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SABATO: EL GRAN SIMULADOR
Por Pablo Makovsky - Friday, Apr. 15, 2005 at 1:40 AM

Es en la obra de Ernesto Sábato, aplaudido muchas veces por su oportuno compromiso cívico, donde puede leerse la falsedad y la egomanía del autor. Sábato es el hombre público que los héroes de sus novelas desprecian.


El gran simulador

Fernando Vidal Olmos es el protagonista de la novela Informe sobre ciegos (1968),

como su autor, Ernesto Sábato, nació el 24 de Junio de 1911. Lo mismo que Sabato (sin

acento), uno de los personajes de Abaddón, el exterminador (1974), Vidal Olmos puede

considerarse un doble literario del escritor. La tarjeta de presentación del héroe

que descubre una conspiración de ciegos en oscuros túneles porteños reza: “Soy un

investigador del Mal”, preocupación que Sábato mantuvo en sus últimas declaraciones,

mientras escupía una y otra vez la palabra “horror” y sobaba a una oportuna

teleaudiencia con su irremediable desesperanza. Su silencio y sus lágrimas secas, el

sábado 20 de noviembre pasado, al cierre del III Congreso de la Lengua Española, como

su visita a la cancha de Rosario Central y a la casa natal del Che fueron las escenas

finales de una serie de intervenciones oportunistas de un farsante en cuya prosa

puede escucharse la mala escritura que cunde en las redacciones y los colegios,

afectada de gravedad y de pretensiones, que apela al humor sólo para aquellos casos

en los que es necesario reforzar un argumento, nunca para interrogar, ni poner en

entredicho el texto: “Yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente

los hechos malos y, así, casi podría decir que «todo tiempo pasado fue peor», si no

fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado”, escribe en la página

inicial de El Túnel (1948) que, vaya, culmina con una vaga referencia a los campos de

concentración nazis.
Sábato puede ser considerado un canalla (en el sentido que el adjetivo tiene en el

diccionario de la Real Academia, no en el que tiene en la ciudad de Rosario) no

porque haya manifestado sus simpatías con el Proceso de Reorganización Nacional en un

almuerzo con Jorge Rafael Videla, el 19 de mayo de 1976, del que también participaron

Jorge Luis Borges, el padre Leonardo Castellani y Horacio Esteban Ratti (presidente

entonces de la Sade). Sábato es un embustero porque sus declaraciones de entonces

prueban que su literatura es pura cháchara, que alardeaba cuando proclamó a su doble

“un investigador del Mal” y que las inmundicias de los campos de exterminio del

nazismo eran un pretexto para garrapatear en una página sus consideraciones graves y

egomaníacas.

Derecho y banana. El oportunismo de Sábato es, sobre todo, un hecho literario: en su

obra, infestada de enseñanzas a jóvenes entenados, abunda el desprecio al “hombre

público” que el mismo escritor encarnaría. En junio de 1971, cuando Salvador Allende

gobernaba aún Chile y la guerrilla en América era un producto libresco de

exportación, el escritor responde en una entrevista que le hiciera Isabel Allende:

“Soy un francotirador. Tengo con la literatura la misma relación que puede tener un

guerrillero con el ejército regular. No soy un escritor profesional”. Pero en 1976, a

la salida de su almuerzo, Sábato declaró: “El general Videla me dio una excelente

impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiónó la

amplitud de criterio y la cultura del presidente”. Y en 1978, como releva el tomo

tres de La Voluntad (Eduardo Anguita y Martín Caparrós), Sábato volvió a explayarse

sobre la dictadura en la revista alemana Geo: “La inmensa mayoría de los argentinos

rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos deseábamos que

se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos”, dijo y, ya sin mentar su posición

de escritor según la relación que tiene un guerrillero con el ejército regular,

escribe sobre el gobierno golpista: “Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas

cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran

parte bajo control”.
En 1985, el oportunismo literario de Sábato se presentaría también bajo la máscara de

un libro, el Nunca más, con el que el escritor supo disfrazar un compromiso civil y

camuflarse como adalid de los nuevos tiempos. Sin embargo, nada de esto está

anticipado en su libro anterior a la democracia, un embutido de sus opiniones más

pacatas sobre literatura americana y argentina, en el que zumban las citas de autores

europeos clásicos. La cultura en la encrucijada nacional se llama el libro, una

compilación de ensayos. Sudamericana lo publicó el 24 de setiembre de 1982, cuando la

derrota de Malvinas y la movilización popular licenciaban a cualquier escritor (y

máxime a Sábato, “el opositor que todo gobierno desea tener”, según una definición de

Horacio Tarcus) a promover los debates pendientes en seis años de dictadura. Sin

embargo, en páginas que proponen desentrañar “los deberes del escritor en el drama

argentino”, el autor no dice ni mu de lo que han sido esos tiempos y, a su modo grave

y circunspecto, prepara la cancha para su nueva máscara de hombre público desvelado

por la urgencia social y política y recuerda sus disidencias de juventud con el

Partido Comunista. Así, se asume como un adelantado lector de Marx predispuesto al

diálogo en el ensayo “Arte y sociedad”. Lo curioso es que en el breve texto

posterior, “El Estado contra el artista”, Sábato se aboca a plantear problemas que

cree muy filosóficos, como si viviera en Estocolmo.

Escena uno. Un escritor preocupado por impartir enseñanzas, como hace Sábato en sus

novelas, es un propagandista que sabe cuidar su imagen. Así, entrega sus respuestas

por escrito a Isabel Allende en el 71, o se enfada con el padre Castellani cuando

éste difunde el entusiasta parloteo de Sábato en el almuerzo con Videla. “Se enojó

mucho conmigo porque conté lo que había pasado en la comida de Videla”, declararía el

sacerdote de la Compañía de Jesús en una larga entrevista llevada al libro por Pablo

José Hernández (Conversaciones, 1977). Es que el cura, escritor también, tildado de

nacionalista, un personaje al que nadie se animaría a calificar siquiera de “progre”,

da en el clavo y desenmascara al buen Sábato: “Dije que él estuvo hablando todo el

tiempo y no dejó hablar a los demás. Y es la verdad. No podíamos interrumpirlo”,

cuenta Castellani.
El sacerdote hizo las declaraciones que molestaron tanto a Sábato en el número de

julio de 1976 de la revista Crisis. Su escena es demoledora y describe el almuerzo

con el dictador en estos términos: “En realidad, el más callado fui yo. Dije algunas

cosas pero quienes más hablaron fueron los demás, sobre todo Sábato y Ratti que

llevaban varios proyectos”. El periodista pregunta: “¿Y el presidente?”. Y

Castellani: “Videla se limitó a escuchar. Creo que lo que sucedió es que quienes más

hablaron, en vez de preguntar, hicieron demasiadas propuestas. En mi criterio,

ninguna de ellas fue importante, porque estaban centradas exclusivamente en lo

cultural y soslayaban lo político. Sábato y Ratti hablaron mucho sobre la ley del

libro, sobre el problema de la Sade, los derechos de autor”. Pregunta: “Bueno, padre,

al fin y al cabo, era una reunión de escritores”. Y Castellani, que había sido

castigado por su orden en los 40 y era un tenaz observador de la relación entre la

literatura y el poder: “Sí, pero la preocupación central de un escritor nunca pueden

ser los libros, ¿no es cierto? Traté de aprovechar la situación por lo menos con una

inquietud que llevaba en mi corazón de cristiano. Días atrás me había visitado una

persona que, con lágrimas en los ojos, sumida en la desesperación, me había suplicado

que intercediera por la vida del escritor Haroldo Conti. Yo no sabía de él más que

era un escritor prestigioso y que había sido seminarista en su juventud. Pero, de

cualquier manera, no me importaba eso, así se hubiera tratado de cualquier persona,

mi obligación moral era hacerme eco de quien pedía por alguien cuyo destino es

incierto en estos momentos. Anoté su nombre y se lo entregué a Videla”. El cura

aprovecha la entrevista de Crisis: “Sábato habló mucho o peroró, mejor dicho, sobre

el nombramiento de un Consejo de Notables que supervisara los programas de

televisión. En Inglaterra funciona una instancia similar, presidido por la familia

real e integrado por hombres notorios de todas las tendencias. Cuando estuve hace

mucho en Inglaterra, Chesterton me habló de ese consejo del cual él formaba parte.

Eso quería Sábato que se hiciese en la Argentina. Borges dijo que él no integraría

jamás ese consejo de prohombres. Sábato, entonces, agregó que él tampoco. Yo pensé en

ese momento para qué lo proponían entonces. O sea que ellos embarcaban a la gente

pero se quedaban en tierra. Personalmente, no creo que ese consejo sea una decisión

muy importante”. ¿No se lee en la propuesta del buen Sábato las aspiraciones de

hombre público que él mismo denostó en sus libros y luego asumiría en la Conadep? La

última respuesta de Castellani –quien siguió el rastro de Conti hasta que lo visitó

en su agonía– a la entrevista de Crisis merece citarse no sólo para señalar el

compromiso del sacerdote, sino para sopesar de qué trata el sostener una práctica

literaria con la ética diaria: el almuerzo “no fue muy trascendente. Al menos, que

los hechos posteriores demuestren lo contrario, como por ejemplo, que aparezca el

escritor Haroldo Conti. Algunos me habían pedido que intercediera también por varios

ex funcionarios cesanteados aparentemente en forma injusta. Pero no quise hacerlo,

pues me pareció que esos casos desdibujarían la dramaticidad de la situación de

Conti, por cuya vida se teme”.

Escena dos. La telenovela de José Saramago y Sábato en El Círculo tiene, como se ve,

entretelones con escenas que una vez más destacan la ambición y los embustes del

escritor argentino. Una mañana de junio de 1999, el poeta José Tono Martínez,

entonces director del ICI-Centro Cultural de España, visitó a Sábato en Santos

Lugares. El español pretendía no sólo en saludar al autor de su adolescencia, sino

que quería tener noticias sobre la relación que había tenido en su momento Sábato con

el polaco Witold Gombrowicz, mientras este estuvo en Argentina.
Lejos de la condescendencia con la que Saramago se autocitó para recordar su primer

trato con Sábato, Tono Martínez exhibe en La venganza del gallego (Libros del Zorzal,

2004) una escena más sobria y, claro está, más devastadora: “No le interesaba mucho

hablar sobre su obra literaria –cuenta–. Lo que sí le interesaba era que conociera su

nueva obra pictórica, que para él era mucho más importante que lo que había hecho

anteriormente o escrito. Me llevó a su pequeño estudio. Allí, sobre lienzos en

pequeño formato estaban todas sus últimas obsesiones, terribles, tenebristas, una

suerte de cruce del Goya de las pinturas negras con una pulsión surrealista que en

algún punto podía rozar las técnicas del cómic. Sólo que todo ello con una coloración

naif. Pensé que aquellos cuadros podían también gustarle a Federico Klemm, cuya obra

narcisista y erotómana acababa de conocer. La otra obsesión de Sábato aquel día era

conseguir vender cualquiera de esos cuadros a alguna institución museística española.

Pedía cien mil dólares. Me explicó que España tenía mucho dinero y él lo necesitaba.

Le prometí, sin mucha convicción, hacer alguna gestión al respecto”.
Las vicisitudes de un artista en apuros justifican, claro, cualquier pedido, pero la

coloración naif que describe Tono Martínez en la pintura de Sábato, ¿no exhibe la

consabida estridencia del escritor, su tendencia a abusar del mito desolado que se

inventó? Si no hubiera sido tan oportunista y ladina la larga simulación de Sábato,

el tono naif con el que se lee hoy su obra podría postular su imagen como la del

adolescente mal crecido, engolosinado con temas terribles. En la revista Centro, en

1952, el crítico Adolfo Prieto (como puede leerse hoy en el libro de Nora Avaro y

Analía Capdevila, Denuncialistas, editado por Santiago Arcos) ya había calado el

“estilo” Sábato: “Mucho afán de justificarse, de confesarse en alta voz”, escribe. A

diferencia de un par de sus contertulios de aquel 19 de mayo de 1976, la obra de

Ernesto Sábato no parece estar a la altura de los embustes del autor ni puede

absolverlo.

Pablo Makovsky, El Ciudadano, 29-11-04

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a moria tambien le molesta que se cuelguen de sus tetas
Por Wesndey - Friday, Apr. 15, 2005 at 5:18 AM

Y bueno Pablo, juzgarlo desde lo político y lo personal es un disparate. Lo juzgás al Diego de la misma forma? y a tantos otros? Casi nadie saldría "limpio".

Es un escritor (ni siquiera me animaría a ponerlo como intelectual) y si no te gusta no lo leas, tan simple como eso.
No entiendo por qué la gente se empeña en cambiarle el rol a las personas o por qué esperan otras cosas.

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Pero le encanta que la apoyen por atrás
Por Creo que te equivocás - Friday, Apr. 15, 2005 at 6:33 AM

Sábato no es un escritor que solo escribe y punto. Es un referente y un seudo paladín de los Derechos Humanos, algo que el mismo ha fomentado por voluntad propia. Fue nombrado a dedo y por amiguismo por Alfonsín como presidente de la CONADEP. Entonces, si además de escribir, interviene en cuestiones de Derechos Humanos y además elogio a Videla en su momento, hay que decir que es un hijo de la gran puta. Borges, por lo menos tenía los huevos de decir que era de derecha y no usaba ninguna careta.

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Markowsky
Por Milton Fridman. - Friday, Apr. 15, 2005 at 8:49 AM

Todo eso es CHISMOGRAFIA barata. Nada de eso esta probado de buena fuente. "Ratti" suena a Rati ¿Y? Un cura es un cura. ¿Y? Se pidio por un desaparecido y estaba Sabato, ¿O NO? ¿Y vos donde estabas?¿ Comiendo los fideos en Berasategui? ¿Quien es el taridor?
Mira...lo bueno es mucho mayor que lo malo. Y Borges tampoco te gusta...
La mayor preocupacion para un escritor son los libros. Y asi debe ser. ¿Y cual es tu preocupacion ademas de ensuciar a un escritor? ¿Donde estabas en los 90? ¿Cuantos platos de arroz seco comistes en los ultimos diez años? Mmmmmm....

Te invito a leer las cronicas del Movimiento Stalin Vive.

La verdad que "nuestro escritor" es bien nuestro. De todos los argentinos. Los mismos que para bien o mal, de algunos y otros, llenaron y cada tanto llenan la plaza de Mayo.
Y golpearon las manos en los cuarteles.
Y vitoriaron a Galtieri en la Plaza.
Y apoyaron a Alfonsin y Menem en las rebeliones carapintadas.
Y votaron masivamente a Menem.
Y no se inmutaron con los perdones a Gorriaran o a Firmenich, ni ha Seneldin ni a los comandantes.
Ese es el pueblo Argentino. Por mas que te pese. Y del que todos los dias te llevas un plato de comida y tu vida Burguesa...escribiendo en libertad...
A lavar los platos...

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Milton, hacete de abajo
Por ATAHUALPA - Friday, Apr. 15, 2005 at 10:39 AM


¿Pero, escuchame Milton, ahora se te da de que sos de abajo?
Pero, ¿cuál es tu punto de vista Milton? en el artículo anterior (http://argentina.indymedia.org/news/2005/04/282409.php) mandabas que estás enamorado de los chiches que te da la ciencia europea, y ahora salís haciendote el que come arroz seco. Pero pibe, ¿a quién le ganaste?
Sabato siempre fue un oportunista, está demostrado en muchísimos artículos. Hasta Bioy Casares lo ha comentado, cuando le corrigió el libro las tumbas. Ni el mismo Borges se lo bancaba. Lo tenés bien resumido en "Sábato o la moral de los argentinos", de María Pía Lopez y G. Korn.
Años atrás, en la época del menem que según vos todos votamos, se lo intentó promover como el modelo del intelectual argentino. La estupidez mas grande que se te pueda ocurrir.
Este chabón, para mí esta bien lejos de ser un modelo intelectual, o el ejemplo de algo como vos pones: "bien nuestro"
Otra cosa, ¿de donde sacaste que lo mas importante para un escritor son los libros? ¿Y que tiene que ser así?
Me inclino mas a pensar que los libros son un medio y no un fin en si mismo
Un par de libritos de Sabato con algunas ideitas.
El resto suena a copia, o a un querer ser alguien.
Y ese pueblo del que estás hablando no es todo el pueblo argentino.
Lo siento, pero la mayor parte de los argentinos no vitorió a Galtieri.
"por mas que te pese", ese no es todo el pueblo argentino.
Quizá es el que vos miras a través de tus fotos.
¿Leíste la última respuesta? que te dejé en http://argentina.indymedia.org/news/2005/04/282409.php
Bueno ahí tenés, Sabato es el modelo de lo que esa burguesía de la que hablás quiere. Un atento frustrado a querer estar en la portada de esa civilización que no es nuestra. Me gusta cuando don Pablo dice...Sábato se aboca a plantear problemas que
cree muy filosóficos, como si viviera en Estocolmo.
Exacto, Sábato vive en esa ficción, pero en una ficción importada, quiere estar siempre arriba. Pero ni le da el cuero para tanto, entonces se transformó en Figureti.
Pero de tanto subir se le olvidaron las raíces abajo, y se secó.
Esto ya hace tiempo atrás.

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Perdón, El túnel!!!!!
Por ATAHUALPA - Friday, Apr. 15, 2005 at 12:08 PM

Perdon el libro era: el túnel!!
Es que soy un gil que me voy en peleítas de definiciones y anécdotas.
Pero bueno, acá está la nota a la que me refería.
El reportaje entero a Bioy Casares lo encuentran en

http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010915/b2.html
Saludos!

"Poco después del 40. Sábato me pareció una persona de inteligencia activa -como Ricardo Resta, de quien se aseguraba "piensa todo el tiempo"- y eso me bastó para recibirlo como a un amigo. De vez en cuando Sábato se permitía, a manera de apoyo, pedanterías infantiles, que molestaban a Borges. Si había dicho algo intencionadamente paradójico, exclamaba (como si hubiera hablado otro y él aprobara por lo menos la audacia del concepto): "¡Margotinismo puro!". El tono de este comentario aparentemente críptico era de extrema suficiencia. Si uno pedía explicaciones, Sábato vagamente y con aire de pícaro aludía a un profesor alemán llamado quizá Margotius o Margotinus o algo así. Evidentemente se trataba de su monsieur Teste, su Bustos Domecq, su Pierre Menard; no quería ser menos que nadie; Borges no celebraba la broma: tal vez la invención de Sábato no fuera más allá del supuesto profesor, no llegara nunca a un reconocible estilo de pensamientos. A falta de eso, ponía Sábato ese inconfundible tono de satisfacción para exclamar "¡Margotinismo puro!". De todos modos, Sábato me parecía digno de estímulo y convencí a Borges (lo convencí superficialmente, para nuestras conversaciones de entonces) de que Sábato era inteligente. Se me ocurre que Borges no creía en esa inteligencia cuando estaba solo o con otros amigos. Silvina, por su parte, fue aún más difícil de persuadir.

Creo que Sábato se acercó a mí con mucho respeto, ingenuamente persuadido de su papel de escritor bisoño, frente al escritor consagrado. Por eso incluyó sin siquiera vacilar su articulito sobre La invención de Morel en su primer libro de ensayos Uno y el Universo. Me pregunto si con el tiempo no se arrepintió de esa inclusión o si habrá pensado estoicamente: Quod scripsi, scripsi.

Yo mismo me encargué de bajar del pedestal en que mi protegido me había puesto. Por modestia, por buena educación, por temor de parecer fatuo, le aseguré que mis escritos eran bastante chambones. "Hago lo que puedo, pero tengo la misma conciencia que usted (o "que vos" si ya lo tuteaba) de mis límites". Cuando publiqué Plan de evasión, Sábato apareció en casa arrebatado de admiración y me pidió permiso para mandar a Sur una nota sobre el libro. Tan perfectamente lo convencí esa tarde de que "el libro no era para tanto" que publicó poco después en Sur una nota neutra, indiferente, desde luego desprovista de todos los elogios que le boché o le contradije. Sin embargo estoy seguro de que llegó a dudar de la sinceridad de mis juicios sobre mis escritos porque en una conversación exclamó: "Ya estás con tu humildad china".

Un día me trajo (ya estaba viviendo yo en la casa de la calle Santa Fe, donde ahora vive Alicia Jurado) el manuscrito del Túnel "para que se lo corrigiera". Me pregunto por qué en el trato de escritores hay tantos malentendidos ¿por falsas modestias? ¿por una vanidad que siempre merodea, como un chacal hambriento? Lo cierto es que leí con lápiz colorado el librito y, según mi costumbre (en ese tiempo corregía las traducciones de El séptimo círculo y de La puerta de marfil), lo corregí casi todas las veces que fue necesario. Cuando Sábato vino a retirar su novela, comprendí mi error. Él venía dispuesto a recibir elogios por un gran libro; yo le devolvía un librito, plagado de errores de composición, que no podían corregirse (como esa patética imitación de Huxley, la discusión sobre las novelas policiales que interrumpía el relato) y con las páginas garabateadas de elementales correcciones en rojo: correcciones de palabras, como constatar, de sintaxis, etcétera. Nuestra amistad, que nunca fue del todo espontánea, empezó a deteriorarse.

Recuerdo lo que me dijo un día mientras sucesivamente orinamos en el baño de casa: "Cómo te envidio. Vos andás por la calle sin que nadie te moleste, sin que nadie te reconozca. Yo voy por la calle y la gente me señala con el dedo y exclama: 'Ahí va Sábato'. Es horrible. Estoy muy cansado".

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