|
1918 |
1919 |
1920 |
Incremento 1918-20 |
FGSI |
6.300 |
35.000 |
55.000 |
773% |
PSI |
24.000 |
90.000 |
290.000 |
1.108% |
CGL |
250.000 |
1.500.000 |
2.100.000 |
740% |
En noviembre de 1919, el PSI
obtiene 156 diputados en el Parlamento, conviertiéndose en el primer
partido, a notable distancia del Partido Popular (PP) de Luigi Sturzo, con
51 escaños. La derrota electoral de los partidos burgueses es devastadora.
El gobierno que formarán en contra del PSI será muy débil. Al cabo de dos
años, también los populares se separarán de su derecha, y sectores de su
base popular encontrarán muy buena relación con el PSI. La mayoría de la
clase obrera apoya abiertamente al partido que en los años anteriores
había hablado sobre la revolución: esto atestigua la condición psicológica
de las masas italianas. Toda la CGL, con más de 2 millones de afiliados,
vota al PSI.
La CIL (sindicato católico en
el que los trabajadores agrícolas suponían el 80% de la afiliación) cuenta
con 1.800.000 afiliados y la anarquista USI, con 300.000. La difusión de
las ideas socialistas se traduce en 1919 en un aumento de las huelgas y su
extensión a todo el país: la clase obrera utiliza la fuerza y el
entusiasmo revolucionario para obtener conquista tras conquista, tanto
económicas como políticas. De hecho, los días 20 y 21 de julio estalla una
huelga general en solidaridad con la Rusia soviética, mientras que el 7 de
noviembre se convoca huelga para celebrar el segundo aniversario de la
Insurrección de Octubre.
El papel de ‘L’Ordine Nuovo’
Entre junio y septiembre de
1919, los obreros más conscientes de Turín pueden leer en L’Ordine
Nuovo artículos como este, titulado Democracia obrera: "¿Cómo
dominar las inmensas fuerzas sociales que la guerra ha desencadenado?
¿Cómo disciplinarlas y darles una forma política que tenga la virtud de ir
desarrollándose [e] integrándose continuamente hasta convertirse en el
armazón del Estado socialista que encarna la dictadura del proletariado?
¿Cómo soldar el presente al futuro satisfaciendo a la vez las necesidades
del presente y desarrollando una labor positiva encaminada a crear y
‘anticipar’ el porvenir? (...) La vida social de la clase trabajadora es
rica en instituciones y se articula en múltiples actividades. Dichas
instituciones y actividades deben ser desarrolladas, organizadas,
conjugadas en un sistema vasto y ágilmente articulado que absorba y
discipline a la entera clase trabajadora. Las comisiones internas [de las
fábricas] son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las
limitaciones impuestas por los empresarios y a los que hay que infundir
vida y energías nuevas. Hoy las comisiones internas refrenan y limitan el
poder del capitalista en la fábrica y desarrollan funciones de arbitraje y
de disciplina. Desarrolladas y enriquecidas, serán mañana los órganos del
poder proletario que sustituirán al capitalista en todas sus funciones de
dirección y de administración. Ya desde ahora, los obreros deben proceder
a la elección de vastas asambleas de delegados, escogidos entre los
mejores y más conscientes de sus compañeros, de acuerdo con la consigna:
‘¡Todo el poder de las fábricas a los comités de fábrica!’. Consigna
coordinada con esta otra: ‘¡Todo el poder del Estado a los consejos de
obreros y campesinos!’. Un vasto campo de propaganda revolucionaria
quedará abierto a los comunistas organizados en el partido y los círculos
de barriada. Tales círculos, de acuerdo con las secciones urbanas, deberán
proceder a la formación del censo de las fuerzas obreras de la zona así
como a convertirse en la sede del consejo de barriada de los delegados de
la fábrica, en el ganglio que enlace y concentre todas las energías
proletarias del barrio en cuestión. Los sistemas electorales podrán variar
de acuerdo con la magnitud de la fábrica (...) llegando a través de
elecciones escalonadas y graduadas a la elección de un comité de delegados
de fábrica, que comprenda a representantes de todo el complejo del trabajo
(obreros, empleados, técnicos).
"En los comités de barriadas
debería tenderse a incorporar delegados de más sectores de trabajadores
residentes en el mismo barrio (...) [El comité] debería emanar de toda la
clase trabajadora residente en la barriada; emanación legítima y
acreditada, susceptible de hacer respetar el principio de disciplina,
investida del poder (...) Los comités de barriada se irán agregando hasta
convertirse en comités urbanos, controlados y disciplinados por el Partido
Socialista y por los sindicatos profesionales. Semejante sistema de
democracia obrera (integrado en las equivalentes organizaciones
campesinas) proporcionará una forma orgánica y una disciplina permanente a
las masas, constituiría una magnífica escuela de experiencia política y
administrativa, encuadraría a las masas hasta el último individuo,
acostumbrándola a la tenacidad y a la perseverancia, habituándola a
considerarse como un ejército en campaña (...) Cada fábrica constituiría
uno o más regimientos de dicho ejército, con sus jefes, con sus servicios
de enlace, con su oficialidad, con su estado mayor; poderes éstos
delegados por libre elección, y no autoritariamente impuestos a través de
los comicios electorales celebrados dentro de la fábrica. (...) Se
conseguiría una transformación radical de la mentalidad obrera, se
educaría a la masa para el ejercicio del poder, se infundiría una
conciencia de los derechos y deberes del compañero y del trabajador;
conciencia concreta y eficiente en tanto que espontáneamente generada por
la experiencia viva e histórica. (...)
"La fórmula ‘dictadura del
proletariado’ debe dejar de ser una mera fórmula, una ocasión de desfogue
de la fraseología revolucionaria. Quien quiere el fin, debe querer también
los medios (...) Dicho Estado no se improvisa: por espacio de ocho meses,
los comunistas bolcheviques rusos centraron sus esfuerzos en difundir y en
hacer tomar forma concreta a la consigna ‘¡Todo el poder a los sóviets!’,
y los sóviets eran conocidos por los obreros rusos ya desde 1905. Los
comunistas italianos deben atesorar la experiencia rusa y economizar
tiempo y trabajo: la obra de reconstrucción exigirá tanto tiempo y tanto
esfuerzo que habría que poder serle destinados todos los días y todas las
energías" (L’Ordine Nuovo, 21/06/1919).
Los sóviets italianos nacieron
de verdad. Gramsci solía dirigirse a ellos con estas palabras:
"¡Camaradas! La nueva forma que
ha tomado la comisión interna en vuestra fábrica con el nombramiento de
los comisarios de sección (...) no ha pasado inadvertida por el campo
obrero y patronal de Turín. Por una parte, se disponen a imitaros los
obreros de otros establecimientos de la ciudad y de la provincia; por
otra, los propietarios y sus agentes directos contemplan este movimiento
con creciente interés y se preguntan y os preguntan cuál será el objetivo
al que tiende, cuál el programa que se propone realizar la clase obrera de
Turín (...) Sabemos que nuestro trabajo ha tenido valor sólo en la medida
en que ha satisfecho una necesidad, ha favorecido la concreción de una
aspiración que estaba latente en la conciencia de las masas trabajadoras.
Por eso nos hemos entendido tan de prisa, por eso se ha podido pasar con
tanta seguridad de la discusión a la realización (...) Es una consecuencia
directa del punto al que ha llegado en su desarrollo el organismo social y
económico basado en la apropiación privada de los medios de cambio y
producción (...) A los que objetan que [los consejos obreros] acaban por
colaborar con nuestros adversarios, con los propietarios de las
industrias, contestamos que ése es, por el contrario, el único modo de
hacerles sentir concretamente que el final de su dominio está cercano,
porque la clase obrera concibe ya la posibilidad de decidir por sí misma y
decidir bien (...) Y así los órganos centrales que surjan para cada grupo
de secciones, para cada grupo de fábricas, para cada ciudad, para cada
región, hasta un supremo Consejo Obrero Nacional, seguirán organizándose,
intensificando la obra de control, de preparación y de ordenación de la
clase entera, para fines de conquista y de gobierno" (A los comisarios
de sección de los talleres Fiat, en L’Ordine Nuovo,
13/09/1919).
Aquí está por anticipado la
respuesta al escepticismo de Bordiga respecto a los consejos de fábrica,
resumida en el artículo ¿Tomar las fábricas o el poder?, publicado
en Il Soviet en febrero de 1920. Los trabajadores dan la razón a
Gramsci: durante 1919 y 1920, los consejos de fábrica viven un desarrollo
impetuoso en toda la provincia de Turín, entusiasmando a la base de la CGL
local. En la conferencia de Bolonia, el PSI se compromete formalmente a
"construir los sóviets en dos meses" y se adhiere por aclamación a la
recién nacida III Internacional. Pero a las palabras no les siguen los
hechos.
Mientras tanto, en la Baviera
alemana se instaura la República de los Consejos y en primavera nace la
república soviética de Hungría. Es el año en el que las oprimidas masas
italianas esperan, en vano, las directrices revolucionarias del PSI, que
nunca llegarán. En dos años, el PSI, debido al conservadurismo de su
aparato y de su enorme grupo parlamentario, no bajará del planeta del
Parlamento. Dos años después del Octubre ruso, la burguesía italiana sigue
estando en un impasse y el aparato del Estado, paralizado frente a
la amenaza comunista, hasta el punto de que muchos comerciantes entregan
las llaves de sus almacenes a las federaciones sindicales para que
controlen el reparto y los precios de los alimentos. Y durante el bienio,
los jornaleros ocuparon aproximadamente 28.000 hectáreas de tierras
incultas.
En septiembre de 1919 se
publicó en Turín el programa de los Consejos de Fábrica, no por Gramsci,
sino por los propios trabajadores de Fiat:
"1) Los Comisarios de fábrica son los únicos y
autorizados representantes sociales de la clase proletaria, porque
elegidos con sufragio universal por todos los trabajadores en el mismo
lugar de trabajo (...) de los cuales los Consejos y el sistema de los
Consejos representan la potencia y la dirección social (...)
3) (...) Los sindicatos tendrán que continuar su
actual función, que es la de negociar con los patronos buenas condiciones
de salario, horario y normas de trabajo para el conjunto de los
trabajadores de las diferentes categorías, dedicando todos sus
conocimientos adquiridos durante las luchas del pasado (...). Los Consejos
encarnan, en cambio, el poder de la clase obrera ordenada por taller, en
contra de la autoridad patronal. Los consejos socialmente encarnan la
acción de todo el proletariado en la lucha para la conquista del poder
público, para la abolición de la propiedad privada.
4) Los trabajadores organizados en los consejos (...)
rechazan como artificial, parlamentarista y falso cualquier otro sistema
que los sindicatos deseen seguir para conocer la voluntad de las masas
organizadas. La democracia obrera no se basa en el número ni en el
concepto burgués de ciudadano, pero sí en las funciones del trabajo, en el
lugar que la clase obrera naturalmente asume en el proceso de la
producción industrial (...)
7) Las asambleas de todos los comisarios de los
talleres de Turín afirman con orgullo y certeza que su elección y la
formación de Consejos representa la primera afirmación concreta de la
revolución comunista en Italia. Se compromete a dedicar todos los medios a
su disposición para que el sistema de los Consejos (...) se difunda
irresistiblemente y consiga en el menor tiempo posible que sea convocada
una conferencia nacional de los delegados obreros y campesinos de toda
Italia".
Esa es la mejor respuesta a las
acusaciones de "sindicalismo" que los dirigentes de la mayoría centrista
del PSI atribuían a Gramsci y a los simpatizantes de L’Ordine Nuovo.
En aquel momento en Italia, sindicalismo era sinónimo de anarquismo.
La gravedad de la acusación se comprende mejor si se considera que el PSI
se había formado a finales del siglo XIX al calor de la polémica contra el
anarquismo.
La primera ofensiva patronal
En el curso de 1920, la
burguesía cierra filas y toma la iniciativa. La huelga organizada por los
consejos de Turín en abril de 1920 es utilizada como pretexto por el AMMA
(la patronal metalúrgica) para un cierre patronal general de la industria,
con la ayuda de los carabineros. La FIOM de Turín, dirigida por
L’Ordine Nuovo, responde con una huelga que dura casi 20 días y que
pronto implicará a medio millón de trabajadores de todo el Piamonte,
incluidos los campesinos. El AMMA tenía claro la importancia nacional de
la lucha y quiere por todos los medios destruir el movimiento de los
consejos antes de que contagie al resto del país. Los trabajadores de
Génova y de Liguria están listos para participar, pero los frenan los
dirigentes reformistas de la CGL. La dirección del PSI huye de Turín para
ir a debatir con tranquilidad, en otro sitio, los "detalles técnicos" de
la construcción de los sóviets socialistas.
Turati propone superar la
crisis aceptando la invitación del primer ministro a entrar en el
Gobierno. Esta trampa pretende controlar a la clase obrera a través de sus
dirigentes, y así parar la revolución, que Turati cree inmadura. Incluso
Bordiga se pierde en una nebulosa de objeciones doctrinarias sobre los
peligros que esconden los consejos obreros. Los trabajadores de Turín
recurren a la clase obrera de toda Italia. Gramsci y sus compañeros
proponen una huelga general nacional indefinida para alcanzar la
insurrección. Los patronos no conceden nada. D’Aragona, jefe de la CGL,
está decidido a recuperar el control de la situación. Sin consultar a la
base, trata con el AMMA y "obtiene" un reconocimiento formal de los
consejos. A cambio acepta que los consejos dejen de controlar la
producción y las condiciones de trabajo en las fábricas.
De esta manera se consuma la
primera traición. Traición porque el PSI, que durante tres años había
hecho propaganda socialista en favor de la "dictadura del proletariado",
abandona todo contenido revolucionario en su estrategia, a pesar de que se
había demostrado que los batallones pesados de la clase obrera estaban
dispuestos a conquistar las fábricas porque deseaban la revolución y
habían perdido el sueldo de un mes para defender los consejos de fábrica.
Ahora debían resistir el hambre y la miseria.
Derrotada la larga ocupación,
la propaganda reaccionaria de la burguesía tapiza los muros de todo el
Piamonte y los patrones recuperan el control de las fábricas. El 1º de
Mayo, la represión es brutal y dos trabajadores son asesinados por la
policía y muchísimos son heridos. La clase obrera no cede ante la
represión, mientras los medios de comunicación y los propios dirigentes
obreros de la CGL y el PSI ridiculizan a los trabajadores considerando la
huelga de abril como un "acto de ingenuidad, ilusión, infantilismo y
romanticismo". Pero los empresarios no han conseguido totalmente su
objetivo; han probado al adversario y han entendido que los dirigentes son
débiles, pero la clase no se considera derrotada. El odio a la burguesía y
al Estado se extiende y profundiza por todo el país. Gramsci escribe: "Los
entierros de los dos asesinados se transforman en una demostración
indescriptible de potencia y disciplina; nacen nuevas fuerzas populares,
nuevas multitudes se suman al ejército que acompaña a sus caídos al
cementerio". (La fuerza de la revolución, en L’Ordine Nuovo,
8/5/1920).
Los socialistas italianos y la Tercera
Internacional
De esta experiencia, Gramsci,
como Bordiga, alcanza la conclusión de que es necesario llevar a la
mayoría del PSI a posiciones revolucionarias consecuentes. Se va a hacer
necesaria una conexión estable con Bordiga y los otros comunistas del PSI.
Al mismo tiempo se adhieren a la III Internacional las fracciones
revolucionarias de los partidos europeos socialistas, los núcleos de los
futuros partidos comunistas.
Al inicio del 2º Congreso de la
Internacional Comunista (julio de 1920), los bolcheviques aún no saben
nada del comportamiento reciente de los socialistas y de la CGL, pero
durante su desarrollo Lenin se da cuenta de que solamente las posiciones
políticas de L’Ordine Nuovo coinciden con el programa de la
Internacional. Lenin declarará ante los congresistas: "Nosotros tenemos
que decir a los compañeros italianos que la orientación que se corresponde
con la de la Internacional Comunista es la de los militantes de
L’Ordine Nuovo, y no la de la mayoría actual de los dirigentes del
Partido Socialista y su grupo parlamentario". Los dirigentes socialistas
se muestran apabullados ante la insistencia de Lenin de romper con los
reformistas del partido. Por otra parte, tanto Lenin como Trotsky y
Bujarin no ahorran críticas a Bordiga por sus posiciones abstencionistas,
ultraizquierdistas, aunque éstas constituyan una reacción al reformismo
del PSI.
Todos los asistentes al
congreso llegan al acuerdo de que, tras la derrota de la primera
revolución alemana y hasta que surja una nueva ocasión, Italia se ha
convertido en el siguiente país en el que la revolución llamará a la
puerta. Los dirigentes bolcheviques no dudan de que la consolidación y la
propia vida de la revolución iniciada en Rusia depende en última instancia
del éxito de la revolución en Italia y Alemania. De hecho, pese a haber
resistido la ofensiva militar de los ejercitos imperialistas y la reacción
zarista, la república soviética se encuentra en condiciones económicas muy
inferiores a las de 1914. Ningún dirigente bolchevique, ni siquiera
Stalin, duda del papel vital de la revolución en Alemania e Italia. Tanto
es así que Lenin declara que, si fuera necesario, la Rusia soviética
estaría dispuesta a sacrificarse por el éxito del proletariado alemán.
Lenin presta una extraordinaria importancia a la formación de partidos
genuinamente revolucionarios en Italia y, por encima de todo, en Alemania,
país que habría podido arrastrar la república soviética lejos del atraso,
si el proletariado alemán hubiera tomado el poder. Los bolcheviques habían
entendido perfectamente qué quería decir Marx en La ideología
alemana cuando escribió: "En ausencia de un desarrollo de las fuerzas
productivas iguales por lo menos a los más avanzados países capitalistas,
se generalizaría solamente la miseria, y por lo tanto con la necesidad
volvería también la lucha por lo necesario y volvería toda la vieja mierda
(...) sólo con este desarrollo universal de las fuerzas productivas pueden
tenerse relaciones universales entre los hombres. Lo que de una parte
produce el fenómeno de la masa ‘sin propiedad’ a la vez en todos los
pueblos, hace depender cada uno de ellos de las revoluciones de los
otros".
Trotsky describió así las
condiciones de la Rusia soviética: "Los tres primeros años que siguieron a
la revolución fueron de una guerra civil franca y encarnizada. La vida
económica se subordinó por completo a las necesidades del frente (...) Es
lo que se llama el período del comunismo de guerra (1918-21) (...) Los
objetivos económicos del poder de los sóviets se reducen principalmente a
sostener las industrias de guerra y a aprovechar las raquíticas reservas
existentes, para combatir y salvar del hambre a la población de las
ciudades. El comunismo de guerra era, en el fondo, una reglamentación del
consumo en una fortaleza sitiada" (La revolución traicionada, pág.
62).
Septiembre de 1920: la toma de
las fábricas
Los empresarios, envalentonados
por la primera batalla ganada en Turín, habían rechazado tratar con la
FIOM la mejora de las condiciones de trabajo y los aumentos salariales
para combatir la subida del coste de la vida. A finales de agosto de 1920,
la FIOM cede ante la presión de su base y llama a la toma de las fábricas
en toda Italia. En pocos días, la clase obrera está lista para la batalla.
La dirección de la CGL, dominada por los seguidores de Turati, obstaculiza
el desarrollo del movimiento y, sobre todo, bloquea la ocupación de las
tierras por medio millón de trabajadores del norte dirigidos por
Federterra. El 6 de septiembre, la dirección del PSI proclama que "el día
de la libertad y de la justicia está próximo", pero a pesar de los
esfuerzos de la clase, el partido no había preparado ni la sublevación, ni
el armamento de los trabajadores ni una dirección centralizada de las
operaciones. No había hecho más que charlar. Después de diez días de
resistencia, las fábricas todavía siguen ocupadas, pero sin una huelga
general y sin consignas claras no se consigue organizar la toma del poder.
La derecha reformista de Turati
toma la iniciativa para zanjar la lucha reuniendo a las direcciones del
PSI y de la CGL. Para entender lo que sucedió es necesario aclarar que
entre el partido y el sindicato se había llegado a un pacto años atrás: el
sindicato dirigiría las luchas económicas y entregaría el mando al partido
cuando la lucha se volviera política. Ninguno debía invadir el terreno del
otro. Los dirigentes del PSI (mayoritariamente maximalistas) vieron en
este pacto y en la cumbre organizada por D’Aragona la posibilidad de huir
de la lucha sin perder la cara. Como no querían dirigir la toma del poder,
maniobraron para quedar en minoría ante los reformistas cuando la cumbre
decidió que la conferencia de la CGL votara la insurrección. El grupo de
Serrati propuso que se votara "la invasión de los campos y de los
talleres", con la esperanza de encontrar un rechazo total por parte de los
dirigentes sindicales, o sea, del ala derecha de su mismo partido. Pero,
además del rechazo, se encontraron con toda la cúpula de la CGL ofreciendo
dimisiones. En este punto, la dirección de la lucha obrera estaba
completamente en manos de los centristas, que rehusaron su responsabilidad
de organizar la toma del poder, negándose a sustituir a la cúpula del
sindicato. De forma hipócrita y burlándose de L’Ordine Nuovo,
preguntaron a Togliatti y Gramsci si podían, junto a sus compañeros de
Turín, tomar el poder en Turín (capital de la revolución) y después
defenderlo en toda Italia. Era evidente que el PSI de Turín no tenía por
sí solo la fuerza ni las armas para llevar a cabo tamaña tarea en todo el
país, como Gramsci tuvo que admitir. Además, en Turín estaba concentrado
todo lo que quedaba del ejército, y los obreros sólo tenían armas para
defender las fábricas, pero no para una insurrección. Como consecuencia,
los dirigentes centristas se justificaron así: "Si no podemos tomar el
poder en Turín, donde la clase obrera está más organizada, tampoco
podremos hacerlo en el resto del país".
La historia nos enseña cómo
largos períodos de incubación y aumento de las contradicciones del
capitalismo pueden expresarse de manera concentrada en muy pocos meses. La
derrota de la clase obrera fue tanto más traumática cuanto más alto fue el
punto al que llegaron sus esperanzas. Más tarde, Gramsci reconocerá dos
errores muy serios por parte del grupo de L’Ordine Nuovo: no haber
constituido una oposición sindical arraigada en la CGL en Turín y a nivel
nacional, para presentar una alternativa a la dirección reformista, y no
haber organizado desde el primer momento una fracción comunista y
revolucionaria en el PSI que tuviera como órgano nacional L’Ordine
Nuovo.
En ese momento empieza
seriamente, sostenido por la IC, el trabajo de preparación de la escisión
de Livorno de enero de 1921, donde el PCI surgiría del PSI. El Bienio Rojo
y la Revolución de Octubre han sido padre y madre del Partido Comunista de
Italia. Ya en abril de 1920 Gramsci lo había comprendido todo: "La fase
actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede a la
conquista del poder político por el proletariado revolucionario (...) o
una tremenda reacción de parte de la clase propietaria y de la casta
dominante. Toda violencia será tenida en cuenta para someter el
proletariado industrial y rural a un trabajo servil: se intentará
destrozar inexorablemente a los organismos de lucha política de la clase
obrera e incorporar los organismos de resistencia económica —sindicatos y
cooperativas— a la estructura del Estado burgués". De hecho, los grupos
fascistas empezaron inmediatamente su ofensiva.
IV
EL PCd’I, SECCIÓN DE LA III
INTERNACIONAL
El manifiesto de la fracción
comunista fue suscrito por Bordiga, jefe y organizador, además de Gramsci,
Terracini y Fortichiari. Este núcleo será la única base seria de la IC en
Italia. En el congreso de Livorno, toda la FGSI, junto a cerca de 60.000
militantes del partido, se escinden del PSI para fundar el PCI. En los
meses siguientes, frente a la entrada de 15.000 nuevos militantes en el
PSI, la corriente maximalista de Serrati perderá 47.000. Sin embargo, en
el partido permanecerán 80.000 militantes, de los cuales 62.000 son
concejales o liberados de sindicatos o cooperativas obreras: el aparato
burocrático del PSI. A través de este aparato, los socialistas mantendrán
su dominio en la izquierda, frustrando las expectativas de Gramsci y
Bordiga, que pensaban llevarse al PCI a la mayoría de los militantes
socialistas.
El frente único
En junio de ese año, el III
Congreso de la Internacional Comunista rechaza justificadamente la
adhesión de los maximalistas Lazzari, Maffi y Serrati, poniendo como
condiciones la expulsión de la derecha reformista y la aceptación del
programa del Partido Comunista. Para todos está claro que el PCI necesita
bastante tiempo para conquistar la mayoría de la clase obrera italiana.
Lenin propone una solución fundada en la táctica de "abandonar a Serrati,
pero luego aliarse con él": el frente único político. El Bienio Rojo y el
congreso de Livorno habían aclarado a los militantes más conscientes la
necesidad de constituir un partido genuinamente revolucionario, comunista.
Pero se necesitaba una táctica adecuada para extender esa conciencia a los
trabajadores en el ámbito del viejo PSI y en la CGL. Para los
bolcheviques, se trata de una táctica temporal que los comunistas
italianos deben adoptar en el período de inevitable reflujo de la
revolución, con el objetivo de defenderse eficazmente contra la reacción
fascista del capitalismo italiano y ganar la mayoría de los trabajadores
al PCI por medio de una explicación paciente del programa revolucionario y
de las causas de la derrota.
Pero lo que es evidente para
los bolcheviques resulta inaceptable para Bordiga y Gramsci. Sólo unos
años más tarde éste comprenderá que los militantes fieles al PSI habrían
necesitado mucho tiempo para entender la traición de sus dirigentes,
mientras el conjunto de la clase obrera tardaría en levantar la cabeza
tras la derrota de septiembre de 1920. A finales de 1921 serán miles los
que romperán el carnet del PSI, pero sin adherirse al PCI. Lenin y Trotsky
explicaban pacientemente la actitud de esos trabajadores a los comunistas
italianos (igual que a los alemanes después del fracaso de 1919): "¿Qué
nos asegura que el nuevo partido pueda ser mejor que el viejo PSI? ¿Cómo
podemos estar seguros de que no seremos derrotados otra vez?". El frente
único —criticar las propuestas políticas de los dirigentes del PSI y al
mismo tiempo ofrecer de forma compañera una alianza para luchar contra los
fascistas y por mejoras económicas— hubiera sido la táctica adecuada para
vencer esa comprensible desconfianza.
En aquellos años, Trotsky
discutió asiduamente con Bordiga, que representaba a la mayoría de los
comunistas italianos, sobre dos cuestiones fundamentales: la estrategia de
la burguesía y las perspectivas para el fascismo. Bordiga afirmaba que los
patronos italianos, para moderar la combatividad de la clase obrera
italiana, pronto optarían por un gobierno del PSI y, por tanto, el
fascismo no constituiría un peligro real. A consecuencia de esto, el
Partido Comunista no podía aceptar ningún frente con los socialistas
porque fascismo y socialdemocracia no representarían más que dos caras de
la misma moneda. Se trataba en esencia del mismo error que cometerá Stalin
durante 1928-35, con consecuencias desastrosas en Alemania. Gramsci, un
poco menos rígido que Bordiga, propone que como mucho se pueda ofrecer al
PSI un frente único dentro de la CGL. Durante más de un año, se limitará a
criticar al grupo parlamentario del PSI desde las páginas de L’Ordine
Nuovo. El ultraizquierdismo le había conquistado, a pesar de las
advertencias de Trotsky: "Preparación para nosotros significa la creación
de condiciones tales para asegurarnos la simpatía de la gran mayoría de
las masas (...) La idea de cambiar la voluntad de las masas con la
decisión y la firmeza de la así llamada vanguardia se tiene que rechazar
sin duda porque no es marxista (...) Las acciones revolucionarias son
irrealizables sin las masas, pero éstas no están constituidas por
elementos absolutamente puros". A decir verdad, la ocasión para el frente
único sindical no faltará, y pronto se podrá observar claramente el
comportamiento sectario del PCI.
En los últimos meses de 1921,
el Partido Popular sufre la escisión temporal de su ala derecha,
conformada por los grandes latifundistas y la burguesía rural. En los
campos de Cremona, secciones del PP se fusionan con los socialistas, y en
otras zonas construyen juntos el sindicato. En octubre de 1922, también el
PSI expulsará a la derecha de Turati. Esta vez Lenin apoyará el proyecto
de fusión entre el PSI y el PCI, como una tarea de los comunistas para
conquistar a la base militante del Partido Socialista. Pero ese proyecto
se concretará demasiado tarde. El frente único hubiera acelerado el
proceso en un momento en que el tiempo era un factor vital en la lucha
contra el fascismo.
Los ‘Atrevidos del Pueblo’
Aunque las escuadras de los
fascistas fuesen violentas, destructivas y desmoralizantes, aunque la
derrota del Bienio Rojo hubiese sembrado mucha desilusión, no es correcto
imaginar que toda la clase obrera se resignase a la derrota. Para entender
mejor su gran disposición a luchar contra el fascismo y la burguesía, es
oportuno hablar un poco de lo que pasó en 1921. A mitad de ese año nacen
en Roma los Atrevidos del Pueblo, la oposición militar popular a la
violencia de las escuadras fascistas (siempre apoyadas por la policía).
Cansadas y heridas por meses de expediciones punitivas de los camisas
negras fascistas, las masas trabajadoras acogen con entusiasmo el
nacimiento de los Atrevidos. Por toda Italia, hartos de los crímenes
fascistas, los trabajadores ven en la nueva organización esa voluntad de
rebelión que nace del simple instinto por sobrevivir. Sin ninguna duda, la
aparición de los Atrevidos del Pueblo es para el proletariado italiano el
hecho más importante y significativo del verano de 1921. Tanto
constituyéndose desde abajo o apoyándose en las secciones de la Unión
Proletaria (la asociación de ex combatientes de la Primera Guerra Mundial
vinculada al PSI y al PCI), centenares de trabajadores amplían
inmediatamente cada núcleo de resistencia que nace. El nuevo gobierno
burgués dirigido por Bonomi mira con preocupación la resistencia de los
Atrevidos del Pueblo porque pone en riesgo la propuesta de tregua entre
los asustados parlamentarios socialistas y los fascistas. Los fascistas
aceptan el "pacto de pacificación" para ganar tiempo, pero Mussolini
pronto lo boicoteará. Mucho antes de Gandhi, los dirigentes socialistas
inventaron la nefasta política de la resistencia pasiva y de la no
violencia: sueñan con parar la violencia fascista con un pacto
parlamentario.
El 6 de julio tiene lugar en
Roma una importante manifestación antifascista, en la que participan miles
de trabajadores armados: el eco llega hasta Moscú. Pravda del 10 de
julio da una detallada información y el mismo Lenin, encantado con la
iniciativa, no duda en señarlarla como ejemplo a seguir. Después de esta
imponente manifestación, en unas pocas semanas la estructura paramilitar
antifascista se convierte en una organización con raíces en la clase.
Tomando en consideración las únicas secciones cuya existencia es cierta,
ese verano la organización antifascista está estructurada, al menos, en
144 secciones que agrupan casi a 20.000 militantes del norte al sur de
Italia: Génova, Spezia, Florencia, Piombino, Livorno, Pisa, Ancona, Terni,
Iesi, Pavía, Parma, Piacenza, Bolonia, Brescia, Bérgamo, Vercelli, Turín,
Milán, Catania y Taranto, por citar solamente las ciudades principales.
Los Atrevidos del Pueblo representan una estructura militar ágil, capaz de
converger en poco tiempo donde se prevé que los fascistas pueden atacar.
Por otra parte, intentan también ejercer el control del territorio a
través de marchas en las calles de las ciudades o con patrullas callejeras
para identificar a los elementos profascistas.
Los animadores son los
militantes de los movimientos y de los partidos políticos proletarios:
comunistas, socialistas, sindicalistas, anarquistas y, en algunas zonas,
también trabajadores del PP. Más allá de la resistencia armada, lo que une
a estas diversas corrientes del movimiento obrero es la visión común del
fenómeno fascista como reacción de clase. El perfil proletario del
movimiento de los Atrevidos es obvio en todo el territorio nacional. Los
ferroviarios son los más numerosos, los metalúrgicos son muchos, y también
hay jornaleros, trabajadores de astilleros y portuarios, albañiles,
carteros, tranviarios y campesinos pobres. Y, sobre todo, muchos jóvenes.
Los Atrevidos del Pueblo crecen y recogen la adhesión del primer batallón
de 300 guardias rojos comunistas de Turín. En el verano de 1922, expulsan
de Parma a muchísimos fascistas armados. La juventud comunista está
entusiasmada, militantes comunistas y socialistas forman por su propia
iniciativa nuevos batallones en muchos sitios. En Génova se forman varias
brigadas, entre ellas las "Lenin" y "Trotsky". En los barrios obreros se
recogen fondos para comprar armas.
En contraste con toda esta
actividad de la clase obrera, L’Avanti! (órgano del PSI) del 7 de
julio los ridiculiza: "Los Atrevidos del Pueblo se abandonan quizás a la
ilusión de tener la posibilidad de enfrentarse con éxito a la acción
armada de la reacción". Gramsci pronto contesta en L’Ordine Nuovo
del 15 de julio: "¿Son los comunistas contrarios al movimiento de los
Atrevidos del Pueblo? Al revés: ellos aspiran al armamento del
proletariado, a la creación de una fuerza armada proletaria capaz de
derrotar a la burguesía, dominar la organización y el desarrollo de las
nuevas fuerzas productivas generadas por el capitalismo". Pero Gramsci no
representa a la mayoría del Partido Comunista ni tiene la fuerza para
contrarrestar el sectarismo y el prestigio de Bordiga. Gramsci se limitará
a este artículo y poco más. Como un rayo, llega la directiva sectaria del
Ejecutivo del PCI: "El encuadramiento militar revolucionario del
proletariado tiene que constituirse dentro del partido". Y poco después
del pacto de pacificación del PSI, añade: "Se tomarán las medidas más
duras contra los militantes que desean incorporarse a los Atrevidos del
Pueblo o ponerse solamente en contacto con tal organización". Se llega a
la paradoja de considerar a los organizadores de los Atrevidos como
fascistas y provocadores. Todas las limitaciones de la dirección comunista
se hacen evidentes. Los dirigentes saludaban con entusiasmo los sóviets
rusos, pero no entendían su naturaleza, al igual que con la cuestión de la
autodefensa obrera. En ambos casos se trata de estructuras que surgen de
las exigencias de la clase obrera en la lucha política y militar. Bordiga
y los jefes comunistas, en cambio, aspiran a la subordinación automática
de las masas en lucha a las estructuras del partido. Esta superficialidad
no tiene en consideración para nada la heterogeneidad de la conciencia
política de los diferentes sectores de la clase obrera que, por cierto, no
desaparece en una época revolucionaria. Es más, denota una amplia
infravaloración del fascismo tanto militar como políticamente. Los
Atrevidos del Pueblo habían entendido lo que los dirigentes
revolucionarios no percibían.
Las consecuencias de la
oposición de los dirigentes socialistas y comunistas a fortalecer estos
organismos de autodefensa obrera son desastrosas: los militantes
socialistas abandonan los Atrevidos y los del PCI se refugian en las
brigadas comunistas, para alivio del Gobierno y de la oposición
parlamentaria socialista. Como era de suponer, las bandas fascistas
vuelven con bríos renovados a devastar e incendiar sedes sindicales,
socialistas y comunistas y a asesinar a sus militantes. Policía y
carabineros se lanzan a reprimir a los 4.000 militantes a que quedan
reducidos los Atrevidos a finales de 1921. La traición de los dirigentes
socialdemócratas y el sectarismo de los líderes del PCI impiden la
resistencia. Al tiempo, en Gramsci y Tasca comienzan a surgir las primeras
dudas a raíz de las críticas que Lenin y el Comité Ejecutivo de la IC
enviarán por correo al PCI: "¿Dónde estaban en ese momento los comunistas
italianos? Estaban ocupados en examinar con lente de aumento el movimiento
para decidir si era suficientemente marxista y en conformidad con el
programa (...) El PCI tenía que penetrar desde el primer momento de manera
enérgica en el movimiento de los Atrevidos, agrupar alrededor de sí a los
trabajadores y convertir en simpatizantes a los luchadores procedentes de
las capas medias (...) poner a elementos de confianza a la cabeza del
movimiento. El partido comunista es el cerebro y el corazón de la clase
obrera y, para el partido, no hay movimiento de los trabajadores demasiado
bajo o demasiado impuro (...) vuestro joven partido debe utilizar cada
posibilidad para tener contacto con los trabajadores de las masas obreras
y para vivir con ellos. Para nuestro movimiento es más y más favorable
cometer errores con las masas que no cometerlos lejos de ellas, encerrados
en el limitado círculo de los dirigentes del partido, afirmando la
castidad como principio".
La autodefensa era el arma de
la clase obrera italiana en la guerra civil que la burguesía desató desde
1920 contra los sindicatos, las organizaciones campesinas y las
municipalidades socialistas y comunistas. En el congreso de Lyon, con el
partido en plena clandestinidad, Gramsci reconsiderará las enseñanzas de
los Atrevidos, pero mientras tanto habrá debilitado su propio partido
marginando a buenos militantes y organizadores. En 1921 no estaba
solamente en juego una oposición eficaz al fascismo, cuyos resultados
habrían podido ser favorables, sino que, sobre todo, el PCI habría podido
experimentar en la práctica la táctica del frente único, que le habría
permitido ganar mucha autoridad ante los ojos de los militantes
socialistas y también ante amplios sectores de la clase obrera.
Segundo Congreso del PCI
Gramsci no tuvo desde el
principio una posición clara de cómo luchar contra el fascismo. En agosto
de 1921 escribe: "Contra el avance de la clase obrera se coaligarán todos
los elementos reaccionarios de los fascistas, de los populares, de los
socialistas: los socialistas serán, de hecho, la vanguardia de la reacción
antiproletaria porque conocen mejor las debilidades de la clase obrera".
Mientras tanto, en las elecciones de abril, el PSI sigue siendo el primer
partido aunque pierda 30 escaños, y el PP el segundo, entre el yunque de
las presiones de la base y el martillo reaccionario del Vaticano. Pero el
Papa y la Confindustria (la patronal) no necesitan más los servicios de
Turati y de Serrati, ya pueden utilizar sus propias armas porque el
peligro de insurrección ha pasado.
En marzo de 1922 se celebra en
Roma el II Congreso del PCI, con Gramsci presente. En el mismo se rechaza,
con casi el 90% de los votos, la táctica de frente único y se aprueban las
tesis de Bordiga: la lucha más dura hay que darla contra la
socialdemocracia en cuanto ala izquierda de la burguesía. Sobre este
punto, los bolcheviques siempre distinguían entre la dirección traidora de
la socialdemocracia (que de verdad actúa como ala izquierda de la
burguesía) y su base obrera. Los comunistas italianos, al no ofrecer el
frente único, consiguen cerrarse el camino hacia la base obrera
socialista. Para comprender las razones de este error es necesario tener
en cuenta que solamente había transcurrido un año desde la escisión de
Livorno, y el resentimiento hacia los maximalistas era enorme. El congreso
trata la cuestión de la reforma agraria sólo de forma muy general. La
labor de agitación en el ejército la discute la FGCI, pero no el conjunto
del partido. En cuanto al balance del trabajo sindical, la fracción
comunista calcula gozar de un 20% de apoyo dentro de la CGL. Esto gracias
a la consigna de huelga general contra los fascistas, contra el desempleo
de masas y por la subida de los salarios mermados por la inflación. Pero
la discusión sindical es monopolizada por las maniobras de los dirigentes
reformistas y no se centra en la importancia de aprovechar la oportunidad
que se está presentando en aquellas mismas semanas.
El frente único sindical
En la primavera de 1922, la
necesidad de defenderse de las sangrientas agresiones fascistas y de la
crisis económica empuja a la clase obrera a volver a la batalla, que será
muy intensa entre junio y julio. El ambiente de unidad desde la base
fuerza a los sindicatos a formar la AIL (Alianza Italiana de los
Trabajadores), que las cúpulas intentaron usar para controlar a los
trabajadores. La AIL está formada por CGL (1.850.000 afiliados en 1922, de
los que 415.000 son la minoría comunista; la mayoría se reparte entre
maximalistas y fieles a Turati y D’Aragona), USI (sindicato
anarco-sindicalista escindido en 1912 de la CGL, 320.000 afiliados), UIL
(175.000 afiliados), SFI (sindicato ferroviario anarquista, 120.000
afiliados) y FLP (portuarios, 100.000 afiliados). Al principio, el PCI no
participa en las reuniones y lanza mensajes contradictorios a sus
militantes, entre la participación crítica y el boicoteo. Las divisiones
en la CGL reflejan las fracturas en el seno de PSI, que llevarán más tarde
a la expulsión de los reformistas (PSU). Los dirigentes comunistas de la
CGL rechazan cualquier colaboración con los maximalistas, aunque hayan
comenzando un rentable trabajo dentro de la USI, donde existe un
importante sector que se orienta a la III Internacional. El sector más
combativo de la AIL podría suponer unos 700-800.000 trabajadores, si
sumamos la fracción comunista de la CGL, USI, ferroviarios y portuarios.
Si Bordiga y Gramsci hubieran aprovechado este frente único sindical
nacido de la base, en vez de boicotearlo, podrían haber arrastrado a la
mayoría de los trabajadores a la huelga general propuesta por el PCI.
Aunque la consigna de formación de comités unitarios de autodefensa obrera
no fue lanzada por los comunistas, sí habrían podido transformarse en
consejos —de fábrica, barrio y pueblo— durante la batalla antifascista.
A menos de dos años del Bienio
Rojo, la clase obrera protagoniza una nueva oleada de luchas contra el
fascismo. Pero, una vez más, los obreros permanecen sin guía. De hecho,
Turati llamará a la "Huelga por la Legalidad" (para que el gobierno pare
los pies a los fascistas) y además espera hasta finales de agosto, cuando
la clase está ya muy cansada después de meses de batalla desarticulada y
desarmada contra la represión. Lógicamente el PCI acaba por perder
militancia, quedándose con tan sólo 24.500 miembros. Las persecuciones
fascistas se hacen insoportables y fuerzan a los comunistas a la
semiclandestinidad. En octubre, Mussolini marcha sobre Roma junto a pocos
miles de fascistas, y para convencer al Rey de que lo acepte como jefe del
Gobierno bastan tres telefonazos: uno desde el Vaticano, otro desde
Confindustria y el último desde el Gobierno liberal dimisionario.
Paralelamente se desarrolla el
IV Congreso de la Internacional, que debe revisar la derrota italiana. En
ese momento parece que puede empezar la colaboración del PSI de Serrati
con los comunistas, pero ya es demasiado tarde. Poco después, la policía
detendrá a Bordiga y Grieco. En el Ejecutivo del PCI entrarán Gramsci,
Togliatti y Scoccimarro. Los camisas negras destrozan la sede de
L’Ordine Nuovo en Turín y apalean a un hermano de Gramsci,
confundiéndolo con éste. Trotsky escribirá más tarde: "El partido
comunista no se daba cuenta del alcance del peligro fascista, se nutría de
ilusiones revolucionarias (...) Se representaba el fascismo sólo como
reacción capitalista. (...) no distinguía las características particulares
del fascismo, determinadas por la movilización de la pequeña burguesía
contra el proletariado, (...) exceptuando a Gramsci, no admitía tampoco la
toma del poder por parte de los fascistas (...). Pero no hay que olvidar
que el fascismo italiano no era en aquél período más que un nuevo fenómeno
en formación: habría sido difícil incluso para un partido con experiencia
definir sus características específicas". (La revolución alemana y la
burocracia de Stalin, enero de 1932).
V
LA EVOLUCIÓN DEL PCd’I
La verdad es siempre revolucionaria
A finales de 1922, Gramsci
viajará a Moscú y Viena como representante italiano de la IC. En Rusia
aprovecha para curarse en una clínica y conoce a Julca Schucht. Tenía 32
años. Durante su estancia en Moscú, discutió ampliamente con Trotsky y se
convenció de la corrección de la táctica del frente único. Al mismo
tiempo, Lenin entra en la fase más crítica de su enfermedad, que le
incapacitará para la vida política hasta su muerte en 1924.
Para comprender lo ocurrido a
partir de esa época en el movimiento comunista es necesario explicar las
razones que llevaron a la degeneración del Partido Comunista de la Unión
Soviética y de la Internacional Comunista después del IV Congreso, el
último que se basó en la política marxista y en el que Lenin y Trotsky
desempeñaron un papel importante. Con eso aclararemos el contexto
internacional de la correspondiente degeneración del PCI, a la que Gramsci
no opuso ninguna resistencia. El V Congreso de la IC se celebró dos años
después del IV y el VI no se celebraría hasta cuatro años después (1928),
cuando ya la estructura y el funcionamiento del Partido Comunista
soviético y de la IC habían sufrido cambios radicales.
La degeneración de la
Revolución Rusa
Tras la muerte de Lenin, las
contradicciones económicas y sociales que se habían acumulado en Rusia se
expresaron en una larga batalla política entre Trotsky y la ascendiente
burocracia del partido. Las raíces de esta lucha están en el atraso
económico y social de Rusia y en la derrota definitiva de la Revolución
alemana a finales de 1923, que cerró el ciclo revolucionario en Europa. La
larga guerra civil que estalló cuando los ejércitos de veintiún potencias
capitalistas invadieron el Estado obrero, reduciendo el país a un caos
económico y haciéndolo retroceder décadas. El cansancio y la disminución
numérica del proletariado ruso contrajeron de forma dramática la base
social de la revolución y del poder obrero.
En esta situación, la Nueva
Política Económica (NEP) establecida por Lenin en 1921 representó la única
salida posible al comunismo de guerra. Se trataba de hacer concesiones a
la economía de mercado en el sector agrícola, para evitar la insurrección
de los campesinos contra el poder soviético y para aumentar la producción
comenzando por los bienes de primera necesidad: la comida. Todo esto
mientras se esperaba que la revolución alemana liberase a la URSS del
cerco capitalista y de su propio atraso. La NEP, de cuyos efectos
contradictorios Gramsci estaba informado, trajo un fuerte alivio al país,
sentando las primeras bases para salir de la situación, pero al mismo
tiempo favoreció el resurgimiento de tendencias pequeñoburguesas en el
campo y la ciudad y fortaleció a los kulaks (campesinos ricos) y a
los nepmen (comerciantes, intermediarios y pequeños industriales
enriquecidos gracias a la NEP). A estos sectores, en rápida ascensión, se
añadían dos capas sociales: la vieja burocracia estatal heredada del
pasado zarista y los técnicos de la industria que no habían huido al
extranjero, a los que la clase obrera necesitó en un primer momento por la
imposibilidad de sustituirlos a corto plazo. Éstos no habrían trabajado si
les hubiesen quitado todos los privilegios a los que estaban
acostumbrados. Incluso hubo que hacerles concesiones. Es fácil comprender
por qué el proletariado fue aplastado socialmente y, en consecuencia,
expropiado políticamente.
Del atraso económico, el
aislamiento de la revolución y el exterminio de centenares de miles de
comunistas y obreros avanzados en la guerra civil surgió una casta
burocrática que cuajó en todos los niveles del Estado. Una casta que
empezó a ver en el proletariado ruso y del resto del mundo una amenaza,
una casta que se expandía día a día, volviéndose incontrolable por la
débil y agotada clase obrera soviética. La burocracia adquiría conciencia
de sí misma y rápidamente encontró su expresión política, imponiéndose en
el seno de los sóviets y del Partido Comunista. Stalin se hizo su
portavoz.
Paralelamente, la IC se
convirtió en una sucursal del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético,
anteponiendo los intereses de la burocracia a los de la revolución
mundial. La derrota de la revolución en Occidente favoreció enormemente
este fenómeno. El propio Gramsci comparó el papel de la burocracia estatal
borbónica italiana al de la burocracia zarista rusa, destacando, por un
lado, la fuerza de la inercia y, por otro, la imposibilidad de su
sustitución en condiciones de atraso económico. Según Gramsci, la
burocracia había sobrevivido en ambos casos a la caída del régimen que la
había originado sobre todo por su peso en el aparato económico y
administrativo y por el atraso del país. Pero contrariamente a Bordiga,
Gramsci no consideró suficientemente las repercusiones de estos procesos
en el interior del PCUS y de la IC. Trotsky profundizó los primeros
análisis de Lenin sobre este problema, describiendo a la casta burocrática
como un grupo social con intereses propios y tendencia a reproducirse,
aunque sin ocupar un papel específico en la producción.
Los giros bruscos que
caracterizaron la política estalinista dependían de los intereses de la
casta usurpadora: fue así cómo los primeros involuntarios peones de la
burocracia, Zinóviev (a la cabeza de la IC), Kámenev y Stalin (a la cabeza
del partido) empezaron la lucha política contra Trotsky. En el otoño de
1924, Trotsky publica Lecciones de Octubre, donde respondió a las
acusaciones de desviarse del bolchevismo ilustrando las vacilaciones que
tuvieron Zinóviev, Kámenev y Stalin en la fase decisiva de la revolución
de 1917. Lecciones de Octubre compara las indecisiones de los
dirigentes bolcheviques cuando Lenin y Trotsky estaban ausentes con las de
Zinóviev y Kámenev en la revolución alemana de 1923, que causaron la
derrota y la pérdida de la última ocasión para romper el aislamiento ruso.
A escala internacional, la troika formada por Stalin, Zinóviev y
Kámenev subestimó la gravedad de aquel fracaso y, contrariamente al
análisis de Trotsky, preveía en el futuro inminente nuevos ascensos
revolucionarios en Alemania. La publicación de Lecciones de
Octubre, junto a las críticas de Trotsky a la prolongación de la NEP,
hizo que estallara abiertamente la guerra contra él. Cuando a finales de
1925 Zinóviev y Kámenev admitieron la corrección del análisis de Trotsky y
se opusieron a la teoría estalinista del "socialismo en un solo país",
Stalin se alió con Bujarin. Mientras tanto, Zinóviev y Kámenev se unieron
con Trotsky y la Oposición de Izquierdas en lo que se denominó la
Oposición Conjunta, pero el poder de Stalin y la burocracia ya era enorme.
Desde entonces, la unidad y
homogeneidad política de los partidos comunistas fue la excusa tras la
cual se escondió la imposición de un nuevo dogma: la infalibilidad del
secretario general y de la Internacional, y con este dogma, la aceptación
acrítica de la teoría antimarxista del socialismo en un solo país. La
postura revolucionaria de los bolcheviques se transformó, en 1924, en una
alianza sin principios con fuerzas pequeñoburguesas y burguesas en
numerosos países (EEUU, China, los Balcanes...), idealizando al
campesinado como una clase revolucionaria homogénea, en completa
contraposición a lo que Lenin y Trotsky habían defendido en la Revolución
de Octubre.
Según avanzaba la degeneración,
Stalin no sólo rompió con el marxismo al defender la teoría del socialismo
en un solo país, lo que equivalía a abandonar la perspectiva
internacionalista de la revolución, sino que recuperó la reformista
"teoría de las dos etapas", y no sólo para los países subdesarrollados y
coloniales, también para los países capitalistas avanzados. Esta teoría
considera que el proletariado debería apoyar a la burguesía nacional de
los países atrasados en su lucha contra los vestigios del feudalismo. De
esta manera, la realización de las tareas de la revolución democrática
daría paso a un período de desarrollo capitalista, que posteriormente
plantearía las tareas de la revolución socialista. La consecuencia de esta
política menchevique fue la trágica derrota de la primera Revolución China
en 1925-27. En nombre de la alianza con los campesinos y la burguesía
"progresista", el PC chino fue obligado a renunciar a su programa de
reforma agraria y nacionalización de la industria bajo control obrero y a
disolverse en el seno del Kuomintang (el partido burgués). Stalin y
Bujarin terminaron por destruir la revolución. El Kuomintang se lo
agradeció masacrando a cientos de miles de comunistas.
En el caso de países
capitalistas más avanzados, como Francia o España, Stalin impuso la
política del Frente Popular, es decir, el sometimiento del proletariado al
programa de una supuesta "burguesía progresista" en aras de la defensa de
la "República democrática". El alcance funesto de esta estrategia fue la
derrota de la revolución en ambos países en los años treinta.
El "gobierno obrero y campesino" y la
dictadura fascista
A la vuelta de Viena, Gramsci
encuentra al Partido machacado por la represión: 1923 había sido el año de
la caza al comunista, con la que el Gobierno y la monarquía intentan,
entre otras cosas, evitar la fusión del PCI con el PSI.
Millares de militantes y
dirigentes comunistas son detenidos y los fondos, confiscados. Solamente
en Turín, en pocas semanas son asesinados 23 dirigentes políticos y
sindicales. La estructura del partido estaba prácticamente destruida,
organizativa y físicamente. Por otra parte, el partido se había sometido a
las decisiones de la Internacional solamente de manera formal y
disciplinaria, pero seguía rechazando la táctica del frente único contra
el fascismo. En Viena, Gramsci se había negado a firmar un documento
—propuesto por Bordiga y la mayoría del partido, Togliatti incluido— de
oposición a la línea de la IC, que todavía no había caído en el proceso de
degeneración.
Gramsci, que vuelve aún
enfermo, intenta construir una fracción en el PCI, para contrarrestar la
línea sectaria de los comunistas italianos. Junto con Togliatti, funda en
los primeros meses de 1924 L’Unitá, el órgano de la inminente
fusión con el PSI, que seguirá siendo el diario oficial del PCI hasta el
año 2000.
En aquel período, Mussolini
había asestado otro duro golpe a la clase obrera con el primer recorte
drástico de los salarios. A pesar de la existencia de Parlamento, mes a
mes el régimen se hacía más despótico. Cuando el 10 de junio de 1924 los
camisas negras, por orden de Mussolini, asesinan al diputado socialista
Matteotti (L’Unità tituló "¡Abajo el Gobierno de los asesinos!"),
el régimen conoce varias semanas de incertidumbre: las ciudades
industriales y los jornaleros del norte y del sur —agobiados por la
alianza entre terratenientes, sacerdotes y fascistas— están al límite de
su paciencia. Esperan en vano del PSI y la CGL las directrices necesarias
para enfrentarse al débil gobierno fascista, y tan grande es la
indignación popular que el PCI aprovecha para lanzar una campaña de
afiliación que da resultados: ve duplicada su militancia. L’Unità
imprime ahora 40.000 copias diarias. Para forzar una intervención del rey
contra Mussolini, los partidos de izquierda y de la burguesía
"democrática" abandonan el Parlamento y se retiran durante meses al
Aventino, una de las colinas de Roma.
Desde allí, Gramsci intenta
desenmascarar ante las masas la pasividad de los maximalistas (PSI), la
derecha socialista de Turati (PSU) y los partidos burgueses (republicanos,
nacionalistas sardos, populares y democráticos). Por supuesto, la consigna
que los comunistas proponen en el Aventino ("Por un gobierno republicano
de todas las fuerzas antifascistas y antimonárquicas sobre la base de los
consejos obreros y campesinos") es rechazada En las fábricas y entre los
campesinos pobres la versión será: "Gobierno obrero y campesino". De
hecho, esas versiones se mezclan en la propaganda de L’Unità. Los
socialistas confirman su enorme desconfianza en las masas, mientras que el
sector "democrático" de la burguesía demuestra nuevamente que teme más a
la clase obrera que al fascismo. Con la tendencia al reflujo de las masas,
y debido al sectarismo del PCI en los años anteriores, el intento de
desenmascarar a los partidos democráticos y socialistas no obtiene
resultados satisfactorios. CGL, PSI y PSU rechazan la huelga general
promovida por los comunistas. En la práctica, el programa lanzado por
Gramsci en aquel momento (verano de 1924) era abstracto y muy confuso: en
lugar de hacer énfasis en la necesidad de una política de independencia de
clase del proletariado, adopta de hecho la consigna de un
"contraparlamento" burgués como contrapoder al fascismo. Además propone
que lo sostengan los consejos obreros (inexistentes) y campesinos. Esto
suponía un error si se considera que las instituciones estatales de la
burguesía apoyaban descaradamente al fascismo, algo de lo que sí era
consciente la clase obrera.
El frente único antifascista
concebido por Lenin y Trotsky preveía, en cambio, la exclusión de todo
partido burgués, la absoluta independencia política de la clase obrera
frente a la burguesía y las clases medias. De hecho, la consigna de los
comunistas italianos no tiene mucho éxito entre las masas trabajadoras.
Gramsci espera que las capas medias indignadas por el asesinato de
Matteotti dejaran de apoyar a Mussolini. También está convencido de que
"el gobierno obrero y campesino" pueda atraer a la pequeña burguesía
arruinada por la crisis económica. Pero se equivoca. La autodefensa armada
de la clase obrera se disuelve por la política equivocada de las
direcciones obreras —la falta de armas— y porque el Estado retoma el
control del ejército. Los Atrevidos del Pueblo y el frente único sindical
ya no existen. También la difusión de consejos obreros y campesinos en las
fábricas y los campos no se produce porque estos organismos sólo nacen de
las masas en los momentos de ascenso revolucionario, como demuestra la
experiencia de Turín en el Bienio Rojo.
Agrupar a las masas alrededor
de las consignas del PCI se revela imposible: se están pagando los errores
y el sectarismo de los cuatro años anteriores. También la CGL está muy
débil, y dentro de ella los reformistas boicotean con éxito a los
comunistas. En ausencia de oposición, Mussolini recupera la confianza y el
fascismo toma definitivamente el mando. Ya no habrá ocasiones para los
demás.
‘Bolchevización’ y degeneración del PCI
Gramsci, junto con Zinóviev,
cree que Mussolini caerá en muy poco tiempo, y ambos adoptan una táctica
errónea. No piensan en reforzar con tiempo la estructura clandestina del
partido, de organizar la retirada para preservarlo de la represión, sino
que deciden reclutar a masas inexpertas de jóvenes obreros y campesinos.
Pero sólo consiguen exponer al PCI a los golpes de los fascistas y a las
pesquisas policiales. Considerando que la clase obrera está en retirada,
hubiera sido necesario defender la mera existencia del partido. La
protección de las estructuras y la paciente formación de los cuadros del
partido adquieren gran importancia en estas circunstancias. En cambio, la
marginación de la izquierda de Bordiga del partido no hará más que
debilitarlo y distraerlo de sus tareas, teniendo en cuenta que la gran
mayoría de los cuadros apoyan a Bordiga.
En 1924, Gramsci, Tasca,
Togliatti (que sustituye a Gramsci en el Comité Ejecutivo Internacional) y
Scoccimarro empiezan su campaña por el control del partido y la
liquidación burocrática de la izquierda. Gramsci sólo controla la Central
(la ejecutiva nacional), mientras que Bordiga tiene una gran autoridad
sobre la mayoría de los cuadros locales y, por tanto, de la base. En la
conferencia clandestina de Como (1924), empiezan los ataques de la
Central, equiparando a Bordiga con Trotsky y definiendo a ambos como
"opositores estériles y dañosos para la unidad del partido". Pero lo
cierto es que nadie en Italia conoce las posiciones políticas de la
Oposición de Izquierdas de Trotsky. Gramsci y sus compañeros de la Central
piensan que las bases del régimen fascista no pueden reforzarse más de lo
que ya están y que la revolución no está lejos. Por eso quieren liberarse
con tiempo de la influencia de Bordiga. A la vez, el proyecto de
reestructuración política y organizativa del partido coincide con un
cambio desfavorable en la correlación de fuerzas entre las clases en
Rusia, Italia y el resto de Europa.
En aquel momento, la línea
política de la troika (Zinóviev, Kámenev, Stalin) para
"bolchevizar" la Internacional —que en la práctica significaba adecuar la
vida interna y la política de los diferentes partidos a la lucha contra el
"trotskismo" y la defensa del aparato dirigente del PCUS— se transforma en
un mandamiento también para Gramsci, que empieza a pensar que "la voluntad
y la fuerte disciplina bolchevique", sostenidas por la "férrea unidad
leninista del partido", pueden superar toda dificultad. La vena idealista
de Gramsci sustituye el análisis científico de Trotsky sobre los problemas
de la Revolución Rusa. Bordiga, miembro del Ejecutivo de la IC, que no
entabló contacto con Trotsky hasta 1924 y no conocía sus posiciones, le
defenderá en 1926 en una reunión del Comité Ejecutivo Internacional
ampliado. Su crítica tendrá como base la exclusión de los partidos
comunistas europeos del debate sobre los problemas internos del PCUS,
comportamiento completamente ajeno al internacionalismo proletario que
había caracterizado a la IC. Bordiga tampoco aceptará la criminalización
de las fracciones, afirmando que "las fracciones en el partido son la
historia de Lenin".
Desde el verano de 1924 hasta
la primavera de 1925, Gramsci, Togliatti y Scoccimarro desencadenan la
campaña de desmantelamiento de los cargos dirigentes del partido y de la
mayoría de los cuadros. Entre junio y julio de 1925, L’Unità, ahora
clandestina, titula: "El partido se refuerza combatiendo las desviaciones
antileninistas", "Los miembros del Comité de Intesa [los bordiguistas]
están en contra de la Internacional", "El Comité de Intesa, en contra del
espíritu proletario del partido" o "¡Contra el fraccionalismo, por una
unidad de hierro del partido!". El Comité de Intesa había nacido como
conexión ideológica entre los dirigentes víctimas de la campaña de
Gramsci. Podemos imaginar el efecto que esta campaña tuvo sobre los nuevos
y mal preparados militantes del partido, que ahora constituían la mayoría.
El ejecutivo del PCI organizó
incluso una policía interna para vigilar a los "sospechosos", supervisar e
impedir las reuniones de la izquierda y promover la destitución de
aquellos dirigentes (elegidos democráticamente en el último congreso) que
habían construido el partido. Se nombran abundantemente desde la cúpula
nuevos responsables, menos conscientes pero que obedecen ciegamente a la
troika italiana. El chantaje económico sobre los liberados y
cuadros comunistas funciona a la perfección, dadas las dificultades
económicas y el régimen fascista. Los comités locales y federales del
partido son disueltos y sus miembros son "desterrados" a las unidades más
fieles a la Central. De acuerdo con Humbert-Droz, el delegado en Italia de
la IC, el congreso se retrasará hasta la victoria de la "bolchevización".
Acabará por celebrarse en 1926 en Lyon, cuatro años después del anterior.
El clima de intimidación
interna se revela en palabras de Gramsci como éstas: "Ninguna tolerancia
para ninguna tendencia, el leninismo es un sistema integral: o se acepta
en bloque o se rechaza". Y también: "Es necesario infundir en las masas
del partido una convicción muy arraigada del principio de lealtad hacia el
Comité Central. Las iniciativas que quieren fraccionar (...) deben
encontrar en la base una reacción espontánea e inmediata que las entierre
antes de nacer. La autoridad del CC, entre un congreso y otro, nunca debe
ser discutida y el Partido debe convertirse en un bloque homogéneo"
("Significación y resultados del III Congreso del PCd’I", L’Unità,
24/2/1926). El mismo proceso se produce en los partidos comunistas de
Francia, Alemania, Polonia, Republica Checa, Eslovaquia, Noruega, EEUU y
muchos otros países.
En Italia, la línea de Gramsci
prevalece con el 90,8% de los votos en el congreso nacional. El
"reglamento" para los congresos locales había sido el siguiente: todos los
compañeros que no votan por la izquierda se consideran votos para la
Central; no valen las abstenciones; los compañeros que no puedan ir a los
congresos locales pero que quieren votar a Bordiga pueden hacerlo por
carta (exponiéndose al control de la policía). El resto de los ausentes se
cuentan como votos para la Central. Un ejemplo: un congreso en el que sólo
hubiesen podido participar 15 de los 60 delegados y en el que 11 votos
fuesen para la izquierda y 4 para la Central, se computaba como 49 votos
para la mayoría (o sea, la diferencia entre los 60 delegados y los 11 de
Bordiga).
Después del congreso, Gramsci
admitiría que no se discutió del programa, ni de la situación de Italia ni
de las perspectivas para el fascismo. Sólo se pensaba en destruir a la
izquierda. Bordiga y sus compañeros critican los métodos de votación en
los congresos, mientras que Gramsci destaca los esfuerzos y sacrificios de
los compañeros de base en la clandestinidad, consiguiendo ridiculizar las
críticas. El discurso de Gramsci duró cinco horas y cuando a continuación
empieza a hablar Bordiga, los delegados están agotados.
En el mismo año del congreso la
dictadura se endurece y se ilegaliza al PCI. Las tesis de Gramsci en Lyon
confirman su paso atrás.
La Asamblea Constituyente y la ruptura con el
estalinismo
Al mismo tiempo en la URSS, la
burocracia "soviética" (los sóviets quedaron reducidos a cascarones vacíos
hasta que desaparecieron incluso formalmente al comienzo de los años
treinta) se deshizo de toda oposición, primero de Trotsky y, a
continuación, de Kámenev, Zinóviev y el resto de los dirigentes
bolcheviques. Stalin se dio cuenta de que la NEP había reforzado mucho a
la nueva burguesía. Ahora, kulaks y nepmen amenazaban los
intereses de la casta burocrática, que se basaba en la propiedad colectiva
de los medios de producción y en el monopolio del comercio exterior.
Stalin dio entonces un giro a
la "izquierda"y puso en marcha la campaña de "eliminar a los kulaks como
clase" y de industrialización a marchas forzadas. En 1929, se deshizo de
su último aliado, Bujarin, y Trotsky fue exiliado. Afectada por la
experiencia china, la burocracia adoptó internacionalmente la política
ultraizquierdista del llamado tercer período: para el aparato
estalinista, el principal enemigo de la revolución lo constituían los
socialistas, que eran considerados como socialfascistas. Esta desgraciada
política hundió en el sectarismo más loco a los partidos comunistas
europeos, entre ellos al KPD (Partido Comunista Alemán), que combatió
encarnizadamente a las organizaciones socialdemócratas y sus sindicatos,
renunciando al frente único con la socialdemocracia para luchar contra el
nazismo.
Poco después del congreso,
Gramsci es detenido y encarcelado. En la celda le informan de las medidas
disciplinarias del bloque formado por Stalin y Bujarin dirigidas no sólo
contra Trotsky, sino también contra Kámenev y Zinóviev. Turbado por la
magnitud del enfrentamiento, Gramsci intenta oponerse y envía, por medio
de Togliatti, una carta al Comité Central del PCUS, expresando su
preocupación por el debilitamiento y la división del partido, pero sin
entrar en consideraciones políticas. Togliatti hará de todo para evitar
entregar la carta. En 1930 explotará en el Comité Ejecutivo del PCI la
polémica sobre el socialfascismo: Togliatti expulsará a Pietro Tresso
"Blasco", Leonetti y Ravazzoli, que rechazaban la nueva línea. Más tarde,
Tresso fundará la NOI (Nueva Oposición Italiana) y los tres se unirán a la
Oposición de Izquierdas Internacional de Trotsky. Tresso, alumno de
Gramsci y hasta 1930 responsable de la estructura clandestina del partido,
será uno de los fundadores de la IV Internacional en 1938. Detenido en
1942 en Francia por el Gobierno de Vichy, Stalin y Togliatti lo mandarán
asesinar en 1943, después de haber sido liberado por los comunistas
franceses.
Entre 1929 y 1930, a través de
los camaradas que llenaban las prisiones fascistas, Gramsci se enterará de
la nueva línea del tercer período y no la compartirá, como atestiguaron su
hermano Gennaro, Athos Lisa y el socialista Sandro Pertini. Debido a estas
críticas políticas, las campañas internacionales para la liberación de
Gramsci cesarán entre 1930 y 1934 por orden de Moscú. En la necrológica de
Gramsci escrita por Tresso en 1937 y publicada en el boletín de la NOI y
en La Lutte Ouvriere se dice: "Podemos afirmar incluso que, al
menos después de 1931 y hasta 1935, la ruptura moral y política de Gramsci
con el partido estalinizado era completa. La prueba es que durante estos
años la prensa comunista enmudeció acerca de la campaña para la liberación
de Gramsci. (...) Se había destituido a Gramsci oficialmente, puesto que
era jefe del Partido y en su lugar se había puesto a ese payaso dispuesto
a todo ¡que se llama Ercoli [Togliatti]! Los compañeros salidos de prisión
nos han informado, hace dos años, que Gramsci había estado expulsado del
Partido, una expulsión que la dirección había decidido ocultar al menos
hasta que Gramsci estuviera en condiciones de hablar libremente".
En 1930, Togliatti expulsa a
Bordiga por el "crimen" de seguir defendiendo a Trotsky. A las locas
concepciones del socialfascismo, Gramsci opuso correctamente la consigna
de la asamblea constituyente, que los sectores más conscientes de los
trabajadores y campesinos habrían apoyado fruto de su opresión bajo la
dictadura de Mussolini. Para Gramsci se trata precisamente de una consigna
transicional para conectar la conquista de las libertades democráticas y
sindicales con la perspectiva de la derrota revolucionaria del fascismo y
el capitalismo. Trotsky entonces ya apoyó esta consigna.
VI
LA HEGEMONÍA Y LA CUESTIÓN
MERIDIONAL
A través de su fiscal,
Mussolini había dicho de Gramsci: "Tenemos que impedir que este cerebro
funcione para los 20 próximos años". La pena impuesta fue de 20 años, 4
meses y 5 días, pero a pesar de las duras condiciones en la cárcel,
recrudecidas por su enfermedad, Gramsci tendrá la fuerza de profundizar
muchas cuestiones teóricas e históricas de gran importancia.
La conquista de la hegemonía
Si tú dijeras que las ciencias
que empiezan y terminan en la mente son verdaderas, esto no es exacto y se
niega por muchas razones; la primera es que la experiencia no llega a esos
discursos mentales, y no hay duda de que, sin experiencia, nada es por sí
mismo cierto.
Leonardo da Vinci,
Tratado
sobre la pintura
Seiscientos años después,
dirigimos al secretario general de Refundación Comunista (PRC) en Italia,
Fausto Bertinotti, las palabras de Leonardo. En los últimos años,
Bertinotti se ha enfrentado a menudo a algunos temas estudiados por
Gramsci en prisión, y lo ha hecho de forma abstracta. El problema de la
revolución en Occidente, nudo gordiano de la mayoría de las reflexiones de
los Cuadernos de la cárcel, está vinculado al concepto de
hegemonía: por un lado, la hegemonía que la clase dominante ejerce para
mantenerse en el poder por medio de distintas combinaciones de
manipulación, búsqueda de respaldo social y coerción; por otro, la
hegemonía que la clase obrera debe conquistar en la sociedad para
apoderarse de las palancas productivas, políticas y culturales
controladas, de momento, por la burguesía.
En su formal "regreso a Marx",
la política de Bertinotti se convierte en esa ciencia que comienza y
termina en los prejuicios de su mente, que ignora las experiencias que la
clase obrera acumuló desde la Comuna de París hasta la revolución en
Argentina en diciembre de 2001; define al estalinismo como la consecuencia
inevitable de la idea de la toma del poder, sin hacer referencia a las
causas objetivas de la degeneración de la Revolución rusa; y termina por
desnaturalizar el concepto de hegemonía de Gramsci para justificar la
renuncia de la mayoría actual de la dirección del PRC a cualquier idea de
expropiación de la burguesía. Y con la excusa de la importancia otorgada
por Gramsci al papel guía de los intelectuales comunistas para la
conquista de la hegemonía, Bertinotti abre las puertas del partido a la
intelectualidad pequeñoburguesa y reformista, a la vez que las cierra a
los jóvenes obreros italianos.
Reflexionando sobre la
correlación de fuerzas entre las clases sociales (Cuaderno de la
cárcel nº 13, nota 17), Gramsci distingue entre distintos ámbitos,
entre ellos el social, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas,
y el político, basado en la organización de las clases para la conquista
de la hegemonía. Dado que el primero está maduro para la superación del
capitalismo, y así opinaban ya Gramsci desde hace setenta años y Marx
desde hace ciento cincuenta, vemos cómo pensaba el dirigente comunista
sobre el resto: "Un segundo grado [ es aquel en el cual se llega a la
conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del
grupo social, pero todavía en el campo puramente económico. Ya en este
momento se coloca la cuestión del Estado, pero solamente en el terreno de
alcanzar una igualdad político-jurídica con los grupos dominantes, porque
se reclama el derecho a participar en la legislación y en la
administración y quizás a modificarlas, a reformarlas, pero en los cuadros
fundamentales ya existentes". Es decir, los trabajadores empiezan a ser
conscientes de la necesidad de organizarse para defender sus intereses
económicos y políticos en la sociedad capitalista.
"Un tercer momento es aquél en
el cual se llega a la conciencia de que los propios intereses
corporativos, en su actual y futuro desarrollo, superan el recinto
corporativo de grupo puramente económico, y pueden y deben convertirse en
los intereses de otros grupos subordinados. Ésta es la fase más
francamente política (...) de las superestructuras complejas (...) en la
cual las ideologías germinadas anteriormente se transforman en partido, se
comparan y entran en lucha hasta que una sola (...) pueda prevalecer,
imponerse, extenderse sobre todo el área social (...) colocando todas la
cuestiones alrededor de las cuales hay batalla, no a nivel corporativo,
sino sobre un plan universal y creando así la hegemonía de un grupo social
fundamental sobre una serie de grupos subordinados". El sentido de la
cita, como de las muchas que podríamos tomar de los Cuadernos,
resulta contradictorio y no es comprensible si ésta se interpreta
literalmente. ¡La censura fascista era activa incluso en la cárcel! Dado
que los escritos eran censurados, se hacía necesario un estilo más
sociológico que político, empleando eufemismos como "grupo social
fundamental" (clase obrera), "superestructuras complejas" (dualismo de
poderes, difusión de los consejos obreros).
"El Estado está pensado como un
organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables
a la máxima expansión del grupo mismo, pero ese desarrollo y expansión
están pensados y presentados como la fuerza motriz de una expansión
universal, de un desarrollo de todas las energías nacionales. Es decir,
que el grupo dominante viene coordinado concretamente con los intereses
generales [del conjunto] de los grupos subordinados y la vida estatal está
pensada como un continuo desarrollo y superación de equilibrios inestables
(en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y los
de los otros grupos". Así, la palabra "Estado" significa en la primera
cita "Estado burgués" y en esta última, "Estado obrero", con la ruptura
revolucionaria de por medio. Pero en absoluto podemos pretender que, en
las condiciones en las que se encontraba, Gramsci escribiese claramente la
expresión "derrumbamiento del sistema capitalista y su Estado". El mismo
discurso vale para la expresión "en el ámbito de la ley", donde "ley"
tiene que ser entendida como "dictadura del proletariado". El término
hegemonía (del partido obrero) parece claramente asociado a un período de
ascenso revolucionario, cuando la acción independiente de la clase obrera
logra inspirar a las clases medias y a los sectores explotados.
El capital se sirve diariamente
de las superestructuras por él controladas para inhibir cualquier desafío
a la hegemonía que ejerce a través de sus periodistas y escritores,
actores y directores, científicos y divulgadores, sacerdotes y profesores,
abogados y jueces, ministros y militares..., es decir, los intelectuales
que Gramsci definía como "dependientes de la clase dominante", "los
animadores de las casamatas del sistema", los "funcionarios de las
superestructuras". Gramsci defendía la necesidad de un trabajo constante
del partido para ganar no solamente a los obreros, sino incluso a los
intelectuales más cercanos al marxismo, para así minar la estabilidad de
las llamadas casamatas, vocablo tan utilizado por Toni Negri y Bertinotti.
Pero Gramsci no apoyaba en absoluto un proceso gradual basado en arrebatar
democráticamente la hegemonía a la clase dominante. No consideraba posible
ninguna transformación de la sociedad sin una ruptura revolucionaria.
Entendía que la influencia de las ideas comunistas sobre la clase obrera y
sobre las otras clases subalternas solamente podría extenderse muy
rápidamente en períodos de crisis social y que éstos debían ser
aprovechados para sustituir el Estado burgués por un Estado proletario
basado en los consejos obreros, en transición hacia el socialismo.
Sobre la revolución en
Occidente, Gramsci escribió: "en Oriente, el Estado era todo, la sociedad
civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad
civil hay una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidencia una
robusta estructura de la sociedad civil. El Estado es solamente una
trinchera avanzada, detrás de la cual existe una robusta cadena de
fortalezas y de casamatas". Los marxistas sabemos que la diferencia entre
el Estado zarista y el Estado occidental moderno depende de la diferencia
entre la burguesía débil y comprometida con el feudalismo de un país ex
colonial y la burguesía más fuerte de un país desarrollado. Que "la cadena
de fortalezas y casamatas" sea fuerte y su estrategia para conseguir
respaldo social sea refinada, es indudable; pero su resistencia depende,
en última instancia, de la capacidad del capitalismo para desarrollar las
fuerzas productivas y el bienestar general de un país: de esto y solamente
de esto depende la estabilidad de sus superestructuras. En caso contrario,
como muestra la revolución en Argentina (país más similar a Italia y
España que a la Rusia zarista), las fortalezas y las casamatas que
garantizan el respaldo social en tiempos normales se deshacen incluso
antes que el aparato estatal: la Iglesia está bajo acusación y su
jerarquía teme salir a la calle, los diarios burgueses se leen en un clima
de desconfianza general; parlamentarios, jueces y ministros no se atreven
a aparecer en público; las escuelas parecen más centros de rebeldía que
fortalezas de la burguesía... ¿Es éste el fruto de un largo trabajo de
intelectuales progresistas argentinos que desde años tejen la tela de la
hegemonía? ¡Ciertamente no! Los intelectuales pequeñoburgueses de
izquierdas estaban teorizando sobre el fin de la lucha de clases, cuando
fueron sorprendidos por el estallido del proceso revolucionario en toda
América Latina a finales de 2001. Bertinotti estaba haciendo lo mismo el
día en que fue desmentido por las seis huelgas generales que sacudieron
Italia, Grecia, Portugal y el Estado español nada más empezar el nuevo
siglo.
Después de haber demolido las
presunciones de independencia y la neutralidad de los intelectuales en la
sociedad capitalista, Gramsci define al intelectual del partido como el
"persuasor permanente", el "especialista de la construcción" de los
cuadros en el seno mismo de la clase obrera. "Que todos los miembros del
partido político deban ser considerados como intelectuales, esa es una
afirmación que puede prestarse a la broma; pero si se reflexiona, no hay
nada más exacto (…): lo que importa es la función, que es directiva y de
organización, o sea educativa, intelectual" (Cuaderno nº 12, nota
1). ¡Sorpresa! Gramsci no piensa en una genérica hegemonía del partido
sobre los "intelectuales" o "personas de cultura", sino en el proyecto de
ganar al partido todos los elementos periféricos de la clase obrera que
deseen entregarse en cuerpo y alma a la causa del socialismo y, por
supuesto, a la tarea de la educación política de la militancia y la
formación de cuadros. Sobre estas bases, ¿estamos realmente seguros de que
la "renovación intelectual y moral" de la que hablaba Gramsci fuese un
llamamiento a la buena voluntad de los intelectuales?
En un artículo de Gramsci,
publicado en el periódico Liberación el 28 de abril de 1998,
Bertinotti escribió: "[En el pensamiento de Gramsci] la dictadura del
proletariado sigue siendo un pensamiento dominante, excepto que Gramsci le
añade múltiples articulaciones: los temas de la ‘sociedad civil’, ‘las
casamatas’, la ‘hegemonía’ y por lo tanto la relación con la cultura, con
los intelectuales (...) Eso significa trascender de la causa mecánica de
la revolución en una operación en la cual, junto al elemento del conflicto
de clase y la autonomía, está el elemento de la construcción de la ciudad
futura". Han bastado unos pocos años para que Bertinotti llegara a
utilizar a Gramsci para intentar dar lustre a la nueva estrategia del PRC:
no a la lucha contra la propiedad privada y contra el Estado burgués, sino
larga marcha revolucionaria para la conquista, una después de otra, de las
casamatas. O sea: "El movimiento lo es todo, el fin no es nada". En el
congreso provincial de Bolonia, un escritor (el "intelectual orgánico"
Stefano Tassinari) dijo literalmente: "Veo el partido como embrión de otro
mundo posible nacido del movimiento de los movimientos". Es decir, la
mayoría del PRC y los intelectuales que "contaminan" su trabajo político
piensan que el partido ya no es un medio de lucha política ni el
depositario de las mejores tradiciones y la memoria histórica del
movimiento obrero, sino el embrión en expansión de la ciudad futura, el
centro de experimentación directa de otro mundo posible. ¿Cómo se
producirá, pues, la transformación social? Ellos nos contestan: al
conquistar casamatas, al transformarse el partido en el vehículo de "un
nuevo pensamiento fuerte". El mismo Bertinotti suspendió el llamado
"proyecto hegemónico" del PRC (1998) a favor de una genérica "alianza"
(2000-02) con cualquiera que en los movimientos se declare adversario del
neoliberismo.
Lo que impulsaba a Gramsci a
escribir sobre la hegemonía y la revolución en Occidente eran los
problemas con los que se enfrentaban los bolcheviques en Rusia: pensaba en
los medios y en las políticas que la clase obrera italiana, una vez en el
poder, debería adoptar para ganar de forma estable a su causa la mayoría
de la sociedad. En palabras de Trotsky, "la tarea del proletariado es
llevar a los campesinos al socialismo, manteniendo una hegemonía completa
sobre ellos". Gramsci conocía el alcance de los problemas del Estado
proletario ruso, donde la clase obrera no pudo ejercer una hegemonía
suficiente sobre las clases medias, debido al aislamiento y atraso
económico y cultural de Rusia y al muy reducido peso específico de la
clase obrera en la sociedad. Aunque el proletariado italiano era mucho más
desarrollado y numeroso que el ruso, la bancarrota del PSI contribuyó
directamente a la involución de las clases medias entre el Bienio Rojo y
la "rebelión de los simios", como Gramsci llamó al apoyo que éstas
otorgaron al fascismo tras la derrota de la revolución. Por eso estaba tan
interesado en el problema de la hegemonía política de la clase obrera
sobre las clases medias. A pesar del deterioro que sufría en la cárcel, el
preso 7047 trabajaba para la futura democracia obrera italiana. La ocasión
revolucionaria se presentaría puntualmente a la hora de la caída del
fascismo, en 1943. Y realmente, entre 1943 y 1948, la dirección
estalinista del PCI desviará la revolución italiana, que se basaba en la
guerra civil "partisana" y el movimiento de la clase obrera en las
ciudades.
Desde entonces, la dirección
estalinista del movimiento obrero siempre ha sido la responsable de la
derrota de la revolución italiana, incluso cuando se presentaron las
condiciones entre 1968 y los años setenta. De estas experiencias
elaboramos nuestra respuesta a las posiciones políticas del camarada
Bertinotti. Hay una casamata que regularmente el secretario descuida, pero
que es la más importante entre las que dispone el capital, la más difícil
de conquistar para los revolucionarios y la clase obrera, la última en
caer incluso cuando todo el sistema de Gramsci —Estado, fortalezas,
casamatas— está destruido: esa casamata es la dirección del movimiento
obrero, el aparato conservador de los sindicatos y los partidos obreros,
incluido el PRC. Como sostenemos los marxistas, la crisis de la sociedad
se reduce en última instancia a la degeneración política, bajo las
presiones del capitalismo, de la dirección de la clase obrera.
El ‘Resurgimiento’ y la ‘cuestión meridional’
Gramsci fue también el primero
en analizar desde un punto de vista de clase la cuestión meridional
italiana, es decir, la incompleta revolución democrática burguesa que
condujo entre 1860-71 a la desequilibrada unidad nacional de Italia bajo
el dominio de la burguesía septentrional. En el Resurgimiento, exagerado
apelativo dado a la formación del estado italiano, Gramsci busca las
raíces del desarrollo desigual y combinado de la sociedad italiana. La
"cuestión meridional" es analizada por Gramsci de manera brillante. Esta
definición resume los problemas no resueltos por la burguesía italiana: la
opresión de los campesinos del sur, la reforma agraria, la falta de
desarrollo industrial y de infraestructuras y la proverbial instabilidad
de los gobiernos burgueses italianos.
Gramsci interpreta
correctamente el Resurgimiento como la historia de la conquista del sur
italiano por el capitalismo septentrional y su estado monárquico de los
Saboya, basado en el Piamonte. La burguesía del norte saqueó los productos
del primer desarrollo industrial del reino borbónico del sur y necesitó
más de diez años para conquistar los extensos territorios controlados
directamente por el Vaticano. El resultado de la unificación, el Reino de
Italia, tenía a su frente una clase capitalista tan débil que dependía
directamente del capital financiero de la Europa del Norte. Hasta 1860, la
burguesía septentrional no había desarrollado su propia industria mucho
más que la meridional, aunque en general tenía una agricultura más
avanzada y más fábricas e infraestructuras. No obstante, el primer
ferrocarril se construyó en el Reino borbónico de las Dos Sicilias, entre
Nápoles y Portici, y el Banco de Nápoles era uno de los más importantes.
Obviamente, el sistema financiero en el sur estaba dominado por capital
francés e inglés. El estado borbónico del sur tenía una política económica
proteccionista para proteger su propia industria y mercados. Ni la
burguesía del norte ni la del sur tenían fuerza suficiente para
desarrollar la industria y la agricultura de toda la península italiana.
El relativo predominio de la burguesía septentrional fue la causa de que
el estado borbónico del sur saliese perdedor en el enfrentamiento. El
mantenimiento de la monarquía fue el compromiso que la burguesía del norte
aceptó para lograr resultados inmediatos: apoderarse de los impuestos
estatales sobre el sur a cambio de ningún servicio, extraer los recursos
naturales, explotar la mano de obra barata y trasladar al norte la
maquinaria y las industrias del sur, que en algunos casos eran más
modernas. Con engaños, los burgueses de la Padania acapararon los ahorros
de los emigrantes meridionales en América porque encontraban la forma de
convencer a las familias campesinas de que los invirtiesen en productos
financieros y bonos del Estado controlados desde Milán y Turín.
En este contexto, Gramsci
comprendió el papel de demócratas como Mazzini y Garibaldi durante el
Resurgimiento, haciendo un análisis despiadado de su cobardía ante los
liberales de Cavour y ante el rey. La burguesía italiana no tenía ni la
fuerza ni la capacidad de acabar con la aristocracia y la monarquía.
Cuando, a continuación, los campesinos pobres del sur empezaron a ocupar
las tierras de los terratenientes para llevar a cabo la revolución
democrática en el campo, fueron los "héroes" Garibaldi y Bixio quienes los
reprimieron. Treinta años más tarde, también la rebelión de los fasci
siciliani de los campos de sulfatos fue ahogada en sangre por el nuevo
Estado italiano aliado con los patrones sicilianos.
El estado monárquico de Saboya
también absorbió a la burocracia y a los grupos dirigentes del territorio
conquistado. Esto sirvió para seguir dominando las masas campesinas del
sur y manteniéndolas en la pobreza. Es muy fácil, como demostró Gramsci en
muchos escritos y discursos, desmontar los tópicos difundidos por la
hegemonía burguesa septentrional, según la cual el Sur sería "la bola al
pie del país civil". Las olas migratorias a los Estados Unidos y Alemania,
en particular, muestran cómo el capitalismo italiano era absolutamente
incapaz de desarrollar de manera equilibrada la economía nacional. Esta
realidad social y económica confirma la teoría de la revolución permanente
de Trotsky, que ve el desarrollo desigual y combinado como fruto de las
contradicciones del sistema capitalista a lo largo de todo el país. De
hecho, ni la débil burguesía del norte ni la del sur, comprometida con el
latifundio, habrían podido desarrollar las tareas de la revolución
burguesa en sus respectivos territorios. La razón es su dependencia de los
capitales financieros de los países más avanzados de Europa septentrional
y sus pactos con el feudalismo. Según Gramsci, sólo la revolución
socialista encabezada por la clase obrera habría podido socializar los
medios de producción, financieros y las tierras para poder sentar las
bases de un desarrollo armónico del país.
Gramsci siempre estuvo muy
atento al problema campesino. Para acabar, citamos el artículo más hermoso
de Antonio Gramsci, acerca de la reforma agraria, publicado en L’Ordine
Nuovo a comienzos de los años veinte:
"¿Qué obtiene un campesino
pobre con invadir una tierra inculta o mal cultivada? Sin máquinas, sin
una vivienda en el lugar de trabajo, sin crédito para esperar la época de
la cosecha, sin instituciones cooperativas que adquieran esa cosecha (en
el caso de que llegue a la cosecha sin antes haberse ahorcado en el
arbusto más fuerte del bosque), salvándolo de las garras de los usureros?
¿Qué puede ganar un campesino pobre con la invasión? (...) La
burguesía septentrional ha sojuzgado a la Italia meridional y a las islas,
reduciéndolas a colonias explotadas; el proletariado septentrional, al
emanciparse de la esclavitud capitalista, emancipará a las masas
campesinas meridionales, sometidas a la banca y al industrialismo
parasitario del Norte. No hay que buscar la regeneración económica y
política de los campesinos en una división de las tierras incultas y mal
cultivadas, sino en la solidaridad del proletariado industrial; (...) pues
su ‘interés’ consiste en que el capitalismo no renazca económicamente de
la propiedad territorial y en que la Italia meridional y las islas no se
conviertan en una base militar de la contrarrevolución capitalista. Al
imponer el control obrero sobre la industria, el proletariado la orientará
hacia la producción de máquinas agrícolas para los campesinos, de telas y
calzados para los campesinos, de energía eléctrica para los campesinos,
impedirá que la industria y la banca sigan explotando a los campesinos,
sometiéndolos como esclavos a sus cajas fuertes (...) Instaurando el
estado obrero, que somete a los capitalistas a la ley del trabajo útil,
los obreros destrozarán todas las cadenas que tiene atado el campesino a
su miseria; instaurando la dictadura obrera y controlando las industrias y
los bancos, el proletariado pondrá la enorme potencia de la organización
estatal al servicio de los campesinos en su lucha contra los propietarios,
contra la naturaleza, contra la miseria. Otorgará créditos a los
campesinos, establecerá cooperativas, garantizará la seguridad de las
personas y de los bienes contra el pillaje; realizará obras públicas de
saneamiento e irrigación. Y hará todo esto porque es de su interés
incrementar la producción agrícola, porque es de su interés tener y
conservar la solidaridad de las masas campesinas, porque es de su interés
orientar la producción industrial al trabajo útil y fraterno entre la
ciudad y el campo, entre el Norte y el Sur".