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CUADERNOS DE FORMACIÓN POLÍTICA: Sobre la necesidad y vigencia del comunismo
Por Liga Comunista -
Friday, Sep. 23, 2005 at 11:40 PM
ligacomunista@argentina.com
Los políticos y los medios de prensa nos dicen a diario que la única sociedad posible es la que tenemos, y que las experiencias de la Unión Soviética o de Cuba demuestran que cualquier intento de cambiarla está destinado al fracaso, que el socialismo es inaplicable, que no tiene ninguna base real. La discusión de estos problemas es muy importante para los trabajadores, porque si aquello fuera cierto, entonces deberíamos resignarnos a la desigualdad social extrema, a la desocupación, a la extensión del analfabetismo, de la mortalidad infantil.
Sobre la necesidad y vigencia del comunismo
INTRODUCCIÓN
Observemos un momento al mundo: de conjunto, en
Asia, Africa y Latinoamérica existen más de 1.000 millones de
personas que ganan menos de un dólar por día; 700 millones pasan
hambre, y casi 1.000 millones están desocupados.
Pero no se trata sólo
de los países atrasados, porque en los desarrollados hoy hay casi
40 millones de desocupados. En Europa existen 55 millones de
pobres; en Estados Unidos, la economía más poderosa del planeta,
hay 40 millones de pobres (más del 15% de la población) y 14
millones de niños pasan hambre o corren el riesgo de ser
desnutridos. Son los países más poderosos, que experimentan las
más gigantescas revoluciones de la técnica y de la ciencia que ha
conocido la historia de la humanidad. Y nos insisten en que no hay
alternativa a esto... ¿Qué porvenir nos espera? ¿Qué futuro pueden
tener los jóvenes de nuestros países latinoamericanos?
Por otra parte, en la
más alta cumbre, un puñado acumula fortunas inimaginables:
investigadores de un Instituto de Estudios Políticos de Estados
Unidos calculan que la riqueza combinada de las 447 personas más
ricas es mayor que el ingreso de la mitad más pobre
de la población mundial. En los países muy ricos, donde se
concentra menos de una cuarta parte de la población mundial, se
consumen más del 70% de los recursos de energía del mundo, se
manejan más del 80% de los recursos financieros del planeta, se
concentran los grandes medios de comunicación, los centros de
investigación y desarrollo, al tiempo que las más extensas zonas
del globo siguen quedándose atrás.
CUANDO NOS DICEN QUE EL SOCIALISMO NO ES
POSIBLE, NOS ESTÁN DICIENDO QUE ESTE CUADRO DE UNA MINORÍA CADA
VEZ MAS RICA, Y DE UNA MAYORÍA CADA VEZ MAS POBRE, SERÁ PERMANENTE
Y LOS TRABAJADORES NO LA PUEDEN CUESTIONAR. El objetivo de este escrito es
discutir esta propaganda de los poderosos, y demostrar que existe
otro tipo de sociedad, que no sólo es posible, sino también
necesaria, la comunista. Para explicar qué es el comunismo y
por qué es necesario y posible, primero debemos aclararnos qué es
el capitalismo, el sistema social en que vivimos.
El sistema capitalista se caracteriza, en
primer lugar, por el hecho de que las fábricas, los campos, los
bancos, los comercios, es decir, los medios para producir,
comerciar y para el intercambio, son propiedad privada de un
grupo social, los capitalistas. Frente a ellos se encuentra
una inmensa mayoría de personas que no son propietarias de ningún
medio para producir, y deben trabajar para los capitalistas por un
salario. Son los obreros.
Ser obrero o
capitalista no es algo que podamos elegir a voluntad, porque está
determinado por la forma en que está organizada la sociedad. Para
comprender este importante punto, supongamos dos niños, uno hijo
de obreros, el otro de empresarios. El primero, cuando llegue a
adulto, a lo sumo tendrá como herencia la casa de sus padres; con
eso no podrá mantenerse, y deberá hacer lo mismo que hicieron sus
padres: contratarse como empleado u obrero. Es decir, pertenece a
la clase obrera desde su nacimiento, a la clase que no es
propietaria de los medios para producir. Es una situación que no
elige, porque la conformación de la sociedad lo destina a ese
lugar. El segundo, en cambio, cuando llegue a adulto va a heredar
la empresa de sus padres, y estará destinado «socialmente» a ser
empresario. Como vemos, cada uno de estos niños pertenecerá a
grupos sociales distintos. ¿Qué los distingue? El hecho de que uno
de esos grupos es propietario de los medios de producción,
el otro no lo es. Los que no son propietarios están obligados a
trabajar bajo el mando de los que son propietarios.
A los grupos de
personas que se distinguen por la propiedad o no propiedad de los
medios de producción, se los llama CLASES SOCIALES. La clase
capitalista es la clase o grupo de gente propietaria de los
medios de producción. La clase obrera es el grupo que no es
propietario de los medios de producción y debe trabajar por un
salario, bajo el mando de los capitalistas. Un obrero puede ganar
más o menos dinero, pero mientras no sea propietario de las
herramientas y máquinas con las que trabaja, y esté obligado a
emplearse por un salario bajo las órdenes del empresario, seguirá
perteneciendo a la clase obrera.
En esta sociedad EXISTEN DOS GRANDES CLASES
SOCIALES, LOS PROPIETARIOS DE LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN, QUE
EMPLEAN OBREROS, Y LOS NO PROPIETARIOS DE LOS MEDIOS DE
PRODUCCIÓN, QUE TRABAJAN COMO ASALARIADOS PARA LOS PRIMEROS.
Entre estas dos grandes clases sociales existe
otra clase, que llamaremos la pequeña burguesía. Este grupo
ocupa una posición intermedia entre la clase obrera y la clase
capitalista, porque por lo general tienen una propiedad (por
ejemplo, un taxi, un pequeño comercio, son profesionales
independientes), pero no emplean obreros, y viven de su trabajo.
También existen otros
sectores, que son más difíciles de clasificar; por ejemplo, los
ladrones, los mendigos. Pero lo importante es que nos concentremos
por ahora en las dos grandes clases, la capitalista y la obrera,
para analizar qué relación existe entre ambas. Esta relación nos
mostrará el secreto del funcionamiento de este sistema
capitalista.
Antes de terminar este
punto, queremos refutar una idea que tratan de inculcar desde las
escuelas, la Iglesia, los medios de comunicación, y que nos dice
que es «natural» que los seres humanos pertenezcan a clases
diferentes. Según este argumento, pareciera que la naturaleza ha
dispuesto que algunos vengan a este mundo siendo propietarios de
los medios para producir y comerciar, y otros no. En el mismo
sentido, se nos quiere hacer creer que hace muchos años, hubo un
grupo de gente que ahorraba y trabajaba mucho, y otro que
haraganeaba todo el día. Entonces, el primer grupo se hizo
propietario, y a partir de allí sus hijos y todos sus
descendientes ya no tuvieron que trabajar. Mientras que los del
segundo grupo, los holgazanes, se vieron obligados a trabajar como
empleados, y todos sus descendientes también, y ya no pudieron
salir de esa situación.
Como se puede intuir,
todos estos son cuentos para disimular el hecho de que esta
sociedad está dividida en clases, que esta situación ha sido
provocada por la evolución de la historia humana, y por lo tanto
es modificable. Veamos ahora qué sucede cuando un obrero trabaja
para el patrón.
LA EXPLOTACION
1) ¿Qué es el valor?
Vamos a comenzar por una pregunta que está en
la base de toda la economía: de dónde viene el precio de las cosas
que compramos o vendemos. Aquí vamos a dar una explicación muy
sencilla, que nos servirá para lo que sigue.
Cuando hablamos de
precio, nos referimos al valor económico que tiene una
mercancía. Por ejemplo, si un reloj tiene un precio muy alto,
decimos que tiene mucho valor; de un producto de mala calidad,
decimos que vale muy poco. Entonces, ¿Qué es lo que da valor a las
cosas? ¿Por qué algunas tienen mucho valor (son caras) y otras no?
En el siglo pasado,
varios economistas llegaron a la conclusión de que lo que otorga
valor a las mercancías (por lo menos, de todas las que se hacen
con vistas a la venta) es el trabajo humano empleado para
producirlas.
Por ejemplo, si un
mueble tiene una madera muy pulida, si tiene muchas manos de
barniz, es decir, si tiene muchas horas de trabajo invertidas en
su fabricación, tendrá más valor que otra mesa mal terminada, mal
pulida. Supongamos que en la primera se han empleado 20 horas de
trabajo, y en la segunda 10 horas. La primera tendrá el doble de
valor que la segunda y eso se manifestará en el precio: podemos
suponer que la primera costará el doble de dinero que la segunda.
Por ejemplo, si la primera vale 100 pesos y la segunda 50 pesos1,
esa diferencia expresará que en la primera se empleó
aproximadamente el doble de tiempo de trabajo para producirla.
Los socialistas
decimos que la fuente de valor es el trabajo humano que se
invierte en producir, en modificar materias tomadas de la
naturaleza, para crear los bienes de uso que empleamos en nuestras
vidas.
Entonces el valor es
una cualidad, una propiedad, de los bienes que compramos o
vendemos, que tiene algo así como dos «caras»: por un lado, es el
tiempo de trabajo que se emplea para producir ese bien; ésta sería
la cara oculta, la que no vemos a primera vista, cuando estamos en
el mercado. Por otro lado, ese tiempo de trabajo se nos muestra en
el precio, en el dinero que pagamos cuando lo compramos o que
recibimos cuando lo vendemos; esta es la cara visible del valor,
que hace que no nos demos cuenta de que, al comprar o vender
cosas, estamos comprando o vendiendo tiempos de trabajo.
Por eso, cuando decimos
que un bien (una mesa, una camisa, etc.) vale tanto dinero,
estamos diciendo en el fondo que se empleó una cierta cantidad de
trabajo para producirla. A pesar de que esto no aparece a la
vista, los empresarios siempre están calculando los tiempos de
trabajo empleados. Por ejemplo, los empresarios del acero calculan
que en Argentina, para producir una tonelada de acero, hoy hacen
falta 11 horas de trabajo, en Brasil 8 y en México 12. Estas
diferencias pueden estar dadas por las diferentes técnicas, o por
otros motivos.
Por supuesto, un
trabajo más complejo, más difícil, agrega más valor. Daremos un
ejemplo. Supongamos que un campesino leñador va a un bosque y
corta un árbol, y lo transporta hasta el pueblo, donde vende la
madera, y que toda esa operación le lleva 10 horas de trabajo;
supongamos que en cada hora de trabajo los hacheros generan 5
pesos de valor. Por lo tanto, este campesino podrá vender la
madera en 50 pesos (10 horas de trabajo x 5 pesos = 50 pesos).
Pero quien compra ahora la madera es un artesano, tallador
experto, que saca de ella un bonito adorno. Supongamos que este
artesano emplea otras 10 horas de trabajo, pero esta vez, como su
trabajo es más complejo, más difícil, en cada hora de trabajo
agrega 15 pesos de valor, en lugar de los 5 que generaba el
leñador. Por lo tanto, habrá sumado a la madera un valor de 150
pesos (10 horas de trabajo x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de
conjunto, valdrá 200 pesos = 50 pesos (valor creado por el
leñador) + 150 pesos (valor creado por el tallador). Estos 200
pesos representarán 10 horas de trabajo «simple», del leñador, y
10 horas de trabajo complejo, del artesano tallador. También
podríamos reducir todo a horas de trabajo simple, por ejemplo,
decir que los 200 pesos que vale el adorno representan 40 horas de
un trabajo tan simple como el que realizó el leñador.
2) ¿Qué es el plusvalor?
Conociendo qué es el valor, podemos saber cómo surge la ganancia
del empresario.
Veamos qué sucede
cuando el obrero trabaja en una fábrica por un salario.
Supongamos que en una
empresa el obrero utiliza un telar, e hila algodón. El algodón que
emplea diariamente para hacer el hilado tiene un valor de 100
pesos. Supongamos también que el obrero hace un trabajo simple,
durante 10 horas, y crea un nuevo valor, de 50 pesos. Por
otra parte, por el desgaste del telar, los gastos de luz, agua, y
otros, hay que agregar otros 10 pesos de valor. La cuenta es:
100
pesos que vale el algodón que emplea
+ 50
pesos que agrega el obrero con su trabajo diario de 10
horas
10
pesos de gastos del telar, y otros gastos
Total: 160
pesos que vale el hilado.
¿Dónde está la ganancia del dueño de la
empresa? ¿De dónde puede salir? Esta era la gran pregunta que se
hacían los economistas en el siglo pasado, y no acertaban a
responder. La respuesta que dio Carlos Marx es la siguiente: el
obrero agregó con su trabajo 50 pesos de valor al hilado. Pero
el dueño de la empresa no le devuelve ese valor que produjo,
porque sólo le paga de acuerdo a lo que necesita para mantenerse
él y su familia, que será menos que los 50 pesos de valor que ha
creado. Por ejemplo, si el obrero necesita -en promedio- 25 pesos
por día para comer, vestirse, pagar el alquiler, mantener a sus
hijos (aunque sea a nivel mínimo), el dueño de la empresa
procurará pagarle sólo esos 25 pesos, que representan 5 horas de
trabajo. De esta manera, el obrero habrá empleado 5 horas en
producir un valor igual a su salario, de 25 pesos. Y otras 5 horas
habrá trabajado gratis, produciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA de 25
pesos, que se los apropia el capitalista.
En algunos casos los
obreros, con sus luchas, consiguen aumentos, por ejemplo, llevar
la paga a 27 pesos; en otros casos, el dueño de la empresa logrará
bajar el salario, por ejemplo a 23 pesos. Pero siempre existirá
ese plusvalor en favor del capital.
Hagamos ahora las
cuentas totales:
El dueño de la empresa invirtió: 100 pesos en
comprar algodón; invirtió antes en las instalaciones y las
máquinas, y esto se lo va cobrando poco a poco, cargando 10 pesos
por día en sus costos2;
además, pagó 25 pesos al obrero: Por lo tanto el costo del hilado
para él es de 125 pesos. Pero como el obrero creó un nuevo valor
“extra” por 25 pesos, podrá vender el hilado en 150 pesos. Le
quedan 25 pesos de ganancia. Ahora, en cuentas:
100
pesos de algodón
10
pesos de desgaste de la máquina
+ 25
pesos de salario del obrero
25
pesos de plusvalía
Total: 160
pesos
Observemos entonces que el capitalista le paga
al obrero no de acuerdo al valor que produjo, sino de acuerdo al
valor de los alimentos, de la ropa, de la vivienda, que necesita
para vivir. Por eso Marx dice que el dueño de la empresa le paga
al obrero el valor de su FUERZA DE TRABAJO. El valor de la
fuerza de trabajo es el valor de la canasta de bienes que consume
el obrero para vivir y reproducirse.
De esta manera el dueño
de la empresa dispone de una forma de generar ganancias sin tener
que trabajar; o a lo sumo, trabaja en la vigilancia de los
trabajadores, en cuidar que éstos produzcan lo debido. Pero cuando
es poderoso, contrata a los capataces y supervisores para esa
tarea. A esto le llamamos explotación, porque el obrero
produce más valor que el que recibe a cambio.
¿Por qué el capitalista
pudo hacer esto? Recordemos lo básico: porque es el dueño de los
medios de producción, es decir, de los medios para crear lo que
necesitan los seres humanos para vivir. Sin herramientas, sin
materias primas, sin dinero para mantenerse mientras produce, el
obrero no puede vivir. Por eso está obligado a vender su
fuerza de trabajo al empresario, y a producir plusvalía para éste.
Recordemos lo que decíamos al comienzo: desde su cuna los obreros
están destinados a ir a trabajar por un salario, porque no
disponen de los medios para producir. Y si carecemos de
herramientas y de las materias primas, si tampoco tenemos un
pedazo de naturaleza para proveernos, es imposible alimentarnos,
vestirnos, tener vivienda. Estar carente de propiedad es como
estar encadenado al capital; el obrero es libre sólo en
apariencia.
¿Qué es capital?
Ahora estamos en condiciones de definir qué es
capital: es el dinero, los medios de producción, y las
mercancías, que son propiedad de los empresarios y se utilizan en
la extracción de plusvalía. Veamos esto con detenimiento.
Cuando el empresario
decide invertir su dinero, ese dinero es la forma que toma su
capital. Con ese dinero compra el algodón, el telar, el edificio
de la fábrica; por lo tanto, en esta segunda etapa, su capital
está compuesto por algodón, telar, edificio de la fábrica; o sea,
el capital del empresario cambia de forma: antes era
dinero, ahora se transformó en medios de producción.
Pero además, nuestro
empresario contrata obreros, y por lo tanto una parte de su dinero
se transforma en el trabajo humano que genera la plusvalía. Así,
otra parte de su capital que tenía la forma dinero, ahora,
mientras trabaja el obrero, se ha transformado en trabajo, que
está creando valor.
Posteriormente, aparece
el hilado terminado, que se destinará a la venta. Por
consiguiente, ahora el capital tomó la forma de hilado, existe
como hilado; nuevamente el capital cambió de forma. Por último,
cuando el empresario vende el hilado, habrá obtenido dinero, es
decir, su capital ha vuelto a la forma de dinero.
Si lo analizamos desde
el punto de vista del valor, podemos ver que, por ejemplo, había
un valor igual a 1.000 pesos, que estaba en billetes; luego ese
valor se transformó en medios de producción (algodón, telar,
etc.), y en trabajo de los obreros; al salir del proceso de
producción, los 1.000 pesos de valor se habían transformado en
hilado, y además se había engendrado una plusvalía, supongamos de
otros 50 pesos. Por lo tanto, el valor originario, de 1000 pesos,
se ha incrementado; decimos que el valor se ha valorizado,
gracias al trabajo del obrero.
En vista de esto,
podemos decir que el capital es valor en movimiento y
transformación: primero aparece bajo la forma de dinero, luego
de medios de producción y trabajo, luego de mercancía, y por
último de nuevo como dinero. Capital es entonces valor que genera
más valor sustentado por la explotación de los obreros. El
telar es capital porque está dentro de este movimiento; lo mismo
podemos decir del algodón, de la fábrica, o del dinero.
Observemos que si el
capitalista comprara el algodón y el telar, y contratara al obrero
para que le hiciera un hilado para su uso personal, el dinero
gastado, el algodón, el telar o el trabajo no serían
capital. En este caso, el capitalista probablemente estaría mejor
vestido, pero no habría incrementado el valor del dinero que
poseía; por el contrario, lo habría gastado. Sólo hay capital
cuando se invierte con vistas a obtener una ganancia.
Una vez puesto en funcionamiento un capital, es
decir, una vez que un capitalista inició el proceso de comprar
medios de producción y fuerza de trabajo, para producir plusvalor,
puede seguir acrecentando su capital.
Supongamos que un
capitalista tiene 10.000 pesos iniciales, invertidos en máquinas y
materia prima, con los cuales explota a un obrero. Supongamos que
este obrero gana 200 pesos mensuales, y produce otros 200 pesos de
plusvalía por mes. Supongamos también que el capitalista tiene
ahorrado dinero, de manera que puede vivir como vive el obrero,
durante varios meses. Si hace trabajar al obrero durante varios
meses, y ahorra la plusvalía, al cabo de 50 meses habrá reunido un
fondo de 10.000 pesos (200 de plusvalía por mes x 50 meses). Con
este dinero ahora podrá comprar otra maquinaria y contratar un
segundo obrero, al que le pagará también 200 pesos y del cual
sacará otros 200 pesos de plusvalor. Con dos obreros bajo su
mando, nuestro capitalista podrá utilizar 200 pesos de plusvalía
para consumir y ahorrar otros 200 pesos de plusvalía por mes. O
sea, ya no necesita vivir de su fondo de reserva; ahora vive de la
plusvalía.
Así, al cabo de otros
50 meses tendrá otros 10.000 pesos, con los
que podrá contratar a un tercer obrero. Si todo sigue igual, ahora
obtendrá otros 200 pesos de plusvalía. Ahora podrá consumir un
poco más, por ejemplo, vivir con 250 pesos, y le quedarán 350 para
ahorrar. Ahora podrá contratar a un cuarto obrero en poco más de
28 meses. Si lo hace, y continúan las ventas de sus productos, y
los salarios siguen al mismo nivel, su plusvalía pasará a 800
pesos por mes. Y después de varios ciclos tendrá necesidad de
ampliar su establecimiento, para contratar más obreros, que le
darán más plusvalía. Por supuesto, ya no tendrá ninguna necesidad
de vivir estrechamente. Y dispondrá de un capital de varias
decenas de miles de dólares.
Este ejemplo es
imaginario, pero en líneas generales se reproduce en la vida real.
Muchos capitalistas en sus orígenes vivieron pobremente. De allí
que muchos empresarios nos digan que ellos, o sus padres, o sus
abuelos «empezaron desde cero». Pero esto no es cierto, porque
tuvieron la posibilidad de tener un pequeño capital inicial, y
además tuvieron la suerte de que nada interrumpiera la
acumulación. Si se dieron esas condiciones, a partir de la
explotación del obrero el capitalista pudo acumular la
plusvalía, acrecentando más y más su capital. Esto se llama la
ACUMULACIÓN DE CAPITAL.
Por otra parte, los
obreros, condenados a vivir con 200 pesos mensuales -el valor de
su fuerza de trabajo- no pueden acumular. Después de varios años
habrán perdido su salud trabajando, y estarán tan pobres como
cuando empezaron. En el otro polo, el capitalista habrá acumulado
riqueza. El hijo del obrero estará condenado, con toda
probabilidad, a repetir la historia de su padre. El hijo del
capitalista estará destinado a otra historia, porque iniciará su
carrera sobre la base de la riqueza acumulada.
Volvemos en cierto
sentido al principio, pero ahora viendo cómo este movimiento del
capital REPRODUCE EN UN POLO A LOS OBREROS Y EN EL OTRO A LOS
CAPITALISTAS, es decir, reproduce las clases sociales. Y no sólo
las reproduce, sino que las reproduce de forma AMPLIADA, porque el
capitalista cada vez contrata más obreros, al tiempo que concentra
más capital.
Si los capitalistas se
enriquecen cada vez más, si con ello aumentan las fuerzas de la
producción y la riqueza, y si los trabajadores siguen ganando lo
mismo, entonces, en proporción, los trabajadores son cada
vez más pobres. Incluso los obreros pueden aumentar el consumo de
bienes, pero no por ello dejan de ser pobres, porque la pobreza o
la riqueza están en relación con la situación de la sociedad y el
desarrollo de la producción. Por ejemplo, en el siglo 19
prácticamente ningún trabajador tenía reloj; el reloj era para los
ricos y nadie se consideraba extremadamente pobre si no tenía
reloj. En las fábricas hacían sonar unas sirenas para despertar a
los obreros a las mañanas y anunciar la hora de entrada al
trabajo. Sin embargo hoy, en Argentina o Paraguay, un obrero que
no tenga dinero para comprar un reloj (aunque sea uno
«descartable») es considerado extremadamente pobre. Con relación a
la riqueza producida por las modernas fuerzas productivas, podemos
decir que los obreros y las masas oprimidas son hoy tanto o más
pobres que lo eran hace cien años.
Pero a medida que ha ido creciendo el número de
obreros agrupados bajo el mando de los capitales, se fueron
organizando para luchar por una parte de esa riqueza. Los
sindicatos, los partidos obreros y otras formas de organización
surgieron al calor de este movimiento de los trabajadores. Los
obreros pelearon por aumentos del salario, para que se les pagara
mejor el valor de lo único que pueden vender, su fuerza de
trabajo. Esta es una manifestación de la lucha de
clases en la sociedad capitalista, es decir, de la lucha en
defensa de los intereses de clase, unos por aumentar la
explotación, otros por ir en el sentido contrario. Todas las
mejoras de los trabajadores se consiguieron gracias a esa presión,
a las huelgas, manifestaciones, incluso revoluciones contra el
sistema explotador. Las mejoras de vida de
la clase obrera no fueron el resultado de la bondad de los
empresarios, sino conquistas que se arrancaron con pelea, es
decir, con la lucha de la clase obrera. Los políticos de la
burguesía, así como la iglesia y otros ideólogos, tratan de frenar
y desviar la lucha de clases, predicando la conciliación entre
obreros y patronos. Los actuales dirigentes de los sindicatos, que
han pasado al lado de la patronal, hacen lo mismo. Los
revolucionarios, en cambio, mostramos la raíz de la explotación
para fortalecer la conciencia de clase obrera, para
demostrar que la lucha entre el capital y el trabajo es inevitable
y necesaria, y el único camino para acabar con la explotación.
A pesar de las
gigantescas luchas obreras dentro del sistema capitalista, los
empresarios lograron, a lo largo de la historia, mantener a raya
los salarios; los trabajadores muchas veces obligaron a ceder,
pero nunca pudieron hacer desaparecer la plusvalía con la lucha
sindical. Tomemos el ejemplo anterior, en donde al obrero le
pagaban 25 pesos diarios por su fuerza de trabajo, y producía 25
de plusvalía. Dijimos que las luchas obreras podían arrancar
aumentos de salario y disminuir la plusvalía. Por ejemplo
llevar el salario a 27 pesos y la plusvalía a 23 pesos. Tal
vez a 30 de salario y 20 de plusvalía; incluso si la lucha obrera
fuera muy fuerte, y los capitalistas estuvieran muy necesitados de
trabajo, los salarios podrían llegar a 35 pesos por día y la
plusvalía bajar a 15. ¿Puede seguirse así hasta acabar con la
plusvalía y la explotación?
La experiencia nos
muestra que no, que esta lucha económica tiene un límite.
Llegado un punto los capitalistas aceleran las innovaciones,
introducen maquinarias que reemplazan la mano de obra y despiden
obreros. Marx cuenta un caso de una zona de Inglaterra en que
faltaban cosechadores, y los trabajadores conseguían más y
más aumentos salariales. Pero llegó un momento en que a los
empresarios les convino comprar máquinas cosechadoras, en lugar de
contratar obreros. Al poco tiempo había enormes masas de
desocupados, que peleaban por un puesto de trabajo, y los salarios
se desplomaban. Hoy en todos lados los capitalistas reemplazan a
los obreros por máquinas; en las fábricas automotrices, por
ejemplo, en muchas líneas de montaje los robots hacen el trabajo
de varios obreros.
Así se generan más y
más desocupados, es decir, se crea un EJÉRCITO DE DESOCUPADOS, que
es la principal arma que tiene el capital para derrotar las luchas
sindicales. Por eso Marx decía que la maquinaria se ha
transformado en un arma poderosa contra la clase obrera. La
maquinaria debería ser un instrumento para liberar al ser humano
de las penalidades del trabajo manual, pero bajo el dominio del
capital se convierte en un instrumento para esclavizar más al
obrero; porque crea desocupados, pero también porque los que
conservan el empleo son sometidos a mayores ritmos de producción,
a peores salarios.
Pero existe otra vía
por la cual se crea desocupación. Cuando los capitalistas ven que
las ganancias están disminuyendo, comienzan a interrumpir sus
inversiones. Por ejemplo, el empresario que vende el hilado, en
lugar de contratar de nuevo a los obreros, guarda el dinero a la
espera de que mejoren las condiciones para sus negocios. Cuando
muchos capitalistas hacen lo mismo, hablamos de una crisis, y por
todos lados aparecen obreros sin trabajo. En estos períodos se
crean enormes masas de desocupados.
En el mundo capitalista
desde hace por lo menos 20 años que ha estado creciendo la masa de
desocupados, porque se frenaron las inversiones y porque se
introducen maquinarias que desplazan a los obreros. Cuando se
habla de la cantidad de robos que existen actualmente, de que no
hay seguridad en las calles, de que las cárceles están llenas, se
pasa por alto la raíz del fenómeno: la explotación capitalista y
las leyes de la acumulación. Estos desocupados y marginados por el
sistema presionan hacia abajo los salarios; y los capitalistas
chantajean a los que tienen trabajo con la amenaza de mandarlos a
la miseria si no se someten a sus exigencias.
EL CAPITALISMO CREA CONSTANTEMENTE UNA MASA DE
MARGINADOS, DE POBRES ABSOLUTOS, QUE SON UTILIZADOS COMO ARMA DE
DOMINACIÓN CONTRA LA CLASE OBRERA.
Tomar conciencia de los límites de las luchas
por las reivindicaciones económicas es fundamental para que la
clase obrera no siga atada a los políticos de la burguesía y para
empezar a forjar su independencia de clase, esto es, sus
propias organizaciones, con un programa y una estrategia que
apunten contra la explotación del capital.
Si bien los capitalistas están unidos cuando se
trata de mantener la explotación, entre ellos existe la más
feroz competencia. Cada empresario trata de vender más que sus
competidores, sacarle clientes. Para eso, cada uno busca aumentar
la explotación de sus obreros y tecnificarse. Si un capitalista
descubre una técnica mejor para producir, procura que la
competencia no la conozca, con la esperanza de bajar los precios y
arruinar a los otros. Los capitalistas que no logran seguir el
ritmo de la renovación tecnológica, se arruinan y son absorbidos
por la competencia o van a la quiebra.
Por eso Marx decía que
la competencia es como un látigo, que obliga a cada empresario a
ir hasta el fondo en la explotación de sus obreros. Esta es una
ley de hierro en la sociedad actual. Por esta razón la explotación
no tiene que ver con la buena o mala voluntad de algunos
empresarios individuales. Puede haber dueños de empresas que
consideren inhumanas las condiciones en que viven los
trabajadores, pero seguirán manteniendo los salarios bajos y
exigiendo más y más ritmo de trabajo, argumentando que «si no lo
hacemos la competencia nos va a arruinar». Por eso no hay que
esperar que los capitalistas «comprendan» las necesidades de los
trabajadores y modifiquen voluntariamente sus comportamientos.
Hoy este impulso del
sistema capitalista se ve multiplicado por la competencia
internacional. Los capitalistas de todos los países están lanzados
a una carrera desesperada por bajar los costos, por aumentar la
explotación, para sobrevivir en el Mercosur y en otros mercados
mundializados. Los empresarios hacen un chantaje a los
trabajadores porque dicen: «si no aceptan todas las condiciones de
trabajo que impongo, voy a invertir en otro país».
ESTA LUCHA ENTRE LOS CAPITALISTAS POR AUMENTAR
LA EXPLOTACIÓN PARA SOBREVIVIR ES LA RAZÓN PRINCIPAL POR LA CUAL
NO PUEDE EXISTIR UN CAPITALISMO HUMANO Y COMPRENSIVO DE LAS
NECESIDADES DE LOS OBREROS.
En la lucha entre los capitales,
inevitablemente muchos caen, y son «comidos» por los más fuertes.
Como dice el dicho popular, el pez gordo se come al pez chico.
Todos los días se fusionan capitales, hay empresarios que compran
fábricas en quiebra, hay comercios y bancos que caen en problemas
y no pueden sobrevivir. Millones de cuentapropistas, de pequeños
campesinos, aun de pequeños empresarios, se funden, y van a la
pobreza absoluta o a trabajar de obreros. Un ejemplo es lo que
sucedió con la entrada de los hipermercados. Miles y miles de
almaceneros, panaderos, carniceros, se arruinaron y ellos, o sus
hijos, tuvieron que emplearse como asalariados, muchas veces en
los mismos supermercados que los hundieron.
Así los capitales cada
vez más se concentran en pocas manos. Hoy, las 200 corporaciones
más grandes del planeta tienen ventas equivalentes al 28 por
ciento de la actividad económica del mundo.
En cada país podemos
ver cómo un puñado de trescientas o cuatrocientas empresas tiene
un peso descomunal en la economía; algunas compañías
transnacionales tienen ventas anuales por sumas que superan
largamente los presupuestos de la mayoría de los países. En manos
de algunas decenas de miles de grandes capitalistas se concentra
el poder de dar trabajo o no a cientos de millones de desposeídos.
Hemos visto que este sistema de explotación se
basa en la propiedad privada de los medios de producción. A lo
largo de la historia los capitalistas se aseguraron por todos los
medios esa propiedad. En los orígenes del capitalismo, los
poderosos del Antiguo Régimen o los comerciantes ricos recurrieron
a la violencia para apropiarse de tierras y riquezas y así
sentaron las bases del capitalismo. En nuestros países
latinoamericanos, por ejemplo, se quedaron con la tierra, la
convirtieron en propiedad privada, y condenaron a la mayoría de la
población a ser mano de obra asalariada.
Para defender esta
propiedad privada, y las crecientes riquezas, la
clase capitalista dispone de una serie de instituciones y
medios muy poderosos, como el parlamento, la justicia, la
burocracia, el gobierno, el ejército y la policía, la escuela. De
conjunto estas instituciones conforman el Estado. Los
capitalistas tratan de mostrar que el Estado es «de todos», pero
el Estado es un aparato de represión y dominio al servicio del
capital.
La forma más sencilla de demostrarlo es que
cuando los trabajadores cuestionan la propiedad privada, siempre
aparecen la policía y el ejército para reprimirlos. Los altos
mandos de estas fuerzas pertenecen a la clase capitalista, son
pagados con una parte de la plusvalía que se arranca a los obreros
y entrenados e instruidos en la defensa del capital y de la
propiedad. Cuando las luchas obreras cuestionan la estabilidad del
régimen burgués, el ejército sale de los cuarteles e interviene en
defensa del capital.
Pero sin necesidad de
llegar a esto, el telón de fondo que sustenta al poder de los
capitalistas es la violencia «aceptada» por la sociedad,
que se ejerce cotidianamente sobre los obreros y la población
oprimida. Hay violencia cuando la policía reprime manifestaciones
populares, o siembra el terror en los barrios populares con
detenciones arbitrarias, torturas en las comisarías y hasta
asesinatos impunes. Pero también hay violencia cuando a un
obrero se lo echa de una fábrica por defender sus ideas, o cuando
el capital genera millones de desocupados y marginados para hundir
los salarios. Es una violencia más «callada», pero terrible,
porque condena a la miseria a quienes no tienen nada para producir
y trabajar. Por eso, aunque no estén con los militares en las
calles, el capital gobierna sobre la base del miedo: miedo
a las posibles represalias, a quedarse sin trabajo, a caer en la
más completa marginación. Esto nos autoriza a decir que, a pesar
de las formas democráticas, se trata de una DICTADURA DEL CAPITAL
SOBRE EL TRABAJO.
Pero además, los
capitalistas disponen de otros instrumentos, que apuntan a
confundir y engañar. El sistema democrático crea la apariencia de
que las masas deciden sus destinos. Cada cierto número de años se
convoca al pueblo para elegir entre candidatos que prometen mucho;
las esperanzas de renovación y de mejora se renuevan. Al poco
tiempo de las elecciones, el pueblo está desanimado, porque
ninguna de las promesas se cumple, pero entonces se dice que hay
que esperar hasta la próxima elección, porque nada puede hacerse
sin el voto. Y en las siguientes elecciones, todo vuelve a
empezar. Por otra parte, siempre se hace sentir la amenaza de que
en caso de que los trabajadores «voten mal» (es decir, en un
sentido que pueda perjudicar a los intereses del capital) vendrá
la crisis económica, porque los capitalistas se negarán a dar
trabajo; o, eventualmente, vendrá una dictadura militar.
Con todo esto
combinado, se presiona a las masas obreras y de explotados,
creando la apariencia de que se autogobiernan porque cada tanto
eligen... a quienes van a oprimirlas.
Pero además, desde las
escuelas, los medios de comunicación, la iglesia, se bombardea con
propaganda favorable a que todo siga igual. Una idea básica que se
trata de inculcar es que éste es un orden dispuesto por Dios, o la
naturaleza, a los seres humanos. Se dice que los capitalistas
tienen riqueza porque son más inteligentes, más fuertes, más
aptos, más laboriosos; que en las elecciones hay que elegir «a los
que saben», a los abogados o economistas formados en las
Universidades de la burguesía, preparados para seguir adelante con
la explotación y la gestión de los negocios. A cada rato se
inculca que «el que no trabaja es porque no quiere», aunque la
experiencia nos muestra que millones de desocupados no trabajan
porque no encuentran nada que hacer. Dicen que los empresarios
pagan al obrero «por su trabajo», cuando en realidad pagan sólo el
valor de la fuerza de trabajo, y se quedan con la plusvalía; que
«la patria ante todo», cuando en realidad con la «unidad nacional»
sólo se benefician los poderosos. Al
obrero desde pequeño se lo manda a escuelas donde no se enseña
casi nada, porque no hay medios ni condiciones. En los barrios
obreros se vive en medio de la mugre y el barro, en ambientes con
miles de marginados, desocupados, desesperados. Apenas tienen
edad, los niños deben ir a trabajar -cuando lo consiguen- en
tareas monótonas, aburridas, en las que olvidan lo poco que
pudieron haber aprendido en la escuela. Cuando el obrero llega a
la casa, después de trabajar en tareas extenuantes, monótonas,
perjudiciales para la salud, se le muestra por la televisión un
mundo de mentiras y estupideces. Nunca una explicación profunda,
nunca algo que haga pensar en qué mundo de explotación vivimos.
Las dos
grandes clases sociales
La
acumulación de capital
La lucha
entre el capital
y el trabajo y el ejército
de desocupados
La competencia y la
concentración de la riqueza
La
dictadura del capital y su Estado
Sobre la necesidad y vigencia del comunismo
Por Liga Comunista -
Friday, Sep. 23, 2005 at 11:40 PM
ligacomunista@argentina.com
Sobre la necesidad y vigencia del comunismo
La cuestión que nos planteamos en este punto es
¿qué objetivos, qué programa debería sostener la clase obrera para
acabar con la explotación?
Muchos defensores del sistema dicen que es
necesario luchar por un capitalismo «humano», que es lo máximo a
lo que podemos aspirar. Pero vimos que las leyes de funcionamiento
del capital lo hacen imposible. Hemos visto también que las luchas
por salarios y otras reivindicaciones, con toda su importancia,
tienen un «techo», que es la propiedad privada y el dominio del
Estado sobre los explotados. Por eso los revolucionarios
planteamos que es necesario elevarse por encima de la pelea
meramente sindical, y que es imperioso comenzar a elaborar y
defender un programa que vaya al fondo de los males. Es necesario
acabar con la propiedad privada de los medios de producción
para ponerlos bajo control y administración de los obreros. ESTA
ES LA SALIDA DEL COMUNISMO.
La idea de que deberá existir una sociedad en
que los medios de producción sean propiedad de toda la comunidad
es muy antigua. Ya en la Edad Media, hace más de mil años,
hubieron movimientos de campesinos que proclamaban el objetivo de
una sociedad en que los bienes fueran de todos. Muchas veces
formulaban esa demanda bajo formas religiosas. Por ejemplo, cuando
se acercaba el año 1.000, decían que llegaba el día del juicio
final y Cristo volvía para castigar a los ricos, distribuir las
tierras y las riquezas acumuladas, y que los pobres comenzarían a
vivir en un paraíso. Esto traducía un anhelo muy hondo, una
tendencia a cuestionar la propiedad privada de aquella época y la
situación de semi esclavitud en que estaban los campesinos. O los
campesinos decían que si el sol o la lluvia eran dones de dios
para todos, la tierra también debería ser de todos. El
cristianismo primitivo expresaba de alguna manera ideas favorables
a una especie de organización comunista de la propiedad.
Con esto queremos mostrar que las ideas
del comunismo no son un invento de algunos intelectuales, sino que
estuvieron en la mente de seres humanos que sufrieron la
explotación a lo largo de la historia.
Pero sólo con la llegada del
capitalismo, de las fábricas modernas y la consiguiente formación
de los grandes ejércitos de trabajadores, se pudo pensar en
convertir en realidad esta idea. Para ubicarnos en la
historia, digamos que el capitalismo se comienza a afirmar en
algunos países de Europa hace aproximadamente unos 200 años.
En las primeras décadas del siglo pasado
las ideas del comunismo ya se habían difundido entre muchos
obreros y artesanos de París (en aquellos tiempos había pocas
fábricas, más bien eran talleres). Era todavía un comunismo
ingenuo, que no partía de analizar qué era y cómo funcionaba el
capitalismo, pero mostraba la voluntad de cuestionar y rebelarse
contra la explotación. Luego, Marx y Engels, a partir de 1845,
aproximadamente, le dieron una forma científica a esas ideas. El
programa del comunismo en absoluto fue un «invento» de dos
intelectuales, como lo presenta la burguesía. El comunismo expresa
UNA NECESIDAD DE LAS MASAS. Marx y Engels explicaron muchas veces
que sus ideas no se originaron por soñar una sociedad mejor, sino
estudiando el capitalismo, la lucha de las clases sociales y
participando en este movimiento junto al resto de sus compañeros.
Dijimos que con el capitalismo por primera
vez surge una clase que puede luchar con éxito por acabar la
propiedad privada de los medios de producción, por una sociedad
comunista. Esto se debe a que por primera vez en las sociedades
humanas la clase productora fundamental será urbana, y no
campesina, como había sucedido en las sociedades anteriores al
capitalismo. Y esa clase urbana productora serán los obreros.
A diferencia de los campesinos, los
obreros están concentrados en grandes ciudades, y en las
empresas. Esto les da fuerza y un sentido de pertenecer a una
misma clase, con los mismos intereses. Los campesinos, en cambio,
están dispersos.
En segundo lugar, el campesino pide, por
lo general, ser propietario de un pedazo de tierra; a lo largo de
la historia, cuando los campesinos lograban arrebatar la tierra a
los señores, la repartían en pequeñas propiedades, y al tiempo
volvían a aparecer el egoísmo, el acaparamiento de tierras, las
diferencias entre ricos y pobres. En China esto sucedió varias
veces a lo largo de la historia.
En cambio, el obrero no puede hacer lo mismo con la
industria. El trabajador de una moderna acería no puede aspirar a
ser dueño de una parte del alto horno o del tren de laminado. El
de una fábrica de autos no puede llevarse a su casa un pedazo de
la línea de montaje. Por consiguiente, la solución de los obreros
ante la explotación capitalista no es volver a la pequeña
propiedad privada de los medios de producción, sino convertirlos
en propiedad de todos.
En tercer término, las mismas tendencias
del sistema capitalista están mostrando que la salida debe ser el
comunismo. En un polo se concentra la riqueza; en el otro polo
cada vez más seres humanos trabajan para el capital. O sea, la
producción cada vez más es social. Pero la apropiación de
esa riqueza es privada.
Para acabar con esta situación, para que la
riqueza sea apropiada por la sociedad, hay que acabar con la
propiedad privada.
Por último, la situación de los millones de
marginados, la creación de enormes ejércitos de desocupados,
muestra a los trabajadores que no hay esperanzas de que se acaben
sus males bajo el capitalismo. Por supuesto, algunos individuos se
«salvan», se convierten en capataces, o incluso ahorran y se
convierten en explotadores. Los capitalistas utilizan estos
ejemplos para decir que con esfuerzo los obreros pueden salir de
su situación, y que todo es cuestión de sacrificarse. Pero lo
cierto es que como clase, es decir, como grupo social, los
obreros no pueden pasar a ser todos capitalistas. Como grupo
social están condenados a seguir siendo obreros, y cada vez más
atados al capital por la desocupación.
Los trabajadores han realizado intentos de acabar con el
capitalismo, de construir una nueva sociedad, sin explotadores ni
explotados. Fueron los primeros pasos, aún débiles, pero que nos
muestran que es posible que en un futuro los trabajadores puedan
organizar la sociedad de una forma nueva. Los capitalistas basan
gran parte de su propaganda contra el comunismo en denigrar y
burlarse de estos intentos, diciendo que fueron utopías.
Observemos que muchas veces ni siquiera se preocupan por demostrar
que nuestra crítica a la explotación es incorrecta; simplemente
responden que la historia «ya probó» que toda sociedad distinta a
la capitalista está destinada al fracaso. Pero esto es una
mentira.
1) La Comuna de París de 1871
La primera gran experiencia se hizo en París, y
duró unos pocos meses, de marzo a fines de mayo de 1871. A partir
de la derrota de Francia en una guerra con Alemania, los obreros
tomaron el control de la ciudad, el 18 de marzo, y proclamaron la
Comuna.
La Comuna estaba formada por consejeros
municipales, elegidos por sufragio universal en los distritos de
la ciudad; la mayoría de los consejeros eran obreros, o
representantes reconocidos de los obreros. Algo muy importante,
estos consejeros eran responsables por lo que hacían ante sus
electores, y éstos los podían revocar. De esta manera se impedía
que sucediera lo que pasa en los regímenes burgueses, en los que
el pueblo elige a representantes y éstos hacen lo que quieren, sin
que se los pueda quitar.
La Comuna no era un Parlamento, donde se
discute y discute indefinidamente, mientras las resoluciones que
importan se toman en los pasillos del poder ejecutivo y en los
ministerios, porque reunía los poderes ejecutivo y legislativo.
Además, todo funcionario o consejero ganaba lo mismo que un
obrero. Para garantizar el poder de la clase obrera, el primer
decreto de la Comuna fue suprimir el ejército permanente de la
burguesía, para reemplazarlo por el pueblo en armas.
También suprimió la independencia de los jueces. A igual que los
demás funcionarios públicos, pasaban a ser electivos, responsables
ante sus electores y revocables. Además, la Comuna decretó la
separación de la iglesia del Estado, y expropió los bienes del
clero.
La Comuna tomó medidas como suprimir el
trabajo nocturno, prohibió la rebaja de los salarios -una práctica
muy común entonces- y entregó a las asociaciones obreras todos los
talleres y fábricas que habían abandonado o cerrado los patrones.
El proyecto de la Comuna fue organizar a toda Francia sobre la
base de otras Comunas, pero esto no pudo efectivizarse, porque
quedó aislada y cercada por las fuerzas burguesas; en esos tiempos
las condiciones no estaban maduras en el conjunto del país para
seguir su ejemplo. Además, la Comuna cometió el error de ser
demasiado blanda con sus enemigos, los burgueses, que se habían
fugado de París, pero conspiraban para derribarla.
En definitiva, la Comuna terminó aplastada
por la reacción, cuyas tropas entraron a París el 21 de mayo,
cometieron enormes atrocidades y fusilaron masivamente a obreros y
revolucionarios. A pesar de la derrota, la Comuna de París
demostró por primera vez que era posible que los trabajadores
reemplazaran al Estado burgués por otra organización, que tomaran
sus destinos en sus propias manos.
2) La revolución rusa de 1917
La otra gran experiencia fue la toma del poder
por los obreros rusos, en noviembre de 1917. En el curso de sus
luchas contra el régimen dictatorial -el zarismo- los obreros
habían encontrado una forma de organización muy importante, a la
que llamaron «consejos» (en ruso la palabra es «soviet»).
Los consejos (o soviets) estaban formados por delegados de las
empresas, con mandatos y revocables. También hubo consejos de los
campesinos, y más tarde de los soldados; surgieron por primera vez
en 1905, durante una revolución que fue finalmente aplastada, y
resurgieron con mucha fuerza en 1917.
A diferencia de la Comuna de París, los
obreros más avanzados de Rusia, junto a intelectuales seguidores
de Marx, se habían organizado en un partido revolucionario, que
estaba provisto de una teoría científica sobre el capitalismo y la
revolución, el marxismo. Lenin fue el dirigente de este partido;
Trotsky también fue dirigente de la revolución, y del partido a
partir de 1917. Este partido, que se conoció en la historia con el
nombre de partido bolchevique, adquirió una enorme
influencia en los consejos de los obreros, campesinos y soldados
en 1917. Su consigna era «Todo el poder a los Soviets» (o sea, a
los consejos).
Lo importante es que por segunda vez en la
historia los obreros intentaron construir una sociedad dirigida
por ellos mismos. Lenin y sus compañeros estudiaron la experiencia
de la Comuna de París, aprendiendo de sus virtudes y de sus
errores. Por eso, después de tomar el poder, los revolucionarios
rusos impusieron una fuerte represión a la burguesía. En general
es inevitable que los capitalistas, los funcionarios burgueses del
Estado, y toda la masa de gente que se beneficia con la
explotación capitalista, traten de retomar el poder y de aplastar
a la revolución, y esto debía ser combatido. Un régimen
revolucionario debe emplear la violencia y la represión, y en este
sentido es una dictadura de la clase obrera sobre los
antiguos explotadores y sus aliados. Claro que en lugar de la
dictadura de la burguesía sobre la mayoría, ahora es la dictadura
de la mayoría sobre una minoría. Es la dictadura de la clase
obrera, la única que puede garantizar a los trabajadores el
poder suficiente para avanzar en su liberación, incluso para
aprender a administrar y dirigir su propio país.
En Rusia, a igual que había sucedido con
la Comuna de París, los burgueses se unieron con los imperialistas
extranjeros y atacaron a la flamante República de los Consejos de
Obreros y Campesinos. Así, desde 1918 hasta fines de 1920, se
desarrolló una guerra civil, con intervención de ejércitos
extranjeros, en muchos frentes. Los contrarrevolucionarios
terminaron derrotados, y esto demuestra la inmensa fuerza que
pueden tener las masas obreras y campesinas, cuando toman en sus
manos sus destinos, cuando se organizan para acabar con la
explotación.
Los obreros intentaron organizar una sociedad sin
explotación, aun en medio de las terribles penalidades provocadas
por la guerra civil (en un país que ya estaba agotado por su
participación en la guerra mundial desde 1914 a 1917). En las
fábricas empezaron imponiendo el control sobre la producción, y
luego tomaron su administración. En el campo se anularon las
propiedades de los terratenientes y se entregó la tierra a los
consejos de campesinos, para que las distribuyeran. Se dispuso que
todo funcionario del gobierno de los Soviets debía ganar igual que
un obrero calificado. Se trató de instalar una milicia, eliminando
el ejército y la policía profesionales. Esta medida apuntaba a
impedir que se creara un nuevo cuerpo represivo por encima de la
sociedad; la idea era que todo ciudadano tuviera periódicamente
una instrucción militar, y que los obreros cumplieran las
funciones de vigilancia y defensa de la revolución.
Lamentablemente, la irrupción de la guerra impidió que este
proyecto se concretara.
Pero si bien los contrarrevolucionarios
fueron derrotados militarmente, su acción fue lo suficientemente
fuerte como para llevar al país al borde de la bancarrota total.
En 1921, en la República de los Soviets de Obreros y Campesinos,
las masas pasaban hambre, había desocupación, las fábricas no
producían, no había equipos industriales, ni técnicos o
ingenieros, el analfabetismo era masivo; a veces las fábricas no
podían ponerse a producir porque ni siquiera existían los
materiales básicos para hacerlo, los transportes estaban
desorganizados; los elementos de la pequeña burguesía o de la
vieja burguesía expropiada acaparaban comida y bienes y
especulaban. Además, el país se vio sometido al acoso económico de
todas las potencias capitalistas.
La única posibilidad de salir de esa
situación era con la ayuda de la revolución mundial. Los obreros y
campesinos rusos habían tomado el poder con la esperanza de que la
revolución se extendiera a Europa, pero entre 1918 y 1923
fracasaron intentos de toma del poder en varios países. En esto,
la burguesía contó con la activa colaboración de los partidos
socialistas, cuyos dirigentes se habían adaptado al régimen
capitalista.
La República de los Consejos, por
consiguiente, no fue derrotada directamente por la burguesía,
pero sí de manera indirecta. La dictadura de los
obreros y campesinos quedó aislada, hambrienta, sin recursos.
Muchos obreros que dirigieron la revolución fueron muertos durante
la guerra civil; otros debieron dejar las ciudades, por el hambre
y la miseria. La clase obrera en Rusia no era numerosa, comparada
con las masas de campesinos, y esto también debilitó a la fuerza
más importante de la revolución. Todavía después de terminada la
guerra, se intentó reorganizar la economía de manera democrática,
y avanzar hacia la propiedad común y administrada por los obreros
y campesinos. Poco antes de morir Lenin proyectó organizar a las
pequeñas producciones campesinas en cooperativas, para ir educando
en las ideas del socialismo, de la propiedad de todos.
Sin embargo, estos proyectos, y otros
sobre la planificación de la economía, no pudieron concretarse. El
agotamiento era tan grande que muchos obreros no concurrían
siquiera a las reuniones de los soviets o de sus sindicatos.
Finalmente, la revolución fue vencida «desde adentro»: la miseria,
el hambre, la desocupación, las derrotas de la revolución en
Europa, desalentaron y agotaron las fuerzas de la clase obrera.
Sobre la base de esta situación, una capa de funcionarios y
dirigentes, encabezados por Stalin, pudo hacerse cargo del Estado,
derrotando a la vanguardia revolucionaria, e imponiendo una
dictadura sobre las masas. El partido, los soviets y los
sindicatos, y el ejército de los obreros, fueron desorganizados,
se anuló la democracia y se impuso el dominio de funcionarios, de
burócratas. Stalin le prometía a los trabajadores que construiría
el socialismo en Rusia, sin la ayuda de la revolución
internacional; con el tiempo, se fue inclinando a una política de
pactos con la burguesía de las grandes potencias, y ahogó todos
los intentos revolucionarios. Los funcionarios comenzaron a tener
salarios mucho más altos que los trabajadores, y se separaron
definitivamente de las masas.
Hacia mediados de los años veinte, la
revolución estaba siendo derrotada. Lenin había muerto en 1924, y
Trotsky fue expulsado unos años más tarde. En los treinta las
persecuciones contra los viejos revolucionarios se intensificaron.
Miles de ellos fueron encarcelados, sufrieron juicios infamantes y
fueron fusilados. Trotski fue asesinado por un partidario de
Stalin en México, en 1940.
Cuando la Unión Soviética cayó en 1989-91,
hacía mucho tiempo que no quedaba nada del viejo proyecto
socialista. Pero los medios de prensa y los políticos burgueses
ponen todo el empeño en decir que la Unión Soviética era
«socialista» para «demostrar» que los obreros no pueden dirigir y
que el proyecto socialista es una ilusión.
Vimos cómo los capitalistas combatieron y
ahogaron por todos los medios los dos intentos más extraordinarios
realizados por los trabajadores de construir sociedades nuevas.
Ahora se burlan de estas experiencias, y dicen que los obreros no
pueden dirigir ni organizar una sociedad. Se empeñan en confundir
las cosas, diciendo que la dictadura de los burócratas de la Unión
Soviética fue socialismo, y acusan a los revolucionarios de «no
tener los pies sobre la tierra», de «no reconocer que el comunismo
fracasó», de querer «imponer una utopía».
Sin embargo, el comunismo está lejos de
ser un invento surgido de las mentes de soñadores. Como decía
Marx, no se trata de establecer por decreto una utopía previamente
preparada, ni un «plan» de una futura sociedad. Los comunistas
revolucionarios no esperamos milagros; simplemente sabemos que la
misma sociedad capitalista y la lucha de clases generan las
condiciones para superar la explotación. Ni Marx ni Lenin
«inventaron» los Consejos obreros, ni los sindicatos, ni las
organizaciones políticas de los trabajadores; fueron los obreros
quienes crearon esos organismos en el curso de sus luchas. Tampoco
Marx, Engels, Lenin o Trotsky provocaron las revoluciones; éstas
fueron la rebelión de millones contra situaciones intolerables.
Después de la experiencia de Rusia, en
otros países resurgieron Consejos de trabajadores, al calor de las
luchas: en Alemania, en Italia, incluso en Chile en los años
setenta. La historia demuestra que los trabajadores pueden
organizar otro tipo de Estado, poner en funcionamiento las
empresas y dirigirlas de manera democrática. Esto permitirá
orientar las inversiones no de acuerdo a las ganancias de los
capitalistas, como sucede en la actualidad, sino de acuerdo a las
necesidades de la población. Y estas necesidades surgirán de la
discusión democrática de los organismos públicos, a niveles
locales, provinciales o nacionales.
Además, los avances de la tecnología, de
las comunicaciones, amplían las posibilidades de organizar formas
de democracia y de administración directas de los obreros. A
diferencia de lo que pasaba a comienzos de siglo en Rusia,
actualmente hay enormes masas de técnicos y de profesionales que
están incorporadas a la clase obrera, y que pueden poner sus
conocimientos al servicio de la organización de una nueva
sociedad. Pero lo más importante es que por primera vez la clase
obrera pasa a ser mayoritaria a nivel de todo el planeta. A
comienzos de siglo, cuando los obreros tomaron el poder en París,
eran una minoría en Francia. Cuando tomaron el poder en Rusia,
también eran una minoría en Rusia, y perdieron la revolución
cuando ésta no se extendió a Europa. En ese tiempo, en América
Latina, en Asia, en Africa, la clase obrera era muy pequeña, o
casi no existía. Hoy sucede lo opuesto.
Pero a pesar de estas condiciones para el
socialismo, nunca como hasta ahora se había difundido tanto la
idea de que los obreros no pueden aspirar a cambiar la sociedad.
En este sentido, debemos reconocer que las fuerzas del capitalismo
han obtenido un gran triunfo, porque lograron que los trabajadores
piensen que la caída de la Unión Soviética «demuestra» el fracaso
del socialismo. Es una paradoja que cuando el capitalismo agudiza
los males de la población, cuando además se produce una inmensa
riqueza gracias a los más maravillosos avances de la técnica y de
la ciencia, cuando por todos lados se extienden los ejércitos de
asalariados bajo el mando del capital, al mismo tiempo las ideas
del comunismo parecen más desacreditadas. Para combatir
esta situación, necesitamos organizarnos y realizar una paciente
tarea de esclarecimiento, mostrando qué es el capital y por qué
hay que acabar con su dominio. A partir de las mismas experiencias
de los trabajadores, de sus luchas, de sus victorias o derrotas,
tenemos que avanzar, alentando la resistencia a la explotación
terrible del capital, a la miseria, al hambre. Tenemos que
reconstruir las bases del proyecto socialista, pero en una
situación de mayor fuerza de la clase obrera a nivel mundial. Para
esto, necesitamos construir un partido revolucionario mundial de
trabajadores, que agrupe a todos los compañeros y compañeras que
quieran sumarse a esta tarea.
APENDICE
Sobre el socialismo y el comunismo
En este trabajo hablamos a veces del objetivo o
del programa del «socialismo», y a veces del «comunismo». Estos
conceptos se usan en forma indistinta, y así lo hicimos nosotros,
porque ambos designan la sociedad sin clases y porque
políticamente hoy esta diferencia no es tan importante, dado que
no están planteados como objetivos inmediatos. De todas maneras
vamos a explicar las diferencias, para poner en claro el objetivo
final de nuestro movimiento.
Marx planteó que luego de que los medios
de producción dejen de ser propiedad privada y pertenezcan a toda
la sociedad, se entrará en la primera fase de la sociedad
comunista; posteriormente, en el movimiento obrero europeo, a
esta primera fase del comunismo se le llamó socialismo.
En el socialismo cada individuo deberá
realizar una parte del trabajo que demande la sociedad, y obtendrá
un certificado que acreditará que lo ha hecho. Con ese
certificado, y deducida una parte para el fondo social, podrá
obtener los bienes que necesite. Es decir, se distribuirán los
bienes de consumo según el trabajo aportado. En esta fase,
por lo tanto, ya no existirán las clases sociales ni la
explotación, pero sí deberá subsistir alguna forma de control de
la sociedad sobre los productores, para llevar la contabilidad de
las horas trabajadas y distribuir lo producido.
Esto nos puede parecer muy igualitario,
pero Marx explicaba que aún no debería ser el objetivo último. Es
que no todos los hombres son iguales, unos son más fuertes que
otros, tienen distintas necesidades y aptitudes. Por lo tanto en
el socialismo aún subsistirán las diferencias de riqueza, que no
vendrán de la explotación, pero sí de la distribución de los
artículos según el trabajo de cada uno.
Por este motivo, Marx planteó que deberá
llegarse a un estadio superior, en que la distribución de los
bienes de consumo no se haga según el trabajo sino según las
necesidades de cada uno. A esta etapa Marx le llamó la fase
superior del comunismo, y hoy la conocemos bajo el nombre de
comunismo. Bajo el comunismo, cada cual aportará a la sociedad el
trabajo que pueda brindar, y tomará de la sociedad lo que necesite
para vivir. Esto parece inaplicable, pero en muchas familias
sucede algo que se le puede asemejar: cuando todos los miembros
trabajan y aportan lo que pueden a un fondo común, y toman de ese
fondo lo que necesitan para vivir. La idea del comunismo es llegar
a una sociedad donde por primera vez sea real la solidaridad y la
igualdad entre los seres humanos, que respetaría las desigualdades
de gustos, aptitudes y necesidades de cada uno.
Esto nos está demostrando, por otra parte,
que no es cierto lo que dicen los capitalistas, que los comunistas
queremos cortar a todo el mundo por la misma tijera. Por el
contrario, es el capital el que obliga a todos los trabajadores a
hacer las mismas tareas, aburridas y repetidas; es el capital el
que produce artículos en masa, todos iguales, o el que nos inunda
con programas de televisión que parecen unos calcados de los
otros, o de música o literatura «enlatadas». El programa del
comunismo, en cambio, busca el pleno despliegue de las capacidades
de los seres humanos. Por otro lado, esta distinción que hicimos
nos permite refutar otra tontería que dicen los ideólogos
burgueses, cuando se burlan de los comunistas diciendo que
buscamos un mundo de sueños, que no podrá existir. Nuestro
programa no prevé instalar la igualdad plena de golpe; sabemos que
la sociedad que saldrá del capitalismo estará integrada por seres
humanos con una educación egoísta, propia de un mundo donde reina
el interés individual. Por eso, no sólo existirá una etapa de
dictadura del proletariado, sino que luego de la desaparición de
las clases habrá un largo período de control sobre el trabajo y la
distribución, de desarrollo de la producción y de la riqueza y de
elevación de la cultura general. Pero que éste sea un objetivo
lejano, no quita validez al planteo de nuestro programa.
En tercer lugar, esta explicación de qué
es socialismo y qué es comunismo nos permite medir qué lejos
estuvo la Unión Soviética de haberse aproximado siquiera al
socialismo, no digamos ya al comunismo. El socialismo, la
desaparición de las clases, exige acabar con toda explotación, con
las clases, con las jerarquías de mandatarios, con la represión;
sólo es concebible sobre la base de que la revolución se haya
extendido a nivel mundial. Se comprende por eso el interés de la
burguesía en que los trabajadores no conozcan el programa de los
comunistas, y en que identifiquen a la Unión Soviética, o a
regímenes parecidos, con el comunismo o el socialismo. Por lo tanto,
nosotros nos definimos, antes que nada, como comunistas
revolucionarios. Es cierto que los dirigentes burocráticos de la
Unión Soviética, y de los partidos comunistas, han desprestigiado
este término. Pero es hora de limpiar la bandera del comunismo,
que es la bandera de una sociedad distinta, en que los hombres
administren la producción y los bienes, y no exploten unos a
otros.
[1] Esto
siempre es aproximado, porque la primera mercancía puede tener
un precio de 101, 102, 99, etc., y lo mismo sucede con la
segunda: puede costar 48, 51, 49, 53, etc. Es decir, los precios
oscilan alrededor de un promedio.
[2] Calcula que al cabo de
determinado tiempo habrá recuperado esa inversión para comprar
de nuevo máquinas y la fábrica.
Las ideas
del comunismo
Las grandes
experiencias
El futuro
del comunismo