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Por Raquel
Estévez
En febrero de 1917 el Partido
Bolchevique tenía una influencia entre los trabajadores y campesinos mucho
menor que la de los mencheviques y socialrevolucionarios. Fue la
experiencia de febrero a octubre la que enseñó a las masas las verdaderas
intenciones de sus dirigentes y la que dio un vuelco a la situación,
convirtiendo al Partido Bolchevique en el partido de las masas. Las
consignas, la táctica, la estrategia revolucionaria de los bolcheviques
atrajo a sus filas a lo mejor del movimiento obrero y campesino, sentando
las bases para la victoria de la insurrección de octubre del mismo año. Y,
como decía Marx, "cuando una idea se apodera de las mentes de las masas y
ésta corresponde a sus intereses se convierte en una fuerza
material".
Desde la Revolución de Febrero
los obreros, soldados y campesinos habían dado todo su apoyo al Comité
Ejecutivo de los Soviets, CEC, dirigido mayoritariamente por los partidos
conciliadores (utilizamos el término de la época). Las masas estaban
dispuestas a defenderlo con todas sus fuerzas, incluida la fuerza de las
armas. Pero las masas revolucionarias no perdonan ni permiten la cobardía
y la traición. El poder que los trabajadores habían conquistado en febrero
lo confiaron al CEC, que a su vez se lo devolvió a la burguesía,
refugiándose, totalmente acobardados, detrás de sus faldas. No se atrevían
a tocar las tierras de los grandes terratenientes, los bancos de los
burgueses, la guerra imperialista… Las masas iban perdiendo la paciencia y
con ella los conciliadores iban firmando su sentencia de
muerte.
La campaña de continuas calumnias
contra los bolcheviques caló en la población durante los primeros meses de
la revolución, se volvió en su contrario: soldados y campesinos,
sintiéndose traicionados, rompieron con sus antiguos dirigentes para
formar parte de las filas bolcheviques, ganando éstos la mayoría de los
Soviets, primero en Petrogrado, más tarde en Moscú, Kiev y en toda
Rusia.
Esto sólo fue posible sobre la
base de un programa correcto y su lealtad a éste: hostilidad
irreconciliable con la burguesía, ruptura con los socialpatriotas y
profunda confianza en la fuerza revolucionaria de las masas.
La nueva correlación de fuerzas
Después de los
acontecimientos de julio y sobre todo después de la sublevación de
Kornilov hubo un giro importante hacia la izquierda entre los campesinos,
que protagonizaron tomas de tierras, insurrecciones regionales, teniendo
un gran efecto en las tropas, compuestas mayoritariamente por campesinos.
Este proceso puso a la cabeza a nuevos dirigentes obreros organizados en
el Comité de Defensa de la Revolución que se encargaron de armar a los
trabajadores, de ganar a los soldados más combativos y de arrestar a
reaccionarios. La mayoría eran bolcheviques.
Aunque los campesinos, soldados y
obreros eran los mismos en febrero que en septiembre u octubre, aunque la
base económica era la misma y la diferenciación entre las clases también,
la correlación de fuerzas había variado.
El estado de ánimo de la
población era mucho más reflexivo tras el derrumbamiento de sus primeras
ilusiones y haber comprobado el peligro de la contrarrevolución. Las masas
se habían hecho más prudentes. Tanto o más que antes deseaban la
insurrección pero temían un nuevo fracaso. Durante los tres meses
anteriores a la insurrección el partido contuvo a los obreros y soldados
de las provocaciones de la contrarrevolución. La experiencia política
había desarrollado la cautela no sólo entre los dirigentes sino también
entre la gente. La clase obrera aprendió que no había soluciones sencillas
a sus problemas, que ya no se trataba de insurrecciones espontáneas, sino
de la toma consciente del poder por su parte. En palabras de Trotsky "el
tránsito de esa espontaneidad confiada, como fue la revolución de febrero,
a una conciencia más crítica, engendra inevitablemente una crisis
revolucionaria". En ocho meses las masas habían vivido una vida política
intensa y eso les había enseñado que ya no se trataba de provocar
acontecimientos sino que debían aprender de ellos. Así, después de cada
acción los resultados eran valorados cuidadosamente sacando todas aquellas
conclusiones necesarias para seguir combatiendo. El movimiento daba pasos
agigantados hacia delante. Los debates, las asambleas, los mítines, cada
vez eran más diarios y masivos. Los incesantes éxitos en la agitación
mantenían por otro lado la inercia de la gente dispuesta a estar a la
expectativa.
La incapacidad de la
burguesía
El Gobierno Provisional, a
pesar de la polarización de las masas, seguía eligiendo órganos que no
representaban más que a ellos mismos y que sólo evidenciaban la
incapacidad y la impotencia de un poder que estaba desapareciendo;
"Kerensky era la viva imagen del patetismo y el aislamiento: sus órdenes
no eran acatadas ni en las fábricas, ni en los soviets, ni en las unidades
militares".
Pero a pesar de que el poder de
la burguesía estaba muy mermado todavía esta ahí y su propia existencia
era un peligro para la revolución. Esta contradicción, concretada en la
dualidad de poderes, entre el poder "oficial" de la burguesía y el poder
real a través de los soviets, "debía transformarse o bien en la
introducción directa a la revolución proletaria - lo cual aconteció - o
arrojar a Rusia a un régimen de oligarquía burguesa, a un estado
semicolonial" (Trotsky, Lecciones de Octubre).
Ya no se trataba de perspectivas,
sino de la elección del camino por el cual iba a ser necesario avanzar sin
tardanza. Era necesario seguir la corriente de la lucha de clases.
Convenía organizar la insurrección y arrancar de una vez por todas el
poder al adversario.
Los primeros pasos hacia la insurrección
La intervención de los
Soviets en la vida política cada vez tenía más trascendencia. Las
distorsiones en la economía, muchas provocadas conscientemente, obligaron
a los Soviets a una organización mayor del suministro y reparto de la
comida, la electricidad, el transporte, tanto para las ciudades como para
el frente. Había que decidir quién, a partir de ahora, iba a dirigir la
economía: si Kerensky, que era la sombra de la burguesía y no tenía ningún
interés en enfrentarse a ella, o los Soviets, cuya tarea debía ser llevar
adelante las primeras medidas para la transformación socialista de la
sociedad. Lenin presionaba e insistía que no se podía dejar pasar más
tiempo. La situación más favorable para la insurrección sería el momento
en que la correlación de fuerzas estuviera mayoritariamente al lado de los
bolcheviques, y ese momento había llegado. Si el partido dejaba pasar los
días, si titubeaba, podría llevar a las masas al descontento, a la
desconfianza y a la decepción y con ello a la derrota de la revolución. En
palabras de Lenin "la historia no perdonará a los revolucionarios que
puedan vencer hoy pero corren riesgo de perderlo todo si aguardan a
mañana". Si en general la cuestión del tiempo es un factor importante en
la política, se centuplica en los días de guerra y revolución. Hoy es
posible sublevarse, derribar al enemigo, tomar el poder, pero mañana puede
ser imposible.
Lo cierto es que el partido ya
había dado pasos muy importantes. Desde el instante en que los
bolcheviques se opusieron al envío al frente de dos tercios de la
guarnición de Petrogrado se creó el Comité Militar Revolucionario (el 16
de octubre), órgano legal de la insurrección, presidido por Trotsky. La
táctica del Gobierno Provisional era alejar de la capital a los
regimientos más revolucionarios, y por tanto más peligrosos, que estaban
posicionados con los bolcheviques. A través del CMR se nombraron
comisarios bolcheviques en todas las unidades e instituciones militares,
estableciendo vías de comunicación entre los obreros y los soldados, entre
las fábricas y los centros militares. Así se iba consolidando un nuevo
Estado, como definió Engels, "un grupo de hombres armados", esta vez no en
defensa de la propiedad privada sino de la revolución. Con ello se aisló
al Estado Mayor de la capital y al Gobierno, estando hecha la insurrección
al menos en sus tres cuartas partes. "En resumen, así teníamos una
insurrección armada -aunque sin efusión de sangre- de los regimientos de
Petrogrado contra el Gobierno Provisional, bajo la dirección del CMR y con
la consigna de la preparación del II Congreso de los Soviets, que debía
resolver la cuestión del poder" ( Trotsky, Lecciones de
Octubre).
En cambio, la clase dominante
casi había perdido cualquier confianza en sus fuerzas, pero aún mantenía
en sus manos el aparato gubernamental. La clase revolucionaria tenía que
apoderarse de ese poder estatal, pero para ello tenía que confiar en sus
propias fuerzas.
El II Congreso de los Soviets
Como Trotsky explicó el
gobierno de los Soviets iba elevándose desde abajo, pero para lograr la
victoria definitiva iba a ser necesario actuar contra los centros de la
autoridad capitalista en el ejército, los ministerios y el Palacio de
Invierno. Tal acción debía arrancar del Congreso de los Soviets.
En el primer Congreso de los
Soviets, celebrado en junio, se había adoptado la decisión de convocar los
congresos cada tres meses. El Comité Ejecutivo, de mayoría conciliadora,
no sólo no había cumplido con el plazo, sino que pretendía no convocarlo
nunca, para no hallarse de frente con la hostilidad de la mayoría. Pero no
les fue tan fácil como pensaban. A finales de septiembre el Soviet de
Petrogrado exigió que se convocase urgentemente el Congreso, aprobando una
resolución que partía de la necesidad de prepararse para una nueva
ofensiva de la contrarrevolución. El programa de defensa que trazaba el
camino del ataque futuro se apoyaba en los Soviets, como las únicas
organizaciones capaces de sostener la lucha. Se exigía que se reforzara el
papel de los Soviets donde todavía eran débiles, y que no se soltara bajo
ningún pretexto allí donde el poder estaba en sus manos. El Congreso
conseguiría unificar y cohesionar el papel y la acción de todas las
fuerzas, para defenderse de los contrarrevolucionarios, para discutir de
la organización del poder revolucionario y el derrocamiento del
Gobierno.
Los bolcheviques pidieron su
convocatoria para la primera semana de octubre y amenazaron, si no se
hacía efectivo, con convocarlo ellos mismos. El Comité Ejecutivo, ante
esta situación, se vió obligado ha aceptar, fechando el Congreso para el
20 de octubre. Pero el Congreso era un pretendiente peligroso al poder, y
de ello eran conscientes los conciliadores. Ese miedo hizo retroceder al
Comité Ejecutivo, aplazando la fecha. Los bolcheviques, imaginando que
ésto podía suceder, se habían preparado. Empezaron una campaña de
agitación en torno a la necesidad de la convocatoria, consiguiendo ganar
apoyos en aquellos soviets locales, incluso de zonas muy atrasadas, donde
apenas tenían influencia, ganando la mayoría. Batallones, regimientos,
guarniciones locales, se opusieron a la desconvocatoria pidiendo la
inmediata celebración del Congreso. Fábricas enteras, soviets locales y
provinciales, mítines, hospitales militares, incluso la Conferencia
Nacional de los Comités de Fábrica, que era la representación más directa
del proletariado de todo el país, pidieron la convocatoria, uniendo a esta
exigencia la consigna bolchevique de "todo el poder a los Soviets". La
prensa bolchevique iba publicando todas las organizaciones que, de forma
masiva, se sumaban y unían a favor de la toma del poder.
Los esfuerzos de los delegados de
los partidos conciliadores, que habían recorrido el país para movilizar a
las organizaciones locales contra el Congreso, fueron vanos. Cuando los
conciliadores comprobaron que no podían seguir adelante con el sabotaje al
Congreso, decidieron convocarlo para el 25 de octubre, intentando sacar el
máximo número de delegados para poder cubrirse las espaldas. Pero habían
despertado demasiado tarde.
Con el apoyo de los soldados, el
CMR empezó el armamento sistemático de los trabajadores reforzando la
Guardia Roja. Destacamentos mixtos de obreros, soldados y marineros
armados se preparaban estratégicamente en los puntos claves de la ciudad.
Los capitalistas veían como la corriente de la historia se les iba por
delante sin que pudieran hacer absolutamente nada.
El Partido prepara la insurrección
El Comité Central del
Partido Bolchevique reunido el 10 de octubre decide proceder a la
insurrección armada.
Pero el temor de Lenin sobre la
actitud de los viejos bolcheviques hacia la insurrección no andaba
desencaminado. Suele ocurrir que en un momento histórico en el que se
produce un viraje brusco, hasta al partido más preparado y avanzado le
cuesta un tiempo adaptarse a la nueva situación. Eso exactamente fue lo
que le aconteció al partido bolchevique cuando pasó de la propaganda y la
agitación llevada a cabo de febrero a octubre, a la lucha directa por el
poder. Las dudas y vacilaciones sobre las posibilidades de triunfo de la
clase revolucionaria llevaron a miembros del Comité Central, en concreto a
Kámenev y Zinóviev, a votar en contra de la insurrección. Pusieron en
guardia al partido sobre la subestimación que éste estaba haciendo de las
fuerzas enemigas, introduciendo la idea de que con los destacamentos de
choque que tenían, los cosacos, el Estado Mayor, los cinco mil junkers de
los que disponían, la artillería… iban a masacrar al pueblo ruso acabando
con la revolución. Negaban incluso que hubiera un estado de ánimo
combativo entre las masas. Aludían que con las fuerzas actuales la táctica
debía ser exigir al Gobierno la convocatoria de una vez por todas de la
Asamblea Constituyente, y que en la medida que la influencia de los
bolcheviques había aumentado en el último período se conseguiría la
tercera parte de los mandatos de la Asamblea. Esto no significaba más que
relegar al partido a un papel de opositor dentro de un organismo burgués.
Infravaloraban el apoyo real que existía entre las masas hacia los
bolcheviques, sosteniendo la necesidad de un "poder estatal combinado"
entre la Asamblea Constituyente y los Soviets. Lo que demostraron Zinóviev
y Kámenev fue una subestimación de la fuerza real de la clase obrera y
campesina que les llevó, lamentablemente, a hacer públicas las intenciones
del partido, poniendo en evidencia los planes al enemigo. Esta actitud
llevó a Lenin a solicitar su expulsión del partido, aunque eso finalmente
no se produjo.
La mayoría del partido estaba de
acuerdo con la toma del poder. En este momento igual que en abril, el
apoyo a las posturas de Lenin provino de las tradiciones de clase de los
obreros bolcheviques, que garantizaron el mantenimiento de una línea
correcta.
Este episodio demostró sobre todo
la importancia del factor subjetivo, es decir del partido, y también de la
necesidad de que éste tuviera la máxima democracia interna. Tanto los
debates de abril como los de octubre fueron totalmente abiertos, sin
ningún tipo de restricción a la hora de exponer las diferencias que
hubiera. Al contrario, gracias a los debates democráticos y a la unidad a
la hora de llevar los acuerdos a término, se consiguió la preparación del
partido para dirigir la insurrección. La estimación correcta de la
situación por la que se atravesaba, una comprensión correcta de las leyes
de la historia y una confianza total en las fuerzas revolucionarias hizo
posible la victoria de octubre.
Todo el poder a los soviets
El Comité Militar
Revolucionario había llegado a tener en su seno a 200.000 soldados, 40.000
guardias rojos y decenas de miles de marineros situados estratégicamente
para defender los locales y la prensa bolchevique. Ante ésto y el horror
de que el Congreso de los Soviets se les escapara de las manos, el
Gobierno decidió disolver el 24 de octubre el CMR y la prensa bolchevique.
El crucero Aurora cuya tripulación era mayoritariamente bolchevique,
recibe la orden de soltar amarras, pero el CMR ya preparado, con Trotsky a
la cabeza, organiza la defensa armada de sus imprentas, ordena amarrar
frente al Palacio de Invierno y llama a los ferroviarios y soldados a que
paralicen las tropas contrarrevolucionarias que van hacia Petrogrado. El
Gobierno se encontró impotente.
El CMR trabajaba durante todo el
día y toda la noche, ocupando puentes, estaciones, cruces, edificios,… El
Instituto Smolny, sede del Soviet de Petrogrado y del Partido Bolchevique,
estaba fortificado. Veinticuatro horas después el Palacio de Invierno era
tomado. El último reducto del gobierno burgués había pasado a manos del
CMR, prácticamente de forma incruenta, derrocando así al Gobierno
Provisional.
Ese día el Congreso de los
soviets, con mayoría bolchevique y socialrevolucionarios de izquierdas,
acepta tomar el poder que le ofrecía el CMR, teniendo lugar el primer
Gobierno Obrero de la historia.
El internacionalismo, presente
desde el primer momento en el programa de los bolcheviques, llevó a que la
primera resolución del Congreso fuera una llamada a todos los pueblos en
guerra para luchar por una paz democrática. Rusia había dado el primer
paso, había enseñado a los trabajadores de todo el mundo el camino a
seguir, que era posible derrocar el capitalismo y empezar a construir una
sociedad sobre nuevas bases.
Para Lenin y Trotsky la
Revolución Rusa era necesariamente el prólogo de la Revolución Mundial.
Para llevar a cabo el socialismo, Rusia no podía quedar aislada. El
socialismo significa un nivel superior de desarrollo de las fuerzas
productivas, un desarrollo mucho mayor que el propio de los países
capitalistas avanzados. Como explicó Lenin, con la revolución de Octubre
se rompió el capitalismo por su eslabón más débil, por tanto la tarea más
acuciante era la extensión de la revolución en toda Europa y en todo el
mundo preparando la Federación Socialista Mundial.
La perspectiva de Lenin fue
totalmente correcta como demostraron los acontecimientos de Alemania en
1918 y 1919, cuando los trabajadores estuvieron a punto de derrocar a la
clase dominante. A los trabajadores alemanes sólo les faltó un factor,
pero fundamental para la victoria: un partido capaz de dirigir la
revolución proletaria, que se base en la comprensión de las leyes y
métodos. Como plantea Trotsky en Lecciones de Octubre: "Puede
decirse con certeza sobre la base de todas las lecciones de la historia,
que de no haber existido el Partido Bolchevique, la inconmensurable
energía revolucionaria de las masas habría sido estérilmente gastada en
explosiones esporádicas, y los grandes levantamientos hubieran acabado en
la más severa de las dictaduras contrarrevolucionarias. La lucha de clases
es el primer motor de la historia. Necesita un programa correcto, un
partido firme, una dirección valiente y digna de confianza,
revolucionarios listos para ir hasta el final. Esta es la mayor lección de
la Revolución de Octubre".
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