POR UNA NUEVA REVOLUCIÒN EN CHINA.
Por EL MILITANTE -
Sunday, Oct. 02, 2005 at 8:04 AM
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EN EL ANIVERSARIO DE LA PRIMER REVOLUCIÒN CHINA.
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La naturaleza de clase de China |
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Autor : Chucho M. López (El
Militante - España) Fecha : ( 12-Septiembre-2005 ) Categoria
: Asia
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ás de
25 años han trascurrido desde que el presidente Deng Xiao Ping
comenzó la implantación de las primeras contrarreformas capitalistas
en China. El proceso que ha llevado China a transformarse en un país
capitalista, donde la ley fundamental es la del máximo beneficio
empresarial, fue acelerándose en los últimos quince años bajo la
dirección de la cúpula del PCCh. De hecho, el proceso empezó
desmantelando a las comunas campesinas (1980-1985) y preparando así
el terreno para la parcelación de la tierra, su privatización y la
ruina de los campesinos pobres, que fueron un tiempo la antigua base
del Maoísmo.
Hoy en día, los cientos de millones de
desesperados que deambulan de una ciudad a otra en busca de trabajo
son obreros despedidos de las empresas estatales y sobretodo
campesinos cuya tierra fue expropiada (y posteriormente vendida a
empresarios agrícolas) tras ser ahogados por los impuestos de las
administraciones locales. El capitalismo chino significa hoy riqueza
para una minoría y pesadilla y humillación para cientos de millones.
Leer al respecto los escritos por Heiko Khoo en esta misma web.
Lo que nos interesa aquí es comprender el porqué y el
cómo de la transformación capitalista del país, que papel que juega
el Partido ‘comunista’ (PCCh) y cómo la burocracia estalinista china
se ha trasformado en buena medida en burguesía.
Cómo y porqué el capitalismo
La
Revolución China de 1947-49 fue uno de los acontecimientos más
importantes de la historia, porque quinientos millones de explotados
se sacudieron de encima el yugo imperialista. Sin embargo, a
diferencia del Octubre de 1917 en Rusia, no fue la clase obrera
quien tomó el poder y el control de las ciudades. Habiendo reprimido
los dirigentes ‘comunistas’ chinos toda posibilidad de una genuina
democracia obrera (planificación participativa basada en el poder de
la clase obrera), a la hora de tomar el poder estatal se
convirtieron en una casta burocrática de tipo bonapartista basada
sobre todo en el ejército campesino. Mao Zedong y los demás
dirigentes de la revolución china se habían vuelto nacionalistas ya
desde los años treinta, condicionados por la derrota de la primera
revolución (1925-27) y la influencia del estalinismo en la URSS.
Esta casta dominante, cuyo reflejo era el PCCh
estalinizado, se elevó por encima de los millones de trabajadores y
campesinos. Fue por eso que los gigantescos pasos adelante que dio
la sociedad china se realizaron mediante una planificación
burocrática, en la que la clase obrera no pudo jugar ningún papel
armonizador ni democrático: el precio fueron bandazos y giros que
costaron decenas de millones de víctimas. A pesar de todo, la
autosuficiencia alimenticia se logró a finales de los años sesenta.
Para comprender las razones del pasaje al capitalismo es necesario
tener en cuenta el papel contrarrevolucionario que históricamente ha
jugado la burocracia estalinista, en China igual que en la URSS.
Siendo completamente incapaz de planificar
armónicamente la economía de un país, pronto se encontró en una
disyuntiva provocada por la doble presión de la URSS y de los EEUU y
el mercado global: ¿Cómo desarrollar la industria tan atrasada en
completo aislamiento mundial y en medio del enfrentamiento con la
URSS? El problema del desarrollo industrial era condición vital para
que la burocracia pudiera mantenerse en el poder sin caer en la
órbita ‘soviética’ o del imperialismo de EEUU. De hecho, en los
setenta el desarrollo había sacado parcialmente a China del ‘tercer
mundo’ pero al mismo tiempo ya había tocado el techo de su
aislamiento y atraso tecnológico. Además, el enfrentamiento con la
burocracia de la URSS impedía la colaboración industrial con la
Europa del Este.
En este contexto, se puede
comprender cómo tras la muerte de Mao Zedong (abril de 1976) el
nuevo líder Deng Xiao Ping, junto al sector mayoritario de la
burocracia, fuese buscando el único camino que permitiera al
conjunto de su casta mantenerse en el poder: la vía del mercado. Hay
que recordar que cuando Deng tomó posesión (principios de 1979), el
vecino estalinista de China, es decir la URSS, ya empezaba a dar
señales de crisis del sistema burocrático y de crisis social. Tal
vez sea por eso que el presidente afirmó: “No importa si el gato es
negro o blanco, lo importante es que cace al ratón”. Es decir, lo
importante es asegurar el desarrollo de las fuerzas productivas y la
supervivencia de la burocracia, no importa por qué medio y a que
precio.
Así fue que en los años ochenta una burguesía
incipiente entró en la ecuación como nueva clase social nacida de
las reformas de Deng Xiao Ping. A lo largo de estos veinticinco
años, la burocracia estalinista fue ‘planificando’ la vuelta a la
anarquía capitalista y justificando el fortalecimiento de la nueva
clase capitalista; justificación ideológica tanto más necesaria en
cuanto la misma cúpula estalinista en parte parió y en parte se
integró en la nueva clase dominante burguesa.
Diez
años después de las primeras reformas de mercado y cinco años tras
el desmantelamiento de las comunas agrícolas, Deng Xiao Ping había
de asistir en 1989 al colapso del sistema estalinista en la URSS y
en toda Europa oriental. Por eso concluyó (correctamente, según su
punto de vista de casta) que aún estaba a tiempo, es decir que tenía
más margen de maniobra que los soviéticos para pasarse al
capitalismo antes que se disgregase y colapsase todo el sistema. Sin
embargo, como ya vimos, debía de hacerlo manteniendo un estricto
control del aparato del estado y del partido. Ya en 1986 un masivo
movimiento estudiantil había sacudido la capital, protestando contra
las crecientes diferencias sociales e injusticias creadas por las
reformas de mercado. Hace años que los primeros coches de lujo
(hasta algún Ferrari) circulaban por las calles de las grandes
ciudades. A partir de allí y a pesar de algunas depuraciones de
fachada de los burócratas más corruptos, el descontento aumentaba en
el seno de la clase obrera y de la juventud de las ciudades. Lo que
se estaba preparando eran las condiciones para una revolución
política comparable en lo esencial con las de Hungría (1956) y
Checoslovaquia (1968), que fueron aplastadas por los tanques del
estalinismo (revolución política es la que quiere transformar el
sistema político y el estado sin cuestionar las bases económicas del
sistema).
Los desequilibrios sociales, el provocador
y descarado nacimiento de una nueva burguesía, la más
antidemocrática práctica política de la burocracia: estos factores
llenaron el vaso de la paciencia de las masas obreras y
estudiantiles de las ciudades. Las peores pesadillas de la
burocracia se materializaron en la primavera de 1989, con epicentro
en Pekín y difusión en las principales ciudades del país. Ríos de
jóvenes y trabajadores se lanzaron a la calle con sus demandas
democráticas y sociales, a menudo cantando la Internacional. Estaban
muy lejos de ser contrarrevolucionarios, la población urbana les
apoyaba. Meses de manifestaciones acabaron en la masacre de la plaza
pekinesa de Tienanmen y en la posterior represión policial a lo
largo y ancho del país. La cúpula del PCCh comprendió
definitivamente que tan solo un régimen dictatorial hubiera
permitido la transformación capitalista de China sin que una
revolución obrera y juvenil lo impidiera.
Desde 1990,
el ritmo de la restauración capitalista aumentó, junto con la
necesaria represión de todas rebeliones obreras y populares. En el
contexto de reacción ideológica y retroceso social de los noventa,
el camino capitalista de China no podía que acelerar. Gato negro o
gato blanco, lo importante era cazar al ratón.
A
pesar de haberse lanzado al torbellino del capitalismo más salvaje,
el PCCh siempre se ha negado a deshacerse de los nombres y símbolos
comunistas, en el partido y en el estado. Esto se explica por un
lado con la necesidad de mantener el monopolio de la bandera roja y
la estrella durante algún tiempo más, como antídoto contra la
coagulación de organizaciones de izquierdas (políticas y sindicales)
que levanten legítimamente la bandera revolucionaria; se trata de la
necesidad de la burguesía de mantener centralizado el poder en mano
del PCCh, ya que la formación de la potencia capitalista china tan
solo puede darse bajo un régimen bonapartista que sofoque las luchas
de las masas explotadas y les siga negando el derecho democrático a
organizarse políticamente fuera de las estructuras de la burguesía
‘estalinista’. Por otra parte el poder político absoluto del PCCh se
explica con el temor a la fragmentación de la burocracia en
diferentes partidos (la democracia burguesa), lo que a su vez pueda
hacer peligrar el control sobre las masas.
Para las
altas esferas de la burocracia, transformarse completamente en
burguesía sin perder el poder político y sin revoluciones desde
abajo es la tarea central. Las mentiras y las ridículas definiciones
cuales socialismo con características chinas, socialismo de mercado,
teoría de las cuatro representaciones, no están dirigidas en ocultar
la realidad capitalista de China, lo cual es imposible; más bien
sirven para sembrar confusión en las filas más honradas y pegadas a
la clase oprimida que aún quedan dentro del PCCh. Tratan de hacer
creer a millones de personas, incluso a la incipiente pequeña
burguesía afiliada al partido, que el socialismo de mercado es un
atajo, un instrumento para lograr el bienestar del país y que el
enriquecimiento personal es una gloriosa contribución al avance de
la nación. Hacer creer que si hay desequilibrios (millones de
desempleados, de despedidos, de expropiados de su tierra, hambre y
pobreza, venta de órganos y de seres humanos, obreros que se
suicidan como normal protesta laboral…) estos se deben a la
incapacidad de los administradores locales y no a la línea del
partido en su conjunto.
Desde las provincias siguen
llegando a Pekín un sinfín de quejas, peticiones, denuncias por
parte de obreros, campesinos y militantes de base. Denuncias que el
partido devuelve al gobernador local, sin que surtan el mínimo
efecto sobre la marcha del socialismo de mercado. El único miedo de
la gran burocracia burguesa del PCCh es tener que ser juzgada en la
calle, el día de mañana, por cientos de millones de pobres y
trabajadores chinos. Al fin de evitarlo, o aplazarlo lo más posible,
toda mentira vale, toda confusión es admisible y bienvenida.
El partido comunista de los capitalistas
China está hoy en la carrera de convertirse en el
taller industrial del mundo. Un capitalismo basado en la mano de
obra industrial más barata del planeta ha permitido al país mantener
un ritmo de crecimiento no inferior al 9% durante años. Y esta es la
única posibilidad de que la burocracia capitalista se mantenga en el
poder. Los nuevos dirigentes (Hu Jintao y compañía) se mantienen
firmes al timón en el intento exitoso de consolidar la integración
de China en el mercado mundial y seguir siendo lo que ya son: la
representación política de la burguesía dominante. Al mismo tiempo,
la cúpula del PCCh ha pasado físicamente a ser burguesía y también
su representación política directa. Esta situación se ha legalizado
en el año 2001, cuando el congreso del partido decidió abrir sus
filas a los empresarios. Cuantos más ricos, mejor.
Fruto de este proceso, la nueva clase burguesa y
pequeño burguesa china ha crecido enormemente en tamaño absoluto.
Las cifras lo demuestran: una clase burocrática y emprendedora
enriquecida de unos 50 millones de personas, una élite de entre
15.000 y 20.000 personas que tienen en el banco al menos 8 millones
de euros. 21 millones de chinos pasan sus vacaciones fuera del país
y pueden pagar en dólares o euros. El 10% de la población (130
millones de personas) acapara el 45% de la renta nacional, mientras
el 10% más pobre tan sólo recibe el 1,5%. Los familiares de los
miembros de las esferas media y alta del PCCh se enriquecen
dirigiendo o participando en empresas privadas, con o sin la
participación de capital extranjero, y saqueando impunemente a las
empresas públicas. El dogma vigente en China es que lo estatal no
puede ser rentable. Con ese dogma por delante, y la complicidad de
la burocracia a todos niveles, todo saqueo es admitido.
El 40% de la industria pesada y extractiva sigue en
manos del estado, especialmente el sector energético, que es la
palanca de la modernización industrial del país. Si bien China posee
tres de las cinco empresas con más empleados a escala mundial
(Sinopec, Energía del Estado, Petróleo Nacional de China), esto no
significa que el estado siga teniendo algo de ‘socialista’. La
quinta empresa que más trabajadores emplea en el mundo es US Postal
Service, de propiedad estatal… y esto no hace de EEUU un país
parcialmente socialista. El tamaño de las empresas estatales no
contradice el carácter capitalista de China, sino que confirma la
intención del PCCh de proveer a la industria privada un buen soporte
energético estatal. Y aún así, el sector estatal redujo a la mitad
el número de sus empleados en los últimos quince años. Más adelante,
y no falta mucho, estas grandes empresas estatales de la energía
serán transformadas en poderosas multinacionales con base en China.
La transformación en potencia industrial, en las
condiciones actuales, no puede darse sin establecer al menos algunos
cientos de multinacionales en sectores claves de la energía, de la
manufactura, automoción y de la alta tecnología. Esto se demuestra
mejor si recordamos que una empresa informática estatal compró
durante el año 2004 el sector ordenadores de IBM, que otra empresa
estatal quiso comprar hace poco a la petrolera Unocal norteamericana
y que cada vez más empresas estatales se preparan para transformarse
en multinacionales. He aquí la clave del plan del PCCh: asegurar
rápidamente las bases para consolidar una burguesía nacional
poderosa, antes de que una protesta popular y revolucionaria pueda
hacer peligrar todo el proceso.
Sin embargo, la
vuelta al capitalismo -ver el artículo de Heiko Khoo: “China: el
capitalismo significa guerra contra la clase obrera”- precisa dos
condiciones políticas que tan sólo el PCCh puede ofrecer: un régimen
bonapartista que asegure la concentración del poder estatal para
poder dirigir el proceso y una fuerte represión que sofoque las
inevitables sublevaciones locales de la clase obrera y del
campesinado mientras se le quita todos derechos y dignidad. En este
contexto, el PCCh juega el papel del árbitro corrupto, de
instrumento político de la dictadura más despiadada del capital. Lo
que parece evidente es que la burocracia no quiere ni va a
desaparecer con este proceso, sino que seguirá jugando un papel
importante y privilegiado en el futuro como poder estatal burgués,
impidiendo una representación política de la clase obrera y los
campesinos pobres… y manteniendo el control del ejército. Podríamos
describir ese nuevo fenómeno como una contrarrevolución social, en
la que cambian las relaciones sociales de producción sin que se
modifique la superestructura política.
La
estrategia internacional del capitalismo chino
El
desarrollo desigual y complejo de China provocado por su
restauración capitalista es indudable: las enormes ciudades contra
la inmensidad y el atraso del campo, la industria aerospacial contra
las condiciones de trabajo semiesclavistas en todos los sectores, el
dinamismo de las ciudades de la costa y del este contra la depresión
económica y social de decenas de miles de aldeas en el centro, el
oeste y el sudoeste. Es verdad que este desarrollo ha empujado atrás
a partes importantes del país, en una condición tercermundista y
comparable con la realidad de un país colonial. Sin embargo, las
áreas más desarrolladas de China constituyen en términos absolutos
(cuantitativa y cualitativamente) una potencia industrial y
productiva que, a diferencia del mundo ex-colonial, está bajo el
control político y estatal de la burguesía del PCCh.
Es este un elemento fundamental que diferencia China
de los países capitalistas atrasados. Otro es que la burguesía china
(gracias al superávit comercial con todas las áreas del planeta
excepto Asia) dispone de capitales y reservas monetarias que le
permiten intervenir en toda una serie de países no asiáticos a un
nivel que pronto será comparable a muchos países europeos. Sería
interesante estudiar el creciente nivel de penetración del capital
chino en toda una serie de países, especialmente de América Latina y
Oriente Medio. Los múltiples contratos comerciales que China ha
cerrado con Venezuela, Brasil, Argentina, Irán dejan entrever la
búsqueda de canales independientes de abastecimiento de materias
primas, que permitan eludir el control y la influencia directa del
imperialismo norteamericano. En cambio, cada vez más países
sudamericanos, asiáticos y medio-orientales empiezan a ver a China
como socio alternativo al agresivo imperialismo de EEUU y Europa.
En la época imperialista actual, ningún país puede
escaparse de la participación en el mercado mundial. Y la burguesía
China no quiere ser es un espectador más de la subdivisión del mundo
en esferas de influencia, sino que está en camino de ser un actor de
primera importancia. Al desarrollo capitalista, se le irá asociando
inevitablemente un papel imperialista, comenzando a nivel regional
(de aquí los recientes roces con Japón).
En el plano
comercial, Europa acaba de desplazar a Japón del segundo puesto como
socio comercial de China y a EEUU del primero. Tendrán los EEUU y la
UE graves problemas a la hora de alzar barreras proteccionistas
contra China en el caso de una futura recesión o estancamiento
prolongado de la economía: basta decir que la multinacional
norteamericana Dell fabrica en China el 60% de los ordenadores que
luego vende dentro de los mismos EEUU. Otro ejemplo claro es la
norteamericana Wall-Mart, la empresa más grande del mundo en
términos de empleados y de negocios: gran parte de los productos que
se venden en sus supermercados están producidos en China. El mismo
discurso vale para cientos de multinacionales europeas, japonesas y
norteamericanas que producen en China y que explotan la mano de obra
y las condiciones semi-esclavas de su clase obrera.
Contrariamente a lo que algunos piensan, los
intereses de la clase dominante china están tan ligados a la
participación en el comercio mundial que a estas alturas ni siquiera
una crisis económica podría revertir el proceso de restauración
capitalista. La hipótesis de re-centralización de la economía
implicaría un improbable suicidio colectivo de la burocracia que en
grandísima medida ya se ha hecho capitalista. Además, cualquier
hipotético proceso de estatización de la industria privada sería
entendido por la clase obrera como una oportunidad de vengarse de
veinte años de pérdidas de derechos y del engaño al que fue sometida
por la burocracia estalinista.
Los síntomas de
sobreproducción capitalista en China son más que evidentes y saldrán
a la superficie en cuanto EEUU y en segunda medida Europa dejen de
absorber parte importante de los productos chinos. Los
desequilibrios del desarrollo capitalista tan solo pueden ser
paliados, y aún así solo temporalmente, por un crecimiento del PIB
que siga igual de sostenido durante muchos años. Un estancamiento
económico prolongado de los EEUU tendría efectos dramáticos en China
y provocará una selección en el interior de la burguesía y al mismo
tiempo una aceleración de la concentración del capital.
Es por eso también que el PCCh está intentando por un
lado diversificar sus relaciones comerciales y sus lazos
empresariales tan rápidamente como puede, y por el otro limitar su
dependencia del exterior en maquinaria industrial. En estos
momentos, la sola área del planeta hacia la que China tiene déficit
comercial es Asia oriental (Japón, Corea del Sur, Taiwán); pero esto
acabará pronto, cuando China interrumpa gran parte de la importación
de maquinaria moderna y pueda manufacturarla directamente en el
continente. No falta mucho.
China está en pleno
proceso de acumulación y reproducción de tecnología occidental y
japonesa en manos nacionales, un proceso largo que se inició hace
muchos años y todavía no ha terminado. La modernización de las
infraestructuras y las reconversiones industriales seguirán
produciéndose, la formación de multinacionales chinas es un fenómeno
incipiente pero imparable, los despidos masivos también. Es la
lógica del capital.
Un futuro de luchas titánicas
China es un país dividido profundamente en clases
sociales. Nos encontramos frente a la clásica subdivisión entre
clases sociales típica de un país capitalista. Cruzando las
estadísticas internas e internacionales disponibles en Internet,
podemos imaginar una pirámide que se configura aproximadamente así:
- Capitalistas medianos y grandes 0,5% ( 7
millones de personas)
- Ejecutivos
empresariales y grandes burócratas 3,5% ( 45 millones de personas)
Total 4,0% ( 52 millones de personas)
- Pequeña burguesía profesional 4,6% ( 60
millones de personas)
- Pequeña burguesía
emprendedora 7,6% ( 99 millones de personas)
-
Pequeña burocracia y trabajadores de cuello blanco 7,2% ( 92
millones de personas)
- Campesinos acomodados
3,6% (47 millones de personas) Total 23,0% (298 millones
de personas)
- Clase obrera de la industria,
los servicios y otros 33,8% (439 millones de personas)
- Campesinos 39,0% (507 millones de personas)
Total 72,8% (946 millones de personas)
La reconversión capitalista de China y
su salvaje desarrollo ha sido posible solamente gracias al anterior
período de planificación (aunque burocrática y con costes humanos
enormes) de la economía y a los avances sociales revolucionarios de
los primeros años. Este proceso de reacción está forjando una clase
obrera cuya fuerza potencial no tiene precedentes en la historia de
la humanidad. Su tamaño sólo es comparable al de la clase
trabajadora de la India, pero a diferencia de aquella y de la clase
obrera rusa o norteamericana, tiene como referencia ideológica algo
de un pasado bastante reciente al que volver. Se trata del
igualitarismo, del tazón de hierro de arroz garantizado, pero a un
nivel de desarrollo de las fuerzas productivas mucho más alto y con
un sano odio hacia la burocracia y la burguesía.
El
papel bonapartista de la burocracia china enmascaraba el cambio
dramático de la correlación de fuerzas entre las clases. La clase
obrera y los campesinos pobres han venido perdiendo la gran mayoría
de los derechos laborales y sociales conquistados a través de la
revolución. La pequeña burguesía lleva casi 30 años creciendo y
cuenta probablemente con más de 200 millones de personas. La gran
burguesía, que procede del contacto con la inversión extranjera y
del saqueo de los recursos del estado, se fortalece cada día que
pasa y se alimenta de las altas esferas del PCCh, donde encuentra
una expresión política más que suficiente, y además ‘prestigiosa’.
Este doloroso proceso de restauración del capitalismo
y reindustrialización del país tiene también una cara históricamente
progresista. Es decir, la excepcional concentración y
fortalecimiento numérico de una joven clase obrera en las ciudades y
zonas industriales especiales. Ya son 166 las ciudades chinas que
superan el millón de habitantes (y en tres años serán 200): 100
millones de campesinos se han transformado en obreros de la
construcción, y otros tantos en obreros industriales. 150 millones
de desocupados se desplazan de una ciudad a otra para buscar
trabajo. La clase obrera tendrá un peso específico y un dominio
físico de las ciudades muy superior que en el pasado. Consecuencia
de esto es el debilitamiento de la clase más heterogénea y atrasada
de las masas, es decir el campesinado. Los campesinos, a diferencia
de la clase obrera, no participaron en las protestas de 1986 y 1989.
El día que se ponga en marcha la clase obrera, que es
la más numerosa del mundo, no habrá fuerza capaz de pararla,
especialmente porque en su gran mayoría ya no tiene nada que perder
(y un país inmenso que conquistar). China será cada vez más sensible
a los procesos revolucionarios que tarde o temprano tendrán lugar en
Asia, empezando por la India y Pakistán.
El enemigo
de la clase obrera china se revela cada día más claramente, y con
ello también el carácter de su tarea revolucionaria: una revolución
socialista en contra del capitalismo y de su representante político,
que en este momento se mal denomina Partido comunista chino. El
vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas está concentrando
en las manos de la clase trabajadora un potencial enorme, nunca
visto antes en la historia de la humanidad. La tercera Revolución
china no dejará espacio a la burocracia. No solo porque esta ya se
quitó la máscara, sino sobretodo porque destruyó las bases
materiales sobre las que se apoyó durante medio siglo. La tarea
central del proletariado, del campesinado y de la juventud es
prepararse para ello: organizando su propio partido y sindicatos
fuera del control de la burguesía y de la burocracia.
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