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En la noche del Dios de las estrellas
Por Mariano Cabrero Bárcena - Sunday, May. 22, 2005 at 10:16 AM
juanjugador10@yahoo.es

Existe un mundo de gays: lesbianas y homoxesuales.Son hermanos nuestros, pues en las Sagradas Escrituras Católicas no se menciona-en ninguna parte-que no lo sean.Han nacido de los genes de sus padres, hechos a imagen y semejanza de Dios-el todas las religiones del mundo-.Esta es la verdadera razón por la cual he sacado a la luz, el presente poema-canto.

-En la noche del Dios de las Estrellas-
SÍ EXISTE amor pasional entre mujeres: no lo negaré. Nosotras somos casadas, y hubo cómplices en nuestras relaciones sexuales: el otoño, las hojas que son secretos caídos que lleva el viento, la noche con la fuerza que da el amor... Somos almas ardientes, y buscamos lo siempre deseado. Después –quizás... con un ¡hasta luego!– merecerá la pena haber roto el roble amoroso que nos separaba. «Es hora, nuestra hora de los sueños –me dice mi antigua alumna cuando acude a la cita concertada–, de las relaciones carnales anheladas. Todo está escrito. Despojémonos de nuestras ropas, y busquemos sábanas– sin sogas indiscretas– donde yacer cuerpo contra cuerpo». Su cuerpo de carne viva –cabellos bronceados y ojos con mirada desnuda– me había hecho su cautiva. Veintitrés años sin rumbo, sin límites humanos...

Sí existe amor pasional entre mujeres: no lo negaré. Allí –en las afueras de la gran ciudad– acaeció nuestro bacanal de mohines y carantoñas. La guarida de nuestro encuentro se encontraba al lado de una salvaje playa, tan salvaje como el ánimo voluptuoso –río profundo– que recorría nuestras venas. Desnudos los cuerpos combatieron sin medida –sobre la arena–, vientre contra vientre, pezones contra pezones... Nuestra sangre fue una y abundante sangre de placer. Mis cincuenta años no me perdonaron tanto exceso amoroso, pero las almas se tranquilizan, precisamente, con lo desconocido... con lo que estaba prohibido y hoy es llamado «opción sexual amorosa», aunque el sexo sea el mismo. Belleza, armonía, besos ardientes, besos robados, lenguas insaciables, manos temblorosas y húmedas: he aquí el compendio de tantos y tantos orgasmos habidos. Nuestras manos, nuestras bocas cumplieron su misión.

¡Qué lejos quedaban los caprichos! ¡Qué fríos –helados– nuestros cuerpos! Ambas –nuestras voces– exclamaron: «¡Ay deleites perdidos y encontrados! Qué lejos de nosotras estuvisteis. Qué próximo el cielo: ¡lo abrazamos! Qué esclavas de los hombres pernoctamos». Cerca, muy cerca pulularon testigos las estrellas, y la Luna caprichosa esperaba: humillarnos, inculparnos, violentarnos... Allí, y sobre la playa negra de arena, dos mujeres –madura y joven– sin barreras, valientes, con luz de noche primavera –cuerpo a cuerpo– se entregaron, se amaron, se salvaron..., y llegaron a esculpir sobre una piedra: «Ayer, en tiempo muerto, quizás un instante –sin siniestras intenciones– fuimos más mujeres, en la noche del Dios de las estrellas».

La Coruña, 22 de mayo de 2005

Fdo. Mariano Cabrero Bárcena
Escritor

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