versión para imprimir - envía este articulo por e-mail |
ACERCA DE LA RELIGIÒN.
Por EL MILITANTE -
Friday, Nov. 25, 2005 at 9:32 AM
elmilitante_argentina@yahoo.com.ar
<= Volver
EL MILITANTE -
Versíon para imprimir
El marxismo y la religión
Autor : Alan Woods
Fecha :
( 25-Noviembre-2005 )
Categoria : Teoría
El
objetivo de los marxistas es luchar por la transformación socialista
de la sociedad. Creemos que el sistema capitalista hace tiempo
superó su utilidad histórica y se ha convertido en un sistema
monstruosamente opresivo, injusto e inhumano. El final de la
explotación y la creación de un orden mundial socialista armonioso,
basado en un plan de producción racional y democrático, será el
primer paso para la creación de una nueva forma social más elevada
en la que hombres y mujeres se relacionarán como seres humanos.
Creemos que el deber de cualquier persona es apoyar
la lucha contra un sistema que implica miseria, enfermedad, opresión
y la muerte de millones de personas en todo el mundo. Damos la
bienvenida a la participación en la lucha de toda persona
progresista, independientemente de su nacionalidad, color de piel o
creencias religiosas, y aprovechamos esta oportunidad para iniciar
un dialogo entre los marxistas y los cristianos, musulmanes y otros
grupos religiosos.
Sin embargo, para luchar por
transformar la sociedad de una manera eficaz es necesario elaborar
un programa, una política y perspectiva serias que puedan garantizar
el éxito. Creemos que sólo el marxismo (el socialismo científico) es
capaz de proporcionar esta perspectiva.
La cuestión
de la religión es compleja y se puede abordar desde diferentes
puntos de vista: histórico, filosófico, político, etc., El marxismo
empezó como una filosofía: el materialismo dialéctico. Un buen
ejemplo de esta filosofía se puede encontrar en las obras de Engels:
Anti Dühring y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica
alemana, y también en Razón y revolución que proporciona una visión
moderna de las mismas ideas. Estos textos constituyen un buen punto
de partida para clarificar la posición filosófica del marxismo con
relación a la religión.
El
materialismo filosófico y la ciencia
Los
marxistas se basan en el materialismo filosófico que niega la
existencia de cualquier ente sobrenatural o de algo externo a la
naturaleza. Hoy la propia naturaleza nos proporciona sus propias
explicaciones sobre el origen de la vida y el universo.
La ciencia ha demostrado que la humanidad ha
evolucionado ―como el resto de las especies― a lo largo de millones
de años y que la propia vida evolucionó a partir de la materia
inorgánica. No puede existir el cerebro sin un sistema nervioso
central, y no puede existir un sistema nervioso central sin un
cuerpo material, sangre, huesos, músculos, etc., Al mismo tiempo,
hay que mantener el cuerpo con comida que también procede de un
entorno material. Los últimos descubrimientos genéticos conseguidos
por el proyecto genoma humano han aportado la prueba indiscutible de
la visión materialista.
La revelación de la larga y
compleja historia del genoma, durante tanto tiempo oculta, ha
provocado discusiones sobre la naturaleza de la humanidad y el
proceso de creación. Resulta increíble que en los inicios del siglo
XXI las ideas de Darwin todavía sean desafiadas por el llamado
movimiento creacionista en EEUU el cual pretende que los escolares
estadounidenses piensen que Dios creó el mundo en seis días, al
hombre del polvo y a la primera mujer a partir de una de sus
costillas.
Los últimos descubrimientos finalmente han
demostrado lo absurdo que es el creacionismo. Han terminado con la
idea de que las especies fueron creadas por separado y el hombre,
con su alma eterna, fue creado especialmente para cantar alabanzas
al Señor. Ahora es evidente que los humanos no son creaciones
únicas. Los resultados del proyecto genoma humano demuestran de una
forma concluyente que compartimos los genes con otras especies y
estos genes tan antiguos son los que nos han ayudado a ser lo que
somos. Los humanos compartimos genes con otras especies que se
remontan a las nebulosas del tiempo. En realidad, una pequeña parte
de esta herencia genética común se puede remontar a organismos tan
primitivos como la bacteria. En muchos casos, los humanos tienen
exactamente los mismo genes que las ratas, ratones, gatos, perros e
incluso la mosca del vinagre. Los científicos han encontrado que los
humanos compartimos aproximadamente 200 genes con la bacteria. De
esta forma se ha llegado a la prueba final de la evolución. Y sin la
necesidad de intervención divina.
¿Vida después de la muerte?
A pesar de todo el avance científico ¿por qué la
religión todavía se encuentra tan arraigada en la mente de millones
de personas? La religión ofrece a los hombres y mujeres el consuelo
de una vida después de la muerte. El materialismo filosófico niega
esta posibilidad. La mente, las ideas y el alma son el producto de
la materia organizada de una forma concreta. La vida orgánica surge
en determinado momento de la vida inorgánica, e igualmente, las
formas simples de vida ―bacteria, organismos unicelulares, etc.,―
evolucionan hacia formas más complejas con una columna vertebral, un
sistema nervioso central y un cerebro.
El deseo de
vivir para siempre es tan antiguo como la propia civilización
―probablemente más antiguo―. Hay algo en nuestro ser que se resiste
a la idea de que “yo” algún día dejaré de existir. Y ciertamente,
renunciar para siempre a este maravilloso mundo, a las flores, la
luz del sol, el viento en la cara, el sonido del agua, la compañía
de los seres queridos ―entrar en un reino infinito de la nada― es
duro e incomprensible. Los humanos buscaban una comunión imaginaria
con un mundo espiritual no material donde ―pensaban― una parte de
ellos viviría para siempre. Este fue uno de los mensajes más fuertes
y duraderos de la cristiandad: “puedo vivir después de la muerte”.
El problema es que la vida que la mayoría de hombres
y mujeres viven en la sociedad actual es tan dura, insoportable o
carente de sentido, que la idea de una vida después de la muerte a
veces es la única forma de dar algún significado a la propia
existencia. Volveremos más tarde a esta cuestión tan importante.
Pero mientras, analicemos el significado exacto de la existencia de
la vida después de la muerte.
Se trata de un problema
antiguo del que se ocupó entre otros el filósofo neoplatonista
griego Plotino que señalaba lo siguiente sobre la inmortalidad:
“Ésta es inexplicable, si dices algo de ella la conviertes en
particular”. Esta misma idea se puede encontrar en los escritos
indios relacionados con el alma. Para los filósofos y teólogos el
alma es solo una “noche en la que todas las vacas son negras”, como
decía Hegel. Y en la vida cotidiana las personas hablan con
confianza del alma y la vida después de la muerte.
Se
supone que el alma es inmaterial. Pero, ¿existe vida sin materia? La
destrucción del cuerpo físico significa el final del ser individual.
Los billones de átomos individuales que forman nuestro cuerpo no
desaparecen, sino que reaparecen formando combinaciones diferentes.
En ese sentido todos somos inmortales, porque la materia no se puede
crear ni destruir. Es verdad que existen espiritualistas que
insisten en que oyen voces aunque no haya presencia de seres
físicos. La respuesta es bastante sencilla: si hay voz, debe haber
cuerdas vocales ―sino no podría existir la voz―. No se puede separar
ninguna de las manifestaciones de nuestra actividad viviente del
cuerpo material.
La idea común de la “vida después de
la muerte” es más o menos una continuación de la vida que llevamos
sobre la tierra (ya que no conocemos otra). Después el alma abandona
el cuerpo y al parecer “despierta” en una tierra maravillosa donde
milagrosamente nos unimos a nuestros seres queridos, para una vida
de goce eterno en la cual la enfermedad y la vejez desparecerán.
Basta con hacer la pregunta de una forma concreta para ver que es
imposible. Si consideramos todas las cosas que hacen que merezca la
pena vivir: buena comida, buen vino (para los ingleses una buena
taza de té cargado), cantar, bailar, abrazos, hacer el amor, etc.,
rápidamente será evidente que todas estas actividades van
inseparablemente unidas al cuerpo y sus atributos físicos. Los
pasatiempos más cerebrales como hablar, leer, escribir y pensar
están igualmente unidos a nuestros órganos corporales. Lo mismo
ocurre con la respiración o cualquier otra actividad de lo que se
llama vida.
Una existencia que carezca de todo
sufrimiento y dolor sería intolerable para los seres humanos. Un
mundo donde todo es blanco sería igual a un mundo en el que todo es
negro. Desde un punto de vista estrictamente médico el dolor tiene
una función importante. No sólo es un mal, también es un aviso de
que algo funciona mal en nuestro organismo. El dolor es parte de la
condición humana. No sólo eso: el dolor y el placer están
dialécticamente relacionados. El placer no podría existir sin el
dolor. Don Quijote explicaba a Sancho Panza que la mejor salsa era
el hambre. De la misma forma que descansamos mejor después de un
período de intenso esfuerzo.
La muerte es una parte
integral de la vida. La vida es inconcebible sin la muerte.
Comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos, por que la
vida es al mismo tiempo la muerte de billones de células y su
sustitución por otros millones de células nuevas, este proceso es el
que constituye la vida y el desarrollo humano. Sin la muerte no
puede existir la vida, el crecimiento, el cambio o el desarrollo. Al
intentar separar la muerte de la vida ―como si las dos cosas
pudieran estar separadas― se llega a un estado de absoluta
inmutabilidad, inalterabilidad y a un equilibrio estático. Este es
sólo otro sinónimo de la muerte. No puede existir vida sin cambio o
movimiento.
¿Qué hay de malo en creer en otra vida?
Podría parecer que no demasiado. Pero ¿por qué maleducar a hombres y
mujeres animándoles a construir su vida alrededor de una ilusión? En
la medida que apartamos las ilusiones, vemos el mundo como es en
realidad y como somos realmente nosotros, entonces podemos adquirir
el conocimiento necesario para cambiar el mundo y a nosotros mismos.
Lo que somos como individuos está íntimamente
relacionado con nuestros cuerpos materiales y no con una existencia
separada. Nacemos, vivimos y morimos, como los demás organismos
vivientes del universo. Cada generación debe vivir su vida y
preparar el camino para las nuevas generaciones que están destinadas
a ocupar nuestro lugar. La aspiración a la inmortalidad, el derecho
imaginario a vivir para siempre, es egoísta y poco realista. En
lugar de malgastar el tiempo intentando alcanzar “otro mundo” no
existente, es necesario esforzarse por hacer que este mundo sea un
lugar mejor para vivir. Para la gran mayoría de hombres y mujeres
que han nacido en este mundo la pregunta más correcta no es ¿hay
vida después de la muerte? sino ¿hay vida antes de la muerte?
Saber que esta vida es fugaz, que nosotros y nuestros
seres queridos no vamos a estar aquí para siempre, lejos de provocar
consternación, debería inspirarnos un amor apasionado por la vida y
un ardiente deseo de hacer todo lo mejor que podamos. Sabemos que
una flor nace sólo para marchitarse, y en cierto sentido, esta
transición de la floración es lo que da la flor una belleza trágica.
Pero también sabemos que cada primavera la naturaleza florece de
nuevo, que el eterno ciclo de nacimiento y muerte es la esencia de
todas las cosas vivientes y da a la vida su sabor agridulce, la
comedia y la tragedia, la risa y las lágrimas, que convierten a la
vida en un rico mosaico de sensaciones. Este es nuestro destino
inexcusable como seres humanos. Somos humanos y no dioses, y por lo
tanto debemos aceptar nuestra condición humana. Sobre los dioses
tenemos la desventaja de ser mortales. Pero también tenemos una gran
ventaja sobre ellos, nosotros existimos en carne y hueso, mientras
que ellos son un simple producto de la imaginación.
¿Una conclusión pesimista?
El materialismo como filosofía tiene una larga y
honorable historia. Los primeros filósofos jónicos griegos eran
todos materialistas. Según cuenta Platón, Anaxágoras ―uno de los más
destacados y tutor de Pericles― fue acusado de ateísmo. Protágoras
(415 a. C) dice con la ironía habitual de un sofista: “Con relación
a los dioses he sido incapaz de llegar a determinar su existencia o
no, tampoco su forma debido a las muchas cosas que dificultan el
logro de este conocimiento, tanto por la oscuridad de la materia
como por la brevedad de la vida humana”. Diágoras, un contemporáneo,
fue aún más allá. Cuando alguien dirigía su atención a las lápidas
votivas de un templo erigidas por los agradecidos supervivientes de
un naufragio, él respondía: “Los que se ahogaron no colocaron las
lápidas”.
¿Acaso la comprensión materialista
significa una visión de la vida pesimista o nihilista? Todo lo
contrario. La condición previa para una vida plena y satisfactoria
sobre la tierra es que adoptemos una visión real de las cosas. Una
de las visiones más humanas y sublimes de la vida es la filosofía de
Epicuro ―ese genio de la antigüedad que junto con Demócrito y
Leucipo descubrió que el mundo estaba formado por átomos―. Epicuro
(341-270 a. C.), cuya memoria ha sido calumniada durante siglos por
la Iglesia, deseaba liberar a la humanidad del tormento del miedo, y
particularmente, del miedo a la muerte. Tenía una visión alegre y
optimista de la vida. El mismo día de su muerte hizo el siguiente
comentario: “Es un buen día para morir”.
Los
estoicos, que predicaban una hermandad universal en la que todos
seríamos miembros de una gran mancomunidad, creían que, como el
universo es indestructible entonces las almas de todos los hombres
sobreviven a la muerte, pero no como individuos. Y como nada puede
ocurrirnos porque es el curso y la constitución de la naturaleza,
entonces no hay que temer la muerte. Fue un estoico el que dijo
primero que “todos los hombres son libres”. El estoicismo tuvo una
gran influencia en la cristiandad, a través de los escritos de
Epectetus y Marco Aurelio. En realidad los estoicos no crían en un
dios (utilizaban la palabra theos, pero con un sentido completamente
diferente al dios cristiano), afirmaban que el hombre sabio era
igual a Zeus. Su idea no era ir al cielo, sino vivir una buena vida
que identificaban con la apatheia, pero que no significaba apatía,
sino el control de las emociones.
Realmente, la
mayoría de las personas de la antigüedad parecía ser indiferente a
la cuestión de lo que ocurriría después de la muerte. La “vida”
después de la muerte de los griegos era un lugar particularmente
poco atractivo, gris, un mundo triste de espíritus vacilantes. Los
egipcios tenían una visión más atractiva del otro mundo, en él había
comida y vino, música, mujeres desnudas danzando, y por lo tanto
sería necesario ser abastecidos por un ejército de esclavos. Pero,
para los egipcios, el otro mundo era el monopolio de la clase
dominante, cuyas tumbas monumentales mostraba la misma riqueza
ostentosa y lujo que habían disfrutado en vida. En China y otras
sociedades clasistas primitivas, la clase dominante miraba con una
ecuanimidad sorprendente a la posibilidad de un infierno futuro
ardiente, preferían dedicarse al tranquilo goce de sus riquezas en
vida, mientras dejaban que el futuro cuidase de sí mismo. Sin
embargo, para los pobres la aceptación pasiva de un mundo de dolor y
sufrimiento en este valle de lágrimas es un precio a pagar ante la
promesa de un futuro feliz más allá de la tumba. Esta promesa ha
llevado a millones de hombres y mujeres al olvido, agotándose en una
vida de esfuerzos interminables, angustia mental y física.
A algunas personas esta situación les pude parecer
justa. Pero a nosotros nos parece más un engaño descarado. “¿Si a
las personas comunes les quitamos esta esperanza que les queda?”
Este es el argumento de los sofistas. La respuesta es: ellos
alcanzarán la verdad y la Biblia dice que la verdad nos hará libres.
Así que mientras los ojos de hombres y mujeres se dirigen al cielo,
serán incapaces de contemplar los problemas reales que les
atormentan y a sus verdaderos enemigos.
El amor a la
vida es el auténtico sello del materialismo filosófico y debe
suponer un deseo apasionado por cambiar el mundo en el que vivimos y
mejorar la vida de nuestros conciudadanos. Donde la religión enseña
a elevar la vista al cielo, el marxismo dice que luchemos por una
vida mejor sobre la tierra. Los marxistas creen que hombres y
mujeres deben luchar para transformar su vida y crear una sociedad
genuinamente humana que permita a la raza humana elevarse hasta
alcanzar su verdadera naturaleza. Creemos que los hombres y las
mujeres sólo tienen una vida y deben dedicarse a hacer esta vida
maravillosa. Luchamos por un paraíso en esta vida porque sabemos que
no hay otra. En la medida que vivimos y luchamos por un mundo mejor,
también preparamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Y
aunque cada individuo tiene una vida finita, la raza humana continua
y nuestra contribución individual a la causa de la humanidad también
puede perdurar después de que hayamos dejado de existir. Podemos
alcanzar la inmortalidad, no negando las leyes de la naturaleza,
sino perdurando en la memoria de futuras generaciones, la única
inmortalidad a la que los mortales pueden aspirar.
Hay una profunda diferencia filosófica entre el
marxismo y todas las formas de religión. ¿Eso significa que no
podemos luchar y trabajar juntos por un mundo mejor? En absoluto.
Todo el mundo tiene derecho a defender cualquier opinión. Pero esta
diferencia de opiniones ―importante desde un punto de vista
filosófico―, no nos debería impedir la unión en la lucha contra la
injusticia y la opresión terrenales. Se trata sólo de llegar a un
acuerdo en el programa básico para la transformación socialista de
la sociedad y los medios para llevarlo a la práctica. ¡Ya tendremos
tiempo suficiente para discutir las otras cuestiones!
El mundo de la religión es un mundo desconcertante,
es una impresión distorsionada de la realidad. Pero como todas las
ideas, éstas tienen su origen en el mundo real. Además, son una
expresión de las contradicciones de la sociedad de clases. Este
hecho es muy evidente en las religiones más antiguas.
El dios babilónico Marduk anunció su intención de
crear al hombre para que prestara servicio a los dioses, “para
liberarles” de las tareas más bajas relacionadas con el ritual del
templo y proporcionar comida a los dioses. En este caso encontramos
un reflejo en la religión de la realidad de la sociedad de clases,
la humanidad estaba dividida en dos clases: arriba los dioses
intocables (la clase dominante) y debajo los “canteros y dibujantes
de agua” (las clases trabajadoras). Su objetivo es dar una
justificación (religiosa) ideológica a la esclavización de la
mayoría por parte de una minoría. Y este era un hecho muy real en la
vida de todas las sociedades antiguas (y modernas): la casta
sacerdotal estaba liberada del trabajo y disfrutaba de privilegios
reales al erigirse como representantes físicos de dios sobre la
tierra.
Al escribir sobre los mitos de la creación
babilónicos (en los que se basó el primer libro del Génesis), S. H.
Hooke hace la siguiente observación: “Ya hemos visto que el mito de
Lahar y Ashnan terminó en la creación del hombre para prestar su
servicio a los dioses. Otro mito [...] describe como se creó el
hombre. Aunque el mito sumerio difiere considerablemente de la épica
de la creación babilónica, ambas versiones están de acuerdo en el
objeto para el cual fue creado el hombre, es decir, prestar sus
servicios a los dioses, cultivar la tierra y liberar a los dioses de
tener que trabajar para vivir”. (S. H. Hooke. Middle Easter
Mythology. p. 29. En la edición inglesa).
La religión
(a diferencia de la magia, el toteismo y el animismo de las primeras
sociedades sin clases) surge de la división de la sociedad en clases
antagónicas, y es una expresión de las contradicciones insolubles
que provocan esta división. En la Biblia encontramos el jardín del
edén, que expresa el sentimiento y el anhelo de haber perdido un
mundo lleno de felicidad. La religión busca superar esta
contradicción, suavizar este aguijón, reconciliar a hombres y
mujeres con la realidad de sufrimiento y explotación, y estas
calamidades se presentan como la voluntad de Dios o el resultado de
la desobediencia a Dios, o a ambos. ¡Sumisión! ¡Obediencia!
¡Sacrificio! Después todo irá bien. En realidad, la violenta
separación de la humanidad de sí misma ―esta alienación de la raza
humana, sólo se podrá superar con la abolición de la sociedad
clasista y el reestablecimiento de lazos verdaderamente humanos
entre las personas.
Esta relación psicológica entre
los seres humanos y las deidades que crean para sí mismos, nos dicen
mucho sobre la verdadera situación de la raza humana. No es un
secreto que las deidades de una sociedad determinada son un reflejo
de esa sociedad, de su modo de producción, las relaciones sociales,
la moralidad y los prejuicios. Como señalamos en Razón y Revolución:
“No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el
contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y
semejanza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuvieran una
religión, su dios tendría alas. ‘La religión es un sueño en el que
nuestras propias concepciones y emociones se nos presentan como
existencias separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La
mente religiosa no distingue entre los subjetivo y lo objetivo ―no
tiene dudas―; tiene la capacidad no de discernir cosas diferentes a
ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí misma
como seres independientes. Esto era algo que hombres como Jenófanes
de Colofón (565 a 470 a. C.) entendió cuando escribió: ‘Homero y
Hesiodo han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y
deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el engaño (...)
Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los tracios
hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (...) Si los animales
pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los
bueyes también harían dioses a su propia imagen’”. (Alan Woods y Ted
Grant. Razón y Revolución. Madrid. Fundación Federico Engels. 1995.
p. 36).
Pero estos dioses no son simples copias en
papel carbón de la realidad, es la realidad vista a través de los
anteojos de la religión ―un mundo alienado, místico, patas arriba
donde todo está al revés―. Ellos son todo lo que al hombre le
gustaría ser pero que no puede ser. Poseen todos esos atributos que
a los humanos les gustaría tener y que aspiran a tener pero no
pueden. En ese sentido, la religión representa una añoranza
inalcanzable. Pero este sentimiento religioso también contiene otro
elemento: un profundo anhelo de un mundo mejor después de la vida.
Cuando el campesino hambriento y oprimido grita a su dios, pidiendo
a gritos justicia, grita contra la injusticia, la crueldad y falta
de humanidad de este mundo.
La creencia en la
igualdad y la comunión de los creyentes, se encuentra frecuentemente
en el comunismo primitivo y también en los primeros cristianos. Los
movimientos de masas que surgieron al calor de estas creencias
durante el primer período tanto del Islam como de la cristiandad,
sacudieron el mundo. Pero, debido al escaso desarrollo de los medios
de producción, la humanidad tuvo que trabajar y sufrir otros dos mil
años de sociedad esclavista. El sueño de la igualdad y hermandad se
desvaneció. Detrás del señor ―y más tarde del capitalista― estaba no
sólo el monarca terrenal con sus soldados, el policía y el
carcelero, también estaban los policías y carceleros espirituales.
La resistencia al status quo era castigada no sólo con el fuego y la
espada, también con la excomunión y el tormento eterno. La
desesperación de no obtener justicia en el mundo real, obligaban al
hombre a pensar que la justicia se podía encontrar más allá, al otro
lado de la tumba.
Hablamos aquí de hombres, porque
durante la mayor parte de la historia escrita, la sociedad ha estado
dominada por hombres, las mujeres han sido relegadas al papel de
esclavas del esclavo. Un hombre debe servir a su señor, a su rey y a
su dios, pero una mujer debe servir a su marido, a su señor y a su
maestro. Para muchas mujeres el consuelo de la religión fue la única
manera de aliviar el intenso sufrimiento de su esclavitud. Esto
explica por qué en muchas sociedades las mujeres están tan unidas a
la religión. Sin ella, su vida sería insoportable. Es como una droga
que nubla los sentidos y los hace insensibles al sufrimiento. Pero
eso no elimina la causa del dolor ni mejora la suerte de las
mujeres. Todo lo contrario. Aunque en sus orígenes la cristiandad
ofreciera nuevas esperanzas para las mujeres y que fuera descrita,
desdeñosamente, por los romanos como “una religión de esclavos y
mujeres”, en la práctica se caracterizaba por una intensa misoginia.
El pecado original del hombre fue provocado por una mujer: Eva.
Se prohibieron las relaciones naturales entre los
hombres y las mujeres y quedaron maldecidas como un pecado mortal.
San Agustín describió el acto sexual como una “misa de perdición”.
El lugar de la mujer es sufrir en el servicio al hombre, una
situación que se expresa gráficamente en la afligida virgen María.
Sobre la tierra no se puede esperar la felicidad.
Generaciones de pensamiento religioso han puesto su
sello en la infelicidad de muchas mujeres. Y lo que se aplica a la
cristiandad también se puede aplicar a otras religiones. Hay una
antigua oración judía que dice: “Bendita vuestra destreza señor que
no me ha hecho mujer”. En determinados países musulmanes la opresión
de las mujeres ha alcanzado una forma extrema ―como es el caso de
Irán y aún peor en Afganistán―. La tradición hindú india durante
siglos ha condenado a las viudas a inmolarse en las piras funerarias
de sus maridos. La emancipación de las mujeres de su esclavitud está
en directa contradicción con la religión.
En la
mayoría de las religiones, cristianismo, islam, budismo, sikhismo
―al menos en sus orígenes― existe un elemento de crítica al mundo y
su funcionamiento, combinado con el sueño de un mundo mejor, en el
que no habrá ricos ni pobres, opresores ni oprimidos, y todos los
hombres y mujeres serán hermanos y hermanas. Tanto en las iglesias
cristianas como en las mezquitas musulmanas, esta ilusión persiste
en la “comunión” o hermandad de todos los creyentes, en la idea que
todos son “iguales a los ojos de dios” y otras cosas por el estilo.
Pero al día siguiente, el empresario rico cristiano o musulmán
volverá a explotar, robar, insultar y estafar a sus trabajadores
como lo hacía antes de la “comunión”. Cuando se menciona esta
flagrante contradicción entre la teoría y la práctica de la
religión, sacudirán tristemente la cabeza y entre dientes se culpará
a la imperfección de los seres humanos en este mundo de pecado, y
esto es muy poco consuelo para el trabajador.
Los orígenes de la
cristiandad
El papel de la religión en la
sociedad ha cambiado muchas veces a lo largo de los siglos. Es
importante comprender el origen de la evolución histórica de las
grandes religiones. Originalmente, la cristiandad y el islam eran
movimientos revolucionarios de pobres y oprimidos. Tomemos el
ejemplo de la cristiandad. Hace aproximadamente dos mil años los
primeros cristianos organizaron un movimiento de masas formado por
los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad. Como escribía
Engels. “La historia de los primeros cristianos tiene notables
puntos de semejanza con el movimiento de la clase obrera moderna...
Ambos son perseguidos y hostigados, sus seguidores son despreciados
y son objeto de leyes exclusivas, los primeros como enemigos de la
raza humana y los últimos como enemigos del estado, de la religión,
la familia y el orden social. Y a pesar de toda la persecución, de
ser espoleados por ello, ambos salen hacia delante victoriosos”.
(Marx y Engels. On the religion. P. 281. En la edición inglesa).
Los primeros cristianos eran comunistas y esto se
puede ver con claridad al leer los Hechos de los Apóstoles. El
propio Jesucristo andaba entre los pobres y desposeídos y con
frecuencia atacaba a los ricos. No es casualidad que su primer acto
al entrar en Jerusalén fuera atacar a los cambistas del templo.
También dijo que sería más fácil que un camello pasara por el ojo de
una aguja a que un rico entrara en el reino de dios. (Lucas, 18-24).
Los primeros cristianos tomaron partido por los pobres contra los
ricos y poderosos.
En la epístola de Santiago podemos
leer: “Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les
han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus
reservas y la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han
oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un
fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los
últimos tiempos?
El salario de los trabajadores que
cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les
pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos
del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en
este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados.
Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?”
(Santiago, 5-1). Esta es la voz de la lucha de clases, sin “sis” y
sin “peros”. La Biblia está llena de estas expresiones.
El comunismo de los primeros cristianos también era
palpable en sus comunidades donde toda la riqueza era un bien común.
Aquel que deseara unirse a una comunidad cristina primero debía dar
todas sus pertenencias mundanas. En los Hechos de los Apóstoles
podemos leer: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles,
a la convivencia [koinonia, es similar a comunismo], a la fracción
del pan y a las oraciones... Todos los que habían creído vivían
unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y
propiedades y repartían después el dinero entre todos según las
necesidades de cada uno”. (Hechos de los Apóstoles, 2-42).
Y de nuevo: “La multitud de los fieles tenía un solo
corazón y una sola alma. Nadie consideraba como propios sus bienes,
sino que todo lo tenían en común... Entre ellos ninguno sufría
necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían, traían
el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo
repartían según las necesidades de cada uno”. (Hechos de los
Apóstoles, 4-32).
Evidentemente este comunismo tenía
un carácter ingenuo y primitivo. Es un reflejo de los hombres y
mujeres de su tiempo, que eran personas con gran coraje que no
temieron sacrificar su vida en la lucha contra el monstruoso estado
esclavista romano. Pero este comunismo de los primeros cristianos
estaba aún en un nivel muy primitivo, comunal (reparto de la comida,
ropa, etc.,) y no un comunismo real basado en la propiedad colectiva
de los medios de producción. Al carecer de una comprensión
científica del desarrollo de la sociedad, los primeros cristianos, a
pesar de su tremendo espíritu revolucionario y heroísmo, eran
incapaces de materializar sus ideales. Su comunismo tenía un
carácter utópico y estaba condenado al fracaso.
La cristiandad y el
comunismo
En los primeros años de la iglesia sus
representantes continuaron haciéndose eco de las ideas originales
del movimiento ―comunistas―. San Clemente escribió: “El uso de todas
las cosas que se encuentran en este mundo deberían ser comunes para
todos los hombres. Sólo la iniquidad más manifiesta nos hace decir
al otro, ‘Esto me pertenece, tanto como a ti’. De aquí el origen de
la discusión entre los hombres”
Esta observación es
correcta y demuestra claramente que el origen de la lucha de clases
(“la discusión entre los hombres”) se encuentra en la existencia de
la propiedad privada. La eliminación de la discusión entre los
hombres presupone la abolición de la propiedad privada. San Basilio
el Grande planteó una idea similar: “¿Qué es eso que llamas ‘tuyo’?
¿Por qué es tuyo? ¿De quién lo has recibido? Hablas y actúas como
aquel que en una ocasión fue temprano al teatro y tomó posesión de
los asientos destinados al público restante, creía que por llegar
antes podía prohibir a las otras personas que se sentasen, pretendía
arrogarse para él el uso exclusivo de una propiedad destinada al uso
común. Y esta es precisamente la forma de actuar del rico”.
Lo mismo dice San Gregorio: “Por lo tanto, si alguien
desea convertirse en el amo de toda la riqueza, poseerla y excluir a
sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta generación, tal
desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y cruel, una
bestia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar para
su uso personal la comida de los otros compañeros”.
Y
según San Ambrosio: “La naturaleza suministra su riqueza a todos los
hombres en común. Dios ha creado todas las cosas para que todos los
seres vivientes las gocen en común, y para que la tierra se
convierta en una posesión común a todos. La propia naturaleza es la
que ha creado el derecho de la comunidad, y es la usurpación injusta
la que ha creado el derecho a la propiedad privada”.
San Gregorio el grande continúa: “La tierra en la que
han nacido es común a todos, y por lo tanto el fruto de la tierra
pertenece a todos sin distinción”. Y San Crisóstomo añade: “El rico
es un ladrón”.
Estas líneas bastan para ilustrar las
raíces revolucionarias de la cristiandad en su primera época. Los
primeros cristianos estaban dispuestos a resistir las torturas más
horribles para defender su fe, desafiar al estado, a la clase
dominante y morir en la arena. La causa de tan feroz persecución era
que este movimiento de los pobres y desposeídos representaba una
seria amenaza para el orden existente. Pero ninguno de estos métodos
represivos consiguió aplastar al movimiento que resurgía con nuevas
fuerzas de la sangre de sus mártires.
No obstante, la
ausencia de bases materiales que permitieran la introducción de una
sociedad sin clases cambió poco a poco todo en su contrario. En esas
condiciones la dirección de la iglesia, empezando por los obispos
―los tesoreros―, presionados por la clase dominante y el estado poco
a poco fueron apartándose de las creencias comunistas originales del
movimiento. Ante la imposibilidad de derrotar a los cristianos con
represión, la clase dominante cambió de táctica. Cómo el emperador
Constantino consiguió corromper a las capas superiores de la iglesia
se puede ver en el siguiente pasaje sobre la historia de la primera
iglesia. Eusebio describe el concilio de Nicea celebrado en el año
325 d. C y que estuvo presidido por el propio emperador “como
mensajero de Dios”, en estos términos:
“Las
circunstancias del banquete fueron tan espléndidas que son
indescriptibles. Los destacamentos de guardias y otras tropas
rodearon la entrada del palacio con sus espadas y entre éstos, los
hombres de Dios entraron sin temor hasta los aposentos imperiales
más íntimos. Algunos fueron los propios compañeros de mesa del
emperador, otros se reclinaron en los sofás que estaban colocados a
cada lado. Se podría llegar a pensar que esta era una imagen del
reino de Cristo, que era un sueño y no una realidad”. (T. Ware. Whe
Orthodox Church. P. 27. En la edición inglesa).
Estos
métodos les son muy familiares a los dirigentes socialdemócratas y
sindicalistas de hoy en día. Son precisamente los mismos métodos
utilizados por el sistema para atraer a los líderes reformistas del
movimiento obrero a las ideas burguesas, de esta forma los corrompen
y el sistema los absorbe. Las cabezas del movimiento son invitados a
cenas y fiestas ostentosas donde se codean con los ricos y los
famosos. Desde el concilio de Nicea la iglesia ha sido la más firme
colaboradora de la riqueza, el privilegio y la opresión.
Los primeros cristianos se negaban a reconocer el
estado o servir en el ejército. Después de este concilio todo
cambió. La iglesia se convertiría en uno de los principales pilares
del estado y perseguiría ferozmente a todos los que cuestionaban sus
nuevas doctrinas. Cuando Ario de Alejandría rechazó el credo niceno
sus seguidores (los arianos) fueron pasados por la espada. Más de
3.000 cristianos fueron asesinados por sus colegas cristianos ―más
muertos que en tres siglos de persecución romana―. Con estos medios
la Iglesia de los pobres y los oprimidos se transformó en el
vehículo principal de su esclavización.
Cómo olvidar los pecados...
y hacer dinero
Durante este período la iglesia
cristiana fue absorbida ―a través de sus capas superiores― por el
estado. En toda su historia posterior la iglesia se aprovechó de la
debilidad humana y el temor a la muerte para esclavizar la mente de
los hombres y, en este proceso, conseguir enorme poder y riquezas,
algo que contrastaba absolutamente con las enseñanzas del pobre
rebelde Galileo en cuyo nombre pretendían hablar. De ser un
movimiento revolucionario de pobres y oprimidos, se convirtió en un
baluarte de la reacción y el portavoz de los ricos y poderosos ―una
situación que ha durado hasta la actualidad―.
La
historia de la iglesia es la completa y absoluta negación de sus
primeras ideas, creencias y tradiciones. Sobre la historia del
papado de la Edad Media y el Renacimiento ―una crónica sin paralelo
de infamia y crimen― se han escrito numerosos volúmenes. Aquí nos
limitaremos a un solo ejemplo que resume la verdadera situación y
demuestra cuál es el abismo que separa la verdadera situación con
los mitos hipócritas. En el año 1517 el Papa León X publicó la Taxa
Camarae destinada a vender indulgencias y salvar almas a cambio de
una modesta suma de dinero. No existía ningún crimen por vil que
este fuese que no pudiera ser absuelto. Entre sus 35 artículos
podemos leer.
“1. El
eclesiástico que incurriere en pecado carnal, ya sea con monjas, ya
con primas, sobrinas o ahijadas suyas, ya, en fin, con otra mujer
cualquiera, será absuelto, mediante el pago de 67 libras, 12
sueldos.
2. Si el eclesiástico, además del pecado de
fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contra natura o de
bestialidad, debe pagar 219 libras, 15 sueldos. Mas si sólo hubiese
cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con
mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.
3.
El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8
sueldos.
4. La religiosa que quisiera alcanzar la
dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres
simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya fuera de su convento,
pagará 131 libras, 15 sueldos.
5. Los sacerdotes que
quisieran vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras,
1 sueldo.
6. Para todo pecado de lujuria cometido por
un laico, la absolución costará 27 libras, 1 sueldo; para los
incestos se añadirán en conciencia 4 libras.
7. La
mujer adúltera que pida absolución para estar libre de todo proceso
y tener amplias dispensas para proseguir sus relaciones ilícitas,
pagará al Papa 87 libras, 3 sueldos. En caso igual, el marido pagará
igual suma; si hubiesen cometido incestos con sus hijos añadirán en
conciencia 6 libras.
8. La absolución y la seguridad
de no ser perseguidos por los crímenes de rapiña, robo o incendio,
costará a los culpables 131 libras, 7 sueldos.
9. La
absolución del simple asesinato cometido en la persona de un laico
se fija en 15 libras, 4 sueldos, 3 dineros.
10. Si el
asesino hubiese dado muerte a dos o más hombres en un mismo día,
pagará como si hubiese asesinado a uno solo.
11. El
marido que diese malos tratos a su mujer, pagará en las cajas de la
cancillería 3 libras, 4 sueldos; si la matase, pagará 17 libras, 15
sueldos, y si la hubiese muerto para casarse con otra, pagará,
además, 32 libras, 9 sueldos. Los que hubieren auxiliado al marido a
cometer el crimen serán absueltos mediante el pago de 2 libras por
cabeza.
12. El que ahogase a un hijo suyo, pagará 17
libras, 15 sueldos (o sea 2 libras más que por matar a un
desconocido), y si lo mataren el padre y la madre con mutuo
consentimiento, pagarán 27 libras, 1 sueldo por la absolución.
13. La mujer que destruyese a su propio hijo
llevándole en sus entrañas y el padre que hubiese contribuido a la
perpetración del crimen, pagarán 17 libras, 15 sueldos cada uno. El
que facilitare el aborto de una criatura que no fuere su hijo,
pagará 1 libra menos.
14. El asesinato de un hermano,
una hermana, una madre o un padre, se pagarán 17 libras, 5 sueldos.
15.El que matase a un obispo o prelado de jerarquía
superior, pagará 131 libras, 14 sueldos, 6 dineros.
16.Si el matador hubiese dado muerte a muchos
sacerdotes en varias ocasiones, pagará 137 libras, 6 sueldos, por el
primer asesinato, y la mitad por los siguientes”.
Pero más serios que el
asesinato, la violación o el infanticidio era el atroz crimen de la
herejía, es decir, mantener ideas diferentes a las de la iglesia
oficial. Incluso si un hereje se convertía, él o ella debía todavía
pagar la suma de 269 libras, mientras que el “el hijo de un hereje
que hubiera sido quemado, ahorcado u otra forma de ejecución, no
podía ser rehabilitado excepto si pagaba 218 libras, 16 chelines y 9
peniques”. (19).
La lista continua con fraude,
contrabando, impago de las deudas, comer carne en días sagrados,
hijos bastardos de sacerdotes que deseen tomar los hábitos sagrados,
e incluso eunucos que deseen convertirse en sacerdotes (en el punto
33 se recoge que estos tenían que pagar 310 libras y 16 chelines).
A pesar de esta lista cínica de infamias, los
historiadores católicos describen al Papa León X como el
protagonista del “más brillante y quizá el período más peligroso del
pontificado en la historia de la iglesia”. (Pepe Rodríguez. Mentiras
fundamentales de la iglesia católica. Barcelona. Ediciones B. Anexo.
pp.397-400).
La religión y
la revolución
En todos los países a través de los
siglos la iglesia se ha puesto al lado de los opresores frente a los
oprimidos. Los terratenientes ingleses trabajaban en estrecha
colaboración con los predicadores protestantes. En Francia, España e
Italia, los sacerdotes eran los servidores abyectos de los
terratenientes y después de los capitalistas. Sin embargo,
frecuentemente las contradicciones de clase de la sociedad se han
expresado con el disfraz religioso, y esto no debe sorprender a
quien esté familiarizado con el materialismo histórico.
Con relación a este tema Trotsky escribía lo
siguiente: “Las ideas religiosas, como las demás, nacen en el
terreno de las condiciones materiales de la vida, es decir, ante
todo en el de los antagonismos de las clases, sólo poco a poco se
abren un camino, sobreviven, por razón del conservadurismo, a las
necesidades que las han engendrado y no desaparecen sino a
consecuencia de choques y trastornos serios”. (Trotsky. ¿Adonde va
Inglaterra?. Argentina. El Yunque editora. 1974. p. 192).
En diferentes períodos, diferentes religiones,
iglesias y sectas han jugado papeles diferentes, que, en última
instancia, reflejaban intereses de clase diferentes y antagónicos.
Los primeros movimientos de la gran rebelión contra el feudalismo
fueron desafíos al poder y la autoridad de la iglesia católica
romana, y encontraron eco entre las masas. Un historiador católico
dice que “el espíritu revolucionario de odio hacia la Iglesia y el
clero se apoderó de las masas en varias zonas de Alemania... El
grito ‘¡muerte a los curas!’ que antes se murmuraba en secreto ahora
era una consigna habitual”. (Citado por W. Manchester. A world Lit
only by Flame. P. 161. En la edición inglesa).
Las
primeras explosiones sociales como la protagonizada por los lolardos
en Inglaterra y las husitas en Alemania prepararon el camino para la
reforma de Lutero. En todos estos movimientos existió una tendencia
comunista que recordaba las primeras tradiciones de la iglesia y en
todos los casos esta tendencia fue reprimida brutalmente. Durante
las rebelión campesina de Inglaterra en 1381, el cronista Froissart
narra las actividades de un movimiento de disidentes encabezado por
John Ball, precursor de ideas comunistas con un disfraz bíblico como
se puede ver en sus famosas palabras:
“Cuando Adán
labraba y Eva hilaba
¿Quién era entonces el patrón?”
En el período de ascenso de la burguesía la
religión protestante reflejaba la rebelión de la naciente burguesía
contra el decadente feudalismo. Sin duda aquí jugó un papel
progresista. El protestantismo nació dividido en el siglo XVI. En la
agitación de estos tiempos turbulentos, surgieron nuevas sectas que
representaban las ideas y aspiraciones de diferentes clases y
subclases. Anabaptistas, menonitas, bohemios, congregacionalistas,
presbiterianos, unitarios... El sector de izquierdas representaba
una tendencia claramente comunista, como era el caso de Thomas
Müntzer y los anabaptistas en Alemania. Müntzer, un antiguo
luterano, rompió con Lutero y animó a los campesinos a levantarse
contra el orden existente. A pesar de sus actividades
revolucionarias Lutero era hostil al movimiento revolucionario de
los campesinos alemanes, aunque sus enseñanzas les habían inspirado
para entrar en acción. Lutero animó a la aristocracia a aplastar
violentamente el movimiento y se hizo. Los príncipes ‘cristianos’
asesinaron a casi 100.000 campesinos. Sólo en Sajonia asesinaron a
cinco mil hombres. Liberaron aproximadamente a trescientos sólo
después de que sus mujeres aceptaran dar una paliza a dos sacerdotes
acusados de fomentar la rebelión. El propio Müntzer fue torturado y
degollado.
Las actividades de la sagrada Inquisición
―la gestapo de la contrarreforma― es bien conocida y no merece más
comentarios. En los Países Bajos ocupados por los españoles era un
crimen capital tener la Biblia en casa. Los acusados de herejías
eran quemados vivos, aunque si confesaban y se arrepentían, la
Inquisición mostraba misericordia: los decapitaba y a las mujeres se
las quemaba vivas. Menos conocidas son las actividades de los
protestantes para sofocar la disidencia, Calvino ―que creó una
dictadura teocrática en Génova―, quemó vivo a Miguel Servet cuando
estaba a punto de descubrir la circulación sanguínea. Servet pidió
misericordia ―no por su vida― sino porque quería ser decapitado. La
petición fue denegada y estuvo en la hoguera durante hora y media.
Las revoluciones francesa e
inglesa
En la Revolución Inglesa del siglo XVII,
el ala más revolucionaria reflejaba las aspiraciones de las capas
más bajas de la sociedad, los artesanos y los trabajadores ―el
naciente proletariado―, y esto encontró su expresión en una forma
religiosa. El ala izquierda del movimiento se organizó en toda una
serie de sectas protestantes radicales y democráticas como la Quinta
Monarquía, los ranters y los anabaptistas, los niveladores y los
cavadores.
En este contexto histórico estos
movimientos tenían un carácter progresista y revolucionario.
Reflejaban los primeros avances confusos de la conciencia de una
clase que todavía no se había formado del todo. Después de la
restauración, estas tendencias radicales plebeyas reaparecieron como
disidencias religiosas. Perseguidos por la monarquía con el apoyo de
la iglesia anglicana, muchos de ellos emigraron a América, y allí
sus energías revolucionarias quedaron en un segundo lugar ante la
tarea de descubrir y colonizar un nuevo continente. Con los años sus
orígenes revolucionarios y radicales se perdieron. Algunos de ellos,
como los cuáqueros, todavía mantienen algunos elementos de sus
viejas ideas, aunque de una forma muy diluida y que no interfieren
con sus exitosos intereses empresariales. La mayoría se han
convertido en un baluarte de la reacción. En América Latina por
algún extraño capricho del destino, las sectas evangelistas se han
convertido en las tropas de choque de la reacción y los defensores
de las dictaduras militares, mientras que hasta cierto punto, al
menos la base de la iglesia Católica Romana, se ha inclinado hacia
la causa de los pobres y los oprimidos.
Durante la
revolución francesa ―más de un siglo después―, la conciencia de las
masas había avanzado a tal punto que la religión ya no jugaba ningún
papel en su pensamiento. La estrecha relación entre la iglesia y el
estado absolutista era obvia para todos. En el tormentoso período
que llevó a la toma de la Bastilla, los filósofos materialistas como
Diderot y Holbach realizaron un riguroso trabajo para demoler la
Bastilla espiritual de la religión. La revolución francesa erradicó
la raíz eclesiástica. El estado jacobino oficialmente era ateo,
aunque Robespierre intentó encubrirlo con la hoja de parra del “ser
supremo”, que no convencía a nadie excepto al propio Robespierre.
Aunque el pueblo de Francia se suponía era fervientemente católico,
la religión prácticamente desapareció en Francia después de la
revolución (excepto en los distritos más atrasados y reaccionarios
como la Vendée). En realidad, la mayoría de la población odiaba a
los curas a quienes consideraban, correctamente, agentes de la clase
dominante. Sólo a finales del siglo XIX, especialmente después de la
Comuna de París que dejó conmocionada a la burguesía francesa ésta
dio los pasos necesarios para recuperar el método reaccionario de la
religión, utilizando para este propósito trucos como los “milagros”
manufacturados de Lourdes.
En la revolución rusa las
cosas aún estaban más claras. Aunque la clase obrera rusa entró en
la escena de la historia en enero de 1905 con un cura a la cabeza y
portando iconos religiosos, todo esto desapareció rápidamente
después de la masacre del 9 de enero, cuando el zar cristiano ordenó
a sus cosacos abrir fuego contra el pueblo desarmado que había ido a
presentar una petición. A partir de este momento la religión no jugó
ningún papel en el movimiento, que estuvo organizado y dirigido por
los marxistas. Después de la victoria de la revolución de octubre el
colapso de la influencia eclesiástica fue incluso más rápido y más
completo que lo fue en Francia.
“La Iglesia ortodoxa
rusa se convertía otra vez más, sin llegar a sobreponerse a la
mitología del cristianismo primitivo, en un aparato burocrático
paralelo al del zarismo. El pope marchaba de la mano con el
terrateniente y respondía con medidas de represión a cualquier
movimiento cismático. Por tal razón se revelaron tan endebles, sobre
todo en los centros industriales, la raíces de la Iglesia ortodoxa
rusa. Separado del aparato burocrático de la Iglesia, los obreros
rusos, en su gran mayoría, como así mismo la joven generación
campesina, han apartado del mismo golpe la religión”. (Trotsky.
Ibíd. pp. 190-191).
Este es un comentario devastador
contra la forma en que el estalinismo ha retrasado la conciencia de
la sociedad, cuando inmediatamente después del colapso de la URSS
recuperó toda la antigua basura: nacionalismo, antisemitismo,
fascismo, monarquismo ―y junto con todas estas glorias del zarismo―
la religión y la superstición. Estos remanentes del barbarismo
medieval se han extendido como una plaga en el débil y destrozado
cuerpo de Rusia, mostrando a todo el mundo la verdadera naturaleza
del “mercado” y el hecho de que la burguesía en Rusia no ofrece nada
excepto la perspectiva de un declive económico, social y cultural.
La Iglesia y el socialismo
El surgimiento del movimiento obrero moderno en
la última década del siglo XIX y el período previo a la Primera
Guerra Mundial fueron para el establishment religioso todo un
desafío. Sin excepción, la iglesia se situó de parte de los
explotadores frente al socialismo y al movimiento obrero. Para
evitar la extensión de las ideas socialistas entre la clase obrera,
la Iglesia católica se dispuso a dividir el movimiento obrero con la
creación de sindicatos católicos separados, y organizaciones de
jóvenes y mujeres para competir directamente con la
socialdemocracia. La realidad es que la Iglesia copió los métodos
organizativos de la socialdemocracia.
La jerarquía
eclesiástica ―siempre tan atenta con los ricos y los poderosos―
miraban al socialismo y al movimiento obrero con sospecha y
hostilidad. El Papa León XIII en su Encíclica Rerum novarum (sobre
la “condición” de los obreros) subrayaba la hostilidad del Vaticano
hacia el socialismo.
“Los socialistas después de
excitar en los pobres el odio a los ricos, pretenden que es preciso
acabar con la propiedad privada y sustituirla por la colectiva, en
la que los bienes de cada uno sean comunes a todos, atendiendo a su
conservación y distribución los que rigen el municipio o tienen el
gobierno general del Estado. Pasados así los bienes de manos de los
particulares a las de la comunidad y repartidos, por igual, los
bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos, creen ellos que
pueden curar radicalmente el mal hoy día existente... Si un hombre
alquila a otro, su fuerza o su industria, él lo hace para recibir a
cambio los medios de subsistencia, con la intención de adquirir un
derecho real, no simplemente su salario, pero también para liberarse
de él. Invertiría este salario en tierra y eso es sólo su salario de
otra forma...
Precisamente en esto consiste, como
fácilmente entienden todos, el dominio de los bienes, muebles o
inmuebles. Por lo tanto, al hacer común toda propiedad particular,
los socialistas empeoran la condición de los obreros porque, al
quitarles la libertad de emplear sus salarios como quisiera, por
ello mismo les quitan el derecho y hasta la esperanza de aumentar el
patrimonio doméstico y de mejorar con sus utilidades su propio
estado. Los socialistas... atacan la libertad de cada asalariado,
para privarles de la libertad de disponer de sus salarios. Cada
hombre tiene, por la ley de la naturaleza, el derecho a poseer
propiedad para sí mismo...
Debe ser dentro de este
derecho de sus propias cosas, no simplemente para el uso del
momento, no simplemente las cosas que perecen con su uso, sino tales
cosas cuya utilidad es permanente y estable.
...
Siendo el hombre anterior al estado, recibió aquél de la naturaleza
el derecho de proveer a sí mismo, aun antes de que se constituyese
la sociedad... Cuando en preparar estos bienes materiales emplea el
hombre la actividad de su inteligencia y las fuerzas de su cuerpo,
por ello mismo se aplica a sí mismo aquella parte de la naturaleza
material que cultivó y en la que dejó impresa como una figura de su
propia persona: y así justamente el hombre puede reclamarla como
suya, sin que en modo alguno pueda nadie violentar su derecho...”
El papa León XIII también escribía: “La democracia
cristiana, por el mismo hecho de ser cristiana, se debe basar en los
principios de la fe divina(..) Por eso la justicia de la democracia
cristiana es sagrada. El derecho de adquirir y poseer propiedades no
se pude contradecir y se deben salvaguardar las distintas
distinciones y grados que son indispensables en cada mancomunidad
bien ordenada. Es evidente, por lo tanto, que no hay nada en común
entre la socialdemocracia y la democracia cristiana. Ambas difieren
entre sí como la secta del socialismo difiere de la Iglesia de
Cristo”.
James Connolly, ese gran marxista irlandés y
mártir revolucionario, cuyas polémicas con la Iglesia católica son
declaraciones clásicas de socialismo, comentaba lo siguiente: “Si
uno de los chicos de las escuelas públicas no entrara en razón lo
más lógico es que permaneciera en el asiento del zopenco hasta que
terminara sus días de escuela. Imaginad a un sacerdote que defiende
el sistema de arrendamiento de tierras como el padre Kane y el papa
diciendo: ‘El hombre que ha cultivado la tierra durante el invierno
y la primavera tiene el derecho a quedarse con lo que ha ganado de
su propia cosecha’, e imagina que está presentando un argumento
contra el socialismo. Los socialistas no defienden la interferencia
en el derecho de un hombre a ‘quedarse lo que ha ganado’; además
insisten enfáticamente en que a ese hombre, campesino o trabajador,
no se le debería obligar a entregar ninguna parte de lo ‘que ha
ganado’ a una clase ociosa cuyos miembros ‘no hacen ningún
esfuerzo’, y que han conseguido adueñarse de la propiedad de la
nación a través de la fuerza despiadada, el expolio y el fraude.”
(J. Connolly. Selected Writtings. pp. 78-9).
El 21 de
septiembre de 1958 el papa Pío XII escribía: “La multiplicidad de
clases sociales se corresponde plenamente con los designios del
creador”. Esto es como decir que la Iglesia considera la sociedad de
clases fija, eterna y de origen divino. Sólo hay que compararla con
las palabras de San Clemente (citada anteriormente) cuando escribía:
“El uso de todas las cosas que se encuentran en este mundo debería
ser común para todos los hombres. Sólo la injusticia [iniquidad]
manifiesta hace que uno diga al otro, ‘esto me pertenece más que a
ti’. De aquí el origen de la discusión entre los hombres”.
La postura de Pío XII es la misma que el antiguo
himno anglicano Todas las cosas brillantes y maravillosas, que
contiene las líneas bien conocidas:
“El rico en su
castillo, el pobre en su barrera:
Él [Dios] hizo lo
superior y lo humilde y ordenó su Estado”.
Esto
es absolutamente típico de la actitud de la iglesia durante siglos:
una defensa abierta del status quo y de la división de la sociedad
en clases.
Posteriormente, como resultado del
crecimiento del movimiento obrero y el irresistible movimiento en
dirección al socialismo, la Iglesia católica se ha visto obligada a
modificar su postura. El papa Juan XXIII ―el más inteligente de los
papas del siglo XX― asumió una postura más progresista. Pero bajo el
pontificado actual todo esto se ha convertido en su contrario.
La Iglesia hoy
“¿No se considera correcto apelar a los juzgados
cuando alguien te ha estafado? Pero el apóstol considera que es un
error. ¿Ofreces tu mejilla derecha cuando te golpean la izquierda o
respondes al ataque? El Evangelio lo prohíbe [...] ¿Acaso la mayoría
de los procedimientos judiciales y la ley no están relacionados con
la propiedad? Pero decís que vuestro tesoro no es de este mundo”.
(Marx y Engels. On religion. p. 35).
Las actividades
de la Iglesia en la sociedad moderna se basan en contradicciones
manifiestas y en la hipocresía. Las tradiciones revolucionarias de
los primeros cristianos no guardan absolutamente ninguna relación
con la situación actual. Desde el siglo IV a. C, cuando el
movimiento cristiano fue secuestrado por el estado y se convirtió en
un instrumento de los opresores, la Iglesia cristiana ha estado de
parte de los ricos y poderosos contra los pobres. Hoy las
principales iglesias son instituciones muy ricas, tanto en los
países musulmanes como en los cristianos.
En España
la Iglesia católica, además de su enorme riqueza en tierras,
edificios y cuentas bancarias, recibe regularmente subvenciones del
estado con los impuestos pagados por todos los ciudadanos,
independientemente de si son religiosos o no, aunque al pueblo
español nunca se le haya consultado sobre esta medida. Los mismo
ocurre en otros países donde la Iglesia ha alcanzado un acuerdo con
el estado. La religión es una violación intolerable de la
democracia. Y aunque ahora los contribuyentes españoles puede elegir
si donan su dinero a la iglesia o no, el hecho es que todavía ésta
mantiene una situación privilegiada a la hora de acceder a los
fondos públicos.
En la Edad Media la Iglesia católica
declaró la usura (el préstamo de dinero con interés) pecado mortal;
ahora el Vaticano posee su propio banco y una enorme riqueza y
poder. La iglesia en Inglaterra, aparte de numerosos intereses
empresariales, es uno de las mayores terratenientes de Gran Bretaña.
Sería fácil demostrar que ocurre lo mismo en todas partes. No es un
fenómeno limitado a la religión cristiana. El Corán también prohibía
la usura y en todos los llamados países islámicos se pueden ver
grandes bancos que son propiedad de los musulmanes. Recurren a todo
tipo de trucos para ocultar esto aunque el tipo de interés exprime a
la población de la misma forma.
Políticamente las
iglesias han respaldado sistemáticamente a la reacción. En los años
treinta los obispos católicos bendecían al ejército de Franco en su
campaña para aplastar a los trabajadores y campesinos españoles. La
prensa fascista española publicaba frecuentemente fotos de prelados
con el saludo fascista. El Papa Pío XIII apoyó a Hitler y Mussolini.
El papa guardó silencio sobre los millones que fueron exterminados
en los campos nazis, y aunque oficialmente el Vaticano se mantuvo
neutral durante la Segunda Guerra Mundial, en realidad sus simpatías
pro-nazis están bien documentadas por G. Lewy:
“Desde
el principio hasta el final del gobierno de Hitler, los obispos no
se cansaron nunca de aconsejar al fiel que aceptara su gobierno como
la autoridad legítima a quién se debía rendir obediencia [...]
Después del intento de asesinato fallido contra Hitler en Munich el
8 de noviembre de 1939, el cardenal Bertram, en nombre del
episcopado alemán, y el cardenal Faulhaber de los obispos bávaros,
enviaron telegramas de felicitación a Hitler. La prensa católica de
toda Alemania, en respuesta a las instrucciones del
Reichspresskammer, hablaba de la milagrosa providencia que había
protegido al Führer”. (G. Lewy. The catholic Church and Nazi
Germany, NY. 1965, p. 310-311).
“En los dos puntos
importantes los documentos alemanes muestran una similitud
impresionante. Por un lado, la predilección que sentía el soberano
pontificio por Alemania no parecía haber disminuido debido a la
naturaleza del régimen nazi y éste no fue repudiado hasta 1944; por
otro lado, Pío XII lo que más temía era la bolchevización de Europa
y esperaba que si la Alemania de Hitler se reconciliaba con los
aliados occidentales, entonces todos se convertirían en una muralla
frente al avance de la Unión Soviética hacia occidente”. (Saul
Freidhandler. Pío XII y el Tercer Reich. La documentación. NY. 1958.
p. 236. El subrayado es mío).
En la historia de las
ideas la iglesia siempre ha jugado el papel más reaccionario.
Galileo Galilei tuvo que retractarse de sus ideas ante las amenazas
de la Santa Inquisición. Giordano Bruno fue quemado en la hoguera.
Charles Darwin fue acosado sin piedad por el establishment religioso
en Inglaterra al atreverse a desafiar la idea de que Dios creó el
mundo en seis días.
En la actualidad la teoría de la
evolución también recibe los ataques de la derecha religiosa de
EEUU. La derecha religiosa en EEUU es un movimiento bien financiado
que predica las causas reaccionarias. Hace unos años, Nelson Bunker
Hunt, el magnate del petróleo de Texas, donó “más de diez millones
de dólares de los 1.000 millones conseguidos por el Crusade Campus
for Christ. La Fundación Cristiana para la Libertad, un ‘lobby
educativo’ creado por J. Howard Pew ―fundador de Sun Oil Company― y
otros empresarios que se adhieren al sistema de libre empresa”. Hay
otros muchos ejemplos que demuestran la estrecha relación que existe
entre la derecha religiosa y las grandes empresas. Estos ricos
empresarios no invierten estas cantidades de dinero para nada. La
religión es utilizada como un arma de la reacción.
En
el movimiento creacionista en EEUU participan millones de personas y
está ―increíblemente― encabezado por científicos, entre ellos
algunos genetistas. Esta es una expresión gráfica de las
consecuencias intelectuales de la decadencia del capitalismo. Es un
ejemplo contundente de la contradicción dialéctica del retraso de la
conciencia humana. En el país tecnológicamente más avanzado del
mundo, la mente de millones de hombres y mujeres está hundida en el
barbarismo. Su nivel de conciencia no es mucho más elevado que el de
los hombres que sacrificaban a los prisioneros de guerra a los
dioses, que se postraban ante ídolos sepultados o quemaban brujas en
la hoguera. Si este movimiento triunfara, como dijo hace poco un
científico, volveríamos a la Edad Media.
En el
terreno de la legislación social, y particularmente en los derechos
de la mujer, la Iglesia católica romana siempre ha jugado un papel
reaccionario. Todavía niega a la mujer el derecho a controlar su
propio cuerpo, niega el derecho al divorcio, a la contracepción y el
aborto. El papa Karol Wojtyla es su principal portavoz. La
persistente oposición de la iglesia a los métodos anticonceptivos
artificiales resulta sobre todo desastrosa en el SIDA. En 1999 una
encuesta entre católicos estadounidenses demostraba que el 80 por
ciento de los legos y el 50 por ciento de los sacerdotes estaban a
favor de la contracepción, en otra encuesta de la universidad de
Maryland dos tercios de los católicos reconocían que practicaban la
objeción de conciencia con relación a las ideas del Papa y hacían lo
que les dictaba su conciencia. Se podrían citar cifras similares en
el resto de países desarrollados.
En el reino de la
política el Papa es un portavoz reaccionario y un enemigo del
marxismo y el socialismo, ayudado por el poder del Opus Dei ―esa
notoria mafia católica cuyos tentáculos alcanzan cada rincón de la
vida política italiana, española o de otros países ¾ .
Lenin y la religión
Engels en su prefacio a La guerra civil en
Francia decía que: “con relación al estado la religión es un asunto
puramente privado”. Lenin escribía en 1905: “El Estado no debe tener
nada que ver con la religión, las asociaciones religiosas no deben
estar vinculadas al Poder del Estado. Toda persona debe tener plena
libertad de profesar la religión que prefiera o de no reconocer
ninguna, es decir, de ser ateo, como lo es habitualmente todo
socialista”. (Lenin. Acerca de la religión. Moscú. Editorial
Progreso. p. 6).
Sin embargo, con relación al
partido, Lenin señalaba que Engels recomendaba que el partido
revolucionario debería luchar contra la religión: “El partido del
proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto
privado; pero no considera, ni mucho menos, ‘asunto privado’ la
lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones
religiosas, etc., ¡Los oportunistas tergiversan la cuestión como si
el Partido Socialdemócrata considerase la religión un asunto
privado!” (Ibíd. pp. 25-26).
Y añadió que: “La raíz
más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión
social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total
frente a las fuerzas ciegas del capitalismo [...] Ningún folleto
educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas
aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista, y que
dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo,
mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de
modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión contra
el dominio del capital en todas sus formas”. (Ibíd. pp. 21-22).
Los marxistas han hecho todo lo posible para implicar
a todos los trabajadores en la lucha contra el capitalismo,
incluidos los que profesan una religión. No debemos interponer
barreras entre nosotros y estos trabajadores, sino animarles a que
participen activamente en la lucha de clases.
Como
vimos en 1905, la clase obrera rusa entró en la escena de la
historia con un sacerdote a la cabeza, portando en sus manos iconos
religiosos y una petición al zar ―al “padrecito de todos los
rusos”―. Desconfiaban de los revolucionarios e incluso en algunas
ocasiones les dieron una paliza. Pero todo eso cambió en
veinticuatro horas después de la masacre del 9 de enero. Los mismos
trabajadores, en la noche del nueve, se convirtieron en
revolucionarios y exigieron armas. Así es como la conciencia puede
cambiar rápidamente ¡en el fragor de los acontecimientos!
A propósito, el padre Gapon, que había organizado la
petición y la manifestación pacífica y que había trabajado para la
policía zarista, se transformó repentinamente después del domingo
sangriento. Hizo un llamamiento a los revolucionarios para derrocar
al zar e incluso en un momento determinado estuvo próximo a los
bolcheviques. Lenin no le apartó sino que intentó ganarle aunque
Gapon siguió como religioso.
La posición flexible de
Lenin se pudo comprobar cuando combatía la actitud sectaria contra
aquellos trabajadores que eran religiosos pero que participaban en
las huelgas. “En tal momento y en semejante situación [una huelga],
el predicador del ateismo sólo favorecería al cura y a los curas,
quienes lo único que desean es sustituir la división de los obreros
en huelguistas y no huelguistas por la división en creyentes y
ateos”. (Ibíd. p. 24).
Aquí está el punto central de
la cuestión. Luchamos por la unidad de las organizaciones obreras
por encima de todas las divisiones: religiosas, nacionales,
lingüísticas o raciales. Nuestra tarea es unir a todos los oprimidos
y explotados en un solo ejército contra la burguesía.
El ateísmo para los marxistas nunca ha sido una parte
del programa del partido. Este disparate siempre ha caracterizado al
anarquismo. Con frecuencia un trabajador que todavía es creyente se
acerca al movimiento, convencido de su programa general y
entusiasmado con la lucha por el socialismo, pero no está dispuesto
a renunciar a la religión. ¿Qué actitud deberíamos tomar? Por
supuesto no lo echaremos. Este trabajador no desea unirse al
movimiento para ganar conversos a la religión, sino para luchar
contra el capitalismo. Probablemente, llegará un momento en que verá
la contradicción entre su política y sus creencias religiosas y poco
a poco abandonará la religión. Pero es una cuestión delicada y no
hay que forzarla. Como explicó Lenin: “somos enemigos
incondicionales de la más mínima ofensa a sus creencias religiosas”.
(Ibíd. p. 24).
Es totalmente diferente cuando un
intelectual de clase media busca introducir confusión en la
ideología del movimiento, como era el caso cuando Lenin escribía
sobre la religión. Un grupo de bolcheviques ultraizquierdistas
(Bogdanov, Luchacharsky, etc.,) intentaban revisar el marxismo e
introducir nociones filosóficas místicas. Lenin, correctamente,
luchó contra esta tendencia.
El futuro de la religión
¿Cuál será el futuro de la religión? Sobre esta
cuestión, desde luego, habrá una profunda diferencia de opinión
entre los marxistas y los cristianos y demás religiones.
Naturalmente, no es posible mirar al futuro a través de una bola de
cristal, pero si se puede decir lo siguiente. Aunque desde un punto
de vista filosófico el marxismo es incompatible con la religión,
sobra decir que nos oponemos a cualquier intento de prohibir o
reprimir la religión. Luchamos por la libertad completa del
individuo a tener su propio creencia religiosa o ninguna.
Lo que debemos decir es que debe haber una separación
radical entre la iglesia y el estado. Las iglesias no deben ser
apoyadas directa o indirectamente por los impuestos, ni tampoco se
debe enseñar en las escuelas la religión. Si la gente quiere
religión, ésta se debe aprender exclusivamente en las iglesias a
través de las contribuciones de la congregación y predicar sus
doctrinas en su propio espacio. Las mismas observaciones son buenas
para el Islam o cualquier otra religión.
Por lo que a
nosotros respecta el diálogo sobre la religión continuará, pero esto
no debe oscurecer el problema fundamental de nuestra época. Nuestra
principal tarea es unir en la lucha a todos aquellos que desean
poner fin a la dictadura del Capital que mantiene a la raza humana
en una situación de esclavitud. El socialismo permitirá el libre
desarrollo de los seres humanos, sin la restricción de las
necesidades materiales.
Durante siglos, la religión
organizada ha sido utilizada por los explotadores para engañar y
esclavizar a las masas. Periódicamente, han estallado rebeliones
contra esta situación. Desde la Edad Media hasta el día de hoy, se
han levantado voces de protesta contra la subordinación de la
iglesia a los ricos y poderosos. Vemos también esto en la
actualidad. El sufrimiento de los trabajadores y campesinos, el
martirio de la raza humana bajo el infame despotismo del Capital,
está provocando indignación entre amplias capas de la población.
Muchos de ellos no están al corriente de la filosofía del marxismo,
pero desean luchar contra la injusticia y la explotación. Entre
estos hay muchos cristianos honestos e incluso sacerdotes de los
escalafones más bajos, que diariamente presencian los sufrimientos
de las masas.
La teología de la liberación es una
expresión del fermento revolucionario en América Latina. Las órdenes
más bajas del sacerdocio están horrorizados por el sufrimiento de
las masas oprimidas y tan dado el paso de luchar por una vida mejor.
La jerarquía eclesiástica, con sus cientos de años ha desarrollado
una relación cómoda con los ricos terratenientes, los banqueros y
los capitalistas, y combaten esta nueva tendencia o la toleran de
mala gana. Así la lucha de clases ha penetrado en las filas de la
propia Iglesia católica romana.
Lo mismo ocurre entre
los musulmanes, las ideas del marxismo han comenzado a encontrar
eco. Cuando las masas oprimidas de Oriente Medio, Irán, Indonesia,
comiencen a entrar en acción para mejorar sus vidas, buscarán un
programa de lucha para derrocar a sus opresores.
Es
necesario derrocar el capitalismo, el latifundismo y el
imperialismo. Sin eso, no hay salida posible. El único programa que
puede asegurar la victoria de esta lucha es el marxismo
revolucionario. La colaboración fructífera ente los marxistas y los
cristianos, musulmanes, hindúes, budistas, judíos y seguidores de
otras religiones en la lucha para transformar la sociedad es
absolutamente posible y necesaria, a pesar de las diferencias
filosóficas que nos separan. Los cristianos honestos se sienten
profundamente ofendidos por la terrible opresión sufrida por la
mayoría de la raza humana.
Camilo Torres, antiguo
sacerdote colombiano, dijo una vez: “He colgado el hábito de
sacerdote para convertirme en un verdadero sacerdote. El deber de
todo católico es ser un revolucionario; el deber de todo
revolucionario es llevar adelante la revolución. El católico que no
es un revolucionario vive en pecado mortal”.
Estos
son los verdaderos sucesores de aquellos primeros cristianos
revolucionarios que lucharon por la causa de los pobres sobre la
tierra, los pecadores y los oprimidos, y que no temían dar su vida
en la lucha contra la opresión. Son los mártires modernos y todo
aquel que quiera la causa de la libertad y la justicia debe guardar
su memoria. Entre 1968 y 1978, más de 850 sacerdotes, religiosas y
obispos fueron arrestados, torturados y asesinados en América
Latina. El jesuita salvadoreño, Rutilio Grande, antes de ser
asesinado dijo: “Hoy en día, es peligroso [...] y prácticamente
ilegal ser un auténtica cristiano en América Latina”. Lo importante
es la palabra ´”auténtico”.
¿Una vida alternativa?
Aunque en los últimos años la religión organizada
ha perdido terreno, las ideas religiosas han resurgido en un
conjunto de sectas y cultos desconcertantes, algunos ofrecen un
“estilo de vida alternativo”. Algunas veces reflejando la creciente
insatisfacción entre una capa de jóvenes con el sistema capitalista,
su perspectiva de la vida inhumana y desalmada, la vana
comercialización de todos los aspectos de la existencia, el crudo
materialismo, el deterioro del medio ambiente, etc., puede
representar el primer paso hacia la conciencia. Pero después empieza
el problema. No basta con rechazar el capitalismo. Es necesario dar
pasos concretos para abolirlo.
La característica
común de todos estos movimientos “alternativos” ―Nueva Era, etc., ―
es que se basan en una salvación individual. Por este camino, no hay
salida posible. Y en última instancia, tampoco esto es una
alternativa. El capitalismo puede vivir felizmente con un puñado de
personas que han decidido “retirarse”. Esto no representa una
amenaza, porque los dueños del poder continúan controlando la vida
de la sociedad como antes.
Incluso aquellos que
profesan la “retirada” encontrarán en la práctica que no hay
retirada. Están obligados a utilizar el dinero, comprar los
productos básicos para la vida en las tiendas, llenar los depósitos
de sus camionetas en las gasolineras, donde comprarán los productos
de las grandes compañías petroleros que contaminan el medio
ambiente, serán desviados de un área a otra por la policía, como el
resto de nosotros.
La idea de que es posible
apartarse de la sociedad y la política es una ilusión. ¡Intentadlo!
Y encontrareis que un día la política estará en vuestra casa y
llamará al timbre de vuestra puerta (si no echa primero la puerta
abajo).
El intento de encontrar una solución
individual es esencialmente reaccionario porque es la única forma de
luchar contra el capitalismo y el estado burgués para unir a la
clase obrera y organizarla en un movimiento revolucionario. Optar
por esta u otra forma, te situará a merced del Capital y ayudará a
perpetuar el orden existente.
Para cubrir su
desnudez, los predicadores de la Nueva Era se presentan con valores
espirituales especiales ―lo imaginan― que les puede situar al margen
de los mortales “normales” y situarles en una línea de comunicación
directa con cosas sobrenaturales que sobrepasan todo entendimiento.
Se sienten superiores al resto de la humanidad que no tiene la
confidencia de estos grandes misterios.
En realidad,
estas ideas no son superiores al pensamiento de los mortales
normales, son muy inferiores. La primera ley para aquel que desee
cambiar la sociedad es comprenderla y vivir en ella. Al intentar
volver la espalda a la sociedad, lo único que consigues es
convertirte en algo impotente frente al orden existente, y renunciar
eternamente, sin esperanza, irrevocablemente, a toda posibilidad de
cambiarla. Por este camino no hay alternativa, sólo más de lo mismo,
para siempre.
La religión y
la crisis del capitalismo
La religión es lo que
los marxistas llamarían falsa conciencia, por que dirige nuestro
entendimiento fuera del mundo real, sobre el que no podemos saber
nada y del que es inútil incluso hacer preguntas. Toda la historia
de la ciencia parte de dos presunciones fundamentales: a) el mundo
existe fuera de mí mismo y b) puedo comprender este mundo, e incluso
aunque hay cosas que en la actualidad no puedo saber, al menos seré
capaz de conocerlas en el futuro. Para establecer un límite más allá
del conocimiento humano necesita traspasar y abrir la puerta a todo
el misticismo y la religión. Durante más de 2.000 años, la humanidad
ha estado luchando para adquirir conocimiento de nosotros mismos y
del mundo en que vivimos. Durante todo ese tiempo, la religión ha
sido la enemiga del progreso científico, y no es una casualidad. En
la medida que el pensamiento científico nos ha permitido comprender
cosas que en el pasado parecían “misterios”, la religión ha sido
empujada para atrás y ahora se encuentra en la parte trasera
intentando salvarse a sí misma.
En la lucha de la
ciencia contra la religión, es decir, la lucha del pensamiento
racional contra la irracionalidad, el marxismo se ha puesto con
entusiasmo del lado de la ciencia. Pero hay más. El objetivo al
adquirir un pensamiento racional del mundo es cambiarlo. El
significado de toda la historia humana de los últimos 100.000 años
―y más― es la lucha sin fin de la humanidad por ganar la batalla a
la naturaleza, controlar su propio destino y así convertirse en
seres libres. Las raíces de la religión están en el pasado lejano,
cuando los humanos luchaban para librarse del mundo animal de donde
procedemos. Para encontrar sentido a los fenómenos naturales que
están más allá de nuestro control, los humanos tenían que recurrir a
la magia y el animismo―las primeras formas de religión―. En su día,
esto representó un paso adelante en la conciencia humana. Este
estadio infantil de la conciencia debería haber desaparecido hace
tiempo, pero la mente humana es infinitamente conservadora y guarda
conceptos y prejuicios que hace tiempo han perdido su razón de ser.
En la sociedad de clases, el concepto de “amor al
prójimo” es una vacua declaración. La economía de mercado, con su
moralidad servil hace de esta aspiración una proposición imposible.
Para cambiar la conducta y la psicología de hombres y mujeres es
necesario, en primer lugar, cambiar la forma en que viven. En
palabras de Marx, “el ser social determina la conciencia”. Todo el
mundo está dominado por un puñado de gigantescos monopolios que
saquean el planeta, lo deterioran, destruyen el medio ambiente y
condenan a millones de personas a una vida de miseria y sufrimiento.
Las damas y caballeros que se sientan en los consejos
de dirección de estas multinacionales en su mayoría son cristianos
practicantes, en un número menor judíos, musulmanes, hindús u otros
credos. Sin embargo, la verdadera religión del capitalismo no es
ninguna de estas. Es el culto a Mammon, el dios de la riqueza. El
capitalismo da la vuelta a las relaciones humanas. De una forma
retorcida y distorsionada convierten al hombre en un ser que “vale
un millón de dólares”, como si habáramos de una mercancía. La
televisión habla de la bolsa, el mercado, el dólar y la libra como
si fueran seres vivientes (“la libra está hoy un poco mejor”). Esto
es la alienación: cosas muertas (Capital) que parecen vivas y cosas
vivas (personas, trabajo) que parecen muertes, triviales y sin
sentido.
El desarrollo humano ha tomado una línea
descendente. La capa de la cultura moderna y la civilización
fabricada durante miles de años todavía es muy delgada. Más abajo
reside todos los elementos del barbarismo. Si alguien tiene dudas,
estudiemos la historia de la Alemania nazi, o los recientes
acontecimientos en los Balcanes. En su período ascendente, la
burguesía abrazó el racionalismo, incluso el ateísmo. Ahora, en el
período de decadencia capitalista, aparecen por todas partes
tendencias a la irracionalidad ―incluso en los estados “cultos” más
avanzados―. Si la clase obrera no consigue cambiar la sociedad,
todas las conquistas del pasado estarán amenazadas, y el futuro de
la civilización humana no estará garantizado.
La
devastación infringida por el capitalismo en todo el mundo ha
producido numerosas monstruosidades. En su período de declive senil,
también hemos visto el ascenso de tendencias místicas y religiosas
retrógradas. El papel reaccionario de la religión se puede ver hoy
en todo el mundo, desde Afganistán a Irlanda del Norte. En todas las
partes vemos el monstruo del fundamentalismo: no sólo el
fundamentalismo islámico, también el cristiano, judío e hindú. El
mensaje de amor fraternal y esperanza se ha convertido en
desesperación, odio y matanza. Por este camino, nada es posible
excepto el barbarismo y la extinción de la cultura y civilización
humanas.
La causa de estos horrores no es la religión
por sí misma, como podía intentar defender un observador
superficial, sino los crímenes del capitalismo y el imperialismo,
que devasta países enteros y comunidades y destruye el tejido social
y la familia sin poner nada en su lugar. Ante el temor al futuro y
la desesperación por el presente, la gente busca consuelo en las
llamadas “verdades eternas” de un pasado no existente. El ascenso
del llamado fundamentalismo religioso es sólo una expresión concreta
del callejón sin salida de la sociedad, que lleva a las personas a
la desesperación y la locura. Pero, como vemos en Irán y Afganistán,
las promesas de un cielo religioso sobre la tierra es un sueño vacío
que sólo lleva a una pesadilla.
La religión no puede
explicar nada de lo que está ocurriendo hoy en el mundo. Su papel no
es explicar, sino consolar a las masas con sueños y untarles con el
bálsamo de una falsa promesa. Pero uno siempre se despierta del
sueño, y los efectos del bálsamo, más dulce, pronto desaparecen. La
condición previa para ganar nuestra libertad como seres humanos es
la ruptura radical con los sueños, y ver el mundo y a nosotros
mismos tal como somos: mortales, luchando por una existencia de
seres humanos sobre esta tierra.
La humanidad alienada de si
misma
Desde tiempos inmemoriales, los hombres (y
también muchas mujeres) han sido educados en un espíritu de
servilismo. Incluso hemos llegado a pensar que somos débiles,
impotentes, que no importa lo que hagamos, no hay diferencia, pues
el “hombre propone y Dios dispone”. La idea dominante es el
fatalismo. Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos,
es que nada se puede hacer. Este sentido de aceptar de una forma
fatalista, de adorar servilmente todo lo establecido, están inmersa
en todas las religiones. Al cristiano se le aconseja que si alguien
le golpea, debería poner la otra mejilla. La palabra islam es
“sumisión”, y los profetas del Antiguo Testamento nos aseguran que
“todo es vanidad”. Aparte de este sentido de impotencia está la
necesidad de un ser superior que es todo lo que nosotros no somos.
El hombre es mortal; Dios es inmortal. El hombre es débil; Dios es
fuerte. El hombre es ignorante ante los misterios del universo; Dios
lo sabe todo. La fe de los seres humanos debe buscar en los cielos
la salvación y así surge la creencia en milagros.
Pero esto no sólo se limita a las clases menos
cultas. Se encuentran supersticiones similares en la mente de
analistas económicos y corredores de bolsa, que simplemente se
sitúan a un nivel más elevado de la mentalidad del jugador que lleva
un rabo de conejo en una mano y con la otra lanza los dados. En la
Biblia, el hambriento comía, el ciego veía, el mudo hablaba... todo
con la intervención de milagros divinos. Hoy en día, no se requiere
la intervención de elementos sobrenaturales para conseguir estos
milagros. Las conquistas de la ciencia moderna y la tecnología ya
nos permite hacer todas estas cosas. Son sólo las restricciones
artificiales impuestas por la propiedad privada de los medios de
producción y la lucha por el máximo beneficio lo que impide la
extensión de estas ventajas a todos los hombres, mujeres y niños
sobre el planeta.
Cuando hombres y mujeres sean
capaces de controlar su vida y desarrollarse como seres humanos
libres, los marxistas creen que el interés de la religión ―la
búsqueda de consuelo en otra vida― caerá por sí mismo. Mientras
tanto, los desacuerdos en estas cuestiones no deben impedir a todos
los cristianos, hindús, judíos o musulmanes honestos que deseen
participar en la lucha contra la injusticia unan sus manos a las de
los marxistas en la lucha por un mundo nuevo y mejor.
¡Por un paraíso en este
mundo!
“Si tuviera que comenzar todo de nuevo
trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo
fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario
proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en
consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista
de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que
en mi juventud... Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora
una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar”.
(Trotsky. Escritos. Bogotá. Editorial Pluma. 1976. Tomo XI. Vo. 1.
pp. 216-7).
En su libro la Metafísica, Aristóteles
hizo un comentario profundo y maravilloso, cuando dijo que el hombre
comienza a filosofar cuando sus necesidades de vivir están
satisfechas. Al eliminar la antigua dependencia degradante de
hombres y mujeres de las cosas materiales, el socialismo establecerá
las bases para un cambio radical en la forma de pensar y actuar.
Trotsky adelantó lo que podría ocurrir en una sociedad sin clases:
“Bajo el socialismo la solidaridad será la base de la
sociedad. Todas las emociones que nosotros los revolucionarios, en
la actualidad, sentimos aprensión de mencionar, que han estado
llenas de hipocresía y vulgaridad, como es la amistad desinteresada,
el amor por el prójimo, la simpatía, será el poderoso coro de la
poesía socialista”. (Trotsky. Literatura y revolución. P. 60. En la
edición inglesa).
Las cadenas de la opresión de clase
y la esclavitud no son sólo materiales sino psicológicas y
espirituales. Costará tiempo, incluso después de la abolición del
capitalismo, para eliminar las cicatrices morales de esta
esclavitud. Hombres y mujeres que han sido formados durante toda su
vida en un espíritu servil no emanciparán su mente y alma
inmediatamente de todos sus prejuicios. Pero una vez las condicione
materiales y sociales estén dadas para permitir a hombres y mujeres
entrar en una relación verdaderamente humana, su conducta y forma de
pensar se transformará de la misma forma. Cuando ese día llegue, la
gente no necesitará el policía ―sea material o espiritual―.
Los antiguos sofistas griegos, que realmente eran
filósofos perspicaces, mantenían que el “hombre es la medida de
todas las cosas”. En una sociedad sin clases, este sería realmente
el caso. Pero donde hombres y mujeres controlan su vida y destino de
una forma consciente, ¿qué espacio queda para lo sobrenatural? En
lugar de desear una vida imaginaria más allá de la tumba, la gente
concentrará su energía en hacer esta vida tan maravillosa y plena
como pueda ser. Este es el significado del socialismo: hacer
realidad lo que siempre fue potencial.
En su forma
más elevada de la sociedad humana, hombres y mujeres alcanzarán su
verdadera talla. Limpiarán nuestro mundo de toda pobreza, odio e
injusticia. Recuperarán el planeta, sus ríos, mares y cascadas serán
puras de nuevo, y toda la maravillosa diversidad de la vida será
protegida y cuidada. Las ciudades atascadas y contaminadas dejarán
de existir y reconstruidas con toda la creatividad artística humana
respetando el medio ambiente. Las profundidades de los océanos se
explorarán y descubriremos sus secretos pasados. Y por último, pero
no menos importante, tocaremos el cielo con la mano ―no en una
oración―, sino en naves especiales que llevarán a la humanidad a los
confines lejanos de nuestra galaxia y quizá más allá. Cuando hombres
y mujeres disfruten de esta visión ilimitada del progreso humano,
que podemos conseguir con nuestros propios esfuerzos y recursos, sin
la ayuda de espíritus, ¿qué lugar quedará para la religión?
En la Biblia se pueden encontrar palabras de gran
sabiduría, como en los Corintios, donde podemos leer: “Cuando era un
niño hablaba como un niño, comprendía como un niño, pensaba como un
niño. Cuando me convertí en hombre dejé a un lado las cosas
pueriles”. Ocurre lo mismo con la evolución de nuestra especie.
Cuando la raza humana realice definitivamente su destino y sea capaz
de ponerse sobre los dos pies y vivir la vida plenamente, ya no será
necesario el apoyo de la religión, un ser sobrenatural a quién rezar
o el falso consuelo de una vida en otro mundo. Cuando llegue ese
momento, la humanidad dejará la religión con la misma facilidad que
cuando las personas crecen dejan de lado los cuentos de hadas que
amaban cuando eran niños y habrán superado su necesidad.
22/7/01
Don Quijote contra las fieras salvajes de los documentales
Por Alejandro más que Magno -
Monday, Nov. 28, 2005 at 7:13 PM
relampagodeloriente@amen-amen.net
Tengamos la esperanza de que en su forma más elevada la sociedad humana alcance su verdadera talla para no permitir más despotismo y crimen legal organizado a fin de limpiar el Mundo de toda pobreza militarismo e injusticia ... un saludo desde Maspalomas en las Islas Canarias ... visitar http://alejandromasquemagno.myblogsite.com/ antes de que sea censurado bajo camuflaje ... atentamente ... Alejandro + q´Magno Alejandro + q´Magno
Nostradamus o Alan Woods?
Por otro historiador futurista frustrado -
Tuesday, Nov. 29, 2005 at 12:23 AM
"Cuando la raza humana realice definitivamente su destino y sea capaz de ponerse sobre los dos pies y vivir la vida plenamente, ya no será necesario el apoyo de la religión, un ser sobrenatural a quién rezar o el falso consuelo de una vida en otro mundo"
FAAAAAAAAAAAAA!!!!!
Che, Alan Woods sabrá que numeros de "la solidaria" salen esta semana?
digo, como parece tan preciso y que la tiene tan clara...
A un idiota marxista
Por pizpireto -
Tuesday, Nov. 29, 2005 at 3:42 PM
pizpizymail@yahoo.com
El marxismo, que ni en Europa, tiene vigencia yá... Tan solo en almas cándidas y fáciles de engañar y manipular y por supuesto de los estalinistas resentidos y decididos a no dejar de socavar y barrenar al mundo llamado occidental, que engloban los ideales democráticos y sociales, con que nos hemos otorgado y amparamos en los derechos del individuo o humanos,
y que estos se valen de este derecho a poderse servirse para ir en su contra y permitir su desintegración y como el ave fénix poder resurgir he imponer su dictadura del aparato estatal de la nueva burguesía surgida de la llamada nomenclatura del aparato dirigente y que disfrazan con el pomposo, pretencioso y retórico icono de DICTADURA DEL PROLETARIADO,
nunca más falso uso de dicho nombre y utilización descarada de este termino, al que deniegan los más elementales derechos, que les son reconocidos en el infierno capitalista, como el derecho a la huelga y a otros reconocimientos... Que en el supuesto paraíso COMUNISTA del proletariado como paraiso que es. NO HAY DICHOS DERECHOS QUE SE SUPONEN NO HACEN FALTA, POR ENCONTRARSE EN DICHO PARAISO PROLETARIO...
(De ahí la gran cárcel y fiasco que supuso a dicho proletario, el paraíso de sus Gulaps, de tente tieso y palo. Con que tuvieron que cerrar sus fronteras con alambradas, para que nadie huyesen de dichos paraísos y se fuesen al infierno capitalista, dejándoles sin mano de obra para sus proyectos y mantenimiento de dicho imperio o gran empresa estatal con que se convirtió el CAPITALISMO DE ESTDO y había que mantener una mano de obra dócil,
barata y disciplinada para seguir manteniendo dicha gran empresa estatal...
Lo mismo pasó en el IRAN de Jomeini que quedaron proscritos los sindicatos o estos no podían revelarse, en contra del poder emanado de Dios. El poder divino que representan los Ayatolas, con la interpretación del Corán y la Sahria..
Seria tomada en contra de Ala cualquier reivindicación de estos sindicatos, que se suponen recogidos en la república islámica, como mandatos divinos... Pues los comunistas como mantenedores al culto de la personalidad hacen de este culto su religión particular a Divinizar al dirigente de turno..
Ya sean Lenis, que Estalins que Maos, que Ches Guevaras que cualquier caudillo que les tiranicen o sojuzguen...
Que en Occidente la Gauche Divine. Los antisistemas y demás hijos del capital y denostado mundo occidental, hacen suyos a dichos dictadores y sátrapas y admiran y rinden culto iconograficos de modé y contestaciones en sus reivindicaciones por acabar con dicha sociedad que les permiten puedan ir en su contra y que de estar en estas admiradas y defendidas por ellos totalitarismos v dictadores...
Una vez comprobado lo equivocado que estaban y darles la espalda a estos que les prometian dichos paraisos donde les esperaban vidas de conventos de ursulinas ateas, en la más estricta moral y orden que de no ser por su manifiesto anticlericalismo, serian el paraíso del más estricto orden moral que un conservador religioso o del Vaticano apostarían por ellos.