RAZÒN Y REVOLUCIÒN : UN LIBRO IMPRESCINDIBLE.
Por EL MILITANTE -
Saturday, May. 28, 2005 at 2:51 PM
Razón y
revolución Filosofía
marxista y ciencia moderna
|
..Fundación
Federico Engels |
|
Primera parte: Razón y
sinrazón
1.
Introducción |
|
Vivimos en un período de profundo cambio histórico.
Después de cuatro décadas de crecimiento económico sin precedentes, la
economía de mercado está alcanzando sus límites. En su amanecer, el
capitalismo, a pesar de sus crímenes bárbaros, revolucionó las fuerzas
productivas estableciendo así las bases para un nuevo sistema de sociedad.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa marcaron un cambio decisivo
en el papel histórico del capitalismo. Pasó de ser un medio de desarrollo
de las fuerzas productivas a un freno gigantesco del desarrollo económico
y social. El período de auge en Occidente entre 1948 y 1973 parecía
prometer un nuevo amanecer. Incluso así, sólo se beneficiaron un puñado de
países capitalistas desarrollados. Para los dos tercios de la humanidad,
que viven en el Tercer Mundo, el panorama era un cuadro de desempleo
masivo, pobreza, guerras y explotación en una escala sin precedentes. Este
período del capitalismo finalizó con la llamada "crisis del petróleo" de
1973-74. Desde entonces, no han conseguido volver al nivel de crecimiento
y empleo que habían logrado en el período de posguerra.
Un sistema social en estado de declive irreversible se
expresa en decadencia cultural. Esto se refleja de diversas formas. Se
está extendiendo un ambiente general de ansiedad y pesimismo de cara al
futuro, especialmente entre la intelligentsia. Aquellos que ayer hablaban
llenos de confianza sobre la inevitabilidad de la evolución y el progreso
humanos, ahora sólo ven oscuridad e incertidumbre. El siglo XX se acerca a
su final habiendo sido testigo de dos guerras mundiales terribles, del
colapso económico y de la pesadilla del fascismo en el período de
entreguerras. Esto ya supuso una seria advertencia de que la fase
progresista del capitalismo había terminado.
La crisis del capitalismo impregna todos los niveles de
la vida. No es simplemente un fenómeno económico. Se refleja en la
especulación y la corrupción, la drogadicción, la violencia, el egoísmo
generalizado y la indiferencia al sufrimiento de otros, la desintegración
de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la
filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas
de un sistema social en crisis es que la clase dominante intuye cada vez
más que es un freno al desarrollo de la sociedad.
Marx señaló que las ideas dominantes de una sociedad son
las ideas de la clase dominante. La burguesía, en su época de esplendor,
no sólo jugó un papel progresista haciendo avanzar las fronteras de la
civilización, sino que era plenamente consciente de ese hecho. Ahora, los
estrategas del capital están saturados de pesimismo. Son los
representantes de un sistema históricamente condenado, pero no pueden
reconciliarse con esa situación. Esta contradicción central es el factor
decisivo que pone su sello sobre la forma de pensar de hoy de la
burguesía. Lenin dijo en una ocasión que un hombre al borde de un
precipicio no razona.
Retraso de la
conciencia
Contrariamente a los prejuicios del idealismo filosófico,
la conciencia humana en general es extraordinariamente conservadora y
siempre tiende a ir por detrás del desarrollo de la sociedad, la
tecnología y las fuerzas productivas. El hábito, la rutina y la tradición,
como decía Marx, pesan como una losa sobre las mentes de los hombres y las
mujeres, quienes, en períodos históricos "normales" y por instinto de
conservación, se agarran con obstinación a los senderos bien conocidos,
cuyas raíces se hallan en un pasado remoto de la especie humana. Sólo en
períodos excepcionales de la historia, cuando el orden social y moral
empieza a resquebrajarse bajo el impacto de presiones intolerables, la
mayoría de la gente comienza a cuestionar el mundo en que ha nacido y a
dudar de las creencias y los prejuicios de toda la vida.
Así fue la época del nacimiento del capitalismo,
anunciado en Europa por un gran despertar cultural y la regeneración
espiritual, tras una larga hibernación bajo el feudalismo. En el período
de su ascenso histórico, la burguesía desempeñó un papel altamente
progresista, no sólo en el desarrollo de las fuerzas productivas, que
sirvió para aumentar enormemente el poderío del hombre sobre la
naturaleza, sino también en la potenciación de la ciencia, la cultura y el
conocimiento humano en general. Lutero, Michelangelo, Leonardo, Durero,
Bacon, Kepler, Galileo y un sinfín de pioneros de la civilización brillan
como una galaxia que ilumina el avance de la cultura humana y la ciencia,
fruto de la Reforma y del Renacimiento. Sin embargo, períodos
revolucionarios como éste no nacen sin traumas —la lucha de lo nuevo
contra lo viejo, de lo vivo contra lo muerto, del futuro contra el
pasado—.
El ascenso de la burguesía en Italia, Holanda y más tarde
en Francia fue acompañado por un florecimiento extraordinario de la
cultura, el arte y la ciencia. Habría que volver la mirada hacia la Atenas
clásica para encontrar un precedente. Sobre todo en aquellas tierras donde
la revolución burguesa triunfó en los siglos XVII y XVIII, el desarrollo
de las fuerzas productivas y la tecnología se vio acompañado por un
desarrollo paralelo de la ciencia y del pensamiento que minó de una forma
decisiva el dominio ideológico de la Iglesia.
En Francia, el país clásico de la revolución burguesa en
su expresión política, la burguesía llevó a cabo su revolución en 1789-93,
bajo la bandera de la Razón. Mucho antes de derribar las formidables
murallas de la Bastilla, era menester destruir las murallas invisibles
pero no menos formidables de la superstición religiosa en las mentes de
los hombres y las mujeres. En su juventud revolucionaria la burguesía
francesa era racionalista y atea. Sólo después de haberse instalado en el
poder aquellos que ostentaban la propiedad, al verse enfrentados con una
nueva clase revolucionaria, se apresuraron a tirar por la borda el bagaje
ideológico de su juventud.
No hace mucho, Francia celebró el bicentenario de su gran
revolución. Resultó curioso ver cómo incluso la memoria de una revolución
que tuvo lugar hace dos siglos provoca un hondo malestar en las filas del
establishment. La actitud de la clase dominante gala hacia su propia
revolución se parece a la de un viejo libertino que pretende ganar un pase
a la respetabilidad —y quizá la entrada al reino de los cielos—,
arrepintiéndose de los pecados de su juventud que ya no está en
condiciones de repetir. Al igual que toda clase privilegiada establecida,
la burguesía intenta justificar su existencia no sólo ante la sociedad
sino ante sí misma. La búsqueda de puntos de apoyo ideológicos que le
sirvieran para justificar el statu quo y santificar las relaciones
sociales existentes, le llevó rápidamente a redescubrir los encantos de la
Santa Madre Iglesia, particularmente después del terror mortal que
experimentó en tiempos de la Comuna de París. La iglesia del Sacré Coeur
de París es una expresión concreta del miedo de la burguesía a la
revolución, traducido al lenguaje del filisteísmo arquitectónico.
Marx (1818-83) y Engels (1820-95) explicaron que la
fuerza motriz fundamental de todo progreso humano reside en el desarrollo
de las fuerzas productivas —la industria, la agricultura, la ciencia y la
tecnología—. Esta es una generalización teórica verdaderamente profunda,
sin la cual una comprensión del desarrollo de la historia humana en
general resulta imposible. No obstante, esto no significa, como han
intentado demostrar los detractores deshonestos o ignorantes del marxismo,
que Marx "reduce todo a lo económico". El materialismo dialéctico e
histórico tienen en cuenta plenamente fenómenos como la religión, el arte,
la ciencia, la moralidad, las leyes, la política, la tradición, las
características nacionales y todas las múltiples manifestaciones de la
conciencia humana. Pero no sólo eso. También demuestra su contenido real y
la forma en que se relaciona con el auténtico desarrollo social, que, en
última instancia, depende claramente de su capacidad de reproducir y
mejorar las condiciones materiales para su existencia. Sobre este tema,
Engels escribe lo siguiente:
"Según la concepción materialista de la historia, el
elemento determinante de la historia es en última instancia la producción
y la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más
que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la
afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo
transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda. La situación
económica es la base, pero las diversas partes de la superestructura —las
formas políticas de la lucha de clases y sus consecuencias, las
constituciones establecidas por la clase victoriosa después de ganar la
batalla, etc.—, las formas jurídicas —y, en consecuencia, inclusive los
reflejos de todas esas luchas reales en los cerebros de los combatientes:
teorías políticas, jurídicas, ideas religiosas y su desarrollo ulterior
hasta convertirse en sistemas de dogmas— también ejercen su influencia
sobre el curso de las luchas históricas y en muchos casos preponderan en
la determinación de su forma".1
La afirmación del materialismo histórico de que la
conciencia humana en general tiende a ir por detrás del desarrollo de las
fuerzas productivas, a algunos le parecerá una paradoja. Sin embargo,
encuentra una expresión gráfica en los Estados Unidos, el país donde los
avances de la ciencia han alcanzado su más alto grado. El avance continuo
de la tecnología es una condición previa para el establecimiento de la
verdadera emancipación de los hombres y las mujeres, mediante la
implantación de un sistema socioeconómico racional en el que los seres
humanos ejerzan un control consciente sobre su vida y su entorno. Aquí, el
contraste entre el desarrollo vertiginoso de la ciencia y la tecnología y
el extraordinario atraso del pensamiento humano se manifiesta de la manera
más llamativa.
En los EE.UU. nueve de cada diez personas creen en la
existencia de un ser supremo y siete de cada diez, en una vida después de
la muerte. Cuando al primer astronauta americano que logró circunnavegar
la tierra en una nave espacial se le invitó a dar un mensaje a los
habitantes de la Tierra hizo una elección significativa. De toda la
literatura mundial eligió la primera frase del libro del Génesis: "En el
principio creó Dios los cielos y la tierra". Este hombre, sentado en una
nave espacial producto de la tecnología más avanzada en toda la historia,
tenía la mente repleta de las supersticiones y los fantasmas heredados con
pocos cambios desde los tiempos prehistóricos.
Hace 70 años, en el notorio juicio "del mono" de 1925, un
maestro llamado John Scopes fue declarado culpable por haber enseñado la
teoría de la evolución en contra de las leyes del Estado de Tennessee. De
hecho, el tribunal confirmó las leyes antievolucionistas de dicho Estado,
que no se abolieron hasta 1968, cuando el tribunal supremo de los EE.UU.
dictaminó que la enseñanza de las teorías de la Creación eran una
violación de la prohibición constitucional de la enseñanza de la religión
en la escuela pública. Desde entonces, los creacionistas han cambiado su
táctica e intentan convertir el creacionismo en una "ciencia". En este
empeño gozan del apoyo no sólo de una amplia gama de la opinión pública,
sino también de bastantes científicos que están dispuestos a poner sus
servicios a disposición de la religión en su forma más cruda y
oscurantista.
En 1981, los científicos estadounidenses hicieron uso de
las leyes del movimiento planetario de Kepler para lanzar una nave
espacial a un encuentro espectacular con Saturno. El mismo año, un juez
norteamericano tuvo que declarar anticonstitucional una ley aprobada en el
Estado de Arkansas que obligaba a las escuelas a tratar en pie de igualdad
la mal llamada "ciencia de la Creación" con la teoría de la evolución.
Entre otras cosas, los creacionistas exigieron el reconocimiento del
Diluvio Universal como un agente geológico primario. En el transcurso del
juicio los testigos de la defensa expresaron una creencia ferviente en la
existencia de Satanás y en la posibilidad de que la vida hubiese sido
traída a la tierra a bordo de meteoritos, explicándose la variedad de las
especies por un tipo de servicio a domicilio cósmico. Al final del juicio,
N. K. Wickremasinge de la Universidad de Gales afirmó que los insectos
podrían ser más inteligentes que los humanos, aunque "no sueltan prenda…
porque les va estupendamente".2
El grupo de presión fundamentalista religioso en EE.UU.
tiene un apoyo masivo —de senadores incluidos— y acceso a fondos
ilimitados. Embusteros evangelistas se hacen ricos desde emisoras de radio
con una audiencia de millones. El hecho de que en la última década del
siglo XX y en el país tecnológicamente más avanzado en la historia del
mundo, haya un gran número de hombres y mujeres educados, incluyendo
científicos, que estén dispuestos a luchar por la idea de que el libro del
Génesis es textualmente verdadero, que el universo fue creado en seis días
hace aproximadamente 6.000 años, es, en sí, un ejemplo impresionante del
funcionamiento de la dialéctica.
"La Razón se
vuelve sinrazón"
El período en que la burguesía representaba una visión
racional del mundo es sólo un vago recuerdo. En la época de la
degeneración senil del capitalismo, los procesos anteriores se han vuelto
lo contrario de lo que eran. En palabras de Hegel, "la Razón se vuelve
Sinrazón". Es verdad que en los países industrializados la religión
"oficial" está moribunda. Las iglesias están vacías y cada vez más en
crisis. En su lugar, vemos una auténtica "plaga egipcia" de sectas
religiosas peculiares acompañadas por un florecimiento del misticismo y de
todo tipo de supersticiones. La espantosa epidemia de fundamentalismo
religioso —cristiano, judío, islámico, hindú— es una manifestación gráfica
del impasse de la sociedad. En vísperas del nuevo siglo somos testigos de
horripilantes retrocesos a la barbarie.
Este fenómeno no se limita a Irán, India o Argelia. En
los EE.UU. vimos la masacre de Waco y después el suicidio colectivo de
otro grupo de fanáticos religiosos en Suiza. En otros países occidentales
se observa una proliferación incontrolada de sectas religiosas,
supersticiones, astrología y un sinfín de tendencias irracionales. En
Francia hay, aproximadamente, 36.000 sacerdotes católicos y más de 40.000
astrólogos profesionales que declaran sus ingresos a hacienda. Hasta hace
poco, Japón parecía ser una excepción a la regla. William Rees-Mogg, ex
editor del Times de Londres y archiconservador, en su último libro The
Great Reckoning – How the World Will Change in the Depression of the 1990s
(El gran ajuste de cuentas. Cómo cambiará el mundo en la depresión de los
años 90) escribe:
"El resurgimiento de la religión es algo que se da en
todo el mundo a distintos niveles. Japón puede ser una excepción, quizás
porque el orden social ahí aún no ha dado muestras de romperse…".3
Rees-Mogg habló demasiado pronto. Dos años después de escribir estas
palabras, el espeluznante ataque de gas en el metro de Tokio llamó la
atención del mundo sobre la existencia de grupos nutridos de fanáticos
religiosos incluso en Japón, donde la crisis económica ha puesto fin al
largo período de pleno empleo y estabilidad social. Todos estos fenómenos
guardan un paralelismo muy llamativo con lo ocurrido en la época de
declive del Imperio Romano. Que nadie objete que semejantes cosas están
confinadas a sectores marginales de la sociedad. Ronald y Nancy Reagan
consultaron con regularidad astrólogos acerca de todas sus acciones,
grandes o pequeñas. He aquí un par de extractos del libro de Donald Regan,
Para que conste:
"Prácticamente cada decisión importante que tomaron los
Reagan durante mi estancia como jefe de personal en la Casa Blanca tuvo
que contar con el visto bueno de una mujer de San Francisco, la cual
elaboraba horóscopos que garantizasen que los planetas estuvieran en
alineamiento favorable para la empresa. Nancy Reagan parecía tener una fe
absoluta en los poderes clarividentes de esta mujer, que había predicho
que "algo" malo iba a ocurrirle al presidente poco antes de que fuese
herido en un atentado en 1981.
"Aunque nunca conocí a esta adivinadora —la señora Reagan
me pasaba sus pronósticos tras haber consultado telefónicamente con ella—,
ésta se había convertido en tal factor para mi trabajo y para los asuntos
más importantes del estado, que en un momento determinado mantuve encima
de mi mesa un calendario con un código de color (los números marcados en
tinta verde significaban días "buenos", los rojos días "malos", los
amarillos días "problemáticos") para ayudarme a recordar cuándo era
propicio mover al presidente de los Estados Unidos de un lugar a otro, o
arreglar sus intervenciones públicas, o comenzar negociaciones con una
potencia extranjera.
"Antes de mi llegada a la Casa Blanca, Mike Deaver había
sido quien integraba los horóscopos de la señora Reagan en el plan de
trabajo presidencial. (…) Es una medida de su discreción y lealtad el que
pocos supieran en la Casa Blanca que la señora Reagan era siquiera parte
del problema (de los atrasos en los planes de trabajo) —y, mucho menos,
que una astróloga en San Francisco estuviese aprobando los detalles de los
planes de trabajo del Presidente—. Deaver me dijo que la dependencia de la
señora Reagan de lo oculto se remontaba por lo menos al período en que su
marido había sido gobernador, cuando ella se fiaba de los consejos de la
célebre Jeane Dixon. Posteriormente, perdió confianza en los poderes de la
Dixon. Pero la fe de la Primera Dama en el talento clarividente de la
mujer de San Francisco era, aparentemente, ilimitado. Según parece, Deaver
había dejado de pensar que hubiese algo raro acerca de esta sesión
espiritista flotante establecida. (…) Para él, era tan sólo uno de los
pequeños problemas de la vida de un servidor de los grandes. ‘Por lo
menos’, dijo, ‘esta astróloga no está tan chalada como la anterior’".
La astrología fue empleada en la planificación de la
cumbre Reagan-Gorbachov, según la clarividente de la familia, pero las
cosas entre las dos primeras damas no salieron bien porque… ¡se desconocía
la fecha de nacimiento de Raisa! El movimiento hacia una "economía de
libre mercado" en Rusia desde aquel entonces ha concedido a ese país
desafortunado las bendiciones de la civilización capitalista: paro masivo,
desintegración social, prostitución, la mafia, una ola de crimen sin
precedentes, drogas y religión. Hace poco salió a la luz que el propio
Yeltsin consulta astrólogos. También en este aspecto, la naciente
burguesía rusa se ha revelado como una buena aprendiza de sus maestros
occidentales.
El sentido universal de desorientación y pesimismo
encuentra su reflejo en muchos sentidos que no son estrictamente
políticos. Esta irracionalidad general no es ningún accidente. Es el
reflejo psicológico de un mundo donde el destino de la humanidad está
dominado por fuerzas terroríficas y, aparentemente, invisibles.
Contemplemos el pánico que cunde repentinamente en la bolsa; hombres y
mujeres "respetables" se echan a correr ciegamente como hormigas cuando
les rompen el hormiguero. Estos espasmos periódicos, parecidos al pánico
de una estampida, son una ilustración gráfica de la anarquía del
capitalismo. Y esto es lo que determina la vida de millones de personas.
Vivimos en una sociedad en declive. La decadencia es evidente por todas
partes. Los reaccionarios conservadores se lamentan de la desintegración
de la familia y la epidemia de droga, violencia sin sentido, crímenes y
demás. Su única respuesta es la intensificación de la represión estatal
—más policía, más cárceles, castigos más brutales e, incluso, la
investigación genética de supuestos "tipos criminales"—. Lo que no pueden
o no quieren ver es que estos fenómenos son los síntomas del callejón sin
salida del sistema social que ellos representan.
Estos son los defensores de las "fuerzas del mercado",
las mismas fuerzas irracionales que actualmente condenan a millones de
personas al desempleo. Son los profetas de la política económica del
monetarismo, bien definida por John Galbraith como la teoría que afirma
que los pobres tienen demasiado dinero y los ricos demasiado poco. La
"moralidad" reinante es la del mercado, es decir, la moralidad de la
selva. La riqueza de la sociedad se concentra en cada vez menos manos, a
pesar de toda la demagogia barata de una "democracia de propietarios". Se
supone que vivimos en una democracia. No obstante, un puñado de grandes
bancos, monopolios y especuladores (por lo general la misma gente) decide
el destino de millones. Esta pequeña minoría posee medios poderosos para
manipular a la opinión pública. Disponen del monopolio de los medios de
comunicación —la prensa, la radio y la televisión— y de una policía
espiritual —la Iglesia, que durante generaciones ha enseñado a la gente a
buscar la salvación en otro mundo—.
La ciencia y la
crisis de la sociedad
Hasta hace poco, parecía que el mundo de la ciencia se
mantenía por encima del declive general del capitalismo. Los milagros de
la tecnología moderna conferían un prestigio colosal a los científicos,
que aparentemente gozaban de cualidades casi mágicas. La autoridad que
disfrutaba la comunidad científica aumentaba en la misma proporción que
sus teorías se volvían más incomprensibles para la mayoría de la gente,
incluida la más educada. Sin embargo, los científicos son sólo mortales
que viven en el mismo mundo que nosotros. Como tales, pueden estar
influidos por ideas corrientes, filosofías, política y prejuicios, por no
hablar de intereses materiales a veces muy sustanciosos.
Durante mucho tiempo se suponía que los científicos
—sobre todo los físicos teóricos— eran gente muy especial, muy por encima
de seres humanos corrientes y dueños de los misterios del universo negados
al resto de los mortales. Este mito del siglo XX se ve muy claramente en
aquellas viejas películas de ciencia ficción, en las que la tierra estaba
siempre amenazada con aniquilación por parte de extraterrestres (en la
práctica, la amenaza para el futuro de la humanidad proviene de una fuente
bastante más cercana, pero esta es otra historia). En el último momento,
siempre se presentaba un hombre con bata blanca que escribía una ecuación
complicada en una pizarra, solucionando así el problema.
La verdad es un tanto diferente. Los científicos y otros
intelectuales no son inmunes a las tendencias generales de la sociedad. El
hecho de que la mayoría de ellos se declare indiferente a la política y la
filosofía sólo quiere decir que cae presa más fácilmente de los prejuicios
comunes que la rodean. Con demasiada frecuencia sus ideas pueden ser
utilizadas para apoyar las posturas políticas más reaccionarias. Esto
queda patente con claridad meridiana en el campo de la genética, donde se
ha producido una auténtica contrarrevolución, especialmente en los EE.UU.
Mediante supuestas teorías científicas se intenta "demostrar" que la causa
de la criminalidad está no en las condiciones sociales, sino en un "gen
criminal". Se afirma que las desventajas que sufren los negros no se deben
a la discriminación, sino a su composición genética. Argumentos similares
se emplean para los pobres, las madres solteras, las mujeres, los
homosexuales, etc. Por supuesto, semejante "ciencia" resulta altamente
conveniente para un Congreso con mayoría republicana que pretende llevar a
cabo recortes brutales en los gastos sociales.
Este libro trata de filosofía —más específicamente, la
filosofía del marxismo, el materialismo dialéctico—. No corresponde a la
filosofía decirle a los científicos lo que tienen que pensar o escribir,
al menos cuando escriben de ciencia. Pero los científicos se han
acostumbrado a expresar opiniones acerca de muchas cosas —filosofía,
religión, política…—. Están en pleno derecho de hacerlo. Pero cuando se
esconden detrás de sus credenciales científicas para defender puntos de
vista erróneos y reaccionarios en el terreno de la filosofía, es hora de
poner las cosas en su contexto. Estos pronunciamientos no permanecen entre
un puñado de catedráticos. Son enarbolados por políticos de derechas,
racistas y fanáticos religiosos que intentan cubrirse el trasero con
argumentos pseudo-científicos.
Algunos científicos se quejan de que no se les entiende.
No es su intención armar con argumentos a charlatanes místicos y a
embusteros políticos. Quizás. Pero en este caso son culpables de una gran
negligencia o, por lo menos, de una increíble ingenuidad. Por otro lado,
los que se aprovechan de las opiniones filosóficas erróneas de estos
científicos no pueden ser acusados de ingenuidad. Saben exactamente lo que
hacen. Rees-Mogg afirma que "en un momento en que la religión del
consumismo secular se está quedando atrás como un barco hundido, volverán
a surgir religiones más duras que invoquen principios morales auténticos y
a los dioses de la ira. Por primera vez en siglos, las revelaciones de la
ciencia parecerán realzar más que minar la dimensión espiritual de la
vida". Para Rees-Mogg, la religión es, junto con la policía y las
cárceles, un arma útil para mantener a los oprimidos en su lugar. Su
franqueza al respecto resulta encomiable:
"Cuanto menor es la posibilidad de un ascenso social, más
lógico es que los pobres adopten una visión ilusoria y anticientífica del
mundo. En lugar de la tecnología, recurren a la magia. En lugar de la
investigación independiente, eligen la ortodoxia. En lugar de la historia,
prefieren el mito. En lugar de la biografía, veneran a héroes. Y como
norma, sustituyen la lealtad de grupo por la honestidad impersonal que
requiere el mercado".4
Dejemos de lado la observación inconscientemente cómica
acerca de la "honestidad impersonal" del mercado, y centremos nuestra
atención en el meollo del argumento. Por lo menos Rees-Mogg no intenta
ocultar sus auténticas intenciones o su postura clasista. He aquí una
franqueza total en boca de un defensor de la clase dominante. La creación
de una subclase de pobres y parados, principalmente negros viviendo en
chabolas, representa una amenaza potencialmente explosiva para el orden
existente. Afortunadamente para "nosotros", los pobres son ignorantes. Hay
que mantenerles en la ignorancia y animarles en sus ilusiones religiosas y
supersticiones que nosotros, las "clases educadas", naturalmente, no
compartimos. Este mensaje no es nuevo. Los ricos y poderosos han cantado
la misma canción durante siglos. Pero lo que es significativo es la
referencia a la ciencia que según Rees-Mogg ahora se percibe por primera
vez como una aliada importante de la religión.
Hace poco, el Templeton Prize para el Progreso de la
Religión premió al físico teórico Paul Davies con la cantidad de 650.000
libras (130 millones de pesetas), por haber demostrado "una originalidad
extraordinaria" promoviendo la comprensión de la humanidad acerca de Dios
o la espiritualidad. La lista de otros premiados en el pasado incluye a
Alexander Solzhenitsyn, la Madre Teresa de Calcuta, el evangelista Billy
Graham y Charles Colson, uno de los antiguos ladrones del escándalo
Watergate convertido en predicador. Davies, autor de libros como Dios y la
nueva física, La mente de Dios y Los últimos tres minutos, insiste en que
él no es "una persona religiosa en el sentido convencional" (a saber lo
que quiere decir con eso), pero mantiene que "la ciencia ofrece un camino
hacia Dios más seguro que la religión".5
A pesar de sus evasivas, es evidente que Davies
representa una tendencia claramente definida que intenta inyectar el
misticismo y la religión en la ciencia. Este no es un fenómeno aislado. Se
está convirtiendo en algo demasiado común, sobre todo en el campo de la
física teórica y la cosmología, ambas muy dependientes de modelos
matemáticos abstractos que se presentan cada vez más como un sustituto de
una investigación empírica del mundo real. Por cada vendedor consciente de
misticismo en este terreno, hay cien científicos concienzudos que estarían
horrorizados si se les identificase con semejante oscurantismo. No
obstante, la única defensa real contra el misticismo idealista es una
filosofía consecuentemente materialista —la filosofía del materialismo
dialéctico—.
Es la intención de este libro explicar las leyes básicas
del materialismo dialéctico elaboradas originalmente por Marx y Engels,
demostrando la relevancia que tienen para el mundo moderno y para la
ciencia en particular. No pretendemos ser neutrales. De la misma forma que
Rees-Mogg defiende sin titubeos los intereses de la clase a la que
pertenece, nosotros por nuestra parte nos declaramos en contra de la
llamada "economía de mercado" y todo lo que representa. Somos partícipes
activos en la lucha para cambiar la sociedad. Pero antes de poder cambiar
el mundo hace falta comprenderlo. Es menester llevar a cabo una lucha
implacable contra cualquier intento de confundir las mentes de los hombres
y las mujeres con creencias místicas que tienen su origen en la turbia
prehistoria del pensamiento humano. La ciencia creció y se desarrolló en
la medida en que volvió la espalda a los prejuicios acumulados del pasado.
Tenemos que mantenernos firmes contra estos intentos de retrasar el reloj
cuatrocientos años.
Un número creciente de científicos está cada vez más
insatisfecho con la actual situación, no sólo en la ciencia y la
enseñanza, sino en la sociedad en su conjunto. Ven la contradicción entre
el enorme potencial de la tecnología y un mundo donde millones de seres
humanos viven al borde del hambre. Ven el abuso sistemático de las
ciencias al servicio de las ganancias de los grandes monopolios. Están
profundamente preocupados por los intentos persistentes de obligar a la
ciencia a ponerse al servicio del oscurantismo religioso y de una política
social reaccionaria. A muchos de ellos les repelía el carácter totalitario
y burocrático del estalinismo. Pero el colapso de la Unión Soviética ha
demostrado que la alternativa capitalista es peor todavía. A través de su
propia experiencia, muchos científicos llegarán a la conclusión de que la
única manera de salir del impasse social, económico y cultural es mediante
una sociedad basada en la planificación racional, en la cual la ciencia y
la tecnología se pongan a disposición de la humanidad, y no de los
beneficios privados. Semejante sociedad ha de ser democrática en el
auténtico sentido de la palabra, basándose en el control consciente y la
participación de toda la población. El socialismo es democrático por su
propia naturaleza. Como señala Trotsky, "Una economía nacionalizada y
planificada necesita la democracia al igual que el cuerpo humano necesita
oxígeno".
No es suficiente contemplar los problemas del mundo. Hace
falta cambiarlo. Pero primero, hace falta comprender las razones de porqué
las cosas están como están. Sólo el conjunto de ideas elaborado por Marx y
Engels y, posteriormente, desarrollado por Lenin y Trotsky puede dotarnos
de los medios adecuados para lograr esta comprensión. Creemos que los
representantes más conscientes de la comunidad científica, mediante su
propio trabajo y experiencia, comprenderán la necesidad de un punto de
vista materialista consecuente. Esto es lo que ofrece el materialismo
dialéctico. Los recientes avances de las teorías del caos y de la
complejidad demuestran que un número cada vez mayor de científicos están
evolucionando en el sentido del pensamiento dialéctico. Este es un
fenómeno enormemente significativo. No cabe duda de que nuevos
descubrimientos profundizarán y fortalecerán esta tendencia. Por nuestra
parte, estamos firmemente convencidos de que el materialismo dialéctico es
la filosofía del futuro. |
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