hay que decir, en honor a la verdad,
que en el proceso de restauración del capitalismo muchos cuadros
dirigentes de los mal llamados “Partidos Comunistas” echaron una
mano inestimable. De hecho, la nueva burguesía de los países del
antiguo bloque del Este está muy nutrida por este tipo de
individuos, que de forma confortable han transitado desde las filas
de los PCs a los elegantes despachos de las empresas
multinacionales. Juan Pablo II participó activamente en este
proceso, amparado en todo el apoyo material y mediático que Ronald
Reagan y Margaret Thatcher le pudieron proporcionar. Gracias a ello
fortaleció la propaganda anticomunista de la Iglesia y el poder
terrenal de la misma en todo el este de Europa, actuando como un
altavoz muy útil en toda la ofensiva furiosa que la burguesía
mundial desató contra las ideas del socialismo y del marxismo.
Contra la Teología de la Liberación, contra los
pobres del mundo
En su actividad política e
ideológica, siempre en el bando de los poderosos y los
imperialistas, Juan Pablo II combatió encarnizadamente a aquellos
sectores de la Iglesia que reivindicaban una acción enérgica contra
la injusticia social y la explotación de clase. Los sectores más
avanzados de la Iglesia, agrupados en la Teología de la Liberación,
fueron blanco del castigo papal y de la furia inquisitorial del
Cardenal Ratzinger, hijo de un policía y encumbrado a la máxima
prefectura de la Congregación de la Fe, heredera del Santo Oficio y
el Tribunal de la Santa Inquisición. Centenares de sacerdotes
que vivían cotidianamente la penuria de millones de desheredados
fueron condenados al silencio y empujados fuera de la Iglesia, como
en el caso del franciscano brasileño Leonardo Boff. Por aquel
tiempo Carol Wojtyla actuó como un auténtico mamporrero de los
intereses del imperialismo norteamericano en América Latina. No
tenía empacho en visitar y dar de comulgar a dictadores genocidas
como Pinochet, al tiempo que en Nicaragua condenaba la revolución
sandinista por atea, reprendía al ministro de cultura Ernesto
Cardenal o censuraba las pastorales del obispo Salvadoreño Monseñor
Romero. Toda la oligarquía latinoamericana, manchada con la sangre
de generaciones de oprimidos, llora la muerte de Juan Pablo II. Las
razones son obvias.
Un Papa al servicio de la
clase dominante
Si en algo también ha destacado
el pontificado de Juan Pablo II ha sido en la fabricación de santos:
nada menos que 474 hasta finales de 2003. Si Juana de Arco tuvo que
esperar seiscientos años para su santidad, la Madre Teresa tan sólo
esperó seis. En la ampliación del santoral y del martirologio
católico, Juan pablo II no era inocente: se movía por firmes
convicciones morales e ideológicas. Wojtyla elevó a los altares como
mártires a 705 muertos del bando fascista de nuestra guerra civil,
algo a lo que no se atrevieron ni Pío XII, ni Juan XXIII, ni Pablo
VI. No es de extrañar que el Papa viajero se encontrara tan a gusto
con la jerarquía católica española: ni él ni su nuncio en España
alzaron la voz cuando la Conferencia Episcopal, reunida casualmente
el 23-F de 1981, en lugar de condenar el intento de golpe de Estado
del coronel Tejero recomendó a los españoles el piadoso ejercicio
del rezo. Nada que sorprenda en un hombre que durante la
ocupación nazi de Polonia se dedicó a ejercer de actor, muy lejos de
las filas de la resistencia o del martirio de millones de judíos y
que siempre ha gustado de los focos del prestigio social y la
compañía de los jerarcas. Al fin y al cabo, dirigió la Iglesia como
una monarquía absoluta en la que él mismo ocupaba el vértice del
poder. Durante estos días hemos asistido a un espectáculo sin
parangón. Todas las televisiones del mundo, toda la prensa escrita
—incluida la “seria”—, han abrumando al personal con horas y horas
de propaganda papal. Ya se alzan voces exigiendo la santidad de Juan
Pablo II. Sin embargo algo falla en este montaje: las masas no
llenan las calles, si exceptuamos la Plaza de San Pedro en Roma. Las
imágenes de las vigilias han sido más bien pobres, poco nutridas, un
tanto deslucidas. Y todo, a pesar de que ha existido un auténtico
frente único entre la derecha y la izquierda reformista de todo el
mundo azuzando esta campaña. En nuestro país, la televisión
pública ha sido la campeona absoluta en horas dedicadas a glosar el
acontecimiento. ¿De esta manera defienden el laicismo y la
aconfesionalidad del Estado los dirigentes socialistas? No exigimos
campañas a favor del ateismo militante desde la pantalla, pero esta
postración ante la Iglesia católica muestra la total incoherencia
del gobierno, muy interesado en reestablecer los puentes con la
nunciatura vaticana. En cuanto al PP la gratitud está
justificada: se ha muerto su Papa. Todos los opusdeistas, todos los
Legionarios de Cristo, toda la reacción carpetovetónica, todo el
atraso, toda la infamia de este país rinde homenaje a un valedor de
oro. “En una habitación de la Plaza de san Pedro está sufriendo uno
de los grandes hombres de la historia de la humanidad”, afirmaba
Ángel Acebes el día antes de la muerte del Papa. Nosotros, los
trabajadores con conciencia de clase, que aspiramos al paraíso en la
tierra, que sufrimos la explotación y el escarnio de este sistema
inhumano, contemplamos la muerte del Papa con otro prisma muy
diferente al de nuestros explotadores. No podía ser de otra manera.
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