Julio López
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FILOSOFÌA Y RELIGIÒN.
Por EL MILITANTE - Friday, Nov. 18, 2005 at 3:05 PM
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Razón y revolución
Filosofía marxista y ciencia moderna



..Fundación Federico Engels

 

Primera parte: Razón y sinrazón

2. Filosofía y religión.

 

¿Necesitamos una filosofía?

Antes de empezar, uno podría preguntarse, "¿Es realmente necesario preocuparnos de cuestiones complicadas de la ciencia y la filosofía?" Semejante pregunta admite dos respuestas. Si lo que se quiere decir es: ¿acaso hace falta saber estas cosas para la vida cotidiana? Aquí, la respuesta es, evidentemente, no. Pero si aspiramos a lograr una comprensión racional del mundo en que vivimos y de los procesos fundamentales en la naturaleza, la sociedad y nuestra propia forma de pensar, entonces la cosa se presenta de una forma totalmente distinta.

Aunque parezca mentira, todos tenemos una filosofía. Una filosofía es una manera de interpretar el mundo. Todos creemos que sabemos distinguir entre el bien y el mal. Sin embargo, esta es una cuestión harto complicada que ha ocupado la atención de las grandes mentes a lo largo de la historia. Cuando nos vemos enfrentados con el terrible hecho de la guerra fratricida en la ex Yugoslavia, o el resurgimiento del desempleo, o las masacres en Ruanda, muchos confesarán que no entienden de esas cosas y, a menudo, recurrirán a vagas referencias a la "naturaleza humana". Pero, ¿en qué consiste esta misteriosa naturaleza humana que se presenta como la fuente de todos nuestros males y se alega que es eternamente inmutable? Esta es una cuestión profundamente filosófica que pocos intentarían contestar, a no ser que tuvieran inclinaciones religiosas, en cuyo caso dirían que Dios, en Su sabiduría, nos creó así. El porqué a alguien se le ocurriría adorar a un Ser que crea a los hombres sólo para gastarles tales faenas es otro asunto.

Los que mantienen con obstinación que ellos no tienen ninguna filosofía se equivocan. La naturaleza aborrece el vacío. Las personas que carecen de un punto de vista filosófico elaborado y coherente reflejarán inevitablemente las ideas y los prejuicios de la sociedad y el entorno en que viven. Esto significa, en el contexto dado, que sus cabezas estarán repletas de las ideas que absorben de la prensa, la televisión, el púlpito y el aula, las cuales reflejan fielmente los intereses y la moralidad de la clase dominante.

Por lo común, la mayoría de la gente logra "tirar por la vida", hasta que algún gran cataclismo les obliga a reconsiderar el tipo de ideas y valores a que están acostumbrados desde su infancia. La crisis de la sociedad les obliga a cuestionar muchas cosas que dieron por supuestas. En coyunturas como estas, ideas aparentemente remotas de repente se vuelven tremendamente relevantes. Cualquiera que desee comprender la vida, no como una serie de accidentes sin sentido ni como una rutina irreflexiva, debe de ocuparse de la filosofía, esto es, del pensamiento, a un nivel superior que de los problemas inmediatos de la vida cotidiana. Tan sólo de esta forma nos elevamos a una altura desde la que comenzamos a realizar nuestro potencial como seres humanos conscientes, dispuestos y capaces de tomar el control de nuestros destinos.

En general, se comprende que cualquier empresa que merezca la pena en la vida requiere un esfuerzo. Por su propia naturaleza, el estudio de la filosofía implica ciertas dificultades porque trata de cosas muy alejadas del mundo de la experiencia normal. Incluso la terminología utilizada presenta dificultades debido a que se emplean palabras de una manera que no necesariamente corresponden al uso común. Pero esto mismo es verdad para cualquier materia especializada, desde el psicoanálisis hasta la mecánica.

El segundo obstáculo es más grave. En el siglo pasado, cuando Marx y Engels publicaron por primera vez sus escritos sobre el materialismo dialéctico, podían dar por supuesto que muchos de sus lectores tenían por lo menos unos mínimos conocimientos de la filosofía clásica, incluido Hegel. Hoy en día no es posible hacer semejante suposición. La filosofía ya no ocupa el lugar del pasado, puesto que el papel de la especulación acerca de la naturaleza del universo y la vida hace tiempo que ha sido asumido por las ciencias naturales. La posesión de radiotelescopios potentes y naves espaciales vuelve innecesarias las conjeturas sobre la naturaleza y la extensión de nuestro sistema solar. Incluso los misterios del alma humana se están poniendo paulatinamente al descubierto mediante el progreso de la neurobiología y la psicología.

La situación en el terreno de las ciencias sociales es mucho menos satisfactoria, debido sobre todo a que el deseo de conseguir conocimientos exactos a menudo decrece en la medida en que la ciencia toca los intereses materiales poderosos que dominan las vidas de la gente. Los grandes avances realizados por Marx y Engels en el terreno del análisis sociohistórico y económico quedan fuera del ámbito de este libro. Baste con señalar que, a pesar de los ataques sostenidos y frecuentemente maliciosos a que estuvieron sometidas desde el primer momento, las teorías del marxismo en la esfera social han sido el factor decisivo en el desarrollo de las ciencias sociales modernas. En cuanto a su vitalidad, ésta está demostrada por el hecho de que los ataques no sólo continúan, sino que tienden a arreciar con el paso del tiempo.

En épocas pasadas, el desarrollo de la ciencia, que siempre ha estado estrechamente vinculado al de las fuerzas productivas, no había alcanzado un nivel suficientemente alto como para permitir que los hombres y las mujeres entendiesen el mundo en que vivían. En ausencia de un conocimiento científico, o de los medios materiales para obtenerlo, se vieron obligados a depender del único instrumento que poseían para interpretar el mundo y, así, conquistarlo: la mente humana. La lucha para comprender el mundo estaba identificada con la lucha de la humanidad para arrancarse del nivel de existencia meramente animal, para ganar el control sobre las fuerzas ciegas de la naturaleza y para liberarse en el sentido real, no legalista, de la palabra. Esta lucha es como un hilo conductor rojo que recorre toda la historia de la humanidad.

 

El papel de la religión

"El hombre está totalmente loco. No sabría cómo crear un gusano, y crea dioses por docenas".
(Montaigne.)

"Toda mitología supera, domina y transforma las fuerzas de la naturaleza en la imaginación y mediante la imaginación; por lo tanto desaparece con la llegada de la auténtica dominación sobre ellas".
(Marx.)

Los animales no tienen religión y, en el pasado, se decía que esto constituía la principal diferencia entre humanos y "brutos". Pero eso es sólo otra forma de decir que únicamente los seres humanos poseen conciencia en el sentido pleno de la palabra. En los últimos años ha habido una reacción contra la idea del Hombre como Creación única y especial. Indudablemente esto es correcto en el sentido de que los humanos evolucionaron de los animales y, en muchos aspectos, siguen siendo animales. No sólo compartimos muchas de las funciones corporales con otros animales, sino que la diferencia genética entre humanos y chimpancés es menor del dos por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las tonterías de los creacionistas.

Las últimas investigaciones con los chimpancés bonobos han demostrado fuera de toda duda que los primates más afines a los humanos son capaces de un nivel de actividad mental similar en algunos aspectos al de un niño. Esto demuestra claramente el parentesco entre seres humanos y los primates más superiores, pero aquí la analogía empieza a resquebrajarse. Pese a todos los esfuerzos de los experimentadores, los bonobos cautivos no han sido capaces de hablar ni labrar una herramienta de piedra remotamente similar a los utensilios más simples creados por los homínidos primitivos. La diferencia genética del dos por ciento que separa a los humanos de los chimpancés marca el salto cualitativo del animal al humano. Esto se logró no por obra y gracia de un Creador, sino por el desarrollo del cerebro a través del trabajo manual.

La destreza para hacer incluso las herramientas de piedra más simples implica un nivel muy alto de habilidad mental y pensamiento abstracto. El poder seleccionar la piedra correcta rechazando otras, elegir el ángulo correcto para golpear y usar la cantidad de fuerza precisa, estas son acciones intelectuales altamente complicadas. Requieren un grado de planificación y previsión que no se encuentra ni en los primates más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de herramientas de piedra no fue el resultado de una planificación consciente, sino algo impuesto a los ancestros del hombre por necesidad. No fue la conciencia la que creó la humanidad, sino las condiciones necesarias para la existencia humana que condujeron a un cerebro más grande, al habla y a la cultura, incluida la religión.

La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente vinculada a la necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos que descubrieron el uso de raspadores de piedra para descuartizar animales muertos con pieles gruesas obtuvieron una considerable ventaja sobre aquellos que no tuvieron acceso a esta fuente abundante de grasas y proteínas. Los que perfeccionaron sus herramientas de piedra y descubrieron los mejores yacimientos tuvieron más posibilidades de sobrevivir que los que no lo hicieron. Con el desarrollo de la técnica vino la expansión de la mente y la necesidad de explicar los fenómenos naturales que gobernaban sus vidas. A través de millones de años, mediante aproximaciones sucesivas, nuestros antepasados comenzaron a establecer ciertas relaciones entre las cosas. Empezaron a hacer abstracciones, esto es, a generalizar a partir de la experiencia y de la práctica.

Durante siglos, la cuestión central de la filosofía ha sido la relación entre el pensamiento y el ser. La mayoría de las personas pasan sus vidas felizmente sin siquiera contemplar este problema. Piensan y actúan, hablan y trabajan sin la menor dificultad. Más aún, ni se les ocurriría considerar incompatibles las dos actividades humanas más básicas, que en la práctica son inseparables. Si excluimos reacciones simples biológicamente determinadas, incluso la acción más elemental exige un cierto grado de pensamiento. En cierto modo, esto es verdad no sólo en el ámbito humano sino también en el animal (pensemos en un gato apostado en espera de un ratón). No obstante, el tipo de pensamiento y planificación en el hombre tiene un carácter cualitativamente superior que cualquiera de las actividades mentales de incluso los simios más avanzados.

Este hecho está estrechamente vinculado a la capacidad del pensamiento abstracto, que permite a los humanos ir mucho más allá de la situación inmediata dada por nuestros sentidos. Podemos imaginar situaciones, no sólo en el pasado (los animales también tienen memoria, como el perro, que tiembla a la vista de un garrote) sino también en el futuro. Podemos predecir situaciones complejas, planificar y, así, determinar el resultado y, hasta cierto punto, controlar nuestros destinos. Aunque normalmente no pensamos en ello, esto representa una conquista colosal que separa a la humanidad del resto de la naturaleza. "Lo típico del razonamiento humano", dice el profesor Gordon Childe, "es que puede ir muchísimo más lejos de la situación actual, presente, que el razonamiento de cualquier otro animal".6 De esta capacidad nacen todas las múltiples creaciones de la civilización, la cultura, el arte, la música, la literatura, la ciencia, la filosofía, la religión. También damos por supuesto que todo esto no cae del cielo, sino que es el producto de millones de años de desarrollo.

El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a. de J. C.), en una deducción brillante, afirmó que el desarrollo mental del hombre dependía de la emancipación de las manos. Engels, en su importante artículo El papel del trabajo en la transición del mono al hombre, demostró la forma exacta en que se logró esta transición. Demostró que la postura vertical, la liberación de las manos para el trabajo, la forma de la mano con el pulgar opuesto a los otros dedos de forma que permitía agarrar… fueron las precondiciones fisiológicas para la manufactura de herramientas, que a su vez fue el principal estímulo para el desarrollo del cerebro. Incluso el habla, que es inseparable del pensamiento, surge de las exigencias de la producción social, la necesidad de realizar funciones complicadas por la vía de la cooperación. Estas teorías de Engels se han visto confirmadas brillantemente por los últimos descubrimientos de la paleontología, que demuestran que los simios homínidos aparecieron en África bastante antes de lo que se había pensado previamente, y que tenían cerebros no más grandes que los de un chimpancé moderno. Es decir, el desarrollo del cerebro vino después de la producción de herramientas y como consecuencia de la misma. Así, no es verdad que "En el principio la Palabra existía", sino en frase del poeta alemán Goethe "En el principio el Hecho existía".

 

La habilidad de engarzarse en pensamientos abstractos es inseparable del habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe comenta:

 

"El razonamiento y todo lo que podemos llamar pensamiento, inclusive el del chimpancé, hace intervenir en las operaciones mentales lo que los psicólogos llaman imágenes. Una imagen visual, la representación mental de una banana, por ejemplo, ha de ser siempre la representación de una banana determinada en un conjunto determinado. Una palabra, por el contrario, según lo explicado, es más general y abstracta, pues ha eliminado precisamente esos rasgos accidentales que dan individualidad a cualquier banana real. Las imágenes mentales de las palabras (representaciones del sonido o de los movimientos musculares que intervienen en su pronunciación) constituyen ‘fichas’ muy cómodas en el proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda posee necesariamente esa cualidad de abstracción y generalidad que parece faltar en el pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo mismo que hablar, sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el chimpancé nunca va más allá de: ‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el instrumento social denominado lenguaje ha contribuido a lo que se denomina con grandilocuencia ‘la emancipación del hombre de la esclavitud de lo concreto’".7

 

Los humanos primitivos, después de un largo período de tiempo, formaron la idea general de, por ejemplo, una planta o un animal. Esto surgió de la observación concreta de muchas plantas y animales particulares. Pero cuando llegamos al concepto general de "planta", ya no vemos delante de nosotros esta o aquella flor o arbusto, sino lo que es común a todos ellos. Comprendemos la esencia de una planta, su ser interior. Comparado con esto, los rasgos peculiares de plantas individuales parecen secundarios e inestables. Lo que es permanente y universal está contenido en la concepción general. Jamás podemos ver una planta como tal, opuesta a flores y arbustos particulares. Es una abstracción de la mente. Sin embargo, es una expresión más profunda y verdadera de lo que es esencial a la naturaleza de la planta, cuando se la despoja de todos los rasgos secundarios.

 

No obstante, las abstracciones de los humanos primitivos distan mucho de tener un carácter científico. Eran exploraciones tentativas, como las impresiones de un niño: suposiciones e hipótesis, a veces incorrectas, pero siempre audaces e imaginativas. Para nuestros antepasados remotos, el sol era un ser supremo que unas veces les calentaba y otras les quemaba. La tierra era un gigante adormecido. El fuego era un animal feroz que les mordía cuando lo tocaban. Los humanos primitivos experimentaron los truenos y los relámpagos. Esto les habrá asustado, como todavía hoy asusta a los animales y a las personas. Pero, a diferencia de los animales, los humanos buscaron una explicación general del fenómeno. Dada la ausencia de cualquier conocimiento científico, la explicación era, inevitablemente, una sobrenatural: algún dios golpeando un yunque con su martillo. Para nosotros, semejantes explicaciones resultan simplemente divertidas, como las explicaciones ingenuas de los niños. No obstante, en ese período eran hipótesis extraordinariamente importantes —un intento de encontrar una causa racional para el fenómeno, distinguiendo entre la experiencia inmediata y lo que había detrás de ella—.

 

La forma más característica de las religiones primitivas es el animismo —la noción de que todo objeto, animado o inanimado, posee un espíritu—. Vemos el mismo tipo de reacción en un niño cuando pega a una mesa contra la que se ha golpeado la cabeza. De la misma manera, los humanos primitivos y ciertas tribus de hoy piden perdón a un árbol antes de talarlo. El animismo pertenece a un período en que la humanidad aún no se había separado plenamente del mundo animal y de la naturaleza. La proximidad de los humanos al mundo de los animales está demostrada por la frescura y belleza del arte rupestre, donde los caballos, ciervos y bisontes están pintados con una naturalidad que ningún artista moderno es capaz de lograr. Se trata de la infancia de la raza humana, que ha desaparecido y nunca volverá. Tan sólo podemos imaginar la psicología de nuestros antepasados remotos. Pero mediante una combinación de los descubrimientos de la paleontología y la antropología es posible reconstruir, por lo menos a grandes rasgos, el mundo del que hemos surgido.

 

En su estudio antropológico clásico de los orígenes de la magia y la religión, Sir James Frazer escribe:

 

"El salvaje concibe con dificultad la distinción entre lo natural y lo sobrenatural, comúnmente aceptada por los pueblos ya más avanzados. Para él, el mundo está funcionando en gran parte merced a ciertos agentes sobrenaturales que son seres personales que actúan por impulsos y motivos semejantes a los suyos propios y, como él, propensos a modificarlos por apelaciones a su piedad, a sus deseos y temores. En un mundo así concebido no ve limitaciones a su poder de influir sobre el curso de los acontecimientos en beneficio propio. Las oraciones, promesas o amenazas a los dioses pueden asegurarle buen tiempo y abundantes cosechas; y si aconteciera, como muchas veces se ha creído, que un dios llegara a encarnarse en su misma persona, ya no necesitaría apelar a seres más altos. Él, el propio salvaje, posee en sí mismo todos los poderes necesarios para acrecentar su propio bienestar y el de su prójimo".8

 

La noción de que el alma existe separada y aparte del cuerpo viene directamente de los tiempos más remotos del salvajismo. El origen de esta idea es evidente. Cuando dormimos, el alma parece abandonar el cuerpo y vagar en nuestros sueños. Por extensión, la similitud entre la muerte y el sueño ("gemelo de la muerte" como lo llamó Shakespeare) sugiere la idea de que el alma podría seguir existiendo después de la muerte. Así fue como los humanos primitivos concluyeron que había algo dentro de ellos que estaba separado de sus cuerpos. Este es el alma, que manda sobre el cuerpo y puede hacer todo tipo de cosas increíbles, incluso cuando el cuerpo está dormido. También observaron cómo palabras llenas de sabiduría provenían de las bocas de los ancianos y concluyeron que, mientras que el cuerpo perece, el alma sigue viviendo. Para gente acostumbrada a la idea de la migración, la muerte era vista como la migración del alma, la cual necesitaba comida y utensilios para el viaje.

 

Al principio estos espíritus no tenían una morada fija. Simplemente erraban, la mayoría de las veces causando molestias, lo cual obligaba a los vivientes a hacer todo lo que podían por deshacerse de ellos. He aquí el origen de las ceremonias religiosas. Finalmente, surgió la idea de que mediante la oración podría conseguirse la ayuda de estos espíritus. En esta etapa, la religión (magia), el arte y la ciencia no se diferenciaban. No teniendo los medios para conseguir un auténtico poder sobre el medio ambiente, los humanos primitivos intentaron obtener sus fines por medio de una relación mágica con la naturaleza y, así, someterla a su voluntad.

 

La actitud de los humanos primitivos hacia sus dioses-espíritus y fetiches era bastante práctica. La intención de los rezos era obtener resultados. Un hombre haría una imagen con sus propias manos y se postraría ante ella. Pero si no conseguía el resultado deseado, la maldecía y la golpeaba, para obtener mediante la violencia lo que no consiguió con súplicas. En este mundo extraño de sueños y fantasmas, este mundo de religión, la mente primitiva veía cada acontecimiento como la obra de espíritus invisibles. Cada arbusto y riachuelo eran una criatura viviente, amistosa u hostil. Cada suceso fortuito, cada sueño, dolor o sensación, estaba causado por un espíritu. Las explicaciones religiosas llenaban el vacío que dejaba la falta de conocimiento de las leyes de la naturaleza. Incluso la muerte no era vista como un evento natural, sino como el resultado de alguna ofensa causada a los dioses.

 

Durante la mayor parte de la existencia de la raza humana, las mentes de los hombres y las mujeres han estado llenas de este tipo de cosas. Y no sólo en lo que a la gente le gusta considerar como sociedades primitivas. El mismo tipo de creencias supersticiosas continúan existiendo hoy por hoy, aunque con diferente disfraz. Bajo la fina capa de la civilización se esconden tendencias e ideas irracionales primitivas que tienen su raíz en un pasado remoto que ha sido medio olvidado, pero que no está todavía superado. Tampoco estarán desarraigadas definitivamente de la conciencia humana hasta que los hombres y las mujeres establezcan un firme control sobre sus condiciones de existencia.

La división del trabajo

 

Frazer señala que la división entre trabajo manual y mental en la sociedad primitiva está invariablemente vinculada a la formación de una casta de sacerdotes, hechiceros o magos:

 

"El progreso social, según creemos, consiste principalmente en una diferenciación progresiva de funciones; dicho más sencillamente, en una división del trabajo. La obra que en la sociedad primitiva se hace por todos igual y por todos igualmente mal o muy cerca de ello, se distribuye gradualmente entre las diferentes clases de trabajadores, que la ejecutan cada vez con mayor perfección; y así, tanto más cuanto que los productos materiales o inmateriales de esta labor especializada van siendo gozados por todos, la sociedad en conjunto se beneficia de la especialización creciente. Ahora, ya, los magos o curanderos aparecen constituyendo la clase profesional o artificial más antigua en la evolución de la sociedad, pues hechiceros se encuentran en cada una de las tribus salvajes conocidas por nosotros, y entre los más incultos salvajes, como los australianos aborígenes, es la única clase profesional que existe".9

 

El dualismo que separa el alma del cuerpo, la mente de la materia, el pensamiento del hecho, recibió un fuerte impulso con el desarrollo de la división del trabajo en una etapa dada de la evolución social. La separación entre trabajo mental y manual es un fenómeno que coincide con la división de la sociedad en clases. Señaló un gran avance en el desarrollo humano. Por primera vez, una minoría de la sociedad fue liberada de la necesidad de trabajar para obtener los medios básicos de la existencia. La posesión de la mercancía más apreciada, el ocio, significó que los hombres podían dedicar sus vidas al estudio de las estrellas. Como el filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach explica, la ciencia teórica auténtica comienza con la cosmología:

 

"El animal es sólo sensible al rayo de luz, que inmediatamente afecta a la vida; mientras que el hombre percibe la luz, para él físicamente indiferente de la estrella más remota. Tan sólo el hombre posee pasiones y alegrías desinteresadas y puramente intelectuales; sólo el ojo del hombre mantiene festivales teóricos. El ojo que contempla los cielos estrellados, que medita sobre aquella luz, al mismo tiempo inútil e inocua, no teniendo nada en común con la tierra y sus necesidades —este ojo ve en aquella luz su propia naturaleza, sus propios orígenes—. El ojo es celestial por su propia naturaleza. De aquí que el hombre se eleva por encima de la tierra sólo con el ojo; de aquí que la teoría comienza con la contemplación de los cielos. Los primeros filósofos eran astrónomos".10

 

Aunque en esta etapa temprana esto todavía estaba mezclado con la religión y los requerimientos e intereses de una casta sacerdotal, también significó el nacimiento de la civilización humana. Aristóteles ya lo había entendido cuando escribió:

 

"Además, estas artes teóricas evolucionaron en lugares donde los hombres tenían un superávit de tiempo libre: por ejemplo, las matemáticas tienen su origen en Egipto, donde una casta sacerdotal gozaba del ocio necesario".11

 

El conocimiento es una fuente de poder. En cualquier sociedad en que el arte, la ciencia y el gobierno son el monopolio de unos pocos, esa minoría usará y abusará de su poder en su propio beneficio. La inundación anual del Nilo era un asunto de vida o muerte para los egipcios, cuyas cosechas dependían de ello. La pericia de los sacerdotes en Egipto para predecir, sobre las bases de observaciones astronómicas, cuándo se desbordaría el Nilo, debió de haber incrementado enormemente su prestigio y poder sobre la sociedad. El arte de escribir, una invención muy poderosa, era el secreto celosamente guardado de la casta sacerdotal:

 

"Sumeria descubrió la escritura; los sacerdotes sumerios hicieron conjeturas acerca de que el futuro pudiera estar escrito por algún procedimiento oculto en los acontecimientos que tenían lugar alrededor nuestro en el presente. Hasta llegaron a sistematizar esta creencia, mezclando elementos mágicos y racionales".12

 

La posterior profundización de la división del trabajo hizo surgir un abismo insalvable entre la elite intelectual y la mayoría de la humanidad, condenada a trabajar con sus propias manos. El intelectual, sea sacerdote babilonio o físico teórico moderno, sólo conoce un tipo de trabajo, el trabajo mental. En el curso de milenios, la superioridad de este último sobre el trabajo manual "crudo" ha echado raíces profundas y ha adquirido la categoría de prejuicio. Lenguaje, palabras y pensamientos se han dotado de poderes místicos. La cultura se ha vuelto el monopolio de una elite privilegiada, que guarda celosamente sus secretos, usando y abusando de su posición en su propio interés.

 

En la antigüedad, la aristocracia intelectual no hizo ningún intento de ocultar su desprecio por el trabajo físico. El siguiente extracto de un texto egipcio conocido como La sátira sobre los oficios, escrito alrededor del 2.000 a. de J. C., se supone que consiste en la exhortación de un padre a su hijo, al que quiere enviar a la Escuela de Escribanos para entrenarse como escriba:

 

"He visto cómo se maltrata al hombre que trabaja —deberías de poner tu corazón en la búsqueda de la escritura—. He observado cómo uno podría ser rescatado de sus deberes —¡presta oídos! no hay nada que supere a la escritura—. (…)

 

"He visto al metalúrgico trabajando en la boca del horno. Sus dedos eran similares a cocodrilos; olía peor que una hueva de pescado. (…)

 

"El pequeño constructor lleva barro. (…) Está más sucio que las viñas o los cerdos de tanto pisotear el barro. Su ropa está tiesa de la arcilla. (…)

 

"El fabricante de flechas, él es muy infeliz cuando entra en el desierto [en busca de pedernal]. Más grande es lo que da a su burro que lo que posteriormente [vale] su trabajo. (…)

 

"El lavandero que lava ropa en la orilla [del río] es el vecino del cocodrilo. (…)

 

"¡Presta oídos! No hay ninguna profesión sin patrón —excepto para el escriba: él es el patrón—. (…)

 

"¡Presta oídos! No hay ningún escriba al que le falte comida de la propiedad de la Casa del Rey —¡vida, prosperidad, salud!—. (…) Su padre y su madre alaban a dios, puesto que él está en el sendero de los vivientes. ¡Contempla estas cosas! —yo [las he puesto] ante ti y ante los hijos de tus hijos—".13

 

La misma actitud prevalecía entre los griegos:

 

"Lo que se llama las artes mecánicas", dice Jenofonte, "lleva un estigma social y con razón son despreciadas en nuestras ciudades, puesto que estas artes dañan los cuerpos de los que trabajan en ellas o de los que actúan como capataces, condenándoles a una vida sedentaria de puertas adentro y, en algunos casos, a pasar todo el día al lado de la chimenea. Esta degeneración física asimismo da pie a un deterioro del alma. Además, los que trabajan en estos oficios simplemente no tienen tiempo para dedicarse a los oficios de la amistad o de la ciudadanía. Por consecuencia, son considerados como malos amigos y malos patriotas y, en algunas ciudades, sobre todo las más guerreras, no es legal que un ciudadano se dedique al trabajo manual".14

 

El divorcio radical entre el trabajo mental y manual profundiza la ilusión de una existencia independiente de las ideas, los pensamientos y las palabras. Este concepto erróneo es el meollo de toda religión e idealismo filosófico.

 

No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y semejanza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuviesen una religión, su dios tendría alas. "La religión es un sueño en el que nuestras propias concepciones y emociones se nos presentan como existencias separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre lo subjetivo y lo objetivo —no tiene dudas—; tiene la capacidad, no de discernir cosas diferentes a ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí misma como seres independientes".15 Esto era algo que hombres como Jenófanes de Colofón (565 hacia 470 a. de J. C.) entendió cuando escribió: "Homero y Hesiodo han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el engaño (…) Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (…) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a su propia imagen".16

 

Los mitos de la Creación que existen en casi todas las religiones inevitablemente toman sus imágenes de la vida real, por ejemplo, la imagen del alfarero que da forma a la arcilla amorfa. En la opinión de Gordon Childe, la historia de la Creación en el primer libro del Génesis refleja el hecho de que en Mesopotamia la tierra estaba separada de las aguas "en el Principio", pero no mediante la intervención divina:

 

"La tierra sobre la cual las grandes ciudades de Babilonia se alzarían, tenía que crearse en el sentido literal de la palabra; el antepasado prehistórico de la Erech bíblica fue construido encima de un tipo de plataforma de juncos entrecruzados sobre el barro aluvial. El libro hebreo del Génesis nos ha familiarizado con una tradición bastante más antigua de la condición prístina de Sumeria —un ‘caos’ en el cual las fronteras entre el agua y la tierra todavía estaban fluidas—. Un incidente esencial en ‘la Creación’ es la separación de estos elementos. Sin embargo, no fue ningún dios, sino los propios proto-sumerios quienes crearon la tierra; cavaron canales para irrigar los campos y drenar la marisma; construyeron diques y plataformas elevadas por encima del nivel de inundación para proteger a los hombres y al ganado de las aguas; despejaron los bosques de juncos y exploraron los canales que los cruzaban. La persistencia tenaz del recuerdo de esta lucha es un indicio del grado de esfuerzo que esto supuso para la los antiguos sumerios. Su recompensa era una fuente garantizada de nutritivos dátiles, una abundante cosecha de los campos que habían drenado y pastos permanentes para sus rebaños".17

 

Los intentos más primitivos del hombre de explicar el mundo y su lugar en él estaban mezclados con la mitología. Los babilonios creían que el dios Marduk del Caos había creado el Orden, separando la tierra del agua, y el cielo de la tierra. Los judíos tomaron de los babilonios el mito bíblico de la Creación y más tarde lo transmitieron a la cultura cristiana. La auténtica historia del pensamiento científico empieza cuando el hombre aprende a prescindir de la mitología e intenta obtener una comprensión racional de la naturaleza, sin la intervención de los dioses. A raíz de este momento comienza la auténtica lucha por la emancipación de la humanidad de la esclavitud material y espiritual.

 

El advenimiento de la filosofía representa una auténtica revolución en el pensamiento humano. Esto, al igual que tantos otros elementos de la civilización moderna, se lo debemos a la Grecia antigua. Si bien es verdad que los indios y los chinos, y más tarde los árabes, también hicieron avances importantes, fueron los griegos quienes llevaron la filosofía y la ciencia a su punto álgido antes del Renacimiento. La historia del pensamiento griego en los 400 años desde mediados del siglo VII a. de J. C. constituye una de las páginas más imponentes en los anales de la historia humana.

Materialismo e idealismo

 

Toda la historia de la filosofía desde los griegos hasta el presente consiste en una lucha entre dos escuelas de pensamiento diametralmente opuestas —el materialismo y el idealismo—. Aquí nos encontramos con un buen ejemplo de cómo los términos empleados en la filosofía difieren fundamentalmente del lenguaje cotidiano.

 

Cuando nos referimos a alguien como un "idealista" normalmente tenemos en mente a una persona de altos ideales y moralidad impecable. Por el contrario, se cree que un materialista es un individuo sin principios, avaricioso y egocéntrico que ostenta un exagerado apetito por manjares y otras cosas —en pocas palabras, un elemento harto indeseable—.

 

Esto no tiene nada que ver con el materialismo e idealismo filosóficos. En un sentido filosófico, el idealismo parte de una visión del mundo como un mero reflejo de ideas, mente, espíritu o, más correctamente, de la Idea, que existía antes del mundo físico. Las cosas materiales que conocemos mediante los sentidos, según esta escuela, son sólo copias imperfectas de esta Idea perfecta. El abogado más consecuente de esta filosofía en la antigüedad era Platón. No obstante, Platón no inventó el idealismo, que ya existía antes de él.

 

Los pitagóricos creían que la esencia de todas las cosas era el Número (una opinión aparentemente compartida por algunos matemáticos modernos). Mostraban un desprecio al mundo material en general y al cuerpo humano en particular, siendo visto este como una prisión en donde el alma estaba atrapada. La comparación entre esta visión y la de los monjes medievales resulta llamativa. De hecho, es probable que la Iglesia se apropiara de muchas de las ideas de los pitagóricos, platónicos y neoplatónicos. Esto no es sorprendente. Todas las religiones se basan necesariamente en una visión idealista del mundo. La diferencia reside en que la religión apela a las emociones y pretende ofrecer una comprensión intuitiva y mística del mundo ("la Revelación"), mientras que la mayoría de los filósofos idealistas intenta demostrar sus teorías mediante argumentos lógicos.

 

No obstante, en el fondo, las raíces de todo idealismo son religiosas y místicas. El desdén hacia el "crudo mundo material" y la elevación de lo "Ideal" nace del fenómeno que acabamos de considerar en relación a la religión. No es ningún accidente que el idealismo platónico surja en Atenas en un momento en que el sistema de la esclavitud alcanza su punto álgido. El trabajo manual en aquel entonces era visto en el sentido más literal de la palabra como el sello de la esclavitud. El único trabajo digno de respeto era el trabajo intelectual. En esencia, el idealismo filosófico es un producto de la división extrema entre el trabajo mental y manual que ha existido desde el amanecer de la historia escrita hasta el día de hoy.

 

Sin embargo, la historia de la filosofía occidental no empieza con el idealismo, sino con el materialismo, que afirma precisamente lo contrario: que el mundo material que conocemos y exploramos mediante la ciencia es real; que el único mundo real es el material; que los pensamientos, ideas y sensaciones son el producto de la materia organizada de una forma determinada (un sistema nervioso y un cerebro); que el pensamiento no puede derivar sus categorías a partir de sí mismo, sino sólo a partir del mundo objetivo que se nos da a conocer a través de nuestros sentidos.

 

Los primeros filósofos griegos se conocen como los "hilozoistas" (del griego "los que creen que la materia está viva"). He aquí una larga línea de héroes y pioneros del pensamiento humano. Los griegos descubrieron que el mundo era redondo mucho antes que Colón. Explicaron que los seres humanos habían evolucionado de los peces mucho antes que Darwin. Hicieron unos descubrimientos extraordinarios en el campo de las matemáticas, especialmente la geometría, que no avanzaron mucho en los siguientes 1.500 años. Inventaron la mecánica e, incluso, construyeron una máquina de vapor. Lo que es increíblemente nuevo en esta manera de interpretar el mundo es que no era religiosa. En contraste con los egipcios y babilonios, de quienes habían aprendido bastante, los pensadores griegos no recurren a los dioses y las diosas para explicar los fenómenos de la naturaleza. Por primera vez, el hombre intentó explicar el funcionamiento de la naturaleza puramente en términos de la naturaleza. Esta es una de las grandes revoluciones del pensamiento humano. La auténtica ciencia comienza aquí.

 

Aristóteles, el más grande de los filósofos de la antigüedad, puede ser considerado como materialista, aunque no era tan consecuente como los primeros hilozoistas. Hizo una serie de descubrimientos científicos importantes que formaron la base para los grandes logros de la ciencia griega del período alejandrino. La edad media, que surgió del colapso de la antigüedad, fue un desierto en el que el pensamiento científico languideció durante siglos. No por casualidad este fue un período dominado por la Iglesia. La única filosofía permitida fue el idealismo, fuese como una caricatura de Platón o como una distorsión peor todavía de Aristóteles.

 

La ciencia resurgió triunfante en el período del Renacimiento. Fue obligada a llevar a cabo una batalla feroz contra la influencia de la religión (por cierto, no sólo la católica, sino también la protestante). Muchos mártires pagaron con su vida el precio de la libertad científica. Giordano Bruno fue quemado vivo. La Inquisición juzgó a Galileo dos veces, obligándole a renunciar a sus opiniones bajo amenaza de tortura.

 

La tendencia filosófica dominante del Renacimiento fue el materialismo. En Inglaterra, éste tomó la forma del empirismo, que afirma que todo conocimiento es derivado de los sentidos. Los pioneros de esta escuela eran Francis Bacon (1561-1626), Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704). La escuela materialista emigró de Inglaterra a Francia donde adquirió un contenido revolucionario. En manos de Diderot, Rousseau, Holbach y Helvetius, la filosofía se convirtió en un instrumento para criticar la sociedad existente en su conjunto. Estos grandes pensadores prepararon el camino del derrumbamiento revolucionario de la monarquía feudal en 1789-93.

 

Las nuevas opiniones filosóficas estimularon el desarrollo de la ciencia, el experimento y la observación. El siglo XVIII fue testigo de un gran avance en las ciencias, sobre todo la mecánica. Pero este hecho tenía no sólo un lado positivo sino también otro negativo. El viejo materialismo del siglo XVIII era estrecho y rígido, reflejando el desarrollo limitado de la propia ciencia. Newton expresó las limitaciones del empirismo con su célebre frase "yo no hago hipótesis". Esta postura mecanicista y unilateral al fin y al cabo resultó ser fatal para el viejo materialismo. Paradójicamente, son los filósofos idealistas los que realizan los grandes avances filosóficos después de 1700.

 

Bajo el impacto de la revolución francesa, el idealista alemán Immanuel Kant (1724-1804) sometió toda la filosofía previa a una crítica a fondo. Kant hizo grandes descubrimientos no sólo en la filosofía y la lógica, sino también en la ciencia. Su hipótesis nebular del origen del sistema solar (a la que Laplace más tarde da una base matemática) es ahora generalmente aceptada como correcta. En el terreno de la filosofía, la obra maestra de Kant, La crítica de la razón pura, es la primera que analiza las formas de la lógica que permanecían prácticamente sin cambiar desde que Aristóteles las desarrolló. Kant demuestra las contradicciones implícitas en muchas de las proposiciones más fundamentales de la filosofía. Sin embargo, no fue capaz de solucionar estas contradicciones ("Antinomias") y, finalmente, sacó la conclusión de que el verdadero conocimiento del mundo era imposible. Si bien podemos conocer las apariencias, nunca podremos saber cómo son las cosas "en sí mismas".

 

Esta idea no es nueva. Es un tema que se repite muchas veces en la filosofía y generalmente se identifica con lo que llamamos el idealismo subjetivo. Antes de Kant, esta idea fue defendida por el obispo irlandés y filósofo George Berkeley y por David Hume, el último de los empíricos ingleses clásicos. Se puede resumir el argumento de la siguiente manera: "Yo interpreto el mundo mediante mis sentidos. Por lo tanto, todo lo que sé que existe son las impresiones de mis sentidos. Por ejemplo, ¿puedo afirmar que esta manzana existe? No. Todo lo que puedo decir es que la veo, la siento, la huelo, la pruebo. Por lo tanto, realmente no puedo afirmar que el mundo material existe". La lógica del idealismo subjetivo es que, si cierro los ojos, el mundo deja de existir. En última instancia conduce al solipsismo (del latín, "solus ipse" para "yo sólo"), la idea de que tan sólo yo existo.

 

Estas ideas nos pueden parecer absurdas, pero curiosamente han demostrado ser persistentes. De una manera u otra, los prejuicios del idealismo subjetivo han penetrado no sólo en la filosofía sino también en la ciencia durante una gran parte del siglo XX. Vamos a tratar más específicamente de esta tendencia más adelante.

 

La gran ruptura se produce en las primeras décadas del siglo XIX con Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). Hegel era un idealista alemán, un hombre de un intelecto gigantesco, que prácticamente resume en sus escritos la totalidad de la historia de la filosofía.

 

Hegel demuestra que la única manera de superar las "Antinomias" de Kant es aceptando que las contradicciones existen realmente, no sólo en el pensamiento sino también en el mundo real. Como idealista objetivo, Hegel rechazó el argumento del idealismo subjetivo de que la mente humana no es capaz de conocer el mundo real. Las formas de pensamiento han de reflejar el mundo objetivo de la manera más exacta posible. El proceso de conocimiento consiste en una penetración cada vez más profunda en dicha realidad, pasando de lo abstracto a lo concreto, de lo conocido a lo desconocido, de lo particular a lo universal.

 

El método dialéctico del pensamiento había jugado un papel muy importante en la antigüedad, particularmente en los aforismos ingenuos pero brillantes de Heráclito, y también en los escritos de Aristóteles y otros. Fue abandonado en el medievo cuando la Iglesia transformó la lógica formal de Aristóteles en un dogma rígido y sin vida, y no reaparece hasta que Kant lo devuelve a un sitio de honor. No obstante, con Kant la dialéctica no recibió un desarrollo adecuado. Correspondió a Hegel llevar la ciencia del pensamiento dialéctico a su punto álgido.

 

La grandeza de Hegel se ve en el hecho de que él en solitario estaba dispuesto a retar a la filosofía dominante del mecanicismo. La filosofía dialéctica de Hegel trata de procesos, no de acontecimientos aislados. Trata de cosas vivas, no muertas, interrelacionadas, no aisladas una de otra. Esta es una manera increíblemente moderna y científica de interpretar el mundo. En muchos aspectos, Hegel estaba muy por delante de su época. Pero en última instancia, la filosofía hegeliana, pese a sus muchas intuiciones brillantes, era poco satisfactoria. Su principal defecto consistía precisamente en su idealismo, que le impidió aplicar el método dialéctico al mundo real de una forma científica consecuente. En vez del mundo de la materia, tenemos el mundo de la Idea Absoluta, donde las cosas reales, los procesos y las personas son sustituidos por sombras insustanciales. En palabras de Federico Engels, la dialéctica hegeliana fue el aborto más colosal de toda la historia de la filosofía. Aquí, las ideas correctas aparecen cabeza abajo. Para poner la dialéctica sobre cimientos firmes, era necesario poner a Hegel patas arriba para transformar la dialéctica idealista en materialismo dialéctico. Este fue el gran logro de Carlos Marx y Federico Engels. Nuestro estudio comienza con una breve descripción de las ideas básicas de la dialéctica materialista elaborada por ellos.

 

Primera parte: Razón y sinrazón 
3 . Materialismo dialéctico (1)

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