Julio López
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Molino harinero recuperado en Uruguay. LA ESPERANZA BLANCA
Por reenvío lavaca.org - Friday, Oct. 21, 2005 at 10:09 AM

Lejos de la modernidad tecnológica, 53 obreros autogestionan el Molino Santa Rita en la localidad de Canelones, a 53 kilómetros de Montevideo. Los trabajadores decidieron hacerse cargo de la producción después de que tres gestiones -dos privadas y una pública- fracasaran en el lapso de una década. Para eso asumieron una deuda de 450.000 dólares. Ya pagaron más del 30 por ciento y abastecen al cinco por ciento del mercado uruguayo de harina.




Parece un viaje en el túnel del tiempo. En una vieja construcción de ladrillo a la vista y techos a dos aguas -tan típico del estilo ferroviario que los ingleses impusieron a principios del siglo pasado- se oye un ruido ensordecedor. El piso de pinotea, alfombrado con una delgada capa de polvo blanco, cimbra y hace estremecer a los cuerpos que por allí caminan. Bobinas y correas enormes se mueven a la vista de todo el mundo, unas antiquísimas zarandas se sacuden con fuerza y unos gigantescos cajones de madera no paran de crujir y balancearse con furia. A través de tres pisos, chorros de maíz van y vienen por esa maquinaria que se aproxima a las cinco décadas de vida. Podría ser parte de un museo industrial, pero es un molino harinero en plena actividad, gestionado por sus propios trabajadores que decidieron conformar una cooperativa después de que distintas empresas privadas y estatales provocaron tres cierres de la empresa en el lapso de una década.

Ubicado en una zona rural del departamento de Canelones, a 53 kilómetros de Montevideo, el molino Santa Rosa había sido fundado en 1925 y llegó a ser, hacia fines de los 50, una de las principales plantas productoras de harina del Uruguay. Pero, con el transcurso de los años, ese privilegio se fue perdiendo a causa de la tecnificación de la competencia. El decaimiento se fue acentuando hasta el 31 de mayo de 1987, cuando cerró la empresa propietaria, Molino y Fideerías del Este. Casi un año y medio después, se hizo cargo de la planta la Corporación Nacional para el Desarrollo, un ente estatal que subsidiaba a emprendimientos en problemas. Sesenta empleados fueron reabsorbidos, aunque debieron sacrificar su antigüedad entre otros derechos laborales. El Estado gestionó la fábrica durante cinco años, hasta que finalmente la remató. La compró Saltram S.A., cuya administración -según los trabajadores- fue la peor de la historia. Terminó con un endeudamiento de cinco millones de dólares que la llevó a la quiebra en 1988. "Los de afuera pensaban que esta empresa no tenía manera de ser rentable. Si en diez años habían pasado tres firmas...¿Quién se iba a hacer cargo de esto?", se pregunta Héctor Dávila, el presidente de la Cooperativa de Trabajadores Molino Santa Rosa.

Ante este panorama desalentador, los cien operarios decidieron seguir concurriendo a sus puestos de trabajo a pesar estar cobrando el seguro de desempleo y de que en la planta no había actividad. "Era más por necesidad que por convicción. Empezamos haciendo el mantenimiento de las máquinas, porque si se abandonan se deterioran fácilmente. A las telas de las zarandas se las comen los insectos en un rato", explica Dávila.

En poco tiempo, los trabajadores llegaron a un trato con el dueño y le arrendaron las instalaciones para empezar a producir por su cuenta. Vivían del seguro de desempleo y con lo que recaudaban en la fábrica comenzaron a capitalizarse. Sin embargo, esta situación duró poco. Cuando los acreedores se enteraron del acuerdo, trabaron embargo sobre las instalaciones. "En ese momento, dejamos de pagar el alquiler porque la patronal ya no tenía los derechos de propiedad. Y nosotros también pedimos el embargo", recuerda Dávila.

El principal acreedor era el Banco República, que hasta que llegara la fecha del remate aceptó nombrar a la Cooperativa como depositaria judicial de la planta. "Al banco le convenía porque sabía que nosotros cuidaríamos las instalaciones. Las máquinas se arruinan de sólo estar paradas. Además, todo esto hubiera sido rápidamente desmantelado por gente que hubiera vendido partes de las máquinas como hierro viejo", explica Dávila.

A partir de ese momento, comenzó una carrera contrarreloj para obtener un acuerdo con el Banco República antes que llegara el remate. Mientras tanto, los trabajadores invitaban a cuanto dirigente político tenían a su alcance y convocaban a los medios de comunicación para generar cierta presión que permitiera encontrar una solución definitiva a su problema. Hasta abrieron las puertas de la planta para celebrar la fiesta de Santa Rosa. "Esta era la única localidad que no tenía su propia celebración", recuerda Dávila.

Santa Rosa es una ciudad de 3000 habitantes, ubicada en el Departamento de Canelones. Históricamente, su actividad económica giró en torno al molino. Sin embargo, la planta nunca había abierto sus puertas para los vecinos. Como parte de la campaña, la cooperativa cambió la estrategia y hasta los escolares visitan las instalaciones.

La paradoja

Finalmente los operarios lograron que en setiembre de 2003 se firmara un acuerdo donde el Banco República se comprometía a ser el mejor postor en el remate, compensando el precio de las instalaciones con su crédito e inmediatamente la entidad financiera cedía los bienes a la Cooperativa. Los trabajadores, a su vez, se acoraron devolverle al banco en cuotas, a pagar hasta el año 2012, el valor de remate de los bienes. Como garantía, el molino fue hipotecado. "El valor original del crédito del República era de 250.000 dólares. Pero como sabíamos que iban a venir otros molinos que querían comprar la planta sólo para cerrarla y ganar mercado hicimos que el República subiera su oferta a 400.000 dólares", señala el presidente de la Cooperativa. Paradojas de la recuperación de la fábrica: los propios trabajadores bregaron para pagar más con tal de asegurarse la fuente laboral. No sólo eso: para evitar que en el remate se presentaran otros oferentes, el día de la subasta los operarios se atrincheraron en la puerta del molino e impidieron que los interesados visitaran la planta.

Con los intereses pautados, la deuda con la entidad financiera subió a 450.000 dólares. Hoy, la Cooperativa ya pagó 150.000. "La negociación no fue fácil. Al principio, el banco nos pedía un 15 por ciento de tasa de interés, después bajó al 13 y, finalmente, firmamos por el 10. Como somos buenos pagadores, ahora nos bajó al 6. Nosotros decíamos que el interés debía ser simbólico, porque ellos no nos dieron ningún dinero y nosotros terminábamos comprometiéndonos a devolverles lo que ya habían perdido". Pero hay más, en alguna oportunidad, la Cooperativa le prestó dinero a la sucursal local cuando debía pagarle a los jubilados y no había hecho la caja suficiente. Gentileza obliga, el gerente bancario cubrió a la Cooperativa con sus propios fondos cuando alguna cuenta quedó en descubierto.

Los trabajadores que asumieron la gestión del molino eran 44. Ni los vendedores ni los administrativos quisieron participar de la aventura. Ahora los socios de la cooperativa ya suman 53. Y hay otros nueve trabajadores bajo la categoría de aspirantes. Santa Rosa comenzó trabajando a façón (reciben la materia prima del cliente y cobran por la mano de obra), pero actualmente toda la producción es propia. La Cooperativa abastece al cinco por ciento del mercado local de harinas de alta calidad (000 y 0000), a pesar de su producción casi artesanal. La molienda alcanza las 90 toneladas diarias, sobre una capacidad instalada para 130.

"Nuestro objetivo -confiesa Dávila- es conseguir una mayor integración vertical con el modelo cooperativa. Queremos comprar a cooperativas de productores, queremos complementarnos con cooperativas que tengan lugar ocioso para acopiar."

Desde la nada

Desde un inicio, los trabajadores plantearon sostener los ingresos que percibían mientras trabajaban en relación de dependencia, respetando las escalas salariales diferenciadas de acuerdo a las responsabilidades asumidas y las especializaciones laborales que cada uno tiene. "Lo logramos", se enorgullece Dávila, sentado frente a un pizarrón que detalla el organigrama de la cooperativa. Estructurada al estilo tradicional, una comisión directiva integrada por cinco socios es la encargada de tomar las decisiones cotidianas. A la asamblea le quedan los trazos gruesos y las cuestiones vinculadas al manejo de los fondos. "La cooperativa nació por necesidad, no por convicción -repite el presidente-. La lucha nos unió de golpe. Pero después de cumplir con un objetivo tan grande, viene cierto relajo. Hoy no estamos tan unidos como el día del remate. Sin embargo, hemos podido demostrar que se puede, desde muy cerca de la nada".






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