Julio López
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EL SILENCIO DE LOS ESCRITORES
Por John Pilger - Tuesday, Nov. 01, 2005 at 7:12 PM

El mundo anglosajon forma la region de los no-pensantes en terminos de politica y humanismo

El silencio de los escritores
Por John Pilger
En 1988, el crítico literario y novelista inglés, D.J. Taylor, escribió un trabajo fundamental intitulado “When the Pen Sleeps” [Cuando la pluma duerme]. Lo desarrolló en un libro “A Vain Conceit” [Un engreimiento vano], en el que se preguntaba por qué la novela inglesa es tan a menudo denigrada como un ‘parloteo de salón’ y por qué los grandes temas del día eran evitados por los escritores, a diferencia de sus homólogos en, digamos, Latinoamérica, que consideran que es su responsabilidad encarar la política: los grandes temas de la justicia y la injusticia, la riqueza y la pobreza, la guerra y la paz. La noción del escritor que trabaja en un espléndido aislamiento es absurda. Dónde, preguntó, quedaron los George Orwell, los Upton Sinclair, los John Steinbeck de la era moderna.

Doce años después, Taylor formuló la misma pregunta: Dónde están los Gore Vidal y John Gregory Dunne ingleses: “pesos pesados intelectuales vigorosamente resueltos en el anfiteatro político, cuando terminamos por leer a un Lord [Jeffrey] Archer...”

En el mundo posmoderno de las celebridades literarias los premios les están reservados a los que compiten por las migajas del emperador; más vale que los políticamente inseguros ni se presenten. John Keanes, el presidente del Premio Orwell de Literatura Política, subrayaba una vez la ausencia de grandes escritores políticos contemporáneos entre los ganadores de los premios Orwell, no para lamentar el hecho o preguntarse el
por qué sino para atacar a los que se referían a “un pasado dorado imaginario”. Escribió que los que ‘suspiran’ por ese pasado ilusorio no son capaces de comprender a los escritores que encuentran sentido en “el colapso de la antigua división entre derecha e izquierda”.

¿Qué colapso? La convergencia de los partidos ‘liberales’ y ‘conservadores’ en las democracias occidentales, como los demócratas y los republicanos estadounidenses, representan una unión de conceptos esencialmente similares. Los periodistas trabajan asiduamente a fin de proyectar una falsa división entre los partidos dominantes y para disimular el hecho de que Gran Bretaña, por ejemplo, es hoy un Estado de una sola ideología con dos facciones pro-empresariales casi idénticas en competencia. Las verdaderas divisiones entre la izquierda y la derecha se dan fuera del Parlamento y jamás han sido mayores. Reflejan la disparidad sin precedentes entre la pobreza de la mayoría de la humanidad y el poder y el privilegio de una minoría corporativa y militarista con su central en Washington, que trata de controlar los recursos del mundo.

Uno de los motivos por los que estos poderosos piratas reinan libremente es que la intellligentsia anglo-estadounidense, especialmente los escritores, ‘la gente con voz’, como los llamaba Lord Macauley, o guardan silencio, o son cómplices, cobardes o charlatanes, y como resultado, ricos. De vez en cuando aparecen algunos que hacen pensar, pero la clase dirigente inglesa siempre se ha mostrado brillante en la tarea de castrarlos y absorberlos. Se burlan de los que se resisten a la asimilación tratándolos de excéntricos hasta que se ajustan al estereotipo y a los puntos de vista autorizados.

La excepción es Harold Pinter. El otro día, me senté a compilar en una lista a escritores que se le puedan parecer, por muy remotamente que sea, los ‘que tienen voz’ y un entendimiento de su responsabilidad adicional como escritores. Garabateé unos pocos nombres, todos (ellos) involucrados ahora en contorsiones intelectuales y morales, o dormidos. La página quedó vacía, con la excepción de Pinter. Él es el único inquieto, el único que no parlotea, el único que tiene agallas, el único que dice lo que piensa. Sobre todo, es bien consciente del problema. Escuchen lo siguiente:

“Nos encontramos en una terrible hondonada, una especie de abismo, por la presuposición de que la política se acabó. Eso es lo que dice la propaganda. Pero no me creo la propaganda. Creo que la política, nuestra conciencia política y nuestra inteligencia política no se han acabado, porque si así fuera, estaríamos realmente condenados. No puedo vivir así. Me han dicho tan a menudo que vivo en un país libre. Y por cierto voy a ser libre, me aseguraré de que así sea. Con lo cual quiero decir que voy a aferrarme a mi independencia de mente y espíritu, y pienso que es algo obligado para todos nosotros. La mayoría de los sistemas políticos hablan un lenguaje tan vago, que es nuestra responsabilidad y nuestro deber como ciudadanos de nuestros respectivos países ejercer nuestra capacidad de escrutinio crítico sobre ese uso del lenguaje. Desde luego, esto significa que uno tiende a hacerse algo impopular. ¡Pero al diablo con eso!”.

Conocí por primera vez a Harold cuando (él) apoyaba al gobierno elegido por el pueblo en Nicaragua en los años ochenta. Yo había informado sobre Nicaragua, y había hecho una película sobre los notables logros de los sandinistas, a pesar de los intentos de Ronald Reagan de aplastarlos introduciendo ilegalmente testaferros entrenados por la CIA, a través de la frontera con Honduras, para degollar a comadronas y a otros anti-estadounidenses. La política internacional de EE.UU. con Bush es, por supuesto aún más rapaz: cuanto más pequeño es el país, mayor es la amenaza. Con eso, hablo de la amenaza de un buen ejemplo para otros países pequeños que puedan decidir aliviar la abyecta pobreza de sus pueblos rechazando la dominación estadounidense.

Lo que me llamó la atención en la implicación de Harold fue su entendimiento de esta verdad, generalmente tabú en Estados Unidos y Gran Bretaña, y elocuente reacción: “¡al diablo con eso!”, en todo lo que dijo y escribió.

Casi en solitario, al parecer, reincorporaba el ‘imperialismo’ al léxico político. Recordemos que ningún comentarista utilizaba esa palabra; pronunciarla en público era como gritar “¡joder!” en un convento’. Ahora puedes gritarla por todas partes y la gente se mostrará de acuerdo; la invasión de Irak disipó las dudas, y Harold Pinter fue uno de los primeros que nos alertó. Describió, correctamente, el aplastamiento de Nicaragua, el bloqueo contra Cuba, y la matanza generalizada de civiles iraquíes y yugoslavos, como atrocidades imperialistas.

Al ilustrar el crimen estadounidense contra Nicaragua, cuando el gobierno de Estados Unidos se negó a cumplir un dictamen de la Corte Internacional de Justicia que le instaba al cumplimiento de la ley y a poner fin a sus ataques criminales. Pinter recordó que Washington pocas veces respeta el derecho internacional; y tenía toda la razón. Escribió: “En 1965, el presidente Lyndon Johnson le dijo al embajador griego en EE.UU. “A tomar por el culo su parlamento y su constitución. EE.UU: es un elefante. Chipre es una pulga. Grecia es una pulga. Si esos dos siguen picando al elefante, puede que la trompa del elefante simplemente les dé un trompazo que les deje secos “Y lo dijo en serio. Dos años más tarde, los coroneles tomaron el poder y el pueblo griego pasó siete años de infierno. Hay que reconocerle el mérito a Johnson. A veces dijo la verdad, por brutal que fuera. Reagan decía mentiras. Su celebrada descripción de Nicaragua como una “mazmorra totalitaria” fue una mentira se mire por donde se mire. Fue una afirmación que no se basaba en hechos: ¡no tenía ninguna base en la realidad! ¡Pero fue una buena frase, vívida y resonante, que persuadió a los no-pensantes!

En su pieza teatral 'Ashes to Ashes' [Cenizas a las cenizas], Pinter utiliza las imágenes del nazismo y del Holocausto, interpretándolas como una advertencia contra similares “actos represivos, cínicos e indiferentes de asesinato” por parte de los clientes de estados imperialistas y traficantes de armas como Estados Unidos y Gran Bretaña. “La palabra democracia comienza a apestar”, dijo. “Así que en ‘Ashes to Ashes’, no hablo simplemente de los nazis; hablo de nosotros, y de nuestra concepción de nuestro pasado y de nuestra historia, y del modo en el que nos afecta en la actualidad”.

Pinter no dice que las democracias sean totalitarias como la Alemania nazi, de ninguna manera, sino que las acciones totalitarias de los demócratas impecablemente corteses, en principio y en efecto, distan poco de las de los fascistas. La única diferencia es la distancia. Medio millón de personas fueron asesinadas por bombarderos estadounidenses enviados secreta e ilegalmente por Nixon y Kissinger a sobrevolar los cielos de Camboya, provocando un holocausto asiático, completado por Pol Pot.

Los críticos han odiado su obra política, atacando frecuentemente sus obras de teatro gratuitamente y tratando con condescendencia su franqueza. Él, por su parte, se burló de su vano desdén. Es una persona que va con la verdad por delante. Su entendimiento de la jerga política sigue el hilo de Orwell. No le importa un carajo, como diría él, si el lenguaje es apropiado sólo (le interesa) su sentido real Al final de la guerra fría en 1989, escribió: “… durante los últimos cuarenta años, nuestro pensamiento ha estado atrapado en estructuras de lenguaje vacías de contenido, una retórica rancia, muerta, pero inmensamente eficaz Esto ha representado, pienso, una derrota de la inteligencia y de la voluntad”.

Nunca aceptó algo semejante, por cierto. “¡Al diablo con eso!” Gracias en gran parte a él, la derrota está lejos de ser segura. Al contrario, mientras otros escritores dormían o parloteaban, él ha sido consciente de que los pueblos nunca se detienen, y de hecho vuelven a agitarse: Harold Pinter tiene un sitio de honor entre ellos.

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