INTRODUCCIÒN A LA EDICIÒN MEXICANA DE RAZÒN Y REVOLUCIÒN.
Por EL MILITANTE -
Sunday, Dec. 04, 2005 at 6:33 PM
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Introducción a la edición mexicana de
Razón y Revolución |
|
Autor : Alan Woods Fecha :
( 04-Diciembre-2005 ) Categoria : Teoría
|
ara
presentar la edición mexicana de Razón y Revolución es
necesario dar una justificación por haber escrito un libro sobre
filosofía marxista y ciencia moderna: ¿Qué relevancia tiene la
filosofía para la ciencia? ¿Y qué relevancia tienen ambas para la
sociedad y la política?
El año pasado tuve el
privilegio de haber sido invitado a hablar en la Facultad de
Ciencias de la UNAM, en la Ciudad de México, junto con dos de los
más destacados expertos en teoría del caos. Ambos tuvieron la
gentileza de elogiar Razón y Revolución y recomendarlo a sus
estudiantes como una lectura obligada.
En la
conferencia traté de explicar la forma en cómo ciertas tendencias
generales en la sociedad encuentran su reflejo en la ideología, lo
mismo ocurre incluso con la ciencia. También señalé que las ideas
reaccionarias pueden expresarse en la ciencia, por ejemplo en
teorías reaccionarias que intentan darle una base científica al
racismo.
En última instancia, estas son cuestiones
filosóficas de gran importancia. Si adoptamos el punto de vista del
idealismo filosófico, tenderemos a formular hipótesis científicas de
un cierto tipo; si adoptamos el punto de vista materialista, nos
haremos preguntas de un modo completamente diferente.
En los años recientes, la crisis de la ideología
burguesa se ha expresado entre otras cosas, por un desplazamiento
general hacia el idealismo, el misticismo y la superstición. Uno de
los propósitos de este libro es identificar y combatir estas
tendencias. Esta es también una cuestión filosófica.
Los antiguos griegos fueron quienes primero ensayaron
la ruptura de los temas relevantes con la religión. Los jónicos
fueron los primeros en intentar explicar el universo sin recurrir a
elementos sobrenaturales. Este es el verdadero inicio, tanto de la
filosofía, como de la ciencia, las cuales, en ese entonces, eran una
y la misma cosa.
Al leer a estos primeros filósofos
materialistas, uno se asombra constantemente de lo mucho que
entendían acerca de la naturaleza del universo. Descubrieron que el
mundo es redondo, que el sol es una bola de metal incandescente, que
la luz lunar es reflejo de la luz solar. Mucho antes que Darwin,
descubrieron la evolución y llegaron a la conclusión de que el
hombre desciende de un pez. Incluso descubrieron la existencia de
los átomos y con ello, sentaron las bases de la teoría atómica
moderna. Y todo lo hicieron sin la ayuda de maquinaria ni aparato
alguno, salvo de su cerebro.
De cualquier forma,
después de dos mil quinientos años aproximadamente, en los que la
filosofía generalmente actuó como estímulo para el desarrollo del
pensamiento humano, ahora se ha metido en un callejón sin salida. En
este mismo periodo, la filosofía merecidamente se ha ganado la
animadversión general. Cuando se lee a los filósofos burgueses de
los últimos cien años, es difícil decidir qué es peor: la aridez del
contenido o la manera intolerablemente pretenciosa con la que se
expresan. El contenido es vano y trivial, tan superficial como un
crucigrama, aún así, hacen los más amplios aspavientos, pavoneándose
y ridiculizando el pensamiento de los grandes filósofos del pasado,
con la más pasmosa insolencia.
Los filósofos
burgueses modernos se imaginan que han liquidado la vieja filosofía
(o metafísica, como suelen llamarla desdeñosamente), pero su
victoria imaginaria es como la de aquel sastrecillo valiente de los
hermanos Grimm, quien mató a siete de un golpe. Las siete
víctimas del sastrecillo fueron de hecho, moscas, no hombres.
Nuestros filósofos modernos son, para usar una expresión alemana,
simples flohknackers. (“Aplasta pulgas”, hasta donde sé,
parece que es un término acuñado por Lenin, refiriéndose a un
papanatas profesor universitario en Materialismo y
Empirocriticismo. N. del T.)
La pobreza de la
filosofía burguesa moderna
Polonio: ¿Qué lee
Mí lord? Hamlet: Palabras, palabras, palabras.
Shakespeare, Hamlet, Acto II, Escena ii
Por décadas los positivistas lógicos presentaron
sus ideas arrogantemente como la “filosofía de la ciencia”. Lo que
conlleva una profunda ironía, ya que al mismo tiempo, acusan al
materialismo dialéctico (sin el mínimo fundamento) de aspirar a ser
la “Reina de las Ciencias”. Ya en estos tiempos, nadie considera
seriamente estos absurdos reclamos y menos que nadie, los mismos
científicos, quienes nunca lo hicieron. Actualmente, se han reducido
a atrincherarse en la retaguardia, peleando con una táctica
desesperada, la cual consiste en la disolución total de la
filosofía, reduciéndola enteramente a la semántica (estudio del
significado de las palabras).
No hay nada que se
parezca más a esta interminable discusión de minucias en los
significados que los debates sin fin de los escolásticos sobre temas
tan fascinantes como si los ángeles tienen sexo y cuántos de ellos
podrían bailar sobre la cabeza de un alfiler. Esta comparación no es
tan absurda como parece. De hecho, los escolásticos no eran tontos y
avanzaron en los terrenos de la lógica y la semántica (como lo hacen
sus equivalentes modernos). El problema es que, obsesionados con la
forma, olvidaron el contenido. Mientras las reglas formales fueran
obedecidas, el contenido podría ser tan absurdo como se quisiese.
El hecho de que a todo este jaleo, este fraude y todo
este juego de palabras pueda dársele el nombre de filosofía es a
todas luces, una prueba de qué tanto ha decaído el pensamiento
burgués moderno. Hegel escribió en Fenomenología: “Por lo
poco con lo que el espíritu humano se satisface, podemos juzgar la
extensión de su perdición”. Un epitafio hecho a la medida de toda la
filosofía burguesa después de Hegel.
Los filósofos
burgueses modernos afirman haber resuelto todos los problemas
filosóficos del pasado. ¿Cómo ha sido alcanzada esta inmensa hazaña?
Analizando palabras. Esta victoria opaca pues, todas las
batallas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, junto con las de
Austerlitz, Waterloo y cualquier otra.
Pero ¿qué es
el lenguaje sino ideas que se expresan en el discurso? Si decimos
que sólo conocemos el lenguaje, lo único que estamos haciendo es
reformular en un modo distinto la vieja y gastada noción del
idealismo subjetivo que postula que sólo podemos conocer ideas, más
precisamente, mis ideas. Este es un camino filosófico sin
salida, el cual, como Lenin explicó hace ya un siglo, sólo puede
desembocar en el solipsismo, es decir, la noción de que sólo yo
existo.
La idea -mejor dicho, el prejuicio- del
intelectual que asigna a las palabras una importancia sobrenatural,
sólo es el reflejo de las condiciones reales de la existencia del
intelectual. El albañil trabaja con ladrillos, el pintor con
pintura, el herrero con hierro y el carpintero con madera. Él
trabaja con palabras, que son el único material con el que sabe
trabajar.
Con la ayuda de los materiales mencionados,
los hombres siempre han transformado su mundo y controlado su medio
ambiente. Y en la medida en la que cambian el mundo alrededor suyo,
los hombres mismos han cambiado también. Gradualmente se han erigido
por encima del nivel de los animales y se han convertido en seres
humanos. Es esta incesante actividad humana -esta creatividad que
nace del trabajo colectivo- lo que nos ha hecho lo que somos. Es la
base de todo el progreso, el conocimiento y la cultura humana.
Una vez que la conciencia humana se desarrolla a un
cierto nivel, basado en la división social del trabajo, ésta
adquiere una vida independiente. Los sacerdotes y los escribas del
antiguo Egipto eran conscientes del poder material de las ideas y
las palabras, las cuales les dieron autoridad y poder sobre sus
semejantes. La división de la sociedad en pensadores y hacedores
data desde aquellos tiempos, tal y como Aristóteles entendió bien.
Para el intelectual burgués, la única realidad sólo
consiste en las palabras. Para él, realmente sucede que “en el
principio fue la Palabra y la Palabra fue con Dios y la Palabra era
Dios”. En la narrativa postmoderna lo es todo y sólo podemos conocer
el mundo a través de la palabra de los individuos. Aquí, el lenguaje
no aparece como un fenómeno que conecta a las personas con el mundo,
ni entre ellas mismas, sino como algo que separa y aísla. Es una
barrera más allá de la cual no podemos saber nada.
El intelectual burgués -o pequeño burgués- sólo
trabaja con las palabras. Ellas son el sustento que les da el pan de
cada día, llenan su vida y la proveen de trabajo y placer. Lo animan
o lo derrumban, le dan reputación o se la quitan. Actúan como un
encanto mágico, ya que los encantos y conjuros tienen que ser
imprecados como palabras.
También les da poder sobre
otros seres humanos. En las civilizaciones más antiguas, algunas
palabras eran tabú, así como las hay ahora. A los antiguos
Israelitas no se les permitía pronunciar el nombre de su Dios. En
estos días no nos es permitido pronunciar la palabra
capitalismo, en su lugar, tenemos que decir “la economía de
libre mercado”.
Desde los primeros tiempos, aquellas
capas privilegiadas que han disfrutado el monopolio de la cultura
han despreciado el trabajo manual. En Razón y Revolución,
pueden encontrarse citas de las palabras de los escribas Egipcios,
quienes aconsejaban a sus hijos seguir sus pasos, describían las
actividades de los campesinos, constructores y otros quienes
utilizaban sus manos para trabajar como actividades aborrecibles.
Estas citas expresan adecuadamente el prejuicio tan profundamente
arraigado del intelectual hacia el trabajo manual.
De
modo que la mistificación de palabras no es nada nuevo. Sus raíces
se encuentran en la división entre el trabajo mental y el manual. Y
ésta ha adquirido su última expresión en la filosofía burguesa
moderna. Difícilmente resulte sorprendente, tomando en cuenta que el
abismo que existe entre ricos y pobres, poseedores y desposeídos,
“educados” e ignorantes, es más grande ahora de lo que fue en
cualquier otra época de la historia.
Las masas han
sido expropiadas no sólo físicamente, sino también moral y
culturalmente. El lenguaje científico es completamente inaccesible
para la gran mayoría de los ciudadanos educados, no digamos a los
que no lo son. Con la filosofía, la situación es aún peor, ésta se
ha atascado completamente en un pantano de oscurantismo
terminológico, el cual, al compararlo con el de los escolásticos,
resulta que el de los últimos es un modelo de claridad.
La necesidad de la dialéctica
La filosofía burguesa moderna se ha vuelto árida
y desanimada. Está completamente alejada de la realidad y muestra un
completo descuido por la vida cotidiana de la gente común. Así que
no es extraño que a su vez, la gente la trate con desprecio. En
ningún momento, tanto como ahora, la filosofía había parecido tan
irrelevante. La total bancarrota de la filosofía burguesa moderna
puede explicarse hasta cierto punto porque Hegel llevó la filosofía
tradicional hasta sus límites, dejando así muy poco espacio para el
desarrollo de la filosofía, propiamente como filosofía. Pero la
causa más importante que explica la crisis de la filosofía es el
desarrollo de la propia ciencia.
Durante miles de
años, los seres humanos han intentado dar sentido al mundo en el que
vivimos. Esta constante búsqueda de la verdad es una parte esencial
del ser humano. Pero durante la mayor parte de nuestra historia,
dichos intentos de comprender el funcionamiento del universo han
estado desprovistos de las herramientas necesarias para hacerlo. El
insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y
la tecnología implicaban que el único instrumento disponible fuera
el cerebro humano -un instrumento verdaderamente maravilloso, sin
embargo inadecuado para la tarea titánica que hay que cumplir-.
Es sólo a partir de los dos últimos siglos, con la
Revolución Industrial, que el desarrollo de la ciencia nos ha
provisto de las herramientas necesarias para colocar al estudio de
la naturaleza sobre bases sólidas. En particular, los avances
espectaculares de la ciencia y la tecnología en los últimos
cincuenta años han opacado todos los periodos de desarrollo
anteriores.
En tales condiciones, las viejas
especulaciones filosóficas acerca de la naturaleza de la vida y el
universo son ingenuas y hasta ridículas. ¿Ciertamente la ciencia se
ha librado de la filosofía de una vez por todas? Engels responde
afirmativamente a esta pregunta, pero añade que lo que permanece
válido en la filosofía son la dialéctica y la lógica formal. La
ciencia aún necesita una metodología que le permita desperdiciar el
menor tiempo posible, cometiendo el menor número de errores
posibles.
Es imposible comprender la historia sin el
método dialéctico. Esto puede corroborarse en la historia de la
ciencia misma. Un avance de gran relevancia en la aplicación del
método dialéctico a la historia fue la publicación de The
Structure of Scientific Revolutions, de T.S. Kuhn, en 1962. En
éste se demuestra que las revoluciones científicas son inevitables,
mostrando aproximadamente el mecanismo de cómo es que esto ocurre.
“Todo lo que existe merece perecer” es una frase que aplica no sólo
a los organismos vivos, sino a las teorías científicas, incluidas
aquellas que aceptamos como absolutamente válidas hasta el día de
hoy. En los escritos filosóficos de Marx y Engels, no
encontraremos un sistema filosófico acabado, sino una serie de
brillantes lineamientos y pistas que de haber sido desarrolladas,
hubieran provisto a la ciencia de una invaluable adición a su
arsenal metodológico. Desafortunadamente, dicho trabajo nunca ha
sido emprendido con la seriedad que requiere. Con todos sus
colosales recursos, la Unión Soviética no lo consiguió. La
maravillosa comprensión de Marx y Engels acerca de la filosofía y la
ciencia, quedaron en una fase muy primitiva de desarrollo.
¿Esto quiere decir que la dialéctica ha estado
completamente alejada del desarrollo de la ciencia moderna?
Definitivamente no, el desarrollo más reciente en torno a la teoría
del caos, junto con todos sus derivados, las teorías de la
complejidad y la ubicuidad, poseen un carácter claramente dialéctico
y es un gran tributo a la vitalidad de la ciencia en México que
estas cuestiones sean tomadas con mucha seriedad en este país.
Dialéctica de la naturaleza
Engels escribió que en última instancia, la
naturaleza funciona dialécticamente. La ciencia moderna, que es el
tema central de este libro, nos ha suministrado de enorme riqueza de
ejemplos que prueban la validez de la dialéctica. Esto puede verse
en cada una de las ramas de la ciencia.
La dialéctica
nos enseña a estudiar las cosas en su propio movimiento, no de
manera estática; en su propia vida, no cuando ya están muertas. Cada
desarrollo tiene sus raíces en estados previos, los cuales, a su vez
se convierten en embrión y punto de partida de nuevos procesos -una
red sin fin de relaciones, las cuales se refuerzan y perpetúan
recíprocamente. Ya antes Hegel había desarrollado esta idea en su
Lógica y otros trabajos. La dialéctica nos enseña también a
estudiar las cosas y los procesos con todas sus interconexiones.
Esto reviste importancia como metodología en áreas tales como la
morfología animal. No es posible modificar una parte de la anatomía
sin producir cambios en todas las demás partes. Aquí también hay una
relación dialéctica.
Así, se muestra que las
fantasías de la ciencia ficción (y de la religión) son realmente
imposibles. Por ejemplo, la idea tradicional del ángel -un hombre
con alas-. Si una criatura de esa naturaleza realmente hubiera
existido, no habría tenido la mínima relación con los bellos seres
representados en las pinturas medievales. Las alas serían demasiado
pesadas para aletear. Alas de esa envergadura requerirían de un
enorme esternón (hueso pectoral), el cual saldría un metro fuera del
pecho; necesitaría también piernas tan largas cual zancos. Esta
criatura sería entonces, un espectro monstruoso, sin ningún parecido
con los bellos ángeles que adornan las catedrales medievales. En
cuanto a la ficción espacial, donde podemos ver cualquier cantidad
de extrañas y maravillosas criaturas, entre las que podemos
encontrar una nube que piensa, no hablemos de ellas, mejor.
Los nuevos descubrimientos en la biología nos obligan
a actualizarnos constantemente en las teorías acerca del origen de
la Tierra. Inclusive, en los diez años desde que Razón y
Revolución se publicó, nuevas teorías han surgido. Es más
probable que la vida en la Tierra haya comenzado a una edad muy
temprana en el fondo del océano, en la forma de diminutos
organismos, que se sustentaban de la energía volcánica, proveniente
de las corrientes volcánicas submarinas. Estas formas primitivas de
vida no requerían pues de la luz solar. Se desarrollaron en
condiciones extremadamente hostiles. Esta diminuta bacteria, proveyó
durante mucho tiempo a la atmósfera del oxígeno necesario para
transformarla, y así crear las condiciones necesarias para el
desarrollo de la vida, tal y como la conocemos. ¡Le debemos todo a
esta humilde bacteria!
Es interesante observar cómo
ciertas formas de vida en la naturaleza, que han dominado el planeta
durante prolongados periodos, se han extinguido tan pronto como las
condiciones materiales que determinaron su éxito evolutivo se
modifican. Es igualmente fascinante ver cómo estas especies
dominantes han sido reemplazadas por otras que parecían
insignificantes e incluso por aquellas que no parecía que fueran
capaces ni siquiera de sobrevivir.
Darwin visualizó
la evolución como una curva suave en ascensión, sin interrupciones
ocasionadas por cambios repentinos ni catástrofes. Sin embargo, la
línea evolutiva se interrumpe por catástrofes periódicas,
caracterizadas por la extinción de ciertas especies y el surgimiento
de otras nuevas. Las especies que se han extinguido con mayor
frecuencia, son aquellas que fueron las supremas dominantes en los
periodos previos. Éste fue el caso, por ejemplo de los enormes
trilobites, quienes dominaron el antiguo océano durante millones de
años, es también el caso de los dinosaurios.
En tales
casos, quienes suelen emerger de la oscuridad para ocupar los nichos
vacíos que dejó la desaparición de la especie previamente dominante,
son las especies menores. Los pequeños mamíferos, que reemplazaron a
los dinosaurios, ocupaban en la cadena alimenticia un escalafón
menor, lejano al que encabezaba dicha cadena. Aún así, contenían de
forma potencial, el germen de importantes desarrollos futuros,
incluyendo en ésta a la propia humanidad y su trabajo. De manera que
en la evolución es común el caso en que, citando la Biblia, “los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
Las formas de vida evolucionan de manera que están
bien adaptadas para tomar ventaja de un cierto medio ambiente, pero
la misma especialización que coloca a las especies en un contexto
evolutivo, se convierte en su contrario cuando las condiciones
cambian. Y como la vida misma, está frecuentemente a un paso del
borde del caos, incluso cambios relativamente pequeños pueden
producir consecuencias catastróficas. Este fenómeno lo hemos visto
repetirse muchas veces durante millones de años de evolución.
Lo que es cierto para la naturaleza, lo es también
para la sociedad. El capitalismo en sus orígenes fue un sistema
socioeconómico históricamente progresista, que desarrolló los medios
de producción, la industria, la tecnología y por lo tanto, impulsó
el avance de la civilización. A pesar de los terribles crímenes que
se cometieron a causa de este sistema, de los cuales la asolación de
Latinoamérica es uno de los episodios más horrendos, el capitalismo
jugó un papel progresista en el desarrollo de las fuerzas
productivas y por lo tanto, estableció las bases materiales para una
sociedad humana nueva y mejor. Sin embargo ese periodo ha llegado a
su fin hace ya mucho tiempo.
Las “adaptaciones
evolutivas” que originalmente permitieron desplazar al feudalismo y
emerger como el sistema socioeconómico dominante, hace mucho que se
ha vuelto en su contrario. Se muestra con todos los síntomas que
asociamos con un sistema socioeconómico en declive que se encuentra
en estado terminal. En el periodo que ahora nos toca vivir, el
sistema capitalista está destinado a la extinción.
La
Historia nos ha provisto de innumerables ejemplos de estados
aparentemente todopoderosos que han colapsado en un breve intervalo
de tiempo. También muestra cómo posturas políticas, religiosas y
filosóficas que eran condenadas de manera prácticamente unánime, se
transformaron en los puntos de vista aceptados del nuevo poder
revolucionario, que había tomado el lugar del antiguo régimen
derrocado. El hecho de que las ideas del Marxismo son las opiniones
de una pequeña minoría en la sociedad actual, no nos causa
preocupación. Cada gran idea en la historia, siempre ha nacido
siendo una herejía.
Una nueva visión de la
evolución
En el equipo de la paleontología, la
revolucionaria teoría del equilibrio puntuado de Stephen Gould
-actualmente aceptada como correcta en lo general- desechó
completamente la vieja concepción de la evolución como un proceso
lento y gradual, ininterrumpido, libre de catástrofes y brincos
repentinos. Hemos señalado que las ideas del Marxismo influyeron a
Gould, en particular, por la obra maestra de Engels El Papel del
Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre, a la cual
elogió ampliamente. De hecho, Gould señaló que si los científicos
hubiesen puesto atención a lo que Engels escribió, la investigación
del origen de la humanidad se habría ahorrado un siglo de
equivocaciones.
El punto de inflexión más grande en
la ciencia biológica desde la publicación de nuestro libro, sin duda
alguna ha sido el proyecto del genoma humano. De un solo golpe, este
proyecto ha demolido completamente las teorías reaccionarias del
racismo, basado en teorías falsas, las cuales hemos criticado en
Razón y Revolución.
Los resultados del
proyecto del genoma humano deberían también terminar con la sinrazón
del creacionismo. Debería curarnos de una vez y para siempre de la
arrogancia que por miles de años ha incitado a que hombres y mujeres
reclamen un lugar privilegiado en la naturaleza, basándose en la
creencia de que podemos juguetear con fuerzas sobrenaturales (Dios)
y por tanto, escapar de nuestro destino mortal y lograr la “vida
eterna”, la cual, en una inspección más detenida, tiene una
asombrosa semejanza con la muerte eterna.
Aún así, de
manera paradójica, es precisamente en este momento -cuando la marcha
triunfal de la ciencia abre puertas antes cerradas, descubriendo
todo lo que había permanecido oculto a nuestra vista- cuando el
dominio absoluto de la religión y la superstición que se ejercen
sobre millones de mentes de hombres y mujeres nunca ha sido más
fuerte.
No obstante que hace mucho tiempo hemos
salido de las cavernas y hemos alcanzado con dificultad la luz del
día, los residuos del barbarismo todavía se mantienen ocultos en las
sombras de la psique humana. En el rincón más oscuro y recóndito de
la mente humana se encuentra acumulada toda la basura de los últimos
cien mil años. El pasado se ha superado parcialmente, pero todavía
no se consigna definitivamente al museo de la prehistoria. La senil
decadencia del capitalismo constituye una amenaza, no sólo a la
calidad de vida y a los derechos democráticos, también lo es para el
futuro de la cultura y la civilización, propiamente dichas.
El Siglo XX ha presenciado dos guerras mundiales, la
segunda de ellas condujo a la muerte a más de cincuenta millones de
personas y estuvo a punto de destruir toda la civilización. La
locura del fascismo, con sus campos de concentración y sus cámaras
de gas fue una monstruosa regresión a un estado primitivo. Todo esto
mostró cuán superficial y cuán frágil es el fino barniz de la
cultura humana y qué tan fácil es hacer que el progreso vaya en
reversa.
En el prolongado periodo del ascenso
capitalista, que siguió a la Segunda Guerra Mundial, los defensores
del “libre mercado” estaban convencidos de que las guerras y los
estancamientos económicos eran cosa del pasado. Se pregonaba
confiadamente que la humanidad había entrado en una nueva época
dorada -una era de paz universal, prosperidad y democracia-. Estas
ilusiones se reforzaron mil veces con el colapso de la Unión
Soviética, lo que nos llevó al llamado “nuevo orden mundial”.
Los primeros años del Siglo XXI han reducido
inmediatamente esos sueños a cenizas. Lejos del paraíso prometido,
vemos el periodo más turbulento de la historia reciente: guerras
constantes, crisis e inestabilidad en todos los niveles. Los viejos
demonios que la mayoría de la gente creía exorcizados para siempre,
han regresado: hambrunas, genocidio, campos de concentración,
bombarderos suicidas y atrocidades de todo tipo ocupan las pantallas
de los televisores diariamente a toda hora.
En un
mundo así, la irracionalidad se convierte en norma, la racionalidad
en excepción. Como una muestra de esta afirmación, podríamos citar
al Presidente de la nación más fuerte, más rica y científicamente
más desarrollada del planeta -los Estados Unidos- George W. Bush es
un cristiano fundamentalista, cuyo conocimiento de literatura
universal no se extiende más allá del primer capítulo del
Génesis.
El Big Bang
Uno
de los aspectos más controversiales del libro, fue nuestra crítica a
la teoría cosmológica del Big Bang. Se dice que sin duda alguna este
modelo responde a muchas preguntas acerca del universo. Pero hay que
tener en mente que hace falta comprobar ciertas hipótesis y que
ciertamente no responde a todas las preguntas. De hecho,
conforme pasa el tiempo, surgen más preguntas y nuevas
discrepancias. Este proceso es discutido exhaustivamente por Kuhn, y
es igualmente aplicable en la cosmología a la situación presente.
La teoría del Big Bang se sustenta en un número
cerciente de entidades hipotéticas -cosas que nunca hemos visto-. La
teoría del Big Bang no se sostiene si dejan de suponerse un conjunto
de objetos y cosas de diversos tipos, tales como el campo de
inflación, la materia oscura y la energía oscura. Sin éstos, habría
contradicciones fatalmente irreconciliables entre las observaciones
hechas por los astrónomos y las predicciones de la misma teoría. En
ningún otro campo de la física sería aceptada esta continua
recurrencia a suponer nuevos objetos hipotéticos como una manera de
salvar la brecha entre la teoría y la observación. Al menos, esto
debería suscitar serias dudas acerca de la validez de la teoría
subyacente.
La historia de la ciencia muestra que
incluso las teorías aparentemente seguras y acogedoras, tales como
la mecánica clásica newtoniana, la cual era universalmente aceptada
por los científicos durante mucho tiempo como la última palabra,
eventualmente se mostró que era una teoría incompleta y parcial. En
una cierta etapa comienzan a surgir discrepancias que no pueden ser
explicados. En un principio, éstas son desechadas, considerándolas
triviales o irrelevantes, pero eventualmente llevan al derrocamiento
de la teoría establecida por un lado y a su reemplazo por una nueva
y revolucionaria teoría, la que permanece como la teoría válida,
hasta que vuelven a surgir discrepancias y así sucesivamente.
No hay razón alguna para suponer que la situación
presente en la cosmología y la física teórica sea diferente.
Especialmente si tenemos en mente que el estudio del universo
involucra un tremendo número de factores desconocidos. Nos estamos
basando necesariamente en observaciones parciales del universo
visible, muchos errores pueden infiltrarse, como resultado de la
falta de información. Hasta cierto punto, se puede extender un
resultado apoyándose en los modelos matemáticos abstractos y en
resultados obtenidos de la física de partículas, etcétera. Sin
embargo, en última instancia, estos resultados deben corroborarse
con experimentos y observaciones. Dichos resultados, no pueden
sustituir a estos últimos.
En el pasado ha habido
muchas teorías que habían sido aceptadas sin ser cuestionadas por
los científicos, pues parecía que explicaban ciertos fenómenos, sin
embargo, resultaron ser falsas -el flogisto y el éter, por ejemplo-.
Hay una sorprendente semejanza entre estas teorías y la idea de la
“materia oscura y la materia fría”, la cual ha sido postulada por
los partidarios de la teoría del Big Bang, para poder explicar el
hecho de que, simplemente, no hay suficiente materia en el universo
visible para que concuerde con la teoría. De acuerdo con Eric Lerner
y otros, la dominación teórica de la teoría del Big Bang subyace más
en el patrocinio que recibe que en el método científico. Científicos
disidentes se reunieron recientemente para revisar la evidencia en
la primera Conferencia de la Crisis en la Cosmología, en Monçao,
Portugal. La teoría del Big Bang y el universo es incapaz de
explicar ciertas observaciones cruciales. Recientemente treinta y
tres científicos eminentes suscribieron una Carta Abierta a la
revista New Scientists, atacando el hecho de que no han sido
investigadas perspectivas alternativas a los problemas que no
resuelve el Big Bang. Todo esto indica la insatisfacción en algunos
núcleos acerca del estado actual de los acontecimientos en la
cosmología. Lo que no debería sorprendernos.
Historia mexicana y cultura
La
historia de lo que llamamos civilización (es decir, sociedad de
clases) se caracteriza por el desarrollo del potencial productivo de
la humanidad, del arte, la ciencia y la tecnología por un lado,
mientras que por otro lado, se caracteriza por la expropiación
material y cultural de la gran mayoría de la humanidad.
En ningún país tanto como en México, la expropiación
de la expresión cultural guarda un significado tan profundo y tan
trágico. Antes de la llegada de los españoles, el pueblo mexicano
había desarrollado una de las civilizaciones más grandes y
sobresalientes del mundo. La causa de su ruina fue el oro -“el sudor
del sol”, como lo llamaban los mexicas-. “Tenemos una enfermedad que
sólo el oro puede curar”, solían decir los invasores antes de
apoderarse de sus tierras y sus riquezas, al mismo tiempo que
esclavizaban a la población. La misma enfermedad aflige hoy a todo
el planeta y causa los mismos terribles resultados.
Fue una desgracia para el pueblo mexicano haber
entrado en contacto con los europeos antes de que la acumulación
primitiva de capital madurara. No hay necesidad de repetir la
conocida historia de la violencia, traición y mentiras que Cortés y
sus hombres practicaban. Moctezuma recibió con cortesía a los
españoles, creyéndolos dioses, pero su hospitalidad fue violada
inmediatamente. La vasta y próspera ciudad de Tenochtitlan fue
quemada, saqueada y destruida despiadadamente.
Aunque
los mexicas alcanzaron un alto nivel de desarrollo social y
cultural, no eran rival para las armas, el acero y los caballos
españoles. Después de una corta e intensa guerra, los mexicas fueron
reducidos a la esclavitud y su sorprendente civilización destruida
completamente. Cuauhtemoc, el último emperador, fue torturado con
fuego para que revelara dónde se encontraba el oro, posteriormente
fue colgado, cuando los españoles no encontraron las cantidades de
oro que esperaban.
Los resultados del daño hecho en
la conquista han sido incalculables. Cuando los españoles llegaron
por primera vez a México, ese territorio era un estado floreciente
con una población de veintidós millones. Ochenta años después, su
cultura había sido destruida, su economía estaba en ruinas y su
gente esclavizada.
Noventa por ciento de la población
había perdido sus vidas, ya fuera siendo masacrados por los
españoles y sus aliados, muriendo de hambre o por enfermedades como
la viruela negra, que diezmaron comunidades enteras.
Genocidio cultural
Las
actividades destructivas de los españoles pronto redujeron a un
pueblo orgulloso a una abyecta condición de servidumbre y de
desesperanza. La esclavitud física, fue acompañada con la
desmoralización, la enfermedad, la depresión y el alcoholismo. Pero
el genocidio de los nativos americanos no terminó con su exterminio
físico. Los conquistadores también estuvieron comprometidos en
intentar destruir su arte, su religión y su cultura. Para poder
erradicar cualquier huella de la cultura nativa, los españoles
construyeron sus iglesias cristianas sobre las ruinas de las
pirámides y los centros de culto.
Podemos apreciar la
perfecta ejecución del arte mexicano precolombino, pero apenas
podemos vislumbrar sutilmente la idea que subyace en éste. Estas
obras de arte son más que simples representaciones, son símbolos
religiosos. Las impresionantes imágenes de dioses grabadas en las
piedras contienen una idea. La serpiente por ejemplo, representa el
renacimiento a través de su cambio de piel, conforme el cultivo
crece y la experiencia renace, del mismo modo lo hace la serpiente.
Pero aquí, inmediatamente encontramos una
contradicción. La enorme mandíbula de la serpiente se mantiene
completamente abierta, lista para tragar todo lo que esté a su
alcance. Ella lleva consigo la oscuridad y la destrucción -el fin de
todas las cosas-. Esto es una representación del eterno ciclo de la
vida y la muerte. Es una perfecta representación artística de la
unidad de contrarios, retratando el balance de la naturaleza. La
vida no puede existir sin la muerte. De hecho, comenzamos a morir
desde el mismo momento en que nacemos. Esta contradicción se
encuentra presente en el corazón de todo el arte mesoamericano.
Constantemente vemos la recurrencia de pares opuestos: vida y
muerte, día y noche, la muerte es la puesta de sol, etc.
De una forma primitiva y mistificada, encontramos
aquí de manera embrionaria los elementos del pensamiento dialéctico.
Es una cándida forma de expresar las contradicciones reales que
existen en todos los niveles de la naturaleza, el pensamiento y la
sociedad. Es el amanecer de una conciencia genuinamente humana,
esforzándose por comprender el funcionamiento del universo. Esta
búsqueda aún no se ha liberado de la religión. En esta etapa tan
temprana, el arte, la ciencia y la religión no son más que
diferentes aspectos de una y la misma cosa.
Después
de que los conquistadores esclavizaran a los mexicas a sangre y
fuego, las hordas de sacerdotes fanáticos descendieron sobre ellos
cual plaga de langostas hambrientas, ávidos de almas cautivas. No
conformes con el saqueo de las tierras y riquezas de los nativos
americanos, se avocaron a destruir sus almas. La agonía de este
extraordinario pueblo, se transmite en los conmovedores versos de un
poeta prehispánico:
El humo se levanta, la niebla
se disipa Lloren, amigos y sepan que por sus hazañas
Hemos perdido nuestra historia.
Groseros, ignorantes y altaneros con la cultura
de los nativos, los españoles la pisotearon y aplastaron sin
pensarlo un solo instante. Invaluables obras de arte fueron fundidas
en lingotes de oro, perdiéndose por siempre para la humanidad. Parte
del oro y la plata fue fundida nuevamente en enormes reliquias
cristianas de muy poco o ningún valor estético. Recuerdo la
indignación que sentí veinticinco años atrás, cuando me mostraron
los retablos, cofres y otras piezas en la Catedral de Cádiz.
Similares monumentos grandiosos a la idiotez y el fanatismo que
decoran las iglesias en otras ciudades españolas fueron hechos
también con el arte de una cultura de muchos siglos de antigüedad.
Los mexicanos debilitados y traumatizados, fueron
incapaces de prevenir este esclavismo, pero recurrieron a una
táctica de resistencia pasiva, la cual en última instancia salvó
importantes elementos de la tradición y la cultura de sus
antepasados. Los escultores, artesanos y constructores mexicanos,
quienes fueron obligados al arduo trabajo de la construcción de
enormes iglesias y catedrales, monumentos triunfales para celebrar
su propia servidumbre, obtuvieron la revancha introduciendo
elementos nativos en el arte de los invasores cristianos. De esta
forma, el espíritu de México, se preservó pese a todo.
Un potencial colosal
Tal vez no
haya otro lugar en todo el planeta donde la idea de la dialéctica
encuentre un eco tan profundo como en México. Es una tierra donde la
revolución es tan natural como la respiración misma. La vibrante
energía, que el pueblo mexicano ha mostrado durante toda su
historia, proveniente directamente del mismo suelo mexicano, es
inseparable de la tradición revolucionaria de México.
La revolución burguesa de 1910-17 ha sido el mayor
punto de inflexión en la historia nacional. En muchos sentidos,
marcó el nacimiento de México como nación, la cual había perdido más
de la mitad de sus territorios con los Estados Unidos. Bajo la
dictadura de Porfirio Díaz (quien acuñó la frase: “Pobre México, tan
lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos”), el país quedó
dividido, de manera similar a la de los barones feudales, entre los
terratenientes, algunos de los cuales acuñaban sus propias monedas y
tenían sus propios bancos. La identidad nacional mexicana peligraba
con ser completamente desarticulada. Entonces, la revolución salvó a
México.
El espíritu revolucionario de México se puede
apreciar no sólo en su historia y su política, sino que también en
su arte, en su escultura y su arquitectura. Recuerdo haberme
impresionado por un gran mural pintado por Diego Rivera en el
Palacio Nacional en la Ciudad de México. En él, podemos encontrar
una impresionante representación de uno de los episodios más
relevantes de la historia mexicana, ejecutado con gran espíritu y
vitalidad. Los sacerdotes españoles y los guerreros mexicas se
codean con los conquistadores, mientras los trabajadores y
campesinos mexicanos aparecen al lado de Carlos Marx, con el
Manifiesto Comunista en sus manos. Esto es arte nacido de
la Revolución.
El renacimiento del espíritu
nacional no se limitó a las artes visuales. En el campo de la
música, está Silvestre Revueltas y José Pablo Moncayo, cuyas
composiciones llegaron para quedarse en la tradición de la música
folklórica. La revolución dio pie también a una nueva literatura.
Todo esto fue posible gracias a la revolución burguesa. ¡Sólo basta
imaginar los altos vuelos que los mexicanos podrían alcanzar basados
en una revolución socialista!
A pesar de los
innegables logros, evaluándolos en una escala histórica, la
revolución burguesa falló en darle al pueblo de México el futuro que
se merecía. Durante casi un siglo, la burguesía ha dirigido a México
¿y qué es lo que ha conseguido? Las fuerzas productivas se
encuentran estancadas, mientras que el campo está arruinado. En
todas partes podemos ver pobreza y desempleo. La juventud se
enfrenta a la disyuntiva: desempleo o emigración. ¿Y qué es lo que
queda de la independencia nacional, cuando México está ahogado por
el gigante del norte?
Una economía planificada
socialista crearía la posibilidad de movilizar las fuerzas
productivas de México -su tierra fértil, su industria, su ciencia y
su tecnología- y sobre todo, el enorme potencial creativo de su
población para el propósito de transformar la sociedad. El colosal
talento de los mexicanos, sus artistas, científicos, estudiantes,
intelectuales, escritores y arquitectos florecería como nunca antes
en toda la historia de este país tan rico, hermoso y
maravillosamente diverso.
Londres, 6 de octubre de
2005
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