Julio López
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Contra el terrorismo.
Por EL MILITANTE - Sunday, Jul. 17, 2005 at 11:54 PM

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CONTRA EL TERRORISMO

INDICE

 

PRIMERA PARTE

CONTRA EL TERRORISMO INDIVIDUAL

La posición marxista acerca del terrorismo individual

La bancarrota del terrorismo

El terrorismo y el régimen stalinista en la Unión Soviética

A favor de Grynzpan

El terrorismo y los asesinatos de Rasputín y Nicolás II

SEGUNDA PARTE

SOBRE EL ARMAMENTO OBRERO

El papel revolucionario del ejército

La guerra, el fascismo y el armamento del proletariado

La milicia obrera 

Sobre la cuestión de la autodefensa obrera 

Los obreros deben aprender las artes militares 

Acerca de la conscripción

 

 


 
 

LA POSICIÓN MARXISTA ACERCA DEL TERRORISMO INDIVIDUAL

[Este artículo apareció originalmente en la edición de noviembre de 1911 de Der Kampf (Nuestra Lucha), órgano teórico de la socialdemocracia austríaca, con el título “Acerca del terrorismo”. Trotsky lo escribió a pedido de Federico Adler, director de Der Kampf, como respuesta a las actitudes terroristas que ciertos elementos difundían en la clase obrera austríaca. La traducción del ruso al inglés fue realizada por Marilyn Vogt y George Saunders.]

 Nuestros enemigos de clase tienen la costumbre de quejarse de nuestro terrorismo. No resulta claro que quiere decir. Les gustaría ponerles el rótulo de terrorismo a todas las acciones del proletariado dirigidas contra los intereses del enemigo de clase. Para ellos, el método principal del terrorismo es la huelga. La amenaza de una huelga, la organización de piquetes de huelga, el boicot económico a un patrón superexplotador, el boicot moral a un traidor de nuestras propias filas: todo esto y mucho más es calificado de terrorismo. Si por el terrorismo se entiende cualquier que atemorice o dañe al enemigo, entonces la lucha de clases no es sino terrorismo. Y lo único que resta considerar es si los políticos burgueses tienen derecho a proclamar su indignación moral acerca del terrorismo proletario, cuando todo su aparato estatal, con sus leyes, policía y ejército no es sino un instrumento del terror capitalista.

 Sin embargo, debemos señalar que cuando nos echan en cara el terrorismo, tratan, aunque no siempre en forma consciente, de darle a esta palabra un sentido más estricto, menos indirecto. Por ejemplo, la destrucción de las máquinas por parte de los trabajadores es terrorismo en este sentido estricto del término. La muerte de un patrón, la amenaza de incendiar una fábrica o matar a su dueño, el atentado a mano armada contra un ministro: todos éstos son actos terroristas en el sentido estricto del término. No obstante, cualquiera que conozca la verdadera naturaleza de la socialdemocracia internacional debe saber que ésta se ha opuesto de la manera más irreconciliable a esta clase de terrorismo.

 ¿Por qué?  El “terror” mediante la amenaza o la acción huelguística es patrimonio de los obreros industriales o agrícolas. La significación social de una huelga depende, en primer término, del tamaño de la empresa o rama de la industria afectada; en segundo lugar, del grado de organización, disciplina y disposición para la acción de los obreros que participan. Esto es cierto tanto en una huelga económica como en una política. Sigue siendo el método de lucha que surge directamente del lugar que en la sociedad moderna ocupa el proletariado en el proceso de producción.

 Para desarrollarse, el sistema capitalista requiera una superestructura parlamentaria. Pero al no poder confinar al proletariado en un ghuetto político, debe permitir tarde o temprano, su participación en el parlamento. En las elecciones se expresa el carácter masivo del proletariado y su nivel de desarrollo político, cualidades determinadas por su rol social, sobre todo por su rol en la producción.

 Al igual que en una huelga, en las elecciones el método, objetivos y resultado de la lucha dependen del rol social y la fuerza del proletariado como clase.

 Sólo los obreros pueden hacer huelga. Los artesanos arruinados por la fábrica, los campesinos cuya agua envenena la fábrica, los lumpenproletarios en busca de un buen botín, pueden destruir las máquinas, incendiar la fábrica o asesinar al dueño.

 Sólo la clase obrera consciente y organizada puede enviar una fuerte representación al parlamento para cuidar de los intereses proletarios. Sin embargo, para asesinar a un funcionario del gobierno no es necesario contar con las masas organizadas. La receta para fabricar explosivos es accesible a todo el mundo, y cualquiera puede conseguir una pistola.

 En el primer caso hay una lucha social, cuyos métodos y vías se desprenden de la naturaleza del orden social imperante; en el segundo, una reacción puramente mecánica que es idéntica en todo el mundo, desde la China hasta Francia: asesinatos, explosiones, etcétera, pero totalmente inocua en lo que hace al sistema social.

 Una huelga, incluso una modesta, tiene consecuencias sociales: fortalecimiento de la confianza en sí mismos de los obreros, crecimiento del sindicato, y, con no poca frecuencia, un mejoramiento en la tecnología productiva. El asesinato del dueño de la fábrica provoca efectos policíacos solamente, o un cambio de propietario desprovisto de toda significación social.

 Que un atentado terrorista, incluso uno “exitoso”, cree la confusión en la clase dominante depende de la situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el estado capitalista no se basa en ministros de estado y no queda eliminado con la desaparición de aquéllos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.

 Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho más profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a los altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del parlamento?

 Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión.

 Los profetas anarquistas de la “propaganda por los hechos” pueden hablar hasta por los codos sobre la influencia estimulante que ejercen los actos terroristas sobre las masas. Las consideraciones teóricas y la experiencia política demuestran lo contrario. Cuanto más “efectivos” sean los actos terroristas, cuanto mayor sea su impacto, cuanto más se concentre la atención de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas en organizarse y educarse.

 Pero el humo de la explosión se disipa, el pánico desaparece, un sucesor ocupa el lugar del ministro asesinado, la vida vuelve a sus viejos cauces, la rueda de la explotación capitalista gira como antes: sólo la represión policial se vuelve más salvaje y abierta. El resultado es que el lugar de las esperanzas renovadas y de la excitación artificialmente provocada viene a ocuparlo la desilusión y la apatía.

 Los esfuerzos de la reacción por poner fin a las huelgas y al movimiento obrero de masas han culminado, generalmente, siempre y en todas partes, en el fracaso. La sociedad capitalista necesita un proletariado activo, móvil e inteligente; no puede por tanto, tener al proletariado atado de pies y manos por mucho tiempo. En cambio la “propaganda por los hechos” de los anarquistas ha demostrado cada vez que el Estado es mucho más rico en medios de destrucción física y represión mecánica que todos los grupos terroristas juntos.

 Si esto es así, ¿qué pasa con la revolución? ¿Queda negada o imposibilitada? De ninguna manera. La revolución no es una simple suma de medios mecánicos. La revolución sólo puede surgir de la agudización de la lucha de clases, su victoria la garantiza sólo la función social del proletariado. La huelga política de masas, la insurrección armada, la conquista del poder estatal; todo está determinado por el grado de desarrollo de la producción, la alineación de las fuerzas de clase, el peso social del proletariado y, por último, por la composición social del ejército, puesto que son las fuerzas armadas el factor que decide el problema del poder en el momento de la revolución.

 La socialdemocracia es lo bastante realista como para no desconocer la revolución que está surgiendo de las circunstancias históricas actuales; por el contrario, va al encuentro de la revolución con los ojos bien abiertos. Pero, a diferencia de los anarquistas y en lucha abierta con ellos, la socialdemocracia rechaza todos los métodos y medios cuyo objetivo sea forzar el desarrollo de la sociedad artificialmente y sustituir la insuficiente fuerza revolucionaria del proletariado con preparaciones químicas.

 Antes de elevarse a la categoría de método para la lucha política el terrorismo hace su aparición bajo la forma del acto individual de la venganza. Así fue en Rusia, patria del terrorismo. Los azotes a los presos políticos llevaron a Vera Zasulich a expresar el sentimiento de indignación general con un atentado contra el general Trepov. (1) Su ejemplo cundió entre la intelectualidad revolucionaria, desprovista del apoyo de las masas. Lo que comenzó como un acto de venganza perpetrado en forma inconsciente fue elevado a todo un sistema en 1879-1881.(2)  Las oleadas de atentados anarquistas en Europa Occidental y América del Norte siempre se producen después de alguna atrocidad cometida por el gobierno: fusilamientos de huelguistas o ejecuciones de la oposición política. La fuente psicológica más importante del terrorismo es siempre el sentimiento de venganza que busca una válvula de escape.

 No hay necesidad de insistir en que la socialdemocracia nada tiene que ver con esos moralistas a sueldo que, en respuesta a cualquier acto terrorista, hablan solamente del “valor absoluto” de la vida humana. Son los mismos que en otras ocasiones, en nombre de otros valores absolutos –por ejemplo, el honor nacional o el prestigio del monarca- están dispuestos a llevar a millones de personas al infierno de la guerra. Hoy su héroe nacional es el ministro que da la orden de abrir fuego contra los obreros desarmados, en nombre del sagrado derecho a la propiedad privada; mañana, cuando la mano desesperada del obrero desocupado se crispe en un puño o recoja un arma, hablarán sandeces acerca de lo inadmisible de la violencia en cualquiera de sus formas.

 Digan lo que digan los eunucos y fariseos morales, el sentimiento de venganza tiene sus derechos. Habla muy bien a favor de la moral de la clase obrera el no contemplar indiferente lo que ocurre en éste, el mejor de los mundos posibles. No extinguir el insatisfecho deseo  proletario de venganza, sino, por el contrario, avivarlo una y otra vez, profundizarlo, dirigirlo contra la verdadera causa de la injusticia y la bajeza humanas: tal es la tarea de la socialdemocracia.

 Nos oponemos a los atentados terroristas porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que nos debe saldar el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a un funcionario llamado ministro. Aprender a considerar los crímenes contra la humanidad, todas las humillaciones a que se ven sometidos el cuerpo y el espíritu humanos, como excrecencias y expresiones del sistema social imperante, para empeñar todas nuestras energías en una lucha colectiva contra este sistema: ése es el cauce en el que el ardiente deseo de venganza puede encontrar su mayor satisfacción moral.
 
 
 

LA BANCARROTA DEL TERRORISMO

[Este es un extracto del artículo titulado “El colapso del terror y de su partido (Acerca del caso Azef)” publicado originalmente en el periódico polaco Przeglad Socyal-demokratyczny en mayo de 1909.]
[Se trata de un análisis de las sensacionales revelaciones acerca de Evno Azef, alto dirigente de la Organización de Combate, brazo terrorista del Partido Social Revolucionario. A principios de 1909 se reveló que Azef era agente de la policía secreta zarista. En el curso de su trabajo como provocador, Azef llegó a ser responsable del asesinato del ministro cuyo departamento lo había contratado. (Los dos tercios restantes de este artículo aparecen en The Militant del 1º de febrero de 1974.)]

 Durante todo un mes, la atención de toda persona capaz de leer y reflexionar ha estado dirigida hacia el caso Azef, tanto en Rusia como en el resto del mundo. Todos conocen el “caso” a través de la prensa legal y las crónicas parlamentarias, por el pedido de interpelación sobre Azef presentado por algunos diputados en la Duma.

Ahora Azef ha tenido el tiempo necesario para pasar a la trastienda. Su nombre aparece cada vez menos. Sin embargo, antes de relegar a Azef al basural de la historia de una vez por todas, creemos necesario resumir las principales lecciones políticas, no en lo que hace a las maquinaciones tipo Azef en sí, sino con respecto al terrorismo en su conjunto, y a la actitud que mantienen hacia el mismo los principales partidos políticos del país.

 El terror como método para la revolución política es nuestro aporte “nacional” ruso.

 Por supuesto que el asesinato de “tiranos” es casi tan antiguo como la institución de la “tiranía”, y los poetas de todas las épocas le han cantado más de una loa a la daga libertadora.

 Pero el error sistemático, que asume la tarea de eliminar a sátrapa tras sátrapa, ministro tras ministro, monarca tras monarca –“Sashka tras Sashka” (Diminutivo aplicado a los zares Alejandro II y Alejandro III. [N. Del T.]) como formulara familiarmente el programa del terrorismo un militante de Narodnaia Volia en 1880- esta clase de terror, que se ajusta a la jerarquía burocrática del absolutismo y crea su propia burocracia revolucionaria, es producto de los singulares poderes creadores de la intelectualidad rusa.

 Desde luego, deben existir profundas razones para esto. Debemos buscarlas, primero en la naturaleza de la autocracia rusa, y luego en la naturaleza de la intelectualidad rusa.

 Para que la idea misma de destruir el absolutismo por medios mecánicos pudiese difundirse, el aparato estatal hubo de aparecer como un simple órgano de coerción externo, sin raíces en la organización social. Y ésa es, precisamente, la forma que asumió la autocracia rusa a ojos de la intelectualidad revolucionaria.

 Esta ilusión poseía un fundamento histórico propio. El zarismo se formó bajo la presión de los estados culturalmente más adelantados de Occidente. Para poder competir, debía desangrar a las masa populares y moverles así el piso a las propias clases privilegiadas. Estas clases no pudieron alcanzar el nivel político de sus similares de Occidente.

 A ello se agregó, en el siglo XIX, la fuerte presión de la Bolsa de Comercio europea. Cuanto mayores eran las sumas que ésta le prestaba al régimen zarista, menos dependía éste de las relaciones económicas internas.

 El capital europeo le permitió armarse de tecnología europea, convirtiéndolo así en una organización (relativamente, desde luego) “autosuficiente”, ubicada por encima de todas las clases sociales.

 Semejante situación naturalmente podía dar surgimiento a la idea de hacer volar esta superestructura foránea con dinamita. La intelectualidad se sintió llamada a realizar esta tarea. Al igual que el Estado, la intelectualidad habíase desarrollado bajo la presión directa e inmediata de Occidente; al igual que su enemigo el Estado, se adelantó al nivel de desarrollo económico del país: el Estado, tecnológicamente; la intelectualidad, ideológicamente.

 Mientras que en las viejas sociedades burguesas europeas las ideas revolucionarias se desarrollaron más o menos a la par de las grandes fuerzas revolucionarias, en Rusia los intelectuales tuvieron acceso a la cultura y política prefabricada de Occidente; su pensamiento sufrió una revolución antes de que el desarrollo económico del país hubiese dado surgimiento a clases revolucionarias serias en las cuales apoyarse.

 En estas circunstancias, nada les quedaba a los intelectuales sino multiplicar su ardor revolucionario con el poder explosivo de la nitroglicerina. Así surgió el terrorismo clásico de Narodnaia Volia.

 Alcanzó su cenit en dos o tres años y luego quedó rápidamente reducida a la nada, habiendo consumido en sus fogosas luchas todas las reservas de combate que la intelectualidad, numéricamente débil, era capaz de proveer.

 El terror de los socialrevolucionarios fue en gran medida producto de los mismos factores históricos: por un lado, el despotismo “autosuficiente” del estado ruso; por otro, la “autosuficiente” intelectualidad rusa.

 Pero dos décadas no habían transcurrido en vano, y cuando aparece la segunda oleada de terroristas, lo hacen como epígonos, con el sello “perimidos por historia”.

 La época del “Sturm und Drang” (tormenta y tensión) capitalista de las décadas 1880-1890 dieron nacimiento y permitieron la consolidación de un gran proletariado industrial, afectando seriamente el aislamiento económico del campo y ligándolo más estrechamente a la fábrica y la ciudad.

 Detrás de Narodnaia Volia no había realmente una clase revolucionaria. Los socialrevolucionarios simplemente no querían ver al proletariado industrial; al menos, no fueron capaces de apreciar su significación histórica.

 Por supuesto, sería fácil juntar una docena de citas de la literatura socialrevolucionaria para demostrar que ellos no plantean hacer terrorismo en lugar de la lucha de masas, sino junto a las mismas. Pero éstas sólo atestiguan la lucha que los ideólogos del terror han debido librar contra los marxistas, ideólogos de la lucha de masas. 

Ello no cambia las cosas. El trabajo terrorista, por su propia esencia, exige tal concentración de energías para el “gran momento”, tal sobreestimación de la significación del heroísmo individual y, por último, una conspiración tan hermética que –psicológica si no lógicamente- excluye totalmente el trabajo organizativo y la agitación entre las masas.

 Para los terroristas, no existen más que dos focos centrales en el terreno político: el gobierno y la Organización de Combate. “El gobierno está dispuesto a aceptar temporalmente la existencia de todas las demás corrientes –escribía Gershuni [uno de los fundadores de la Organización de combate  de los socialrevoluconarios] a sus camaradas en momentos en que pendía sobre él una sentencia de muerte- , pero ha decidido dirigir todos sus golpes hacia la destrucción del Partido Social Revolucionario.”

 “Confío sinceramente –decía Kaliaev [otro terrorista socialrevolucionario]-, en que nuestra generación, dirigida por la Organización de Combate, liquidará la autocracia.”

 Todo lo que queda afuera del marco del terror no es más que la puesta en escena para la lucha; en el mejor de los casos, un medio auxiliar. Con el fogonazo enceguecedor de las bombas que explotan, los contornos de los partidos políticos y las líneas divisorias entre las clases en lucha desaparecen sin dejar rastros.

 Y escuchamos la voz de Gershuni, el mayor de los románticos y el mejor activista del nuevo terrorismo, instando a sus camaradas a “evitar una ruptura no solo con las filas revolucionarias, sino también con los partidos de oposición en general”.

 “No en lugar de las masas, sino junto con ellas.” El terrorismo, empero, es una forma de lucha demasiado “absoluta” como para contentarse con un papel limitado y subordinado dentro del partido.

 Engendrado por la falta de una clase revolucionaria, resucitado luego por la falta de confianza en las masas revolucionarias, el terrorismo puede subsistir solamente si explota las debilidades y falta de organización de las masas, si minimiza sus conquistas y exagera sus derrotas.

 “Ven que es imposible, dada la naturaleza del armamento moderno, que las masas populares utilicen tridentes y palos –armas milenarias de defensa popular- para destruir las bastillas de los tiempos modernos”, dijo Jdanov, abogado defensor de los terroristas, durante el juicio de Kaliaev.

 “Después del 9 de enero (3) comprendieron bien la situación; y respondieron a la ametralladora y al fusil de repetición con el revólver y la bomba; ésas son las barricadas del siglo XX.”

 Los revólveres de los héroes en lugar de los palos y tridentes del pueblo; bombas en lugar de barricadas: tal es la verdadera fórmula del terrorismo.

 Y sea cual fuere del papel subordinado que le asignan al terrorismo los teóricos “sintéticos” del partido, siempre ocupa, en los hechos, el sitio de honor. Y la Organización de Combate, colocada por la dirección del partido bajo el Comité Central, inevitablemente termina colocándose por encima del Comité Central, por encima del partido y todas sus tareas, hasta que el destino cruel coloca bajo el Departamento de Policía.

 Y es precisamente por ello que la caída de la Organización de Combate, como resultado de la infiltración policial, significa inevitablemente la caída política del partido.
 
 
 

EL TERRORISMO Y EL RÉGIMEN STALINISTA EN LA UNIÓN SOVIÉTICA

[Para justificar el terror oficial desatado contra la oposición de izquierda trotskista -y prácticamente contra toda la vieja generación revolucionari-) en las sangrientas purgas de los años 30, Stalin y su aparato policial y judicial lo acusaron de conspiración y terrorismo antisoviéticos, incluyendo el sabotaje, asesinato, etcétera.]
[En el siguiente testimonio, pronunciado ante la “Comisión Internacional de Investigación de los Cargos pronunciados contra León Trotsky en el juicio de Moscú” el 17 de abril de 1937, Tortsky se refirió al trasfondo político de las acusaciones de Stalin contra la Oposición, explicando por qué los terroristas no podían siquiera pensar en recurrir al terror en la lucha contra la burocracia stalinista en la URSS.]
[Las referencias al asesinato de Kirov aluden a Sergio Kirov, dirigente del Partido Comunista de Leningrado, asesinado por Nikolaiev en diciembre de 1934. Nikolaiev había apoyado a Zinoviev en la Oposición conjunta de 1926-27. Su atentado terrorista fue utilizado para enjuiciar a Zinoviev, Kamenev y otros grandes dirigentes de la Revolución Rusa por complicidad con el asesinato. (4)]

 Si el terror es factible para un bando, ¿porqué considerarlo vedado para el otro? Este razonamiento, seductoramente simétrico, es falso hasta la médula. No se puede colocar el terror de una dictadura contra su oposición en el mismo plano que el terror de la oposición contra la dictadura. Para la camarilla dominante, la preparación de asesinatos por intermedio de una corte o de una emboscada es lisa y llanamente un problema de técnica policial. En la eventualidad de un fracaso, siempre pueden sacrificarse algunos agentes de segunda categoría. Para la oposición, el terror supone la concentración de todas sus fuentes en la preparación delos atentados, sabiendo de antemano que cada atentado, tenga o no éxito, provocará la liquidación de decenas de sus mejores hombres. Una oposición no podría permitirse ese insensato despilfarro de sus fuerzas. Por esta razón y por ninguna otra, la Comintern no recurre a actos terroristas en los países donde imperan las dictaduras fascistas. La Oposición tiene tan poco interés en la política suicida como la Comintern.

 Según la acusación, rayana en la ignorancia y la haraganería mental, los “trotskos” están decididos a liquidar al grupo dominante para abrirse el camino al poder. El filisteo corriente, sobre todo si lleva la chapa de “amigo de la URSS” razona de la siguiente manera: “La Oposición no puede sino luchar por el poder y debe, por tanto, odiar al grupo que lo detenta. ¿Por qué, entonces, no ha de recurrir al terrorismo?” En otros términos, para el filisteo la cuestión termina donde en realidad comienza. Los dirigentes de la Oposición no son advenedizos ni novatos. El problema no radica en si luchan o no por el poder. Toda tendencia política sería lucha por el poder. Toda tendencia política sería lucha por el poder. La pregunta es: ¿Podía la Oposición, educada por la enorme experiencia del movimiento revolucionario, creer por un solo instante que el terror es capaz de aproximarla al poder? La historia rusa, la teoría marxista y la psicología política responden: ¡No, no podía!

 Aquí es necesario clarificar , aunque sea brevemente, el problema del terror desde el punto de vista de la historia y la teoría. En la medida en que se me tacha de iniciador del “terror antisoviético”, debo darle a mi exposición un carácter autobiográfico. En 1902, recién llegado a Londres, luego de casi cinco años de prisión y exilio en Siberia, tuve la ocasión, en un artículo recordatorio del bicentenario de la fortaleza de Schlusselburg, con sus trabajos forzados, de enumerar a lo revolucionarios muertos bajo al tortura en ese lugar. “Las sombras de esos mártires claman por la venganza...” Pero agregué inmediatamente: “Una venganza no personal sino revolucionaria. No la ejecución de un ministro sino la de la autocracia.” Esas líneas iban dirigidas contra el terror individual. Su autor tenía veintitrés años de edad. Desde los primeros días de su actividad revolucionaria ya era un adversario del terrorismo. De 1902 a 1905 pronuncié, en varia ciudades de Europa, ante estudiantes y emigrados rusos, decenas de informes políticos contra la ideología terrorista, que a comienzos de siglo volvía a cundir entre la juventud rusa.

 A parir de la década de 1880, dos generaciones de marxistas rusos experimentaron la era del terror, aprendieron sus trágicas lecciones y asimilaron orgánicamente una actitud negativa hacia el aventurerismo heroico del individuo solitario. Plejanov, fundador del marxismo ruso; Lenin, dirigente del bolchevismo; Martov, máximo representante del menchevismo; todos ellos dedicaron miles de páginas y cientos de discursos a la lucha contra la táctica terrorista.

 La inspiración ideológica proveniente de estos maestros del marxismo alimentó mi actitud hacia la alquimia revolucionaria de los círculo intelectuales cerrados durante mi adolescencia. Para nosotros, los revolucionarios rusos, el problema del terror era una cuestión de vida o muerte en el sentido tanto político como personal del término. Para nosotros, el terrorista no era un personaje novelesco sino un ser humano viviente y familiar. En el exilio convivimos con los terroristas de la vieja generación. En las cárceles y bajo la custodia policial conocimos terroristas de nuestra misma edad. Nos enviábamos mensajes, en la fortaleza de Pedro y Pablo, con los terroristas condenados a muerte. ¡Cuántas horas, cuantos días, invertimos en apasionada discusión! ¡Cuántas veces rompimos relaciones personales por esta cuestión tan candente! La literatura rusa sobre el tema, alimentada por estos debates, llenaría una gran biblioteca.

 Las explosiones terroristas aisladas son inevitables allí donde la oposición política traspasa ciertas fronteras. Semejantes actos tienen casi siempre un carácter sintomático. Pero la política que consagra al terror, la que lo eleva a la categoría de sistema, eso es otra cosa. “El trabajo terrorista –escribí en 1909-, por su propia esencia, requiere tal concentración de energías para el ‘gran momento’, tal sobreestimación de la significación del heroísmo personal y, por último, una conspiración tan hermética que [...] excluye totalmente el trabajo organizativo y de agitación entre las masas [...]. Al luchar contra el terrorismo, la intelectualidad marxista defendió su derecho o su deber de no salir de los barrios obreros para cavar túneles bajo los palacios de los zares o grandes duques”. Es imposible engañar a la historia. A la larga la historia coloca a cada cual en su lugar. La característica fundamental del terrorismo como sistema es que busca compensar su falta de fuerza política mediante compuestos químicos. Existen, desde luego, circunstancias en que el terror puede sembrar la confusión entre las filas gobernantes. Pero, en ese caso, ¿quién puede cosechar los frutos? No la organización terrorista, ni las masas a cuyas espaldas transcurre el duelo político. Así en su momento, los burgueses liberales rusos simpatizaron con el terrorismo. La razón es clara. En 1909 escribí: “En la medida en que el terror siembra la confusión y la desorganización en las filas del gobierno (al precio de desorganizar y desmoralizar las filas revolucionarias), les hace el juego nada menos que a los liberales”. Encontramos la misma idea, expresada en casi las mismas palabras, un cuarto de siglo más tarde en relación al asesinato de Kirov.

 El hecho mismo de los actos terroristas individuales es señal inconfundible del atraso político de un país y de la debilidad de las fuerzas progresistas en el mismo. La Revolución de 1905, que reveló la fuerza inmensa del proletariado, puso fin al romanticismo del combate singular entre un puñado de intelectuales y el zarismo. “El terrorismo ruso ha muerto –reiteré en una serie de artículos- [...]. El terror ha emigrado al Lejano Oriente, a las provincias de Punjab y Bengala [...]. Puede que en otros países de Oriente el terrorismo esté destinado a conocer una época floreciente. Pero en Rusia ya es parte de la herencia de la historia.”

 En 1907 me encontré nuevamente en el exilio. El azote de la contrarrevolución se abatía salvajemente, y las comunidades rusas en las ciudades europeas se volvieron muy numerosas. Dediqué todo el período de mi segunda emigración a hacer informes y artículos contra el terror de la venganza y la desesperación. En 1909 se reveló que a la cabeza de la organización terrorista de los autotitulados “socialrevolucionarios” había un agente provocador, de nombre Azef. “En el callejón sin salida del terrorismo –escribí en enero de 1909- la mano del provocador actúa con seguridad”. El terrorismo sigue siendo para mí un “callejón sin salida”.

 En el mismo periodo escribí: “La actitud irreconciliable de la socialdemocracia rusa para con el terror burocrático de la revolución como método de lucha contra la burocracia terrorista del zarismo ha suscitado el asombro y la condena, no solo de los liberales rusos sino también de los socialistas europeos”. Éstos, al igual que aquéllos, nos acusaron de “doctrinarismo”. Nosotros, los marxistas rusos, atribuimos esta simpatía hacia los terroristas rusos al oportunismo de los dirigentes de la socialdemocracia europea que se habían acostumbrado a transferir sus esperanzas de las masas a las cúpulas dominantes. “Quienquiera que ande al acecho de una cartera ministerial ... lo mismo que aquellos que, portando una máquina infernal bajo la capa, acechan al propio ministro, deben sobreestimar por igual al ministro: a su personalidad y a su puesto. Para ellos el sistema desaparece y retrocede y sólo queda el individuo investido con el poder”. Más adelante veremos, en relación al asesinato de Kirov, cómo reaparece este pensamiento, que está presente en mis décadas de actividad.

 En 1911 cundieron sentimientos terroristas entre ciertos grupos de obreros austríacos. A pedido de Federico Adler, editor de Der Kampf, mensuario teórico de la socialdemocracia austríaca, escribí un artículo a propósito del terrorismo:

 Que un atentado terrorista, incluso uno “exitoso, cree la confusión en la clase dominante, depende de la situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el Estado capitalista no se basa en ministros de Estado y no queda eliminado con la desaparición de aquellos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.
 Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho mas profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del parlamento?
 Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, la hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con misión.

 Cinco años después, al calor de la guerra imperialista, Federico Adler, a cuyo pedido escribí este artículo, asesinó al ministro-presidente austríaco Stuergkh en un restaurante vienés. El escéptico oportunista heroico no pudo encontrar otra válvula para su indignación y desesperación. Naturalmente, mis simpatías no estaban con el funcionario de los habsburgo. Sin embargo, a la acción individualista de Adler contrapuse el accionar de Carlos Liebknecht, quien en plena época de guerra salió a una plaza de Berlín a distribuir un manifiesto revolucionario dirigido a los obreros.

 El 28 de diciembre de 1934, cuatro semanas después del asesinato de Kiov, cuando el poder judicial soviético aun no sabía hacia que lado apuntar las flechas de su “justicia”, escribí en el Boletín de la Oposición:

 [...] Si los marxistas han condenado categóricamente el terrorismo individual [...] aun cuando las balas fueran dirigidas contra agentes del gobierno zarista y de la explotación capitalista, tanto más implacablemente condenarán y rechazarán el aventurerismo criminal de los actos terroristas dirigidos contra los representantes burocráticos del primer estado obrero de la historia. Las motivaciones subjetivas de Nikolaiev y Cía, nos son indiferentes. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Mientras la burocracia soviética no sea derrocada por el proletariado –lo que eventualmente ocurrirá- cumple una función necesaria en la defensa del estado obrero. En caso de cundir, el terrorismo al estilo Nikolaiev podría, si se dieran otras circunstancias desfavorables, servir sólo a la contrarrevolución fascista.
 Sólo los farsantes políticos podrían tratar de incluir a Nikolaiev en la Oposición de Izquierda, aunque sólo fuera como miembro del grupo de Zinoviev tal como existía en 1926-1927. La organización terrorista de la juventud comunista no es alentada por la Oposición de Izquierda, sino por la burocracia, por su descomposición interna. El terrorismo individual es en esencia la otra cara del burocratismo. Los marxistas nos descubrieron esta ley recién ayer. El burocratismo no confía en las masas, y trata de sustituirlas. El terrorismo hace lo mismo; quiere hacer felices a las masas sin dejarlas participar. La burocracia ha creado un repugnante culto al líder, otorgando a los dirigentes poderes divinos. El culto al “héroe” es también la religión del terrorismo, sólo que con un signo negativo. Los Nikolaiev imaginan que basta con eliminar con revólveres a unos cuantos dirigentes para que la historia tome otro rumbo. En tanto que grupo ideológico, los terroristas comunistas están hechos con la misma madera que la burocracia stalinista. [No.41, de enero de 1935]

 Como ustedes ya han podido convencerse, estas líneas no fueron escritas ad hoc. Sintetizan la experiencia de toda una vida, enriquecida a su vez por la experiencia de dos generaciones.

 Ya en la época del zarismo, un joven marxista que pasara a integrar las filas del partido terrorista era un fenómeno relativamente raro: lo suficiente como para que se lo señalara con el dedo. Pero en esa época se desarrollaba una polémica teórica incesante entre las dos tendencias; las discusiones públicas eran cosa de todos los días. Ahora, en cambio, quieren hacernos creer que no son los revolucionarios jóvenes sino los viejos dirigentes del marxismo ruso, que tienen tras de sí la experiencia de tres revoluciones, los que se han volcado repentinamente, sin crítica, sin discusión, sin una sola palabra de explicación, hacia el terrorismo que siempre rechazaron, por considerarlo un suicidio político oficial, y ni qué hablar de la justicia soviética. A las convicciones políticas logradas a  través de la experiencia, selladas por la teoría, templadas al fuego de la historia de la humanidad, los falsificadores contraponen testimonios de fuentes sospechosas y desconocidas, rudimentarios, contradictorios y sin ninguna clase de prueba.
 
 

A FAVOR DE GRYNSZPAN: CONTRA LAS BANDAS FASCISTAS Y LA CANALLA STALINISTA

[Herschel Grynszpan asesinó a un funcionario nazi en la embajada alemana en París el 7 de noviembre de 1938. En este artículo, aparecido por primera vez en la publicación estadounidense Socialist Appeal el 14 de febrero de 1939, Trotsky se solidariza con el heroísmo personal de Grynszpan, a la vez que señala la inutilidad de su acción.]

 Resulta claro para cualquiera que posea siquiera mínimos conocimientos de historia política, que la política de los pandilleros fascistas provoca, abierta y a  veces deliberadamente, actos terroristas. Lo más asombroso es que hasta ahora haya habido un solo Grynszpan. Indudablemente esos actos proliferarán.

 Los marxistas consideramos que la táctica del terrorismo individual es inconveniente para la lucha liberadora, tanto del proletariado como de las nacionalidades oprimidas. Un héroe aislado no puede reemplazar a las masas. Pero comprendemos con toda claridad la inevitabilidad de semejantes actos de desesperación y venganza. Todas nuestras emociones, nuestra simpatía están con los sacrificados vengadores, aunque ellos hayan sido incapaces de descubrir el camino correcto. Nuestra simpatía es mayor porque Grynszpan no era un militante político sino un joven inexperto, casi un muchacho, cuyo único consejero fue la indignación. ¡Arrancar a Grynszpan de las manos de la justicia capitalista, capaz de decapitarlo para servir a la diplomacia capitalista, es la tarea elemental, inmediata, de la clase obrera internacional!

 Tanto más repugnante en su policíaca estupidez e inconfesable violencia es la campaña contra Grynszpan de la prensa stalinista internacional, bajo las órdenes del Kremlin. Tratan de pintarlo como agente de los nazis. Al meter en una bolsa al provocador y a su víctima, los stalinistas atribuyen a Grynszpan la intención de crearle a Hitler un pretexto para sus pogromos. ¿Qué puede decirse de estos “periodistas” venales a quienes ya no les queda vestigio de pudor? Desde el inicio del movimiento socialista la burguesía a atribuido toda muestra violenta de indignación, sobre todos los actos terroristas, a la influencia degeneradora del marxismo. Aquí como en otros campos, los stalinistas han heredado las tradiciones mas sucias de la reacción. La Cuarta Internacional (5) puede enorgullecerse con toda razón de que la escoria reaccionaria, incluido el stalinismo, vincule a la Cuarta Internacional toda acción y protesta audaz, todo estallido de indignación, todo golpe dirigido contra los verdugos.

 Así ocurría con la Internacional de Marx en su momento. La solidaridad moral nos une, desde luego, a Grynszpan, no a sus carceleros “democráticos” ni a los calumniadores stalinistas que necesitan el cadáver de Grynszpan para apuntalar, aunque sólo sea parcial e indirectamente, los veredictos de la Justicia moscovita. La diplomacia del Kremlin, degenerada hasta la médula, trata al mismo tiempo de utilizar este incidente “feliz” para renovar sus maquinaciones tendientes a lograr un acuerdo internacional entre varios gobiernos, incluidos los de Hitler y Mussolini, para la extradición mutua de terroristas. ¡Cuidad maestros del engaño! La aplicación de semejantes ley requerirá la entrega de Stalin a por lo menos una docena de gobiernos extranjeros.

 Los stalinistas gritan en los oídos de la policía que Grynszpan asistía a reuniones “trotskistas”. Lo cual desgraciadamente, no es cierto. Por que si se hubiese acercado a la Cuarta Internacional habría descubierto una válvula distinta y más efectiva para su energía revolucionaria. Personas capaces de clamar contra la injusticia y la brutalidad, las hay a montones. Pero aquéllos que, como Grynszpan, son capaces también de actuar, hasta el punto de sacrificar sus vidas si es necesario, son la preciosa levadura de la humanidad.

 En el sentido moral, aunque no por su forma de actuar, Grynszpan puede servir de modelo para todo joven revolucionario. Nuestra sincera solidaridad moral con Grynszpan nos otorga el derecho de decirles a todos los futuros grinszpans; a todos aquellos capaces de sacrificarse en la lucha contra el despotismo y la bestialidad: ¡Buscad otro camino! No es el gran vengador sino sólo el gran movimiento revolucionario de masas el que puede liberar a los oprimidos, movimiento que no dejará vestigios de la estructura de explotación de clase, opresión nacional y persecución racial. Los crímenes sin precedentes del fascismo crean un deseo de venganza totalmente justificable. Pero es tan monstruosa la envergadura de estos crímenes, que no puede satisfacerse este deseo mediante el asesinato de burócratas fascistas aislados. Para ello es necesario poner en movimiento a millones, decenas y centenas de millones de oprimidos de todo el mundo y conducirlos al asalto de las fortalezas de la vieja sociedad. Sólo el derrocamiento de toda forma de esclavitud, solo la destrucción total del fascismo, sólo los pueblos juzgando implacablemente a los bandidos y matones contemporáneos pueden dar una verdadera satisfacción a la indignación popular. Esta es precisamente la tarea que ha asumido la Cuarta Internacional. Limpiará el movimiento obrero de la plaga del stalinismo. Reunirá en sus filas a la heroica generación juvenil. Abrirá el camino a un futuro más digno y humano.
 
 

EL TERRORISMO Y LOS ASESINATOS DE RASPUTÍN Y NICOLÁS II

 [Este artículo está fechado el 14 de noviembre de 1938. La presente traducción se tomó de Writings of Leon Trotsky (1938-1939) (Escritos de León Trotsky), que Pathfinder editó con permiso de la Harvard College Library, Cambridge, EE.UU. Para más detalles sobre la ejecución de la familia real, véase Trotsky´s Diary in Exile (Diario de Trotsky en el exilio), Harvard University Press, 1958; en las anotaciones de los días 9 y 10 de abril de 1935.]

 Me preguntan que papel personal desempeñé en el asesinato de Rasputín (6) y en la ejecución de Nicolás II. Dudo que este problema, ya que pertenece a la historia, pueda interesar a la prensa; trata de cosas que pasaron hace mucho.

 Yo nada tuve que ver con el asesinato de Rasputín. Rasputín fue asesinado el 30 de diciembre de 1916. En ese momento mi esposa y yo nos hallábamos a bordo de un barco que había zarpado de España rumbo a Estados Unidos. Esta separación geográfica basta para demostrar que yo no tuve participación enel asunto.

 Pero existen también razones políticas profundas. Los marxistas rusos no tenían nada en común con el terrorismo individual; Fueron los organizadores del movimiento revolucionario de masas. El asesinato de Rasputín fue, en realidad, obra de ciertos elementos que rodeaban la corte imperial. Participaron directamente en el asesinato, entre otros, el diputado ultrarreaccionario monárquico de la Duma (7) Urishkevich, el príncipe Yusupov, pariente de la familia real, y otra personas de esa  calaña; parece que uno de los Grandes Duques, Dimitri Pavlovich, tuvo participación directa.

 El propósito de los conspiradores era salvar la monarquía, liquidando a un “mal consejero”. El nuestro era liquidar a la monarquía junto con todos sus consejeros. Jamás nos ocupamos de aventuras de asesinatos individuales, sino de la tarea de preparar la revolución. Como es sabido, el asesinato de Rasputín no salvó a la monarquía; la revolución sobrevino apenas dos meses después.

 La ejecución del zar fue otra cosa totalmente distinta. Ya el Gobierno Provisional (8) había arrestadoa Nicolás II; lo mantuvo bajo custodia primero en Petrogrado, luego en Tobolsk. Pero Tobolsk es una ciudad pequeña, sin industria ni proletariado, y no era una residencia bastante segura para el zar; era de esperar que los contrarrevolucionarios intentaran rescatarlo para ponerlo a la cabeza de las Guardia Blancas (9). Las autoridades soviéticas trasladaron al zar de Tobolsk a Ekaterinburgo (en los Urales), un importante centro industrial. Allí se le podía garantizar una custodia adecuada.

 La familia real vivía en una casa particular y gozaba de ciertas libertades. Hubo una propuesta de hacerles al zar y a la zarina un juicio público, pero no properó. Mientras tanto, el curso de la guerra civil dispuso otra cosa.

 Los Guardia Blancos rodearon Ekaterinburgo y podía esperarse que cayeran sobre la ciudad de un momento a otro. Su propósito fundamental era liberar a la familia imperial. En seas circunstancias el soviet local decidió ejecutar al zar y a su familia.

 En ese momento yo me hallaba en otro sector del frente y, por extraño que parezca, me enteré de la ejecución una semana más tarde, si no más. En medio del torbellino de los acontecimientos, el hecho no me impresionó mayormente. Jamás me preocupé por averiguar “cómo” ocurrió. Debo agregar que demostrar un interés especial en los asuntos de realeza, gobernante o depuesta, evidencia cierto grado de instintos serviles. Durante la guerra civil, provocada especialmente por los capitalistas y terratenientes rusos con la colaboración del imperialismo extranjero, murieron cientos de miles de personas. Si entre ellos se encuentran los miembros de la dinastía Romanov, es imposible no ver en ello un pago parcial de los crímenes de la monarquía zarista. El pueblo mejicano, que fue muy duro con el Estado imperial de Maximiliano, posee una tradición al respecto que no deja nada que desear.(10)

SEGUNDA PARTE

SOBRE EL ARMAMENTO OBRERO

 

El papel revolucionario del ejército

 

(Extraído del trabajo La revolución en España, que Trotsky escribió el 24 de enero de 1931 y publicó por primera vez la "Communist League of America" en marzo del mismo año.)

El papel revolucionario del ejército, no como instrumento de los experimentos de los oficiales sino como sector armado del pueblo, será determinado, en última instancia, por el papel de las masas obreras y campesinas en el curso de la lucha. Para que la huelga revolucionaria triunfe, deberá enfrentar a los obreros con el ejército. Por importantes que sean los aspectos puramente militares del problema, la política tiene un peso mucho mayor. Puede ganarse a las masas de soldados solamente explicándoles claramente las tareas sociales de la revolución. Pero son precisamente las tareas sociales las que asustan a los oficiales. Es natural que dos revolucionarios proletarios concentren su atención en los soldados, creando núcleos de revolucionarios conscientes y audaces en los regimientos. El trabajo comunista en el ejército, subordinado políticamente al trabajo entre el proletariado y el campesinado, puede desarrollarse solamente en base a un programa claro. Pero cuando llega el momento decisivo, los obreros, por el peso de su número y la fuerza de su asalto, deben atraer a un gran sector del ejército al lado del pueblo o, al menos, neutralizarlo. Este amplio planteo revolucionario del problema no excluye el " complot " militar de los soldados y oficiales de vanguardia que simpatizan con la revolución proletaria, para el período que precede directamente a la huelga general y la insurrección. Pero semejante " complot " nada tiene que ver con los golpes militares: su tarea posee un carácter auxiliar y consiste en asegurar la victoria de la insurrección proletaria.

 

 

La guerra, el fascismo y el armamento del proletariado

 

(Estos puntos pertenecen a la declaración La guerra y la Cuarta Internacional. Un folleto de Pioneer Publishers de julio de 1934. Firmado "Secretariado Internacional, Liga Comunista Internacional". Traducido por Sara Weber. En una introducción del Secretariado Internacional, que había aprobado las tesis, se dice que en enero de 1934 se había publicado un primer proyecto en francés destinado a la discusión.)

 

61. La guerra exige "la paz civil". En las condicio­nes actuales, la burguesía sólo puede lograrla por medio del fascismo. De ese modo, el fascismo se con­virtió en el principal factor político de la guerra. La lu­cha contra la guerra supone la lucha contra el fascismo. Todos los programas revolucionarios de lucha contra la guerra ("derrotismo", "transformación de la guerra imperialista en guerra civil", etcétera) no serán más que palabras huecas si la vanguardia proletaria se demuestra incapaz de rechazar victoriosamente al fascismo.

Exigir al estado burgués el desarme de las bandas fascistas, como lo hacen los stalinistas, significa seguir el camino de la socialdemocracia alemana y del austro-marxismo. Precisamente Wels y Otto Bauer "exigían" al estado que desarmara a los nazis y garantizara la paz interna. Es cierto que el gobierno "democrático" puede, cuando le conviene, desarmar a grupos fascis­tas aislados, pero sólo para desarmar con mayor fero­cidad aun a los trabajadores e impedirles que se armen por su cuenta. Al día siguiente de haber "desarmado" a los fascistas, el estado burgués les dará la posibilidad de rearmarse doblemente y apuntar con fuerza renova­da sobre el proletariado inerme. Volverse hacia el es­tado, es decir hacia el capital, con la exigencia de que desarme a los fascistas implica sembrar las peores ilu­siones democráticas, adormecer la vigilancia del pro­letariado, desmoralizar su voluntad.

62. Partiendo del hecho de que las bandas fascistas están armadas, la política revolucionaria correcta con­siste en crear destacamentos obreros armados con el propósito de la autodefensa y en instar incansablemen­te a los trabajadores a que se armen. Este es el centro de gravedad de toda la situación política actual. Los socialdemócratas, hasta los más izquierdistas, es decir los que están dispuestos a repetir frases generales sobre la revolución y la dictadura del proletariado, eluden cuidadosamente el problema del armamento del proletariado o declaran abiertamente que es un objeti­vo "quimérico", "aventurero", "romántico", etcéte­ra. Proponen que en lugar (!) de armar a los trabajado­res se haga propaganda entre los soldados, cosa que en realidad ellos no llevan a cabo y que son incapaces de realizar. Los oportunistas necesitan hablar del traba­jo en el ejército para echar tierra sobre el problema del armamento de los obreros.

63. La lucha por ganar al ejército es indiscutible­mente lo fundamental en la lucha por el poder. El tra­bajo persistente y abnegado entre los soldados es un deber revolucionario de todo partido realmente prole­tario. Este trabajo se puede realizar con éxito seguro con la condición de que sea correcta la política general del partido, en especial la que está dirigida hacia la juventud. El programa agrario del partido y todo el sistema de consignas transicionales, que afectan los intereses básicos de las masas pequeñoburguesas y les abren una perspectiva de salvación, es de tremenda importancia para el trabajo en el ejército en los países de población campesina numerosa.

64. Sin embargo, sería pueril creer que solamente con la propaganda se puede volcar a todo el ejército del lado del proletariado haciendo así innecesaria la revo­lución. El ejército es heterogéneo, y sus elementos heterogéneos están atados por las cadenas de hierro de la disciplina. Con la propaganda se pueden crear célu­las revolucionarias en el ejército y preparar una actitud de simpatía entre los soldados más progresivos. La propaganda y la agitación no pueden lograr más que esto. Suponer que el ejército, por iniciativa propia, puede defender del fascismo a las organizaciones obre­ras e incluso garantizar que el poder pase a manos del proletariado significa sustituir con almibaradas ilusio­nes las duras lecciones de la historia. Los sectores más importantes del ejército se pasarán al lado del proletariado en el momento de la revolución sólo si éste les demuestra en la acción que esta dispuesto a luchar por el poder hasta la última gota de su sangre. Ello supone necesariamente el armamento del proletariado.

65. La burguesía se plantea el objetivo de impedir que el proletariado gane terreno dentro del ejército. El fascismo lo resuelve no sin éxito a través de los des­tacamentos armados. La tarea inmediata, urgente, actual del proletariado no es tomar el poder sino defen­der sus organizaciones de las bandas fascistas, detrás de las cuales, aunque guardando cierta distancia, se encuentra el estado capitalista. Quien afirme que los obreros no tienen posibilidad de armarse está procla­mando que no tienen defensa frente al fascismo. Enton­ces no hay necesidad de hablar de socialismo, de revo­lución proletaria, de lucha contra la guerra. Entonces hay que eliminar el programa comunista y el marxismo.

66. Quien deje de lado la tarea de armar a los obreros no será un revolucionario sino un impotente pacifis­ta que mañana capitulará ante el fascismo y la guerra. En sí misma esta tarea es totalmente viable, como lo atestigua la historia. Si los obreros llegan a entender realmente que es un problema de vida o muerte, conseguirán las armas. Explicarles la situación política sin esconder ni minimizar nada y sin recurrir a ninguna mentira consoladora constituye la primera obligación de un partido revolucionario. Sin embargo, ¿cómo de­fenderse contra el enemigo mortal si no se tiene dos cuchillos por cada cuchillo fascista y dos revólveres por cada uno de ellos? No hay ni puede haber otra res­puesta.

67. ¿Dónde conseguir las armas? En primer lugar, de los fascistas. El desarme de los fascistas es una consigna vergonzosa cuando va dirigida a la policía bur­guesa. El desarme de los fascistas es una consigna excelente cuando va dirigida a los obreros revoluciona­rios. Pero los arsenales fascistas no son la única fuente de aprovisionamiento. El proletariado cuenta con cientos y miles de canales para su autodefensa. No debe­mos olvidar que son los obreros, y sólo ellos, quienes fabrican con sus propias manos las armas de toda clase. Es indispensable que la vanguardia proletaria com­prenda con claridad que no podemos rehuir la tarea de la autodefensa. El partido revolucionario tiene que asu­mir la iniciativa del armamento de los destacamentos obreros de combate. Y para ello debe librarse primero de todo escepticismo, de toda indecisión y razonamiento pacifista respecto a este problema.

68. La consigna de las milicias obreras, o de los destacamentos de autodefensa, es revolucionaria cuando se trata de milicias armadas; de otro modo se la reduce a un despliegue teatral, a una farsa y, en conse­cuencia, a un autoengaño. Por supuesto, al principio el armamento será primitivo. Los primeros destacamentos obreros no tendrán obuses ni tanques ni aeroplanos. Pero el 6 de febrero en París, en el centro de un poderoso país militarista, bandas armadas con revólveres y con palos incrustados con hojas de afeitar estuvieron cerca de tomar el palacio de Borbón y provocaron la caída del gobierno. El día de mañana, bandas como esas pueden saquear las oficinas de los periódicos obreros o los locales sindicales. La fuerza del proleta­riado reside en su número. Hasta el arma más primitiva puede realizar milagros en manos de las masas. En condiciones favorables pueden allanar el camino a un armamento más perfeccionado.

69. La consigna del frente único degenera en una frase centrista si en la situación actual no se la com­plementa con la propaganda y la aplicación práctica de los métodos concretos de lucha contra el fascismo. El frente único es necesario, antes que nada, para la crea­ción de comités de defensa locales. Estos son necesa­rios para la creación y unificación de los destacamentos obreros. Estos destacamentos, desde el primer momento, deben buscar y encontrar armas. Los destacamentos de autodefensa no son más que una etapa del armamento del proletariado. En general la revolución no conoce otros caminos.

 

La milicia obrera

 

(Los tres puntos que  presentamos a continuación pertenecen al trabajo de León Trotsky ¿Adónde va Francia?, escrito en octubre de 1934.)

 

La milicia obrera y sus adversarios

 

Para luchar, hay que conservar y reforzar los instrumentos y medios de lucha: las organizaciones, la prensa, las reuniones, etc. El fascismo los amenaza, directa o indirectamente. Aún es muy débil para lanzarse a la lucha directa por el poder; pero es bastante fuerte como para intentar abatir a las organizaciones obreras pedazo a pedazo, para templar sus bandas en esos ataques, para sembrar en las filas obreras el desaliento y la falta de confianza en las propias fuerzas. Por otra parte, el fascismo encuentra auxiliares inconcientes en todos aquellos que dicen que la "lucha física" es inadmisible y sin esperanzas y que reclaman de Doumergue el desarme de sus guardias fascistas. Nada es tan peligroso para el proletariado, especialmente en las condiciones actuales, que el veneno azucarado de las falsas esperanzas. Nada aumenta tanto la insolencia de los fascistas como el blando "pacifismo" de las organizaciones obreras. Nada destruye tanto la confianza de las clases medias en el proletariado, como la pasividad expectante, como la ausencia de voluntad de lucha.

Le Populaire y particularmente L' Humanité escriben todos las días: "El frente único es una barrera contra el fascismo", "El frente único no permitirá. . .", "Los fascistas no se atreverán", etc. Frases. Hay que decir exactamente a los obreros, socialistas y comunistas: "No permitan que los periodistas y oradores superficiales e irresponsables las adormezcan con frases. Se trata de vuestras cabezas y del porvenir del socialismo". No somos nosotros quienes negamos la importancia del frente único: lo hemos exigido cuando los dirigentes de los dos partidos estaban contra él. El frente único abre enormes posibilidades. Pero nada más. El frente único, en sí mismo, no decide nada. Sólo la lucha de las masas decide. El frente único se revelará como una gran cosa, cuando los destacamentos comunistas acudan en ayuda de los destacamentos socialistas -y a la inversa-, en el caso dé un ataque de las bandas fascistas contra Le Populaire o L'Humanité. Pero, para que ello ocurra, los destacamentos de combate proletarios deben existir, educarse, entrenarse, armarse. Y si no hay organización de defensa, es decir milicia obrera, Le Populaire y L'Humanité podrán escribir todo lo que quieran sobre la omnipotencia del frente único y los dos diarios se encontrarán indefensos ante el primer ataque bien preparado de los fascistas. Tratemos de hacer el examen crítico de los "argumentos" y de las "teorías" de los adversarios de la milicia obrera, que son muchos y muy influyentes en los dos partidos obreros.

-Necesitamos autodefensa de masas y no milicia, nos dicen a menudo. Pero, ¿qué es esta "autodefensa de masas"? ¿Sin organización de combate? ¿Sin cuadros especializados? ¿Sin armamento? Endosar a las masas no organizadas, no preparadas, libradas a sí mismas, la defensa contra el fascismo, sería representar, un papel incomparablemente más bajo que el de Poncio Pilatos. Negar el rol de la milicia, es negar el rol de la vanguardia. En ese caso, ¿para qué un partido? Sin el apoyo de las masas, la milicia no es nada. Pero, sin destacamentos de combate organizados, las masas más heroicas serán aplastadas, sector por sector, por las bandas fascistas. Oponer la milicia a la autodefensa es absurdo. La milicia es el órgano de la autodefensa.

-Llamar a la organización de la milicia, dicen algunos adversarios por cierto poco serios y poco honestos, es una "provocación". Esto no es un argumento, sino un insulto. Si la necesidad de defender las organizaciones obreras surge de toda la situación, ¿cómo se puede no llamar a la creación de milicias? ¿Puede decírsenos que la creación de milicias "provoca" los ataques de los fascistas y la represión del gobierno? En tal caso, se trata de un argumento absolutamente reaccionario. El liberalismo ha dicho siempre a los obreros que ellos "provocan" a la reacción, mediante su lucha de clases. Los reformistas repitieron esta acusación contra los marxistas; los mencheviques contra los bolcheviques. Estas acusaciones se reducen, en definitiva, a este profundo pensamiento: si los oprimidos no se pusieran en movimiento, los opresores no se verían obligados a golpearlos. Es la filosofía de Tolstoi y de Gandhi, pero de ningún modo la de Marx y de Lenin. Si L'Humanité desea desde ahora desarrollar la doctrina de la "no resistencia al mal por la violencia", deberá tomar como símbolo, no la hoz y el martilló, emblema de la Revolución de Octubre, sino la bondadosa cabra que nutre a Gandhi con su leche.

-Pero, el armamento de los obreros no es oportuno más que en una situación revolucionaria que aún no existe. Este profundo argumento significa que los obreros deben dejarse golpear hasta que la situación se vuelva revolucionaria. Los que ayer predicaban el "tercer período" no quieren ver lo que pasa ante sus ojos. La propia cuestión del armamento no ha surgido prácticamente, más que porque la situación "pacífica", "normal", "democrática" ha dejado el lugar a una situación agitada, crítica, inestable, que puede tan fácilmente transformarse en una situación revolucionaria como contrarrevolucionaria. Esa alternativa depende, ante todo, de esto: ¿Se dejarán golpear los obreros de vanguardia, impunemente, sector por sector o, a cada golpe responderán con dos golpes, elevando el coraje de los oprimidos y uniéndolos a su alrededor? Una situación revolucionaria no cae del cielo. Se forma con la participación activa de la clase revolucionaria y de su partido.

Los stalinistas franceses invocan el hecho de que la milicia no ha salvado al proletariado alemán de la derrota. Hasta ayer, negaban que hubiera derrota en Alemania, y afirmaban que la política de los stalinistas alemanes había sido justa del principio al fin. Hoy, ven todo el mal en la milicia obrera alemana (Rote Front). Así, de un error caen al error opuesto, no menos monstruoso. La milicia no resuelve la cuestión por sí misma. Hace falta una política correcta. Y la política de los statinistas en Alemania ("el socialfascismo es el enemigo principal", la escisión sindical, el coqueteo con el nacionalismo, putchismo) condujo fatalmente al aislamiento de la vanguardia proletaria y a su derrumbe. Con una estrategia totalmente errónea, ninguna milicia podía salvar la situación.

Es una tontería decir que la organización de la milicia por sí misma, abre el camino a las aventuras, provoca al enemigo; reemplaza la lucha política por la lucha física, etc. En todas esas frases no hay sino cobardía política. La milicia, como fuerte organización de la vanguardia es, de hecho, el medio más seguro contra las aventuras, contra el terrorismo individual, contra las sangrientas explosiones espontáneas. La milicia es, al mismo tiempo, el único medio serio de reducir al mínimo la guerra civil que el fascismo impone al proletariado. Que los obreros, a pesar de la ausencia de "situación revolucionaria", corrijan solamente alguna vez a los "hijos de papá" patriotas con sus propios métodos, y el reclutamiento de nuevas bandas fascistas se hará de golpe incomparablemente más difícil.

Pero aquí los estrategas, embrollados por su propio razonamiento, nos lanzan argumentos aún más sorprendentes. Leemos textualmente: "Si respondemos a los tiros de las bandas fascistas con otros tiros, -escribe L'Humanité del 23 de octubre- perdemos de vista que el fascismo es el producto del régimen capitalista y que, luchando contra el fascismo, es a todo el sistema al que enfrentamos". Es difícil acumular en pocas líneas más confusión y más errores. Es imposible defenderse contra los fascistas, porque representan. . , "un producto del régimen". Esta significa que debe renunciarse a toda lucha, pues todos los males sociales contemporáneos son "productos del sistema capitalista".

Cuando los fascistas matan a un revolucionario o incendian la sede de un periódico proletario, los obreros deben contestar filosóficamente: "¡Ah! , los asesinatos y los incendios son los productos del sistema capitalista," y volver a casa con la conciencia tranquila. La postración fatalista sustituye a la teoría militante de Marx, con ventaja únicamente para el enemigo de clase. Por supuesto, la ruina de la pequeña burguesía es el producto del capitalismo. El crecimiento de las bandas fascistas es, a su fumo, el producto de la ruina de la pequeña burguesía. Pero, por otro lado, el aumenta de la miseria y de la indignación del proletariado es también, a su turno, el producto del capitalismo y la milicia, el producto de la exacerbación de la lucha de clases. Entonces, ¿por qué para los "marxistas" de L'Humanité, las bandas fascistas son el producto legítimo del capitalismo, y la milicia obrera, el producto ilegítimo de... los trotskistas? Decididamente, es imposible entender nada de esto.

Se nos dice: es necesario enfrentar a todo el "sistema". ¿Cómo? ¿Por sobre la cabeza de los seres humanos? Sin embargo, los fascistas han comenzado por los tiros y han terminado con la destrucción de todo el "sistema" de las organizaciones obreras. ¿Cómo detener entonces, la ofensiva armada del enemigo, si no es por medio de una defensa armada, para pasar a continuación a nuestro turno, a la ofensiva?

Por cierto, L'Humanité admite de palabra la defensa, pero sólo como "autodefensa de masas": la milicia es perjudicial, porque, vea usted, separa a los destacamentos de combate de las masas. ¿Pero entonces, por qué entre los fascistas existen destacamentos armados independientes que no se separan de las masas reaccionarias, sino por el contrario, mediante sus golpes bien organizados elevan el coraje de esas masas y refuerzan su audacia? ¿0 las masas proletarias son tal vez, por sus cualidades combativas, inferiores a la pequeña burguesía desclasada?

Embrollado hasta el final, L'Humanité comienza a vacilar: he aquí que la autodefensa de masas necesita crear sus "grupos de autodefensa". En lugar de la milicia repudiada, se ponen grupos especiales, destacamentos. A primera vista, parece que la diferencia es sólo de nombre. En verdad, ni el nombre propuesto por L'Humanité vale algo. Se puede hablar de "autodefensa de masas", pero es imposible hablar de "grupos de autodefensa", pues los grupos no tienen por objetivo defenderse a sí mismos, sino a las organizaciones obreras. No obstante, no se trata, por supuesto, del nombre.

Los "grupos de autodefensa", según L'Humanité, deben renunciar al empleo de las armas, para no caer en el "putchismo". Estos sabios tratan a la clase obrera como a un niño en cuyas manos no debe dejarse una navaja. Además, las navajas son, como es sabido, el monopolio de los Camelots du Roi, quienes, siendo un legítimo "producto del capitalismo", han derribado el "sistema" de la democracia. Sin embargo, ¿cómo van a defenderse los "grupos de autodefensa" contra los revólveres fascistas? "Ideológicamente", por supuesto. Dicho de otro modo: no les queda otro remedio que esconderse. No teniendo en sus manos lo que hace falta, deben buscar la "autodefensa" en las piernas. Mientras tanto, los fascistas saquearán impunemente las organizaciones obreras. Pero, si el proletariado sufre una terrible derrota, al menos no se habrá hecha culpable de "putchismo". ¡Disgusto y desprecio: esto es lo que provoca esa charlatanería pasada bajo la bandera del "bolchevismo"!

Ya en el tiempo del "tercer período" de feliz memoria, cuando los estrategas de L'Humanité tenían el delirio de las barricadas, "conquistaban" la calle todos los días y trataban de "socialfascistas" a todos los que no compartían sus extravagancias, predijimos: "En cuanto esta gente se queme la punta de los dedos, se convertirán en los peores oportunistas". Ahora, la predicción se ha confirmado completamente. En el momento en que en el Partido Socialista se refuerza y crece el movimiento en favor de la milicia, los jefes del partido que se llama Comunista corren a la manguera de incendios para enfriar las aspiraciones de los obreros de vanguardia de formar columnas de combate. ¿Puede imaginarse un trabajo más nefasto y más desmoralizante?

 

Hay que construir la milicia obrera

En las filas del Partido Socialista, a veces se escucha esta objeción: "Es necesario formar la milicia, pero no hace falta hablar tan alto sobre eso". No se puede sino felicitar a los camaradas que tienen el cuidado de sustraer el lado práctico del asunto a los ojos y oídos indeseables. Pero es demasiado tonto pensar que se puede crear la milicia imperceptiblemente, en secreto, entre cuatro paredes. Nos hacen falta decenas y, enseguida, centenares de miles de combatientes. Solo vendrán si millones de obreros y obreras, y tras ellos también los campesinos, comprenden la necesidad de la milicia y crean, alrededor de los voluntarios, un clima de ardiente simpatía y de apoyo activo. La conspiración puede y debe involucrar únicamente el lado práctico del asunto. Pero en cuanto a la campaña política, debe desarrollarse abiertamente, en las reuniones, en las fábricas, en las calles y en las plazas públicas.

Los cuadros fundamentales de la milicia deben ser los obreros fabriles, agrupados según el lugar de trabajo, conociéndose unos a otros y pudiendo proteger a sus destacamentos de combate de la infiltración de agentes enemigos con mucha mayor facilidad y seguridad que los burócratas de primera línea. Los estados mayores conspirativos, sin la movilización abierta de las masas, quedarán suspendidas en el aire en el momento de peligro. Es necesario que todas las organizaciones obreras pongan manos a la obra. En esta cuestión, no puede haber una línea divisoria entre los partidos obreros y los sindicatos. Hombro a hombro, deben movilizar a las masas. Así, el éxito de la milicia obrera estará plenamente asegurado.

Pero, ¿de dónde van a sacar las armas los obreros?, objetan los serios "realistas", es decir los filisteos asustados. El enemigo de clase tiene los fusiles, los cañones, los tanques, los gases, los aviones; y los obreros, unos centenares de revólveres y de cuchillos.

En esta objeción, todo se junta para asustar a los obreros. Por una parte, nuestros sabios identifican el armamento de los fascistas con el armamento del Estado; por otra se vuelven hacia el Estado para suplicarle que desarme a los fascistas. ¡Lógica destacable! De hecho, su posición es falsa en los dos casos. En Francia, los fascistas aún están lejos de haberse apoderado del Estado. El 6 de febrero, entraron en un enfrentamiento armado con la policía del Estado. Por eso, será falso hablar de cañones y tanques, cuando se trate de lo inmediato de la lucha armada contra los fascistas. Los fascistas, por supuesto, son más ricos que nosotros y les resulta más fácil comprar armas. Pero los obreros son más numerosos, más decididos, más devotos, por lo menos cuando cuentan con una firme dirección revolucionaria. Entre otras fuentes, los obreros pueden armarse a costa de los fascistas, desarmándolos sistemáticamente. Actualmente, esta es una de las formas más serias de lucha contra el fascismo. Cuando los arsenales obreros comiencen a llenarse a expensas de los depósitos fascistas, los bancos y los trusts se harán más prudentes en la financiación del armamento de sus guardias asesinas. Puede admitirse incluso que en ese caso -pero sólo en ese caso- las autoridades alarmadas comiencen realmente a impedir el armamento de los fascistas, para no ofrecer una fuente suplementaria de armamento a los obreros. Desde hace mucho, se sabe que sólo una táctica revolucionaria crea, como producto accesorio, "reformas" o concesiones del gobierno.

 ¿Pero cómo desarmar a los fascistas? Naturalmente, es imposible hacerlo únicamente por medio de artículos en los periódicos. Hay que crear escuadras de combate. Hay que crear los estados mayores de la milicia. Hay que instituir un buen servicio de informaciones. Miles de informantes y de auxiliares amistosos se nos acercarán, cuando comprendan que hemos encarado el asunto con seriedad. Hace falta una voluntad de acción proletaria.*

 

 En L'Humanité del 30 de octubre, Vaillant-Couturier muestra muy bien que exigir del gobierno el desarme de los fascistas es absurdo, que sólo un movimiento de masas puede desarmarlos. Puesto que se trata, evidentemente, no de un desarme "ideológico", sino físico, queremos creer que ahora L'Humanité reconocerá la necesidad de la milicia obrera. Estamos dispuestos a saludar sinceramente cualquier paso de los stalinistas en el camino correcto.

Pero, lamentablemente, desde el 1° de noviembre, Vaillant-Couturier da un paso decisivo hacia atrás: el desarme de los fascistas no se hará mediante el Frente Unico, sino mediante la policía de Doumergue " bajo la presión y el control" del Frente Unico. Gran idea: sin revolución, por la sola presión "ideológica", convertir a la policía en un órgano ejecutivo del proletariado!

¿Para qué conquistar el poder si pueden obtenerse los mismos resultados por la vía pacífica? "Bajo la presión y el control" del Frente Unico, Germain-Martin va a nacionalizar los bancos y Marchandeau va a mandar a la cárcel a los conspiradores reaccionarios, empezando por su colega Tardieu. La idea de la "presión y el control" en lugar de la lucha revolucionaria, no ha sido inventada por Vaillant-Couturier, la ha tomado prestada de Otto Bauer, Hilferding y el menchevique ruso Dan. El objetivo de esta idea es el siguiente: desviar a los obreros de la lucha revolucionaria. De hecho, es cien veces más fácil aplastar a los fascistas con las propias manos que con las manos de una policía hostil. Y cuando el Frente Unico se vuelva suficientemente poderoso como para "controlar" el aparato del Estado -por consiguiente, después de la toma del poder, y de ningún modo antes- eliminará simplemente la policía burguesa y pondrá en su lugar la milicia obrera.(L.T.)

 

Pero los armamentos fascistas no son, naturalmente, la única fuente. En Francia, hay más de un millón de obreros organizados; hablando en general, es un número muy bajo, pero es más que suficiente para establecer un comienzo de milicia obrera. Si los partidos y los sindicatos armaran solamente a la décima parte de sus miembros, ya habría una milicia de 100.000 hombres. No cabe duda de que el número de los voluntarios, al día siguiente del llamado del "frente único" para formar la milicia, lo sobrepasaría de lejos. Las cotizaciones de los partidos y de los sindicatos, las colectas y las contribuciones voluntarias permitirían, en uno o dos meses, asegurar armas a 100.000 o 200.000 combatientes obreros. La canalla fascista pondría rápidamente la cola entre las patas. Toda la perspectiva del proceso se haría incomparablemente más favorable.

Invocar la ausencia de armamento u otras causas objetivas para explicar por qué aún no se ha encarado la creación de la milicia, es engañarse a sí mismo y a los demás. El principal obstáculo, se puede decir que el único, radica en el carácter conservador y pasivo de las organizaciones obreras dirigentes. Los escépticos que están a su frente no creen en la fuerza del proletariado. Ponen su esperanza en todo tipo de milagros venidos de arriba, en lugar de dar una salida revolucionaria a la energía de abajo. Los obreros consientes deben obligar a sus jefes, ya sea a pasar inmediatamente a la creación de la milicia del pueblo, ya sea a ceder el lugar a fuerzas más jóvenes y frescas.

El armamento del proletariado

Una huelga es inconcebible sin propaganda y sin agitación, pero también sin piquetes que, donde puedan, actúen por la persuasión y allí donde se vean obligados, recurran a la fuerza física. La huelga es la forma más elemental de la lucha de clases, en la que se combinan siempre, en proporciones variables, los procedimientos "ideológicos" y los procedimientos físicos. La lucha contra el fascismo es, en el fondo, una lucha política, que requiere una milicia del mismo modo que una huelga requiere piquetes. En el fondo, el piquete es el embrión de la milicia obrera. Aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha física, debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la carne.

De acuerdo a la magnífica expresión del teórico militar Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Esta definición también se aplica plenamente a la guerra civil. La lucha física no es sino uno de los "otros medios" de la lucha política. Es imposible oponer una a la otra, pues es imposible detener la lucha política cuando se transforma, por la fuerza de su desarrollo interno, en lucha física. El deber de un partido revolucionario es prever la inevitabilidad de la transformación de la política en conflicto armado declarado y prepararse con todas sus fuerzas para ese momento, como se preparan para él las clases dominantes.

Los destacamentos de la milicia para la defensa contra el fascismo son los primeros pasos en el camino del armamento del proletariado, pero no el último. Nuestra consigna es: Armamento del proletariado y de los campesinos revolucionarios. La milicia del pueblo, al fin de cuentas, debe abarcar a todos los trabajadores. No se podrá cumplir ese programa completamente, más que en el Estado obrero, a cuyas manos pasarán todos los medios de producción y por consiguiente, también los medios de destrucción, es decir todos los armamentos y todas las fábricas que los producen.

Sin embargo, es imposible llegar al Estado obrero con las manos vacías. De una vía pacífica, constitucional, al socialismo, no pueden hablar más que los inválidos políticos, del tipo de Renaudel. La vía constitucional está cortada por trincheras que ocupan las bandas fascistas. Hay muchas de esas trincheras ante nosotros. La burguesía no vacilará en provocar una docena de golpes de estado para prevenir la llegada del proletariado al poder. Un Estado obrero socialista no puede ser creado más que por vía de una revolución victoriosa. Toda revolución es preparada por la marcha del desarrollo económico y político, pero es decidida siempre por conflictos armados declarados entre las clases hostiles. Una victoria revolucionaria no es posible más que gracias a una larga agitación política, un largo trabajo de educación, una larga tarea de organización de las masas. Pero el propio conflicto armado debe también prepararse con mucha anterioridad. Los obreros deben saber que tendrán que batirse en una lucha a muerte. Deben tender a armarse, como una garantía de su liberación. En una época tan crítica como la actual, el partido de la revolución debe predicar incansablemente a los obreros la necesidad de armarse y de hacer todo lo que puedan para asegurar, por lo menos, el armamento de la vanguardia proletaria. Sin esto la victoria es imposible.

Las últimas grandes victorias electorales del Partido Laborista británico no contradicen en modo- alguno lo que acabamos de decir. Aún suponiendo que las próximas elecciones parlamentarias dieran mayoría absoluta al partido obrero (lo que no es para nada seguro), si se admite aún que el partido se aplica realmente a realizar reformas socialistas (lo que es poco verosímil), encontrará inmediatamente una oposición tan encarnizada de la Cámara de los Lores, de la corona, de los bancos, de la Bolsa, de la burocracia, de la gran prensa, que se hará inevitable la escisión en la fracción parlamentaria. El ala izquierda, la más radical, se hallará convertida en minoría parlamentaria. Simultáneamente, el movimiento fascista tomará dimensiones sin precedentes. La burguesía inglesa, espantada  por las elecciones municipales, se prepara ahora, sin ninguna duda, realmente para una lucha extraparlamentaria, al mismo tiempo que las direcciones del partido obrero arrullan al proletariado con los sucesos electorales y las ilusiones parlamentarias. Lamentablemente, los obreros socialistas son obligados a ver los acontecimientos británicos que a través de los lentes rosados de Jean Longuet. De hecho la burguesía británica impondrá al proletariado una guerra civil tanto más cruel, cuanto menos se preparen para ella los jefes del Partido Laborista.

-¿Pero de dónde saca usted las armas para todo el proletariado?, objetan nuevamente los escépticos, que toman su inconsistencia interior por una imposibilidad objetiva. Olvidan que la misma cuestión se ha planteado en todas las revoluciones a lo largo de la historia. Y, a pesar de todo, las revoluciones triunfantes marcan etapas importantes en el desarrollo de la humanidad.

El proletariado produce las armas, las transporta, construye los arsenales en los que son depositadas, defiende esos arsenales contra sí mismo, sirve en el ejército y crea todo el equipamiento de éste último. No son cerraduras ni muros los que separan las armas del proletariado, sino el hábito de la sumisión, la hipnosis de la dominación de clase, el veneno nacionalista. Bastará con destruir esos muros psicológicos, y ningún muro de piedra resistirá. Bastará que el proletariado quiera tener las armas, y las encontrará. La tarea del partido revolucionario es la de despertar en el proletariado esa voluntad y facilitar su realización.

Pero he aquí que Frossard y algunos centenares de parlamentarios periodistas y funcionarios sindicales asustados lanzan su último argumento; el de más peso: "¿Pueden las personas serias en general poner sus esperanzas en el éxito de la lucha física después de las últimas experiencias trágicas de Austria y España? Pensad en la técnica actual: ¡los tanques! , ¡los gases! , ¡los aeroplanos!" Este argumento demuestra solamente que algunas "personas serias" no sólo no quieran aprender nada, sino que con el miedo olvidan además lo poco que han aprendido en otro tiempo. La historia de estos últimos veinte años demuestra, de modo particularmente claro, que los problemas fundamentales en las relaciones entre las clases, lo mismo que entre las naciones, se resuelven por medio de la fuerza física. Los pacifistas han esperado durante mucho tiempo que el aumento de la técnica militar hiciera imposible la guerra. Durante décadas los filisteos han repetido que, el aumento de la técnica militar haría imposible la revolución. Sin embargo, guerras y revoluciones siguen su marcha. Nunca ha habido tantas revoluciones  incluso revoluciones victoriosas, como después de la última guerra, que puso al descubierto toda la fuerza de la técnica militar.

Bajo la forma de los más novedosos descubrimientos, Frossard y Cía. presentan viejos esquemas; se limitan a invocar, en lugar de los fusiles automáticos y las ametralladores, a los tanques y aviones de bombardeo. Respondemos: detrás de cada máquina hay hombres, ligados por relaciones no sólo técnicas, sino también sociales y políticas. Cuando el desarrollo histórico pone ante una sociedad una tarea revolucionaria impostergable, como cuestión de vida o muerte, cuando existe una clase progresiva a cuya victoria se encuentra ligada la salvación de la sociedad, la propia marcha de la lucha política abre ante la clase revolucionaria las posibilidades más diversas: tan pronto, paralizar la fuerza militar del enemigo, tan pronto, apoderarse de ella, al menos parcialmente. En la conciencia de un filisteo, esas posibilidades se presentan siempre como "éxitos ocasionales", que nunca más se repetirán. De hecho, en toda, gran revolución verdaderamente popular se abren toda clase de posibilidades en las combinaciones más inesperadas, pero en el fondo completamente naturales. Pero, pese a todo, la victoria no se produce por sí sola. Para utilizar las posibilidades favorables, hace falta una voluntad revolucionaria, una firme resolución de vencer, una dirección sólida y perspicaz.

L'Humanité admite de palabra la consigna de "armamento de los obreros", pero solo para renunciar a ella en los hechos. Actualmente, en este período, es inadmisible lanzar una consigna que no es oportuna más que en "plena crisis revolucionaria". Es peligroso cargar el fusil, dice el cazador demasiado "prudente", mientras no se ve la presa. Pero, cuando se ve la presa, es un poco tarde para cargar el fusil. ¿Es que los estrategas de L'Humanité piensan que, "en plena crisis revolucionaria", podrán, sin preparación, movilizar y armar al proletariado? Para conseguir muchas armas, hace falta tener, al menos algunas. Hacen falta cuadros militares. Hace falta que las masas tengan el deseo invencible de apoderarse de las armas. Hace falta un trabajo preparatorio ininterrumpido, no sólo en las salas de gimnasia, sino indisolublemente ligado con la lucha cotidiana de las masas. Esto quiere decir: hace falta construir inmediatamente la milicia y, al mismo tiempo realizar propaganda en favor del armamento general de los obreros y de los campesinos revolucionarios.

 

 

Sobre la cuestión de la autodefensa obrera

 (Originalmente este artículo llevaba la firma " un no pacifista ". No se sabe por qué no fue publicado en su momento, aunque es de suponer que no lo firmó con su nombre porque pensaba que podía provocar más discusión entre sus camaradas si no aparecía como suyo. Lleva fecha 25 de octubre de 1939.)

 Todo estado es una organización coercitiva de la clase dominante. El régimen social permanece estable en tanto que la clase dominante es capaz, por medio del estado, de imponer su voluntad sobre las clases explotadas. La policía y el ejército son los instrumentos más importan­tes del estado. Los capitalistas renuncian (aunque si bien no totalmente, lo hacen en gran medida) a mantener sus propios ejércitos privados en favor del estado para evitar que la clase obrera cree sus propias fuerzas armadas.

Mientras el sistema capitalista está en alza, incluso las clases oprimidas perciben como algo natural el monopo­lio estatal de las fuerzas armadas.

Antes de la última guerra mundial, la socialdemocracia internacional no planteó ni siquiera en sus mejores perío­dos la cuestión del armamento de los obreros. Y lo que es peor, rechazaba esa idea como el eco romántico de un pasado remoto.

Fue recién en la Rusia zarista que el joven proletariado de los primeros años de este siglo comenzó a procurar armar sus destacamentos de lucha. Esto reveló vívidamen­te la inestabilidad del antiguo régimen. La monarquía zarista se encontró cada vez menos capaz de regular lar relaciones sociales por medio de sus agencias normales. es decir, la policía y el ejército, y se vio obligada a recurrir cada vez más a la ayuda de las bandas voluntarias (las Centurias Negras con sus pogromos contra los judíos, los armenios, los estudiantes, los obreros y otros). Como respuesta los obreros, igual que varias nacionalidades, co­menzaron a organizar sus propios destacamentos de autodefensa. Estos hechos indicaban ya el comienzo de la re­volución.

En Europa la cuestión de los destacamentos obreros armados se planteó a fines de la guerra; en Estados Unidos todavía más tarde. En todos los casos, sin excep­ción, es la reacción capitalista la que comienza primero a formar organizaciones de lucha especiales, que coexisten paralelamente con la policía y el ejército del estado burgués. Esto se explica por el hecho de que la burguesía es más previsora y despiadada que el proletariado. Bajo la presión de las contradicciones de clase ya no descansa totalmente en su propio estado, puesto que éste tiene todavía las manos atadas, en cierta medida, por normas “democráticas”. La aparición de organizaciones comba­tientes “voluntarias” cuyo objetivo es la supresión física del proletariado constituye un síntoma inequívoco de que comenzó la desintegración de la democracia, debido a que ya no es posible controlar las contradicciones de clase por los viejos métodos.

La esperanza de los partidos reformistas de la Segunda y la Tercera Internacional, y también de los sindicatos, de que los organismos del estado democrático las iban a defender de las bandas fascistas demostró siempre y en todas partes ser una ilusión. Cuando se dan crisis serias, la policía invariablemente adopta respecto a las bandas contrarrevolucionarias una amistosa neutralidad, cuando no colabora con ellas directamente. Sin embargo, la ex­trema vitalidad de las ilusiones democráticas hace que los obreros tarden mucho en encarar la organización de sus propios destacamentos de lucha. El nombre de “autode­fensa” corresponde plenamente a sus intenciones, por lo menos en la primera etapa, porque el ataque invariable­mente proviene de las bandas contrarrevolucionarias. El capital monopolista que las respalda libra una guerra preventiva contra el proletariado para impedirle hacer una revolución socialista.

El proceso del cual surgen los destacamentos obreros de autodefensa está inseparablemente ligado al curso de la lucha de clases en cada país y refleja, por lo tanto, sus inevitables avances y retrocesos, sus flujos y reflujos. La revolución no estalla en una sociedad a través de un tranquilo proceso ininterrumpido sino a través de una serie de convulsiones separadas por intervalos bien definidos, a veces prolongados, durante los cuales se modifican tanto las relaciones políticas que la idea misma de revolución parece perder toda conexión con la realidad.

Por eso la consigna de unidades de autodefensa encon­trará eco una vez, y en otra oportunidad sonará como una voz clamando en el desierto, y luego, después de un tiempo, se popularizará nuevamente.

Este proceso contradictorio se observa con especial claridad en la Francia de los últimos años. Como consecuencia de la crisis económica en aumento, en febrero de 1934 la reacción salió abiertamente a la ofensiva. Las organizaciones fascistas crecieron rápidamente. Por otra parte, se hizo popular en las filas de la clase obrera la idea de la autodefensa. Hasta el reformista Partido Socialista se vio obligado a formar en París algo similar a un aparato de autodefensa.

La política del “frente popular”, es decir, la sumisión total de las organizaciones obreras a la burguesía, poster­gó el peligro de la revolución para un futuro incierto y permitió a la burguesía eliminar de su agenda el golpe fascista. Más aun, liberada del peligro interno inmediato y viéndose enfrentada a una amenaza proveniente del exterior que se intensificaba día a día, la burguesía francesa comenzó a explotar inmediatamente, en función de sus objetivos imperialistas, el hecho de que se había “salvado” la democracia.

Nuevamente se proclamó que el fin de la guerra inmi­nente era la salvación de la democracia. La política de las organizaciones obreras oficiales asumió un carácter abiertamente imperialista. La sección de la Cuarta Internacional, que había realizado un serio avance en 1934, se sintió aislada en el período siguiente. El llamado a la autodefensa obrera parecía descolgado. ¿De quién se te­nían que defender en realidad? Después de todo. la “democracia” había triunfado en toda la línea... La burguesía francesa entró en la guerra bajo el estandarte de la “democracia” y con el apoyo de todas las organiza­ciones obreras oficiales, lo que le permitió al “radical-socialista” Daladier implantar inmediatamente un símil “de­mocrático” de un régimen totalitario.

La necesidad de las organizaciones de autodefensa resurgirá en el proletariado francés con el crecimiento de la resistencia revolucionaria contra la guerra y el imperialis­mo. El desarrollo político de Francia, y también de otros países, está en la actualidad inseparablemente ligado a la guerra. El incremento del descontento de las masas dará lugar primero a la reacción más salvaje de los de arriba. El fascismo militarizado vendrá en auxilio de la burguesía y de su poder estatal. Para la clase obrera el problema de la organización de la autodefensa será cuestión de vida o muerte. Tengamos en cuenta que entonces el proletariado dispondrá de una buena cantidad de rifles, fusiles y cañones.

En Estados Unidos se dieron fenómenos similares, aun­que se reflejaron de manera menos vívida. Después que los éxitos de la época de Roosevelt, traicionando todas las expectativas, dieron lugar en el otoño de 1937 a una prolongada declinación, la reacción comenzó a avanzar de manera abierta y militante. El provinciano mayor Hague se transformó inmediatamente en una figura “nacio­nal”. Los sermones con mentalidad pogromista del Padre Coughlin tuvieron amplio eco. La administración democrática y su policía se replegaron ante las bandas del capital monopolista. En esta época la idea de los destacamentos militares para la defensa de las organiza­ciones y la prensa obrera comenzó a obtener respuesta favorable entre los obreros más conscientes y los sectores más amenazados de la pequeña burguesía, especialmente los judíos.

El resurgimiento económico que comenzó en julio de 1939, obviamente relacionado con la expansión del arma­mentismo y la guerra imperialista, reavivó la fe de las “Sesenta Familias” en su democracia. A ello se sumó, por otra parte, el peligro de que Estados Unidos fuera arrastrado a la guerra. ¡No era momento para desamarrar el barco! Todos los sectores de la burguesía estrecharon filas tras una política de cautela y preservación de “la democracia”. La posición de Roosevelt en el Congreso se está fortaleciendo. Hague y el Padre Coughlin se retiraron a cuarteles de invierno. Simultáneamente, el Comité Dies, al que ni la derecha ni la izquierda se tomaron en serio en 1937, adquirió estos últimos meses una consi­derable autoridad. La burguesía otra vez está “tanto contra el fascismo como contra el comunismo”; quiere demostrar que puede enfrentar a todos los “extremismos” con medidas parlamentarias.

En estas condiciones la consigna de autodefensa obrera no ayuda; pierde su poder de atracción. Después de un estimulante comienzo es como si esa consigna hubiera llegado a un punto muerto.

En algunos lugares es difícil lograr que los obreros presten atención al problema. En otros, donde gran canti­dad de obreros se unieron a los grupos de autodefensa, los dirigentes no saben cómo utilizar la energía de los trabajadores. El interés se desvanece. No hay nada inespe­rado o sorprendente en esto. Toda la historia de las organizaciones obreras de autodefensa presenta períodos de alza y baja que se alternan constantemente. Reflejan los espasmos de la crisis social.

Las tareas del partido proletario en lo que hace a la autodefensa obrera surgen de las condiciones generales de nuestra época y de sus fluctuaciones particulares. Es muchísimo más fácil que grandes sectores de la clase obrera participen en destacamentos de lucha cuando las bandas reaccionarias atacan directamente sus piquetes, sus sindicatos, su prensa, etcétera. Sin embargo, cuando la burguesía considera más prudente abandonar las bandas irregulares y apelar a métodos de dominación “demo­crática” sobre las masas, el interés de los trabajadores en las organizaciones de autodefensa inevitablemente dismi­nuye. Es lo que esta sucediendo ahora. ¿Significa ello, sin embargo, que en estas condiciones debemos abandonar la tarea de armar a la vanguardia obrera?

En absoluto. Ahora que comenzó la guerra damos más que nunca por sentadas la inevitabilidad e inminencia de la revolución proletaria internacional. Esta idea fundamental, que diferencia a la Cuarta Internacional del resto de las organizaciones obreras, determina toda nuestra actividad, incluso la que se refiere a la organización de los destacamentos de autodefensa. Esto no implica, sin embargo, no tomar en cuenta las fluctuaciones económi­cas y políticas, con sus flujos y reflujos coyunturales. Si nos basamos única y exclusivamente en la caracterización de conjunto de la época, ignorando sus etapas concretas, podemos caer fácilmente en el esquematismo, el sectaris­mo o la fantasía quijotesca. Con cada giro pronunciado de los acontecimientos adecuamos nuestras tareas básicas al cambio de la situación concreta de esa etapa determinada. En esto consiste el arte de la táctica.

Necesitaremos cuadros partidarios especialistas en problemas militares. Ellos tendrán, por lo tanto, que continuar con su trabajo práctico y teórico incluso ahora, en este momento de “marea baja”. Su trabajo teórico con­sistirá en el estudio de la experiencia de las organizacio­nes militares de combate de los bolcheviques, los nacionalistas revolucionarios irlandeses y polacos, los fascistas, las milicias españolas y otras similares. Hay que hacerse de un programa de estudios modelo y de una biblioteca sobre estas cuestiones, organizar conferencias, etcétera.

Al mismo tiempo se debe continuar, sin interrupcio­nes, el trabajo de recolección de datos. Tenemos que juntar y estudiar recortes de diarios y de otros medios informativos referentes a toda clase de organizaciones contrarrevolucionarias y también a los grupos nacionales (judíos, negros y demás), que en un momento crítico pueden jugar un rol revolucionario. De hecho, esto servi­rá para un aspecto importante de nuestra tarea, la defensa contra la GPU.

Precisamente teniendo en cuenta la situación extremadamente difícil en que se encuentra la Comintern (y en considerable medida el servicio secreto de la GPU en el extranjero, al que la Comintern mantiene) podemos supo­ner que la GPU asestará algunos golpes violentos a la Cuarta Internacional. ¡Tenemos que ser capaces de descubrirlos y esquivarlos a tiempo!

Junto con este trabajo extremadamente restringido, en el que deben participar sólo miembros del partido, tene­mos que crear organizaciones más amplias, abiertas, para distintos objetivos particulares ligados de una u otra manera a las futuras tareas militares del proletariado. Los trabajadores pertenecen a diversas clases de organizaciones obreras deportivas (de atletas, boxeadores, de tiro, etcétera) y también a sociedades corales y musicales. Cuando haya un cambio en la situación política, estas organizaciones subsidiarias podrán constituir la base inmediata de destacamentos amplios de autodefensa obrera.

En este proyecto de programa para la acción partimos de la posición de que las condiciones políticas de este momento, sobre todo el debilitamiento de la presión del fascismo interno, limitan estrechamente las posibilidades de trabajo en el plano de la autodefensa. Y el caso es el mismo en lo que hace a la creación de destacamentos militares de base estrictamente clasista.

El vuelco decisivo en favor de la autodefensa obrera se dará solamente con un nuevo colapso de las ilusiones democráticas, el que, bajo las condiciones imperantes en la guerra mundial, sobrevendrá rápidamente asumiendo pro­porciones catastróficas.

Pero, en compensación, la guerra está abriendo ahora, en este mismo momento, posibilidades tales de entrena­miento militar de los obreros que era imposible siquiera concebirlas en época de paz. Y esto se aplica no sólo a la guerra sino al período que la precede inmediatamente.

Es imposible prever todas las posibilidades prácticas que se nos presentarán; pero indudablemente se incre­mentarán con cada día que pasa, a medida que se expan­den las fuerzas armadas del país. Tenemos que dedicar una atención especial a este problema, crear una comi­sión especial (o un cuerpo de autodefensa que se agran­dará a medida que sea necesario).

Principalmente, debemos aprovechar el interés que des­pertó la guerra en los problemas militares y organizar una serie de conferencias sobre los tipos de ejército y las tácticas contemporáneas. Las organizaciones obreras pue­den recurrir a especialistas militares que no tengan abso­lutamente ninguna ligazón con el partido y sus objetivos. Pero éste es sólo el primer paso.

Debemos utilizar los preparativos de guerra del gobier­no para entrenar militarmente al mayor número posible de miembros del partirlo y de los sindicatos sobre los cuales tengamos influencia. Mientras mantenemos plenamente nuestro objetivo fundamental, la creación de destacamentos militares de base clasista, tenemos que ligar firmemente su realización con las condiciones creadas por los preparativos de guerra de los imperialistas.

Sin apartamos en nada de nuestro programa debemos hablar a las masas en un lenguaje que ellas comprendan. “Nosotros los bolcheviques también queremos defender la democracia, pero no esta clase de democracia dominada por sesenta reyes sin corona. Primero barramos de nuestra democracia a los magnates capitalistas, luego la defenderemos hasta la última gota de nuestra sangre. Ustedes, que no son bolcheviques, ¿están realmente dis­puestos a defender esta democracia? Pero entonces, por lo menos, tienen que poder defenderla con toda su capa­cidad, de modo de no ser un instrumento ciego en manos de las Sesenta Familias y los oficiales burgueses que las sirven. La clase obrera tiene que aprender las cuestiones militares para extraer de sus propias filas el mayor núme­ro posible de oficiales.

”Tenemos que exigir que el estado, que mañana utili­zará la sangre obrera, dé hoy a los trabajadores la posibilidad de dominar lo mejor posible la técnica militar para alcanzar los objetivos militares con un mínimo costo de vidas humanas.

”Para lograrlo, no bastan un ejército y cuarteles regulares. Los obreros deben tener la oportunidad de que se les dé entrenamiento militar en sus fábricas, talleres y minas en determinadas horas pagadas por los capitalistas. Si los obreros habrán de dar sus vidas, los patriotas burgueses pueden, por lo menos, hacer un pequeño sacrificio material.

”El estado debe entregar un rifle a cada obrero capaz de llevar armas y establecer barracas de tiro y artillería para el entrenamiento militar en lugares accesibles a los trabajadores.”

Nuestra agitación sobre la guerra y toda nuestra políti­ca ligada a ésta debe ser tan independiente respecto a los pacifistas como a los imperialistas.

“Esta guerra no es nuestra guerra. Los responsables de ella son fundamentalmente los capitalistas. Pero en tanto todavía no somos lo suficientemente fuertes como para derrocarlos y tenemos que luchar en su ejército, tenemos la obligación de utilizar las armas lo mejor posible.”

Las obreras también tienen que gozar del derecho a portar armas. Se debe dar la oportunidad a la mayor cantidad posible de obreras de recibir, a expensas de los capitalistas, entrenamiento como enfermeras.

Así como cualquier obrero explotado por los capitalis­tas trata de aprender lo mejor posible las técnicas de la producción, cualquier soldado proletario del ejército imperialista tiene que aprender lo mejor posible el arte de la guerra para ser capaz, cuando cambien las condicio­nes, de aplicarla en beneficio de su clase.

No somos pacifistas. No. Somos revolucionarios. Y sabemos qué perspectiva se abre ante nosotros.

 

 

 

Los obreros deben aprender las artes militares

 

(Tomamos éste artículo del manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, que Trotsky redactó para la conferencia de emergencia de la Cuarta Internacional, celebrada en mayo de 1940. Aprobado por la Conferencia, se publicó al mes siguiente en Socialist Appeal, periódico de la sección norteamericana de la Cuarta Internacional.)

 

La militarización de las masas se intensifica día a día. Repudiamos la grotesca pretensión de liquidar esta militarización mediante protestas pacifistas huecas. Todas las grandes cuestiones de la próxima etapa se resolverán armas en mano. Los trabajadores no deben temer a las armas; por el contrario, deben aprender a utilizarlas. Los revolucionarios no se separan del resto del pueblo en épocas de guerra, así como no lo hacen en la paz. Un bolchevique trata de ser no sólo el mejor sindicalista sino también el mejor soldado.

No queremos permitirle a la burguesía que a último momento lance soldados sin entrenar o entrenados a medias al campo de batalla. Exigimos que el Estado dé inmediatamente a los trabajadores y desocupados la posibilidad de aprender a manejar el fusil, la granada de mano, la ametralladora, el cañón, el avión, el submarino, y demás herramientas de guerra. Se necesitan escuelas militares especiales estrechamente vinculadas con los sindicatos para que los obreros puedan convertirse en hábiles especialistas en el arte militar, capaces de ejercer puestos de mando.

                       

 

Acerca de la conscripción.

 

( "Acerca de la conscripción " es una carta publicada en Fourth International en octubre de 1940.estaba dirigida a Albert Goldman, que escribía entonces una serie de artículos sobre la conscripción en el Socialist Appeal.)

 

Estimado camarada Albert:

Creo que estamos de acuerdo en todas las cuestiones de principio que formula en su carta del 6 del corriente.

Es muy importante comprender que la guerra no anula ni disminuye la importancia de nuestro programa de transición. Todo lo contrario. El programa de transición es un puente entre la situación actual y la revolución proletaria. La guerra es una continuación de la política por otros medios. La característica de la guerra es que acelera el proceso. Significa que nuestras consignas revolucionarias transicionales se volverán cada vez más inmediatas, efectivas e importantes con el paso de cada mes de guerra. Sólo debemos adaptarlas y concretarlas de acuerdo a la situación. Es por eso que en el primer parágrafo yo eliminaría el término " modificar " porque puede dar la impresión de que debemos hacer alguna modificación de principio.

Estamos totalmente a favor de la instrucción militar obligatoria y la conscripción. ¿Conscripción? Sí. ¿Por el Estado burgués? No. No podemos dejar este trabajo, y ningún otro, en manos del Estado de los explotadores. En nuestra propaganda y agitación debemos diferenciar estas cuestiones tajantemente. Esto es, no luchar contra la necesidad de que los obreros sean buenos soldados, ni contra la construcción de un ejército basado en la disciplina, la ciencia, un mando fuerte y demás, sino contra el Estado capitalista que abusa del ejército, poniéndolo al servicio de la clase explotadora. En el cuarto parágrafo usted dice: " Una vez que se legalice la conscripción, dejamos de luchar contra ella pero seguimos luchando por la instrucción militar bajo el control obrero, etcétera ". Yo preferiría: " Una vez aprobada la ley de conscripción, sin dejar de luchar contra el Estado capitalista, concentramos nuestra lucha en el entrenamiento militar, etcétera ".

No podemos oponernos a la instrucción militar obligatoria por parte del estado burgués, así como no nos podemos oponer a la educación obligatoria por parte del Estado burgués. Para nosotros la instrucción militar es parte de la educación. Debemos luchar contra el Estado burgués; contra sus abusos en este terreno como en cualquier otro.

Debemos, por supuesto, lucha contra la guerra no sólo " hasta último momento " sino también durante la guerra misma. Pero debemos darle a nuestra lucha antibélica su contenido revolucionario, oponiéndonos y denunciando implacablemente el pacifismo. La muy simple y gran idea de nuestra lucha contra la guerra es: nos oponemos a la guerra pero tendremos guerra si somos incapaces de derrocar a los capitalistas.

No veo por qué debemos renunciar al referéndum popular sobre la guerra. Es una excelente consigna para desenmascarar la inutilidad de su democracia cuando surge un problema tan vital como la guerra.

No creo que la consigna de guardias de defensa obrera quede eliminada por la consigna de educación militar para todos. El acercamiento de la guerra y la guerra misma con los sentimientos chovinistas que suscita provocará inevitables pogromos contra los sindicatos y las organizaciones y prensa revolucionarias. No podemos abandonar nuestra propia defensa. La instrucción universal sólo nos facilitará la creación de guardias de defensa obreras.

"Propiedad gubernamental (... ) de todas las industrias bélicas" debe ser reemplazado por "propiedad nacional" o " estatal ".

Eso es lo que puedo decir en relación a su carta.

 

Fraternalmente

 

L. Trotsky


 

 

 

 

 

NOTAS

1. Vera Zasulich (1849-1919), perteneció a la dirección del Partido Socialdemócrata Ruso hasta 1903, en que éste se dividió en mencheviques y bolcheviques. Pasó entonces a la dirección de la fracción menchevique. El 24 de enero de 1878 atentó contra el jefe de policía, Trepov, por cuya orden un detenido había sido sometido a castigos corporales poco antes.

2. Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo) era el partido de los narodniki (populistas), intelectuales rusos organizados para liberar a los campesinos con concepciones anarquistas y medios terroristas. Después del asesinato del Zar Alejandro II en 1881, la organización fue aplastada por el gobierno zarista.

3. El 9 de enero de 1905 fu la masacre del “domingo sangriento” que marcó el comienzo de la Revolución  Rusa de 1905.

4. La Oposición de Izquierda se formó en 1923, a iniciativa de León Trotsky, como fracción del Partido Comunista Ruso para luchar contra la burocratización y por la vuelta a los principios de la democracia y el internacionalismo proletario. En 1926-1927 se formó un bloque con otros sectores que también pasaron a oponerse a Stalin. Uno de los dirigentes de la Oposición conjunta fue Grigori Zinoviev (1883-1936), que había ayudado a Stalin en su campaña contra los “trotskistas”. Juntamente con León Kamenev (1883-1936) formaron parte de la Oposición hasta que ésta fue derrotada en diciembre de 1927. Luego capitularon ante Stalin y fueron reincorporados al partido. En 1932 los expulsaron nuevamente, y los reincorporaron en 1933. En las parodias de juicios de Moscú de 1936 fueron condenados y ejecutados.

5. En 1930 se formó la Oposición Internacional de Izquierda, como fracción de la Comintern, con el objetivo de hacerla retornar a los principios revolucionarios. Cuando el Partido Comunista Alemán dejó que Hitler tomara el poder sin mover un dedo, y la Comintern ni siquiera discutió la derrota, Trotsky decidió que la Comintern había muerto como movimiento revolucionario y que había que formar una nueva internacional. La conferencia de fundación de la Cuarta Internacional se llevó a cabo en París el 3 de septiembre de 1938.

6. Grigori Rasputín (1871-1916), un monje proveniente de una familia de campesinos pobres, llegó a tener tal ascendiente sobre el zar y la zarina que se convirtió en la principal influencia en la política de la corte. Su ignorancia y corrupción fueron legendarias. Lo asesinó un grupo de nobles para sustraer a la familia real de su influencia.

7. La Duma era el parlamento ruso en la época zarista.

8. El Gobierno Provisional se estableció en Rusia con la Revolución de Febrero de 1917. El poder estaba en manos de los burgueses liberales (Partido Demócrata Constitucional o Cadete), mencheviques y socialrevolucionarios (populistas).

9. Guardias Blancas, o “los blancos”, era el nombre que se les daba a las fuerzas contrarrevolucionarias rusas después de la Revolución de Octubre.

10. Fernando Maximiliano José (1832-1867), Archiduque de Austria, fue coronado emperador de Méjico en 1864, cuando Francia había conquistado parcialmente el país. Napoleón III debió retirar sus tropas por presión de los EE.UU. y Maximiliano fue derrotado por las fuerzas mejicanas de Juárez, juzgado por una corte marcial y fusilado.

 

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