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El motín es emergente de la exclusión social
Por Lic. Ana Correa - Saturday, Jun. 18, 2005 at 8:06 PM

La profesora Ana Correa, integrante del Programa Universitario en la Cárcel y del Programa de Extensión Interfacultades, describe cómo se vivió el motín en las villas de emergencia y cuáles son las reglas a las que están condenados “los que no tienen nada que perder”.

“Hay residuos institucionales que no valen más que la bala que los mata”.

Desde inicios del año 2002 un conjunto de profesionales universitarios realizamos una tarea de acompañamiento a procesos socio organizativos en situación de extrema pobreza en algunas de las llamadas villas de emergencia de la ciudad de Córdoba.

Allí pudimos observar y compartir algunos segmentos de las trayectorias sociales de los sujetos en busca de salidas al profundo malestar y pobreza que los angustió, particularmente, ante los acontecimientos de fines de 2001.

En este andar, la densidad de los problemas, las diferentes maneras de buscar respuestas y los modos de establecer acuerdos para la tarea emprendida, nos llevaron a discutir nuestras propias prácticas sociales y académicas -analizando nuestro “estar afuera”, como en tránsito, respecto de la realidad donde los sujetos están inmersos- y nos plantearon nuevos y diferentes interrogantes a la hora de pensar la intervención, tratando de entender cómo se configura la posición de los sujetos en situación de pobreza para entender la sociabilidad y la subjetividad social.

Nos acercábamos y nos alejábamos a sus representaciones de la vida cotidiana, vivíamos intensas alegrías al sentir que se construía mutuamente un lazo de confianza y, al mismo tiempo, temíamos que esto sustentara idealizaciones que inciden en los propósitos grupales, produciendo algunas respuestas eficaces y otras conducentes a nuevas y dolorosas rupturas. Los pobladores nos transferían las emociones y las violencias de las acciones cotidianas y, por cierto, nuestras ideas o pensamientos se fueron transformando, exigiéndonos revisar y cambiar las formas de conocer; es más, fuimos creyendo que nos aproximábamos a conocer la realidad de una villa.

El viernes del “motín en la cárcel” estábamos en una reunión con mujeres en la villa cuando una de ellas relata que un niño de tan sólo cuatro años, ante las imágenes televisivas del motín, preguntó casi con naturalidad: “¿Ya lo mataron a mi papá?”. Esta imagen nos interpeló, irrumpió la dinámica y los contenidos de la reunión y nos hizo sentir que sólo conocíamos muy superficialmente la realidad de la villa.

El hecho del motín, entonces, abrió visibilidades del sufrimiento cotidiano acallado. Los pobladores hablaron de sus parientes y de lo que está en las bases de sus vínculos: las restricciones, los abandonos y la muerte. Hablaron sobre la prisión y la villa, como otra forma de encierro y, entonces, empezamos a comprender y a diferenciar cómo desde las fases muy tempranas de socialización se va naturalizado dolorosamente el lugar de la discriminación y, de este modo, ser objeto de la muerte así, sin más ni más … Una manera de estar en estos residuos institucionales que son las cárceles, las villas, algunos hospicios y tantos otros lugares.

El motín fue un significante de quienes están en estos residuos institucionales; “los que nada tienen y, por consiguiente, nada son” y hablan respecto de la Justicia penal, dispuesta a garantizar el orden establecido. Los nadie, los excluidos, expresan la falla de integración por la que la sociedad los ubica en una posición residual, donde sienten que están condenados.

“El lugar del pobre se sitúa en un lugar oscuro que es menos que nada (…) Débiles, desposeídos, limitados, incapaces, vagos, peligrosos, delincuentes. Lugar de denegación de los valores sociales (…) situados en el límite donde el sí y el no, lo bueno y lo malo se juntan para construir sentido; y las fuerzas de destrucción que se precipitan sobre ellos pueden asimismo desvalorizarlos o insertarlos”.

El motín, en definitiva, es un analizador de los efectos sociales porque los beneficios evidentes son el incremento de los dispositivos del control que alimentan la necesidad y el deseo de abrazar el modelo de la tolerancia cero.

De allí la frase del inicio, que devuelve el horror de una sociedad intolerante.



Lic. Ana Correa,

integrante del PUC y del PEI Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC)


[1] C. Lisia (1986, p.87) La place du pauvre. Esprit nº7. Fr.

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