STALIN
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STALIN |
Reflexiones actuales
a propósito de la biografía clásica de Isaac Deutscher |
Autor : Armando Hart
Dávalos Fecha : ( 27-Octubre-2005 ) Categoria : Cuba
|
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introductoria
El siguiente texto ha sido elaborado
por Armando Hart Dávalos a propósito de una biografía clásica del
pensamiento político socialista que las nuevas generaciones de
militantes revolucionarios no deberían dejar de consultar. Se trata
de Stalin. Biografía política escrita por el célebre historiador
comunista, judío y polaco, Isaac Deutscher [Cracovia 1907-1967],
quien la publicó originariamente en inglés en el verano de 1949,
generando una de las mayores polémicas ideológicas que recuerde el
mundo anglosajón. De todos los países en donde el libro de Deutscher
se discutió, los mayores ataques provinieron desde los Estados
Unidos. [Para una reconstrucción de la trayectoria de Isaac
Deutscher como historiador socialista puede consultarse con provecho
el ensayo “El legado de Isaac Deutscher” de Perry Anderson. Véase
P.Anderson: Campos de batalla. Barcelona, Anagrama, 1998].
Esta biografía política de Stalin apareció traducida
a nuestro idioma y publicada en La Habana por el Instituto del Libro
en 1968. Esa es la edición que adopta como base Armando Hart
Dávalos. Fuera de Cuba, también ha sido publicada en castellano en
México por editorial ERA, sello que vendió al menos cinco ediciones
(según tenemos noticias, la última corresponde a 1988).
Armando Hart Dávalos, dirigente histórico de la
Revolución Cubana desde los tiempos de la lucha insurreccional
contra Batista, compañero de Fidel y el Che y habitual colaborador
de la Cátedra Ernesto Che Guevara, recupera aquella biografía
clásica a partir de los problemas políticos e ideológicos
contemporáneos. El balance que aquí Hart nos propone no está
dirigido únicamente a revisitar el pasado sino que está pensado en
función del futuro y de los desafíos que las nuevas revoluciones
seguramente nos pondrán por delante.
Su balance
teórico y político se inscribe de lleno en el horizonte de
reflexiones filosóficas y preguntas abiertas que ha formulado en su
reciente libro Marx y Engels: Dimensión ética y contemporaneidad.
Una visión desde Cuba [La Habana-Australia-Estados Unidos, Ocean
Press, 2005. Véase el prólogo de ese libro de Armando Hart Dávalos
en el sitio de la Cátedra Ernesto Che Guevara:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=4454].
Agradecemos a su autor la generosidad de
permitirnos publicar este trabajo.
[Fin de
nota introductoria de Néstor Kohan]
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Stalin Reflexiones
actuales a propósito de la biografía clásica de Isaac Deutscher
Estas
reflexiones constituyen un homenaje a todos los revolucionarios sin
excepción que sufrieron el gran drama histórico de ver frustradas
las ideas socialistas de octubre de 1917. Lo hacemos con admiración
y respeto hacia el pueblo ruso que supo llevar a cabo la primera
revolución socialista de la historia y derrotar al fascismo décadas
más tarde bajo la dirección de Stalin. Ese mismo pueblo ruso que 130
años antes derrotó también la ofensiva militar de Napoleón
Bonaparte.
Tengo como fundamento la
experiencia de cerca de 50 años de brega a favor de las ideas
socialistas en la hermosa trinchera de la Revolución Cubana,
fidelista y martiana, es decir, la primera revolución de orientación
marxista que ha triunfado en lo que se ha llamado occidente.
Precisamente, en el primer punto de la
crítica a Feuerbach, Marx y Engels le reprochan que no tiene en
cuenta el factor subjetivo. Dicen:
“El
defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de
Feuerbach— es que sólo concibe las cosas, la realidad, la
sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no
como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo
subjetivo”.
Desde los años iniciales de la
Revolución, Fidel y el Che nos hablaron de la importancia del factor
subjetivo. La vida ha mostrado su valor en favor de la causa del
progreso humano, también ha puesto en evidencia que el mismo
influye, a la vez, en el estancamiento y retroceso históricos. Se
puede hacer una larga relación que lo muestra en la práctica tanto
en lo positivo como en lo negativo. Stalin es uno de los grandes
ejemplos de esto último, quizás sea la más importante muestra en el
siglo XX de cómo la subjetividad puede influir negativamente en la
historia. Téngase en cuenta, como aquí expreso, que lo subjetivo se
revela en la cultura.
La lección esencial
que se puede extraer de toda esta historia está en el entretejido
humano, es decir, el factor subjetivo desempeñó una influencia
decisiva en el trágico desenlace del llamado “socialismo real” que,
por serlo de manera tan simplista, perdió toda realidad.
Un aspecto clave que nos revela la
experiencia del siglo XX consiste en que no se aprendieron en la
URSS las enseñanzas de Engels, quien con su inmenso talento y
modestia expresó críticamente que tanto él como Marx, al destacar el
contenido económico como determinante, habían olvidado la forma y,
por tanto, el proceso de génesis de las ideas. Textualmente expresó:
“Falta, además, un solo punto, en el que,
por lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en
nuestros escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por
igual. En lo que nosotros más insistíamos —y no podíamos por menos
de hacerlo así— era en derivar de los hechos económicos básicos las
ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por
ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar
la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etc. Con
ello proporcionamos a nuestros adversarios un buen pretexto para sus
errores y tergiversaciones”. [Véase C. Marx, F. Engels, Obras
Escogidas, t. 3, p, 523, Editorial Progreso Moscú].
En la práctica política que representó
Stalin se pasaron por alto esenciales aspectos formales de carácter
ético, jurídico y político lo que resultó particularmente grave
porque a través de ellos se manifiesta la vida real de millones y
millones de personas que inciden, desde luego, en el curso de la
historia. Al subestimarlos no se les dio la debida atención o
quedaron relegadas dos categorías fundamentales situadas en el
corazón de la cultura y de las luchas revolucionarias: la ética y la
jurídica.
En la antigua Petrogrado y, en
general, en Rusia, se combinaron, en 1917, el pensamiento político y
social más avanzado de la intelectualidad europea y las condiciones
de explotación y miseria del campesinado y la clase obrera rusos,
donde se unían la necesidad de luchar contra la dominación
extranjera, es decir, el imperialismo, y a la vez contra lo que
representaban el feudalismo y el zarismo. En la antigua Rusia no se
había producido hasta febrero de 1917, una revolución burguesa
triunfante, que en Europa había comenzado más de dos siglos antes.
El feudalismo, la dominación imperialista y el régimen monárquico de
los zares fue el escenario que nutrió la formación política de
Stalin, desde luego, influido también por el leninismo, lo
recepcionó con las limitaciones culturales antes aludidas. Stalin
era un revolucionario, pero no pudo alcanzar la dimensión de un
dirigente socialista cabal.
A diferencia
de Lenin y de otros bolcheviques, Stalin nunca vivió ni viajó por
otros países del viejo continente ni se nutrió de la sabiduría
revolucionaria de otras regiones del mundo. Desde luego, recibió la
influencia de Lenin, no debemos negarlo porque es parte componente
del drama, pero lo hizo sobre el fundamento de la vieja cultura rusa
a la cual, aún oponiéndosele, nunca pudo extraer consecuencias
socialistas válidas para el mundo de su época.
Objetivamente, Europa por sí sola tampoco
pudo llevar a cabo la revolución socialista, las razones serían
objeto de un análisis que rebasa los objetivos del presente texto.
Pero para entender la cultura de Marx y Engels en su profundidad,
sobre todo para aplicarla creadoramente, había que asumir la
tradición intelectual del viejo continente porque los forjadores del
socialismo fueron sus más consecuentes exponentes en el siglo XIX.
Ellos resultaron los legítimos sucesores de las ideas
revolucionarias de los siglos anteriores expresadas en la
ilustración y los enciclopedistas. De este hecho cultural, Stalin no
extrajo las debidas consecuencias, por lo que se limitó su alcance
universal.
Fidel Castro, al comparecer en
la televisión en ocasión de la visita a Cuba de Juan Pablo II, en
enero de 1998, aludiendo a los errores de la política aplicada en
tiempos de Stalin subrayó que:
“Como
polaco al Papa le toca vivir el cruce de las tropas soviéticas y la
creación de un Estado socialista bajo los principios del marxismo
leninismo, aplicados de una manera dogmática, sin tomar para nada en
cuenta las condiciones concretas de aquel país, y sin ese sentido
político y dialéctico extraordinario que tenía Lenin, capaz de una
paz de Brest-Litovsk, capaz de una N. E. P. y capaz de cruzar antes
en un tren sellado por el territorio de un país que estaba en guerra
contra Rusia, hechos demostrativos de una inteligencia, una
capacidad, un valor y un verdadero genio político, que no dejó de
ser jamás marxista”. [Véase Castro, Fidel. Comparecencia ante la
televisión cubana, 16 de enero de 1998, periódico Granma, 20 de
enero de 1998].
Lenin fue educado en los
trajines revolucionarios de la Europa de su época y al estudiar la
vida del fundador del estado soviético se verá que enriqueció su
saber con la inmensa cultura y la activa participación en los
escenarios de diversos países europeos, entre ellos, los que
precisamente dieron nacimiento al pensamiento de Marx y Engels.
Sucedió de igual forma con otros ejemplos paradigmáticos como Ho Chi
Minh. El ilustre vietnamita fue fundador del Partido Comunista
Francés, vivió y trabajó en Estados Unidos, viajó a muchas partes
del mundo y recibió en su patria natal la influencia de la cultura
francesa que había llegado imponiendo el colonialismo y la supo
asumir desde su autoctonía asiática tercermundista y universal.
Las concepciones leninistas de la
revolución rusa planteaban las tesis de que ese país era el eslabón
más débil de la cadena imperialista europea. Se aspiraba a que el
proceso iniciado en octubre de 1917 en Petrogrado acabaría
repercutiendo en un estallido revolucionario en el occidente de
Europa, comenzando por Alemania. No ocurrió así, surgió la idea de
la construcción del socialismo en un solo país. Por otro lado, Rusia
como país euroasiático formaba parte del inmenso mundo asiático.
Esta consigna pudo tener un valor coyuntural para un momento
posterior de la revolución de octubre, pero lo que nadie podrá
admitir es que fuera una estrategia revolucionaria correcta para
todo un siglo.
La genialidad de Lenin para
abordar estos temas fue extraordinaria, pero Stalin no extrajo de
sus textos las conclusiones acerca de la posibilidad y necesidad de
articular los intereses del socialismo con la situación que se
estaba generando desde entonces en los países asiáticos y en general
en lo que posteriormente hemos llamado Tercer Mundo.
Vayamos a la caracterización de Stalin
hecha por Lenin, y se observará que fue un verdadero profeta. Dijo
en 1922:
“Yo creo que lo fundamental en el
problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales
míembros del C. C. como Stalin y Trotski. Las relaciones entre
ellos, a mi modo de ver, encierran una buena mitad del peligro de
esa escisión que se podría evitar, y a cuyo objeto debe servir entre
otras cosas, según mi criterio, la ampliación del C. C. hasta 50 o
hasta 100 miembros.
El camarada Stalin,
llegado a ser Secretario General, ha concentrado en sus manos un
poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la
suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski según
demuestra su lucha contra el C. C. con motivo del problema del
Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue
únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre
más capaz del C.C., pero está demasiado ensoberbecido y demasiado
atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos.
Estas dos cualidades de dos destacados
jefes del C.C. actual pueden llevar sin quererlo a la escisión, y si
nuestro Partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede
venir sin que nadie lo espere”. [Véase V. I. Lenin, Carta al
Congreso, Moscú. Ediciones en Lenguas Extranjeras, /S.A./].
La política seguida por Stalin durante la
gestación de la II Guerra Mundial y su pacto con Hitler es uno de
los procesos más turbios de su larga carrera. El nazismo era
rechazado por los pueblos y en particular por las fuerzas
progresistas y socialistas, colocó a estas últimas en una posición
bien difícil, incluso en Alemania.
El
propio Fidel señala, en la ya mencionada comparecencia, que ... “al
conversar con visitantes soviéticos, yo les hacía tres preguntas:
¿Por qué el Pacto Molotov-Ribbentrop?, eso ocurrió en 1939, y yo
tendría 13 años (...) ¿Por qué habían invadido Polonia para ganar
unos cuantos kilómetros de terreno?, terreno que se perdió después
de una manera desastrosa en cuestión de días (...) ¿Por qué la
guerra con Finlandia?, tercera cosa que les preguntaba. (...) Bien,
aquello le costó muy caro al movimiento comunista internacional, a
los comunistas de todas partes del mundo, tan disciplinados y tan
fieles a la Unión Soviética y a la Internacional Comunista, que
cuando decía: “Hay que hacer esto”, era eso. Entonces, todos los
partidos comunistas del mundo explicando y justificando el Pacto
Molotov Ribbentrop, se aislaban de las masas”. [Véase Castro, Fidel.
Comparecencia citada].
La historia reveló
después, como agravante, que operó de esta forma no obstante los
informes de la inteligencia de su país en cuanto a que Hitler
preparaba la ofensiva contra la Unión Soviética. Sin embargo, ha de
reconocerse que luego de la agresión nazi, Stalin dirigió
exitosamente la contraofensiva. El pueblo soviético luchó
heroicamente, el Ejército Rojo llegó hasta Berlín en un esfuerzo
sobrehumano en el cual murieron millones de personas. La guerra
concluyó con la victoria sobre el fascismo, pero, a su vez, se
suscribieron los acuerdos de Yalta y Potsdam y se crearon así las
condiciones para la división del mundo en dos grandes esferas de
influencia. Ello no resultó positivo para el socialismo.
En los años subsiguientes en que se
desencadena la guerra fría, ni Stalin ni sus sucesores pudieron
comprender las formas y posibilidades que le hubiera brindado la
alianza entre las sociedades del Tercer Mundo y el socialismo porque
para ello se necesitaba una concepción universal de fundamentos
culturales de los que ellos carecían.
En
1959, triunfa la Revolución Cubana cimentada en la tradición
histórica nacional y con una proyección de alcance latinoamericano,
caribeño y universal. Las tesis tercermundistas de Fidel y el Che
significaron, a partir de entonces, un intento de cambiar el mundo
bipolar desde el socialismo.
El asalto al
cielo representaba para los revolucionarios verdaderos del siglo XX
superar definitivamente la bipolaridad establecida, desde posiciones
de izquierda y no de derecha, como ocurrió más tarde en los años 80.
El examen de algunos de los más importantes acontecimientos de la
década del 60, muestra que con independencia de sus diversos matices
políticos, vienen caracterizados por la necesidad de superar el
mundo bipolar.
Veamos algunos de ellos: el
triunfo de la Revolución Cubana en 1959; la Crisis de Octubre de
1962; la trágica escisión del movimiento comunista internacional que
desencadenó la ruptura entre China y la URSS; el surgimiento y
desarrollo de la guerra de liberación de Vietnam, la guerra de
liberación de Angola; el desplome de! sistema colonial en Asia y
África; el nacimiento y auge del Movimiento de Países no Alineados;
el crecimiento de los movimientos de liberación en América Latina;
el Movimiento Revolucionario Sandinista; los movimientos militares
progresistas de América Latina, en especial Perú y Panamá; el Mayo
francés; la crisis checoslovaca y previamente las situaciones
creadas en Hungría y Polonia.
Los
herederos de la obra de Stalin no podían responder a este desafío
porque estaban encerrados en la política derivada de los acuerdos de
Yalta y Potsdam y en la idea de la construcción del socialismo en un
solo país que tras la Segunda Guerra Mundial se había extendido a
varias naciones. No podían los sucesores de Stalin enfrentar el
dilema porque en 1956, tras su muerte, cuando se denunció al
estalinismo por sus crímenes, no se hizo un análisis profundo,
radical y consecuente de la naturaleza y carácter de su régimen. Se
podría decir que entonces no era posible hacerlo y menos aún por
quienes habían nacido de aquella política, pues bien, eso fue lo que
pasó. Hoy, 80 años después, no sólo es posible, sino indispensable,
porque mientras esto no se haga, las ideas de Marx y Engels no
podrán emerger triunfantes del caos en que las introdujeron en el
siglo XX.
Se acusó más tarde a quienes
deseaban cambiar el mundo bipolar, desde el socialismo, como lo
hicieron Fidel y el Che en América Latina, de violar las leyes
económicas, y en realidad los que no las tuvieron en cuenta fueron
los que ignoraron que el desarrollo de las fuerzas productivas y el
progreso científico llevaba a rebasar la bipolaridad. El curso
posterior de los acontecimientos vino a subrayar dramáticamente que,
por el contrario, quienes desconocieron las leyes económicas o
trataron de acomodarlas a su posición conservadora fueron,
precisamente, los que con las banderas del socialismo rechazaban las
tesis revolucionarias cubanas.
Hay tres
conclusiones importantes sobre las cuales reflexionar desde este
siglo recién comenzado: La primera, que este cambio era una
necesidad de la creciente internacionalización de las fuerzas
productivas y, por consiguiente, de la evolución económica y
política del mundo. La segunda, que como no se hizo desde la
izquierda ocurrió desde la derecha; y la tercera, que dicho cambio
desde la izquierda solamente podría hacerse promoviendo la lucha de
liberación nacional en Asia, África y América Latina y tratando de
vincularla con las ideas del socialismo. Ese era el reto que el
socialismo tenía ante sí.
Isaac Deutscher
en su biografía sobre Stalin, que ya es un clásico, señala que el
dirigente soviético sustituyó la idea de Marx acerca de que la
violencia era la partera de la historia, por la que era la madre de
la historia. El refinamiento intelectual para entender la sutileza
de la definición de Marx estaba, en mi opinión, más allá de las
posibilidades culturales de Stalin.
Precisamente, el error fundamental de la
política revolucionaria en el siglo XX, en última instancia
condicionada por Stalin, estuvo en que marchó divorciada y separada
de la cultura, incluso en el caso de la URSS, como se sabe, llegó a
los extremos más dramáticos. En Cuba —como señalábamos— tuvimos la
inmensa suerte de contar con la sabiduría del más grande político
revolucionario y el más grande intelectual del siglo XIX, que fue
José Martí. La enseñanza singular de la revolución cubana en estos
dos siglos y en la actualidad consiste, precisamente, en haber
planteado y enriquecido esta relación. En ella está la singularidad
de Martí y de Fidel Castro.
La radicalidad
del pensamiento revolucionario de Martí iba acompañado de un intenso
y consecuente humanismo en el tratamiento a los hombres y los
pueblos de las metrópolis opresoras: Estados Unidos y España. Sobre
este fundamento hizo una contribución singular al convocar a la
guerra necesaria, humanitaria y breve contra el dominio español y, a
la vez, no generar odio contra los que se oponían a este altísimo
propósito. Esta es una contribución que debiera estudiarse en el
mundo por aquellos que lanzan calumnias contra quienes aspiran a
transformaciones radicales y también para los que se proponen
alcanzarlas con procedimientos extremistas. La única manera de
hacerlos triunfar está en promover la cooperación entre los humanos
y garantizar su plena libertad y dignidad. Esta es la forma de ser
consecuentemente radical.
En Cuba se
entendió la idea marxista sobre la violencia en la forma en que la
concibió y llevó a cabo José Martí y la mejor tradición
revolucionaria de nuestro país. Ella nos enseñó que junto con la
firmeza de principios y la lucha por obtener objetivos sociales y
políticos, debíamos incorporar a los españoles y a los
norteamericanos, a nuestros objetivos o, al menos, a la comprensión
de nuestro propósito. En Cuba se superó radicalmente la idea del
divide y vencerás y se estableció el principio de unir para vencer.
Esa es una política mucho más radical y consecuente que la de los
extremistas.
Sobre el socialismo, tenemos
juicios de Martí muy reveladores que muestran dónde estuvieron las
debilidades de la política llevada a cabo por Stalin.
Fermín Valdés Domínguez, su amigo íntimo
desde la infancia, le escribió desde Cuba acerca de las labores que
realizaba a favor del socialismo. El Apóstol le respondió a su
hermano del alma de esta forma:
“(...) Una
cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas; y
tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente,
con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de
equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este
mundo: Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o
aquella verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la
idea socialista, como tantas otras —el de las lecturas
extranjerizas, confusas e incompletas— y el de la soberbia y rabia
disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo
empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos
defensores de los desamparados. Unos van, de pedigüeños de la reina,
(...) Otros pasan de energúmenos a chambelanes, como aquellos de que
cuenta Chateaubriand en sus “Memorias”. Pero en nuestro pueblo no es
tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos
claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo,
como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa
justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre
con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no
autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa (...)”.
[Véase Martí, José, Obras Completas, t. 3, p. 168].
Desde 1884, José Martí, escribió, en
ocasión de la muerte de Carlos Marx, una crónica que puede ayudarnos
a esclarecer lo que sucedió con el socialismo en el siglo XX. Dijo
el Apóstol lo siguiente:
“Ved esta gran
sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles,
merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en
ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio
blando al daño. (...)” [Martí, José, O. C. t. 9, p. 388].
Más adelante señala:
“Karl Marx estudió los modos de
asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y
les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo
de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni
de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar,
los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa. Aquí
están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico
de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en
la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres,
y hombre comido del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en
sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha”.[Ibidem].
Se apreciarán la estimación y profundidad
que para Martí tenía el pensamiento de Marx. Sobre la crítica que
formula en cuanto al extremismo, es necesario tener en cuenta que
entonces en Nueva York las ideas anarquistas estaban muy confundidas
con las marxistas. Engels, desde Europa, señalaba que en
Norteamérica no se estaban aplicando las ideas de Marx. Es aceptado
que ambos alertaron siempre contra los extremismos y las
formulaciones de los anarquistas. Sobre la idea de que se estaban
lanzando unos hombres contra otros, hay que tomar en cuenta que en
esa fecha Martí preparaba una guerra que aunque aspiraba fuera
necesaria, humanitaria y breve implicaría obligadamente el
enfrentamiento armado.
En unas líneas
posteriores a la descripción hermosa, humana y profunda que José
Martí hizo de Carlos Marx se señala:
“Aquí
está un Lecovitch, hombre de diarios: vedlo cómo habla: llegan a él
reflejos de aquel tierno y radioso Bakunin: comienza a hablar en
inglés; se vuelve a otros en alemán: “¡da! ¡da!” responden
entusiasmados desde sus asientos sus compatriotas cuando les habla
en ruso.
Son los rusos el látigo de la
reforma: mas no, no son aún estos hombres impacientes y generosos,
manchados de ira, los que han de poner cimiento al mundo nuevo:
ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la
conciencia, que pudiera dormirse: pero el acero del acicate no sirve
bien para martillo fundador”. [Ibidem].
Todo esto fue lo que le faltó a Stalin. No
comprendió que el acero del acicate no resulta suficiente para
edificar una nueva sociedad.
Deutscher
en su célebre biografía sobre Stalin apunta:
“Aquí suspendemos la historia de la
vida y la obra de Stalin. No abrigamos ilusión alguna de que podamos
extraer de ella conclusiones finales o formar, sobre su base, un
juicio digno de confianza sobre el hombre, sus logros y sus
fracasos. Después de tanto clímax y anticlímax, el drama de Stalin
apenas ahora parece aproximarse a su culminación; y no sabemos en
qué nueva perspectiva podría colocar su último acto a los
anteriores. Lo que parece definitivamente establecido es que Stalin
pertenece a la estirpe de los grandes déspotas revolucionarios, la
misma a que pertenecieron Cromwell, Robespierre y Napoleón”. [Véase
Deutscher, Isaac. Stalin biografía política, Polémica, Instituto del
Libro, La Habana, 1968].
Podemos estar de
acuerdo con la comparación de Cromwell, Robespierre y Napoleón
aunque apuntando la siguiente reflexión:
Robespierre murió de manera trágica
defendiendo un ideal que resultó imposible en su época, las más
puras ideas de los forjadores del pensamiento revolucionario francés
del siglo XVIII. El ascenso de la burguesía se lo impidió. Napoleón
sentó las bases jurídicas y políticas de la burguesía francesa y
paradójicamente le abrió camino a la alianza burgués-feudal que
conformó la política capitalista en el siglo XIX. Cromwell también
logró forjar un camino positivo para la burguesía inglesa y dejó
abiertas las posibilidades para un ascenso ulterior.
Stalin no alcanzó estos objetivos con
relación al socialismo. Ni pudo alentar la revolución socialista en
Europa y en el mundo ni tampoco consolidarla en la URSS. En Rusia se
volvió al capitalismo siete décadas después de la Revolución de
Octubre en condiciones nuevas y radicalmente diferentes, y ese
retroceso está marcado, entre otros factores, por los graves errores
de Stalin a quien faltó la estatura y la visión histórica
necesarias.
Podemos llegar a la conclusión
de que la hora de Stalin está definitivamente concluida y que las
perspectivas de una nueva época están a nuestra vista. Si Stalin
pertenece a la categoría de los déspotas revolucionarios, habrá que
extraer la lección de que con ellos no es posible abrirle camino de
forma perdurable a una sociedad socialista que necesita del amor y
de la cultura para edificarse.
Es evidente
que si los déspotas revolucionarios pudieron abrirle paso al
capitalismo, la construcción del socialismo no puede hacerse bajo la
dirección de un déspota. Se le acusó de culto a la personalidad,
pienso que lo que faltó fue una gran personalidad socialista, faltó
lo que sí tiene la revolución cubana, la revolución de Martí,
retomada por Fidel, que se afinca en lo mejor de la tradición
patriótica de nuestro pueblo con un sentido verdaderamente
universal.
Como una conclusión final
derivada de lo expuesto, y en especial de lo que decíamos al
principio, la experiencia nos enseña la importancia de las llamadas
categorías de la superestructura. Ahí está una de las claves
indispensables para descubrir lo que pasó y encontrar caminos para
el socialismo en el siglo XXI.
La economía
opera a través de ellas, entre una y otra hay una relación
dialéctica. Si la evolución natural y social viene marcada por la
relación inseparable entre forma y contenido —como dijo Engels— se
comprenderá que el rigor, seriedad y pasión con que se traten las
formas están en el centro de nuestros deberes revolucionarios. La
moral está íntimamente relacionada con la cuestión social y con los
sistemas de derecho. Estas categorías: moral, cuestión social y
sistema de derecho constituyen el núcleo central a partir del cual
se pueden realizar las investigaciones filosóficas y establecer la
práctica política y jurídica válida para encontrar caminos nuevos
del socialismo. En fin, el tema de la cultura y en especial del
papel de los factores subjetivos adquiere una significación práctica
porque se proyecta en las necesidades de principios éticos,
jurídicos y en las formas de hacer política.
Para el éxito de cualquier empeño
transformador resulta imprescindible articular la práctica política
y la cultura. La victoria y continuidad de la revolución cubana
confirman la validez de este razonamiento. Se impone en nuestros
días una reflexión profunda en torno a esta cuestión.
La ruptura de los vínculos entre cultura y
política estuvo, sin duda en la raíz de los graves reveses sufridos.
En América Latina, la tradición de nuestras patrias sustentó la
aspiración a una cultura de emancipación y de integración
multinacional a la que se refirió el libertador Simón Bolívar y José
Martí llamó república moral de América. La tendencia fundamental de
esa cultura era antimperialista y sus raíces principales están en la
población trabajadora y explotada. Lo más inmediatamente importante
para la política revolucionaria era y es alentar esa tendencia. Y
esto se puede y debe hacer procurando la incorporación de la
intelectualidad al empeño emancipador que se halla presente en lo
más revolucionario de nuestra evolución espiritual.
Obviamente, esto hay que realizarlo con
cultura e información acerca de la génesis e historia de las ideas
latinoamericanas. Para ello se requiere sabiduría y clara
comprensión del papel de los factores subjetivos en la historia de
las civilizaciones, que fue precisamente lo que se ignoró en la
práctica política socialista. Como se trasluce de la práctica
histórica tras la muerte de Lenin y a partir de Stalin se impuso un
materialismo vulgar, tosco, que paralizó el enriquecimiento y
actualización de las ideas de Marx y Engels. Ello requería, como sí
hizo Mariátegui, desde su visión indoamericana, un estudio del papel
de la cultura desde el punto de vista materialista histórico, pero
quien se introdujera en esto era combatido por revisionista. Así se
paralizaron las posibilidades de arribar a una escala más profunda
de las ideas de los clásicos.
El abordaje
de una concepción como la que estamos planteando traía dificultades
propias al intentar incursionar sobre complejos problemas
ideológicos, pero que resultan infinitamente menores a los que
conlleva ignorar la necesidad de alcanzar la relación de confianza
entre la política revolucionaria y la inmensa y creciente masa de
trabajadores intelectuales.
En conclusión,
si no se establecen relaciones fluidas entre las revoluciones y el
movimiento cultural nunca triunfarán los procesos de cambios. Se
trata no sólo de una cuestión cultural, sino de algo esencial para
la práctica política. Para saber hacer política revolucionaria hay
que asumir la importancia movilizativa del arte y la cultura, y
comprender que en ella se hallan los fundamentos de nuestras ideas
redentoras.
Deutscher lo había dicho en su
libro en una forma muy elocuente y creo que es la principal
conclusión a que en el orden teórico podemos llegar con relación a
Stalin:
“En este desdén por los factores
inmateriales en los grandes procesos políticos residía la debilidad
principal de su vigoroso pero limitado realismo”. [Véase Deutscher,
Isaac, obra citada, p. 420]. Enseñanza ejemplar para los que se
proclaman realistas.
Sin tener en cuenta
lo que llaman factores inmateriales, es decir, los de carácter
subjetivo no podremos hallar las rutas nuevas porque los mismos
influyen objetiva y materialmente en la historia. Relacione el
lector estas palabras con lo que decía Engels autocríticamente y que
mencionamos al principio. No olvidemos nunca que el hombre y su
sociedad forman parte también de la realidad material del mundo —
para decirlo en el lenguaje que tanto se empleó por los socialistas—
es decir, de la naturaleza, para expresarlo en forma martiana,
recuérdese aquel verso de Martí: Todo es hermoso y constante,/Todo
es música y razón,/Y todo, como el diamante,/Antes que luz es
carbón. [Véase Martí, J. O. C. Versos sencillos, t. 16, p. 65].
En el 2005, cualquier político
revolucionario ha de examinar la historia del siglo XX a partir de
la inmensa cultura acumulada sin sectarismo alguno y buscando la
esencia de las ideas revolucionarias en lo mejor de la historia
milenaria del hombre.
Alguien, en tiempos
de la perestroika, afirmó que Marx quedaría como una cuestión
cultural. Yo pensé: ¿y le parece poco? Para encontrar nuevos caminos
hay que hallar el de la cultura, no hay otra alternativa política
práctica, y quien no crea en eso, no podrá contribuir a hacer
revoluciones en el siglo XXI.
Quiero
subrayar que dedico estas palabras a todos los comunistas y
revolucionarios que lucharon a favor del socialismo, se mantuvieron
fieles y presenciaron con dolor el desenlace trágico del socialismo,
en especial a los de los pueblos de nuestra América. Quienes sientan
en el corazón la causa de la justicia humana de una forma radical y
universal y tienen mirada en profundidad, han de reconocer —como
subrayó Martí— que Marx merece honor porque se puso del lado de los
débiles, y han de tomar cada vez más conciencia de que él y su leal
compañero Federico Engels constituyen la expresión más elevada del
pensamiento social y filosófico de Europa en el siglo XIX. Los
fanáticos negadores del marxismo no son postmodernos, sino
premodernos, y no han podido analizar las raíces profundas de lo que
pasó con Stalin.
La sabiduría romana, en
el marco de una sociedad esclavista, desde luego, señalaba que lo
dejado como herencia por alguien al morir podía ser aceptado a
beneficio de inventario, es decir después de determinar que no sería
afectado por el pago de las deudas del difunto. En el siglo XXI, los
hombres perfeccionarán la práctica socialista, y sobre los errores
cometidos tendrán que emplear las herramientas necesarias para
transformar el mundo, y no podrán hacerlo echando en saco roto la
herencia socialista. Por eso, he recomendado a los jóvenes asumir
conscientemente la práctica socialista del siglo XX a beneficio de
inventario. No renunciamos a la herencia de Marx, Engels y Lenin y
al ideal socialista de los siglos XIX y XX, pero asumámosla a partir
de una profunda evaluación de lo ocurrido. Sólo con el pensamiento
de Marx, Engels y Lenin podremos realizar esta tarea. Pero no sólo
de ellos.
En la década de 1920, Julio
Antonio Mella y los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba,
rescataron del olvido o menosprecio en que había caído el programa
de Martí durante los primeros años de la república neocolonial. Hoy,
en el 2005, con el pensamiento del Apóstol cubano y su programa
ultrademocrático podemos los cubanos fortalecer las fibras
socialistas en nuestro país y contribuir a rescatarlas del
descrédito y el aislamiento a que las condujo la práctica política
que se generó a partir de Stalin.
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