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La policía seguirá disparando a matar en Inglaterra
Por RAFAEL RAMOS / La Vanguardia - Monday, Jul. 25, 2005 at 11:19 AM

El desafío del terrorismo global

El joven pudo confundir a los policías con gángsters, ya que iban vestidos como tales Scotland Yard mantendrá la política de mano dura y no descarta nuevos errores


Scotland Yard pidió ayer un perdón político a los familiares del electricista brasileño acribillado a balazos como presunto terrorista en la estación de metro de Stockwell, pero al mismo tiempo ha defendido la política de "disparar a matar en los tiempos excepcionales que corren". El debate está servido.


- Las autoridades pidieron perdón para evitar disturbios en los barrios con más mezcla étnica

- El ministro de Asuntos Exteriores brasileño ha exigido explicaciones y hoy será recibido en el Foreign Office por Straw

- El ministro de Asuntos Exteriores brasileño ha exigido explicaciones y hoy será recibido en el Foreign Office por Straw



Londres.- El secretario del Foreign Office, Jack Straw, ha pedido perdón. El director de Scotland Yard, sir Ian Blair, ha dicho que lo siente. El ministro del Interior, Charles Clarke, se ha mostrado compungido. Pero todas las palabras del mundo no significan hoy nada para la familia de Jean Charles de Menezes, el electricista del estado de Minas Gerais (Brasil) acribillado el pasado viernes a balazos por un agente encubierto en la estación de metro de Stockwell. Hay errores que no se pueden rectificar nunca.

El acto de contrición efectuado ayer por las autoridades británicas fue más político que otra cosa, dirigido a minimizar la publicidad negativa, evitar disturbios en los barrios del sur de Londres con una diversa composición étnica y religiosa (islámica, caribeña, africana, portuguesa...) y seguir contando con el apoyo de una opinión pública que, atemorizada y vulnerable, quiere confiar en que los policías ganarán la batalla a los terroristas. Si las cosas fueran tan sencillas...

El miedo apela a los instintos más bajos de la gente, y las centralitas de periódicos y emisoras de radio han sido inundadas con llamamientos a la mano dura. Los responsables de Scotland Yard, animados por las muestras de apoyo, reiteraron la política de "disparar a matar" contra los sospechosos de ser terroristas y no descartaron que puedan volver a producirse "fallos desafortunados". Su guerra, vinieron a decir, está por encima de la muerte de un individuo, por muy inocente que sea.

En medio del gran debate nacional sobre los límites razonables al uso de la fuerza, otros muchos británicos han pedido, sin embargo, cuentas al Gobierno en el dificilísimo equilibrio entre libertad y seguridad, por considerar que la pretendida merma de los derechos civiles es ya de por sí una victoria para los terroristas. Publicaciones como The Observer y The Independent exigen una investigación independiente de la muerte de Jean Charles de Menezes, de las reglas de comportamiento de los agentes del orden ante una posible amenaza terrorista, y de los fallos del espionaje previos a los golpes del 7-J y el 21-J. Las autoridades del Reino Unido no tuvieron el más mínimo indicio de ninguno de ellos, fueron pillados con la guardia baja y dejaron que individuos que figuraban en las listas de los servicios de seguridad internacionales campasen a sus anchas. El escándalo, oculto parcialmente por el humo de los atentados, no ha hecho más que asomar la cabeza. La susceptibilidad está a flor de piel, hasta tal punto que el ministro del Interior, Charles Clarke, anunció ayer que postergaba las vacaciones para "permanecer al frente de la nave". Mientras Londres sufre y pasa miedo, no está bien visto que los políticos tomen el sol.

La experiencia de Irlanda del Norte, si es que encierra alguna lección en la lucha contra el terrorismo islámico, es que los servicios secretos se infiltran y los soldados matan, pero que a la hora de la verdad tan sólo la comunidad puede ganar la batalla a fuerza de hacer el vacío a los delincuentes y negarles el beneficio del silencio. Numerosos analistas de Estados Unidos consideran ahora, al margen de ideologías políticas, que el énfasis en el uso de la fuerza tras el 11-S resultó contraproducente, y ni Guantánamo ni Abu Ghraib proporcionaron información que justificase la publicidad negativa que generaron.

La prioridad del Gobierno de Blair es evitar que la muerte del electricista brasileño en el metro de Stockwell haga degenerar las relaciones entre las autoridades y una inmensa mayoría de musulmanes moderados en quienes confía para que planten cara a los imanes radicales que difunden el odio desde las mezquitas y las madrazas. El comisionado Brain Paddick - número dos de Scotland Yard- y la diputada laborista Kate Hoey visitaron ayer el escenario del suceso y hablaron con representantes de las distintas comunidades étnicas a fin de parar el golpe.

"Tenían que matar a alguien para demostrar que están haciendo algo y que la gente se sienta más segura", comentó ayer con la amargura lógica Alex Pereira, primo de Jean Charles de Menezes y también residente en Londres. "Conmocionado y perpelejo", el ministro de Asuntos Exteriores brasileño, Celso Amorim, ha exigido explicaciones y va a ser recibido esta tarde en el Foreign Office por su homónimo británico, Jack Straw.

Las diversas contradicciones en las que incurrió Scotland Yard a la hora de narrar el incidente, junto al hecho de que la vícitima recibiese cinco disparos a quemarropa en la cabeza, plantean interrogantes sobre hasta qué punto agentes de paisano deben estar autorizados a "disparar a matar". Es posible que el joven de Gonzaga, en el estado de Minas Gerais, que se encontraba legalmente en Gran Bretaña y cuyas únicas armas eran las herramientas para trabajar, pensara que sus perseguidores eran gángsters (al fin y al cabo van vestidos como tales, para pasar inadvertidos).

La policía continúa, mientras tanto, la caza de los cuatro hombres más buscados del país, huidos desde que el pasado jueves colocaron tres bombas en el metro y una cuarta en un autobús con la intención fallida de provocar una matanza. Parece probable que las células del 7-J y el 21-J estuviesen conectadas, ya que elementos de ambas participaron juntos semanas antes del ataque en una excursión para hacer rafting en el País de Gales, quizás con el propósito de conocerse mejor.

Algunos medios informativos sostienen la teoría de que había dos células, una asiática (el equipo A, integrado por británicos de origen pakistaní, que cumplió a la perfección su misión mortal), y otra africana (el equipo B, compuesto por somalíes y etíopes residentes en Londres, que falló al utilizar el explosivo de fabricación casera una vez que se había deteriorado). El cerebro que une a ambos grupos, si es que existe, se habría limitado a ponerlos en contacto, organizar los atentados y decirles cómo bajar de internet las instrucciones para fabricar peróxido de acetona con productos químicos que se compran en cualquier farmacia. Scotland Yard ni confirma ni desmiente estas especulaciones, mientras sigue efectuando redadas (ayer detuvo a un tercer individuo).

Los políticos piden perdón cuando no tienen más remedio, la religión se apoya en el concepto de la contrición y el perdón, literatos, filósofos y guionistas de cine cantan la valentía del que dice: "Lo siento", y la grandeza del que acepta las disculpas.

Pero hoy ninguna cita de un poeta y ninguna declaración de Scotland Yard sirven de consuelo a los seres queridos de Jean Charles de Menezes, de 27 años, muerto de cinco balas en la cabeza en la estación de metro londinense de Stockwell. Ni un millón de palabras pueden arreglar un corazón roto.sentantes de las distintas comunidades étnicas a fin de parar el golpe.

"Tenían que matar a alguien para demostrar que están haciendo algo y que la gente se sienta más segura", comentó ayer con la amargura lógica Alex Pereira, primo de Jean Charles de Menezes y también residente en Londres. "Conmocionado y perpelejo", el ministro de Asuntos Exteriores brasileño, Celso Amorim, ha exigido explicaciones y va a ser recibido esta tarde en el Foreign Office por su homónimo británico, Jack Straw.

Las diversas contradicciones en las que incurrió Scotland Yard a la hora de narrar el incidente, junto al hecho de que la vícitima recibiese cinco disparos a quemarropa en la cabeza, plantean interrogantes sobre hasta qué punto agentes de paisano deben estar autorizados a "disparar a matar". Es posible que el joven de Gonzaga, en el estado de Minas Gerais, que se encontraba legalmente en Gran Bretaña y cuyas únicas armas eran las herramientas para trabajar, pensara que sus perseguidores eran gángsters (al fin y al cabo van vestidos como tales, para pasar inadvertidos).

La policía continúa, mientras tanto, la caza de los cuatro hombres más buscados del país, huidos desde que el pasado jueves colocaron tres bombas en el metro y una cuarta en un autobús con la intención fallida de provocar una matanza. Parece probable que las células del 7-J y el 21-J estuviesen conectadas, ya que elementos de ambas participaron juntos semanas antes del ataque en una excursión para hacer rafting en el País de Gales, quizás con el propósito de conocerse mejor.

Algunos medios informativos sostienen la teoría de que había dos células, una asiática (el equipo A, integrado por británicos de origen pakistaní, que cumplió a la perfección su misión mortal), y otra africana (el equipo B, compuesto por somalíes y etíopes residentes en Londres, que falló al utilizar el explosivo de fabricación casera una vez que se había deteriorado). El cerebro que une a ambos grupos, si es que existe, se habría limitado a ponerlos en contacto, organizar los atentados y decirles cómo bajar de internet las instrucciones para fabricar peróxido de acetona con productos químicos que se compran en cualquier farmacia. Scotland Yard ni confirma ni desmiente estas especulaciones, mientras sigue efectuando redadas (ayer detuvo a un tercer individuo).

Los políticos piden perdón cuando no tienen más remedio, la religión se apoya en el concepto de la contrición y el perdón, literatos, filósofos y guionistas de cine cantan la valentía del que dice: "Lo siento", y la grandeza del que acepta las disculpas.

Pero hoy ninguna cita de un poeta y ninguna declaración de Scotland Yard sirven de consuelo a los seres queridos de Jean Charles de Menezes, de 27 años, muerto de cinco balas en la cabeza en la estación de metro londinense de Stockwell. Ni un millón de palabras pueden arreglar un corazón roto.

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