Julio López
está desaparecido
hace 6429 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

¡¡LENIN ENVENENADO!!!
Por ¡¡PORSTALIN!! - Friday, May. 13, 2005 at 10:19 AM

EL NOSTRADAMUS DE LA REVOLUCION PERMANENTE DEMUESTRA QUE STALIN, EL NERON ROJO, SUPUESTAMENTE HABRIA ENVENENADO A LENIN.

¡¡LENIN ENVENENADO!!...
afficherusse1.jpg, image/jpeg, 464x674

En el juicio de 1938, Stalin acusa a Bujarin, como de pasada, de haber preparado en 1918 un atentado contra la vida de Lenin. El cándido y fogoso Bujarin veneraba a Lenin, le amaba como un niño ama a su madre, y cuando atrevidamente polemizaba con él no lo hacía sino de rodillas. Bujarin, "blanco como la cera", para usar la expresión del mismo Lenin, no tenía ni podía tener designios de ambición personal. Si en aquellos tiempos alguien hubiera vaticinado que llegaría una ocasión en que Bujarin se viera acusado de atentar contra la vida de Lenin, cada uno de nosotros, y Lenin el primero, se hubiera echado a reír, aconsejando llevar a semejante profeta a un manicomio. ¿Por qué, entonces, recurrió Stalin a una acusación tan notoriamente absurda? Lo más probable es que ésta fuese su respuesta a las sospechas de Bujarin, imprudentemente expresadas, con referencia al mismo Stalin. En general, todas las acusaciones están cortadas por el mismo patrón. Los elementos básicos de las asechanzas de Stalin no son productos de la pura fantasía; se derivan de la realidad; en su mayor parte, de las acciones y designios del propio jefe de cocina amigo de la pimienta. El mismo "reflejo de Stalin" ofensivo-defensivo, tan claramente revelado en el caso de la muerte de Gorki, desarrolló toda su intensidad en la cuestión de la muerte de Lenin también. En el primer episodio, Yagoda pagó con la vida; en el segundo, Bujarin.
Me imagino el curso de los hechos aproximadamente como sigue: Lenin pidió un veneno a fines de febrero de 1923. A principios de marzo estaba de nuevo paralítico. El pronóstico facultativo por entonces fue reservadamente desfavorable. Sintiéndose más seguro, Stalin comenzó a proceder como si Lenin ya no viviese. Pero el enfermo le defraudó. Su vigoroso organismo, sostenido por su voluntad inflexible, se impuso. Hacia el invierno, Lenin comenzó a mejorar lentamente, a andar con más libertad de un lado para otro; escuchaba la lectura y él mismo leía; el habla se reafirmaba. El parecer de los médicos era cada vez más halagüeño. El restablecimiento de Lenin no hubiera podido impedir, naturalmente, que la Revolución quedase suplantada por la reacción burocrática. Krupskaia tenía buenos motivos para decir en el año 1926: "Si Volodya estuviese vivo, se hallaría encerrado."
Para el propio Stalin no se trataba del curso general de los sucesos, sino de su propio destino; o se las arreglaba para convertirse aquel mismo día en señor de la máquina política, y en consecuencia del Partido y del país, o acabaría desempeñando un papel de tercer orden para el resto de su vida. Stalin iba tras el poder, íntegro, a costa de lo que fuese. Ya lo tenía casi en sus manos. La meta estaba próxima, pero el peligro que Lenin significaba ganaba aún más terreno. En aquel momento Stalin resolvió indudablemente que era hora de actuar sin dilación. Tenía en todas partes cómplices cuya suerte pendía de la suya propia. A su lado estaba el farmacéutico Yagoda. No sé de cierto si Stalin envió a Lenin el veneno con la insinuación de que los médicos habían perdido toda esperanza de que se curara, o si recurrió a métodos más directos; pero estoy convencido de que Stalin no hubiera podido aguardar pasivamente cuando su destino pendía de un hilo y la decisión no requería más que un levísimo ademán de su parte.
Poco tiempo después de mediados de enero de 1924, salí para Sujum, en el Cáucaso, con idea de librarme de una pertinaz y misteriosa infección, cuya índole sigue aún siendo un misterio para mis médicos: La noticia de la muerte de Lenin me pilló en el camino. Según una versión difundida, yo perdí autoridad por no haber estado presente en los funerales de Lenin. Esta explicación apenas puede tomarse en consideración. Pero el hecho de mi ausencia en las ceremonias fúnebres despertó en muchos de mis amigos serias sospechas. En la carta de mi hijo mayor, que por entonces tenía dieciocho años, había una nota de juvenil desencanto: ¡tenía que haber estado a cualquier precio! También eran ésas mis intenciones. El telegrama cifrado relativo a la muerte de Lenin nos encontró a mi mujer y a mí en la estación ferroviaria de Tiflis. Inmediatamente envié una nota en cifra por hilo directo al Kremlin: "Creo necesario mi regreso a Moscú. ¿Cuándo son los funerales?" La respuesta de Moscú tardó cosa de una hora. "Los funerales se celebrarán el sábado. No podrás volver a tiempo. El Politburó opina que, en vista de tu estado de salud, debes seguir hasta Sujum. Stalin." No pensé que fuera pertinente solicitar que se aplazara la ceremonia por causa mía. Pero en Sujum, postrado entre sábanas en la galería de un sanatorio, me enteré de que el funeral se había aplazado hasta el domingo. Las circunstancias relacionadas con el primer señalamiento y la ulterior demora de la fecha del entierro son tan confusas que no pueden aclararse en unas líneas. Stalin maniobró, engañando no sólo a mí, a lo que parece, sino también a sus aliados del triunvirato. A diferencia de Zinoviev, que en todo consideraba el aspecto de su eficacia inmediata como agitación, Stalin se guiaba en sus arriesgadas maniobras por móviles no tangibles. Es posible que pensara en la posibilidad de que yo asociase el fallecimiento de Lenin con la conversación del año anterior a propósito del veneno, preguntase a los médicos si podía haber habido envenenamiento y solicitase una autopsia especial. Era, pues, mucho mejor en todos sentidos mantenerme lejos hasta que embalsamaran el cadáver, quemaran las vísceras y ya no fuese posible un examen ulterior inspirado en tales sospechas.
Cuando pregunté a los médicos de Moscú cuál fue la causa inmediata de la muerte de Lenin, que aquellos no esperaban, no acertaron a explicársela. No molesté a Krupskaia, que me había escrito una carta muy afectuosa a Sujum, con preguntas sobre el particular. No reanudé relaciones personales con Zinoviev y Kamenev hasta dos años después, cuando ellos rompieron con Stalin. Evidentemente, evitaron toda conversación a propósito del fallecimiento de Lenin, contestándome con monosílabos y sin sostener la mirada. ¿Sabían algo, o sólo tenían sospechas? De todos modos, habían estado en tan íntimo trato con Stalin durante los tres años precedentes que no podían menos de sentirse cohibidos por la idea de que cayese sobre ellos también una sombra de recelo.
Los nombres de Nerón y de César Borgia se han mencionado más de una vez con motivo de la causa de Moscú y de los últimos acontecimientos internacionales. Puesto que se han evocado estos viejos espectros, me parece pertinente hablar aquí de un super Nerón y un super Borgia, pues parecen modestos, casi ingenuos, los crímenes de aquella era en comparación con las hazañas de nuestros tiempos. Sin embargo, es posible discernir un significado histórico más profundo en analogías puramente personales. Las costumbres del decadente Imperio romano se formaron durante la transición de la esclavitud a la servidumbre, del paganismo al cristianismo. La época del Renacimiento marcó la transición de la sociedad feudal a la sociedad burguesa, del catolicismo al protestantismo y al liberalismo. En ambos casos, la moralidad antigua llegó a extinguirse antes de que la nueva se formara.
Ahora también vivimos en una época de tránsito de un sistema a otro, en una época de máxima crisis social, que va acompañada, como siempre, de una crisis moral. Lo viejo se ha conmovido hasta en sus cimientos. Lo nuevo apenas ha comenzado a emerger. Cuando el techo se ha desprendido, y se han desencajado puertas y ventanas, la casa no abriga, y es duro vivir en ella. Hoy soplan violentas ráfagas por todo nuestro planeta. Todos los tradicionales principios de moral están cada vez peor, no sólo aquellos que emanan de Stalin.
Sin embargo, una explicación histórica no es una justificación. Nerón fue también un producto de su época; pero cuando pereció se destruyeron sus estatuas, y su nombre fue borrado de todas partes. La venganza de la Historia es más terrible que la del más poderoso secretario general. Me atrevo a decir que esto es consolador.

"STALIN, LEON TROTSKI, 1940

((TROTSKY, POBRE EUNUCO, DANTON RUSO, COMO NO TE LA AGUANTASTE CON STALIN, DIFUNDIAS MENTIRAS QUE LA PRENSA BURGUESA REPITE HASTA EL DIA DE HOY))

agrega un comentario


MUERA EL TROSKISMO!!!
Por ¡¡PORSTALIN!! - Friday, May. 13, 2005 at 10:19 AM

MUERA EL TROSKISMO!!...
st_d61.jpg, image/jpeg, 750x503

agrega un comentario


mueraaaaaargh!
Por perro - Friday, May. 13, 2005 at 1:30 PM

biba jidler!!!! biba estalin!!!!

agrega un comentario


Escrache a stalin
Por Escrache a stalin - Friday, May. 13, 2005 at 11:40 PM

Escrache a stalin

agrega un comentario