versión para imprimir - envía este articulo por e-mail |
Las asambleas barriales y la consigna "que se vayan todos"
Por Leonardo Mir -
Thursday, Sep. 29, 2005 at 6:24 PM
leonardomir@msn.com
Entre los temas que se reavivan en estos tiempos electorales está el de las Asambleas Barriales que surgieron en 2001/2002. A continuación publico un volante escrito en aquellos años en torno a la consigna "que se vayan todos" escrito por la Liga Comunista.
el link de la página de la Liga Comunista es http://ligacomunista.tripod.com.ar/
LAS ASAMBLEAS BARRIALES Y LA CONSIGNA "QUE SE VAYAN TODOS"
Por Liga Comunista -
Thursday, Sep. 29, 2005 at 6:25 PM
ligacomunista@argentina.com
Las Asambleas Barriales, los cacerolazos y
la consigna "que se vayan todos" constituyen de conjunto un fenómeno
nuevo que ha trascendido largamente los límites de Argentina. Muchos
interpretan que se transformarán las maneras de hacer política, a
partir del ejercicio de la democracia directa y el
control sobre los actos de gobierno.
¿Es así? ¿Es posible que a partir de la
consigna "que se vayan todos" se acaben los padecimientos del pueblo,
la desocupación, el hambre, la miseria? Muchos responden que sí, que
las Asambleas Barriales anuncian el nacimiento de una
revolución de la sociedad civil.
Pensamos, sin embargo, que por encima del
entusiasmo por la movilización y fuerza que demostraron sectores de la
población, es necesario examinar las implicancias de las consignas que
agrupan al movimiento. Es lo que haremos en este escrito.
"Que se vayan todos": ¿la solución es
erradicar la corrupción?
Desde algunos sectores se ha comenzado a
criticar la consigna "que se vayan todos" porque no presentaría una
alternativa concreta. Esta crítica nos parece correcta sólo
parcialmente. Es que si bien no presenta explícitamente
una salida, encierra en sí misma un diagnóstico y con ello una
propuesta frente a la crisis.
Efectivamente, el diagnóstico -compartido
por la amplia mayoría de la población- sostiene que la crisis se debe
esencialmente a la corrupción de los políticos, que habrían saqueado
los fondos públicos. Y en convivencia con la banca habrían robado los
depósitos. La Corte Suprema entraría en juego por avalar el corralito,
para mayor desesperación de los ahorristas. De manera que la salida a
la crisis pasaría, según esta interpretación, por sacar del poder a
los corruptos -políticos, jueces, banqueros- y obligarlos a que
devuelvan el dinero. Así la consigna "que se vayan todos" conecta con
la mayor preocupación de la mayoría de los participantes en los
cacerolazos, recuperar sus depósitos.
A pesar de que la consigna no formula
explícitamente una alternativa, conlleva la idea de que es necesario
constituir un partido de la "gente honesta" para defender los
intereses del país (los que se llevaron el dinero al exterior se
identifican con la "anti-patria") y tener un gobierno controlado por
las Asambleas Barriales. El Banco Central, manejado por personal
idóneo y honesto, controlaría también a los banqueros. Es la idea "del
imperio de la sociedad civil", que tanto se maneja en estos momentos.
Pues bien, pensamos que este planteo
implica afirmar que la política económica, y el sistema económico que
le daba lugar, no tienen nada criticable; y que bastaría un cambio de
hombres en las "cumbres" del poder para que las cosas funcionen en
beneficio de todos.
Pero éste es el programa con el que subió
la Alianza al gobierno, cuando prometía ser la continuadora, "prolija"
y sin corrupción, de las políticas del menemismo. Es también el
planteo de los sectores de derecha, y de la mayoría de los grandes
medios de comunicación, que están en manos de los capitalistas más
poderosos.
Obsérvese que así se deja intacto
el sistema económico actual. Un sistema que para dar trabajo
exige, imperiosamente, más y más explotación. Lo ilustramos con un
ejemplo: actualmente hay unos 120 mil millones de dólares de
capitalistas argentinos depositados en el exterior. Para traer este
dinero e invertirlo en el país estos capitalistas exigen salarios aún
más bajos, todavía mayor flexibilización laboral y todo tipo de
beneficios fiscales, más plena libertad de movimientos de entrada y
salida de dinero del país. El gobierno está dispuesto a concederles
esto, porque ésta es la lógica propia de este sistema, en el que tiene
el poder efectivo quien maneja el dinero y los medios de producción.
Esto es, si se imponen niveles de explotación sobre los asalariados
como los que hoy existen un Chile, en Malasia o Tailandia, los
capitalistas volverán a invertir. Esto implica, también, un Estado
fuertemente represivo para sostener esta situación.
Entonces ¿qué salida es entonces ésta que
hace hincapié sólo en la honestidad de los funcionarios, para que todo
siga igual en el fondo? Respuesta: es un salida beneficiosa para los
sectores más acomodados, a los cuales sólo les interesa recuperar sus
ahorros atrapados en el "corralito" y que haya un Estado que, con
pocos costos, les asegure sus intereses y sus propiedades. Incluso
programas económicos para la devolución de los depósitos de
economistas liberales se basan en imponer terribles condiciones de
explotación, haciendo al mismo tiempo "decente" la política y
reduciendo sus costos (léase, reducir los salarios y condiciones
laborales de los trabajadores estatales). Es claro
que ésta no es salida para los obreros, los desocupados y las amplias
capas de la población empobrecida
La salida "nacional y popular"
Conscientes de que los males del pueblo
obedecen a causas más profundas que la corrupción, los delegados de
las Asambleas Populares reunidos en Parque Centenario han agregado a
las consignas anteriores la nacionalización de banca, el no pago de la
deuda externa y la re-estatización de las empresas privatizadas.
El diagnóstico que subyace a esta propuesta
es que la crisis se debe a que el Estado abandonó funciones esenciales
en la economía, en beneficio del imperio del mercado. Sería entonces
hora de volver al Estado.
Este planteo apunta entonces a reivindicar
un "modelo" -esto es, un modo de funcionamiento de la economía- que
estuvo en vigencia en el país hasta los años setenta, con
prolongaciones hasta fines de los ochenta. Se distinguió por el manejo
del Estado de una parte de la economía, mientras los capitales
privados (nacionales y extranjeros) hacían sus buenos negocios en el
resto.
Pero ... ¿quién manejaba el Estado, y por
ende, a las empresas públicas? ¿y quién maneja el sistema bancario
cuando está nacionalizado? Respuesta: los manejó una burocracia
estatal que respondía a los intereses de los empresarios; que permitió
que muchos de éstos hicieran grandes negociados como contratistas del
Estado; que a su vez se enriqueció de manera colosal cobrando coimas,
haciendo manejos financieros; y que garantizó el imperio del mercado y
de la propiedad privada en tanto el capital no fue lo suficientemente
fuerte como para hacerse cargo de las empresas de
servicios públicos.
Demos un solo ejemplo de cómo funcionó este
capitalismo estatista. Dada la injerencia del Banco Central en los
mercados cambiarios, durante años sus funcionarios vendían información
a los "operadores de la City" sobre las operaciones; esto daba enormes
ganancias a financieros y burócratas, a costa del empobrecimiento del
pueblo trabajador. Casos como éste los podríamos repetir hasta el
cansancio.
Lo importante es que este modo de
funcionamiento de la economía, este "modelo nacional y popular" que
tanto añoran algunos, también llevó a profundas crisis.
Recordemos la primera hiperinflación y el derrumbe de la economía en
1975-76 (cuando había un gobierno peronista); el desastre de los
principios de los ochenta, con la dictadura; y la crisis de 1989,
cuando colapsaban incluso los servicios más básicos (provisión de
electricidad, gas, teléfonos, etc.). Mientras el Estado garantizaba a
muchos empresarios muy buenos negocios, las fuerzas productivas del
país continuaban estancadas en relación a los desarrollos de la
tecnología y la ciencia que se generaban a nivel mundial, los salarios
se deterioraban vía inflación, y se iban preparando las condiciones
para la explosión de la desocupación.
Finalmente, las tendencias a la
internacionalización de los capitales le propinaron el golpe de gracia
a ese capitalismo estatista. Los mismos empresarios argentinos
iniciaron la fuga de fondos, se aliaron al capital financiero mundial
y exigieron el abandono del capitalismo de Estado. Por todo esto la
vuelta a ese capitalismo no tiene ahora la menor posibilidad de éxito,
ni acabará con los problemas que preocupan a la mayoría de los
participantes en el cacerolazo. Por ejemplo, la estatización de la
banca no devolverá los depósitos en dólares a los ahorristas (¿dónde
encontrará la banca estatal esa masa de dólares?), ni hará que vuelvan
los capitales que fugaron. La entronización de una nueva burocracia
estatal no asegurará que se acaben los negociados y la corrupción,
sino más bien abrirá nuevas oportunidades para el enriquecimiento
desmedido. El no pago de la deuda externa (medida imprescindible para
acabar con la miseria), instrumentado por un Estado capitalista
dependiente y atrasado, tampoco solucionará los problemas (como lo
demuestra la experiencia de otros países dependientes como Argentina).
Y por supuesto, un Estado capitalista "fuerte" implica un Estado
represivo contra los trabajadores y el pueblo.
Una salida progresista para los
trabajadores, un programa alternativo y verdaderamente revolucionario,
no puede basarse en volver a ese capitalismo estatista.
Forjar un alternativa socialista
Por último, hay una tercera alternativa que
se basa en un diagnóstico de la crisis completamente distinto a los
anteriores. Que dice que estamos en presencia de una típica crisis
capitalista. Expliquemos brevemente el encadenamiento de sucesos:
las crisis se producen cuando los capitalistas no ven rentabilidad
para sus inversiones, y dejan de invertir. Al tiempo los sectores de
altos ingresos (ingresos que provienen de las plusvalías generadas por
el trabajo de los asalariados por el capital) dejan de consumir. Se
precipita así una caída de la demanda, y con ello caídas de la
producción; luego nuevas caídas de la demanda y de la producción, en
un círculo infernal donde una caída alimenta la otra. Se multiplican
entonces la desocupación y la miseria, y bajan los salarios. Lo cual
reduce más el consumo de las masas populares y extiende la miseria. La
crisis entonces termina afectando a los bancos, que no pueden
recuperar los créditos otorgados. También baja la recaudación fiscal y
aumenta la deuda, aumentando el temor de un "crack" bancario
financiero. Llegado un punto, los grandes depositantes retiran los
depósitos bancarios y con esto estalla la crisis bancaria, agudizando
la parálisis de la producción, del comercio, del consumo y de la
inversión.
Por supuesto, en este proceso la corrupción
y el fraude pueden haber jugado un rol, pero la crisis es más profunda
que eso. Son crisis propias del sistema, que se han
repetido en la historia del capitalismo. Sólo en los últimos años
hemos asistido a las bancarrotas de México, Tailandia, Indonesia,
Perú, Brasil, Rusia, Ecuador, para citar los casos relevantes. En los
treinta en Estados Unidos el quiebre fue tan grande que acabó con la
mitad de los bancos, y millones fueron arrojados al desempleo y la
miseria.
Como ya señalamos, desatada la
crisis los capitales exigen condiciones más terribles de explotación
para volver a invertir. Es lo que están haciendo en Argentina. Es
lo que acaba de decir un economista norteamericano muy escuchado por
aquí, Dornbusch: "los salarios argentinos tienen que bajar
más; la crisis tiene que ir más a fondo, hasta barrer todo. Sobre esa
base, habrá que volver a construir". Por "construir" este vocero
profesional de los intereses de los explotadores entiende volver a
invertir y consumir las plusvalías producidas por el trabajo. Pero
para eso exige más "sangre, sudor y lágrimas" del pueblo.
Esta es la "salida" del capital de conjunto. Esto es lo que hay
que grabar en la conciencia, lo que hay que discutir cuando
profundizamos en qué significa el "que se vayan todos" y las
alternativas presentes.
A esta salida la clase obrera y los
sectores populares deben empezar a oponerle otra salida, basada en el
cuestionamiento de la propiedad privada del capital, y en la
construcción de una sociedad que acabe con el Estado de los
capitalistas y de los burócratas, para desarrollarse como una sociedad
solidaria, sin explotadores ni explotados. Una salida que hay que
empezar a considerar y a debatir.
En síntesis
La consigna "que se vayan todos" encierra
una propuesta que venga "algo y alguien". En grandes líneas, hay dos
proyectos mayoritarios en pugna. Uno, que dice que el problema de
Argentina es de honestidad, y tiene que gobernar la gente honesta. El
"partido del cacerolazo" proporcionaría ese personal idóneo para la
conducción del Estado. Este planteo deja, en esencia, el "modelo"
económico vigente en pie. El segundo proyecto dice que hay que volver
al capitalismo previo a las privatizaciones y a la apertura de la
economía; no cuestiona el carácter de clase del Estado, ni la
burocracia que va a dirigirlo, ni tampoco al sistema capitalista. No
tiene alternativas progresistas frente a la internacionalización de la
economía y las presiones de los capitales mundializados.
Frente a estos planteos, levantamos un
tercero que, lo reconocemos, es muy minoritario. Es el de empezar a
construir una alternativa política basada en un programa socialista, a
partir de un diagnóstico de la crisis distintos a los que se manejan
hoy en día. Esta propuesta exige, en primer lugar, que la clase obrera
-y hoy en concreto su vanguardia- comience un debate sobre los
proyectos políticos, sobre las alternativas que implican las consignas
que se están manejando. Y que fundamentalmente trabaje en pos de la
reconstrucción política de la clase obrera.
Las Asambleas Barriales son importantes
como instancias de movilización. Incluso, al margen de divergencias
sobre las propuestas, pueden representar una vía de organización y
lucha por reivindicaciones postergadas de la población. Pero hay que
profundizar el debate planteado sobre sus perspectivas, entre el
activismo y los luchadores que se han movilizado en estos días.