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VOLVÈ A LAS FUENTES : LEETE EL MANIFIESTO COMUNISTA.
Por EL MILITANTE -
Thursday, Dec. 01, 2005 at 9:07 PM
elmilitante_argentina@yahoo.com.ar
Por mucho que durante los últimos veinticinco años hayan cambiado las
circunstancias, los principios generales desarrollados en este Manifiesto siguen
siendo substancialmente exactos. Sólo tendría que retocarse algún que otro
detalle. Ya el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos
principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias
históricas existentes, razón por la que no se hace especial hincapié en las
medidas revolucionarias propuestas al final del capítulo II. Si tuviésemos que
formularlo hoy, este pasaje presentaría un tenor distinto en muchos respectos.
Este programa ha quedado a trozos anticuado por efecto del inmenso desarrollo
experimentado por la gran industria en los últimos veinticinco años, con los
consiguientes progresos ocurridos en cuanto a la organización política de la
clase obrera, y por el efecto de las experiencias prácticas de la revolución de
febrero en primer término, y sobre todo de la Comuna de París, donde el
proletariado, por vez primera, tuvo el Poder político en sus manos por espacio
de dos meses. La comuna ha demostrado, principalmente, que “la clase obrera no
puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola
en marcha para sus propios fines”. (V. La guerra civil en Francia, alocución del
Consejo general de la Asociación Obrera Internacional, edición alemana, pág. 51,
donde se desarrolla ampliamente esta idea) . Huelga, asimismo, decir que la
crítica de la literatura socialista presenta hoy lagunas, ya que sólo llega
hasta 1847, y, finalmente, que las indicaciones que se hacen acerca de la
actitud de los comunistas para con los diversos partidos de la oposición
(capítulo IV), aunque sigan siendo exactas en sus líneas generales, están
también anticuadas en lo que toca al detalle, por la sencilla razón de que la
situación política ha cambiado radicalmente y el progreso histórico ha venido a
eliminar del mundo a la mayoría de los partidos enumerados.
Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico, que nosotros no nos
creemos ya autorizados a modificar. Tal vez una edición posterior aparezca
precedida de una introducción que abarque el período que va desde 1847 hasta los
tiempos actuales; la presente reimpresión nos ha sorprendido sin dejarnos tiempo
para eso.
Londres, 24 de junio de 1872.
K. MARX. F. ENGELS.
Desgraciadamente, al pie de este prólogo a la nueva edición del Manifiesto ya
sólo aparecerá mi firma. Marx, ese hombre a quien la clase obrera toda de
Europa y América debe más que a hombre alguno, descansa en el cementerio de
Highgate, y sobre su tumba crece ya la primera hierba. Muerto él, sería
doblemente absurdo pensar en revisar ni en ampliar el Manifiesto. En
cambio, me creo obligado, ahora más que nunca, a consignar aquí, una vez más,
para que quede bien patente, la siguiente afirmación:
La idea central que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen
económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva
necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se
asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda
la historia de la sociedad -una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad
del suelo- es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases
explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes
fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase
explotada y oprimida -el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que
la explota y la oprime -de la burguesía- sin emancipar para siempre a la
sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea
cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx .
Y aunque ya no es la primera vez que lo hago constar, me ha parecido oportuno
dejarlo estampado aquí, a la cabeza del Manifiesto.
Londres, 28 junio 1883.
F. ENGELS. Ve la luz una nueva edición alemana del Manifiesto cuando han ocurrido desde
la última diversos sucesos relacionados con este documento que merecen ser
mencionados aquí.
En 1882 se publicó en Ginebra una segunda traducción rusa, de Vera Sasulich ,
precedida de un prologo de Marx y mío. Desgraciadamente, se me ha
extraviado el original alemán de este prólogo y no tengo más remedio que volver
a traducirlo del ruso, con lo que el lector no saldrá ganando nada. El
prólogo dice así:
“La primera edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por
Bakunin, vio la luz poco después de 1860 en la imprenta del Kolokol. En
los tiempos que corrían, esta publicación no podía tener para Rusia, a lo sumo,
más que un puro valor literario de curiosidad. Hoy las cosas han
cambiado. El último capítulo del Manifiesto, titulado “Actitud de los
comunistas ante los otros partidos de la oposición”, demuestra mejor que nada lo
limitada que era la zona en que, al ver la luz por vez primera este documento
(enero de 1848), tenía que actuar el movimiento proletario. En esa zona
faltaban, principalmente, dos países: Rusia y los Estados Unidos. Era la
época en que Rusia constituía la última reserva magna de la reacción europea y
en que la emigración a los Estados Unidos absorbía las energías sobrantes del
proletariado de Europa. Ambos países proveían a Europa de primeras
materias, a la par que le brindaban mercados para sus productos
industriales. Ambos venían a ser, pues, bajo uno u otro aspecto, pilares
del orden social europeo.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente. La emigración europea sirvió
precisamente para imprimir ese gigantesco desarrollo a la agricultura
norteamericana, cuya concurrencia está minando los cimientos de la grande y la
pequeña propiedad inmueble de Europa. Además, ha permitido a los Estados
Unidos entregarse a la explotación de sus copiosas fuentes industriales con tal
energía y en proporciones tales, que dentro de poco echará por tierra el
monopolio industrial de que hoy disfruta la Europa occidental. Estas dos
circunstancias repercuten a su vez revolucionariamente sobre la propia
América. La pequeña y mediana propiedad del granjero que trabaja su propia
tierra sucumbe progresivamente ante la concurrencia de las grandes
explotaciones, a la par que en las regiones industriales empieza a formarse un
copioso proletariado y una fabulosa concentración de capitales.
Pasemos ahora a Rusia. Durante la sacudida revolucionaria de los años 48 y
49, los monarcas europeos, y no sólo los monarcas, sino también los burgueses,
aterrados ante el empuje del proletariado, que empezaba a, cobrar por aquel
entonces conciencia de su fuerza, cifraban en la intervención rusa todas sus
esperanzas. El zar fue proclamado cabeza de la reacción europea.
Hoy, este mismo zar se ve apresado en Gatchina como rehén de la revolución y
Rusia forma la avanzada del movimiento revolucionario de Europa.
El Manifiesto Comunista se proponía por misión proclamar la desaparición
inminente e inevitable de la propiedad burguesa en su estado actual. Pero
en Rusia nos encontramos con que, coincidiendo con el orden capitalista en
febril desarrollo y la propiedad burguesa del suelo que empieza a formarse, más
de la mitad de la tierra es propiedad común de los campesinos.
Ahora bien -nos preguntamos-, ¿puede este régimen comunal del concejo ruso,
que es ya, sin duda, una degeneración del régimen de comunidad primitiva de la
tierra, trocarse directamente en una forma más alta de comunismo del suelo, o
tendrá que pasar necesariamente por el mismo proceso previo de descomposición
que nos revela la historia del occidente de Europa?
La única contestación que, hoy por hoy, cabe dar a esa pregunta, es la
siguiente: Si la revolución rusa es la señal para la revolución obrera de
Occidente y ambas se completan formando una unidad, podría ocurrir que ese
régimen comunal ruso fuese el punto de partida para la implantación de una nueva
forma comunista de la tierra. Londres, 21 enero 1882.” Por aquellos mismos días, se publicó en Ginebra una nueva traducción polaca
con este título: Manifest Kommunistyczny.
Asimismo, ha aparecido una nueva traducción danesa, en la “Socialdemokratisk
Bibliothek, Köjbenhavn 1885”. Es de lamentar que esta traducción sea incompleta;
el traductor se saltó, por lo visto, aquellos pasajes, importantes muchos de
ellos, que le parecieron difíciles; además, la versión adolece de
precipitaciones en una serie de lugares, y es una lástima, pues se ve que, con
un poco más de cuidado, su autor habría realizado un trabajo excelente.
En 1886 apareció en Le Socialiste de París una nueva traducción
francesa, la mejor de cuantas han visto la luz hasta ahora .
Sobre ella se hizo en el mismo año una versión española, publicada
primero en El Socialista de Madrid y luego, en tirada aparte, con este título:
Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels (Madrid,
Administración de El Socialista, Hernán Cortés, 8).
Como detalle curioso contaré que en 1887 fue ofrecido a un editor de
Constantinopla el original de una traducción armenia; pero el buen editor no se
atrevió a lanzar un folleto con el nombre de Marx a la cabeza y propuso al
traductor publicarlo como obra original suya, a lo que éste se negó.
Después de haberse reimpreso repetidas veces varias traducciones
norteamericanas más o menos incorrectas, al fin, en 1888, apareció en Inglaterra
la primera versión auténtica, hecha por mi amigo Samuel Moore y revisada por él
y por mí antes de darla a las prensas. He aquí el título: Manifesto of the
Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorised English
Translation, edited and annotated by Frederíck Engels. 1888. London, William
Reeves, 185 Flett St. E. C. Algunas de las notas de esta edición acompañan a la
presente.
El Manifiesto ha tenido sus vicisitudes. Calurosamente acogido a su
aparición por la vanguardia, entonces poco numerosa, del socialismo científico
-como lo demuestran las diversas traducciones mencionadas en el primer prólogo-,
no tardó en pasar a segundo plano, arrinconado por la reacción que se inicia con
la derrota de los obreros parisienses en junio de 1848 y anatematizado, por
último, con el anatema de la justicia al ser condenados los comunistas por el
tribunal de Colonia en noviembre de 1852. Al abandonar la escena Pública,
el movimiento obrero que la revolución de febrero había iniciado, queda también
envuelto en la penumbra el Manifiesto.
Cuando la clase obrera europea volvió a sentirse lo bastante fuerte para
lanzarse de nuevo al asalto contra las clases gobernantes, nació la Asociación
Obrera Internacional. El fin de esta organización era fundir todas las
masas obreras militantes de Europa y América en un gran cuerpo de
ejército. Por eso, este movimiento no podía arrancar de los principios
sentados en el Manifiesto. No había más remedio que darle un programa que
no cerrase el paso a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses,
belgas, italianos y españoles ni a los partidarios de Lassalle en Alemania .
Este programa con las normas directivas para los estatutos de la Internacional,
fue redactado por Marx con una maestría que hasta el propio Bakunin y los
anarquistas hubieron de reconocer. En cuanto al triunfo final de las tesis
del Manifiesto, Marx ponía toda su confianza en el desarrollo intelectual de la
clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión. Los
sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que
las victorias, no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su
desnudez, la insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e
infundir a sus cabezas una mayor claridad de visión para penetrar en las
verdaderas condiciones que habían de presidir la emancipación obrera. Marx
no se equivocaba. Cuando en 1874 se disolvió la Internacional, la clase
obrera difería radicalmente de aquella con que se encontrara al fundarse en
1864. En los países latinos, el proudhonianismo agonizaba, como en
Alemania lo que había de específico en el partido de Lassalle, y hasta las
mismas tradeuniones inglesas, conservadoras hasta la médula, cambiaban de
espíritu, permitiendo al presidente de su congreso, celebrado en Swansea en
1887, decir en nombre suyo: “El socialismo continental ya no nos asusta”. Y en
1887 el socialismo continental se cifraba casi en los principios proclamados por
el Manifiesto. La historia de este documento refleja, pues, hasta cierto punto,
la historia moderna del movimiento obrero desde 1848. En la actualidad es
indudablemente el documento más extendido e internacional de toda la literatura
socialista del mundo, el programa que une a muchos millones de trabajadores de
todos los países, desde Siberia hasta California.
Y, sin embargo, cuando este Manifiesto vio la luz, no pudimos
bautizarlo de Manifiesto socialista. En 1847, el concepto de “socialista”
abarcaba dos categorías de personas. Unas eran las que abrazaban diversos
sistemas utópicos, y entre ellas se destacaban los owenistas en Inglaterra, y en
Francia los fourieristas, que poco a poco habían ido quedando reducidos a dos
sectas agonizantes. En la otra formaban los charlatanes sociales de toda laya,
los que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues
mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está,
al capital ni a la ganancia. Gentes unas y otras ajenas al movimiento
obrero, que iban a buscar apoyo para sus teorías a las clases “cultas”. El
sector obrero que, convencido de la insuficiencia y superficialidad de las meras
conmociones políticas, reclamaba una radical transformación de la sociedad, se
apellidaba comunista. Era un comunismo toscamente delineado, instintivo,
vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas utópicos: el del
“ícaro” Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. En 1847, el
“socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento
obrero. El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina
presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario. Y como en
nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los
trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar
en la elección de título. Más tarde no se nos pasó nunca por las mentes
tampoco modificarlo.
“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Cuando hace cuarenta y dos años
lanzamos al mundo estas palabras, en vísperas de la primera revolución de París,
en que el proletariado levantó ya sus propias reivindicaciones, fueron muy pocas
las voces que contestaron. Pero el 28 de septiembre de 1864, los
representantes proletarios de la mayoría de los países del occidente de Europa
se reunían para formar la Asociación Obrera Internacional, de tan glorioso
recuerdo. Y aunque la Internacional sólo tuviese nueve años de vida, el
lazo perenne de unión entre los proletarios de todos los países sigue viviendo
con más fuerza que nunca; así lo atestigua, con testimonio irrefutable, el día
de hoy. Hoy, primero de Mayo, el proletariado europeo y americano pasa
revista por vez primera a sus contingentes puestos en pie de guerra como un
ejército único, unido bajo una sola bandera y concentrado en un objetivo: la
jornada normal de ocho horas, que ya proclamara la Internacional en el congreso
de Ginebra en 1889, y que es menester elevar a ley. El espectáculo del día
de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los grandes terratenientes de
todos los países y les hará ver que la unión de los proletarios del mundo es ya
un hecho.
¡Ya Marx no vive, para verlo, a mi lado!
Londres, 1 de mayo de 1890.
F. ENGELS. La necesidad de reeditar la versión polaca del Manifiesto Comunista, requiere
un comentario.
Ante todo, el Manifiesto ha resultado ser, como se proponía, un medio para
poner de relieve el desarrollo de la gran industria en Europa. Cuando en un
país, cualquiera que él sea, se desarrolla la gran industria brota al mismo
tiempo entre los obreros industriales el deseo de explicarse sus relaciones como
clase, como la clase de los que viven del trabajo, con la clase de los que viven
de la propiedad. En estas circunstancias, las ideas socialistas se
extienden entre los trabajadores y crece la demanda del Manifiesto
Comunista. En este sentido, el número de ejemplares del Manifiesto que
circulan en un idioma dado nos permite apreciar bastante aproximadamente no sólo
las condiciones del movimiento obrero de clase en ese país, sino también el
grado de desarrollo alcanzado en él por la gran industria.
La necesidad de hacer una nueva edición en lengua polaca acusa, por tanto, el
continuo proceso de expansión de la industria en Polonia. No puede caber
duda acerca de la importancia de este proceso en el transcurso de los diez años
que han mediado desde la aparición de la edición anterior. Polonia se ha
convertido en una región industrial en gran escala bajo la égida del Estado
ruso.
Mientras que en la Rusia propiamente dicha la gran industria sólo se ha ido
manifestando esporádicamente (en las costas del golfo de Finlandia, en las
provincias centrales de Moscú y Vladimiro, a lo largo de las costas del mar
Negro y del mar de Azov), la industria polaca se ha concentrado dentro de los
confines de un área limitada, experimentando a la par las ventajas y los
inconvenientes de su situación. Estas ventajas no pasan inadvertidas para
los fabricantes rusos; por eso alzan el grito pidiendo aranceles protectores
contra las mercancías polacas, a despecho de su ardiente anhelo de rusificación
de Polonia. Los inconvenientes (que tocan por igual los industriales
polacos y el Gobierno ruso) consisten en la rápida difusión de las ideas
socialistas entre los obreros polacos y en una demanda sin precedente del
Manifiesto Comunista.
El rápido desarrollo de la industria polaca (que deja atrás con mucho a la de
Rusia) es una clara prueba de las energías vitales inextinguibles del pueblo
polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento. La creación de una
Polonia fuerte e independiente no interesa sólo al pueblo polaco, sino a todos y
cada uno de nosotros. Sólo podrá establecerse una estrecha colaboración
entre los obreros todos de Europa si en cada país el pueblo es dueño dentro de
su propia casa. Las revoluciones de 1848 que, aunque reñidas bajo la
bandera del proletariado, solamente llevaron a los obreros a la lucha para sacar
las castañas del fuego a la burguesía, acabaron por imponer, tomando por
instrumento a Napoleón y a Bismarck (a los enemigos de la revolución), la
independencia de Italia, Alemania y Hungría. En cambio, a Polonia, que en
1791 hizo por la causa revolucionaria más que estos tres países juntos, se la
dejó sola cuando en 1863 tuvo que enfrentarse con el poder diez veces más fuerte
de Rusia.
La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para
restaurar, la independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez
menos interesada en este asunto. La independencia polaca sólo podrá ser
conquistada por el proletariado joven, en cuyas manos está la realización de esa
esperanza. He ahí por qué los obreros del occidente de Europa no están
menos interesados en la liberación de Polonia que los obreros polacos mismos.
Londres, 10 de febrero 1892.
F. ENGELS
La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió (si puedo
expresarme así), con el momento en que estallaban las revoluciones de Milán y de
Berlín, dos revoluciones que eran el alzamiento de dos pueblos: uno enclavado en
el corazón del continente europeo y el otro tendido en las costas del mar
Mediterráneo. Hasta ese momento, estos dos pueblos, desgarrados por luchas
intestinas y guerras civiles, habían sido presa fácil de opresores
extranjeros. Y del mismo modo que Italia estaba sujeta al dominio del
emperador de Austria, Alemania vivía, aunque esta sujeción fuese menos patente,
bajo el yugo del zar de todas las Rusias. La revolución del 18 de marzo
emancipó a Italia y Alemania al mismo tiempo de este vergonzoso estado de
cosas. Si después, durante el período que va de 1848 a 1871, estas dos
grandes naciones permitieron que la vieja situación fuese restaurada, haciendo
hasta cierto punto de “traidores de sí mismas”, se debió (como dijo Marx) a que
los mismos que habían inspirado la revolución de 1848 se convirtieron, a
despecho suyo, en sus verdugos.
La revolución fue en todas partes obra de las clases trabajadoras: fueron los
obreros quienes levantaron las barricadas y dieron sus vidas luchando por la
causa. Sin embargo, solamente los obreros de París, después de derribar el
Gobierno, tenían la firme y decidida intención de derribar con él a todo el
régimen burgués. Pero, aunque abrigaban una conciencia muy clara del
antagonismo irreductible que se alzaba entre su propia clase y la burguesía, el
desarrollo económico del país y el desarrollo intelectual de las masas obreras
francesas no habían alcanzado todavía el nivel necesario para que pudiese
triunfar una revolución socialista. Por eso, a la postre, los frutos de la
revolución cayeron en el regazo de la clase capitalista. En otros países,
como en Italia, Austria y Alemania, los obreros se limitaron desde el primer
momento de la revolución a ayudar a la burguesía a tomar el Poder. En cada
uno de estos países el gobierno de la burguesía sólo podía triunfar bajo la
condición de la independencia nacional. Así se explica que las
revoluciones del año 1848 condujesen inevitablemente a la unificación de los
pueblos dentro de las fronteras nacionales y a su emancipación del yugo
extranjero, condiciones que, hasta allí, no habían disfrutado. Estas
condiciones son hoy realidad en Italia, en Alemania y en Hungría. Y a
estos países seguirá Polonia cuando la hora llegue.
Aunque las revoluciones de 1848 no tenían carácter socialista, prepararon,
sin embargo, el terreno para el advenimiento de la revolución del socialismo.
Gracias al poderoso impulso que estas revoluciones imprimieron a la gran
producción en todos los países, la sociedad burguesa ha ido creando durante los
últimos cuarenta y cinco años un vasto, unido y potente proletariado,
engendrando con él (como dice el Manifiesto Comunista) a sus propios
enterradores. La unificación internacional del proletariado no hubiera
sido posible, ni la colaboración sobria y deliberada de estos países en el logro
de fines generales, si antes no hubiesen conquistado la unidad y la
independencia nacionales, si hubiesen seguido manteniéndose dentro del
aislamiento.
Intentemos representarnos, si podemos, el papel que hubieran hecho los
obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos luchando por su unión
internacional bajo las condiciones políticas que prevalecían hacia el año 1848.
Las batallas reñidas en el 48 no fueron, pues, reñidas en balde. Ni han sido
vividos tampoco en balde los cuarenta y cinco años que nos separan de la época
revolucionaria. Los frutos de aquellos días empiezan a madurar, y hago
votos porque la publicación de esta traducción italiana del Manifiesto sea
heraldo del triunfo del proletariado italiano, como la publicación del texto
primitivo lo fue de la revolución internacional.
El Manifiesto rinde el debido homenaje a los servicios revolucionarios
prestados en otro tiempo por el capitalismo. Italia fue la primera nación
que se convirtió en país capitalista. El ocaso de la Edad Media feudal y
la aurora de la época capitalista contemporánea vieron aparecer en escena una
figura gigantesca. Dante fue al mismo tiempo el último poeta de la Edad Media y
el primer poeta de la nueva era. Hoy, como en 1300, se alza en el
horizonte una nueva época. ¿Dará Italia al mundo otro Dante, capaz de cantar el
nacimiento de la nueva era, de la era proletaria?
Londres, 1 de febrero de 1893.
F. ENGELS
Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este
espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja
Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los
polizontes alemanes.
No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no
motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de
las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la
acusación estigmatizante de comunismo.
De este hecho se desprenden dos consecuencias:
La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por
todas las potencias europeas.
La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y
ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así
al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.
Con este fin se han congregado en Londres los representantes comunistas
de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en
lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia
de luchas de clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba,
maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente
siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras
franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación
revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases
beligerantes.
En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por
doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a
su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma
antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad
Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los
gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía
nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.
La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad
feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido
crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de
lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por
haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad
tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos,
en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las
primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los
primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos
horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado de China
y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las
colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general,
dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido,
atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la
sociedad feudal en descomposición.
El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya
para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados. Vino a ocupar
su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios se vieron
desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las
diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada
taller.
Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían
creciendo. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la
maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción. La
manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media
industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes
ejércitos industriales, a los burgueses modernos.
La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento
de América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio,
a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos,
progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la
misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación,
los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba
desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.
Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las
otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de
transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción.
A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa
de progreso político. Clase oprimida bajo el mando de los señores
feudales, la burguesía forma en la “comuna” una asociación autónoma y
armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en
repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado
tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de
la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las
grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran
industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía
política y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder público
viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los
intereses colectivos de la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel
verdaderamente revolucionario.
Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones
feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados
lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie
más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no
tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción
mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen
burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la
dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades
escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de
comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación,
velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen
franco, descarado, directo, escueto, de explotación.
La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por
venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores
asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.
La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la
familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares .
La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la
reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la
haraganería más indolente. Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto
podía dar de sí el trabajo del hombre. La burguesía ha producido
maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y
las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas
que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los
instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la
producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de cuantas
clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida
la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la
burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y
agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de
todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica
incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su
séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas
envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne
se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la
fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con
los demás.
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra
del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier
establece relaciones.
La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo
de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los
reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas
industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya
instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por
industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino
las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no
sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan
necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los
frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras
remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y
donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en
ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo
que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu.
Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo
común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando
a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una
literatura universal.
La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de
producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la
civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías
es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con
la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el
extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la
burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada
civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su
imagen y semejanza.
La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades
enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la
campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo
de la vida rural. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete
los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos
campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la
propiedad y los habitantes del país. Aglomera la población, centraliza los
medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad.
Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de
centralización política. Territorios antes independientes, apenas aliados,
con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras
propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley,
un interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía
ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las
pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas
naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la
química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los
ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes
enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que
brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo
sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del
hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?
Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se
desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal. Cuando
estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su
desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y
comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una
palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado
progresivo de las fuerzas productivas. Obstruían la producción en vez de
fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su
desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.
Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y
social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y
política de la clase burguesa.
Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo
semejante. Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el
régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido
hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de
transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos
que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del
comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se
rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la
propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la
burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica
reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad
burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los
productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas
productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a
cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la
epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a
un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran
guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la
industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque
la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada
industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no
sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado
poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan
pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad
burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las
condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la
riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la
burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de
fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando
explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia
unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de
que dispone para precaverlas.
Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra
ella.
Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que,
además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los
obreros, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el
capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo
puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que
éste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a
trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los
cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el
régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo
encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la
máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil
aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más
o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza.
Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo ,
equivale a su coste de producción. Cuanto más repelente es el trabajo,
tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la
maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien
porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento
exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.
La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal
en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas
en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los
obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una
jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la
burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas
bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del
industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino,
más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que
no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es
decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también
es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del
hombre. Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de
edad y de sexo. Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de
trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste.
Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y
aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía:
el casero, el tendero, el prestamista, etc.
Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase
media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos,
son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para
alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la
competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan
sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción. Todas las clases
sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.
El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y
consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de
su existencia.
Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de
todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el
burgués que personalmente los explota. Sus ataques no van sólo contra el
régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la
producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les
hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan
por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.
En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el
país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no
son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía,
que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento
-cosa que todavía logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios
no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos,
contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra,
los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia
está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es
un triunfo de la clase burguesa.
Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del
proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece
también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando
las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en
todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los
intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La
competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis
comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero;
los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan
gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y
burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones
entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses,
se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones
permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en
cuando estallan revueltas y sublevaciones.
Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El
verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino
ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios
cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven
para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y
localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que
en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento
nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción
política. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales,
necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno,
gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años.
Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como
partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre
los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada
vez más fuerte, más firme, más pujante. Y aprovechándose de las discordias
que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses
propios. Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.
Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen
nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero,
contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía
cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la
burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio
que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra
política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas
contra sí misma.
Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas
proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos
los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al
proletariado nuevas fuerzas.
Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de
decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase
gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de
esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la
clase que tiene en sus manos el porvenir. Y así como antes una parte de la
nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al
campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales
burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver
claro en sus derroteros.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una
verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y
desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto
genuino y peculiar.
Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño
comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para
salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues,
revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, reaccionarios, pues
pretenden volver atrás la rueda de la historia. Todo lo que tienen de
revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa
actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su
posición propia para abrazar la del proletariado.
El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de
la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución
proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a
dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.
Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las
condiciones de vida del proletariado. El proletario carece de
bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de
común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna,
el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en
Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional. Las
leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras
los que anidan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases
que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones
adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición.
Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la
producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él
todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen
nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades
privadas de los demás.
Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados
por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es
el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría
inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad
actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde
los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra
la burguesía empieza siendo nacional. Es lógico que el proletariado de
cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.
Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del
proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos
embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en
que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el
proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su
poder.
Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre
las clases oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase
es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida,
pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la
gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como
el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. La
situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme
progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase.
El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho
mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la
incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a
ésta por norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de
gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun
dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una
situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son
ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir
viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho
incompatible con la sociedad.
La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición
esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la
formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir
sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado Presupone,
inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí. Los progresos de
la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía,
imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión
revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la gran
industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce
y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus
propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado sin
igualmente inevitables.
¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del
proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el
movimiento proletario.
Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en
esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones
nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el
proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la
etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía,
mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.
Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate
siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan
de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las
condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el
movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es idéntico al que persiguen los
demás partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del
proletariado, derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletariado a la
conquista del Poder.
Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en
las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la
humanidad. Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales
de una lucha de clases real y vívida, de un movimiento histórico que se está
desarrollando a la vista de todos. La abolición del régimen vigente de la
propiedad no es tampoco ninguna característica peculiar del comunismo.
Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas
siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.
Así, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para
instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.
Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en
general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta
moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más
acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa
sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por
otros.
Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula:
abolición de la propiedad privada.
Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida,
fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la
base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda
independencia.
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os
referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego,
precedente histórico de la propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos
destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a
todas horas.
¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?
Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde
propiedad? No, ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de
propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede
crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para
hacerlo también objeto de su explotación. La propiedad, en la forma que
hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo
asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la
antítesis.
Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en
el proceso de la producción. El capital es un producto colectivo y no
puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún
cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos
los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio
personal, sino una potencia social.
Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva,
común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva
una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter
colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.
Hablemos ahora del trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la
suma de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo
que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente
necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo
alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un
trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no deja,
como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la posibilidad de
ejercer influencia sobre los demás hombres. A lo que aspiramos es a
destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero
sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que
el interés de la clase dominante aconseja que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de
incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo
acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y
enriquecer la vida del obrero.
En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente;
en la comunista, imperará el presente sobre el pasado. En la sociedad
burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo
trabajador carece de iniciativa y personalidad.
¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la
personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos,
en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad
burguesa.
Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el
librecambio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico.
La apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la
libertad que entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en
cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad
Media, pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las
condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.
Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el
seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para
nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa
de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos
reprocháis? Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por
necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.
Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra
propiedad. Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en
capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento
en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la
persona no existe.
Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el
capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros
aspiramos a destruir.
El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo
único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el
trabajo ajeno.
Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesará toda actividad y reinará
la indolencia universal.
Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habría estrellado contra el
escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no
adquieren y los que adquieren, no trabajan. Vuestra objeción viene a
reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostración, y es
que, al desaparecer el capital, desaparecerá también el trabajo asalariado.
Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y
producción material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los
productos espirituales. Y así como el destruir la propiedad de clases
equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de
clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general.
Esa cultura cuya pérdida tanto deplora, es la que convierte en una máquina a
la inmensa mayoría de la sociedad.
Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa
partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os
dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del régimen
burgués de propiedad y de producción, del mismo modo que vuestro derecho no es
más que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su
contenido y encarnación en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.
Compartís con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la
idea interesada de que vuestro régimen de producción y de propiedad, obra de
condiciones históricas que desaparecen en el transcurso de la producción,
descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razón.
Os explicáis que haya perecido la propiedad antigua, os explicáis que pereciera
la propiedad feudal; lo que no os podéis explicar es que perezca la propiedad
burguesa, vuestra propiedad.
¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas de
los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo.
Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa?
En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia,
en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la
carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública
prostitución.
Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su
complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital,
que le sirve de base.
¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por
sus padres? Sí, es cierto, a eso aspiramos.
Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia,
suplantando la educación doméstica por la social.
¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por
las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos
directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente
los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación;
lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la
educación a la influencia de la clase dominante.
Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las
relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más
la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y
convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera,
pretendéis colectivizar a las mujeres!
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de
producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de
producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el
régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación
de la mujer como mero instrumento de producción.
Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida
de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada
colectivización de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no
tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en
la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición
a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la
prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a
otros sus mujeres.
En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas. A
lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este
hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial,
franca y abierta, de la mujer. Por lo demás, fácil es comprender que, al
abolirse el régimen actual de producción, desaparecerá con él el sistema de
comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la
oficial y en la encubierta.
A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la
nacionalidad.
Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no
tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la
conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es
evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no
coincida ni mucho menos con el de la burguesía.
Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial,
la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida
que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos
nacionales.
El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción
conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de
las condiciones primordiales de su emancipación. En la medida y a la par
que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros,
desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras.
Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la
hostilidad de las naciones entre sí.
No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el
comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.
No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida,
las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus
ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.
La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se
transforma la producción espiritual con la material. Las ideas imperantes
en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante .
Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace
más que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han
germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban
las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.
Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones
antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo. En el siglo
XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbían ante el racionalismo, la sociedad
feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un último esfuerzo, con la burguesía,
entonces revolucionaria. Las ideas de libertad de conciencia y de libertad
religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en
el mundo ideológico.
Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas,
jurídicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan
siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha
habido una religión, una moral, una filosofía, una política, un derecho.
Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la
justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso
de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir
estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras
nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.
Veamos a qué queda reducida esta acusación.
Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de
antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.
Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de
una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del
pasado. Nada tiene, pues, de extraño que la conciencia social de todas las
épocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a
ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases
que las informa no desaparezca radicalmente.
La revolución comunista viene a romper de la manera más radical con el
régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea
obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también más radical, con las
ideas tradicionales.
Pero no queremos detenernos por más tiempo en los reproches de la burguesía
contra el comunismo.
Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la
exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .
El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la
burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción,
centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como
clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor
rapidez posible las energías productivas.
Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una
acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por
medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e
insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y
de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de
producción vigente.
Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.
Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda,
de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos .
1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo
a los gastos públicos.
2.a Fuerte impuesto progresivo.
3.a Abolición del derecho de herencia.
4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional
con capital del Estado y régimen de monopolio.
6.a Nacionalización de los transportes.
7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción,
roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos
industriales, principalmente en el campo.
9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a
ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.
10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo
infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la
educación con la producción material, etc.
Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las
diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la
sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en
rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El
proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la
burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como
clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con
éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases,
las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.
Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase,
sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el
libre desarrollo de todos.
1. El socialismo reaccionario a) El socialismo feudal
La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto
histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos
contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de
1830, en el movimiento reformista inglés, volvió a sucumbir, arrollada por el
odiado intruso. Y no pudiendo dar ya ninguna batalla política seria, no le
quedaba más arma que la pluma. Mas también en la palestra literaria habían
cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la época
de la Restauración. Para ganarse simpatías, la aristocracia hubo de
olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesía, sin tener presente
más interés que el de la clase obrera explotada. De este modo, se daba el
gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oído
profecías más o menos catastróficas.
Nació así, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y
rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la
burguesía un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados,
pero que casi siempre movía a risa por su total incapacidad para comprender la
marcha de la historia moderna.
Con el fin de atraer hacia sí al pueblo, tremolaba el saco del mendigo
proletario por bandera. Pero cuantas veces lo seguía, el pueblo veía
brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se
dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.
Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los más
perfectos organizadores de este espectáculo.
Esos señores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de
explotación no se parecían en nada a los de la burguesía, se olvidan de una
cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo
su explotación han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su régimen no
existía el moderno proletariado, no advierten que esta burguesía moderna que
tanto abominan, es un producto históricamente necesario de su orden social.
Por lo demás, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de
sus doctrinas, y así se explica que su más rabiosa acusación contra la burguesía
sea precisamente el crear y fomentar bajo su régimen una clase que está llamada
a derruir todo el orden social heredado.
Lo que más reprochan a la burguesía no es el engendrar un proletariado, sino
el engendrar un proletariado revolucionario.
Por eso, en la práctica están siempre dispuestos a tomar parte en todas las
violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se
resignan, pese a todas las retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos
de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil
tráfico en lana, remolacha y aguardiente.
Como los curas van siempre del brazo de los señores feudales, no es extraño
que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.
Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No
combatió también el cristianismo contra la propiedad privada, contra el
matrimonio, contra el Estado? ¿No predicó frente a las instituciones la caridad
y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monástica y la
Iglesia? El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clérigo bendice
el despecho del aristócrata.
b) El socialismo pequeñoburgués
La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía, la
única clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad
burguesa moderna. Los villanos medievales y los pequeños labriegos fueron
los precursores de la moderna burguesía. Y en los países en que la
industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta
clase sigue vegetando al lado de la burguesía ascensional.
En aquellos otros países en que la civilización moderna alcanza un cierto
grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeñoburguesa que
flota entre la burguesía y el proletariado y que, si bien gira constantemente en
torno a la sociedad burguesa como satélite suyo, no hace más que brindar nuevos
elementos al proletariado, precipitados a éste por la concurrencia; al
desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la
sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en
la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domésticos.
En países como Francia, en que la clase labradora representa mucho más de la
mitad de la población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa
del proletariado contra la burguesía, tomasen por norma, para criticar el
régimen burgués, los intereses de los pequeños burgueses y los campesinos,
simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeña burguesía.
Así nació el socialismo pequeñoburgués. Su representante más caracterizado, lo
mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.
Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del
moderno régimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que
pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo
irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo,
la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción,
las crisis, la inevitable desaparición de los pequeños burgueses y labriegos, la
miseria del proletariado, la anarquía reinante en la producción, las
desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la
aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de
las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas
nacionalidades.
Pero en lo que atañe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene
más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y
con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando
no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y
de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente
tenían que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de
reaccionario y de utópico.
En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la
implantación de un régimen patriarcal: he ahí sus dos magnas aspiraciones.
Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
c) El socialismo alemán o "verdadero" socialismo
La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de
una burguesía gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su
avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la
burguesía empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.
Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del país se asimilaron
codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no
habían pasado la frontera también las condiciones sociales a que
respondían. Al enfrentarse con la situación alemana, la literatura
socialista francesa perdió toda su importancia práctica directa, para asumir una
fisonomía puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca
del espíritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad. Y así,
mientras que los postulados de la primera revolución francesa eran, para los
filósofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razón práctica” en
general, las aspiraciones de la burguesía francesa revolucionaria representaban
a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad
verdaderamente humana.
La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas
ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir,
asimilarse desde su punto de vista filosófico aquellas ideas.
Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se
asimila uno una lengua extranjera: traduciéndola.
Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los
manuscritos que atesoraban las obras clásicas del paganismo con todo género de
insubstanciales historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos
alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo
inverso. Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los
originales franceses. Y así, donde el original desarrollaba la crítica del
dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el
Estado burgués: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y así por el
estilo.
Esta interpelación de locuciones y galimatías filosóficos en las doctrinas
francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofía del hecho” , “verdadero
socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del
socialismo”, y otros semejantes.
De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdía toda su
virilidad. Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de
una clase contra otra clase, el profesor germano se hacía la ilusión de haber
superado el “parcialismo francés”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba
la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenía los
intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce
clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo
vaporoso de la fantasía filosófica.
Sin embargo, este socialismo alemán, que tomaba tan en serio sus desmayados
ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo
poco a poco su pedantesca inocencia.
En la lucha de la burguesía alemana, y principalmente, de la prusiana, contra
el régimen feudal y la monarquía absoluta, el movimiento liberal fue tomando un
cariz más serio.
Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al
movimiento político las reivindicaciones socialistas, para fulminar los
consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo,
contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la
libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo
que con este movimiento burgués no saldría ganando nada y sí perdiendo
mucho. El socialismo alemán se cuidaba de olvidar oportunamente que la
crítica francesa, de la que no era más que un eco sin vida, presuponía la
existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones
materiales de vida y su organización política adecuada, supuestos previos ambos
en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.
Este “verdadero” socialismo les venía al dedillo a los gobiernos absolutos
alemanes, con toda su cohorte de clérigos, maestros de escuela, hidalgüelos
raídos y cagatintas, pues les servía de espantapájaros contra la amenazadora
burguesía. Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos
y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibían los levantamientos
obreros.
Pero el “verdadero” socialismo, además de ser, como vemos, un arma en manos
de los gobiernos contra la burguesía alemana, encarnaba de una manera directa un
interés reaccionario, el interés de la baja burguesía del país. La pequeña
burguesía, heredada del siglo XVI y que desde entonces no había cesado de
aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera
base social del orden vigente.
Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio
industrial y político de la burguesía teme la ruina segura, tanto por la
concentración de capitales que ello significa, como porque entraña la formación
de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venía a cortar de
un tijeretazo -así se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro. Por
eso, se extendió por todo el país como una verdadera epidemia.
El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían el puñado de
huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas,
bordado con las flores retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas
y románticas, hacía todavía más gustosa la mercancía para ese público.
Por su parte, el socialismo alemán comprendía más claramente cada vez que su
misión era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesía.
Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al súbdito alemán como el
tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto
sentido socialista, tornándolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al
alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del
comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias
doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacía más que sacar la última
consecuencia lógica de su sistema. Toda la pretendida literatura
socialista y comunista que circula por Alemania, con poquísimas excepciones,
profesa estas doctrinas repugnantes y castradas . 2. El socialismo burgués o conservador
Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de
este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa.
Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los
humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los
organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales,
los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y
reformadores sociales de toda laya.
Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas
doctrinales. Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon.
Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la
sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. Su ideal es
la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan:
la burguesía sin el proletariado. Es natural que la burguesía se
represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles.
El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al
invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva
Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al
actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se
forma.
Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de
socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento
revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o
cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las
condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este
socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las
“condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción,
que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se
contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual
régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones
entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los
casos- para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el
presupuesto.
Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión
adecuada allí donde se convierte en mera figura retórica.
¡Pedimos el librecambio en interés de la clase obrera! ¡En interés de la
clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en
interés de la clase trabajadora! Hemos dado, por fin, con la suprema y
única seria aspiración del socialismo burgués.
Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que
los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase
trabajadora. 3. El socialismo y el comunismo crítico-utópico
No queremos referirnos aquí a las doctrinas que en todas las grandes
revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de
Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus
intereses de clase, en momentos de conmoción general, en el período de
derrumbamiento de la sociedad feudal, tenían que tropezar necesariamente con la
falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la
ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipación, que
habían de ser el fruto de la época burguesa. La literatura revolucionaria
que guía estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente
tenía que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria. Estas doctrinas
profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.
Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de
Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de
las luchas entre el proletariado y la burguesía, tal como más arriba la dejamos
esbozada. (V. el capítulo “Burgueses y proletarios”).
Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de
las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno
de la propia sociedad gobernante. Pero no aciertan todavía a ver en el
proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y
peculiar.
Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la
industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la
emancipación del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante
una ciencia social y a fuerza de leyes sociales. Esos autores pretenden
suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones
históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones
fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado
como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo. Para
ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la
propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales.
Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente
los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase
más sufrida. Es la única función en que existe para ellos el proletariado.
La forma embrionaria que todavía presenta la lucha de clases y las
condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren
ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior.
Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la
sociedad, incluso los mejor acomodados. De aquí que no cesen de apelar a
la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la
propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema
para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades
posibles.
Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la
revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan
abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de
pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.
Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época
en que el proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se
forja todavía una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición,
dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar
radicalmente la sociedad.
Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio
de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente.
Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase
trabajadora. Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carácter positivo acerca
de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarán
las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la abolición de
la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la
armonía social, la transformación del Estado en un simple organismo
administrativo de la producción.... giran todas en torno a la desaparición de la
lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos
apenas si conocen en su primera e informe vaguedad. Por eso, todas sus
doctrinas y aspiraciones tienen un carácter puramente utópico.
La importancia de este socialismo y comunismo crítico-utópico está en razón
inversa al desarrollo histórico de la sociedad. Al paso que la lucha de
clases se define y acentúa, va perdiendo importancia práctica y sentido teórico
esa fantástica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantástica en su
supresión. Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas
socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus
discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y
mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos
derroteros históricos del proletariado. Son, pues, consecuentes cuando
pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable. Y
siguen soñando con la fundación de falansterios, con la colonización interior,
con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de la nueva
Jerusalén... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen más
remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los
bolsillos burgueses. Poco a poco van resbalando a la categoría de los
socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por
su sistemática pedantería y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en
las milagrerías de su ciencia social. He ahí por qué se enfrentan
rabiosamente con todos los movimientos políticos a que se entrega el
proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le
predican.
En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los
reformistas tienen enfrente a los discípulos de Fourier.
Después de lo que dejamos dicho en el capítulo II, fácil es comprender la
relación que guardan los comunistas con los demás partidos obreros ya
existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de
Norteamérica.
Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos
y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par,
dentro del movimiento actual, su porvenir. En Francia se alían al partido
democrático-socialista contra la burguesía conservadora y radical, mas sin
renunciar por esto a su derecho de crítica frente a los tópicos y las ilusiones
procedentes de la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla
de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y
de burgueses radicales.
En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución
agraria, como condición previa para la emancipación nacional del país, al
partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.
En Alemania, el partido comunista luchará al lado de la burguesía, mientras
ésta actúe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía
absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía.
Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta
afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo
hostil que separa a la burguesía del proletariado, para que, llegado el momento,
los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesía,
como otras tantas armas, esas mismas condiciones políticas y sociales que la
burguesía, una vez que triunfe, no tendrá más remedio que implantar; para que en
el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience,
automáticamente, la lucha contra la burguesía.
Las miradas de los comunistas convergen con un especial interés sobre
Alemania, pues no desconocen que este país está en vísperas de una revolución
burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las
propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho más
potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII,
razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea más
que el preludio inmediato de una revolución proletaria.
Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos
movimientos revolucionarios se planteen contra el régimen social y político
imperante.
En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad,
cualquiera que sea la forma más o menos progresiva que revista, como la cuestión
fundamental que se ventila.
Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de
los partidos democráticos de todos los países.
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e
intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden
alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen,
si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución
comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no
sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los Países, uníos! .
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Manifiesto del Partido Comunista
(1848)
PRÓLOGOS DE MARX Y ENGELS A VARIAS
EDICIONES DEL
MANIFIESTO
1
PRÓLOGO DE MARX Y ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE
1872
La Liga Comunista, una organización obrera internacional, que en
las circunstancias de la época -huelga decirlo- sólo podía ser secreta, encargó
a los abajo firmantes, en el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847,
la redacción de un detallado programa teórico y práctico, destinado a la
publicidad, que sirviese de programa del partido. Así nació el Manifiesto,
que se reproduce a continuación y cuyo original se remitió a Londres para ser
impreso pocas semanas antes de estallar la revolución de febrero.
Publicado primeramente en alemán, ha sido reeditado doce veces por los menos en
ese idioma en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. La edición inglesa no
vio la luz hasta 1850, y se publicó en el Red Republican de Londres, traducido
por miss Elena Macfarlane, y en 1871 se editaron en Norteamérica no menos de
tres traducciones distintas. La versión francesa apareció por vez primera en
París poco antes de la insurrección de junio de 1848; últimamente ha vuelto a
publicarse en Le Socialiste de Nueva York, y se prepara una nueva
traducción. La versión polaca apareció en Londres poco después de la
primera edición alemana. La traducción rusa vio la luz en Ginebra en el
año sesenta y tantos. Al danés se tradujo a poco de publicarse.
2
PROLOGO DE ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE
1883
3
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ALEMANA DE
1890
4
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN POLACA DE 18925
PRÓLOGO DE ENGELS A LA
EDICIÓN ITALIANA DE 1893
Manifiesto del Partido Comunista
Por
K. Marx & F. Engels
I
BURGUESES Y PROLETARIOS
II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS
III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS
OTROS PARTIDOS DE LA
OPOSICION
También El 18 Brumario de Luis Bonaparte
Por Carlos Federico Althaus -
Thursday, Dec. 01, 2005 at 11:42 PM
elmorodetreveris@yahoo.com.ar
También hay que leer-bien-El 18 Brumario de Luis Bonaparte y así comprender que las cosas no son tan simples como en El Manifiesto....No hay dos grandes ejércitos enfrentados:Bueguesía vs Proletariado,sino ny en "el medio" una serie de sectores sociales que debemos cooptar.
Salute
Carlos
antes de recomendarlo a otros, primero entiendalo ustedes
Por ... -
Friday, Dec. 02, 2005 at 1:55 PM
"¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado.
No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario."
Otra vez con esta tontería?
Por --- -
Friday, Dec. 02, 2005 at 3:29 PM
Por un lado, dos o tres frases sueltas no dan idea de lo que dice el texto (es decir, se las aísla de su contexto y se pierde su significado).
Por otro lado, el sentido de un texto no puede establecerse al margen de la realidad acerca de la que ese texto habla.
En este caso, la realidad es la Liga de los Comunistas, en tanto partido organizado de los comunistas.
Tomando este hecho, considerando el texto en su conjunto, considerando cómo estaba organizada la Liga y qué se exigía de sus militantes, considerando además los otros textos que se barajaron para manifiesto de los comunistas, y considerando además cuáles eran las discusiones que presidieron su fundación, se puede establecer qué significan esas líneas que pegó Danilo o algún clon de Danilo.
Cuando se dice que los comunistas no buscan hacer entrar a la clase obrera en un molde predeterminado, está impugnando los socialismos doctrinarios, cristianos y moralizantes, llenos de normas al estilo de la masonería, las logias, etc.
La propia Liga, hasta ese momento, se había llamado "Liga de los Justos" y manifestaba justamente un comunismo doctrinario, cristiano.
Cuando se dice que los comunistas no constituyen un "partido aparte" del conjunto de la clase, lo que se está planteando es que no representan los intereses particulares de una fracción de la clase.
Quiere decir que los comunistas luchan por todas las reivindicaciones particulares de los obreros, pero no se limitan a ninguna de ellas sino que se orientan por los intereses de conjunto, históricos, de la clase obrera.
Todo esto se comprende fácilmente leyendo no una o dos frases del Manifiesto, sino el Manifiesto entero, además de tantos otros textos de Marx y Engels (y, si te da por investigar, textos de otros integrantes de la Liga, etc.).
Conclusión: es ridícula la pretensión de dar a entender que el manifiesto fundacional del partido de los comunistas equivalió a una proclamación de la inconveniencia e improcedencia de fundar el partido de los comunistas.
Pero bueh, la idiotez de algunos no conoce límites.
si, si
Por ... -
Friday, Dec. 02, 2005 at 6:14 PM
de alguna manera hay que dar vuelta las cosas para que la socialdemocracia y su ala radical el bolchevismo queden como continuadores de Marx.
CABECITAS NEGRAS
Por UN TAL CAMINANTE -
Friday, Dec. 02, 2005 at 6:25 PM
Yo me pregunto...
Es que nunca van a entrar en la realidad del siglo XXI, siempre se van a quedar enfrascados en discusiones bizarras de los siglos anteriores y en cima de sistemas totalmente fracasados???
MANIFIESTO COMUNISTA... que seria eso, triunfo en algun lado??
Hoy, ya no importa si era mejor Marx o Lenin o Troski( que ni siquiera me acuerdo como se escribe) lo importante es la propuesta del futuro no la del pasado, y encima la del pasado que demostró no ser viable mas que en los papeles, ya que en la practica fueron un rotundo fracaso.
Hoy les queda un solo bastión, Cuba, que, paradójicamente, lucha contra el diablo del imperialismo, los Estados Unidos, y mientras ellos, los imperialistas, tienen que poner guardias en sus fronteras para que no se les llene el país de gente, en Cuba, tienen que poner guardias en sus fronteras (las Marítimas) para que no se le escapen los "Ciudadanos Camaradas" que prefieren irse nadando a los Estados Unidos antes que quedarse a comer mierda en el régimen cubano. y no me vengan a preguntar ahora que porcentaje emigra, mas vale pregunten que porcentaje se puede escapar, porque de Cuba no se emigra, se escapa, de noche en una balsa, arriesgando la vida, la vida de los seres queridos y abandonando todas las pertenecías, alguna razón debe haber, no se porque no se lo preguntan...
Mientras tanto, en pleno siglo XXI un ato de imberbes, sigue discutiendo quien de los fracasados era mejor, ninguno era mejor… todos tuvieron su oportunidad de demostrar lo que valían sus ideas, y ya sabemos quienes triunfaron y quienes fracasaron…
Y no quiero escuchar ahora criticas estupidas diciendo que si no sos comunista sos Pro Bush, yo creo que hoy Pro Bush no es ni la familia Bush, pero no pueden desconocer que el comunismo como sistema fracaso en todos los frentes que tubo oportunidad de demostrar lo que valía.
Déjense de estas boludeces, la gente ni siquiera recuerda quienes eran Marx o Lenin. Es mas ni siquiera les importa saberlo, hoy las tendencias han cambiado y si no están a la altura de los acontecimientos quedaran limitados a ser los revoltosos rompe-vidrieras de siempre, sin ninguna alternativa de cambio, solo un movimiento folclórico sin valor real. Esto ya quedo demostrado en las ultimas elecciones…
Eso loco!!!!!!!!!!
Por Marto -
Friday, Dec. 02, 2005 at 6:56 PM
MANIFIESTO COMUNISTA... que seria eso, triunfo en algun lado??
Eso Loco!!!! quedemosnos del lado de los que triunfaron!!!! Porque el que triunfo por algo sera.... seguramente sera proque tiene la verdad, porque ya sabemos que el que triunfa siempre es el mejor, nOOOOO????
y bue y yo perdiendo tiempo contestandole a este perejil....
no... quedate al lado de los fracasados...
Por UN TAL CAMINANTE -
Friday, Dec. 02, 2005 at 8:11 PM
para que al lado de los triunfadores, mejor a lado de los fracasados y perdedores, asi, por lo menos alguna vez podremos decir que en la tierra de los ciegos, el tuerto es rey. Que masa loco... eso si es triunfar!!!!
Abajo Macri!!! arriba todos esos que no emacuerdo como se llaman!!!
que boludo el caminante
Por ... -
Friday, Dec. 02, 2005 at 11:38 PM
se queja de lo viejo que es el manifiesto comunista y se cree que lo que él dice es re-nuevo y banana.
es que entrar a una web anticapitalista a delirar el manifiesto comunista es pro...
...
Por Federico -
Saturday, Dec. 03, 2005 at 12:28 AM
Decis: "Cuando se dice que los comunistas no constituyen un "partido aparte" del conjunto de la clase, lo que se está planteando es que no representan los intereses particulares de una fracción de la clase"
Recordemos la frase: "Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros".
Dice clarisimo "partidos obreros" y no "partes" o "fracciones", ni "interes particulares" de los obreros. Partido no es lo mismo que parte, aunque esta palabra partido venga de parte. El significado de la frase es claro. como no poseo el original en aleman no te puedo decir si la traduccion que pusieron fue buena, quizas eso afecto el contenido.
Respecto a verlo mas alla de la frase, te doblo la apuesta que le hiciste al otro usuario. El problema que tiene la gente (en este caso vos) es que no logra entender el mensaje de democracia radical que hay detras de Marx, creen que para entender Marx hay que leer a sus continuadores, Lenin, trotsky (que dudo que sean fieles continuadores) o como mucho hacia atras Hegel, y desconocen las influencias de la denominada tradicion continental: Maquiavelo, Rousseau, Spinoza; y la clasica Heraclito, Aristoteles, etc...Asi no logran entender las vacilaciones de Marx, por ejemplo por que el joven marx no queria poner a la clase obrera como sujeto revolucionario (vacila en un reformismo y una multitud), los cambios que hace en la cuestion judia de su teoria y como trata el problema de la emancipacion, la critica a la filosofia del estado donde retomando lo clasico emplea la palabra "demos" en sentido de multitud (y no clase), o las vacilaciones del marx anciano. Sin mencionar los usos de palabras como "hombre social" "existencia generica"/gattungswesen; "general intellect", etc, etc, etc...o las constantes dudas sobre la dialectica hegeliana (que lo lleva a momentos de apertura, momentos "maquiavelianos" lejos de cualquier teoleologia, rompiendo todo lo que los criticos denominan "la metafisica" implicita en marx)
Solo leyendo esto se puede ir a Marx; solo asi se ve el proyecto profundamente democratico, autonomo (sin por eso caer en la simplificacion del autonomismo actual) y horizontal, tan lejos del planteo de uds los bolcheviques.
De todas formas tampoco me parece que el manifiesto sea un texto que deban considerar los marxistas como base teorica, es un panfleto y como tal esta plagado de simplifaciones, exageraciones, etc. Aun asi esto de andar buscando el "marx" el puro, el verdadero, como si marx no hubiese vacilado, no hubiese dado giros, ni sufrido crisis, me parece por lo demas una tonteria. Cualquier sintesis de marx sera necesariamente un recorte, hacia un marx, de los muchos marx que hubo.
Que cada uno lea el marx que quiera y pueda, el purismo no existe, y si te queda alguna duda preguntale a Pierre Menard que como dijo Borges es el autor del Quijote.
Obviamente
Por --- -
Saturday, Dec. 03, 2005 at 2:57 PM
En primer lugar, que el sentido de un texto nunca está en el texto mismo, es algo que yo ya señalé. Eso forma parte del ABC metodológico, tanto en las ciencias el lenguaje como en la ciencia social en general.
En segundo lugar, la Liga ERA un partido. Era un PARTIDO COMUNISTA. Aún sin fijarse en lo que diga el Manifiesto, la Liga tenía un estatuto (un texto que los "opinadores" no deberían ignorar) que señalaba los requisitos y las obligaciones que debían cumplir sus militantes.
Te guste o no, esto es un hecho. Y el sentido de los textos sólo puede establecerse en la relación con sus lecturas, con otros textos y, especialmente, con los hechos reconocidos (y no en base a dudosos análisis semánticos en abstracto, o deficientes consideraciones etímológicas). Y dejo acá para no abundar en lo que no lo requiere.
Por otra parte, estás en tu derecho de "intérprete" al atribuir al Manifiesto un sentido de "democracia radical", sentido que -según vos- los leninistas no habríamos comprendido.
En realidad el que no comprende sos vos, y eso porque leés el Manifiesto con fines demasiado predeterminados, es decir: para encontra en él un sentido de "democracia radical".
¿Por qué lo digo?
En primer lugar, la "democracia radical" que puede haber defendido Marx no era, como entre líneas dejás entender, la "democracia directa" o algo por el estilo (¡eso sí que es fantasioso!). La democracia radical para Marx era la democracia revolucionaria, y su contenido social e histórico concreto se verificó -o más precisamente, se probó falso- en la revolución del '48.
En segundo lugar, esta apreciación tuya adolece del mismo defecto señalado anteriormente: no toma en cuenta la realidad, ni las relaciones del texto con otros textos, etc. Porque, si te fijás en eso, vas a ver que en defensa de la "democracia radical" Marx llegó a promover la dilución de la Liga en el movimiento democrático de la burguesía y pequeño burguesía alemanas.
Es sabido que las expectativas de Marx respecto de la "democracia radical" no se cumplieron, y de ello dio cuenta en la famosa circular de 1850, donde aparece por primerza vez la fórmula "revolución permanente" o "continua" (fórmula que retomaría y desarrollaría León Trotski, uno de esos que, según vos, no habría comprendido el Manifiesto).
Tengo entonces buenas razones para pensar que, a excepción mía, todos los que posteraron aquí (y contrariamente a lo que sostienen) hacen lecturas unilaterales, doctrinarias y bastante artificiales del Manifiesto Comunista.
Cómo me gustaría que los que exhortan a los demás a leer el Manifiesto fueran los primeros en estudiarlo con más seriedad.
en pocas palabras
Por --- -
Saturday, Dec. 03, 2005 at 9:18 PM
el que no ve en Lenin la continuación de Marx es un dogmático y un superficial, asi que lo mando a que lea bien.
COMPAREMOS
Por B -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 10:02 AM
¿Por què no hacen un ejercicio de comparaciòn entre el programita que copio aquì y los
programas presentados por la seudoizquierda argentina incluyendo a los seudoanarquistas? En especial los puntos 3 y 8 son los más olvidados ¿serà casualidad?
1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.
2.a Fuerte impuesto progresivo.
3.a Abolición del derecho de herencia.
4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.
6.a Nacionalización de los transportes.
7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.
9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.
10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.
...
Por Federico -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 12:57 PM
No hace falta que diga nada, ya en el "El ABC de la dialéctica marxista" de Trotsky se ha dicho todo... jamas entendieron la dialectica. Voy a pegar citas porque tiene frases realmente maravillosas...
"Marx, que a diferencia de Darwin era un dialéctico consciente"...
(Ahi vamos con la ya gastada relacion Darwin-Marx, continuada por un monton de "interesantimas" de comparaciones fisiologicas, de quienes se nota no han entendido a Marx)
"Marx demostró que el movimiento de estas sombras ideológicas no reflejaban otra cosa que el movimiento de cuerpos materiales"
Esta es mi favorita, despues de poner libre albedrio entre comillas se larga con esto que explica porque lo hizo; esta frase me gusta en particular por que aca parece que se compro una mala traduccion de Marx y que debe ser la misma que compraron todos los de esa epoca. Marx jamas dijo que la superestructura es un reflejo de la estructura; el texto de donde Trotsky saco ese delirio dice claramente: "Die Produktionsweise des materiellen Lebens bedingt..." Bedignt, y que quede clarisimo, bedignt es condiciona..no determina, ni mucho menos "refleja" (como dice Trotsky). Engels en una carta a J.Bloch pone de forma CLARISIMA que la superestructura "ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determina, predominantemente en muchos casos, su FORMA"..¿entonces como puede ser una sombra, una falsedad, o un reflejo?,
lo ironico es que esto trotsky lo esta diciendo en un texto sobre la dialectica, en medio de criticas a quienes "no la entienden"...
trotsky habla en estos parrafos claramente del caracter falso de lasuperestructura...esto es absolutamente antimarxista, precisamente de lo que se trata el marxismo es como dice Engels de "un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores" donde "acaban imponiendose" los economicos, pero que no es bajo ningun punto de vista lo mismo que decir "son" los economicos los que hacen todo, y los demas "no son" nada, son un reflejo, una sombra...
Esto fue lo que preparo Trotsky para su texto?, eso es lo que le queria explicar a la gente de dialectica? Tengo tanto para escribir...pero la verdad ya ni tengo ganas....el ABC, es realmente una tras otra frases de este mismo tipo.
Por cierto es un insulto a Marx decir que el bolchevismo es la continuacion de su teoria; tanto por cuestiones teoricas como por las cuestiones practicas..la union sovietica (incluso en la epoca de Lenin) fue cualquier cosa menos un estado comunista y sirvio a cualquier cosa menos a la liberacion de la clase obrera...la militarizacion del trabajo, el control de todos los aspectos de la vida, la burocratizacion, el centralismo, etc solo hablan de lo lejos que estuvo de ser una liberacion; aspectos que hay que ser sincersos ya habian comenzado con Lenin. La misma revolucion rusa, en un pais que es atrasado o adelentado segun convenga en cada libro de trotsky y lenin, fue una negacion de la teoria de Marx, el mismo concepto de vanguardia, y tantos mas son un insulto al proyecto de democracia radical de Marx; a un marx que miraba a los griegos, que miraba a Spinoza y a Rousseau.
Es burdo lo tuyo
Por --- -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 4:04 PM
Por empezar, no se entiende qué tiene que ver “el ABC de la dialéctica” de Trotski con la discusión sobre el Manifiesto Comunista. Quizás si lo explicaras sabríamos qué es lo que estás discutiendo.
No creo que las metáforas de Trotski carezcan de toda relación con las que empleaba Marx, por ejemplo en la Ideología Alemana. En todo caso, merecerían un mejor análisis, pero no entiendo a qué viene tu apelación a esas citas, que además son muy fragmentarias.
Es necesario aclarar que “el ABC...” es un texto muy breve, escrito sin grandes pretensiones filosóficas y que se pretende introductorio, pero lo fndamental es que forma parte (una parte muy reducida) de una frondosa discusión con los trotskistas norteamericanos (que vos, repitiendo el vicio de tu post anterior, ignorás por completo).
Por otra parte, creo que ese texto ("el ABC...") es bastante más interesante de lo que vos sugerís. Una vez más, convendría encararlo íntegro y en conexión con otros textos (especialmente con aquellos con los que polemizaba, especialmente los dichos de Burnham sobre la dialéctica) y, especialmente, en conexión con la realidad política, social e histórica dentro de los cuales tenía sentido polémico. Veo que no lo tuyo es tropezar SIEMPRE con la misma piedra.
Vos decís quees un insulto considerar que el bolchevismo como la continuidad de Marx. Con eso, y si no desarrollás la idea, lo que a mí me queda claro es que el insulto lo cometés vos al decir eso sin querer explicar nada.
En cuando a “El ABC...”, yo personalmente lo considero un texto incoherente (como es, en última instancia, TODO texto), porque incluye fragmentos que dependen de supuestos diferentes.
De hecho encuentro muy interesante que Trotski llegue a plantear, en los párrafos más interesantes, una versión de la dialéctica que podríamos llamar “pragmatista”. Pero vos ni reparaste en eso. Realmente sos muy mal lector, deberías bajar un poco el copete en vez de ponerte en maestro ciruela.
Creo que la dialéctica representa un bache teórico para el marxismo, no sólo el de Trotski sino de un modo mucho más general y extendido (y diría que este bache tiene que ver con dificultades de origen de la teorización de Marx, pero no creo oportuno ponerme a discutir eso ahora).
No es raro, por lo tanto, que “El ABC...” de Trotski pueda dejar qué desear en términos teóricos. La cosa sería ver qué alternativas podés proponernos vos, aparte de esa seudo-crítica semi-literaria, adocenada y de bajísima estofa.
Para tu información, comentaré un par de cosas:
El texto que comentás de Trotski fue retomado, en sus aspectos más brillantes, por George Novak, una especie de “filósofo oficial” del trotskismo yankee de la época, bastante mediocre por cierto.
Novak buscó encolar las fórmulas de Trotski con la vulgata engelsiana y, aunque yo nunca pude acceder a los documentos, sé que existieron debates sobre la dialéctica con Marc Loris, un científico brillante que andonó la militancia a poco de estallar la segunda guerra mundial, y que dejó algunos artículos en “Fourth International”.
Trotski trató de volver al ataque sobre el tema, en un artículo (creo que se llamaba “la dialéctica y el silogismo” o algo por el estilo) que nunca pudo terminar a causa se su asesinato.
En este artículo inconcluso, Trotski parece dirigirse especialmente a John Dewey (un famoso pedagogo y filósofo progresista norteamericano, quizás el mayor especialista yankee de la época en Hegel, que luego viró hacia una concepción naturalista-pragmatista, y que presidió la comisión que, a pedido de Lev Davidovich, investigaría las acusaciones que Stalin dirigió al viejo revolucionario ruso en el exilio).
Allí, aunque Trotski dice alguna que otra zoncera (apenas disculpable, creo yo, por el hecho de tratarse de un borrador inconcluso), a su manera señala elementos comunes entre la dialéctica y el pragmatismo (forma yankee, según él, del empirismo!).
Todo esto, creo yo, es algo que hace falta estudiar desde el marxismo, aunque no con criterio puramente filológico, sino en una perspectiva epistemológica.
Aparte de todo esto, querer oponer la biodireccionalidad de las determinaciones estructura/superestructura -según Engels- a una teoría del reflejo supuestamente "trotskista", es una barrabasada.
No me interesa en lo más mínimo ingresar a un debate que constituye, a mi juicio, una vía muerta, pero vuelvo a insistir en que la metáfora del reflejo, acertada o no, fue frecuentemente empleada precisamente por Engels (y por Marx mismo, como señalé).
Por otra parte, es fácil encontrar textos y párrafos de Trotski donde señala la misma bidireccionalidad (y, ya que estamos, en una discusión con los norteamericanos, Trotski propone un criterio que yo llamaría “pragmatista” para establecer la distinción entre el factor objetivo y el subjetivo, el condicionante en principio y el condicionado en principio, por decirlo de algún modo).
Es claro que, aunque se haya valido de metáforas defectuosas, Trotski jamás defendió un punto de vista sustancialista, unilateral o antidialéctico respecto de la causación de los hechos sociales, políticos e históricos (como no lo hicieron Marx y Engels, los inventores de aquellas metáforas).
Después es totalmente bizantino discutir si “determinar”, es o no sinónimo de “condicionar”, etc. Creo que ya hablé sobre lo poco que tienen que ver con el marxismo -y con el método científico en general- las consideraciones semánticas en abstracto y los enredos filologizantes.
Tampoco entiendo muy bien por qué estaría mal asumir e investigar los posibles nexos entre el proyecto de Darwin y el de Marx. A mí me parece que hay en ello bastante para decir (y mucho más para investigar y hasta para construir).
Lo que veo en tus textos es una inmensa masa de prejuicios que han estado de moda en cierta intelectualidad cuyas relaciones con el marxismo han sido principalmente académicas.
En fin, me parece que hablás demasiado sobre cosas que compendés muy poco.
Que Marx “mirara” a Spinoza o Rouseau, son interpretaciones bastante parciales a mi juicio, que han hecho lectores marxistas de Marx (Coletti, en el caso de Rouseau). Hasta hay quien prefiere pensar en Machiavello como ancestro de Marx (fue el caso de Gramsci) y así “ad libitum”.
Me parece que, con tal de discutir por discutir, te vas por las ramas. Me quedo con la impresión de que la “confusión” de la que acusás a los demás es principalmente tu propia confusión.
la cuestión
Por comunista antibolchevike -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 7:14 PM
cica_web@yahoo.com
¿Fue realmente Trotsky continuador de Marx? ¿Entendió Trotsky la dialéctica marxiana?
Mi opinión personal es que ningún bolchevique, dado que el bolchevismo no es más que el ala radical de la socialdemocracia, fue continuador de Marx. Sí lo fueron los comunistas de consejos (Pannekoek y Mattick, por ejemplo).
Pero la relevancia práctica de esta cuestión para los problemas actuales de la revolución no es tan importante como esta: la teoría y práctica del bolchevismo es autoritaria y burguesa, y a lo máximo a que lleva actualmente es a que la clase obrera busque reemplazar a jefes burgueses por jefes obreros, jefes "traidores" por jefes "luchadores", o jefes reformistas por jefes "revolucionarios".
El éxito del bolchevismo y prácticas similares (que sólo fue posible en países como Rusia, China, Cuba, etc.) ya vimos en lo que resultó: un capitalismo de Estado pintado de rojo, donde el Partido ejercía en nombre de la revolución una dictadura burocrático-policial contra la población a la que decía representar, y donde seguía existiendo la explotación asalariada ("libre" o militarizada), las cárceles, la policía, el ejército permanente y todas las instituciones capitalistas.
Yo considero que ni en este momento ni más tarde es posible que un partido de izquierda que se reclame bolchevique tome el poder del Estado y repita los crímenes de Lenin, Trotsky y/o Stalin. Recordar los crímenes del bolchevismo tiene su utilidad relativa, así como recordar los crímenes del fascismo italiano, del nazismo alemán, o del imperialismo británico, yanqui, francés, etc. Tiene sentido para la denuncia del bolchevismo como una falsa alternativa al sistema de explotación.
Sin embargo los partidos de izquierda actuales no son el bolchevismo más que en su reivindicación ideológica, ya que el bolchevismo sólo fue prácticamente posible en los países que mencioné antes.
Lo que sí es prácticamente útil hoy es señalar que los partidos del tipo "bolchevique" ejercen por su praxis reformista (ideológica, autoritaria) una influencia recuperadora en la clase obrera, influencia que los explotados sólo podremos superar mediante nuestra propia autoactividad individual y colectiva (después de todo, si los explotados no podemos superar los métodos de la izquierda y del sindicalismo, menos que menos podremos hacer la revolución).
son menches!!!!!!!!!
Por anakarenina -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 7:24 PM
es muy poco seri lo q voy a decir pero leer los comentarios anteriores sobre la continuacion de marx y el abc de troski me impulsa agritar: los troskos son menches!!!!, siempre lo fueron y siempre los seran, menches!!!!!!!!!!!!