SOCIALISMO O BARBARIE.
Por EL MILITANTE -
Friday, Jun. 24, 2005 at 9:13 PM
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CIVILIZACIÓN, BARBARIE Y LA VISIÓN
MARXISTA DE LA HISTORIA |
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Autor : Alan Woods Fecha :
( 17-Junio-2002 ) Categoria : Historia
|
arece
ser que en cierta ocasión Henry Ford dijo que la “historia era una
chorrada”. La palabra chorrada significa algo que no tiene sentido.
No es una frase muy elegante para expresar adecuadamente una idea
que ha cobrado fuerza durante los últimos años. El ilustre fundador
de la empresa automovilística Ford, perfeccionó más su definición de
la historia al describirla como “sólo una maldición tras otra”, se
trata de una forma de mirarla.
La misma idea también
la expresan de una forma más elegante (aunque no menos errónea) los
seguidores de la moda post-modernista, que algunas personas
consideran una filosofía válida. Realmente, esta idea no es nueva.
Hace ya mucho tiempo que la expresó el gran historiador inglés
Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del
imperio romano. En la célebre frase de Edward Gibbon la historia
es “poco más que el registro de los crímenes, locuras y desgracias
de la humanidad”. (Gibbon, vol. 1, p. 69. En la edición inglesa).
La historia se presenta aquí como una serie de
acontecimientos fortuitos o accidentes, esencialmente sin
sentido e inexplicables. Sin el gobierno de ninguna ley que podamos
comprender. Intentar comprender la historia sería por lo tanto un
ejercicio inútil. Otra variación de este tema es la idea, ahora muy
popular entre algunos círculos académicos, de negar la existencia de
las formas superiores e inferiores de desarrollo social y cultural.
Dicen que el “progreso” no existe y lo consideran una idea pasada de
moda desde el siglo XIX, cuando fue popularizada por los liberales
victorianos, los socialistas fabianos y Carlos Marx.
Esta negación del progreso en la historia es
característica de la psicología de la burguesía en la fase de
declive capitalista. Es un fiel reflejo de que, bajo el
capitalismo, el progreso ha alcanzado sus limites y amenaza con
convertirse en su contrario. La burguesía y sus representantes
intelectuales están, como es natural, poco dispuestos a aceptar este
hecho. Además, son orgánicamente incapaces de reconocerlo. Lenin
dijo en una ocasión que un hombre al borde de un acantilado no era
capaz de entrar en razón. Sin embargo, son algo conscientes de la
verdadera situación e intentan encontrar alguna clase de
justificación al callejón sin salida de su sistema, ¡negando la
posibilidad de todo progreso!
Esta idea ha penetrado
tanto en la conciencia que incluso se la ha llevado al reino de la
evolución no-humana. Incluso un pensador brillante como Stephen Jay
Gould, cuya teoría dialéctica del equilibrio puntuado
transformó la forma de percibir la evolución, sostenía que es
incorrecto hablar de progreso desde la evolución inferior a la
superior, así que, debemos situar a los microbios en el mismo nivel
que a los seres humanos. En un sentido, es correcto decir que todas
las cosas vivas están relacionadas (el genoma humano lo ha
demostrado de una forma concluyente). El hombre no es una creación
especial del Todopoderoso, es el producto de la evolución. No es
correcto ver la evolución como una especie de gran diseño, cuyo
objetivo final era la creación de seres como nosotros (teleología,
de la palabra griega telos, estudio de la finalidad). Sin
embargo, rechazar una idea incorrecta no necesariamente obliga a ir
al otro extremo, y con ello, provocar nuevos errores.
No se trata de aceptar la existencia de un plan
predeterminado relacionado con la intervención divina o alguna clase
de teleología, pero está claro que las leyes de la evolución
inherentes a la naturaleza son las que en realidad determinan el
desarrollo desde las formas simples de vida a otras formas más
complejas. Las primeras formas de vida ya contenían dentro de ellas
el embrión de su futuro desarrollo. Es posible explicar el
desarrollo de los ojos, las piernas y otros órganos sin recurrir a
ningún plan predeterminado. En determinado momento llegamos al
desarrollo del sistema nervioso central y el cerebro. Por último,
con el homo sapiens, llegamos a la conciencia humana. La
materia se hace consciente de sí misma. No se ha producido una
revolución más importante que esta desde el desarrollo de la materia
orgánica (la vida) a partir de la materia inorgánica.
Para complacer a nuestros críticos, quizás deberíamos
añadir la frase: desde nuestro punto de vista. Sin duda los
microbios, si fueran capaces de tener punto de vista, probablemente
harían algunas objeciones serias. Pero nosotros debemos afirmar que
la evolución, realmente, representa el desarrollo de formas simples
de vida hasta otras formas más complejas y versátiles, en otras
palabras, el progreso de formas inferiores de vida a otras
formas, superiores. Negar esto carece de sentido, no es una
formulación científica, se trata de escolástica. Al decir
esto, por supuesto, nuestra intención no es ofender a los microbios,
después de todo llevan aquí mucho más tiempo que nosotros, y si no
se acaba con el sistema capitalista, puede que terminen riéndose
últimos.
La cultura y el capitalismo
Si, para no ofender a los microbios y otras
especies, no está permitido hacer referencia a formas superiores e
inferiores de vida, entonces menos aún -según la última moda- se
puede afirmar que los bárbaros representan una forma inferior de
desarrollo social y cultural frente a la esclavitud -sin hablar del
capitalismo-. Decir que los bárbaros tenían su propia cultura no es
decir demasiado. Desde el momento en que los primeros humanos
fabricaron herramientas de piedra se puede decir que cada período ha
tenido su propia cultura. Que estas culturas no han sido lo
suficientemente apreciadas hasta hace poco, también es verdad. La
burguesía siempre ha tenido una tendencia a exagerar las conquistas
de algunas culturas y denigrar a otras. Detrás de esto están los
intereses creados de aquellos que buscan esclavizar, dominar y
explotar a otros pueblos, y disfrazar esta opresión y explotación
bajo el disfraz hipócrita de la superioridad cultural.
Bajo esta bandera, los cristianos del norte de España
(verdaderos descendientes de los godos bárbaros), destruyeron los
sistemas de irrigación y la maravillosa cultura islámica de
Al-Andalus. Después continuaron destruyendo las ricas y florecientes
culturas de los aztecas y los incas. Bajo la misma bandera, los
colonialistas británicos, franceses y holandeses, esclavizaron
sistemáticamente a los pueblos de África, Asia y el Pacífico. No
contentos con reducir a estos pueblos a la peor clase de esclavitud,
les robaron, no sólo su tierra, también el alma. Los misioneros
cristianos terminaron el trabajo comenzado por los soldados y
cazadores de esclavos, robando a la población su identidad cultural.
Todo esto es verdad y es necesario tratar la cultura
de cada pueblo con el respeto y afecto que se merece. Cada período,
cada pueblo, ha añadido algo al gran tesoro de la cultura humana que
es nuestra herencia colectiva. Pero, ¿esto significa que una cultura
es tan buena como cualquier otra? ¿Eso significa que se puede
afirmar que entre las primeras hachas de piedra (algunas de las
cuales mostraban un grado considerable de sentido estético) y el
David de Miguel Ángel no se ha producido un progreso artístico
perceptible? En una palabra, ¿se puede hablar de progreso en la
historia humana?
En la lógica, hay un método muy
conocido que reduce un argumento al absurdo y lo lleva a su extremo.
Vemos algo similar en ciertas tendencias modernas de la
antropología, la historia y la sociología. Es un hecho conocido que
la ciencia bajo el capitalismo cada vez es menos científica. Las
llamadas ciencias sociales no son en absoluto ninguna ciencia, son
intentos mal encubiertos de justificar el capitalismo, o al menos,
de desacreditar al marxismo (que equivale a lo mismo). Esto ya
ocurrió en el pasado, cuando los llamados antropólogos hicieron todo
lo posible por justificar la esclavitud de las llamadas razas
atrasadas denigrando su cultura. Pero las cosas no son mucho mejores
ahora, cuando ciertas escuelas intentan hacerlo de otra forma.
Es verdad que los imperialistas, deliberadamente, han
quitado importancia o incluso negado la cultura de los “pueblos
atrasados” de África, Asia, etc., El poeta pro-imperialista inglés,
Kipling (el autor de El libro de la selva) las llamó “razas
menores sin ley”. Este imperialismo cultural sin duda era un intento
de justificar la esclavización colonial de millones de personas.
También es verdad que todas las acciones más bárbaras e inhumanas
del pasado, palidecen en comparación con los horrores infligidos a
la raza humana por nuestro supuestamente civilizado sistema
capitalista y su homólogo: el imperialismo.
Es una
paradoja terrible que cuando más ha desarrollado la humanidad su
capacidad productiva, cuando los avances de la ciencia y la
tecnología son más espectaculares, mayor es el sufrimiento, el
hambre, la opresión y la miseria de la mayoría de la población
mundial. Incluso algunos de los partidarios del sistema actual
reconocen este hecho. Pero no han hecho nada para corregirlo.
Tampoco pueden porque se niegan a reconocer que la razón del
callejón sin salida actual en el que se encuentra la raza humana es
el mismo sistema que ellos defienden. Pero no sólo la burguesía se
niega a sacar las conclusiones necesarias. Lo mismo ocurre con
muchos de los que se consideran de izquierda y radicales. Hay
algunas personas bienintencionadas que, por ejemplo, sostienen que
la fuente de todos nuestros problemas es el crecimiento de la
ciencia, la técnica y la industria, y consiguientemente, sería algo
bueno ¡regresar al modo de existencia precapitalista!
Los victorianos tenían una visión muy parcial de la
historia, la veían como una especie de marcha triunfal, una marcha
imparable hacia el progreso y la ilustración, dirigida, por
supuesto, por el capitalismo inglés. Esta idea también sirvió como
una justificación conveniente del imperialismo y el colonialismo.
Los “civilizados” británicos fueron a la India y África, armados con
la Biblia (y también en barcos de guerra, con cañones y rifles) para
introducir a los nativos ignorantes en las alegrías de la cultura
occidental. Aquellos que no mostraban entusiasmo ante los
refinamientos de la cultura británica (y también de la belga,
holandesa, francesa y alemana) rápidamente eran “educados” con las
balas y las bayonetas.
Hoy en día los burgueses
tienen un estado de ánimo bastante diferente. Enfrentados a la
creciente evidencia de la crisis global del capitalismo, están
hundidos en un ambiente de incertidumbre, pesimismo y temor ante el
futuro. Las viejas canciones sobre la inevitabilidad del progreso
humano parecen bastante fuera de tono con la cruda realidad del
momento. La misma palabra “progreso” provoca una sonrisa cínica de
desprecio. Y esto no es casualidad. La gente está empezando a
comprender que en la primera década del siglo XXI, el progreso se ha
detenido completamente. Pero esto, sencillamente, refleja el
callejón sin salida del capitalismo, que hace mucho agotó su
potencial de progreso y se ha convertido en un monstruoso obstáculo
en el camino del avance humano. Hasta cierto punto -y sólo hasta
cierto punto- se puede decir que es imposible hablar de
progreso.
No es la primera vez que hemos visto esta
tendencia. En el largo período de declive que precedió a la caída
del Imperio Romano, a muchos les parecía que se aproximaba el fin
del mundo. Esta idea era particularmente intensa entre la
cristiandad, y da forma al texto bíblico Apocalipsis. La
gente realmente creía que se aproximaba el fin del mundo. En
realidad, lo que llegaba a su fin era sólo una clase particular de
sistema socioeconómico, el sistema esclavista, que había alcanzado
sus límites y era incapaz de desarrollar las fuerzas productivas
como lo había hecho en el pasado.
Se pudo observar un
fenómeno similar al final de la Edad Media, cuando se puso de moda
la misma idea: el fin del mundo. Las masas se unían a las sectas
flagelantes que viajaban por toda Europa, azotándose y torturándose
para expiar los pecados de la humanidad, preparándose para el día
del juicio final. De nuevo aquí lo que se aproximaba no era el fin
del mundo, sino el final del sistema feudal, que había superado su
utilidad y, finalmente, fue derrocado por la burguesía.
Sin embargo, el hecho de que una forma socioeconómica
particular haya sobrevivido a su utilidad histórica y se convierta
en un obstáculo reaccionario para el avance de la raza humana, no
significa que el progreso sea un concepto sin sentido. No significa
que no haya existido progreso en el pasado (incluso bajo el
capitalismo) o que no pueda existir en el futuro, una vez sea
abolido el capitalismo. De este modo, una idea que a primera vista
parece ser muy razonable, se convierte en una defensa encubierta del
capitalismo frente al socialismo. Hacer incluso la más mínima
concesión a esta idea, sería abandonar una posición revolucionaria
firme para caer en una posición reaccionaria.
El materialismo histórico
La
sociedad está en constante cambio. La historia intenta catalogar
estos cambios e intenta explicarlos. Pero, ¿cuáles son las leyes que
rigen el cambio histórico? ¿Existen estas leyes? Si no existieran,
la historia humana sería completamente incomprensible, como pensaban
Gibbon y Henry Ford. Sin embargo, los marxistas no ven la historia
de esta manera. De la misma forma que la evolución de la vida tiene
leyes inherentes que se pueden explicar, y que fueron explicadas,
primero por Darwin y, más recientemente, por los rápidos avances en
el estudio de la genética, también la evolución de la sociedad
humana tiene sus leyes inherentes y éstas fueron explicadas por Marx
y Engels.
Aquellos que niegan la existencia de las
leyes que dominan el desarrollo social humano, sin excepción,
abordan la historia desde un punto de vista subjetivo y moralista.
Como Gibbon (pero sin su extraordinario talento) sacuden la cabeza
ante el espectáculo interminable de violencia sin sentido, la
“inhumanidad del hombre contra el hombre” (y la mujer) y otras cosas
por el estilo. En lugar de una visión científica de la historia,
tenemos la visión de un sacerdote. Pero lo que necesitamos no
es un sermón moral, sino una visión racional. Por encima y
más allá de los hechos aislados, es necesario comprender las
tendencias, las transiciones de un sistema social a otro, y extraer
las fuerzas motrices fundamentales que determinan estas
transiciones.
Al aplicar el método del materialismo
dialéctico a la historia, inmediatamente resulta obvio que la
historia humana tiene sus propias leyes, y que, consecuentemente, es
posible comprenderla como un proceso. El ascenso y la caída de
diferentes formaciones socioeconómicas se pueden explicar
científicamente en términos de su capacidad o incapacidad de
desarrollar los medios de producción, y de ese modo, empujar hacia
delante los horizontes de la cultura humana e incrementar el dominio
de la humanidad sobre la naturaleza.
El marxismo
sostiene que el desarrollo de la sociedad humana a lo largo de
millones de años representa el progreso, pero éste nunca ha seguido
una línea recta, como equivocadamente creían los victorianos
(quienes tenían una visión vulgar y antidialéctica de la evolución).
La premisa básica del materialismo histórico es que la fuente última
del desarrollo humano es el desarrollo de las fuerzas productivas.
Esta es la conclusión más importante, porque es la única que nos
puede permitir llegar a una concepción científica de la historia.
Antes de Marx y Engels, la historia para la mayoría
de las personas era una serie de acontecimientos desconectados o,
por utilizar un término filosófico, “accidentes”. No había una
explicación general a este proceso porque supuestamente la historia
no tenía leyes internas. Una vez se acepta este punto de vista, la
única fuerza motriz de los acontecimientos históricos es el papel
del individuo, los “grandes hombres” (o mujeres). En otras palabras,
caemos en una visión idealista y subjetiva del proceso histórico.
Este era el punto de vista de los socialistas utópicos, quienes, a
pesar de su gran perspicacia y penetrante crítica del orden social
existente, no consiguieron comprender las leyes fundamentales del
desarrollo histórico. Para ellos, el socialismo era sólo una “buena
idea”, una idea atemporal, de hace mil años o de mañana por la
mañana. ¡Si se hubiera inventado hace mil años, la humanidad se
habría ahorrado muchos problemas!
Fueron Marx y
Engels los primeros que explicaron eso, a pesar de las apariencias,
todo el desarrollo humano depende del desarrollo de las fuerzas
productivas, y de este modo dotaron de bases científicas el estudio
de la historia. La primera condición de la ciencia es que seamos
capaces de mirar más allá de lo particular para llegar a las leyes
generales. Por ejemplo, los primeros cristianos eran comunistas
(aunque su comunismo era utópico, basado en el consumo y no en la
producción). Sus primeros experimentos con el comunismo no los
llevaron a ninguna parte, y tampoco era posible, porque el
desarrollo de las fuerzas productivas en ese momento no permitía el
desarrollo del verdadero comunismo.
En el período
reciente se ha puesto de moda entre algunos círculos intelectuales
de “izquierda” negar la existencia del progreso en la historia. En
parte, estas tendencias representan la reacción contra el
imperialismo cultural y la “eurocentricitad”. Se dice que una
cultura humana es igual de válida que cualquier otra. En este
sentido, los intelectuales europeos progresistas piensan que, él o
ella, con esta postura, en cierta forma, están “compensando” el
sistemático pillaje y violación perpetrado contra los pueblos de las
antiguas colonias por nuestros antepasados, saqueo que, por
supuesto, continua en la actualidad aunque con disfraces diferentes.
Las intenciones de estas personas pueden ser loables,
pero sus premisas están completamente equivocadas. En primer lugar,
para los millones de personas explotadas y oprimidas de Asia, África
y América Latina, les sirve de poco alivio saber que ahora los
intelectuales europeos redescubren y aprecian sus antiguas culturas.
Lo que hace falta no son gestos simbólicos o terminología radical,
sino una verdadera lucha contra el imperialismo y el capitalismo a
escala mundial. Sin embargo, para que esta lucha triunfe, hay que
ponerla sobre bases firmes. La condición previa para el éxito es la
lucha implacable por la teoría marxista. Por supuesto, es necesario
poner las cosas en su lugar y luchar contra toda clase de prejuicios
racistas e imperialistas. Pero al luchar contra una idea incorrecta
es necesario tener cuidado de no ir demasiado lejos, porque una idea
correcta cuando se lleva a sus extremos puede volverse en su
contrario.
La historia humana no es una línea
ininterrumpida hacia el progreso. A lo largo de la línea ascendente,
existe otra línea descendente. En la historia ha habido períodos en
los que, por diferentes razones, la sociedad ha retrocedido, el
progreso se ha detenido y la civilización y la cultura se han
hundido. Ese fue el caso de Europa después de la caída del Imperio
Romano, en el período conocido, al menos en inglés, como la Edad de
las Tinieblas. Recientemente, ha habido una tendencia por parte de
algunos académicos a rescribir la historia y presentar a los
bárbaros desde una óptica más favorable. Esto no es “más científico”
o “más objetivo”, simplemente es pueril.
Cómo no
presentar la cuestión
Recientemente, el Canal
Cuatro de la televisión británica emitió una serie de tres capítulos
titulada Los bárbaros, presentada por Richard Rudgley, un
antropólogo y autor de Civilizaciones perdidas de la Edad de
Piedra. Después de ver el segundo capítulo de la serie dedicado
a los anglos y los sajones -las tribus germánicas que invadieron las
Islas Británicas-, me he podido formar una idea bastante buena de la
tesis central de Rudgley. Sostiene que ellos dejaron una sociedad
más civilizada que la que conquistaron: “La dependencia de la
esclavitud del Imperio Romano fue sustituida por una sociedad más
justa donde se estimulaba y valoraba el trabajo y los oficios
técnicos”.
La gente, en general, cree que el legado
romano en Gran Bretaña fue una sociedad civilizada más tarde
brutalizada por las tribus bárbaras que invadieron las islas durante
la Edad de las Tinieblas. Pero para Rudgley: “En mi viaje para
comprender la Edad de las Tinieblas, me he encontrado con muchas
cosas valiosas que tienen sus raíces, no en la civilización romana,
sino en el mundo de los bárbaros, construido sobre las ruinas del
Imperio Romano”.
Rudgley ha realizado un
descubrimiento asombroso: los sajones sabían como construir
barcos, y rápidos. Dice que los bárbaros trajeron oficios y
talento a estas orillas. “Su técnica era inmensa. Sólo hay que mirar
algunas de las obras de metal, madera o joyería de ese período”.
Pero los romanos sabían construir no sólo barcos, también
carreteras, acueductos, ciudades y muchas otras cosas. Rudgley pasa
por alto el insignificante detalle de que estas cosas fueron
destruidas o se hundieron por el abandono de los bárbaros, y que
esto llevó a desbaratamiento catastrófico del comercio y a una
profunda caída en el desarrollo de las fuerzas productivas y de la
cultura, que retrocedió mil años atrás.
Él cita las
palabras del experto fabricante de espadas Héctor Cole, quien dice:
“Los fabricantes de espadas sajones eran especialistas. Fabricaban
filos estructurados seiscientos años antes que los japoneses”. No
hay duda de todo esto. Todas las tribus bárbaras de este período
eran expertos guerreros y lo demostraron acabando con las defensas
romanas como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla. Los
romanos del final del Imperio incluso comenzaron a imitar algunas de
las tácticas militares de los bárbaros. Pero nada de eso demuestra
que los bárbaros tuvieran un nivel de desarrollo comparable al de
los romanos, y menos aún superior.
Rudgley explica
que las travesías marítimas de los anglos y los sajones hacia Gran
Bretaña, no fueron invasiones de masas dirigidas por guerreros, sino
pequeños grupos de emigrantes pacíficos que buscaban nuevos
asentamientos. Aquí confunde dos cosas. Sin duda los bárbaros
buscaban un territorio sobre el que asentarse. Las razones para
estos movimientos de masas de los pueblos en el siglo V
probablemente son variadas. Una teoría es que un cambio de clima
elevó el nivel del mar en las zonas costeras de lo que es ahora
Holanda y el norte de Alemania, volviendo estas tierras
inhabitables. Una visión más tradicional es la presión de otras
tribus bárbaras que venían de Oriente. Con toda probabilidad se
trate de una combinación de estos factores y otros. En general, las
causas de esta migración de masas se pueden poner bajo el título de
accidente histórico. Lo que importa son los resultados que
provocaron en la historia. Y esto es lo que está en discusión.
Los contactos iniciales entre los romanos y los
bárbaros no necesariamente tuvieron un carácter violento. Durante
siglos existió un comercio importante a lo largo de las fronteras
orientales, y éste llevó a una progresiva romanización de aquellas
tribus que vivían próximas al Imperio. Muchos se convirtieron en
mercenarios y sirvieron en las legiones romanas. Alarico, el líder
godo que fue el primero que entró en Roma, no sólo era un antiguo
soldado de Roma, también era cristiano (arriano). Y es cierto que
los primeros sajones que entraron en Gran Bretaña eran comerciantes
pacíficos, mercenarios y colonos. De hecho, según la tradición,
fueron invitados a Gran Bretaña por el “rey” británico romanizado
Vortigern, después de la salida de las legiones romanas.
Pero en este punto, el análisis de Rudgley comienza a
resquebrajarse. Ha olvidado completamente que el comercio entre las
naciones civilizadas y los bárbaros, estaba invariablemente
relacionado con la piratería, el espionaje y la guerra. Los
comerciantes bárbaros observaban cuidadosamente los puntos fuertes y
débiles de las naciones con las que entraban en contacto. Si
existían signos de debilidad, a las relaciones comerciales
“pacíficas” seguirían las bandas armas en busca de saqueo y
conquista. Basta con leer el Antiguo Testamento para ver que esta
era precisamente la relación entre las tribus israelíes nómadas y
pastoriles y los antiguos cananitas, quienes, como pueblos urbanos
civilizados, contaban con un elevado nivel de desarrollo.
Los romanos tenían un nivel cultural más alto que los
bárbaros y se puede demostrar fácilmente con el siguiente hecho.
Aunque los bárbaros consiguieron conquistar a los romanos, ellos
mismos fueron rápidamente absorbidos, e incluso perdieron su propia
lengua y acabaron hablando un dialecto del latín. Del mismo modo,
los francos, que dieron su nombre a la Francia moderna, eran una
tribu germánica que hablaba una lengua relacionada con el alemán
moderno. Lo mismo ocurrió con las tribus germánicas que invadieron
España e Italia.
La única excepción manifiesta a esta
regla es que los anglos y los sajones que invadieron Gran Bretaña,
no fueron absorbidos por los celtas-romanos británicos que eran más
avanzados. La lengua inglesa básicamente es una lengua germánica
(con una mezcla moderna de francés normando desde el siglo XI en
adelante). En realidad, el número de palabras de origen celta en la
lengua inglesa es insignificante, mientras que hay muchas más
palabras árabes en la lengua española. La razón para esto es que los
árabes en España tenían un nivel cultural superior a los cristianos
de habla española que los conquistaron. La única explicación
concebible es que los bárbaros anglo-sajones (a quienes Rudgley
considera unas personas muy pacíficas y amables) aplicaron una
política genocida contra el pueblo celta cuyas tierras fueron
tomadas con sangrientas guerras de conquista.
¿Sentimentalismo o ciencia?
Por
lo tanto, podemos poner una regla firme: un pueblo invasor cuya
cultura está en un nivel más bajo que el pueblo conquistado por él,
con el tiempo, será absorbido por la cultura de los conquistados y
no viceversa. Se podría responder que este proceso ocurrió
porque el número de invasores era relativamente pequeño. Pero esto
no se sostiene. En primer lugar, como el propio Rudgley afirma, en
estas vastas migraciones participó un gran número de personas, en
realidad pueblos enteros. En segundo lugar, hay otros muchos
ejemplos históricos que demuestran lo contrario.
Los
mogoles que invadieron la India y establecieron la dinastía Mogul,
que duró hasta que los británicos conquistaron la India, fueron
completamente absorbidos por la forma de vida india que era más
avanzada. Exactamente lo mismo ocurrió en China. Sin embargo, cuando
los británicos conquistaron la India, no fueron absorbidos por la
cultura nativa, sino lo contrario, como explica Marx, destruyeron
completamente la vieja sociedad india que había resistido durante
miles de años. ¿Cómo fue esto posible? Sólo porque Gran Bretaña,
donde el sistema capitalista se había desarrollado rápidamente,
tenía un nivel más alto de desarrollo que la India.
Por supuesto, es posible decir que antes de la
llegada de los británicos, los indios tenían un nivel más alto de
desarrollo cultural. Aunque los conquistadores europeos despreciaban
a los indios, al menos como semi-bárbaros, nada puede estar más
alejado de la realidad. Sobre las bases del antiguo modo asiático de
producción, la cultura india alcanzó niveles prodigiosos. Sus
conquistas en los terrenos del arte, escultura, arquitectura, música
y poesía fueron tan brillantes que incluso provocaron la admiración
de los representantes más cultos del Imperio Británico.
Es igualmente posible deplorar a los supuestamente
civilizados británicos por la forma tan brutal en la que aplastaron
a los indios, con una combinación de engaño, mentiras, asesinatos y
masacres. Esa es toda la verdad, pero falta algo. La verdadera
pregunta que se debe hacer es la siguiente: ¿Por qué los
británicos no fueron absorbidos por la cultura india como les
ocurrió a los mogoles? Después de todo, en este caso, es verdad
que el número de británicos que se asentaron en la India era
insignificante comparado con las masas de este vasto subcontinente.
Después de doscientos años, fueron los indios los que aprendieron
inglés y no viceversa.
Hoy, medio siglo después de la
salida de los británicos, el inglés es aún la lengua oficial de la
India y permanece como la lingua franca de todos los indios y
pakistaníes cultos. ¿Cómo se puede explicar esto? Sólo porque el
capitalismo representa un nivel más elevado de desarrollo que el
feudalismo o el modo asiático de producción. Ese es el factor
decisivo. Quejarse de esto, protestar contra el “imperialismo
cultural” y otras cosas por el estilo puede tener un cierto valor en
el terreno de la agitación (no hay ninguna duda de la conducta
verdaderamente bárbara de los imperialistas en general). Pero
desde un punto de vista científico estos comentarios no nos llevan
muy lejos.
Abordar la historia humana desde un punto
de vista sentimental es peor que inútil. La historia no
conoce la moralidad y funciona según leyes diferentes. La tarea de
cualquier persona que desee comprender la historia es en primer
lugar dejar a un lado todos los elementos moralistas, ya que no
existe ninguna moralidad suprahistórica, ninguna “moralidad en
general”, sino sólo moralidades particulares que pertenecen a
períodos históricos particulares y formaciones socioeconómicas
definidas y no tienen relevancia fuera de ellas.
Desde un punto de vista científico, por lo tanto, no
tiene sentido comparar los niveles morales de la conducta de los
romanos y los bárbaros, los británicos y los indios, los mogoles y
los chinos. Las prácticas inhumanas y bárbaras han existido en cada
período de la historia, si tomamos una vara de medir para juzgar la
raza humana, deberíamos sacar conclusiones muy pesimistas. En
realidad, se podría sostener que cuánto mayor es el grado de
desarrollo, mayor la capacidad de infligir sufrimiento a un mayor
número de personas. La situación del mundo en la primera década del
siglo XXI parece confirmar esta sombría valoración de la historia
humana.
Algunas personas han sacado la conclusión de
que quizá el problema es que ha habido demasiado desarrollo,
demasiado progreso, demasiada civilización. ¿No seríamos más felices
viviendo en un entorno agrícola sencillo -por supuesto en líneas
estrictamente ecológicas- cultivando nuestros propios campos (sin
tractores), haciendo nuestra ropa y amasando nuestro pan? Es decir,
¿no sería mejor si regresáramos a la barbarie?
Debido
a la terrible situación de la sociedad y el mundo bajo el
capitalismo, fácilmente podemos comprender que existan personas que
busquen un escape de la desagradable realidad y que quieran dar
marcha atrás al reloj para regresar a una época dorada. El problema
es que nunca existió esta época. Aquellas personas (normalmente de
clase media) que hablan grandiosamente de las maravillas de la vida
en los días de las comunas agrícolas no tienen idea de lo difícil
que era la vida en aquellos tiempos. Citaremos un manuscrito de un
monje medieval que, a diferencia de nuestros fanáticos de la New Age
(Nueva Era), conocía perfectamente como era la vida bajo el
feudalismo. Este es un extracto de un autor medieval, un monje
llamado Aelfric, que escribió un libro para enseñar conversación
latina en Winchester:
Maestro: ¿Qué haces
labrador, cómo haces tu trabajo? Pupilo: Señor, trabajo muy
duro. Me levanto al amanecer para llevar los bueyes al campo y allí
les acoplaré el arado. Pero el invierno es duro y no me atrevo a
quedarme en casa por temor a mi señor; después de acoplar los
bueyes, pongo la reja y la cuchilla al arado, cada día tengo que
arar un acre o más. Maestro: ¿Alguien te ayuda?.
Pupilo: Tengo a un chico que guía los bueyes con la aguijada
y ahora está afónico del frío. Maestro: ¿Qué otro trabajo
tienes que hacer diariamente? Pupilo: Mucho más. Tengo que
llenar los cubos de los bueyes con heno, darles agua y sacar el
estiércol fuera. Maestro: ¿Es un trabajo duro?
Pupilo: Sí, es un trabajo duro, porque no soy libre.
¡Un par de semanas de trabajo deslomado y de
destrucción del alma, seguramente sería una cura garantizada para
las ilusiones de la mayoría de los intransigentes románticos! Es una
pena no poder hacer un viaje corto en la máquina del tiempo con este
objetivo.
¿Qué es el barbarie?
La palabra “barbarie” se utiliza en diferentes
contextos y para cosas diferentes. Incluso puede ser un insulto
cuando hacemos referencia al comportamiento bárbaro de ciertos
seguidores de fútbol demasiado entusiasta. Para los antiguos griegos
(los primeros que acuñaron la palabra) significaba simplemente “uno
que no habla el idioma” (es decir, el griego). Pero para los
marxistas, normalmente, significa la etapa entre el comunismo
primitivo y la primera sociedad de clases, cuando se empezaron a
formar las clases y con ellas el estado. La barbarie es una fase
transicional, donde la vieja comuna se encuentra en un estado de
decadencia y donde las clases y el estado están en proceso de
formación.
Como las otras sociedades humanas
(incluido el salvajismo, la fase de las sociedades cazadoras y
recolectoras basadas en el comunismo primitivo y que realizaron
maravillosas obras de arte en las cuevas de Francia y el norte de
España), los bárbaros ciertamente tenían cultura, y fueron capaces
de producir objetos de arte muy hermosos y sofisticados. Sus
técnicas de guerra demuestran que también eran capaces de hazañas
extraordinarias de organización y esto se demostró cuando derrotaron
a las legiones romanas. Los romanos comenzaron a copiar las tácticas
militares de los bárbaros, introdujeron el arco corto perfeccionado
por los hunos y otras tribus para disparar desde el caballo.
El período de barbarie representa una parte muy larga
de la historia humana, y está dividida en varios períodos más o
menos diferenciados. En general, se caracterizó por la transición
del modo de producción basado en la caza y la recolección, al
pastoreo y la agricultura, es decir, del salvajismo paleolítico,
pasando por la barbarie neolítica, a la barbarie más elevada de la
Edad de Bronce, que permanece como el umbral de la civilización. El
punto de inflexión decisivo fue lo que Gordon Childe llamó la
revolución neolítica, que representó un gran paso adelante en el
desarrollo de la capacidad productiva humana, y por lo tanto, de la
cultura. Esto es lo que dice Childe:
“Es enorme
nuestra deuda para con estos bárbaros que no conocieron la
escritura. Todas las planta comestibles cultivadas de cierta
importancia han sido descubiertas por alguna sociedad bárbara
innominada”. ( Gordon Childe. Qué sucedió en la historia.
Buenos Aires. Editorial La Pléyade. 1977. p. 69).
Aquí está el embrión de dónde crecieron las aldeas y
las ciudades, la escritura, la industria y todo lo demás que sirve
de base para lo que llamamos civilización. Las raíces de la
civilización se encuentran precisamente en el barbarie, y aún más,
en la esclavitud. El desarrollo del barbarie llevó a la esclavitud o
a lo que Marx llamó el modo asiático de producción.
Sería incorrecto negar la contribución de los pueblos
bárbaros al desarrollo humano. Jugaron un papel vital en determinada
etapa. Poseían cultura, y muy avanzada para el tiempo en el que
vivieron. Pero la historia no se detiene aquí. El nuevo desarrollo
de las fuerzas productivas llevó a nuevas formas socioeconómicas que
llevaron a un nivel cualitativamente más elevado. Nuestra
civilización moderna (tal como es) viene de las conquistas colosales
de Egipto, la Mesopotamia y el Valle del Indo, e incluso más, de
Grecia y Roma.
Mientras que no negamos la existencia
de la cultura bárbara, los marxistas no dudamos en afirmar que ésta
última fue históricamente sustituida por las culturas de Egipto,
Grecia y Roma que crecieron a partir de la barbarie, la superaron y
la sustituyeron. Negar este hecho sería obviar la realidad.
El papel de la esclavitud
Si
miramos todo el proceso de la historia y prehistoria humanas, lo
primero que nos llama la atención es la extraordinaria lentitud con
que se desarrollaron las especies. La evolución gradual de las
criaturas humanas o humanoides y su alejamiento de la condición de
animales, hacia una condición genuinamente humana, transcurrió a lo
largo de millones de años. Durante el primer período que llamamos
salvajismo, caracterizado por un desarrollo muy lento de los medios
de producción, la fabricación de herramientas de piedra y el modo de
existencia cazador-recolector, la línea de desarrollo permanece
prácticamente plana durante un largo período de tiempo. Comienza a
acelerarse precisamente en el período conocido como barbarie
(particularmente con la revolución neolítica) cuando las primeras
comunidades estables se convirtieron en ciudades (como Jericó, que
data de aproximadamente del 7.000 a. C).
Sin embargo,
el crecimiento realmente explosivo ocurre en Egipto, la Mesopotamia,
el Valle del Indo (y también China, Persia, Grecia y Roma). En otras
palabras, el desarrollo de la sociedad de clases coincide con un
aumento masivo de las fuerzas productivas, y como resultado, de la
cultura humana, que alcanza cimas sin precedentes. Este no es el
lugar para mencionar todos los descubrimientos realizados por los
griegos y los romanos. Hay una famosa escena en la película La
vida de Brian de los Monty Piton, donde un entusiasta “luchador
por la libertad” hace una pregunta retórica: “¿Qué han hecho los
romanos por nosotros?” A su pesar recibe una respuesta con una larga
lista de cosas que le debían a los romanos. ¡No deberíamos cometer
el mismo error!
Pero podría hacerse la siguiente
objeción, Grecia y Roma se basaban en la esclavitud, que es una
institución inhumana y aborrecible. Las maravillosas conquistas de
la antigua Atenas se consiguieron bajo la esclavitud. Su democracia
-probablemente la más avanzada del mundo hasta la fecha- era la
democracia de una minoría de ciudadanos libres. La mayoría -los
esclavos- no tenían ningún derecho. Hace poco recibí una carta que
compara desfavorablemente la sociedad esclavista con la barbarie.
Reproduzco un extracto:
“En realidad, las sociedades
primitivas son las menos bárbaras de la historia mundial. Por
ejemplo, sus guerras eran rituales sin apenas víctimas. La barbarie
del nazismo y las guerras de los Balcanes es una característica
típica del capitalismo, igual que el feudalismo o la sociedad
esclavista tenían sus características bárbaras particulares. Los
hechos más bárbaros de la historia son todos, de una forma u otra,
consecuencia de la sociedad de clases”.
Estas líneas
plantean la cuestión de la guerra en un sentido moralista y
no materialista. La guerra siempre ha sido bárbara. Se trata de
asesinar personas de una manera más eficaz. Se puede estar de
acuerdo que en las guerras de las sociedades primitivas se asesinaba
a menos personas que en las guerras modernas. Eso hasta cierto punto
es producto del desarrollo de la ciencia y la técnica que han
llevado a una perfección de la productividad humana, no sólo en la
industria y la agricultura sino también en el campo de batalla.
Engels explica en el Anti-Dühring cómo la historia de la
guerra sólo se puede comprender en términos del desarrollo de los
medios de producción. Los romanos eran menos eficaces en el
asesinato que los bárbaros (al menos en el período de decadencia del
poder romano), y nosotros somos incomparablemente más eficaces que
los romanos, en este terreno y en muchos más.
Los
marxistas no pueden mirar la historia desde el punto de vista de la
moralidad. Aparte de eso, no existe la moralidad suprahistórica.
Toda sociedad tiene su propia moralidad, religión, cultura, etc.,
que se corresponde con un nivel determinado de desarrollo, y, al
menos en el período que llamamos civilización, no se puede observar
desde el punto de vista del número de víctimas, y mucho menos, desde
un punto de vista moral abstracto. Podemos desaprobar las guerras en
general, pero no se puede negar una cosa: durante todo el curso de
la historia humana, todas las cuestiones serias, en última
instancia, se han resuelto de esta forma. Esto se aplica tanto en
los conflictos entre las naciones (guerras) como a los conflictos
entre las clases (revoluciones).
Nuestra actitud
hacia un tipo particular de sociedad y su cultura no puede estar
determinada por consideraciones moralistas. Desde el punto de vista
del materialismo histórico resulta totalmente indiferente que
algunos bárbaros (incluidos mis propios ancestros, los celtas)
fueran cazadores de cabezas o quemasen vivas a las personas en el
interior de estatuas de mimbre para celebrar el solsticio de verano.
Existen los mismos motivos para condenarlos, que para alabarlos por
la hermosa joyería que fabricaron o la poesía que recitaban. Lo que
determina si una formación socioeconómica determinada es
históricamente progresista o no, es en primer lugar, su capacidad de
desarrollar las fuerzas productivas, las bases materiales reales
sobre las que se levanta y desarrolla la cultura humana.
La razón por la cual el desarrollo humano fue tan
terriblemente lento durante un largo período de tiempo, fue
precisamente el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.
El desarrollo real comienza ya en la fase del barbarie, como
explicamos antes. Este fue un acontecimiento progresista en su día,
pero fue superado, negado y sustituido por una forma más elevada que
fue la esclavitud. El viejo Hegel, ese pensador tan profundo y
maravilloso, escribe: “No fue tanto desde la esclavitud como
a través de la esclavitud que la humanidad se emancipó”.
(Lectures on the Philosophy of History, p. 407).
Los romanos utilizaron la fuerza bruta para subyugar
a otros pueblos, vendieron ciudades enteras a la esclavitud,
masacraron a miles de prisioneros de guerra para diversión en el
circo público, e introdujeron métodos muy refinados de ejecución,
como la crucifixión. Sí, todo esto es verdad. Pero también es verdad
que nuestra civilización moderna, nuestra cultura, nuestra
literatura, nuestra arquitectura, nuestra medicina, nuestra ciencia,
nuestra filosofía, incluso en muchos casos, nuestra lengua, proceden
de Grecia y Roma.
No es una tarea difícil leer en voz
alta una larga lista de los crímenes de los romanos (o de los
señores feudales, o de los modernos capitalistas). Es incluso
posible compararlos desfavorablemente, al menos en algunos aspectos,
con las tribus bárbaras frente a las que estaban en más o menos
constante guerra. Esto no es nada nuevo. En realidad, se pueden leer
numerosos pasajes sobre el tema en los escritos del historiador
romano Tácito. Pero hacer esto no nos permite avanzar en nuestra
comprensión de la historia. Sólo lo podemos conseguir si aplicamos
consistentemente el método del materialismo histórico.
El ascenso y la caída de Roma
Aunque el trabajo del esclavo individual no era
muy productivo (los esclavos eran obligados a trabajar), en gran
número los esclavos, en las minas y latifundia (unidades
agrícolas a gran escala) de Roma en el último período de la
República y el Imperio, sí producían una plusvalía considerable. En
el punto álgido del Imperio, los esclavos abundaban y eran baratos,
las guerras de Roma básicamente equivalían a una gran caza de
esclavos. Pero en determinado momento, este sistema llegó a sus
límites y entonces entró en un prolongado período de declive.
Los inicios de la crisis en Roma se pueden ya
observar en el último período de la República, un período
caracterizado por agitaciones sociales, políticas y guerra de
clases. Desde el principio, había una lucha violenta entre los ricos
y los pobres en Roma. Hay informes detallados, en los escritos de
Livy y de otros, de las luchas entre los plebeyos y los patricios,
que terminaron con un compromiso incómodo. El último período, cuando
Roma ya se había convertido en el amo del Mediterráneo después de
derrotar a su poderoso rival: Cartago, no fue otra cosa que una
lucha por la división de los botines.
Tiberio Graco
pidió que la riqueza de Roma se dividiera entre sus ciudadanos
libres. Su objetivo era convertir a Italia en una república de
pequeños campesinos y no de esclavos, pero fue derrotado por los
nobles y los propietarios de esclavos. Esto resultó a largo plazo un
desastre para Roma. El campesinado arruinado -la columna vertebral
de la república y su ejército- huyó hacia Roma donde formó el
lúmpemproletariado, una clase no productiva que vivía a costa
del estado. Aunque resentidos con los ricos, compartían un interés
común en la explotación de los esclavos, la única clase realmente
productiva en el período de la República y el Imperio.
La gran sublevación de esclavos dirigida por
Espartaco fue un episodio glorioso en la historia de la antigüedad.
Los ecos de esta lucha titánica reverberaron durante siglos y aún es
fuente de inspiración. El espectáculo de estas personas oprimidas
levantándose con las armas en la mano e infligiendo una derrota tras
otra a los ejércitos de la potencia más poderosa del mundo, es uno
de los acontecimientos más increíbles en la historia. Si hubieran
conseguido derrocar al estado romano, el curso de la historia se
habría alterado significativamente.
Por supuesto, no
es posible decir exactamente cuál habría sido el resultado. Sin
duda, los esclavos habrían sido liberados. Dado el nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas, la tendencia general habría
sido en dirección hacia alguna clase de feudalismo. Pero al menos la
humanidad se habría ahorrado los horrores de la Edad de las
Tinieblas, y es probable que se hubiera acelerado el desarrollo
económico y cultural.
La razón fundamental del
fracaso final de Espartaco, fue que los esclavos no se vincularon
con el proletariado de las ciudades. En la medida que éste último
continuó apoyando al estado, la victoria de los esclavos era
imposible. Pero el proletariado romano, a diferencia del
proletariado moderno, no era productivo, era sólo una clase
parasitaria que vivía a costa del trabajo de los esclavos y que
dependía de sus maestros. El fracaso de la revolución romana reside
en este hecho.
Marx y Engels señalaron que la lucha
de clases, al final, o termina en la victoria total de una de las
clases, o en la ruina común de las clases en contienda. El
destino de la sociedad romana es el ejemplo muy claro del último
caso. En ausencia de un campesinado libre, el estado estaba obligado
a apoyarse en un ejército mercenario para que luchara sus guerras.
El estancamiento de la lucha de clases provocó una situación similar
al fenómeno moderno del bonapartismo. El equivalente romano se llama
cesarismo.
Los legionarios romanos ya no eran leales
a la República, sino a su comandante, el hombre que les garantizaba
su salario, su botín y un pedazo de tierra cuando se jubilaban. El
último período de la República se caracterizó por una
intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguna
parte fue capaz de conseguir una victoria decisiva. Como resultado,
el estado (que Lenin describió como “cuerpos de hombres armados”)
comenzó a adquirir una independencia cada vez mayor, levantándose
por encima de la sociedad y apareciendo como el árbitro final de las
continuas luchas de poder en Roma.
Hubo toda una
serie de aventureros militares: Mario, Crasso, Pompeyo y finalmente
Julio César, un general brillante, un político inteligente y un
hombre de negocios astuto, que en realidad puso fin a la República
mientras prestaba servicio a ella. Su prestigio aumentó con sus
triunfos militares en Galia, España y Gran Bretaña, y comenzó a
concentrar todo el poder en sus manos. Aunque fue asesinado por una
fracción conservadora que deseaba preservar la República, el viejo
régimen estaba condenado.
En su obra Julio
Cesar, Shakespeare dice de lo siguiente de Bruto: “De todos los
romanos fue el más noble”. Ciertamente, Bruto y los otros
conspiradores que asesinaron a César no carecían de coraje personal
y sus motivos puede que fueran nobles o no. Pero eran unos utópicos
sin esperanza. La república que intentaban defender era un cadáver
corrupto desde hacía mucho tiempo. Después de que Bruto y los otros
fueran derrotados por el triunvirato, la República fue reconocida
formalmente y el primer emperador -Augusto- siguió con esta
pretensión. El mismo título de “emperador” (imperator en
latín) es un título militar, inventado para no utilizar el título de
rey que era demasiado ofensivo para los oídos republicanos. Pero era
un rey en todo, menos en el nombre.
Las formas de la
vieja república sobrevivieron durante mucho tiempo después. Pero
sólo eran eso -formas vacías sin contenido real-, una cáscara vacía
que al final fue arrastrada por el viento. El Senado estaba
desprovisto de todo poder y autoridad real. Julio César había
conmocionado a la respetable opinión pública al nombrar a la Galia
miembro del senado. Calígula mejoró considerablemente esto al
nombrar senador a su caballo. Nadie veía nada malo en esto, y si lo
veían, mantenían la boca cerrada.
Los emperadores
continuaron “consultando” al senado, e incluso consiguieron no
reírse cuando lo hacían. En el último período del Imperio, debido al
declive de la producción, la corrupción y el saqueo, las finanzas
estaban en un estado lamentable, y los romanos ricos eran
regularmente “ascendidos” al rango de senador, para cobrarles
impuestos extras. Según algún humorista romano, un legislador
reticente “era desterrado al senado”.
A menudo ocurre
en la historia que instituciones obsoletas pueden sobrevivir mucho
tiempo después de que haya desaparecido su razón de existir. Desde
ese momento, arrastran una existencia miserable -igual que un
anciano decrépito se aferra a la vida-, hasta que esa institución es
derrocada a través de la revolución. El declive del imperio romano
duró casi cuatro siglos. No fue un proceso continuo. Hubo períodos
de recuperación e incluso brillantez, pero la línea general fue
descendente.
En períodos como este hay un sentimiento
general de malestar. El ambiente predominante es el escepticismo, la
ausencia de fe y pesimismo en el futuro. Las viejas tradiciones, la
moralidad y la religión, cosas que actúan como un cimiento poderoso
para mantener unida a la sociedad, pierden su credibilidad. En lugar
de la vieja religión, la gente busca nuevos dioses. En su período de
declive, Roma se vio inundada con una plaga de sectas religiosas
procedentes de oriente. La cristiandad era una de esas sectas,
aunque al final triunfó, tuvo que luchar duramente con numerosos
rivales, como el culto Mitra.
Cuando la gente cree
que el mundo en el que viven se tambaleaba, que han perdido el
control de su existencia, que sus vidas y destinos están
determinados por fuerzas invisibles, entonces aparecen las
tendencias irracionales y místicas. La gente cree que está cerca el
final del mundo. Los primeros cristianos creían esto fervientemente,
pero muchos otros recelaban de ello. En realidad, lo que se
aproximaba era el final, no del mundo, sino de una forma particular
de sociedad, la sociedad esclavista. El éxito de la cristiandad se
encuentra aquí y estaba relacionado con este ambiente general. El
mundo era horrible y pecaminoso. Era necesario dar la espalda al
mundo, a todas sus obras y mirar hacia otra vida después de la
muerte.
En realidad, estas ideas ya fueron anunciadas
por las tendencias filosóficas de Roma. Cuando los hombres y mujeres
pierden toda esperanza en la sociedad existente, hay dos opciones: o
intentan llegar a una comprensión racional de lo que está ocurriendo
y luchan para cambiar la sociedad, o bien vuelven la espalda a la
sociedad en su conjunto. En el período de declive, la filosofía
romana estaba dominada por el subjetivismo: el estoicismo y el
escepticismo. Desde un ángulo diferente, Epicuro pensaba que las
personas buscaban la felicidad y aprendían a vivir sin temor. Es una
filosofía sublime, pero en el contexto dado, sólo podía apelar a los
sectores más inteligentes de las clases privilegiadas. Finalmente,
aparece la filosofía neo-platonista de Plotino, con su abierto
misticismo y superstición, y al final proporciona una justificación
filosófica a la cristiandad.
Cuando los bárbaros
invadieron, toda la estructura estaba al borde del colapso, no sólo
económica, también moral y espiritualmente. No es de extrañar que
los bárbaros fueran bienvenidos como libertadores de los esclavos y
sectores más pobres de la sociedad. Simplemente completaron un
trabajo que estaba preparado por adelantado. Los ataques bárbaros
fueron un accidente histórico que sirvió para expresar una necesidad
histórica.
Por qué triunfaron los bárbaros
¿Cómo es posible que una cultura tan desarrollada
fuera superada tan fácilmente por una más primitiva y atrasada? Los
gérmenes de la destrucción de Roma estaban presentes mucho antes de
las invasiones bárbaras. La contradicción básica de la economía
esclavista es que, paradójicamente, se basaba en la baja
productividad del trabajo. El trabajo esclavista es sólo
productivo cuando es empleado a escala masiva. La condición previa
para esto es un suministro amplio de esclavos a bajo costo. Como los
esclavos se reproducían lentamente en cautiverio, la única forma de
tener un suministro suficiente de esclavos era con continuas
guerras. Cuando el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo
Adriano, esto se convirtió en algo muy difícil.
Cuando el Imperio alcanzó sus límites y las
contradicciones inherentes a la esclavitud comenzaron a afirmarse,
Roma entró en un largo período de declive que duró más de
cuatrocientos años, hasta que finalmente fue rebasado por los
bárbaros. Las migraciones de masas que provocaron el colapso del
Imperio fueron un fenómeno común entre los pueblos pastores nómadas
de la antigüedad y ocurrieron por varias razones: necesidad de
tierras de pastoreo como resultado del crecimiento de la población,
cambios climáticos, etc.
En este caso, los pueblos
más asentados de las estepas occidentales y Europa oriental, fueron
echados de sus tierras debido a la presión de las tribus nómadas más
atrasadas que venían de oriente, los hsiung-un, más conocidos como
los hunos. ¿Estos bárbaros tenían cultura? Sí, tenían una especie de
cultura, como todos los pueblos en el amanecer de la historia tenían
una cultura. Los hunos no tenían conocimientos de agricultura, pero
su horda era una formidable maquina de lucha. Su caballería no tenía
paralelo en el mundo en aquella época. Se dice de ellos que su país
era el lomo de un caballo.
Sin embargo,
desgraciadamente para Europa, los hunos en el siglo cuatro se
toparon con una cultura más avanzada, una civilización que conocía
el arte de la construcción, que vivía en ciudades, que poseían un
ejército disciplinado: China. La destreza en la lucha de estos
guerreros temidos de las estepas de Mongolia no tenía nada que ver
con los civilizados chinos, que construyeron la Gran Muralla -una
formidable obra de ingeniería-, para mantenerlos fuera.
Derrotados por los chinos, los hunos se volvieron a
occidente, dejando tras de sí una estela de destrucción y
devastación. Atravesaron lo que ahora es Rusia y se toparon con los
godos, en el año 355, en la actual Rumania. Aunque las tribus godas
tenían un nivel de desarrollo superior a los hunos, fueron reducidas
a pedazos y obligadas a huir a occidente. Los supervivientes -unos
80.000 hombres, mujeres y niños desesperados sobre primitivos
carros- salieron hacia las fronteras del Imperio Romano en el
momento en que el declive de la sociedad esclavista había alcanzado
un punto donde su capacidad para defenderse estaba seriamente
debilitada. Los visigodos (godos occidentales), que tenían un nivel
inferior de desarrollo que los romanos, los derrotaron. El
historiador romano Ammianus Marcellinus describió este choque entre
dos mundos extraños como “la derrota romana más desastrosa desde
Cannas (frente a Aníbal)”. (Ammianus, xxxi, 13).
Con una velocidad impresionante abandonaron la
mayoría de las ciudades. Es verdad que este proceso no comenzó con
los bárbaros. La decadencia de la economía esclavista, la naturaleza
monstruosamente opresiva del Imperio con su enorme burocracia y
agresivos impuestos agrícolas, estaba ya minando todo el sistema. El
campo iba a la deriva y ya se estaban creando las bases para el
desarrollo de un modo de producción diferente: el feudalismo. Los
bárbaros simplemente dieron el coup de grâce a un sistema
podrido y moribundo. Todo el edificio estaba podrido y, simplemente,
le dieron el último empujón.
La aparentemente
inexpugnable línea romana a lo largo del Danubio y el Rin colapsó.
En determinado momento, diferentes tribus bárbaras, incluidos los
hunos, convergieron en un ataque unido contra Roma. El jefe godo
Alarico (que a propósito, era un cristiano arriano y un antiguo
mercenario romano) dirigió a 40.000 godos, hunos y esclavos
liberados a través de los Alpes julianos y ocho años después
saquearon la propia Roma. Aunque Alarico, que era una persona
relativamente ilustrada, parece que perdonó a los ciudadanos de
Roma, no pudo controlar a los hunos y esclavos liberados, que se
dedicaron al asesinato, saqueo y la violación. Destruyeron y
fundieron valiosas piezas de escultura y obras de arte. Esto sólo
fue el principio. En los siglos posteriores, llegaron de oriente
sucesivas oleadas de bárbaros: visigodos, ostrogodos, alanos,
lombardos, suevos, alamanos, borgoñanos, francos, burgundios,
frisianos, hérulos, anglos, sajones, jutos, hunos y magiares, que
encontraron su camino hacia Europa. El todopoderoso y eterno imperio
quedó reducido a cenizas.
¿Retrocedió la
civilización?
¿Es correcto decir que el
derrocamiento del Imperio Romano por los bárbaros hizo retroceder la
civilización humana? A pesar de la reciente campaña ruidosa de los
“amigos de la sociedad bárbara”, no hay duda de esto, y se puede
demostrar fácilmente con hechos y cifras. El efecto inmediato de
la embestida bárbara fue destruir la civilización y arrojar la
sociedad y el pensamiento humano mil años atrás.
Las fuerzas productivas sufrieron una interrupción
violenta. Las ciudades fueron destruidas o abandonadas según la
población huía al campo en busca de comida. Incluso nuestro amigo
Rudgley se ve obligado a admitir: “Los únicos restos arquitectónicos
que dejaron los hunos son las cenizas de las ciudades que quemaron”.
Y no sólo los hunos. El primer acto de los godos fue quemar la
ciudad de Mainz. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué no se limitaron a
ocuparla? La respuesta está relacionada con el atraso del desarrollo
económico de los invasores. Eran un pueblo agrícola y no conocían
nada de las ciudades. Los bárbaros en general eran hostiles a las
ciudades y sus habitantes (una psicología que es muy común entre los
campesinos de todos los períodos).
San Jerónimo
describe los resultados de esta devastación: “En aquellos países
desérticos nada quedó excepto el cielo y la tierra; después de la
destrucción de las ciudades y la extirpación de la raza humana, la
tierra se cubrió de hierba, densos bosques y zarzas inexpugnables; y
esa desolación universal, anunciada por el profeta Zephanias, estuvo
acompañada de la escasez de bestias, pájaros e incluso peces”.
(Citado por Gibbon. Historia de la decadencia y caída del Imperio
Romano, vol. 3, p. 49. En la edición inglesa).
Estas líneas fueron escritas veinte años antes de la
muerte del emperador Valente, cuando comenzaron las invasiones
bárbaras. Describen la situación en la provincia natal de San
Jerónimo, Pannonia (la actual Hungría) donde las sucesivas oleadas
de invasores provocaron la muerte y la destrucción a una escala
inimaginable. Al final, Pannonia fue completamente despoblada, más
tarde ocupada por los hunos y finalmente ocupada por la población
magiar. Este proceso de devastación, violación y pillaje continuó
durante siglos, dejando tras de sí una herencia terrible de atraso,
en realidad, de barbarie, que llamamos la Edad de las
Tinieblas. Veámoslo en la siguiente cita:
“La Edad de
las Tinieblas fue absoluta en toda su dimensión. Las hambrunas y las
plagas culminaron en la peste negra y sus recurrentes pandemias, que
repetidamente reducían la población. Los supervivientes padecían
raquitismo. Los extraordinarios cambios climáticos trajeron
tormentas y riadas, que provocaron desastres mayores porque el
sistema de alcantarillado del imperio, como la mayoría de la
infraestructura romana, ya hacía mucho que no funcionaba. Se habla
mucho de la Edad de las Tinieblas, en el año 1500, mil años después
de su abandono, las carreteras construidas por los romanos todavía
eran las mejores del continente. Las otras estaban en tal estado de
abandono que eran inservibles; lo mismo ocurrió con todos los
puertos europeos hasta el siglo XVIII, cuando de nuevo comenzó a
florecer el comercio. Entre las artes que se perdieron se encontraba
la albañilería; en toda Alemania, Inglaterra, Holanda y Escandinavia
prácticamente no había edificios de piedra, excepto las catedrales,
que se levantaron a lo largo de diez siglos. Las herramientas
agrícolas básicas de los siervos eran las piquetas, horcas,
rastrillos, guadañas y hoces. Como escaseaba el hierro, no había
rejas de arado con rueda, ni vertederas. La ausencia de arados no
era el principal problema en el sur, donde los campesinos contaban
con la luz de la tierra mediterránea, pero la tierra dura del norte
de Europa tenía que moverse con la mano. Aunque había caballos y
bueyes, su uso era limitado. El collar del caballo, los arneses y el
estribo no existieron hasta el año 900. Por lo tanto, era imposible
atar a los animales en tándem. Los campesinos trabajaban duro,
sudaban y, con frecuencia, caían agotados antes que sus animales”.
(William Manchester. A World Lit Only by Fire. pp. 5-6. En la
edición inglesa).
El ascenso del sistema feudal
después del colapso de Roma, estuvo acompañado por un largo período
de estancamiento cultural en toda Europa. Con la excepción de dos
inventos: el molino de agua y el de viento, no hubo otras
innovaciones durante aproximadamente mil años. En otras palabras,
existió un eclipse total de la cultura. Esto fue el resultado
del colapso de las fuerzas productivas, de lo que, en última
instancia, depende la cultura. Si no se comprende esto, entonces es
completamente imposible tener una comprensión científica de la
historia.
El pensamiento humano, el arte, la ciencia
y la cultura cayeron hasta su nivel más primitivo, sólo
experimentaron una relativa recuperación cuando los árabes
introdujeron en la Europa medieval las ideas de los griegos y los
romanos. De nuevo se volvió a atar el nudo de la historia en el
período que conocemos como Renacimiento. La lenta recuperación del
comercio llevó a la aparición de la burguesía y la recuperación de
las ciudades, las más destacadas en Flandes, Holanda y el norte de
Italia. Pero es un hecho real que la civilización retrocedió mil
años. Esto es lo que significa una línea descendiente de la
historia. Y no se puede pensar que esto no puede volver a ocurrir.
Socialismo o barbarie
El
conjunto de la historia humana consiste precisamente en la lucha de
la humanidad para levantarse por encima del nivel animal. Esta larga
lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros lejanos
ancestros humanoides se pusieron erectos y después fueron capaces de
liberar las manos para el trabajo manual. La producción de los
primeros raspadores de piedra y hachas manuales fue el principio de
un proceso a través del cual los hombres se convirtieron en humanos
a través del trabajo. Desde entonces, las sucesivas fases de
desarrollo social se han producido sobre la base de los cambios en
el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, es decir, de
nuestro poder sobre la naturaleza.
A través de la
mayor parte de la historia humana este proceso se ha producido de
una forma muy lenta, como señalaba The Economist en vísperas
del nuevo milenio:
“Durante casi toda la historia
humana, el avance económico ha sido tan lento como para ser
imperceptible en el lapso de una vida. Siglo tras siglo, la tasa
anual de crecimiento económico fue, con un decimal, igual a cero.
Como el crecimiento era tan lento, era imperceptible para los
contemporáneos, e incluso en retrospectiva, parece que el nivel de
vida no aumentaba (que es lo que hoy en día significa crecimiento),
excepto para un segmento pequeño de la población. Con el fin del
milenio, el progreso, para todos excepto una pequeña elite,
significó esto: lentamente para la mayoría de las personas era
posible vivir, pero con el más mínimo nivel de subsistencia”.
(The Economist, 31/12/1999).
La relación entre
el desarrollo de la cultura humana y las fuerzas productivas estaba
ya claro para ese gran genio de la antigüedad: Aristóteles, quien
explicó en su libro Metafísica que “el hombre comienza
filosofar cuando tiene satisfechos sus medios de subsistencia”,
y añadió que la razón por la cuál en Egipto se descubrieron la
astronomía y las matemáticas, era porque la casta sacerdotal no
tenía que trabajar. Esta es una comprensión materialista de la
historia. Es la respuesta a todas las tonterías de los utópicos que
imaginan que la vida sería espléndida si pudiéramos “volver a la
naturaleza”, es decir, regresar a un nivel de existencia animal.
La posibilidad real del socialismo depende del
desarrollo de los medios de producción a un nivel superior que la
mayoría de las actuales sociedades capitalistas desarrolladas, como
EEUU, Alemania o Japón. Marx lo explicó incluso antes de escribir
El Manifiesto Comunista. En La ideología alemana
escribe que “donde la pobreza se generaliza toda la vieja porquería
resucita”. Por “la vieja porquería” se entendía la opresión, la
desigualdad y la explotación. La Revolución de Octubre degeneró en
el estalinismo porque quedó aislada en un país atrasado donde las
condiciones materiales para la construcción del socialismo estaban
ausentes.
A pesar de que el capitalismo es el sistema
más explotador y opresivo que jamás ha existido; a pesar de que en
las palabras de Marx: “el capital entró en la escena de la historia
derramando sangre por cada poro”, sin embargo, representó un paso
adelante colosal para el desarrollo de las fuerzas productivas, y
por lo tanto, un enorme desarrollo de nuestro poder sobre la
naturaleza. El desarrollo de la industria, la agricultura, la
ciencia y la tecnología han trasformado el planeta y puesto las
bases para una revolución total que por primera vez nos convertiría
en seres humanos libres.
Procedemos de la esclavitud,
el barbarie y el feudalismo, cada una de estas etapas representó una
etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas y la
cultura. El capullo desaparece cuando la flor florece, se trata de
una negación, pero una cosa no contradice a la otra. Son etapas
necesarias y se deben tomar en su conjunto. Es absurdo negar el
papel histórico de la barbarie o de cualquier otra etapa del
desarrollo humano. Pero la historia continúa.
Cada
fase del desarrollo humano tiene sus raíces en todas las fases
anteriores. Esto es verdad tanto en la evolución humana como en el
desarrollo social. Hemos evolucionado de las especies más bajas y
estamos genéticamente relacionados incluso con las formas más
primitivas de vida, y lo ha demostrado concluyentemente la
descripción del genoma humano. Estamos separados de nuestros
parientes vivos los chimpancés por una diferencia genética inferior
al dos por ciento. Pero ese pequeño porcentaje representa un salto
cualitativo tremendo.
De la misma forma, el
desarrollo del capitalismo ha puesto las bases para una nueva etapa,
cualitativamente superior (sí superior), del desarrollo
humano, a la que llamamos socialismo. La crisis actual del mundo no
es otra cosa que un reflejo de que el desarrollo de las fuerzas
productivas están entrando en conflicto con la camisa de fuerza de
la propiedad privada y el estado nacional. El capitalismo hace ya
mucho que dejó de jugar un papel progresista y se ha convertido en
un monstruoso obstáculo para un nuevo desarrollo. Hay que eliminar
este obstáculo si la humanidad quiere seguir adelante. Si no se
elimina a tiempo, una terrible amenaza pende sobre la cabeza de la
raza humana.
El embrión de la nueva sociedad ya está
madurando dentro del útero de la vieja. Los elementos de la
democracia obrera ya existen en la forma de las organizaciones
obreras, los comités sindicales, los sindicatos, las cooperativas,
etc. El período que se nos abre, será una lucha de vida o muerte,
una lucha por parte de aquellos elementos de la nueva sociedad que
ya están apareciendo, y una resistencia igualmente feroz por parte
del viejo orden que quiere evitar que esto ocurra.
En
determinado momento este conflicto -su perfil ya se puede ver en las
huelgas generales en Europa, en los movimientos revolucionarios en
Argentina en diciembre pasado y otros países latinoamericanos, y la
rebelión de la juventud en todas partes- alcanzará un punto crítico.
Ninguna clase dominante en la historia ha entregado su poder y
privilegios sin una lucha feroz. La crisis del capitalismo
representa no sólo una crisis económica que amenaza los empleos y el
nivel de vida de millones de personas en todo el mundo. También
amenaza la misma base de la existencia civilizada. Se trata de una
amenaza que haría retroceder a la humanidad en todos los frentes. Si
el proletariado, la única clase genuinamente revolucionaria, no
consigue derrocar el dominio de los bancos y los monopolios, el
escenario estará preparado para el colapso de la cultura y el
regreso al barbarie.
En realidad, para la mayoría de
la población occidental (y no sólo en occidente) las manifestaciones
más obvias y dolorosas de la crisis del capitalismo no son
económicas, sino aquellos fenómenos que afectan su vida personal en
los puntos más sensibles y emocionales: la ruptura de la familia, la
epidemia de crimen y violencia, el colapso de los viejos valores y
la moralidad y nada que lo sustituya, el constante estallido de
guerras, todo esto provoca un sentimiento de inestabilidad, una
ausencia de fe en el presente o el futuro. Estos son los síntomas
del callejón sin salida del capitalismo que, en última instancia
(aunque no sólo en última instancia) es el resultado de la rebelión
de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza de la
propiedad privada y el estado nacional.
Fue Marx
quien señaló que había dos posibilidades para la especie humana:
socialismo o barbarie. La democracia formal, que los
trabajadores europeos y estadounidenses consideran como algo normal,
en realidad es una estructura muy frágil que no dudará en emprender
el camino hacia la dictadura en el futuro. Y debajo de la débil capa
de cultura y civilización modernas, hay fuerzas que se asemejan a la
peor de las barbaries. Los recientes acontecimientos en los Balcanes
son un recuerdo de esto. Las normas civilizadas se pueden romper
fácilmente y los demonios del pasado pueden resurgir incluso en la
nación más civilizada. ¡Sí, la historia conoce una línea ascendente
y una descendente!
La cuestión por lo tanto se
plantea en términos absolutos. En el próximo período, o la clase
obrera toma en sus manos el funcionamiento de la sociedad,
sustituyendo el decrépito sistema capitalista con un nuevo orden
social basado en la planificación armoniosa y racional de las
fuerzas productivas y el control consciente de hombres y mujeres de
su propia vida y destino, o nos enfrentaremos con una espectáculo
espantoso de colapso social, económico y cultural.
Durante miles de años la cultura ha sido el monopolio
de una minoría privilegiada, mientras que la gran mayoría de la
humanidad ha quedado excluida del conocimiento, la ciencia, el arte
y el gobierno. Incluso ahora, esto es así. A pesar de todas nuestras
pretensiones no estamos realmente civilizados. Nuestro mundo no
merece ese nombre. Es un mundo bárbaro, habitado por personas que no
han superado todavía su pasado bárbaro. La vida todavía es una lucha
cruel e implacable por existir para la gran mayoría del planeta, no
sólo en el mundo subdesarrollado, también en los países capitalistas
desarrollados.
Sin embargo, el materialismo histórico
no nos permite sacar conclusiones pesimistas, todo lo contrario. La
tendencia general de la historia humana ha sido en dirección de un
mayor desarrollo de nuestro potencial productivo y cultural. Los
grandes acontecimientos de los últimos cien años por primera vez han
creado una situación donde todos los problemas a los que se enfrenta
la humanidad se pueden resolver fácilmente. El potencial para una
sociedad sin clases ya existe a escala mundial. Es necesario
producir un plan racional y armonioso de las fuerzas productivas
para que este inmenso potencial, prácticamente infinito, se pueda
realizar.
Sobre la base de una revolución real de la
producción, sería posible conseguir tal nivel de abundancia que
hombres y mujeres ya no tendrían que preocuparse por sus necesidades
cotidianas. Las preocupaciones humillantes y los temores que acechan
a todos los hombres y mujeres desaparecerán. Por primera vez, los
seres humanos libres serán los dueños de su destino. Por primera
vez, serán realmente humanos. Sólo entonces, comenzará la historia
real de la raza humana.
Londres, 17 de junio de
2002
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