"El hombre está totalmente loco. No sabría cómo
crear un gusano, y crea dioses por docenas".
(Montaigne.)
"Toda mitología supera, domina y transforma las
fuerzas de la naturaleza en la imaginación y mediante la
imaginación; por lo tanto desaparece con la llegada de la
auténtica dominación sobre ellas".
(Marx.)
Los animales no tienen religión y, en el pasado, se decía
que esto constituía la principal diferencia entre humanos y "brutos". Pero
eso es sólo otra forma de decir que únicamente los seres humanos poseen
conciencia en el sentido pleno de la palabra. En los últimos años ha
habido una reacción contra la idea del Hombre como Creación única y
especial. Indudablemente esto es correcto en el sentido de que los humanos
evolucionaron de los animales y, en muchos aspectos, siguen siendo
animales. No sólo compartimos muchas de las funciones corporales con otros
animales, sino que la diferencia genética entre humanos y chimpancés es
menor del dos por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las
tonterías de los creacionistas.
Las últimas investigaciones con los chimpancés bonobos
han demostrado fuera de toda duda que los primates más afines a los
humanos son capaces de un nivel de actividad mental similar en algunos
aspectos al de un niño. Esto demuestra claramente el parentesco entre
seres humanos y los primates más superiores, pero aquí la analogía empieza
a resquebrajarse. Pese a todos los esfuerzos de los experimentadores, los
bonobos cautivos no han sido capaces de hablar ni labrar una herramienta
de piedra remotamente similar a los utensilios más simples creados por los
homínidos primitivos. La diferencia genética del dos por ciento que separa
a los humanos de los chimpancés marca el salto cualitativo del animal al
humano. Esto se logró no por obra y gracia de un Creador, sino por el
desarrollo del cerebro a través del trabajo manual.
La destreza para hacer incluso las herramientas de piedra
más simples implica un nivel muy alto de habilidad mental y pensamiento
abstracto. El poder seleccionar la piedra correcta rechazando otras,
elegir el ángulo correcto para golpear y usar la cantidad de fuerza
precisa, estas son acciones intelectuales altamente complicadas. Requieren
un grado de planificación y previsión que no se encuentra ni en los
primates más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de
herramientas de piedra no fue el resultado de una planificación
consciente, sino algo impuesto a los ancestros del hombre por necesidad.
No fue la conciencia la que creó la humanidad, sino las condiciones
necesarias para la existencia humana que condujeron a un cerebro más
grande, al habla y a la cultura, incluida la religión.
La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente
vinculada a la necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos que
descubrieron el uso de raspadores de piedra para descuartizar animales
muertos con pieles gruesas obtuvieron una considerable ventaja sobre
aquellos que no tuvieron acceso a esta fuente abundante de grasas y
proteínas. Los que perfeccionaron sus herramientas de piedra y
descubrieron los mejores yacimientos tuvieron más posibilidades de
sobrevivir que los que no lo hicieron. Con el desarrollo de la técnica
vino la expansión de la mente y la necesidad de explicar los fenómenos
naturales que gobernaban sus vidas. A través de millones de años, mediante
aproximaciones sucesivas, nuestros antepasados comenzaron a establecer
ciertas relaciones entre las cosas. Empezaron a hacer abstracciones, esto
es, a generalizar a partir de la experiencia y de la práctica.
Durante siglos, la cuestión central de la filosofía ha
sido la relación entre el pensamiento y el ser. La mayoría de las personas
pasan sus vidas felizmente sin siquiera contemplar este problema. Piensan
y actúan, hablan y trabajan sin la menor dificultad. Más aún, ni se les
ocurriría considerar incompatibles las dos actividades humanas más
básicas, que en la práctica son inseparables. Si excluimos reacciones
simples biológicamente determinadas, incluso la acción más elemental exige
un cierto grado de pensamiento. En cierto modo, esto es verdad no sólo en
el ámbito humano sino también en el animal (pensemos en un gato apostado
en espera de un ratón). No obstante, el tipo de pensamiento y
planificación en el hombre tiene un carácter cualitativamente superior que
cualquiera de las actividades mentales de incluso los simios más
avanzados.
Este hecho está estrechamente vinculado a la capacidad
del pensamiento abstracto, que permite a los humanos ir mucho más allá de
la situación inmediata dada por nuestros sentidos. Podemos imaginar
situaciones, no sólo en el pasado (los animales también tienen memoria,
como el perro, que tiembla a la vista de un garrote) sino también en el
futuro. Podemos predecir situaciones complejas, planificar y, así,
determinar el resultado y, hasta cierto punto, controlar nuestros
destinos. Aunque normalmente no pensamos en ello, esto representa una
conquista colosal que separa a la humanidad del resto de la naturaleza.
"Lo típico del razonamiento humano", dice el profesor Gordon Childe, "es
que puede ir muchísimo más lejos de la situación actual, presente, que el
razonamiento de cualquier otro animal".6 De esta capacidad nacen todas las
múltiples creaciones de la civilización, la cultura, el arte, la música,
la literatura, la ciencia, la filosofía, la religión. También damos por
supuesto que todo esto no cae del cielo, sino que es el producto de
millones de años de desarrollo.
El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a. de J. C.), en
una deducción brillante, afirmó que el desarrollo mental del hombre
dependía de la emancipación de las manos. Engels, en su importante
artículo El papel del trabajo en la transición del mono al hombre,
demostró la forma exacta en que se logró esta transición. Demostró que la
postura vertical, la liberación de las manos para el trabajo, la forma de
la mano con el pulgar opuesto a los otros dedos de forma que permitía
agarrar… fueron las precondiciones fisiológicas para la manufactura de
herramientas, que a su vez fue el principal estímulo para el desarrollo
del cerebro. Incluso el habla, que es inseparable del pensamiento, surge
de las exigencias de la producción social, la necesidad de realizar
funciones complicadas por la vía de la cooperación. Estas teorías de
Engels se han visto confirmadas brillantemente por los últimos
descubrimientos de la paleontología, que demuestran que los simios
homínidos aparecieron en África bastante antes de lo que se había pensado
previamente, y que tenían cerebros no más grandes que los de un chimpancé
moderno. Es decir, el desarrollo del cerebro vino después de la producción
de herramientas y como consecuencia de la misma. Así, no es verdad que "En
el principio la Palabra existía", sino en frase del poeta alemán Goethe
"En el principio el Hecho existía".
La habilidad de engarzarse en pensamientos abstractos es
inseparable del habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe
comenta:
"El razonamiento y todo lo que podemos llamar
pensamiento, inclusive el del chimpancé, hace intervenir en las
operaciones mentales lo que los psicólogos llaman imágenes. Una imagen
visual, la representación mental de una banana, por ejemplo, ha de ser
siempre la representación de una banana determinada en un conjunto
determinado. Una palabra, por el contrario, según lo explicado, es más
general y abstracta, pues ha eliminado precisamente esos rasgos
accidentales que dan individualidad a cualquier banana real. Las imágenes
mentales de las palabras (representaciones del sonido o de los movimientos
musculares que intervienen en su pronunciación) constituyen ‘fichas’ muy
cómodas en el proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda posee
necesariamente esa cualidad de abstracción y generalidad que parece faltar
en el pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo mismo que hablar,
sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el chimpancé nunca va más
allá de: ‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el instrumento social
denominado lenguaje ha contribuido a lo que se denomina con
grandilocuencia ‘la emancipación del hombre de la esclavitud de lo
concreto’".7
Los humanos primitivos, después de un largo período de
tiempo, formaron la idea general de, por ejemplo, una planta o un animal.
Esto surgió de la observación concreta de muchas plantas y animales
particulares. Pero cuando llegamos al concepto general de "planta", ya no
vemos delante de nosotros esta o aquella flor o arbusto, sino lo que es
común a todos ellos. Comprendemos la esencia de una planta, su ser
interior. Comparado con esto, los rasgos peculiares de plantas
individuales parecen secundarios e inestables. Lo que es permanente y
universal está contenido en la concepción general. Jamás podemos ver una
planta como tal, opuesta a flores y arbustos particulares. Es una
abstracción de la mente. Sin embargo, es una expresión más profunda y
verdadera de lo que es esencial a la naturaleza de la planta, cuando se la
despoja de todos los rasgos secundarios.
No obstante, las abstracciones de los humanos primitivos
distan mucho de tener un carácter científico. Eran exploraciones
tentativas, como las impresiones de un niño: suposiciones e hipótesis, a
veces incorrectas, pero siempre audaces e imaginativas. Para nuestros
antepasados remotos, el sol era un ser supremo que unas veces les
calentaba y otras les quemaba. La tierra era un gigante adormecido. El
fuego era un animal feroz que les mordía cuando lo tocaban. Los humanos
primitivos experimentaron los truenos y los relámpagos. Esto les habrá
asustado, como todavía hoy asusta a los animales y a las personas. Pero, a
diferencia de los animales, los humanos buscaron una explicación general
del fenómeno. Dada la ausencia de cualquier conocimiento científico, la
explicación era, inevitablemente, una sobrenatural: algún dios golpeando
un yunque con su martillo. Para nosotros, semejantes explicaciones
resultan simplemente divertidas, como las explicaciones ingenuas de los
niños. No obstante, en ese período eran hipótesis extraordinariamente
importantes —un intento de encontrar una causa racional para el fenómeno,
distinguiendo entre la experiencia inmediata y lo que había detrás de
ella—.
La forma más característica de las religiones primitivas
es el animismo —la noción de que todo objeto, animado o inanimado, posee
un espíritu—. Vemos el mismo tipo de reacción en un niño cuando pega a una
mesa contra la que se ha golpeado la cabeza. De la misma manera, los
humanos primitivos y ciertas tribus de hoy piden perdón a un árbol antes
de talarlo. El animismo pertenece a un período en que la humanidad aún no
se había separado plenamente del mundo animal y de la naturaleza. La
proximidad de los humanos al mundo de los animales está demostrada por la
frescura y belleza del arte rupestre, donde los caballos, ciervos y
bisontes están pintados con una naturalidad que ningún artista moderno es
capaz de lograr. Se trata de la infancia de la raza humana, que ha
desaparecido y nunca volverá. Tan sólo podemos imaginar la psicología de
nuestros antepasados remotos. Pero mediante una combinación de los
descubrimientos de la paleontología y la antropología es posible
reconstruir, por lo menos a grandes rasgos, el mundo del que hemos
surgido.
En su estudio antropológico clásico de los orígenes de la
magia y la religión, Sir James Frazer escribe:
"El salvaje concibe con dificultad la distinción entre lo
natural y lo sobrenatural, comúnmente aceptada por los pueblos ya más
avanzados. Para él, el mundo está funcionando en gran parte merced a
ciertos agentes sobrenaturales que son seres personales que actúan por
impulsos y motivos semejantes a los suyos propios y, como él, propensos a
modificarlos por apelaciones a su piedad, a sus deseos y temores. En un
mundo así concebido no ve limitaciones a su poder de influir sobre el
curso de los acontecimientos en beneficio propio. Las oraciones, promesas
o amenazas a los dioses pueden asegurarle buen tiempo y abundantes
cosechas; y si aconteciera, como muchas veces se ha creído, que un dios
llegara a encarnarse en su misma persona, ya no necesitaría apelar a seres
más altos. Él, el propio salvaje, posee en sí mismo todos los poderes
necesarios para acrecentar su propio bienestar y el de su prójimo".8
La noción de que el alma existe separada y aparte del
cuerpo viene directamente de los tiempos más remotos del salvajismo. El
origen de esta idea es evidente. Cuando dormimos, el alma parece abandonar
el cuerpo y vagar en nuestros sueños. Por extensión, la similitud entre la
muerte y el sueño ("gemelo de la muerte" como lo llamó Shakespeare)
sugiere la idea de que el alma podría seguir existiendo después de la
muerte. Así fue como los humanos primitivos concluyeron que había algo
dentro de ellos que estaba separado de sus cuerpos. Este es el alma, que
manda sobre el cuerpo y puede hacer todo tipo de cosas increíbles, incluso
cuando el cuerpo está dormido. También observaron cómo palabras llenas de
sabiduría provenían de las bocas de los ancianos y concluyeron que,
mientras que el cuerpo perece, el alma sigue viviendo. Para gente
acostumbrada a la idea de la migración, la muerte era vista como la
migración del alma, la cual necesitaba comida y utensilios para el
viaje.
Al principio estos espíritus no tenían una morada fija.
Simplemente erraban, la mayoría de las veces causando molestias, lo cual
obligaba a los vivientes a hacer todo lo que podían por deshacerse de
ellos. He aquí el origen de las ceremonias religiosas. Finalmente, surgió
la idea de que mediante la oración podría conseguirse la ayuda de estos
espíritus. En esta etapa, la religión (magia), el arte y la ciencia no se
diferenciaban. No teniendo los medios para conseguir un auténtico poder
sobre el medio ambiente, los humanos primitivos intentaron obtener sus
fines por medio de una relación mágica con la naturaleza y, así, someterla
a su voluntad.
La actitud de los humanos primitivos hacia sus
dioses-espíritus y fetiches era bastante práctica. La intención de los
rezos era obtener resultados. Un hombre haría una imagen con sus propias
manos y se postraría ante ella. Pero si no conseguía el resultado deseado,
la maldecía y la golpeaba, para obtener mediante la violencia lo que no
consiguió con súplicas. En este mundo extraño de sueños y fantasmas, este
mundo de religión, la mente primitiva veía cada acontecimiento como la
obra de espíritus invisibles. Cada arbusto y riachuelo eran una criatura
viviente, amistosa u hostil. Cada suceso fortuito, cada sueño, dolor o
sensación, estaba causado por un espíritu. Las explicaciones religiosas
llenaban el vacío que dejaba la falta de conocimiento de las leyes de la
naturaleza. Incluso la muerte no era vista como un evento natural, sino
como el resultado de alguna ofensa causada a los dioses.
Durante la mayor parte de la existencia de la raza
humana, las mentes de los hombres y las mujeres han estado llenas de este
tipo de cosas. Y no sólo en lo que a la gente le gusta considerar como
sociedades primitivas. El mismo tipo de creencias supersticiosas continúan
existiendo hoy por hoy, aunque con diferente disfraz. Bajo la fina capa de
la civilización se esconden tendencias e ideas irracionales primitivas que
tienen su raíz en un pasado remoto que ha sido medio olvidado, pero que no
está todavía superado. Tampoco estarán desarraigadas definitivamente de la
conciencia humana hasta que los hombres y las mujeres establezcan un firme
control sobre sus condiciones de existencia.
La división del trabajo
Frazer señala que la división entre trabajo manual y
mental en la sociedad primitiva está invariablemente vinculada a la
formación de una casta de sacerdotes, hechiceros o magos:
"El progreso social, según creemos, consiste
principalmente en una diferenciación progresiva de funciones; dicho más
sencillamente, en una división del trabajo. La obra que en la sociedad
primitiva se hace por todos igual y por todos igualmente mal o muy cerca
de ello, se distribuye gradualmente entre las diferentes clases de
trabajadores, que la ejecutan cada vez con mayor perfección; y así, tanto
más cuanto que los productos materiales o inmateriales de esta labor
especializada van siendo gozados por todos, la sociedad en conjunto se
beneficia de la especialización creciente. Ahora, ya, los magos o
curanderos aparecen constituyendo la clase profesional o artificial más
antigua en la evolución de la sociedad, pues hechiceros se encuentran en
cada una de las tribus salvajes conocidas por nosotros, y entre los más
incultos salvajes, como los australianos aborígenes, es la única clase
profesional que existe".9
El dualismo que separa el alma del cuerpo, la mente de la
materia, el pensamiento del hecho, recibió un fuerte impulso con el
desarrollo de la división del trabajo en una etapa dada de la evolución
social. La separación entre trabajo mental y manual es un fenómeno que
coincide con la división de la sociedad en clases. Señaló un gran avance
en el desarrollo humano. Por primera vez, una minoría de la sociedad fue
liberada de la necesidad de trabajar para obtener los medios básicos de la
existencia. La posesión de la mercancía más apreciada, el ocio, significó
que los hombres podían dedicar sus vidas al estudio de las estrellas. Como
el filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach explica, la ciencia
teórica auténtica comienza con la cosmología:
"El animal es sólo sensible al rayo de luz, que
inmediatamente afecta a la vida; mientras que el hombre percibe la luz,
para él físicamente indiferente de la estrella más remota. Tan sólo el
hombre posee pasiones y alegrías desinteresadas y puramente intelectuales;
sólo el ojo del hombre mantiene festivales teóricos. El ojo que contempla
los cielos estrellados, que medita sobre aquella luz, al mismo tiempo
inútil e inocua, no teniendo nada en común con la tierra y sus necesidades
—este ojo ve en aquella luz su propia naturaleza, sus propios orígenes—.
El ojo es celestial por su propia naturaleza. De aquí que el hombre se
eleva por encima de la tierra sólo con el ojo; de aquí que la teoría
comienza con la contemplación de los cielos. Los primeros filósofos eran
astrónomos".10
Aunque en esta etapa temprana esto todavía estaba
mezclado con la religión y los requerimientos e intereses de una casta
sacerdotal, también significó el nacimiento de la civilización humana.
Aristóteles ya lo había entendido cuando escribió:
"Además, estas artes teóricas evolucionaron en lugares
donde los hombres tenían un superávit de tiempo libre: por ejemplo, las
matemáticas tienen su origen en Egipto, donde una casta sacerdotal gozaba
del ocio necesario".11
El conocimiento es una fuente de poder. En cualquier
sociedad en que el arte, la ciencia y el gobierno son el monopolio de unos
pocos, esa minoría usará y abusará de su poder en su propio beneficio. La
inundación anual del Nilo era un asunto de vida o muerte para los
egipcios, cuyas cosechas dependían de ello. La pericia de los sacerdotes
en Egipto para predecir, sobre las bases de observaciones astronómicas,
cuándo se desbordaría el Nilo, debió de haber incrementado enormemente su
prestigio y poder sobre la sociedad. El arte de escribir, una invención
muy poderosa, era el secreto celosamente guardado de la casta
sacerdotal:
"Sumeria descubrió la escritura; los sacerdotes sumerios
hicieron conjeturas acerca de que el futuro pudiera estar escrito por
algún procedimiento oculto en los acontecimientos que tenían lugar
alrededor nuestro en el presente. Hasta llegaron a sistematizar esta
creencia, mezclando elementos mágicos y racionales".12
La posterior profundización de la división del trabajo
hizo surgir un abismo insalvable entre la elite intelectual y la mayoría
de la humanidad, condenada a trabajar con sus propias manos. El
intelectual, sea sacerdote babilonio o físico teórico moderno, sólo conoce
un tipo de trabajo, el trabajo mental. En el curso de milenios, la
superioridad de este último sobre el trabajo manual "crudo" ha echado
raíces profundas y ha adquirido la categoría de prejuicio. Lenguaje,
palabras y pensamientos se han dotado de poderes místicos. La cultura se
ha vuelto el monopolio de una elite privilegiada, que guarda celosamente
sus secretos, usando y abusando de su posición en su propio interés.
En la antigüedad, la aristocracia intelectual no hizo
ningún intento de ocultar su desprecio por el trabajo físico. El siguiente
extracto de un texto egipcio conocido como La sátira sobre los oficios,
escrito alrededor del 2.000 a. de J. C., se supone que consiste en la
exhortación de un padre a su hijo, al que quiere enviar a la Escuela de
Escribanos para entrenarse como escriba:
"He visto cómo se maltrata al hombre que trabaja
—deberías de poner tu corazón en la búsqueda de la escritura—. He
observado cómo uno podría ser rescatado de sus deberes —¡presta oídos! no
hay nada que supere a la escritura—. (…)
"He visto al metalúrgico trabajando en la boca del horno.
Sus dedos eran similares a cocodrilos; olía peor que una hueva de pescado.
(…)
"El pequeño constructor lleva barro. (…) Está más sucio
que las viñas o los cerdos de tanto pisotear el barro. Su ropa está tiesa
de la arcilla. (…)
"El fabricante de flechas, él es muy infeliz cuando entra
en el desierto [en busca de pedernal]. Más grande es lo que da a su burro
que lo que posteriormente [vale] su trabajo. (…)
"El lavandero que lava ropa en la orilla [del río] es el
vecino del cocodrilo. (…)
"¡Presta oídos! No hay ninguna profesión sin patrón
—excepto para el escriba: él es el patrón—. (…)
"¡Presta oídos! No hay ningún escriba al que le falte
comida de la propiedad de la Casa del Rey —¡vida, prosperidad, salud!—.
(…) Su padre y su madre alaban a dios, puesto que él está en el sendero de
los vivientes. ¡Contempla estas cosas! —yo [las he puesto] ante ti y ante
los hijos de tus hijos—".13
La misma actitud prevalecía entre los griegos:
"Lo que se llama las artes mecánicas", dice Jenofonte,
"lleva un estigma social y con razón son despreciadas en nuestras
ciudades, puesto que estas artes dañan los cuerpos de los que trabajan en
ellas o de los que actúan como capataces, condenándoles a una vida
sedentaria de puertas adentro y, en algunos casos, a pasar todo el día al
lado de la chimenea. Esta degeneración física asimismo da pie a un
deterioro del alma. Además, los que trabajan en estos oficios simplemente
no tienen tiempo para dedicarse a los oficios de la amistad o de la
ciudadanía. Por consecuencia, son considerados como malos amigos y malos
patriotas y, en algunas ciudades, sobre todo las más guerreras, no es
legal que un ciudadano se dedique al trabajo manual".14
El divorcio radical entre el trabajo mental y manual
profundiza la ilusión de una existencia independiente de las ideas, los
pensamientos y las palabras. Este concepto erróneo es el meollo de toda
religión e idealismo filosófico.
No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen,
sino, por el contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y
semejanza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuviesen una religión,
su dios tendría alas. "La religión es un sueño en el que nuestras propias
concepciones y emociones se nos presentan como existencias separadas, como
seres al margen de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre
lo subjetivo y lo objetivo —no tiene dudas—; tiene la capacidad, no de
discernir cosas diferentes a ella misma, sino de ver sus propias
concepciones fuera de sí misma como seres independientes".15 Esto era algo
que hombres como Jenófanes de Colofón (565 hacia 470 a. de J. C.) entendió
cuando escribió: "Homero y Hesiodo han atribuido a los dioses cada acción
vergonzosa y deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el
engaño (…) Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los
tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (…) Si los animales
pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los bueyes
también harían dioses a su propia imagen".16
Los mitos de la Creación que existen en casi todas las
religiones inevitablemente toman sus imágenes de la vida real, por
ejemplo, la imagen del alfarero que da forma a la arcilla amorfa. En la
opinión de Gordon Childe, la historia de la Creación en el primer libro
del Génesis refleja el hecho de que en Mesopotamia la tierra estaba
separada de las aguas "en el Principio", pero no mediante la intervención
divina:
"La tierra sobre la cual las grandes ciudades de
Babilonia se alzarían, tenía que crearse en el sentido literal de la
palabra; el antepasado prehistórico de la Erech bíblica fue construido
encima de un tipo de plataforma de juncos entrecruzados sobre el barro
aluvial. El libro hebreo del Génesis nos ha familiarizado con una
tradición bastante más antigua de la condición prístina de Sumeria —un
‘caos’ en el cual las fronteras entre el agua y la tierra todavía estaban
fluidas—. Un incidente esencial en ‘la Creación’ es la separación de estos
elementos. Sin embargo, no fue ningún dios, sino los propios
proto-sumerios quienes crearon la tierra; cavaron canales para irrigar los
campos y drenar la marisma; construyeron diques y plataformas elevadas por
encima del nivel de inundación para proteger a los hombres y al ganado de
las aguas; despejaron los bosques de juncos y exploraron los canales que
los cruzaban. La persistencia tenaz del recuerdo de esta lucha es un
indicio del grado de esfuerzo que esto supuso para la los antiguos
sumerios. Su recompensa era una fuente garantizada de nutritivos dátiles,
una abundante cosecha de los campos que habían drenado y pastos
permanentes para sus rebaños".17
Los intentos más primitivos del hombre de explicar el
mundo y su lugar en él estaban mezclados con la mitología. Los babilonios
creían que el dios Marduk del Caos había creado el Orden, separando la
tierra del agua, y el cielo de la tierra. Los judíos tomaron de los
babilonios el mito bíblico de la Creación y más tarde lo transmitieron a
la cultura cristiana. La auténtica historia del pensamiento científico
empieza cuando el hombre aprende a prescindir de la mitología e intenta
obtener una comprensión racional de la naturaleza, sin la intervención de
los dioses. A raíz de este momento comienza la auténtica lucha por la
emancipación de la humanidad de la esclavitud material y espiritual.
El advenimiento de la filosofía representa una auténtica
revolución en el pensamiento humano. Esto, al igual que tantos otros
elementos de la civilización moderna, se lo debemos a la Grecia antigua.
Si bien es verdad que los indios y los chinos, y más tarde los árabes,
también hicieron avances importantes, fueron los griegos quienes llevaron
la filosofía y la ciencia a su punto álgido antes del Renacimiento. La
historia del pensamiento griego en los 400 años desde mediados del siglo
VII a. de J. C. constituye una de las páginas más imponentes en los anales
de la historia humana.
Materialismo e idealismo
Toda la historia de la filosofía desde los griegos hasta
el presente consiste en una lucha entre dos escuelas de pensamiento
diametralmente opuestas —el materialismo y el idealismo—. Aquí nos
encontramos con un buen ejemplo de cómo los términos empleados en la
filosofía difieren fundamentalmente del lenguaje cotidiano.
Cuando nos referimos a alguien como un "idealista"
normalmente tenemos en mente a una persona de altos ideales y moralidad
impecable. Por el contrario, se cree que un materialista es un individuo
sin principios, avaricioso y egocéntrico que ostenta un exagerado apetito
por manjares y otras cosas —en pocas palabras, un elemento harto
indeseable—.
Esto no tiene nada que ver con el materialismo e
idealismo filosóficos. En un sentido filosófico, el idealismo parte de una
visión del mundo como un mero reflejo de ideas, mente, espíritu o, más
correctamente, de la Idea, que existía antes del mundo físico. Las cosas
materiales que conocemos mediante los sentidos, según esta escuela, son
sólo copias imperfectas de esta Idea perfecta. El abogado más consecuente
de esta filosofía en la antigüedad era Platón. No obstante, Platón no
inventó el idealismo, que ya existía antes de él.
Los pitagóricos creían que la esencia de todas las cosas
era el Número (una opinión aparentemente compartida por algunos
matemáticos modernos). Mostraban un desprecio al mundo material en general
y al cuerpo humano en particular, siendo visto este como una prisión en
donde el alma estaba atrapada. La comparación entre esta visión y la de
los monjes medievales resulta llamativa. De hecho, es probable que la
Iglesia se apropiara de muchas de las ideas de los pitagóricos, platónicos
y neoplatónicos. Esto no es sorprendente. Todas las religiones se basan
necesariamente en una visión idealista del mundo. La diferencia reside en
que la religión apela a las emociones y pretende ofrecer una comprensión
intuitiva y mística del mundo ("la Revelación"), mientras que la mayoría
de los filósofos idealistas intenta demostrar sus teorías mediante
argumentos lógicos.
No obstante, en el fondo, las raíces de todo idealismo
son religiosas y místicas. El desdén hacia el "crudo mundo material" y la
elevación de lo "Ideal" nace del fenómeno que acabamos de considerar en
relación a la religión. No es ningún accidente que el idealismo platónico
surja en Atenas en un momento en que el sistema de la esclavitud alcanza
su punto álgido. El trabajo manual en aquel entonces era visto en el
sentido más literal de la palabra como el sello de la esclavitud. El único
trabajo digno de respeto era el trabajo intelectual. En esencia, el
idealismo filosófico es un producto de la división extrema entre el
trabajo mental y manual que ha existido desde el amanecer de la historia
escrita hasta el día de hoy.
Sin embargo, la historia de la filosofía occidental no
empieza con el idealismo, sino con el materialismo, que afirma
precisamente lo contrario: que el mundo material que conocemos y
exploramos mediante la ciencia es real; que el único mundo real es el
material; que los pensamientos, ideas y sensaciones son el producto de la
materia organizada de una forma determinada (un sistema nervioso y un
cerebro); que el pensamiento no puede derivar sus categorías a partir de
sí mismo, sino sólo a partir del mundo objetivo que se nos da a conocer a
través de nuestros sentidos.
Los primeros filósofos griegos se conocen como los
"hilozoistas" (del griego "los que creen que la materia está viva"). He
aquí una larga línea de héroes y pioneros del pensamiento humano. Los
griegos descubrieron que el mundo era redondo mucho antes que Colón.
Explicaron que los seres humanos habían evolucionado de los peces mucho
antes que Darwin. Hicieron unos descubrimientos extraordinarios en el
campo de las matemáticas, especialmente la geometría, que no avanzaron
mucho en los siguientes 1.500 años. Inventaron la mecánica e, incluso,
construyeron una máquina de vapor. Lo que es increíblemente nuevo en esta
manera de interpretar el mundo es que no era religiosa. En contraste con
los egipcios y babilonios, de quienes habían aprendido bastante, los
pensadores griegos no recurren a los dioses y las diosas para explicar los
fenómenos de la naturaleza. Por primera vez, el hombre intentó explicar el
funcionamiento de la naturaleza puramente en términos de la naturaleza.
Esta es una de las grandes revoluciones del pensamiento humano. La
auténtica ciencia comienza aquí.
Aristóteles, el más grande de los filósofos de la
antigüedad, puede ser considerado como materialista, aunque no era tan
consecuente como los primeros hilozoistas. Hizo una serie de
descubrimientos científicos importantes que formaron la base para los
grandes logros de la ciencia griega del período alejandrino. La edad
media, que surgió del colapso de la antigüedad, fue un desierto en el que
el pensamiento científico languideció durante siglos. No por casualidad
este fue un período dominado por la Iglesia. La única filosofía permitida
fue el idealismo, fuese como una caricatura de Platón o como una
distorsión peor todavía de Aristóteles.
La ciencia resurgió triunfante en el período del
Renacimiento. Fue obligada a llevar a cabo una batalla feroz contra la
influencia de la religión (por cierto, no sólo la católica, sino también
la protestante). Muchos mártires pagaron con su vida el precio de la
libertad científica. Giordano Bruno fue quemado vivo. La Inquisición juzgó
a Galileo dos veces, obligándole a renunciar a sus opiniones bajo amenaza
de tortura.
La tendencia filosófica dominante del Renacimiento fue el
materialismo. En Inglaterra, éste tomó la forma del empirismo, que afirma
que todo conocimiento es derivado de los sentidos. Los pioneros de esta
escuela eran Francis Bacon (1561-1626), Thomas Hobbes (1588-1679) y John
Locke (1632-1704). La escuela materialista emigró de Inglaterra a Francia
donde adquirió un contenido revolucionario. En manos de Diderot, Rousseau,
Holbach y Helvetius, la filosofía se convirtió en un instrumento para
criticar la sociedad existente en su conjunto. Estos grandes pensadores
prepararon el camino del derrumbamiento revolucionario de la monarquía
feudal en 1789-93.
Las nuevas opiniones filosóficas estimularon el
desarrollo de la ciencia, el experimento y la observación. El siglo XVIII
fue testigo de un gran avance en las ciencias, sobre todo la mecánica.
Pero este hecho tenía no sólo un lado positivo sino también otro negativo.
El viejo materialismo del siglo XVIII era estrecho y rígido, reflejando el
desarrollo limitado de la propia ciencia. Newton expresó las limitaciones
del empirismo con su célebre frase "yo no hago hipótesis". Esta postura
mecanicista y unilateral al fin y al cabo resultó ser fatal para el viejo
materialismo. Paradójicamente, son los filósofos idealistas los que
realizan los grandes avances filosóficos después de 1700.
Bajo el impacto de la revolución francesa, el idealista
alemán Immanuel Kant (1724-1804) sometió toda la filosofía previa a una
crítica a fondo. Kant hizo grandes descubrimientos no sólo en la filosofía
y la lógica, sino también en la ciencia. Su hipótesis nebular del origen
del sistema solar (a la que Laplace más tarde da una base matemática) es
ahora generalmente aceptada como correcta. En el terreno de la filosofía,
la obra maestra de Kant, La crítica de la razón pura, es la primera que
analiza las formas de la lógica que permanecían prácticamente sin cambiar
desde que Aristóteles las desarrolló. Kant demuestra las contradicciones
implícitas en muchas de las proposiciones más fundamentales de la
filosofía. Sin embargo, no fue capaz de solucionar estas contradicciones
("Antinomias") y, finalmente, sacó la conclusión de que el verdadero
conocimiento del mundo era imposible. Si bien podemos conocer las
apariencias, nunca podremos saber cómo son las cosas "en sí mismas".
Esta idea no es nueva. Es un tema que se repite muchas
veces en la filosofía y generalmente se identifica con lo que llamamos el
idealismo subjetivo. Antes de Kant, esta idea fue defendida por el obispo
irlandés y filósofo George Berkeley y por David Hume, el último de los
empíricos ingleses clásicos. Se puede resumir el argumento de la siguiente
manera: "Yo interpreto el mundo mediante mis sentidos. Por lo tanto, todo
lo que sé que existe son las impresiones de mis sentidos. Por ejemplo,
¿puedo afirmar que esta manzana existe? No. Todo lo que puedo decir es que
la veo, la siento, la huelo, la pruebo. Por lo tanto, realmente no puedo
afirmar que el mundo material existe". La lógica del idealismo subjetivo
es que, si cierro los ojos, el mundo deja de existir. En última instancia
conduce al solipsismo (del latín, "solus ipse" para "yo sólo"), la idea de
que tan sólo yo existo.
Estas ideas nos pueden parecer absurdas, pero
curiosamente han demostrado ser persistentes. De una manera u otra, los
prejuicios del idealismo subjetivo han penetrado no sólo en la filosofía
sino también en la ciencia durante una gran parte del siglo XX. Vamos a
tratar más específicamente de esta tendencia más adelante.
La gran ruptura se produce en las primeras décadas del
siglo XIX con Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). Hegel era un
idealista alemán, un hombre de un intelecto gigantesco, que prácticamente
resume en sus escritos la totalidad de la historia de la filosofía.
Hegel demuestra que la única manera de superar las
"Antinomias" de Kant es aceptando que las contradicciones existen
realmente, no sólo en el pensamiento sino también en el mundo real. Como
idealista objetivo, Hegel rechazó el argumento del idealismo subjetivo de
que la mente humana no es capaz de conocer el mundo real. Las formas de
pensamiento han de reflejar el mundo objetivo de la manera más exacta
posible. El proceso de conocimiento consiste en una penetración cada vez
más profunda en dicha realidad, pasando de lo abstracto a lo concreto, de
lo conocido a lo desconocido, de lo particular a lo universal.
El método dialéctico del pensamiento había jugado un
papel muy importante en la antigüedad, particularmente en los aforismos
ingenuos pero brillantes de Heráclito, y también en los escritos de
Aristóteles y otros. Fue abandonado en el medievo cuando la Iglesia
transformó la lógica formal de Aristóteles en un dogma rígido y sin vida,
y no reaparece hasta que Kant lo devuelve a un sitio de honor. No
obstante, con Kant la dialéctica no recibió un desarrollo adecuado.
Correspondió a Hegel llevar la ciencia del pensamiento dialéctico a su
punto álgido.
La grandeza de Hegel se ve en el hecho de que él en
solitario estaba dispuesto a retar a la filosofía dominante del
mecanicismo. La filosofía dialéctica de Hegel trata de procesos, no de
acontecimientos aislados. Trata de cosas vivas, no muertas,
interrelacionadas, no aisladas una de otra. Esta es una manera
increíblemente moderna y científica de interpretar el mundo. En muchos
aspectos, Hegel estaba muy por delante de su época. Pero en última
instancia, la filosofía hegeliana, pese a sus muchas intuiciones
brillantes, era poco satisfactoria. Su principal defecto consistía
precisamente en su idealismo, que le impidió aplicar el método dialéctico
al mundo real de una forma científica consecuente. En vez del mundo de la
materia, tenemos el mundo de la Idea Absoluta, donde las cosas reales, los
procesos y las personas son sustituidos por sombras insustanciales. En
palabras de Federico Engels, la dialéctica hegeliana fue el aborto más
colosal de toda la historia de la filosofía. Aquí, las ideas correctas
aparecen cabeza abajo. Para poner la dialéctica sobre cimientos firmes,
era necesario poner a Hegel patas arriba para transformar la dialéctica
idealista en materialismo dialéctico. Este fue el gran logro de Carlos
Marx y Federico Engels. Nuestro estudio comienza con una breve descripción
de las ideas básicas de la dialéctica materialista elaborada por
ellos.