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Marxismo y anarquismo.
Por EL MILITANTE -
Sunday, Jun. 26, 2005 at 7:34 PM
Fundación Federico Engels .. Documentos El
Militante MARXISMO Y
REVOLUCIÓN índice Presentación El presente documento dedica una buena parte de su
contenido a cuestiones teóricas pero sin duda su finalidad es práctica. Al
fin y al cabo la revolución socialista es una cuestión práctica y para
nosotros, como marxistas revolucionarios, la validez de cualquier
aportación en el terreno de las ideas se mide por su contribución al
triunfo de la lucha contra el capitalismo, contra una sociedad injusta que
somete a la mayoría de la población del planeta a la miseria y a la
opresión y, que históricamente, ha dejado de jugar un papel
progresista. La controversia entre el marxismo y el anarquismo no es
algo nuevo. Existe mucho material escrito por los propios clásicos (Marx,
Engels, Lenin y Trotsky por un lado y Proudhom, Bakunin, Kropotkin y
Malatesta por otro) y a él remitimos a todos los que quieran profundizar
más en el tema. Pero si algún sentido tiene ahora un material sobre el
anarquismo desde el punto de vista del marxismo revolucionario, es para
situarlo en el contexto actual de la lucha de clases. Por esta razón, en
la polémica con los seguidores del anarquismo, los marxistas empezamos por
plantear los siguientes interrogantes: ¿Se puede derrocar el capitalismo y
el Estado que lo sostiene? ¿Cómo? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué métodos? ¿Qué
papel juegan los partidos y cuál debe ser nuestra posición, como
revolucionarios, hacia ellos? ¿Y hacia los sindicatos, hacia las
elecciones, hacia el parlamento? ¿Qué reivindicaciones debemos defender y
cuáles combatir? Viejas preguntas que están en la cabeza de miles
de jóvenes y trabajadores que se aproximan ahora a la participación
consciente en la lucha. I. Teoría y práctica del
anarquismo Durante los últimos años la idea central que la
burguesía ha transmitido a través de los medios de comunicación de masas,
de sus ideólogos, sociólogos, subrayaba que el sistema social capitalista
es el fin de la historia. Para ellos, todos los intentos de
transformar la situación y de cuestionar su poder son considerados, como
mínimo, una lamentable pérdida de tiempo. Otros, de una forma más
condescendiente, en la medida en que perciben que esos intentos aún están
muy frescos en la memoria colectiva, optan por presentarlos como actos
cargados de utopía; simpáticos pero sin ninguna posibilidad de triunfo. En
ese sentido, el tratamiento que la burguesía dio y sigue dando al Mayo del
68 francés es un extraordinario modelo de manipulación histórica. Algo
parecido ocurre con el proceso revolucionario de Chile que acabó con el
golpe de Estado de Pinochet en 1973. Pero esos acontecimientos y muchos
otros —como la Revolución de los Claveles en Portugal de 1974, la
Revolución Rusa de 1917 o la revolución española en los años treinta—, por
encima de la visión caricaturizada y simplificada que nos presenta la
burguesía, fueron verdaderos procesos revolucionarios. Eran el reflejo del
cambio brusco que se produjo en la conciencia de millones de trabajadores,
jóvenes, campesinos... y que les impulsaron, parafraseando a Trotsky, "a
tomar el destino de la historia en sus propias manos". La idea del fin de la historia no es nueva. Siempre la
clase dominante cree que el sistema que le permite obtener sus
privilegios, sus beneficios, su prestigio es el único posible, el más
justo, y que por lo tanto es el encumbramiento del progreso humano, la
realización de la sociedad ideal tras siglos de perfeccionamiento y
evolución gradual. Se olvidan u ocultan deliberadamente que el propio
sistema capitalista fue también producto de un proceso revolucionario. Un sistema condenado Si el capitalismo fuera lo único posible la humanidad
estaría condenada a una pesadilla eterna. El sistema social capitalista
significa desigualdad creciente, explotación, desempleo, opresión,
militarismo, hipocresía, manipulación, violencia, ignorancia. Ni siquiera en el periodo posterior a la II Guerra
Mundial, la etapa más próspera de toda la historia del capitalismo, hubo
un sólo día de paz en el mundo. La muerte por hambre es una realidad en
buena parte del planeta. La persecución, el asesinato y la tortura contra
los que defienden los derechos de los más pobres o determinadas ideas
políticas, jamás han dejado de practicarse de una forma generalizada en la
mayoría de los países, incluso en los que aparentan ser "democracias
respetables". En realidad, tan sólo en Japón, EEUU y algunos países de
Europa, se alcanzaron niveles de vida más o menos decentes, debido a la
universalización de la sanidad, de la educación, del seguro de desempleo,
y todo ello, producto de la lucha del movimiento obrero. Pero si algo
caracteriza la etapa en la que vivimos es que todo lo que ha hecho posible
una vida más o menos civilizada está bajo ataque de la burguesía en todos
los países del mundo. El paro ha llegado a cifras similares a los años 30. Tan
sólo en Europa Occidental, según cifras oficiales, hay cerca de 18
millones de parados, el 10,6% de la población activa. La cifra para el
Estado español es de un 16%. Pero incluso en Alemania, el país "fuerte" de
Europa, el desempleo ha superado los cuatro millones por primera vez desde
la época de Hitler. El nivel de pobreza en los países capitalistas avanzados
ha llegado a niveles nunca vistos. Por primera vez en generaciones, tal
como plantea el conocido Informe Petras sobre la situación de la
juventud en el Estado español, los hijos no superarán el nivel de vida de
sus padres. La independencia familiar, el empleo estable es una
perspectiva casi imposible para la juventud. La otra cara de la moneda son los beneficios millonarios
que las multinacionales y los grandes bancos están obteniendo. Beneficios
que salen no tanto de la creación de riqueza como de la reducción
generalizada de los salarios y de los gastos sociales, de la
intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, de la oleada de
privatizaciones de empresas públicas rentables y, por supuesto, del saqueo
de los países subdesarrollados. La concentración de la riqueza ha llegado a niveles
desconocidos. En EEUU, 500 grandes monopolios controlan el 92% de los
ingresos nacionales. A escala mundial, las mil mayores compañías tenían
ingresos por valor de ocho billones de dólares, lo que equivale a una
tercera parte de los ingresos mundiales. En EEUU, el 0,5% de los hogares
más ricos posee la mitad de los activos financieros en manos de
individuos. Pero paradójicamente donde más han calado todas esas
patrañas de la burguesía acerca de las lindezas del mercado es en los
dirigentes de las organizaciones sindicales y políticas de la clase
obrera. Es lógico que la burguesía trate de convencernos de la
"inevitabilidad" de su sistema y de la superioridad de la economía de
mercado. Lo que no es tan lógico es que esto lo crean los dirigentes de
las organizaciones obreras. Pero esto tampoco es un fenómeno nuevo. Los periodos de
crecimiento capitalista más o menos prolongados, aun aquellos que sólo han
beneficiado a una pequeña parte de los trabajadores de todo el mundo, han
tenido un efecto en los dirigentes de los partidos y sindicatos obreros en
el sentido de aumentar su confianza en el capitalismo, abandonando
cualquier pretensión de transformar la sociedad. Ilusiones en el capitalismo Este fenómeno también se produjo tras el boom
económico de finales del siglo XIX y la primera década del sigo XX. Los
dirigentes de los sindicatos y los partidos obreros de masas de entonces
creyeron que el capitalismo había superado sus crisis, confundiendo una
recuperación temporal con la superación definitiva de la enfermedad.
Abandonaron las ideas revolucionarias que originalmente habían defendido y
pasaron a ideas más "realistas", entiéndase
reformistas.. La aceptación de la lógica del sistema capitalista les
llevó muy lejos. Aquel boom económico, desembocó en una crisis
aguda y en la I Guerra Mundial, una guerra imperialista en la que las
distintas potencias se disputaron el mercado mundial utilizando a millones
de jóvenes como carne de cañón. La mayoría de los líderes de los partidos
obreros integrantes de la II Internacional, que ya habían echado el
marxismo y sus ideas revolucionarias por la borda desde hacía tiempo,
abandonaron cualquier posición internacionalista y apoyaron a sus
respectivas burguesías nacionales y los presupuestos de guerra; no sólo
los reformistas, también el ruso Kropotkin, uno de los principales
ideólogos del anarquismo de todos los tiempos, se dejó arrastrar por la
oleada chovinista desatada por la burguesía y se posicionó a favor de Gran
Bretaña, Francia y Rusia durante la guerra. En la actualidad vivimos una situación que tiene un
cierto parecido con aquella; la práctica totalidad de los dirigentes de
las organizaciones obreras creen que la "salud" del capitalismo es
excelente, que el libre mercado ha sido capaz de amortiguar
definitivamente las tensiones sociales precisamente cuando lo más probable
es que el capitalismo entre en una profunda recesión económica. Y al igual
que sus homólogos a principios del siglo XX, apoyan incondicionalmente las
intervenciones militares del imperialismo, en nombre de la "democracia" y
la "libertad". En general suele ocurrir que los "dirigentes" obreros,
más que estar al frente de las movilizaciones, más que anticiparse a los
ataques de la burguesía y preparar a los trabajadores para responderlos,
más que fomentar la desconfianza en la búsqueda de soluciones a los
problemas bajo el capitalismo, más que actuar al fin y al cabo como
dirigentes de la clase, se ponen al culo de la lucha, se oponen a
ella, dificultan el proceso de toma de conciencia, y se convierten en
instrumentos de la burguesía, en sus lugartenientes en las filas del
movimiento obrero. El papel de los dirigentes reformistas Ese es el factor más importante de la situación política
actual, no sólo en el Estado español sino en todo el mundo: el alejamiento
de los dirigentes de las aspiraciones y de los sentimientos de los
trabajadores y de la juventud. Los años de gobierno del PSOE, con una
política que giró progresivamente a la derecha, su "oposición de
terciopelo" a la política del PP una vez en la oposición, la política
sindical de los dirigentes de UGT y CCOO, con la firma de acuerdos que han
permitido al gobierno de la derecha presentar ataques (reforma laboral,
pensiones...) como ¡conquistas para los trabajadores!, son hechos que
influyen en la situación política. ¿Por qué existe esta tendencia, que es un fenómeno que
se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia del movimiento
obrero? En realidad las presiones de la burguesía, del sistema,
se ejercen fundamentalmente sobre los dirigentes de los partidos y de los
sindicatos obreros. En la medida que no tienen una perspectiva
revolucionaria consciente, producto de la compresión real de cómo funciona
el capitalismo, los dirigentes suelen ser mucho más vulnerables a las
presiones de la clase dominante, que les enseña su cara amable, les hace
copartícipes de algunos de sus privilegios y les integra otorgándoles la
credencial de "agentes sociales". Al abandonar la perspectiva de la
transformación de la sociedad, la perspectiva del socialismo, pasan a
aceptar la idea de que cualquier política de mejoras de las condiciones de
vida tiene como límite las posibilidades del sistema. Por eso, en líneas
generales, cuando el margen de maniobra económico que da el sistema es
escaso no sólo se moderan la demandas económicas sino los derechos
sindicales, las libertades políticas..., en coherencia con su idea de
fondo según la cual el capitalismo es el único sistema posible. El Gobierno PSOE llegó a aprobar la ley Corcuera.
Ahora el PP, la derecha pura y dura, utiliza esta ley contra el movimiento
estudiantil y las huelgas obreras, y llega mucho más lejos al suscribir
con el apoyo de los dirigentes del PSOE la Ley de Partidos Políticos, que
constituye el mayor ataque a la libertad de organización, expresión y
reunión desde la caída de la dictadura de Franco. Si nos remontásemos en
la historia, durante la II República el gobierno socialista-republicano
aprobó la ley en defensa de la república, que castigaba con la cárcel
cualquier insulto u ofensa a la autoridad y que fue utilizada a fondo por
la derecha durante el Bienio Negro, para reprimir la lucha de los
trabajadores y los jornaleros. Sin embargo nada ni nadie puede detener el proceso que
conduce a situaciones revolucionarias, a un enfrentamiento abierto entre
las clases. La burguesía y los reformistas pueden retardar el proceso,
pero no evitarlo. La revolución es un proceso objetivo y hunde sus raíces
en la incapacidad del sistema capitalista de hacer progresar la
sociedad. De igual manera que el reformismo es una tendencia
política inevitable, también existen y surgen, en el seno del movimiento
obrero y basándose en la experiencia de los acontecimientos, tendencias
revolucionarias. Cuando la situación de la lucha de clases entra en una
fase más aguda, no es menos cierto que un giro a la izquierda de los
dirigentes puede animar todavía más la radicalización de los trabajadores,
sobrepasando con creces en la práctica, el radicalismo que tienen
los dirigentes de palabra. Eso ocurrió, por ejemplo, con Largo
Caballero, dirigente del PSOE, que llegó a participar en los Consejos de
Trabajo de la dictadura de Primo de Rivera y tras la experiencia de la
primera etapa del gobierno republicano y el ascenso del fascismo en
Europa, defendió la "dictadura del proletariado" y la revolución generando
verdadero entusiasmo entre los trabajadores y campesinos de todo el Estado
español. De la misma manera que las presiones del capitalismo
empujan a la dirección de los partidos obreros hacia la derecha, la clase
obrera ejerce una presión en sentido contrario. La convocatoria de la
huelga general del 20 de junio de 2002 es un ejemplo claro. Fue la presión
del movimiento desde abajo, que se expresaba en huelgas sectoriales muy
radicalizadas, en la oposición del movimiento estudiantil a las
contrarreformas educativas del PP, en las masivas manifestaciones
antiglobalización, lo que empujó a las direcciones de CCOO y UGT a
responder con la huelga al decretazo que recortaba los derechos sociales
de los parados. Por una alternativa revolucionaria de masas En todo caso, el reconocimiento del papel negativo, de
freno, que juega el reformismo es al mismo tiempo un reconocimiento
implícito de su influencia efectiva en el movimiento obrero. Esa
influencia negativa, y sin embargo real, no es algo caprichoso. Obedece
fundamentalmente a la ausencia de una alternativa revolucionaria de masas
frente a los planteamientos reformistas y pro-capitalistas de las
direcciones de la organizaciones obreras. Las tres o cuatro décadas posteriores a la II Guerra
Mundial fueron la época del reformismo por excelencia. La idea de alcanzar
mejoras sin necesidad de una revolución tenía una correspondencia con la
experiencia de millones de obreros en los países capitalistas avanzados.
Esta situación, que fue una realidad restringida a una parte mínima de la
población del planeta, ha ido cambiando a pasos agigantados en los últimos
tiempos. Sin embargo las ideas reformistas dirigentes siguen siendo
predominantes. No existe una relación mecánica entre los procesos
económicos y políticos; aunque los primeros son determinantes, sólo lo son
en último término. Ninguno de los problemas básicos de la población tiene
justificación en las limitaciones de la técnica o de la producción. Éstas
han alcanzado un desarrollo sin precedentes de tal forma que sería posible
acabar rápidamente con el hambre, la miseria, el desempleo, la explotación
infantil, el analfabetismo. Si los medios de producción estuviesen al
servicio del conjunto de la sociedad, si la producción se organizase con
el fin de satisfacer las necesidades sociales y no la obtención privada de
beneficios, todas las lacras sociales desaparecerían. Una sociedad
socialista, basada en una economía planificada democráticamente, con el
control directo y democrático por parte de los trabajadores y de la
mayoría de la sociedad, haría posible la reducción efectiva de la jornada
de trabajo, liberando a la mayoría de la población de la lucha cotidiana
por la supervivencia e implicaría una explosión de cultura y de
inteligencia imposibles de alcanzar bajo el capitalismo. Sin embargo el socialismo no sólo es una buena idea, es
una necesidad y esa necesidad se manifestará tarde o temprano en luchas
más virulentas y explosivas. En todo caso contrarrestar la influencia del reformismo a
favor de las ideas de la revolución es para nosotros el quid de la
cuestión y por tanto el punto más importante para un movimiento
revolucionario consecuente. Si pudiéramos trazar la historia a nuestro antojo
podríamos elegir el estallido de la revolución coincidiendo con el momento
en que al frente del movimiento obrero estuviesen las organizaciones
revolucionarias. Pero eso no está garantizado de antemano, es una tarea,
la tarea más importante. La desgracia de la mayoría de los procesos
revolucionarios como los que hemos mencionado más arriba, es que en los
momentos decisivos no existía una dirección auténticamente revolucionaria,
completamente dispuesta a llegar hasta el final, sin los vicios y las
vacilaciones propias de un largo periodo de práctica reformista. La crítica fundamental del marxismo revolucionario al
anarquismo es precisamente que las concepciones y los métodos propugnados
por este último no sirven para resolver la contradicción señalada más
arriba, es decir, arrebatar al reformismo la hegemonía que tiene sobre el
movimiento obrero y fortalecer las ideas de la transformación socialista
de la sociedad, las ideas revolucionarias. Hoy las ideas anarquistas no tienen, ni de lejos, la
influencia de los años 30 y eso obedece a razones sociales y políticas de
fondo, que luego explicaremos. Sin embargo, en la actual situación
política, ideas antipartido, antiorganización,
antipolítica pueden tener cierto eco entre un sector de la juventud
como respuesta a la nefasta política del reformismo. Algunos grupos
anarquistas incluso rechazan la lucha por reivindicaciones inmediatas,
como si éstas, al igual que la política o la existencia de dirigentes
fueran, al margen de cualquier otra consideración, una manera de
integración en el sistema. Este tipo de planteamientos aparentemente radicales
cuanto más apoyo alcanzan más contribuyen a los intereses objetivos de la
burguesía y del reformismo, aumentan la desorganización del movimiento y
contribuyen al desprestigio de las ideas verdaderamente
revolucionarias. Sin embargo, antes de entrar en las diferencias de fondo
entre el anarquismo y el marxismo, queremos hacer una aclaración
importante. En la historia del movimiento obrero internacional y
concretamente en el Estado español, bajo la bandera del anarquismo
lucharon millones de trabajadores, campesinos y jóvenes revolucionarios.
La CNT en los años 30 era la organización que agrupaba mayoritariamente
los sectores más combativos y sacrificados del movimiento obrero, que
entregaron su vida en los frentes combatiendo el fascismo. El espíritu de
los trabajadores anarquistas en los años 30 sí debe ser para todos los
revolucionarios una fuente de inspiración —desde luego para los marxistas
es así— y una prueba de la capacidad revolucionaria de la clase
trabajadora. Nosotros distinguimos como un hecho muy positivo el
"espíritu anarquista" de luchar contra la opresión del Estado, contra la
hipocresía y las maniobras de la burguesía, contra la participación de los
dirigentes obreros en estas maniobras, contra la mentalidad práctica y
posibilista que caracteriza a la burocracia que se forma en los partidos y
los sindicatos obreros. No sólo compartimos este "espíritu anarquista"
sino que lo consideramos también parte del verdadero "espíritu marxista";
es en realidad un "espíritu revolucionario" que se genera espontáneamente
en las masas y que está presente hoy en muchos trabajadores y sobre todo,
jóvenes. Lo que no compartimos es la ideología anarquista que,
como el marxismo, es un sistema completo de ideas y no simplemente un
espíritu, o la simple suma de nociones sueltas. ¿Individualismo o lucha de clases? Por supuesto que el capitalismo es un verdadero tapón
para el desarrollo individual de las personas. No podría ser de otra
manera tratándose de un sistema que obliga a la inmensa mayoría de la
población del planeta a concentrar todas sus preocupaciones en la
supervivencia cotidiana. Para millones de seres humanos el simple hecho de
estar vivos al día siguiente (superando las inclemencias de la naturaleza,
el hambre y violencias de todo tipo) constituye un auténtico éxito
personal. No es ésa la mejor situación para el desarrollo de todas las
inquietudes individuales implícitas en el género humano. Todo lo
contrario: el capitalismo nos retiene con fuerza en un modo de vida mucho
más animal que auténticamente humano. En ese sentido, la lucha contra el
capitalismo y por una sociedad socialista significará un desarrollo sin
precedentes de todo el potencial creativo, intelectual, físico y moral de
los individuos y cómo no, de toda la colectividad. Pero una cosa es eso y
otra muy distinta es situar al individuo, contrapuesto a la clase obrera,
como el agente fundamental llamado a acabar con la opresión capitalista y
del Estado. Para el marxismo el motor de la evolución histórica es la
lucha de clases. "Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores
y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre (...); lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en
pugna", afirmaban Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. La
perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad se basa en el
análisis de las propias contradicciones que genera la sociedad de clases.
La consolidación del modo capitalista de producción frente a la economía
de tipo feudal, el desarrollo y la concentración de los medios de
producción, la generalización del trabajo asalariado, han creado las
condiciones objetivas para la transformación socialista de la sociedad.
Esas condiciones son esencialmente dos: un nivel de desarrollo económico y
tecnológico que permita al ser humano planificar conscientemente la
obtención y la reposición de lo necesario para vivir dignamente y la
existencia de una clase social revolucionaria, la clase obrera, con la
fuerza suficiente para derrocar a la burguesía, a los explotadores. Así, aunque tanto el anarquismo como el marxismo tienen
como objetivo inmediato la lucha contra la opresión (hablando en términos
muy generales), ocurre que para los primeros la base que sustenta esta
lucha es la del individuo (en general), contra el Estado (en general) y
para los segundos es la lucha de los trabajadores (una clase social con
intereses históricos y características determinados) contra la
burguesía (otra clase social que también tiene intereses propios y una
forma de actuar característica) y su Estado (el Estado
capitalista o burgués). El pensamiento anarquista clásico lleva implícita una
visión ahistórica de los procesos sociales. El individuo, llamado a
restablecer la justicia, no pertenece a ninguna formación social
determinada, como tampoco le ocurre a la autoridad a combatir. El
surgimiento del Estado, por tanto, aparece desligado de los procesos
económicos y sociales y es un fenómeno que tiene su origen en el
pensamiento puro, que pudo haberse producido en cualquier momento de la
historia de la humanidad. Por la misma lógica desaparecerá la opresión
simplemente por otro acto de voluntad, pero esa vez de signo contrario. En
este sentido el anarquismo abraza completamente al idealismo en el campo
del pensamiento filosófico, desembocando en una visión conspirativa y
organizativa de los métodos de lucha. La naturaleza de clase del anarquismo El anarquismo y el marxismo tuvieron una influencia
clarísima en la lucha de clases desde mediados del siglo XIX. Cualquier
ideología que alcanza determinado eco e influencia refleja también (de una
manera más o menos directa, más o menos consciente) los intereses de
determinadas clases sociales. Establecer estas relaciones ayuda siempre a
comprender la auténtica naturaleza de esas ideologías y situarlas en su
contexto histórico. El anarquismo proclama como objetivo alcanzar una
sociedad en la que los individuos se relacionen libremente, según su
propia voluntad. En el terreno económico esto se concreta en la defensa de
una sociedad libre de productores que intercambian libremente las
mercancías, asociándose libremente entre ellos. A principios del siglo XIX, la gran masa social estaba
compuesta por pequeños productores en el campo y en la ciudad. El
individualismo anarquista tenía una base social en la que apoyarse. Los
pequeños productores querían preservar esa libertad característica de la
fase inicial del capitalismo frente al surgimiento de grandes fábricas, al
creciente papel de la banca y la actuación del Estado al servicio de la
gran burguesía. De hecho, Proudhon, el precursor más inmediato del
anarquismo, defendía una economía mercantil pero sin su desarrollo
ulterior inevitable: la concentración del capital, la desaparición de la
libre producción como efecto de la libre competencia, y la aparición del
monopolio... es decir un capitalismo imposible. En el terreno político
aspiraba a la disolución del poder central en pequeñas comunidades
inspiradas en la época medieval. Los anarquistas del siglo XIX denominaban al anarquismo
como "la Idea". Aunque el radicalismo anarquista atrajo a sectores
descontentos y oprimidos de la sociedad, los primeros activistas de la
"Idea" no proclamaban la lucha de clases sino el humanismo. Refiriéndose
al anarquismo en la Andalucía rural de finales del siglo XIX, Gerald
Brenan en su libro El laberinto español relata lo siguiente: "La
idea’, como se llamaba, era difundida por los pueblos por los ‘apóstoles’
anarquistas. En las gañanías de los cortijos, en las aldeas perdidas, a la
luz del candil de aceite, los apóstoles hablaban de la libertad, la
igualdad y la justicia a auditorios entusiasmados. Se formaban pequeños
círculos en los pueblos y aldeas que creaban escuelas nocturnas en las
cuales muchos campesinos aprendían a leer, se hacía propaganda
antirreligiosa y se practicaba a menudo el vegetarianismo y la abstención
del alcohol. (...) Pero la característica principal del anarquismo andaluz
era su milenarismo ingenuo. Cada nuevo movimiento o huelga era considerado
como la inmediata aparición de una nueva época de plenitud en la que todos
—hasta la Guardia Civil y los terratenientes— serían libres y felices.
Nadie sabía explicar cómo se conseguiría este objetivo: fuera del reparto
de tierras (y ni siquiera esto en algunas zonas) y la quema de la iglesia
parroquial, no existía ninguna propuesta positiva". En las ciudades el movimiento anarquista de mediados del
siglo XIX no actuó independientemente de los partidos políticos que
aglutinaban a la pequeña burguesía radical. El experimento cantonalista
fue aplastado por su falta de objetivos, así como todos los pueblos que,
de una forma totalmente descoordinada con el pueblo de al lado,
proclamaban el anarquismo. La Guardia Civil podía concentrar sus fuerzas a
su antojo ante la carencia total de planes de los insurgentes. La lucha contra la explotación sólo podía tener un
carácter muy desestructurado y repleto de actos individuales de
desesperación frente a la represión, con atentados a diversas autoridades
políticas y militares. Paradójicamente las luchas de las masas acababan
siendo rentabilizadas, pese a los anarquistas, por los partidos burgueses
radicales federalistas. No es ninguna casualidad que el primero en
traducir y difundir los textos de Proudhon en el Estado español fuera Pi i
Margall, artífice del movimiento federalista pequeño burgués de finales
del siglo XIX. La característica fundamental de este periodo es que la
clase obrera no había puesto su sello en los acontecimientos. La presencia
del anarquismo en España, Italia y Rusia era debida precisamente a su
atraso económico en comparación con los demás países capitalistas y la
consecuente debilidad de la clase obrera. La crisis del anarquismo de fin de siglo, más que por los
efectos de la represión policial, era el reflejo de que la lucha se
polarizaba cada vez más claramente entre la burguesía y la clase
obrera. La Internacional bakuninista celebró su último congreso
en 1877. Después de esta fecha, una crisis en la industria relojera
arruinó a las pequeñas empresas familiares de los Alpes suizos, cuyo
espacio fue ocupado por la producción a gran escala en Ginebra. Eso era el
fin del principal punto de apoyo social que tenían los bakuninistas en
Europa y fue algo más que un hecho anecdótico o casual, era un indicio de
los nuevos tiempos. El misionerismo, el terrorismo individual, la búsqueda
del ‘hombre natural’ mediante las escuelas racionalistas, la figura del
bandolero revolucionario, las insurrecciones descoordinadas, el
cantonalismo son fenómenos totalmente ligados a la etapa en la que la
clase trabajadora no podía desplegar toda su capacidad de lucha —por su
debilidad numérica e inexperiencia— ni su temple revolucionario, del que
el marxismo no es más que su condensación teórica. Por "la Idea", por la anarquía, dieron la vida miles de
oprimidos. Pero el anarquismo, aunque coetáneo del marxismo, nació mirando
hacia el pasado. Se sustentaba en clases sociales que, aunque oprimidas,
iban a quedar relegadas a un segundo término en la medida en que la lucha
de clases iba teniendo dos protagonistas cada vez más claros: la clase
obrera y la burguesía. En cambio, cuando los postulados de Marx y Engels
salieron a la luz, la clase obrera apenas había desplegado una pequeñísima
parte de su peso social, su capacidad de lucha y su potencial para
convertirse en el sostén de una nueva sociedad. El surgimiento de la clase obrera Dentro del régimen feudal se fueron desarrollando los
primeros pasos de la economía capitalista. Con el florecimiento de la
economía mercantil la burguesía fue escalando en la pirámide social. Las
revoluciones burguesas, que fueron un enorme progreso para la humanidad,
transfirieron el poder político, el control del Estado, a una clase que de
hecho ya tenía el poder económico. Con la clase obrera ocurre lo contrario. Conforme el
capitalismo se desarrolla la riqueza se concentra cada vez más en manos de
la burguesía. Los trabajadores no pueden vivir más que vendiendo su fuerza
de trabajo a los capitalistas que detentan todos los medios de producción
necesarios para el funcionamiento de la sociedad. No sólo eso, la
burguesía, basándose en su riqueza, inunda a toda la sociedad de sus
valores, su ideología... En cambio la única fuerza de la que dispone la
clase obrera es la de su unidad consciente para la transformación de la
sociedad. La clase obrera, como otras en otros momentos históricos,
es una clase oprimida, pero con propiedades específicas que le permiten
acabar con la opresión capitalista. El trabajo asalariado generalizado y la concentración de
los obreros en empresas, superando los límites del pequeño taller,
favorecen el desarrollo del sentimiento de solidaridad, de lucha
colectiva, de que su trabajo es sólo una parte de una producción que es
social, en la que participan otros trabajadores de otras fábricas y de
otras ramas. Por eso en un trabajador difícilmente arraiga el sentido de
propiedad sobre el instrumento de trabajo o sobre la fábrica. La enorme
amplitud de los intercambios de mercancías entre las diferentes ramas,
países, etc. obliga a los trabajadores a tener una visión más amplia del
funcionamiento de la sociedad que un productor aislado en su parcela, por
poner un ejemplo. La clase obrera actúa de forma independiente frente a la
burguesía porque es la única que puede adquirir conciencia de que la
sociedad puede seguir funcionando sobre otras bases, prescindiendo de la
burguesía. Potencialmente tiene la última palabra en el funcionamiento de
la economía. Nada funcionaría sin el consentimiento de la clase
trabajadora. La clase trabajadora, en la que incluimos los
trabajadores asalariados del campo, no es la única clase oprimida de la
sociedad; también lo son los pequeños comerciantes, los campesinos pobres,
las personas que ni siquiera tienen el privilegio de ser explotadas
y que forman grandes bolsas de miseria en las grandes ciudades, etc. Pero
ninguna de esas clases puede jugar un papel decisivo e independiente en la
lucha por la transformación de la sociedad. Debido a las condiciones en
que trabajan, viven y se relacionan, los trabajadores alcanzan un nivel de
conciencia, de capacidad de organización y de lucha al que no llegan otras
clases sociales. Evidentemente hay que entender que este proceso no es
automático y que pasa por diferentes etapas. El papel que atribuye el marxismo a la clase obrera no
tiene por lo tanto nada de romántico; se basa en el análisis científico y
en la experiencia. Naturalmente el carácter revolucionario de los
trabajadores se revela cuando actúa realmente como clase, es decir
colectivamente y organizadamente. La clase no es la mera suma de los
individuos que la componen y no encontraremos todas las propiedades de la
clase en cada uno de los individuos y en cualquier momento. Cuando la
clase obrera actúa como clase se diluyen los intereses individuales, los
sectores más decididos arrastran a los más indecisos, los más conscientes
ayudan a los menos conscientes, etc. La concepción del anarquismo acerca de la naturaleza del
proletariado es muy imprecisa. Bakunin, por ejemplo, defendía que la clase
más revolucionaria era el lumpemproletariado, porque "estando casi
totalmente incontaminada por toda la civilización burguesa, lleva en su
corazón, en sus aspiraciones, en todas las necesidades y las miserias de
su situación colectivista, todos los gérmenes del socialismo futuro, y que
es la única con suficiente poder hasta hoy en día para iniciar la
Revolución Social y conducirla hasta el triunfo". Mientras el marxismo ve en el desarrollo del
proletariado, por todas las razones que hemos apuntado más arriba, una
mejora de la correlación de fuerzas en la lucha contra el capitalismo, la
concepción bakuninista se fijaba en los sectores de la sociedad más
afectados por la descomposición social que implica el capitalismo,
otorgando al lumpen un papel revolucionario que nunca podrá tener. No falta en la actualidad quien vea en la clase obrera
"contaminación burguesa" por el hecho de tener un coche, o un vídeo u
otras pequeñas necesidades que pueden cubrirse con un salario. Es un
factor que tienen en común tanto los reformistas como los grupos
ultraizquierdistas y anarquistas. Unos pretenden justificar con esta idea
la imposibilidad de luchar por transformar la sociedad y otros para
lanzarse en busca de oprimidos "descontaminados" al margen de las
relaciones de producción, a los que otorgan una capacidad revolucionaria
"pura". El papel de la organización La clase trabajadora, desde su aparición en la escena de
la historia hasta hoy día, también ha tenido un aprendizaje. El primer paso de la clase trabajadora fue unirse en
sindicatos para enfrentarse organizadamente a los patronos. Primero en el
ámbito de cada empresa y luego a nivel de distintos sectores de la
producción, hasta llegar a escala estatal. Pero la experiencia demostró que la organización
sindical, si bien era un paso fundamental, no era suficiente. Las mejoras
salariales, la reducción de las horas de trabajo, las vacaciones..., ni
eran ni son conquistas duraderas. Tarde o temprano, lo que la burguesía da
en un momento determinado lo quita en otro en el que la correlación de
fuerzas le es más favorable. Pronto quedó claro para la vanguardia del
movimiento obrero, la necesidad de una lucha más global contra la
burguesía. Para hacer las conquistas más permanentes, era necesario dar
una perspectiva más general a la lucha económica y por mejoras inmediatas.
También se hacía necesaria la lucha por derechos que no se podían arrancar
fábrica a fábrica, como el derecho a reunión, manifestación, el derecho a
la libre propagación de ideas... Era necesario hacer frente a las
maniobras de la burguesía, a la utilización que ella hacía de las
diferencias culturales y lingüísticas de los trabajadores, de las
diferentes formas de Estado (democracia, dictadura, monarquías
constitucionales, y demás), de la guerra, etc. En definitiva, era
necesaria la participación de los trabajadores en la política como forma
de alcanzar la plena libertad y emancipación de los oprimidos. Igual que la organización en sindicatos, la participación
en la vida política surgió como una necesidad de la lucha de la clase
trabajadora. La clase obrera no podía quedar limitada a la actividad
sindical mientras la burguesía actuaba en todos los frentes de la vida:
político, ideológico, filosófico, cultural, etc... Indudablemente el éxito
en el terreno de la lucha inmediata, sindical, está totalmente ligado a
una lucha política e ideológica correcta, que sea capaz de animar, de
hacer comprender los procesos generales. De hecho la utilización del aparato represivo del Estado
no es el único método, y en muchos periodos ni siquiera el más importante,
que utiliza la burguesía para mantener su dominación. En muchas ocasiones
a la burguesía le basta que cuaje la idea de que cambiar su sistema es
imposible, de que es insustituible; le basta infundir al
proletariado la sensación de que es impotente para hacer frente a
un sistema aparentemente tan poderoso y de encabezar la lucha por otra
sociedad. El principal factor con el que juega la burguesía es la
inconsciencia de la clase trabajadora de su propia fuerza. El dominio ideológico es mucho más cómodo y seguro que la
represión directa. La burguesía utiliza los más mínimos rasgos que
diferencian a un sector de la clase obrera de otro para dividirles y echar
una cortina de humo sobre la verdadera causa de todos los problemas que es
la existencia del capitalismo. Utilizan las diferencias culturales,
lingüísticas, incluso las diferentes condiciones laborales que ellos
mismos han impulsado para intentar crear división. Como reacción a la utilización combinada de todos estos
factores, la clase obrera ha respondido con la única arma a su alcance: la
fuerza de su unidad, primero en la lucha económica organizándose en
sindicatos y luego en el terreno político e ideológico, creando
partidos. Evidentemente la participación de las masas en esos
procesos no es automática ni simultánea. La gran mayoría de los trabajadores no se organizan en
sindicatos o participan en la vida política por inspiración teórica, sino
por la conclusión que sacan de su experiencia cotidiana. Y cuando lo hacen
tampoco abrazan directamente la idea de la revolución socialista o de la
transformación radical de la sociedad. Un sector de los trabajadores y de
los jóvenes sí lo hacen, pero a la inmensa mayoría de la gente le resulta
más fácil aceptar la idea de un cambio gradual de la situación mediante la
suma de pequeñas mejoras sucesivas, evitando así un cambio brusco,
traumático. La idea de transformar la sociedad mediante pequeños cambios y
reformas parece bastante más práctica que la revolución. Eso es muy
normal, la mente también tiende hacia la línea de menor resistencia...
hasta que la realidad se hace insoportable. La conciencia humana no es un factor acelerador de los
procesos históricos. Muy a pesar de lo que piensan los idealistas, que
sitúan la evolución histórica a remolque de las ideas, los procesos se dan
precisamente al revés. La conciencia tiene tendencia a adaptarse a la
situación hasta límites insospechados. "Esto está mal, es cierto. Pero si
siempre ha sido así, no es posible cambiarlo". Cuando la inmensa mayoría
de los trabajadores y jóvenes deciden romper con esta rutina e intentan
cambiar las cosas, no lo hacen por haber leído ni una línea de marxismo o
anarquismo, entre otras cosas porque el capitalismo agota las energías de
los trabajadores en largas horas de trabajo, hasta el punto de que lo
último que se propone al llegar a casa por la noche es leer algo "de
teoría". La conciencia siempre refleja con retraso los procesos que se dan
en la base material de la sociedad. ¿Es mala la participación en política? La política es un reflejo de la disputa entre las
diferentes clases sociales por la hegemonía social, aunque normalmente esa
disputa aparezca de forma muy distorsionada y diluida. Es sólo cuando el enfrentamiento entre las clases es más
abierto, por ejemplo durante una huelga general, cuando se hace inevitable
un posicionamiento más claro por parte de todos los políticos, los
partidos, los sindicatos, los intelectuales, los sociólogos y hasta de
todos los que teóricamente abjuran de la política o de ‘los asuntos
terrenales’, como los curas y los jueces. La política de la burguesía es el conjunto de maniobras,
ideas, tácticas, que utiliza para mantener su dominación. La política
burguesa está hecha para confundir, dividir y desmoralizar a los
trabajadores. ¿Cómo contrarrestar esta influencia? Para los marxistas hay que participar en política
defendiendo una auténtica política de clase, denunciando las maniobras y
los engaños de la burguesía. Hay que defender y demostrar que existe un
tipo de sociedad diferente que podemos construir, sin desempleo, sin
miseria, con justicia y con igualdad. Hay que utilizar todas las formas
posibles para que esas denuncias y alternativas lleguen al máximo número
de trabajadores y jóvenes. Hay que agrupar a todos los sectores más
conscientes de la clase obrera para que este trabajo sea más eficaz, para
evitar la dispersión de fuerzas. Hay que participar en política, para que
las ideas revolucionarias tengan una influencia masiva y se conviertan en
una fuerza material. La participación en la vida política ha sido considerada
por parte de la clase trabajadora como una necesidad en la lucha contra la
burguesía a lo largo de la historia. Lejos de ser una imposición
‘externa’ o ‘antinatural’ la creación de partidos políticos obreros, a
finales del siglo XIX fue producto de una maduración interna de la clase
obrera, de su capacidad de actuar como clase de una forma independiente,
con fines propios y contrapuestos a los de la burguesía. A la teoría anarquista le ocurre con la política lo mismo
que con el poder o el Estado, es decir, le quita su carácter de clase,
dando más importancia a la forma que al fondo. Ocurre lo mismo con los
partidos, la centralización, la disciplina, las decisiones "desde arriba",
los líderes, etc. No importa si proceden o están al servicio de la
burguesía o del proletariado. En sus inicios los ideólogos anarquistas proclamaban un
odio furibundo contra la lucha sindical de los trabajadores. Desde su
punto de vista, la lucha sindical por mejoras salariales era, por su
propia naturaleza, el reconocimiento del sistema de explotación burgués en
tanto que se reconocía la aceptación de un salario. Cualquier acto que no
condujese inmediatamente a la huelga general revolucionaria contra el
poder era conciliarse con ese mismo poder. El bandolero, el lumpen, la
sociedad medieval con sus pequeños gremios de trabajadores autónomos eran
la fuente de inspiración de los ideólogos anarquistas y no el sindicalismo
obrero. Esos planteamientos chocaban evidentemente con los
trabajadores industriales e iban a contrapelo del propio desarrollo
económico y social. El anarquismo si quería sobrevivir tenía que ganarse
el apoyo del movimiento obrero y con ello dejar cada vez más atrás sus
postulados originales. Surgimiento del anarcosindicalismo La persistencia del anarquismo en algunos países como
España se explicaba menos por razones socioeconómicas —señaladas
anteriormente— y cada vez más por motivos de tipo político. Los dirigentes
de los partidos socialistas de la I Internacional y de la II Internacional
giraron a la derecha abandonando el marxismo que originalmente les había
inspirado. Adoptaron actitudes y políticas que provocaban un rechazo cada
vez mayor entre los trabajadores. Muchos dirigentes socialistas apoyaron a
la burguesía en los momentos decisivos, como en la I Guerra Mundial.
Cayeron en el cretinismo parlamentario, abandonando la lucha de clases y
renunciando definitivamente a la transformación socialista de la
sociedad. Ese fenómeno supuso un enorme balón de oxígeno para el
anarquismo que, aun cayendo en políticas equivocadas, podía presentar a
muchos de sus dirigentes libres de pasteleos con la burguesía. Esto
se produjo en el caso del Estado español, que fue el último país en el que
el anarquismo tuvo una influencia de masas. Sin embargo en la medida en que el anarquismo tuvo un
apoyo más masivo entre los trabajadores asalariados —y no en el productor
individual, su clase ‘natural’— tuvo que desechar, más en la práctica que
en el lenguaje, sus postulados originales. Era insostenible estar en contra de la organización
sindical cuando ésta resultaba ser la tendencia más natural y primaria de
la clase obrera cuando empezaba a participar como clase. Los
planteamientos anarquistas sufrieron un vuelco en un sentido: mientras que
los bakuninistas, y en general los partidarios originarios de la "acción
directa", rechazaban el sindicalismo porque aceptaba "pactos" con la
burguesía y ninguna acción era revolucionaria si no tenía como objetivo
inmediato la abolición del Estado, los anarcosindicalistas contraponían el
sindicalismo, como una actividad legítima, a la actividad política, que
permanecía en el campo de lo prohibido, por ‘autoritario’. Pero la aceptación de la organización sindical de una
forma abierta, esa concesión al campo del ‘autoritarismo’, no dejaba el
anarquismo a salvo de sus contradicciones inherentes, sino que las
agudizaba todavía más. En la medida en que el anarcosindicalismo pudo
influir verdaderamente en la clase obrera sufría cada vez más sus
presiones y también las de la burguesía. Conscientes de su enorme peso
numérico, la no participación en las elecciones se hacía cada vez más
incomprensible. Había que tomar posturas políticas frente a los
acontecimientos nacionales e internacionales. El terrorismo individual y
la lucha sindical sabía a poco a una clase que empezaba a sentir,
intuitivamente, su peso específico en la sociedad. La aversión a la participación en la política podía tener
cierta aceptación sólo en la medida en que la clase obrera no podía jugar
aún un papel decisivo; este rechazo tenía bases firmes mientras la
política era percibida como una pelea por arriba, entre distintas
facciones de la clase dominante —como así ocurrió desde mediados del siglo
XIX hasta principios del siglo XX, con la sucesión pactada en el gobierno
de conservadores y liberales— en la que los trabajadores, dispersos, sólo
eran los invitados de piedra. El anarquismo y la revolución española El proceso revolucionario que sacudió el Estado español
en los años 30 fue una prueba de fuego para todas las tendencias políticas
del movimiento obrero, incluidos los anarquistas que tenían entonces una
influencia masiva entre los trabajadores, a través de la CNT. En este documento es imposible analizar a fondo las
lecciones de la II República y la guerra civil española de los años 30,
pero es muy ilustrativa la postura de la CNT en la cuestión electoral y la
participación en el gobierno para el tema que estamos tratando. La postura tradicional de la CNT era el abstencionismo
electoral. Desde un punto de vista marxista, la transformación socialista
de la sociedad nunca será obra del parlamento sino de la acción
revolucionaria directa de las masas trabajadoras. Eso no significa que
desde el punto de vista de la lucha en la calle, desde el punto de vista
de las tareas prácticas de la clase obrera en su camino hacia la
revolución, "dé igual" quién esté en el gobierno, ni que consideremos
negativa "por principio" la participación de los trabajadores en unas
elecciones. Para ilustrar la idea anterior con un ejemplo, podemos
remontarnos a la época del Bienio Negro. Las circunstancias concretas en
las que se celebraron las elecciones de 1933 fueron de extrema
polarización. Por un lado se presentaba la extrema derecha, ansiosa de
ganar las elecciones para poder reforzar la ofensiva contra el movimiento
obrero desde el gobierno y, por otro lado, el PSOE y otras fuerzas menores
de la izquierda en aquel momento, como el PCE. Sin duda la política del
PSOE desde 1931 había sido decepcionante para millones de trabajadores y
campesinos pero, con todo, había una diferencia abismal con los enemigos
directos y viscerales de la clase obrera, que eran los partidos
encabezados por Gil Robles. Sin embargo la CNT defendió activamente la abstención y
el apoliticismo, hecho que tuvo su efecto en el movimiento obrero que era
donde los anarquistas tenían influencia. Pocos días antes de las elecciones Tierra y
Libertad declaraba: "¡Trabajadores! ¡No votéis! El voto es la negación
de vuestra personalidad. Volved la espalda al que os pida vuestro voto, es
vuestro enemigo, quiere encumbrarse a costa de vuestra candidez. (...)
Para nosotros todos son iguales, porque igualmente enemigos nuestros son
todos los políticos. (...) Nuestros intereses son únicamente el trabajo, y
éste lo defendemos sin necesidad del Parlamento. (...) Ni republicanos, ni
monárquicos, ni comunistas, ni socialistas. (...) No os preocupe el
triunfo de las derechas ni de las izquierdas en esta farsa. Aquí no hay
más que derechas recalcitrantes. La única izquierda auténticamente
revolucionaria es la CNT, y por serlo, no le interesa el Parlamento, que
es un prostíbulo inmundo donde se juega con los intereses del país y de
los ciudadanos". La campaña abstencionista de la CNT no sirvió para
plantear ninguna alternativa revolucionaria a los dirigentes del PSOE y no
impidió la victoria de la CEDA y abrir paso al Bienio Negro, caracterizado
por la feroz represión contra el movimiento obrero y campesino, así como
la recuperación por parte de los ricos de muchas de las conquistas
arrebatadas con la lucha en el periodo anterior. La postura de la CNT causó enormes tensiones en el propio
movimiento anarquista, y en general en el movimiento obrero, que se
reflejaron en el cambio de postura en las elecciones de febrero de 1936.
De una forma mucho más correcta que antes criticaron el programa del
Frente Popular, pero no recomendaron la abstención. La probable liberación
de los presos políticos anarquistas y de izquierdas encarcelados durante
el Bienio Negro, si ganaba el Frente Popular, era una prueba práctica de
que la participación electoral, en aquellos momentos, no entraba en
contradicción en absoluto con las tareas de la Revolución. En un contexto
de extrema polarización entre las clases, seguir defendiendo que daba
igual la "derecha o la izquierda", o que "nosotros no necesitamos
gobierno", hubiera sido un precipitado suicidio para el movimiento
anarquista. Diego Abad de Santillán, en su libro Por qué perdimos
la guerra*, explicó cómo desde las primeras elecciones "las derechas
se acercaron con medio millón de pesetas para que realizásemos la
propaganda antielectoral de siempre". Efectivamente, el abstencionismo
político de la CNT, lejos de ser una posición "apolítica", se encuadraba
perfectamente en los objetivos políticos de la burguesía en aquellos
momentos. Poco después de las elecciones de febrero de 1936 la
burguesía organizó el levantamiento militar del 18 de julio, que fue
respondido por los trabajadores de forma heroica. Decenas de miles de
obreros en todo el Estado asaltaron los cuarteles, sofocando el golpe en
las principales ciudades, tomando el control de las empresas y en general
de la vida del país. Como los marxistas explicaron en aquel periodo, y
especialmente León Trotsky, la victoria contra el fascismo en la guerra
estaba estrechamente vinculada al triunfo de la revolución socialista en
el campo republicano. A pesar de que de hecho los trabajadores tenían el
control de la situación los restos del Estado burgués aún no habían
desaparecido. La política seguida por el Frente Popular, por los
dirigentes del PSOE y del PCE, era la de "primero ganar la guerra y luego
hacer la revolución". Todo su empeño se orientó a reconstruir el maltrecho
Estado burgués y destruir los elementos de poder obrero que se habían
creado en toda la zona republicana, especialmente en Catalunya. Para esa reconstrucción era necesaria una legitimación
por la izquierda que sólo podían ofrecer los dirigentes de la CNT, menos
desgastados que los dirigentes del PSOE y del PCE. Salvo honrosas
excepciones, como la de Buenaventura Durruti, los dirigentes de la CNT
cayeron en la trampa, justo en el momento más decisivo. Ya en agosto de
1936 la CNT participa con el PNV, un partido declaradamente burgués y de
derechas, en la Junta de Defensa Vasca, sin que esa ruptura con la línea
anterior mereciera una explicación en la prensa anarquista. Después
participa en el gobierno de la Generalitat en Catalunya, con los partidos
de la burguesía catalana y finalmente participa en el gobierno central con
cuatro ministros, en un momento en que los líderes estalinistas deciden
pasar a la ofensiva y liquidar los órganos de poder obrero que todavía
subsistían desde la insurrección del 19 de julio. En esencia los dirigentes de la CNT habían abandonado la
perspectiva de la revolución social (por utilizar un término del lenguaje
anarquista) en el mismo momento en que ésta se estaba produciendo y más
que nunca era necesaria una actitud firme y decidida en este sentido.
¡Todos las radicales frases contra "los gobiernos" no impidieron su
participación en él precisamente cuando éste estaba suspendido en el aire
por la propia acción de los trabajadores! ¡Precisamente cuando la
preocupación fundamental de ese gobierno era aniquilar el poder de los
trabajadores en la calle! "La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de
los hechos más trascendentales que registra la historia política de
nuestro país. De siempre, por principio y convicción, la CNT ha sido
enemiga antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno. "Pero las circunstancias... han desfigurado la naturaleza
del gobierno y del Estado español. "El gobierno en la hora actual, como instrumento
regulador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de
opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya
el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más
de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la
CNT"*. Así se expresaba Solidaridad Obrera, principal órgano
anarcosindicalista, para justificar una política que en muy poco se
diferenció del estalinismo y del reformismo. Con la conformidad de los ministros de la CNT se
aprobaron decretos que estipulaban la disolución de los comités obreros
formados en centenares de ciudades y pueblos sustituyéndolos por la vieja
administración burguesa. Asimismo se aprobó un decreto que suprimía los
controles en las carreteras y en las entradas de los pueblos establecidos
por esos comités transfiriendo sus funciones a las fuerzas al Ministerio
de Gobernación. Lo peor es que esta actitud por parte del gobierno no
podía pillar por sorpresa a los dirigentes de la CNT. En un artículo
escrito varios años después de la guerra, Federica Montseny, una de las
principales dirigentes de la CNT y que participó como ministra en el
gobierno afirmaba que "Sabía, sabíamos todos, que a pesar de que el
gobierno no era, en aquellos momentos, gobierno, que el poder estaba en la
calle, en manos de los combatientes y de los productores, el poder
[gubernamental] volvería a coordinarse y a consolidarse y, lo que es más
doloroso y terrible, con nuestra complicidad y con nuestra ayuda,
devorando moralmente a muchos de nuestros hombres"**. Estas palabras encierran el reconocimiento de la total
bancarrota de los dirigentes anarquistas sometidos a la prueba de la
revolución. Es precisamente en los momentos de revolución y
contrarrevolución, cuando las clases sociales actúan desplegando todas sus
energías, cuando se revelan con más fuerza que nunca las tendencias
ideológicas fundamentales, desapareciendo el envoltorio y los aspectos
formales con los que se podían presentar en tiempos de relativa paz
social. Así, en el conflicto real entre las fuerzas de la revolución y
la contrarrevolución los postulados acerca del ‘Individuo’ y la
‘Autoridad’ quedaron relegados, cada vez más, a un cascarón vacío de
contenido. Pero tanto la política como la naturaleza aborrecen el
vacío. Ese vacío sólo podía ser rellenado en aquel momento por el
"realismo" tras el que se escondían los estalinistas y los reformistas,
con su programa a favor de reconstruir el Estado burgués y no molestar a
las potencias occidentales, o con una alternativa revolucionaria que
defendiese consolidar el poder de los trabajadores sobre la base de los
comités de obreros y soldados, su coordinación estatal y la defensa de un
programa revolucionario que pasara por la expropiación de la propiedad
capitalista, el control obrero de la producción y la extensión de la
revolución a Europa y el norte de África. Lo que quedó claro en esos
acontecimientos decisivos fue que el apoliticismo anarquista no sirvió ni
para combatir al fascismo, ni para construir una alternativa
revolucionaria al reformismo y al estalinismo. Para el marxismo no se trata de analizar si la política
es buena o mala en general. Lo único que se puede decir de la política en
general es que si tú no vas a ella, ella viene a ti. En el campo de la
acción, de la lucha de clases, el apoliticismo no existe más que como una
variante reaccionaria de la política. Documentos El Militante
una crítica del
anarquismo
.
I. Teoría y práctica del anarquismo
II. Por una organización
revolucionaria
III. El Estado
IV. El
socialismo
Epílogo
I. Teoría y práctica
del anarquismo
II. Por una
organización revolucionaria
Enriquecer el debate
Por Sorel Negri -
Sunday, Jun. 26, 2005 at 8:10 PM
mauriciocastaldo@yahoo.com
Es necesario DESARROLLAR una síntesis y una superación dinámica crítico-práctica entre marxismo y anarquismo. Tal vez sea importante releer y repensar a Georges Sorel, a Daniel Guerin, Anton Pannekoek, Rudy Dutschke, Rosa Luxemburgo, Guy Debord, Toni Negri, John Holloway, José Carlos Mariátegui y otros.
anarquismo o caricatura del anarquismo
Por todo el poder a los soviets -
Monday, Jun. 27, 2005 at 12:39 AM
Entre el anarquismo de verdad y la caricatura del anarquismo hecha por El Militante, me quedo con el anarquismo de verdad.
El que quiera saber de verdad sobre el anarquismo le recomiendo este libro que está buenísimo:
http://www.geocities.com/labrecha3/danielguerin.htm
NO EXISTE
Por YO -
Monday, Jun. 27, 2005 at 8:50 AM
CHABON LA PAGINA NO EXISTE, ESTA FUERA DE FUNCIONAMIENTO
Igual que SoB
Por anarkotrafikante -
Monday, Jun. 27, 2005 at 10:55 AM
La página no existe, "todo el poder a los soviets", TAMPOCO.
Francamente....
Por ^--^ -
Monday, Jun. 27, 2005 at 11:08 AM
...querer vender a Daniel Guerin como una expresión novedosa o superadora de algo, es patético.
acabo de probar el link y funciona
Por todo el poder a los soviets -
Monday, Jun. 27, 2005 at 12:15 PM
Y francamente, reaccionar como "policía del pensamiento" como lo hace Xor, es patético. Típico de viejo amargado.
Mirá quién habla!!!!!!
Por jajajaaaaa -
Monday, Jun. 27, 2005 at 12:22 PM
Justo vos decís eso, tenés cara para todo.
Policía frustrado!!!!!