El objetivo de los marxistas es
luchar por la transformación socialista de la sociedad. Creemos que el
sistema capitalista hace tiempo superó su utilidad histórica y se ha
convertido en un sistema monstruosamente opresivo, injusto e inhumano. El
final de la explotación y la creación de un orden mundial socialista
armonioso, basado en un plan de producción racional y democrático, será el
primer paso para la creación de una nueva forma social más elevada en la
que hombres y mujeres se relacionarán como seres humanos.
Creemos que el deber de cualquier
persona es apoyar la lucha contra un sistema que implica miseria,
enfermedad, opresión y la muerte de millones de personas en todo el mundo.
Damos la bienvenida a la participación en la lucha de toda persona
progresista, independientemente de su nacionalidad, color de piel o
creencias religiosas, y aprovechamos esta oportunidad para iniciar un
dialogo entre los marxistas y los cristianos, musulmanes y otros grupos
religiosos.
Sin embargo, para luchar por
transformar la sociedad de una manera eficaz es necesario elaborar un
programa, una política y perspectiva serias que puedan garantizar el
éxito. Creemos que sólo el marxismo (el socialismo científico) es capaz de
proporcionar esta perspectiva.
La cuestión de la religión es
compleja y se puede abordar desde diferentes puntos de vista: histórico,
filosófico, político, etc., El marxismo empezó como una filosofía: el
materialismo dialéctico. Un buen ejemplo de esta filosofía se puede
encontrar en las obras de Engels: Anti Dühring y Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, y también en
Razón y revolución que proporciona una visión moderna de las mismas
ideas. Estos textos constituyen un buen punto de partida para clarificar
la posición filosófica del marxismo con relación a la religión.
El materialismo filosófico y la
ciencia
Los marxistas se basan en el
materialismo filosófico que niega la existencia de cualquier ente
sobrenatural o de algo externo a la naturaleza. Hoy la propia naturaleza
nos proporciona sus propias explicaciones sobre el origen de la vida y el
universo.
La ciencia ha demostrado que la
humanidad ha evolucionado ―como el resto de las especies― a lo largo de
millones de años y que la propia vida evolucionó a partir de la materia
inorgánica. No puede existir el cerebro sin un sistema nervioso central, y
no puede existir un sistema nervioso central sin un cuerpo material,
sangre, huesos, músculos, etc., Al mismo tiempo, hay que mantener el
cuerpo con comida que también procede de un entorno material. Los últimos
descubrimientos genéticos conseguidos por el proyecto genoma humano han
aportado la prueba indiscutible de la visión materialista.
La revelación de la larga y
compleja historia del genoma, durante tanto tiempo oculta, ha provocado
discusiones sobre la naturaleza de la humanidad y el proceso de creación.
Resulta increíble que en los inicios del siglo XXI las ideas de Darwin
todavía sean desafiadas por el llamado movimiento creacionista en EEUU el
cual pretende que los escolares estadounidenses piensen que Dios creó el
mundo en seis días, al hombre del polvo y a la primera mujer a partir de
una de sus costillas.
Los últimos descubrimientos
finalmente han demostrado lo absurdo que es el creacionismo. Han terminado
con la idea de que las especies fueron creadas por separado y el hombre,
con su alma eterna, fue creado especialmente para cantar alabanzas al
Señor. Ahora es evidente que los humanos no son creaciones únicas. Los
resultados del proyecto genoma humano demuestran de una forma concluyente
que compartimos los genes con otras especies y estos genes tan antiguos
son los que nos han ayudado a ser lo que somos. Los humanos compartimos
genes con otras especies que se remontan a las nebulosas del tiempo. En
realidad, una pequeña parte de esta herencia genética común se puede
remontar a organismos tan primitivos como la bacteria. En muchos casos,
los humanos tienen exactamente los mismo genes que las ratas, ratones,
gatos, perros e incluso la mosca del vinagre. Los científicos han
encontrado que los humanos compartimos aproximadamente 200 genes con la
bacteria. De esta forma se ha llegado a la prueba final de la evolución. Y
sin la necesidad de intervención divina.
¿Vida después de la
muerte?
A pesar de todo el avance
científico ¿por qué la religión todavía se encuentra tan arraigada en la
mente de millones de personas? La religión ofrece a los hombres y mujeres
el consuelo de una vida después de la muerte. El materialismo filosófico
niega esta posibilidad. La mente, las ideas y el alma son el producto de
la materia organizada de una forma concreta. La vida orgánica surge en
determinado momento de la vida inorgánica, e igualmente, las formas
simples de vida ―bacteria, organismos unicelulares, etc.,― evolucionan
hacia formas más complejas con una columna vertebral, un sistema nervioso
central y un cerebro.
El deseo de vivir para siempre es
tan antiguo como la propia civilización ―probablemente más antiguo―. Hay
algo en nuestro ser que se resiste a la idea de que “yo” algún día dejaré
de existir. Y ciertamente, renunciar para siempre a este maravilloso
mundo, a las flores, la luz del sol, el viento en la cara, el sonido del
agua, la compañía de los seres queridos ―entrar en un reino infinito de la
nada― es duro e incomprensible. Los humanos buscaban una comunión
imaginaria con un mundo espiritual no material donde ―pensaban― una parte
de ellos viviría para siempre. Este fue uno de los mensajes más fuertes y
duraderos de la cristiandad: “puedo vivir después de la
muerte”.
El problema es que la vida que la
mayoría de hombres y mujeres viven en la sociedad actual es tan dura,
insoportable o carente de sentido, que la idea de una vida después de la
muerte a veces es la única forma de dar algún significado a la propia
existencia. Volveremos más tarde a esta cuestión tan importante. Pero
mientras, analicemos el significado exacto de la existencia de la vida
después de la muerte.
Se trata de un problema antiguo
del que se ocupó entre otros el filósofo neoplatonista griego Plotino que
señalaba lo siguiente sobre la inmortalidad: “Ésta es inexplicable, si
dices algo de ella la conviertes en particular”. Esta misma idea se puede
encontrar en los escritos indios relacionados con el alma. Para los
filósofos y teólogos el alma es solo una “noche en la que todas las vacas
son negras”, como decía Hegel. Y en la vida cotidiana las personas hablan
con confianza del alma y la vida después de la muerte.
Se supone que el alma es
inmaterial. Pero, ¿existe vida sin materia? La destrucción del cuerpo
físico significa el final del ser individual. Los billones de átomos
individuales que forman nuestro cuerpo no desaparecen, sino que reaparecen
formando combinaciones diferentes. En ese sentido todos somos inmortales,
porque la materia no se puede crear ni destruir. Es verdad que existen
espiritualistas que insisten en que oyen voces aunque no haya presencia de
seres físicos. La respuesta es bastante sencilla: si hay voz, debe haber
cuerdas vocales ―sino no podría existir la voz―. No se puede
separar ninguna de las manifestaciones de nuestra actividad viviente
del cuerpo material.
La idea común de la “vida después
de la muerte” es más o menos una continuación de la vida que llevamos
sobre la tierra (ya que no conocemos otra). Después el alma abandona el
cuerpo y al parecer “despierta” en una tierra maravillosa donde
milagrosamente nos unimos a nuestros seres queridos, para una vida de goce
eterno en la cual la enfermedad y la vejez desparecerán. Basta con hacer
la pregunta de una forma concreta para ver que es imposible. Si
consideramos todas las cosas que hacen que merezca la pena vivir: buena
comida, buen vino (para los ingleses una buena taza de té cargado),
cantar, bailar, abrazos, hacer el amor, etc., rápidamente será evidente
que todas estas actividades van inseparablemente unidas al cuerpo y sus
atributos físicos. Los pasatiempos más cerebrales como hablar, leer,
escribir y pensar están igualmente unidos a nuestros órganos corporales.
Lo mismo ocurre con la respiración o cualquier otra actividad de lo que se
llama vida.
Una existencia que carezca de
todo sufrimiento y dolor sería intolerable para los seres humanos. Un
mundo donde todo es blanco sería igual a un mundo en el que todo es negro.
Desde un punto de vista estrictamente médico el dolor tiene una función
importante. No sólo es un mal, también es un aviso de que algo funciona
mal en nuestro organismo. El dolor es parte de la condición humana. No
sólo eso: el dolor y el placer están dialécticamente relacionados. El
placer no podría existir sin el dolor. Don Quijote explicaba a Sancho
Panza que la mejor salsa era el hambre. De la misma forma que descansamos
mejor después de un período de intenso esfuerzo.
La muerte es una parte integral
de la vida. La vida es inconcebible sin
la muerte. Comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos, por que
la vida es al mismo tiempo la muerte de billones de células y su
sustitución por otros millones de células nuevas, este proceso es el que
constituye la vida y el desarrollo humano. Sin la muerte no puede existir
la vida, el crecimiento, el cambio o el desarrollo. Al intentar separar la
muerte de la vida ―como si las dos cosas pudieran estar separadas― se
llega a un estado de absoluta inmutabilidad, inalterabilidad y a un
equilibrio estático. Este es sólo otro sinónimo de la muerte. No puede
existir vida sin cambio o movimiento.
¿Qué hay de malo en creer en otra
vida? Podría parecer que no demasiado. Pero ¿por qué maleducar a hombres y
mujeres animándoles a construir su vida alrededor de una ilusión? En la
medida que apartamos las ilusiones, vemos el mundo como es en realidad y
como somos realmente nosotros, entonces podemos adquirir el conocimiento
necesario para cambiar el mundo y a nosotros mismos.
Lo que somos como individuos está
íntimamente relacionado con nuestros cuerpos materiales y no con una
existencia separada. Nacemos, vivimos y morimos, como los demás organismos
vivientes del universo. Cada generación debe vivir su vida y preparar el
camino para las nuevas generaciones que están destinadas a ocupar nuestro
lugar. La aspiración a la inmortalidad, el derecho imaginario a vivir para
siempre, es egoísta y poco realista. En lugar de malgastar el tiempo
intentando alcanzar “otro mundo” no existente, es necesario esforzarse por
hacer que este mundo sea un lugar mejor para vivir. Para la gran mayoría
de hombres y mujeres que han nacido en este mundo la pregunta más correcta
no es ¿hay vida después de la muerte? sino ¿hay vida antes de la
muerte?
Saber que esta vida es fugaz, que
nosotros y nuestros seres queridos no vamos a estar aquí para siempre,
lejos de provocar consternación, debería inspirarnos un amor apasionado
por la vida y un ardiente deseo de hacer todo lo mejor que podamos.
Sabemos que una flor nace sólo para marchitarse, y en cierto sentido, esta
transición de la floración es lo que da la flor una belleza trágica. Pero
también sabemos que cada primavera la naturaleza florece de nuevo, que el
eterno ciclo de nacimiento y muerte es la esencia de todas las cosas
vivientes y da a la vida su sabor agridulce, la comedia y la tragedia, la
risa y las lágrimas, que convierten a la vida en un rico mosaico de
sensaciones. Este es nuestro destino inexcusable como seres humanos. Somos
humanos y no dioses, y por lo tanto debemos aceptar nuestra condición
humana. Sobre los dioses tenemos la desventaja de ser mortales. Pero
también tenemos una gran ventaja sobre ellos, nosotros existimos en carne
y hueso, mientras que ellos son un simple producto de la
imaginación.
¿Una conclusión
pesimista?
El materialismo como filosofía
tiene una larga y honorable historia. Los primeros filósofos jónicos
griegos eran todos materialistas. Según cuenta Platón, Anaxágoras ―uno de
los más destacados y tutor de Pericles― fue acusado de ateísmo. Protágoras
(415 a. C) dice con la ironía habitual de un sofista: “Con relación a los
dioses he sido incapaz de llegar a determinar su existencia o no, tampoco
su forma debido a las muchas cosas que dificultan el logro de este
conocimiento, tanto por la oscuridad de la materia como por la brevedad de
la vida humana”. Diágoras, un contemporáneo, fue aún más allá. Cuando
alguien dirigía su atención a las lápidas votivas de un templo erigidas
por los agradecidos supervivientes de un naufragio, él respondía: “Los que
se ahogaron no colocaron las lápidas”.
¿Acaso la comprensión
materialista significa una visión de la vida pesimista o nihilista? Todo
lo contrario. La condición previa para una vida plena y satisfactoria
sobre la tierra es que adoptemos una visión real de las cosas. Una de las
visiones más humanas y sublimes de la vida es la filosofía de Epicuro ―ese
genio de la antigüedad que junto con Demócrito y Leucipo descubrió que el
mundo estaba formado por átomos―. Epicuro (341-270 a. C.), cuya memoria ha
sido calumniada durante siglos por la Iglesia, deseaba liberar a la
humanidad del tormento del miedo, y particularmente, del miedo a la
muerte. Tenía una visión alegre y optimista de la vida. El mismo día de su
muerte hizo el siguiente comentario: “Es un buen día para
morir”.
Los estoicos, que predicaban una
hermandad universal en la que todos seríamos miembros de una gran
mancomunidad, creían que, como el universo es indestructible entonces las
almas de todos los hombres sobreviven a la muerte, pero no como
individuos. Y como nada puede ocurrirnos porque es el curso y la
constitución de la naturaleza, entonces no hay que temer la muerte. Fue un
estoico el que dijo primero que “todos los hombres son libres”. El
estoicismo tuvo una gran influencia en la cristiandad, a través de los
escritos de Epectetus y Marco Aurelio. En realidad los estoicos no crían
en un dios (utilizaban la palabra theos, pero con un sentido
completamente diferente al dios cristiano), afirmaban que el hombre sabio
era igual a Zeus. Su idea no era ir al cielo, sino vivir una buena vida
que identificaban con la apatheia, pero que no significaba apatía,
sino el control de las emociones.
Realmente, la mayoría de las
personas de la antigüedad parecía ser indiferente a la cuestión de lo que
ocurriría después de la muerte. La “vida” después de la muerte de los
griegos era un lugar particularmente poco atractivo, gris, un mundo triste
de espíritus vacilantes. Los egipcios tenían una visión más atractiva del
otro mundo, en él había comida y vino, música, mujeres desnudas danzando,
y por lo tanto sería necesario ser abastecidos por un ejército de
esclavos. Pero, para los egipcios, el otro mundo era el monopolio de la
clase dominante, cuyas tumbas monumentales mostraba la misma riqueza
ostentosa y lujo que habían disfrutado en vida. En China y otras
sociedades clasistas primitivas, la clase dominante miraba con una
ecuanimidad sorprendente a la posibilidad de un infierno futuro ardiente,
preferían dedicarse al tranquilo goce de sus riquezas en vida, mientras
dejaban que el futuro cuidase de sí mismo. Sin embargo, para los pobres la
aceptación pasiva de un mundo de dolor y sufrimiento en este valle de
lágrimas es un precio a pagar ante la promesa de un futuro feliz más allá
de la tumba. Esta promesa ha llevado a millones de hombres y mujeres al
olvido, agotándose en una vida de esfuerzos interminables, angustia mental
y física.
A algunas personas esta situación
les pude parecer justa. Pero a nosotros nos parece más un engaño
descarado. “¿Si a las personas comunes les quitamos esta esperanza que les
queda?” Este es el argumento de los sofistas. La respuesta es: ellos
alcanzarán la verdad y la Biblia dice que la verdad nos hará libres. Así
que mientras los ojos de hombres y mujeres se dirigen al cielo, serán
incapaces de contemplar los problemas reales que les atormentan y a sus
verdaderos enemigos.
El amor a la vida es el auténtico
sello del materialismo filosófico y debe suponer un deseo apasionado por
cambiar el mundo en el que vivimos y mejorar la vida de nuestros
conciudadanos. Donde la religión enseña a elevar la vista al cielo, el
marxismo dice que luchemos por una vida mejor sobre la tierra. Los
marxistas creen que hombres y mujeres deben luchar para transformar su
vida y crear una sociedad genuinamente humana que permita a la raza humana
elevarse hasta alcanzar su verdadera naturaleza. Creemos que los hombres y
las mujeres sólo tienen una vida y deben dedicarse a hacer esta vida
maravillosa. Luchamos por un paraíso en esta vida porque sabemos que no
hay otra. En la medida que vivimos y luchamos por un mundo mejor, también
preparamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Y aunque cada
individuo tiene una vida finita, la raza humana continua y nuestra
contribución individual a la causa de la humanidad también puede perdurar
después de que hayamos dejado de existir. Podemos alcanzar la
inmortalidad, no negando las leyes de la naturaleza, sino perdurando en la
memoria de futuras generaciones, la única inmortalidad a la que los
mortales pueden aspirar.
Hay una profunda diferencia
filosófica entre el marxismo y todas las formas de religión. ¿Eso
significa que no podemos luchar y trabajar juntos por un mundo mejor? En
absoluto. Todo el mundo tiene derecho a defender cualquier opinión. Pero
esta diferencia de opiniones ―importante desde un punto de vista
filosófico―, no nos debería impedir la unión en la lucha contra la
injusticia y la opresión terrenales. Se trata sólo de llegar a un acuerdo
en el programa básico para la transformación socialista de la sociedad y
los medios para llevarlo a la práctica. ¡Ya tendremos tiempo suficiente
para discutir las otras cuestiones!
El mundo de la religión es un
mundo desconcertante, es una impresión distorsionada de la realidad. Pero
como todas las ideas, éstas tienen su origen en el mundo real. Además, son
una expresión de las contradicciones de la sociedad de clases. Este hecho
es muy evidente en las religiones más antiguas.
El dios babilónico Marduk anunció
su intención de crear al hombre para que prestara servicio a los dioses,
“para liberarles” de las tareas más bajas relacionadas con el ritual del
templo y proporcionar comida a los dioses. En este caso encontramos un
reflejo en la religión de la realidad de la sociedad de clases, la
humanidad estaba dividida en dos clases: arriba los dioses intocables (la
clase dominante) y debajo los “canteros y dibujantes de agua” (las clases
trabajadoras). Su objetivo es dar una justificación (religiosa) ideológica
a la esclavización de la mayoría por parte de una minoría. Y este era un
hecho muy real en la vida de todas las sociedades antiguas (y modernas):
la casta sacerdotal estaba liberada del trabajo y disfrutaba de
privilegios reales al erigirse como representantes físicos de dios sobre
la tierra.
Al escribir sobre los mitos de la
creación babilónicos (en los que se basó el primer libro del Génesis), S.
H. Hooke hace la siguiente observación: “Ya hemos visto que el mito de
Lahar y Ashnan terminó en la creación del hombre para prestar su servicio
a los dioses. Otro mito [...] describe como se creó el hombre. Aunque el
mito sumerio difiere considerablemente de la épica de la creación
babilónica, ambas versiones están de acuerdo en el objeto para el cual fue
creado el hombre, es decir, prestar sus servicios a los dioses, cultivar
la tierra y liberar a los dioses de tener que trabajar para vivir”. (S. H.
Hooke. Middle Easter Mythology. p. 29. En la edición
inglesa).
La religión (a diferencia de la
magia, el toteismo y el animismo de las primeras sociedades sin clases)
surge de la división de la sociedad en clases antagónicas, y es una
expresión de las contradicciones insolubles que provocan esta división. En
la Biblia encontramos el jardín del edén, que expresa el sentimiento y el
anhelo de haber perdido un mundo lleno de felicidad. La religión busca
superar esta contradicción, suavizar este aguijón, reconciliar a hombres y
mujeres con la realidad de sufrimiento y explotación, y estas calamidades
se presentan como la voluntad de Dios o el resultado de la desobediencia a
Dios, o a ambos. ¡Sumisión! ¡Obediencia! ¡Sacrificio! Después todo irá
bien. En realidad, la violenta separación de la humanidad de sí misma
―esta alienación de la raza humana, sólo se podrá superar con la abolición
de la sociedad clasista y el reestablecimiento de lazos verdaderamente
humanos entre las personas.
Esta relación psicológica entre
los seres humanos y las deidades que crean para sí mismos, nos dicen mucho
sobre la verdadera situación de la raza humana. No es un secreto que las
deidades de una sociedad determinada son un reflejo de esa sociedad, de su
modo de producción, las relaciones sociales, la moralidad y los
prejuicios. Como señalamos en Razón y Revolución: “No fue dios
quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el contrario, el hombre
quien creó dioses a su propia imagen y semejanza. Ludwig Feuerbach dijo
que si los pájaros tuvieran una religión, su dios tendría alas. ‘La
religión es un sueño en el que nuestras propias concepciones y emociones
se nos presentan como existencias separadas, como seres al margen de
nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre los subjetivo y lo
objetivo ―no tiene dudas―; tiene la capacidad no de discernir cosas
diferentes a ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí
misma como seres independientes. Esto era algo que hombres como Jenófanes
de Colofón (565 a 470 a. C.) entendió cuando escribió: ‘Homero y Hesiodo
han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los
hombres: el robo, el adulterio, el engaño (...) Los etíopes hacen sus
dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos
grises y pelo rojo (...) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas
como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a su
propia imagen’”. (Alan Woods y Ted Grant. Razón y Revolución.
Madrid. Fundación Federico Engels. 1995. p. 36).
Pero estos dioses no son simples
copias en papel carbón de la realidad, es la realidad vista a través de
los anteojos de la religión ―un mundo alienado, místico, patas arriba
donde todo está al revés―. Ellos son todo lo que al hombre le gustaría ser
pero que no puede ser. Poseen todos esos atributos que a los humanos les
gustaría tener y que aspiran a tener pero no pueden. En ese sentido, la
religión representa una añoranza inalcanzable. Pero este sentimiento
religioso también contiene otro elemento: un profundo anhelo de un mundo
mejor después de la vida. Cuando el campesino hambriento y oprimido grita
a su dios, pidiendo a gritos justicia, grita contra la injusticia, la
crueldad y falta de humanidad de este mundo.
La creencia en la igualdad y la
comunión de los creyentes, se encuentra frecuentemente en el comunismo
primitivo y también en los primeros cristianos. Los movimientos de masas
que surgieron al calor de estas creencias durante el primer período tanto
del Islam como de la cristiandad, sacudieron el mundo. Pero, debido al
escaso desarrollo de los medios de producción, la humanidad tuvo que
trabajar y sufrir otros dos mil años de sociedad esclavista. El sueño de
la igualdad y hermandad se desvaneció. Detrás del señor ―y más tarde del
capitalista― estaba no sólo el monarca terrenal con sus soldados, el
policía y el carcelero, también estaban los policías y carceleros
espirituales. La resistencia al status quo era castigada no sólo
con el fuego y la espada, también con la excomunión y el tormento eterno.
La desesperación de no obtener justicia en el mundo real, obligaban al
hombre a pensar que la justicia se podía encontrar más allá, al otro lado
de la tumba.
Hablamos aquí de hombres, porque
durante la mayor parte de la historia escrita, la sociedad ha estado
dominada por hombres, las mujeres han sido relegadas al papel de esclavas
del esclavo. Un hombre debe servir a su señor, a su rey y a su dios, pero
una mujer debe servir a su marido, a su señor y a su maestro. Para muchas
mujeres el consuelo de la religión fue la única manera de aliviar el
intenso sufrimiento de su esclavitud. Esto explica por qué en muchas
sociedades las mujeres están tan unidas a la religión. Sin ella, su vida
sería insoportable. Es como una droga que nubla los sentidos y los hace
insensibles al sufrimiento. Pero eso no elimina la causa del dolor ni
mejora la suerte de las mujeres. Todo lo contrario. Aunque en sus orígenes
la cristiandad ofreciera nuevas esperanzas para las mujeres y que fuera
descrita, desdeñosamente, por los romanos como “una religión de esclavos y
mujeres”, en la práctica se caracterizaba por una intensa misoginia. El
pecado original del hombre fue provocado por una mujer: Eva.
Se prohibieron las relaciones
naturales entre los hombres y las mujeres y quedaron maldecidas como un
pecado mortal. San Agustín describió el acto sexual como una “misa de
perdición”. El lugar de la mujer es sufrir en el servicio al hombre, una
situación que se expresa gráficamente en la afligida virgen María. Sobre
la tierra no se puede esperar la felicidad.
Generaciones de pensamiento
religioso han puesto su sello en la infelicidad de muchas mujeres. Y lo
que se aplica a la cristiandad también se puede aplicar a otras
religiones. Hay una antigua oración judía que dice: “Bendita vuestra
destreza señor que no me ha hecho mujer”. En determinados países
musulmanes la opresión de las mujeres ha alcanzado una forma extrema ―como
es el caso de Irán y aún peor en Afganistán―. La tradición hindú india
durante siglos ha condenado a las viudas a inmolarse en las piras
funerarias de sus maridos. La emancipación de las mujeres de su
esclavitud está en directa contradicción con la religión.
En la mayoría de las religiones,
cristianismo, islam, budismo, sikhismo ―al menos en sus orígenes― existe
un elemento de crítica al mundo y su funcionamiento, combinado con el
sueño de un mundo mejor, en el que no habrá ricos ni pobres, opresores ni
oprimidos, y todos los hombres y mujeres serán hermanos y hermanas. Tanto
en las iglesias cristianas como en las mezquitas musulmanas, esta ilusión
persiste en la “comunión” o hermandad de todos los creyentes, en la idea
que todos son “iguales a los ojos de dios” y otras cosas por el estilo.
Pero al día siguiente, el empresario rico cristiano o musulmán volverá a
explotar, robar, insultar y estafar a sus trabajadores como lo hacía antes
de la “comunión”. Cuando se menciona esta flagrante contradicción entre la
teoría y la práctica de la religión, sacudirán tristemente la cabeza y
entre dientes se culpará a la imperfección de los seres humanos en este
mundo de pecado, y esto es muy poco consuelo para el
trabajador.
Los orígenes de la
cristiandad
El papel de la religión en la
sociedad ha cambiado muchas veces a lo largo de los siglos. Es importante
comprender el origen de la evolución histórica de las grandes religiones.
Originalmente, la cristiandad y el islam eran movimientos revolucionarios
de pobres y oprimidos. Tomemos el ejemplo de la cristiandad. Hace
aproximadamente dos mil años los primeros cristianos organizaron un
movimiento de masas formado por los sectores más pobres y oprimidos de la
sociedad. Como escribía Engels. “La historia de los primeros cristianos
tiene notables puntos de semejanza con el movimiento de la clase obrera
moderna... Ambos son perseguidos y hostigados, sus seguidores son
despreciados y son objeto de leyes exclusivas, los primeros como enemigos
de la raza humana y los últimos como enemigos del estado, de la religión,
la familia y el orden social. Y a pesar de toda la persecución, de ser
espoleados por ello, ambos salen hacia delante victoriosos”. (Marx y
Engels. On the religion. P. 281. En la edición inglesa).
Los primeros cristianos eran
comunistas y esto se puede ver con claridad al leer los Hechos de los
Apóstoles. El propio Jesucristo andaba entre los pobres y desposeídos
y con frecuencia atacaba a los ricos. No es casualidad que su primer acto
al entrar en Jerusalén fuera atacar a los cambistas del templo. También
dijo que sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja a
que un rico entrara en el reino de dios. (Lucas, 18-24). Los primeros
cristianos tomaron partido por los pobres contra los ricos y
poderosos.
En la epístola de Santiago
podemos leer: “Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque
les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus
reservas y la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han
oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego
les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos
tiempos?
El salario de los trabajadores
que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les
pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del
Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y
lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron
al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?” (Santiago, 5-1). Esta es la voz de la lucha de clases, sin
“sis” y sin “peros”. La Biblia está llena de estas expresiones.
El comunismo de los primeros
cristianos también era palpable en sus comunidades donde toda la riqueza
era un bien común. Aquel que deseara unirse a una comunidad cristina
primero debía dar todas sus pertenencias mundanas. En los Hechos de los
Apóstoles podemos leer: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la convivencia [koinonia, es similar a
comunismo], a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los
que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían
sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según
las necesidades de cada uno”. (Hechos de los Apóstoles,
2-42).
Y de nuevo: “La multitud de
los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como
propios sus bienes, sino que todo lo tenían en común... Entre ellos
ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían,
traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo
repartían según las necesidades de cada uno”. (Hechos de los
Apóstoles, 4-32).
Evidentemente este comunismo
tenía un carácter ingenuo y primitivo. Es un reflejo de los hombres y
mujeres de su tiempo, que eran personas con gran coraje que no temieron
sacrificar su vida en la lucha contra el monstruoso estado esclavista
romano. Pero este comunismo de los primeros cristianos estaba aún en un
nivel muy primitivo, comunal (reparto de la comida, ropa, etc.,) y no un
comunismo real basado en la propiedad colectiva de los medios de
producción. Al carecer de una comprensión científica del desarrollo de la
sociedad, los primeros cristianos, a pesar de su tremendo espíritu
revolucionario y heroísmo, eran incapaces de materializar sus ideales. Su
comunismo tenía un carácter utópico y estaba condenado al
fracaso.
La cristiandad y el
comunismo
En los primeros años de la
iglesia sus representantes continuaron haciéndose eco de las ideas
originales del movimiento ―comunistas―. San Clemente escribió: “El uso
de todas las cosas que se encuentran en este mundo deberían ser comunes
para todos los hombres. Sólo la iniquidad más manifiesta nos hace decir al
otro, ‘Esto me pertenece, tanto como a ti’. De aquí el origen de la
discusión entre los hombres”
Esta observación es correcta y
demuestra claramente que el origen de la lucha de clases (“la discusión
entre los hombres”) se encuentra en la existencia de la propiedad
privada. La eliminación de la discusión entre los hombres presupone la
abolición de la propiedad privada. San Basilio el Grande planteó una idea
similar: “¿Qué es eso que llamas ‘tuyo’? ¿Por qué es tuyo? ¿De quién lo
has recibido? Hablas y actúas como aquel que en una ocasión fue temprano
al teatro y tomó posesión de los asientos destinados al público restante,
creía que por llegar antes podía prohibir a las otras personas que se
sentasen, pretendía arrogarse para él el uso exclusivo de una propiedad
destinada al uso común. Y esta es precisamente la forma de actuar del
rico”.
Lo mismo dice San Gregorio:
“Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la
riqueza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta
generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y
cruel, una bestia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar
para su uso personal la comida de los otros compañeros”.
Y según San Ambrosio: “La
naturaleza suministra su riqueza a todos los hombres en común. Dios ha
creado todas las cosas para que todos los seres vivientes las gocen en
común, y para que la tierra se convierta en una posesión común a todos. La
propia naturaleza es la que ha creado el derecho de la comunidad, y es la
usurpación injusta la que ha creado el derecho a la propiedad
privada”.
San Gregorio el grande continúa:
“La tierra en la que han nacido es común a todos, y por lo tanto el
fruto de la tierra pertenece a todos sin distinción”. Y San Crisóstomo
añade: “El rico es un ladrón”.
Estas líneas bastan para ilustrar
las raíces revolucionarias de la cristiandad en su primera época. Los
primeros cristianos estaban dispuestos a resistir las torturas más
horribles para defender su fe, desafiar al estado, a la clase dominante y
morir en la arena. La causa de tan feroz persecución era que este
movimiento de los pobres y desposeídos representaba una seria amenaza para
el orden existente. Pero ninguno de estos métodos represivos consiguió
aplastar al movimiento que resurgía con nuevas fuerzas de la sangre de sus
mártires.
No obstante, la ausencia de bases
materiales que permitieran la introducción de una sociedad sin clases
cambió poco a poco todo en su contrario. En esas condiciones la dirección
de la iglesia, empezando por los obispos ―los tesoreros―, presionados por
la clase dominante y el estado poco a poco fueron apartándose de las
creencias comunistas originales del movimiento. Ante la imposibilidad de
derrotar a los cristianos con represión, la clase dominante cambió de
táctica. Cómo el emperador Constantino consiguió corromper a las capas
superiores de la iglesia se puede ver en el siguiente pasaje sobre la
historia de la primera iglesia. Eusebio describe el concilio de Nicea
celebrado en el año 325 d. C y que estuvo presidido por el propio
emperador “como mensajero de Dios”, en estos
términos:
“Las circunstancias del
banquete fueron tan espléndidas que son indescriptibles. Los destacamentos
de guardias y otras tropas rodearon la entrada del palacio con sus espadas
y entre éstos, los hombres de Dios entraron sin temor hasta los aposentos
imperiales más íntimos. Algunos fueron los propios compañeros de mesa del
emperador, otros se reclinaron en los sofás que estaban colocados a cada
lado. Se podría llegar a pensar que esta era una imagen del reino de
Cristo, que era un sueño y no una realidad”. (T. Ware. Whe Orthodox Church. P. 27. En
la edición inglesa).
Estos métodos les son muy
familiares a los dirigentes socialdemócratas y sindicalistas de hoy en
día. Son precisamente los mismos métodos utilizados por el sistema para
atraer a los líderes reformistas del movimiento obrero a las ideas
burguesas, de esta forma los corrompen y el sistema los absorbe. Las
cabezas del movimiento son invitados a cenas y fiestas ostentosas donde se
codean con los ricos y los famosos. Desde el concilio de Nicea la iglesia
ha sido la más firme colaboradora de la riqueza, el privilegio y la
opresión.
Los primeros cristianos se
negaban a reconocer el estado o servir en el ejército. Después de este
concilio todo cambió. La iglesia se convertiría en uno de los principales
pilares del estado y perseguiría ferozmente a todos los que cuestionaban
sus nuevas doctrinas. Cuando Ario de Alejandría rechazó el credo niceno
sus seguidores (los arianos) fueron pasados por la espada. Más de 3.000
cristianos fueron asesinados por sus colegas cristianos ―más muertos que
en tres siglos de persecución romana―. Con estos medios la Iglesia de los
pobres y los oprimidos se transformó en el vehículo principal de su
esclavización.
Cómo olvidar los pecados... y
hacer dinero
Durante este período la iglesia
cristiana fue absorbida ―a través de sus capas superiores― por el estado.
En toda su historia posterior la iglesia se aprovechó de la debilidad
humana y el temor a la muerte para esclavizar la mente de los hombres y,
en este proceso, conseguir enorme poder y riquezas, algo que contrastaba
absolutamente con las enseñanzas del pobre rebelde Galileo en cuyo nombre
pretendían hablar. De ser un movimiento revolucionario de pobres y
oprimidos, se convirtió en un baluarte de la reacción y el portavoz de los
ricos y poderosos ―una situación que ha durado hasta la
actualidad―.
La historia de la iglesia es la
completa y absoluta negación de sus primeras ideas, creencias y
tradiciones. Sobre la historia del papado de la Edad Media y el
Renacimiento ―una crónica sin paralelo de infamia y crimen― se han escrito
numerosos volúmenes. Aquí nos limitaremos a un solo ejemplo que resume la
verdadera situación y demuestra cuál es el abismo que separa la verdadera
situación con los mitos hipócritas. En el año 1517 el Papa León X publicó
la Taxa Camarae destinada a vender indulgencias y salvar almas a
cambio de una modesta suma de dinero. No existía ningún crimen por vil que
este fuese que no pudiera ser absuelto. Entre sus 35 artículos podemos
leer.
“1. El eclesiástico que
incurriere en pecado carnal, ya sea con monjas, ya con primas,
sobrinas o ahijadas suyas, ya, en fin, con otra mujer cualquiera, será
absuelto, mediante el pago de 67 libras, 12 sueldos.
2. Si el eclesiástico, además
del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contra
natura o de bestialidad, debe pagar 219 libras, 15 sueldos. Mas si
sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y
no con mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.
3. El sacerdote que
desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8 sueldos.
4. La religiosa que quisiera
alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o
más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya fuera de su
convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.
5. Los sacerdotes que
quisieran vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, 1
sueldo.
6. Para todo pecado de
lujuria cometido por un laico, la absolución costará 27 libras, 1
sueldo; para los incestos se añadirán en conciencia 4
libras.
7. La mujer adúltera que pida
absolución para estar libre de todo proceso y tener amplias dispensas
para proseguir sus relaciones ilícitas, pagará al Papa 87 libras, 3
sueldos. En caso igual, el marido pagará igual suma; si hubiesen
cometido incestos con sus hijos añadirán en conciencia 6
libras.
8. La absolución y la
seguridad de no ser perseguidos por los crímenes de rapiña, robo o
incendio, costará a los culpables 131 libras, 7 sueldos.
9. La absolución del simple
asesinato cometido en la persona de un laico se fija en 15 libras, 4
sueldos, 3 dineros.
10. Si el asesino hubiese
dado muerte a dos o más hombres en un mismo día, pagará como si
hubiese asesinado a uno solo.
11. El marido que diese malos
tratos a su mujer, pagará en las cajas de la cancillería 3 libras, 4
sueldos; si la matase, pagará 17 libras, 15 sueldos, y si la hubiese
muerto para casarse con otra, pagará, además, 32 libras, 9 sueldos.
Los que hubieren auxiliado al marido a cometer el crimen serán
absueltos mediante el pago de 2 libras por cabeza.
12. El que ahogase a un hijo
suyo, pagará 17 libras, 15 sueldos (o sea 2 libras más que por matar a
un desconocido), y si lo mataren el padre y la madre con mutuo
consentimiento, pagarán 27 libras, 1 sueldo por la
absolución.
13. La mujer que destruyese a
su propio hijo llevándole en sus entrañas y el padre que hubiese
contribuido a la perpetración del crimen, pagarán 17 libras, 15
sueldos cada uno. El que facilitare el aborto de una criatura que no
fuere su hijo, pagará 1 libra menos.
14. El asesinato de un
hermano, una hermana, una madre o un padre, se pagarán 17 libras, 5
sueldos.
15.El que matase a un obispo
o prelado de jerarquía superior, pagará 131 libras, 14 sueldos, 6
dineros.
16.Si el matador hubiese dado
muerte a muchos sacerdotes en varias ocasiones, pagará 137 libras, 6
sueldos, por el primer asesinato, y la mitad por los
siguientes”.
Pero más serios que el asesinato,
la violación o el infanticidio era el atroz crimen de la herejía, es
decir, mantener ideas diferentes a las de la iglesia oficial. Incluso si
un hereje se convertía, él o ella debía todavía pagar la suma de 269
libras, mientras que el “el hijo de un hereje que hubiera sido quemado,
ahorcado u otra forma de ejecución, no podía ser rehabilitado excepto si
pagaba 218 libras, 16 chelines y 9 peniques”. (19).
La lista continua con fraude,
contrabando, impago de las deudas, comer carne en días sagrados, hijos
bastardos de sacerdotes que deseen tomar los hábitos sagrados, e incluso
eunucos que deseen convertirse en sacerdotes (en el punto 33 se recoge que
estos tenían que pagar 310 libras y 16 chelines).
A pesar de esta lista cínica de
infamias, los historiadores católicos describen al Papa León X como el
protagonista del “más brillante y quizá el período más peligroso del
pontificado en la historia de la iglesia”. (Pepe Rodríguez. Mentiras
fundamentales de la iglesia católica. Barcelona. Ediciones B. Anexo.
pp.397-400).
La religión y la
revolución
En todos los países a través de
los siglos la iglesia se ha puesto al lado de los opresores frente a los
oprimidos. Los terratenientes ingleses trabajaban en estrecha colaboración
con los predicadores protestantes. En Francia, España e Italia, los
sacerdotes eran los servidores abyectos de los terratenientes y después de
los capitalistas. Sin embargo, frecuentemente las contradicciones de clase
de la sociedad se han expresado con el disfraz religioso, y esto no debe
sorprender a quien esté familiarizado con el materialismo
histórico.
Con relación a este tema Trotsky
escribía lo siguiente: “Las ideas religiosas, como las demás, nacen en
el terreno de las condiciones materiales de la vida, es decir, ante todo
en el de los antagonismos de las clases, sólo poco a poco se abren un
camino, sobreviven, por razón del conservadurismo, a las necesidades que
las han engendrado y no desaparecen sino a consecuencia de choques y
trastornos serios”. (Trotsky. ¿Adonde va Inglaterra?.
Argentina. El Yunque editora. 1974. p. 192).
En diferentes períodos,
diferentes religiones, iglesias y sectas han jugado papeles diferentes,
que, en última instancia, reflejaban intereses de clase diferentes y
antagónicos. Los primeros movimientos de la gran rebelión contra el
feudalismo fueron desafíos al poder y la autoridad de la iglesia católica
romana, y encontraron eco entre las masas. Un historiador católico dice
que “el espíritu revolucionario de odio hacia la Iglesia y el clero se
apoderó de las masas en varias zonas de Alemania... El grito ‘¡muerte a
los curas!’ que antes se murmuraba en secreto ahora era una consigna
habitual”. (Citado por W. Manchester. A world Lit only by Flame. P.
161. En la edición inglesa).
Las primeras explosiones sociales
como la protagonizada por los lolardos en Inglaterra y las husitas en
Alemania prepararon el camino para la reforma de Lutero. En todos estos
movimientos existió una tendencia comunista que recordaba las primeras
tradiciones de la iglesia y en todos los casos esta tendencia fue
reprimida brutalmente. Durante las rebelión campesina de Inglaterra en
1381, el cronista Froissart narra las actividades de un movimiento de
disidentes encabezado por John Ball, precursor de ideas comunistas con un
disfraz bíblico como se puede ver en sus famosas palabras:
“Cuando Adán labraba y Eva
hilaba ¿Quién era entonces el patrón?”
En el período de ascenso de la
burguesía la religión protestante reflejaba la rebelión de la naciente
burguesía contra el decadente feudalismo. Sin duda aquí jugó un papel
progresista. El protestantismo nació dividido en el siglo XVI. En la
agitación de estos tiempos turbulentos, surgieron nuevas sectas que
representaban las ideas y aspiraciones de diferentes clases y subclases.
Anabaptistas, menonitas, bohemios, congregacionalistas, presbiterianos,
unitarios... El sector de izquierdas representaba una tendencia claramente
comunista, como era el caso de Thomas Müntzer y los anabaptistas en
Alemania. Müntzer, un antiguo luterano, rompió con Lutero y animó a los
campesinos a levantarse contra el orden existente. A pesar de sus
actividades revolucionarias Lutero era hostil al movimiento revolucionario
de los campesinos alemanes, aunque sus enseñanzas les habían inspirado
para entrar en acción. Lutero animó a la aristocracia a aplastar
violentamente el movimiento y se hizo. Los príncipes ‘cristianos’
asesinaron a casi 100.000 campesinos. Sólo en Sajonia asesinaron a cinco
mil hombres. Liberaron aproximadamente a trescientos sólo después de que
sus mujeres aceptaran dar una paliza a dos sacerdotes acusados de fomentar
la rebelión. El propio Müntzer fue torturado y degollado.
Las actividades de la sagrada
Inquisición ―la gestapo de la contrarreforma― es bien conocida y no merece
más comentarios. En los Países Bajos ocupados por los españoles era un
crimen capital tener la Biblia en casa. Los acusados de herejías eran
quemados vivos, aunque si confesaban y se arrepentían, la Inquisición
mostraba misericordia: los decapitaba y a las mujeres se las quemaba
vivas. Menos conocidas son las actividades de los protestantes para
sofocar la disidencia, Calvino ―que creó una dictadura teocrática en
Génova―, quemó vivo a Miguel Servet cuando estaba a punto de descubrir la
circulación sanguínea. Servet pidió misericordia ―no por su vida― sino
porque quería ser decapitado. La petición fue denegada y estuvo en la
hoguera durante hora y media.
Las revoluciones francesa e
inglesa
En la Revolución Inglesa del
siglo XVII, el ala más revolucionaria reflejaba las aspiraciones de las
capas más bajas de la sociedad, los artesanos y los trabajadores ―el
naciente proletariado―, y esto encontró su expresión en una forma
religiosa. El ala izquierda del movimiento se organizó en toda una serie
de sectas protestantes radicales y democráticas como la Quinta Monarquía,
los ranters y los anabaptistas, los niveladores y los
cavadores.
En este contexto histórico estos
movimientos tenían un carácter progresista y revolucionario. Reflejaban
los primeros avances confusos de la conciencia de una clase que todavía no
se había formado del todo. Después de la restauración, estas tendencias
radicales plebeyas reaparecieron como disidencias religiosas. Perseguidos
por la monarquía con el apoyo de la iglesia anglicana, muchos de ellos
emigraron a América, y allí sus energías revolucionarias quedaron en un
segundo lugar ante la tarea de descubrir y colonizar un nuevo continente.
Con los años sus orígenes revolucionarios y radicales se perdieron.
Algunos de ellos, como los cuáqueros, todavía mantienen algunos elementos
de sus viejas ideas, aunque de una forma muy diluida y que no interfieren
con sus exitosos intereses empresariales. La mayoría se han convertido en
un baluarte de la reacción. En América Latina por algún extraño capricho
del destino, las sectas evangelistas se han convertido en las tropas de
choque de la reacción y los defensores de las dictaduras militares,
mientras que hasta cierto punto, al menos la base de la iglesia Católica
Romana, se ha inclinado hacia la causa de los pobres y los
oprimidos.
Durante la revolución francesa
―más de un siglo después―, la conciencia de las masas había avanzado a tal
punto que la religión ya no jugaba ningún papel en su pensamiento. La
estrecha relación entre la iglesia y el estado absolutista era obvia para
todos. En el tormentoso período que llevó a la toma de la Bastilla, los
filósofos materialistas como Diderot y Holbach realizaron un riguroso
trabajo para demoler la Bastilla espiritual de la religión. La revolución
francesa erradicó la raíz eclesiástica. El estado jacobino oficialmente
era ateo, aunque Robespierre intentó encubrirlo con la hoja de parra del
“ser supremo”, que no convencía a nadie excepto al propio Robespierre.
Aunque el pueblo de Francia se suponía era fervientemente católico, la
religión prácticamente desapareció en Francia después de la revolución
(excepto en los distritos más atrasados y reaccionarios como la Vendée).
En realidad, la mayoría de la población odiaba a los curas a quienes
consideraban, correctamente, agentes de la clase dominante. Sólo a finales
del siglo XIX, especialmente después de la Comuna de París que dejó
conmocionada a la burguesía francesa ésta dio los pasos necesarios para
recuperar el método reaccionario de la religión, utilizando para este
propósito trucos como los “milagros” manufacturados de Lourdes.
En la revolución rusa las cosas
aún estaban más claras. Aunque la clase obrera rusa entró en la escena de
la historia en enero de 1905 con un cura a la cabeza y portando iconos
religiosos, todo esto desapareció rápidamente después de la masacre del 9
de enero, cuando el zar cristiano ordenó a sus cosacos abrir fuego contra
el pueblo desarmado que había ido a presentar una petición. A partir de
este momento la religión no jugó ningún papel en el movimiento, que estuvo
organizado y dirigido por los marxistas. Después de la victoria de la
revolución de octubre el colapso de la influencia eclesiástica fue incluso
más rápido y más completo que lo fue en Francia.
“La Iglesia ortodoxa rusa
se convertía otra vez más, sin llegar a sobreponerse a la mitología del
cristianismo primitivo, en un aparato burocrático paralelo al del zarismo.
El pope marchaba de la mano con el terrateniente y respondía con medidas
de represión a cualquier movimiento cismático. Por tal razón se revelaron
tan endebles, sobre todo en los centros industriales, la raíces de la
Iglesia ortodoxa rusa. Separado del aparato burocrático de la Iglesia, los
obreros rusos, en su gran mayoría, como así mismo la joven generación
campesina, han apartado del mismo golpe la
religión”. (Trotsky. Ibíd.
pp. 190-191).
Este es un comentario devastador
contra la forma en que el estalinismo ha retrasado la conciencia de la
sociedad, cuando inmediatamente después del colapso de la URSS recuperó
toda la antigua basura: nacionalismo, antisemitismo, fascismo, monarquismo
―y junto con todas estas glorias del zarismo― la religión y la
superstición. Estos remanentes del barbarismo medieval se han extendido
como una plaga en el débil y destrozado cuerpo de Rusia, mostrando a todo
el mundo la verdadera naturaleza del “mercado” y el hecho de que la
burguesía en Rusia no ofrece nada excepto la perspectiva de un declive
económico, social y cultural.
La Iglesia y el
socialismo
El surgimiento del movimiento
obrero moderno en la última década del siglo XIX y el período previo a la
Primera Guerra Mundial fueron para el establishment religioso todo
un desafío. Sin excepción, la iglesia se situó de parte de los
explotadores frente al socialismo y al movimiento obrero. Para evitar la
extensión de las ideas socialistas entre la clase obrera, la Iglesia
católica se dispuso a dividir el movimiento obrero con la creación de
sindicatos católicos separados, y organizaciones de jóvenes y mujeres para
competir directamente con la socialdemocracia. La realidad es que la
Iglesia copió los métodos organizativos de la socialdemocracia.
La jerarquía eclesiástica
―siempre tan atenta con los ricos y los poderosos― miraban al socialismo y
al movimiento obrero con sospecha y hostilidad. El Papa León XIII en su
Encíclica Rerum novarum (sobre la “condición” de los obreros)
subrayaba la hostilidad del Vaticano hacia el socialismo.
“Los socialistas después de
excitar en los pobres el odio a los ricos, pretenden que es preciso acabar
con la propiedad privada y sustituirla por la colectiva, en la que los
bienes de cada uno sean comunes a todos, atendiendo a su conservación y
distribución los que rigen el municipio o tienen el gobierno general del
Estado. Pasados así los bienes de manos de los particulares a las de la
comunidad y repartidos, por igual, los bienes y sus productos, entre todos
los ciudadanos, creen ellos que pueden curar radicalmente el mal hoy día
existente... Si un hombre alquila a otro, su fuerza o su industria, él lo
hace para recibir a cambio los medios de subsistencia, con la intención de
adquirir un derecho real, no simplemente su salario, pero también para
liberarse de él. Invertiría este salario en tierra y eso es sólo su
salario de otra forma...
Precisamente en esto consiste,
como fácilmente entienden todos, el dominio de los bienes, muebles o
inmuebles. Por lo tanto, al hacer común toda propiedad particular, los
socialistas empeoran la condición de los obreros porque, al quitarles la
libertad de emplear sus salarios como quisiera, por ello mismo les quitan
el derecho y hasta la esperanza de aumentar el patrimonio doméstico y de
mejorar con sus utilidades su propio estado. Los socialistas... atacan la
libertad de cada asalariado, para privarles de la libertad de disponer de
sus salarios. Cada hombre tiene, por la ley de la naturaleza, el derecho a
poseer propiedad para sí mismo...
Debe ser dentro de este derecho
de sus propias cosas, no simplemente para el uso del momento, no
simplemente las cosas que perecen con su uso, sino tales cosas cuya
utilidad es permanente y estable.
... Siendo el hombre anterior al
estado, recibió aquél de la naturaleza el derecho de proveer a sí mismo,
aun antes de que se constituyese la sociedad... Cuando en preparar estos
bienes materiales emplea el hombre la actividad de su inteligencia y las
fuerzas de su cuerpo, por ello mismo se aplica a sí mismo aquella parte de
la naturaleza material que cultivó y en la que dejó impresa como una
figura de su propia persona: y así justamente el hombre puede reclamarla
como suya, sin que en modo alguno pueda nadie violentar su
derecho...”
El papa León XIII también
escribía: “La democracia cristiana, por el mismo hecho de ser
cristiana, se debe basar en los principios de la fe divina(..) Por eso la
justicia de la democracia cristiana es sagrada. El derecho de adquirir y
poseer propiedades no se pude contradecir y se deben salvaguardar las
distintas distinciones y grados que son indispensables en cada
mancomunidad bien ordenada. Es evidente, por lo tanto, que no hay nada en
común entre la socialdemocracia y la democracia cristiana. Ambas difieren
entre sí como la secta del socialismo difiere de la Iglesia de
Cristo”.
James Connolly, ese gran marxista
irlandés y mártir revolucionario, cuyas polémicas con la Iglesia católica
son declaraciones clásicas de socialismo, comentaba lo siguiente: “Si uno
de los chicos de las escuelas públicas no entrara en razón lo más lógico
es que permaneciera en el asiento del zopenco hasta que terminara sus días
de escuela. Imaginad a un sacerdote que defiende el sistema de
arrendamiento de tierras como el padre Kane y el papa diciendo: ‘El hombre
que ha cultivado la tierra durante el invierno y la primavera tiene el
derecho a quedarse con lo que ha ganado de su propia cosecha’, e imagina
que está presentando un argumento contra el socialismo. Los socialistas no
defienden la interferencia en el derecho de un hombre a ‘quedarse lo que
ha ganado’; además insisten enfáticamente en que a ese hombre, campesino o
trabajador, no se le debería obligar a entregar ninguna parte de lo ‘que
ha ganado’ a una clase ociosa cuyos miembros ‘no hacen ningún esfuerzo’, y
que han conseguido adueñarse de la propiedad de la nación a través de la
fuerza despiadada, el expolio y el fraude.” (J. Connolly. Selected
Writtings. pp. 78-9).
El 21 de septiembre de 1958 el
papa Pío XII escribía: “La multiplicidad de clases sociales se corresponde
plenamente con los designios del creador”. Esto es como decir que la
Iglesia considera la sociedad de clases fija, eterna y de origen
divino. Sólo hay que compararla con las palabras de San Clemente
(citada anteriormente) cuando escribía: “El uso de todas las cosas que
se encuentran en este mundo debería ser común para todos los hombres. Sólo
la injusticia [iniquidad] manifiesta hace que uno diga al otro, ‘esto me
pertenece más que a ti’. De aquí el origen de la discusión entre los
hombres”.
La postura de Pío XII es la misma
que el antiguo himno anglicano Todas las cosas brillantes y
maravillosas, que contiene las líneas bien conocidas:
“El rico en su castillo, el pobre
en su barrera: Él [Dios] hizo lo superior y lo humilde y ordenó su
Estado”.
Esto es absolutamente típico de
la actitud de la iglesia durante siglos: una defensa abierta del status
quo y de la división de la sociedad en clases.
Posteriormente, como resultado
del crecimiento del movimiento obrero y el irresistible movimiento en
dirección al socialismo, la Iglesia católica se ha visto obligada a
modificar su postura. El papa Juan XXIII ―el más inteligente de los papas
del siglo XX― asumió una postura más progresista. Pero bajo el pontificado
actual todo esto se ha convertido en su contrario.
La Iglesia hoy
“¿No se considera correcto
apelar a los juzgados cuando alguien te ha estafado? Pero el apóstol
considera que es un error. ¿Ofreces tu mejilla derecha cuando te golpean
la izquierda o respondes al ataque? El Evangelio lo prohíbe [...] ¿Acaso
la mayoría de los procedimientos judiciales y la ley no están relacionados
con la propiedad? Pero decís que vuestro tesoro no es de este
mundo”. (Marx y Engels.
On religion. p. 35).
Las actividades de la Iglesia en
la sociedad moderna se basan en contradicciones manifiestas y en la
hipocresía. Las tradiciones revolucionarias de los primeros cristianos no
guardan absolutamente ninguna relación con la situación actual. Desde el
siglo IV a. C, cuando el movimiento cristiano fue secuestrado por el
estado y se convirtió en un instrumento de los opresores, la Iglesia
cristiana ha estado de parte de los ricos y poderosos contra los pobres.
Hoy las principales iglesias son instituciones muy ricas, tanto en los
países musulmanes como en los cristianos.
En España la Iglesia católica,
además de su enorme riqueza en tierras, edificios y cuentas bancarias,
recibe regularmente subvenciones del estado con los impuestos pagados por
todos los ciudadanos, independientemente de si son religiosos o no, aunque
al pueblo español nunca se le haya consultado sobre esta medida. Los mismo
ocurre en otros países donde la Iglesia ha alcanzado un acuerdo con el
estado. La religión es una violación intolerable de la democracia. Y
aunque ahora los contribuyentes españoles puede elegir si donan su dinero
a la iglesia o no, el hecho es que todavía ésta mantiene una situación
privilegiada a la hora de acceder a los fondos públicos.
En la Edad Media la Iglesia
católica declaró la usura (el préstamo de dinero con interés) pecado
mortal; ahora el Vaticano posee su propio banco y una enorme riqueza y
poder. La iglesia en Inglaterra, aparte de numerosos intereses
empresariales, es uno de las mayores terratenientes de Gran Bretaña. Sería
fácil demostrar que ocurre lo mismo en todas partes. No es un fenómeno
limitado a la religión cristiana. El Corán también prohibía la usura y en
todos los llamados países islámicos se pueden ver grandes bancos que son
propiedad de los musulmanes. Recurren a todo tipo de trucos para ocultar
esto aunque el tipo de interés exprime a la población de la misma
forma.
Políticamente las iglesias han
respaldado sistemáticamente a la reacción. En los años treinta los obispos
católicos bendecían al ejército de Franco en su campaña para aplastar a
los trabajadores y campesinos españoles. La prensa fascista española
publicaba frecuentemente fotos de prelados con el saludo fascista. El Papa
Pío XIII apoyó a Hitler y Mussolini. El papa guardó silencio sobre los
millones que fueron exterminados en los campos nazis, y aunque
oficialmente el Vaticano se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra
Mundial, en realidad sus simpatías pro-nazis están bien documentadas por
G. Lewy:
“Desde el principio hasta
el final del gobierno de Hitler, los obispos no se cansaron nunca de
aconsejar al fiel que aceptara su gobierno como la autoridad legítima a
quién se debía rendir obediencia [...] Después del intento de asesinato
fallido contra Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1939, el cardenal
Bertram, en nombre del episcopado alemán, y el cardenal Faulhaber de los
obispos bávaros, enviaron telegramas de felicitación a Hitler. La prensa
católica de toda Alemania, en respuesta a las instrucciones del
Reichspresskammer, hablaba de la milagrosa providencia que había protegido
al Führer”. (G. Lewy.
The catholic Church and Nazi Germany, NY. 1965, p.
310-311).
“En los dos puntos
importantes los documentos alemanes muestran una similitud impresionante.
Por un lado, la predilección que sentía el soberano pontificio por
Alemania no parecía haber disminuido debido a la naturaleza del régimen
nazi y éste no fue repudiado hasta 1944; por otro lado, Pío XII lo que
más temía era la bolchevización de Europa y esperaba que si la
Alemania de Hitler se reconciliaba con los aliados occidentales, entonces
todos se convertirían en una muralla frente al avance de la Unión
Soviética hacia occidente”. (Saul Freidhandler. Pío XII y el Tercer Reich. La
documentación. NY. 1958. p. 236. El subrayado es
mío).
En la historia de las ideas la
iglesia siempre ha jugado el papel más reaccionario. Galileo Galilei tuvo
que retractarse de sus ideas ante las amenazas de la Santa Inquisición.
Giordano Bruno fue quemado en la hoguera. Charles Darwin fue acosado sin
piedad por el establishment religioso en Inglaterra al atreverse a
desafiar la idea de que Dios creó el mundo en seis días.
En la actualidad la teoría de la
evolución también recibe los ataques de la derecha religiosa de EEUU. La
derecha religiosa en EEUU es un movimiento bien financiado que predica las
causas reaccionarias. Hace unos años, Nelson Bunker Hunt, el magnate del
petróleo de Texas, donó “más de diez millones de dólares de los 1.000
millones conseguidos por el Crusade Campus for Christ. La Fundación
Cristiana para la Libertad, un ‘lobby educativo’ creado por J. Howard Pew
―fundador de Sun Oil Company― y otros empresarios que se adhieren al
sistema de libre empresa”. Hay otros muchos ejemplos que demuestran la
estrecha relación que existe entre la derecha religiosa y las grandes
empresas. Estos ricos empresarios no invierten estas cantidades de dinero
para nada. La religión es utilizada como un arma de la
reacción.
En el movimiento creacionista en
EEUU participan millones de personas y está ―increíblemente― encabezado
por científicos, entre ellos algunos genetistas. Esta es una expresión
gráfica de las consecuencias intelectuales de la decadencia del
capitalismo. Es un ejemplo contundente de la contradicción dialéctica del
retraso de la conciencia humana. En el país tecnológicamente más avanzado
del mundo, la mente de millones de hombres y mujeres está hundida en el
barbarismo. Su nivel de conciencia no es mucho más elevado que el de los
hombres que sacrificaban a los prisioneros de guerra a los dioses, que se
postraban ante ídolos sepultados o quemaban brujas en la hoguera. Si este
movimiento triunfara, como dijo hace poco un científico, volveríamos a la
Edad Media.
En el terreno de la legislación
social, y particularmente en los derechos de la mujer, la Iglesia católica
romana siempre ha jugado un papel reaccionario. Todavía niega a la mujer
el derecho a controlar su propio cuerpo, niega el derecho al divorcio, a
la contracepción y el aborto. El papa Karol Wojtyla es su principal
portavoz. La persistente oposición de la iglesia a los métodos
anticonceptivos artificiales resulta sobre todo desastrosa en el SIDA. En
1999 una encuesta entre católicos estadounidenses demostraba que el 80 por
ciento de los legos y el 50 por ciento de los sacerdotes estaban a favor
de la contracepción, en otra encuesta de la universidad de Maryland dos
tercios de los católicos reconocían que practicaban la objeción de
conciencia con relación a las ideas del Papa y hacían lo que les dictaba
su conciencia. Se podrían citar cifras similares en el resto de países
desarrollados.
En el reino de la política el
Papa es un portavoz reaccionario y un enemigo del marxismo y el
socialismo, ayudado por el poder del Opus Dei ―esa notoria mafia católica
cuyos tentáculos alcanzan cada rincón de la vida política italiana,
española o de otros países ¾.
Lenin y la
religión
Engels en su prefacio a La
guerra civil en Francia decía que: “con relación al estado la religión
es un asunto puramente privado”. Lenin escribía en 1905: “El Estado no
debe tener nada que ver con la religión, las asociaciones religiosas no
deben estar vinculadas al Poder del Estado. Toda persona debe tener plena
libertad de profesar la religión que prefiera o de no reconocer ninguna,
es decir, de ser ateo, como lo es habitualmente todo socialista”.
(Lenin. Acerca de la religión. Moscú. Editorial Progreso. p.
6).
Sin embargo, con relación al
partido, Lenin señalaba que Engels recomendaba que el partido
revolucionario debería luchar contra la religión: “El partido del
proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado;
pero no considera, ni mucho menos, ‘asunto privado’ la lucha contra el
opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc., ¡Los
oportunistas tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata
considerase la religión un asunto privado!” (Ibíd. pp.
25-26).
Y añadió que: “La raíz más
profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las
masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas
ciegas del capitalismo [...] Ningún folleto educativo será capaz de
desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos
forzados del régimen capitalista, y que dependen de las fuerzas ciegas y
destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar
unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de
la religión contra el dominio del capital en todas sus formas”. (Ibíd.
pp. 21-22).
Los marxistas han hecho todo lo
posible para implicar a todos los trabajadores en la lucha contra el
capitalismo, incluidos los que profesan una religión. No debemos
interponer barreras entre nosotros y estos trabajadores, sino animarles a
que participen activamente en la lucha de clases.
Como vimos en 1905, la clase
obrera rusa entró en la escena de la historia con un sacerdote a la
cabeza, portando en sus manos iconos religiosos y una petición al zar ―al
“padrecito de todos los rusos”―. Desconfiaban de los revolucionarios e
incluso en algunas ocasiones les dieron una paliza. Pero todo eso cambió
en veinticuatro horas después de la masacre del 9 de enero. Los mismos
trabajadores, en la noche del nueve, se convirtieron en revolucionarios y
exigieron armas. Así es como la conciencia puede cambiar rápidamente ¡en
el fragor de los acontecimientos!
A propósito, el padre Gapon, que
había organizado la petición y la manifestación pacífica y que había
trabajado para la policía zarista, se transformó repentinamente después
del domingo sangriento. Hizo un llamamiento a los revolucionarios para
derrocar al zar e incluso en un momento determinado estuvo próximo a los
bolcheviques. Lenin no le apartó sino que intentó ganarle aunque Gapon
siguió como religioso.
La posición flexible de Lenin se
pudo comprobar cuando combatía la actitud sectaria contra aquellos
trabajadores que eran religiosos pero que participaban en las huelgas.
“En tal momento y en semejante situación [una huelga], el predicador
del ateismo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes lo único que
desean es sustituir la división de los obreros en huelguistas y no
huelguistas por la división en creyentes y ateos”. (Ibíd. p.
24).
Aquí está el punto central de la
cuestión. Luchamos por la unidad de las organizaciones obreras por encima
de todas las divisiones: religiosas, nacionales, lingüísticas o raciales.
Nuestra tarea es unir a todos los oprimidos y explotados en un solo
ejército contra la burguesía.
El ateísmo para los marxistas
nunca ha sido una parte del programa del partido. Este disparate siempre
ha caracterizado al anarquismo. Con frecuencia un trabajador que todavía
es creyente se acerca al movimiento, convencido de su programa general y
entusiasmado con la lucha por el socialismo, pero no está dispuesto a
renunciar a la religión. ¿Qué actitud deberíamos tomar? Por supuesto no lo
echaremos. Este trabajador no desea unirse al movimiento para ganar
conversos a la religión, sino para luchar contra el capitalismo.
Probablemente, llegará un momento en que verá la contradicción entre su
política y sus creencias religiosas y poco a poco abandonará la religión.
Pero es una cuestión delicada y no hay que forzarla. Como explicó Lenin:
“somos enemigos incondicionales de la más mínima ofensa a sus creencias
religiosas”. (Ibíd. p. 24).
Es totalmente diferente cuando un
intelectual de clase media busca introducir confusión en la ideología del
movimiento, como era el caso cuando Lenin escribía sobre la religión. Un
grupo de bolcheviques ultraizquierdistas (Bogdanov, Luchacharsky, etc.,)
intentaban revisar el marxismo e introducir nociones filosóficas místicas.
Lenin, correctamente, luchó contra esta tendencia.
El futuro de la
religión
¿Cuál será el futuro de la
religión? Sobre esta cuestión, desde luego, habrá una profunda diferencia
de opinión entre los marxistas y los cristianos y demás religiones.
Naturalmente, no es posible mirar al futuro a través de una bola de
cristal, pero si se puede decir lo siguiente. Aunque desde un punto de
vista filosófico el marxismo es incompatible con la religión, sobra decir
que nos oponemos a cualquier intento de prohibir o reprimir la religión.
Luchamos por la libertad completa del individuo a tener su propio creencia
religiosa o ninguna.
Lo que debemos decir es que debe
haber una separación radical entre la iglesia y el estado. Las iglesias no
deben ser apoyadas directa o indirectamente por los impuestos, ni tampoco
se debe enseñar en las escuelas la religión. Si la gente quiere religión,
ésta se debe aprender exclusivamente en las iglesias a través de las
contribuciones de la congregación y predicar sus doctrinas en su propio
espacio. Las mismas observaciones son buenas para el Islam o cualquier
otra religión.
Por lo que a nosotros respecta el
diálogo sobre la religión continuará, pero esto no debe oscurecer el
problema fundamental de nuestra época. Nuestra principal tarea es unir en
la lucha a todos aquellos que desean poner fin a la dictadura del Capital
que mantiene a la raza humana en una situación de esclavitud. El
socialismo permitirá el libre desarrollo de los seres humanos, sin la
restricción de las necesidades materiales.
Durante siglos, la religión
organizada ha sido utilizada por los explotadores para engañar y
esclavizar a las masas. Periódicamente, han estallado rebeliones contra
esta situación. Desde la Edad Media hasta el día de hoy, se han levantado
voces de protesta contra la subordinación de la iglesia a los ricos y
poderosos. Vemos también esto en la actualidad. El sufrimiento de los
trabajadores y campesinos, el martirio de la raza humana bajo el infame
despotismo del Capital, está provocando indignación entre amplias capas de
la población. Muchos de ellos no están al corriente de la filosofía del
marxismo, pero desean luchar contra la injusticia y la explotación. Entre
estos hay muchos cristianos honestos e incluso sacerdotes de los
escalafones más bajos, que diariamente presencian los sufrimientos de las
masas.
La teología de la liberación es
una expresión del fermento revolucionario en América Latina. Las órdenes
más bajas del sacerdocio están horrorizados por el sufrimiento de las
masas oprimidas y tan dado el paso de luchar por una vida mejor. La
jerarquía eclesiástica, con sus cientos de años ha desarrollado una
relación cómoda con los ricos terratenientes, los banqueros y los
capitalistas, y combaten esta nueva tendencia o la toleran de mala gana.
Así la lucha de clases ha penetrado en las filas de la propia Iglesia
católica romana.
Lo mismo ocurre entre los
musulmanes, las ideas del marxismo han comenzado a encontrar eco. Cuando
las masas oprimidas de Oriente Medio, Irán, Indonesia, comiencen a entrar
en acción para mejorar sus vidas, buscarán un programa de lucha para
derrocar a sus opresores.
Es necesario derrocar el
capitalismo, el latifundismo y el imperialismo. Sin eso, no hay salida
posible. El único programa que puede asegurar la victoria de esta lucha es
el marxismo revolucionario. La colaboración fructífera ente los marxistas
y los cristianos, musulmanes, hindúes, budistas, judíos y seguidores de
otras religiones en la lucha para transformar la sociedad es absolutamente
posible y necesaria, a pesar de las diferencias filosóficas que nos
separan. Los cristianos honestos se sienten profundamente ofendidos por la
terrible opresión sufrida por la mayoría de la raza humana.
Camilo Torres, antiguo sacerdote
colombiano, dijo una vez: “He colgado el hábito de sacerdote para
convertirme en un verdadero sacerdote. El deber de todo católico es ser un
revolucionario; el deber de todo revolucionario es llevar adelante la
revolución. El católico que no es un revolucionario vive en pecado
mortal”.
Estos son los verdaderos
sucesores de aquellos primeros cristianos revolucionarios que lucharon por
la causa de los pobres sobre la tierra, los pecadores y los oprimidos, y
que no temían dar su vida en la lucha contra la opresión. Son los mártires
modernos y todo aquel que quiera la causa de la libertad y la justicia
debe guardar su memoria. Entre 1968 y 1978, más de 850 sacerdotes,
religiosas y obispos fueron arrestados, torturados y asesinados en América
Latina. El jesuita salvadoreño, Rutilio Grande, antes de ser asesinado
dijo: “Hoy en día, es peligroso [...] y prácticamente ilegal ser un
auténtica cristiano en América Latina”. Lo importante es la palabra
´”auténtico”.
¿Una vida
alternativa?
Aunque en los últimos años la
religión organizada ha perdido terreno, las ideas religiosas han resurgido
en un conjunto de sectas y cultos desconcertantes, algunos ofrecen un
“estilo de vida alternativo”. Algunas veces reflejando la creciente
insatisfacción entre una capa de jóvenes con el sistema capitalista, su
perspectiva de la vida inhumana y desalmada, la vana comercialización de
todos los aspectos de la existencia, el crudo materialismo, el deterioro
del medio ambiente, etc., puede representar el primer paso hacia la
conciencia. Pero después empieza el problema. No basta con rechazar el
capitalismo. Es necesario dar pasos concretos para abolirlo.
La característica común de todos
estos movimientos “alternativos” ―Nueva Era, etc., ― es que se basan en
una salvación individual. Por este camino, no hay salida posible. Y en
última instancia, tampoco esto es una alternativa. El capitalismo puede
vivir felizmente con un puñado de personas que han decidido “retirarse”.
Esto no representa una amenaza, porque los dueños del poder continúan
controlando la vida de la sociedad como antes.
Incluso aquellos que profesan la
“retirada” encontrarán en la práctica que no hay retirada. Están obligados
a utilizar el dinero, comprar los productos básicos para la vida en las
tiendas, llenar los depósitos de sus camionetas en las gasolineras, donde
comprarán los productos de las grandes compañías petroleros que contaminan
el medio ambiente, serán desviados de un área a otra por la policía, como
el resto de nosotros.
La idea de que es posible
apartarse de la sociedad y la política es una ilusión. ¡Intentadlo! Y
encontrareis que un día la política estará en vuestra casa y llamará al
timbre de vuestra puerta (si no echa primero la puerta abajo).
El intento de encontrar una
solución individual es esencialmente reaccionario porque es la única forma
de luchar contra el capitalismo y el estado burgués para unir a la clase
obrera y organizarla en un movimiento revolucionario. Optar por esta u
otra forma, te situará a merced del Capital y ayudará a perpetuar el orden
existente.
Para cubrir su desnudez, los
predicadores de la Nueva Era se presentan con valores espirituales
especiales ―lo imaginan― que les puede situar al margen de los mortales
“normales” y situarles en una línea de comunicación directa con cosas
sobrenaturales que sobrepasan todo entendimiento. Se sienten superiores al
resto de la humanidad que no tiene la confidencia de estos grandes
misterios.
En realidad, estas ideas no son
superiores al pensamiento de los mortales normales, son muy inferiores. La
primera ley para aquel que desee cambiar la sociedad es comprenderla y
vivir en ella. Al intentar volver la espalda a la sociedad, lo único que
consigues es convertirte en algo impotente frente al orden existente, y
renunciar eternamente, sin esperanza, irrevocablemente, a toda posibilidad
de cambiarla. Por este camino no hay alternativa, sólo más de lo mismo,
para siempre.
La religión y la crisis del
capitalismo
La religión es lo que los
marxistas llamarían falsa conciencia, por que dirige nuestro entendimiento
fuera del mundo real, sobre el que no podemos saber nada y del que es
inútil incluso hacer preguntas. Toda la historia de la ciencia parte de
dos presunciones fundamentales: a) el mundo existe fuera de mí mismo y b)
puedo comprender este mundo, e incluso aunque hay cosas que en la
actualidad no puedo saber, al menos seré capaz de conocerlas en el futuro.
Para establecer un límite más allá del conocimiento humano necesita
traspasar y abrir la puerta a todo el misticismo y la religión. Durante
más de 2.000 años, la humanidad ha estado luchando para adquirir
conocimiento de nosotros mismos y del mundo en que vivimos. Durante todo
ese tiempo, la religión ha sido la enemiga del progreso científico, y no
es una casualidad. En la medida que el pensamiento científico nos ha
permitido comprender cosas que en el pasado parecían “misterios”, la
religión ha sido empujada para atrás y ahora se encuentra en la parte
trasera intentando salvarse a sí misma.
En la lucha de la ciencia contra
la religión, es decir, la lucha del pensamiento racional contra la
irracionalidad, el marxismo se ha puesto con entusiasmo del lado de la
ciencia. Pero hay más. El objetivo al adquirir un pensamiento racional del
mundo es cambiarlo. El significado de toda la historia humana de los
últimos 100.000 años ―y más― es la lucha sin fin de la humanidad por ganar
la batalla a la naturaleza, controlar su propio destino y así convertirse
en seres libres. Las raíces de la religión están en el pasado lejano,
cuando los humanos luchaban para librarse del mundo animal de donde
procedemos. Para encontrar sentido a los fenómenos naturales que están más
allá de nuestro control, los humanos tenían que recurrir a la magia y el
animismo―las primeras formas de religión―. En su día, esto representó un
paso adelante en la conciencia humana. Este estadio infantil de la
conciencia debería haber desaparecido hace tiempo, pero la mente humana es
infinitamente conservadora y guarda conceptos y prejuicios que hace tiempo
han perdido su razón de ser.
En la sociedad de clases, el
concepto de “amor al prójimo” es una vacua declaración. La economía de
mercado, con su moralidad servil hace de esta aspiración una proposición
imposible. Para cambiar la conducta y la psicología de hombres y mujeres
es necesario, en primer lugar, cambiar la forma en que viven. En palabras
de Marx, “el ser social determina la conciencia”. Todo el mundo está
dominado por un puñado de gigantescos monopolios que saquean el planeta,
lo deterioran, destruyen el medio ambiente y condenan a millones de
personas a una vida de miseria y sufrimiento.
Las damas y caballeros que se
sientan en los consejos de dirección de estas multinacionales en su
mayoría son cristianos practicantes, en un número menor judíos,
musulmanes, hindús u otros credos. Sin embargo, la verdadera religión del
capitalismo no es ninguna de estas. Es el culto a Mammon, el dios de la
riqueza. El capitalismo da la vuelta a las relaciones humanas. De una
forma retorcida y distorsionada convierten al hombre en un ser que “vale
un millón de dólares”, como si habáramos de una mercancía. La televisión
habla de la bolsa, el mercado, el dólar y la libra como si fueran seres
vivientes (“la libra está hoy un poco mejor”). Esto es la alienación:
cosas muertas (Capital) que parecen vivas y cosas vivas (personas,
trabajo) que parecen muertes, triviales y sin sentido.
El desarrollo humano ha tomado
una línea descendente. La capa de la cultura moderna y la civilización
fabricada durante miles de años todavía es muy delgada. Más abajo reside
todos los elementos del barbarismo. Si alguien tiene dudas, estudiemos la
historia de la Alemania nazi, o los recientes acontecimientos en los
Balcanes. En su período ascendente, la burguesía abrazó el racionalismo,
incluso el ateísmo. Ahora, en el período de decadencia capitalista,
aparecen por todas partes tendencias a la irracionalidad ―incluso en los
estados “cultos” más avanzados―. Si la clase obrera no consigue cambiar la
sociedad, todas las conquistas del pasado estarán amenazadas, y el futuro
de la civilización humana no estará garantizado.
La devastación infringida por el
capitalismo en todo el mundo ha producido numerosas monstruosidades. En su
período de declive senil, también hemos visto el ascenso de tendencias
místicas y religiosas retrógradas. El papel reaccionario de la religión se
puede ver hoy en todo el mundo, desde Afganistán a Irlanda del Norte. En
todas las partes vemos el monstruo del fundamentalismo: no sólo el
fundamentalismo islámico, también el cristiano, judío e hindú. El mensaje
de amor fraternal y esperanza se ha convertido en desesperación, odio y
matanza. Por este camino, nada es posible excepto el barbarismo y la
extinción de la cultura y civilización humanas.
La causa de estos horrores no es
la religión por sí misma, como podía intentar defender un observador
superficial, sino los crímenes del capitalismo y el imperialismo, que
devasta países enteros y comunidades y destruye el tejido social y la
familia sin poner nada en su lugar. Ante el temor al futuro y la
desesperación por el presente, la gente busca consuelo en las llamadas
“verdades eternas” de un pasado no existente. El ascenso del llamado
fundamentalismo religioso es sólo una expresión concreta del callejón sin
salida de la sociedad, que lleva a las personas a la desesperación y la
locura. Pero, como vemos en Irán y Afganistán, las promesas de un cielo
religioso sobre la tierra es un sueño vacío que sólo lleva a una
pesadilla.
La religión no puede explicar
nada de lo que está ocurriendo hoy en el mundo. Su papel no es explicar,
sino consolar a las masas con sueños y untarles con el bálsamo de una
falsa promesa. Pero uno siempre se despierta del sueño, y los efectos del
bálsamo, más dulce, pronto desaparecen. La condición previa para ganar
nuestra libertad como seres humanos es la ruptura radical con los sueños,
y ver el mundo y a nosotros mismos tal como somos: mortales, luchando por
una existencia de seres humanos sobre esta tierra.
La humanidad alienada de si
misma
Desde tiempos inmemoriales, los
hombres (y también muchas mujeres) han sido educados en un espíritu de
servilismo. Incluso hemos llegado a pensar que somos débiles, impotentes,
que no importa lo que hagamos, no hay diferencia, pues el “hombre propone
y Dios dispone”. La idea dominante es el fatalismo. Uno de los grandes
problemas a los que nos enfrentamos, es que nada se puede hacer. Este
sentido de aceptar de una forma fatalista, de adorar servilmente todo lo
establecido, están inmersa en todas las religiones. Al cristiano se le
aconseja que si alguien le golpea, debería poner la otra mejilla. La
palabra islam es “sumisión”, y los profetas del Antiguo Testamento nos
aseguran que “todo es vanidad”. Aparte de este sentido de impotencia está
la necesidad de un ser superior que es todo lo que nosotros no somos. El
hombre es mortal; Dios es inmortal. El hombre es débil; Dios es fuerte. El
hombre es ignorante ante los misterios del universo; Dios lo sabe todo. La
fe de los seres humanos debe buscar en los cielos la salvación y así surge
la creencia en milagros.
Pero esto no sólo se limita a las
clases menos cultas. Se encuentran supersticiones similares en la mente de
analistas económicos y corredores de bolsa, que simplemente se sitúan a un
nivel más elevado de la mentalidad del jugador que lleva un rabo de conejo
en una mano y con la otra lanza los dados. En la Biblia, el hambriento
comía, el ciego veía, el mudo hablaba... todo con la intervención de
milagros divinos. Hoy en día, no se requiere la intervención de elementos
sobrenaturales para conseguir estos milagros. Las conquistas de la ciencia
moderna y la tecnología ya nos permite hacer todas estas cosas. Son sólo
las restricciones artificiales impuestas por la propiedad privada de los
medios de producción y la lucha por el máximo beneficio lo que impide la
extensión de estas ventajas a todos los hombres, mujeres y niños sobre el
planeta.
Cuando hombres y mujeres sean
capaces de controlar su vida y desarrollarse como seres humanos libres,
los marxistas creen que el interés de la religión ―la búsqueda de consuelo
en otra vida― caerá por sí mismo. Mientras tanto, los desacuerdos en estas
cuestiones no deben impedir a todos los cristianos, hindús, judíos o
musulmanes honestos que deseen participar en la lucha contra la injusticia
unan sus manos a las de los marxistas en la lucha por un mundo nuevo y
mejor.
¡Por un paraíso en este
mundo!
“Si tuviera que comenzar
todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en
lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario
proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un
ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es
hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud... Esta fe en
el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que
ninguna religión puede otorgar”. (Trotsky. Escritos. Bogotá. Editorial Pluma. 1976.
Tomo XI. Vo. 1. pp. 216-7).
En su libro la Metafísica,
Aristóteles hizo un comentario profundo y maravilloso, cuando dijo que el
hombre comienza a filosofar cuando sus necesidades de vivir están
satisfechas. Al eliminar la antigua dependencia degradante de hombres y
mujeres de las cosas materiales, el socialismo establecerá las bases para
un cambio radical en la forma de pensar y actuar. Trotsky adelantó lo que
podría ocurrir en una sociedad sin clases:
“Bajo el socialismo la
solidaridad será la base de la sociedad. Todas las emociones que nosotros
los revolucionarios, en la actualidad, sentimos aprensión de mencionar,
que han estado llenas de hipocresía y vulgaridad, como es la amistad
desinteresada, el amor por el prójimo, la simpatía, será el poderoso coro
de la poesía socialista”.
(Trotsky. Literatura y revolución. P. 60. En la edición
inglesa).
Las cadenas de la opresión de
clase y la esclavitud no son sólo materiales sino psicológicas y
espirituales. Costará tiempo, incluso después de la abolición del
capitalismo, para eliminar las cicatrices morales de esta esclavitud.
Hombres y mujeres que han sido formados durante toda su vida en un
espíritu servil no emanciparán su mente y alma inmediatamente de todos sus
prejuicios. Pero una vez las condicione materiales y sociales estén dadas
para permitir a hombres y mujeres entrar en una relación verdaderamente
humana, su conducta y forma de pensar se transformará de la misma forma.
Cuando ese día llegue, la gente no necesitará el policía ―sea material o
espiritual―.
Los antiguos sofistas griegos,
que realmente eran filósofos perspicaces, mantenían que el “hombre es la
medida de todas las cosas”. En una sociedad sin clases, este sería
realmente el caso. Pero donde hombres y mujeres controlan su vida y
destino de una forma consciente, ¿qué espacio queda para lo sobrenatural?
En lugar de desear una vida imaginaria más allá de la tumba, la gente
concentrará su energía en hacer esta vida tan maravillosa y plena como
pueda ser. Este es el significado del socialismo: hacer realidad lo que
siempre fue potencial.
En su forma más elevada de la
sociedad humana, hombres y mujeres alcanzarán su verdadera talla.
Limpiarán nuestro mundo de toda pobreza, odio e injusticia. Recuperarán el
planeta, sus ríos, mares y cascadas serán puras de nuevo, y toda la
maravillosa diversidad de la vida será protegida y cuidada. Las ciudades
atascadas y contaminadas dejarán de existir y reconstruidas con toda la
creatividad artística humana respetando el medio ambiente. Las
profundidades de los océanos se explorarán y descubriremos sus secretos
pasados. Y por último, pero no menos importante, tocaremos el cielo con la
mano ―no en una oración―, sino en naves especiales que llevarán a la
humanidad a los confines lejanos de nuestra galaxia y quizá más allá.
Cuando hombres y mujeres disfruten de esta visión ilimitada del progreso
humano, que podemos conseguir con nuestros propios esfuerzos y recursos,
sin la ayuda de espíritus, ¿qué lugar quedará para la religión?
En la Biblia se pueden encontrar
palabras de gran sabiduría, como en los Corintios, donde podemos
leer: “Cuando era un niño hablaba como un niño, comprendía como un niño,
pensaba como un niño. Cuando me convertí en hombre dejé a un lado las
cosas pueriles”. Ocurre lo mismo con la evolución de nuestra especie.
Cuando la raza humana realice definitivamente su destino y sea capaz de
ponerse sobre los dos pies y vivir la vida plenamente, ya no será
necesario el apoyo de la religión, un ser sobrenatural a quién rezar o el
falso consuelo de una vida en otro mundo. Cuando llegue ese momento, la
humanidad dejará la religión con la misma facilidad que cuando las
personas crecen dejan de lado los cuentos de hadas que amaban cuando eran
niños y habrán superado su necesidad.
22/7/01 |